Diagonal // Del 2 al 15 de febrero de 2006 38 // DEBATE // EL PESO DE NUESTRO PASADO A partir de enero, entramos en el 75º aniversario de la II República española, y el 70º aniversario de la resistencia popular al golpe de Estado y de la revolución española. Las fricciones en torno a la apertura de fosas comunes fruto de la represión contra los derrotados, en torno al Archivo Histórico de Salamanca, o la aparición de textos revisionistas avalados por la ‘derechona’, nos indican que la memoria es también un espacio de confrontación política. Con el fin de fomentar la reflexión colectiva, iniciamos este debate. [email protected] Historias para no dormir PABLO SÁNCHEZ LEÓN Y JESÚS IZQUIERDO MARTÍN Respectivamente, doctor en Historia, actualmente visiting scholar en Sabanci University (Estambul, Turquía), y doctor en Historia, profesor en la Universidad de Murcia. l 17 de diciembre, Jordi Gracia, en un artículo, en El País, titulado ‘Gallos de pelea’ nos reveló sus temores a que “el efecto más temible” de la nueva literatura “filofranquista” sobre la Guerra Civil española y la dictadura de Franco sea una “réplica extremista antineofranquista” por parte de algunos profesionales que, tentados por “una nostalgia de las viejas banderas de la izquierda”, acaben por “renunciar a la calidad historiográfica”. Todos somos libres de albergar nuestros temores. Lo que no parece de recibo es que al tratar de contagiarlos al público, Gracia describa la situación en la que nos encontramos de manera tan opuesta a la necesaria ponderación que predica como alternativa a la virulencia de ese neofraquismo. Resulta revelador del peso que conservan algunos lugares comunes sobre nuestro inconsciente colectivo. neofranquismo” que encarnan supuestamente un puñado de profesionales es porque quizá el régimen de Franco siga vivo con mayor intensidad de lo que estamos dispuestos a reconocer. Sin ir más lejos, la manera en que esta literatura filofranquista está siendo divulgada en determinados medios, con un fanatismo casi religioso y una retórica de constante des- E La cultura social y política del régimen de Franco continúa proyectándose sobre nuestra democracia en forma de hábitos Reacción antifranquista Gracia trata de persuadirnos de que la tentación de regresar a unas supuestas banderías por parte de algunos historiadores tiene su origen en la reacción al contenido de las obras de Moa y afines. No obstante, lo que él considera actitud de “gallos de pelea” bien podría ser efecto de la rabia que produce ver cómo esas obras se pasean por los medios desde hace ya tiempo sin que en general los intelectuales (no sólo ni en primer término historiadores) de esa “izquierda razonable no maximalista” que menciona se hayan tomado la molestia de analizar, no sus contenidos, sino la función que tales escritos están teniendo en la recomposición ideológica de esa derecha española que, según nos contaron, ya estaba ‘civilizada’. Es en este terreno cívico elemental donde la ‘razón moral’ debiera haberse manifestado desde hace tiempo unida a la ‘razón política’, y es por su ausencia por lo que algunos profesionales pueden estar tentados de caer en el “mecanismo perverso” que según Gracia se desencadena cuando el historiador hace su trabajo con los “sentimientos políticos” a flor de piel. Si esto es así, y dado que la obra de Moa no se centra en el franquismo, la amenaza de algunos historiadores de deslegitimar “todo aquello que no estuviese en los círculos más duros de la resistencia antifranquista” puede de- Si el ‘neofranquismo’ asusta es quizá porque el régimen de Franco sigue vivo con mayor intensidad de lo que queremos reconocer berse a otras causas de fondo internas a la profesión y que Gracia no acierta a aislar. Resulta paradójico calificar esa literatura “neofranquista” de “pu- ro desbarre” y considerar una panacea que nuestro conocimiento del franquismo se haya dibujado con la paleta de “los grises por todos los sitios”. Y es que son seguramente pocos los ciudadanos dispuestos a opinar sobre Moa con esos “matices y sutilezas, ajustes y límites, contradicciones y concesiones razonadas” con los que según Gracia hay que historiar todo lo relacionado con aquel pasado que parece estar regresando. A partir de aquí, cabe suponer que el problema es que no hemos emprendido el camino adecuado para hacer realidad esa “compresión integral del franquismo”; que si el “neofranquismo” asusta legítimamente a muchos ciudadanos tanto o más que ese amago de “anti- calificación personal –por cierto tan habitual también entre los historiadores españoles de toda filiación–, debería hacernos reflexionar sobre la influencia de los hábitos que la dictadura enquistó en la esfera pública, en nuestras maneras de generar opinión. La mejor prueba de que seguimos aún en pleno siglo XX y cerca de ese pasado reciente es que Jordi Gracia dedique todo un escrito a persuadirnos de que un reducido número de historiadores radicales de izquierda puede estar consiguiendo que los ciudadanos volvamos “a las andadas de buenos y malos”. Esta afirmación expresa la creencia consciente o inconsciente en el mito colectivo de que los españoles somos por naturaleza cainitas, individuos abocados a enfrentarnos a la mínima y a muerte. Y no es de recibo seguir pagando tributo a ese burdo subproducto de la pobre modernidad española, con el cual se han justificado episodios tan dispares como la guerra y la dictadura, pero también indirectamente lo peor del consenso constitucional de 1978. Un fenómeno lejano Puede que la reacción de esos historiadores señalada por Gracia se esté desatando en realidad debido a la escasa reflexión intelectual de una gran parte de la actual historiografía, para la cual el franquismo suele aparecer como un fenómeno completamente lejano y extraño. La pregunta es si esos historiadores de paleta gris están en condiciones de estudiar con distanciamiento ese orden social que fue el franquismo, pues puede decirse que en gran medida éste sigue encarnado en ellos, y no sólo por una cuestión generacional, es decir, por haber sido muchos de ellos socializados en él, sino porque la cultura social y política que instituyó el régimen de Franco continúa proyectándose sobre nuestra democracia, en forma de hábitos y maneras con las que muchos publicistas reflexionan y discuten sobre los acontecimientos. Con todo, no deja de ser importante que Jordi Gracia, para justificar sus temores, acabe reconociendo algo tan esencial como que todos los historiadores tienen sus afinidades ideológicas, no sólo Pío Moa. Lo que no es para nada evidente es que la historiografía de calidad sólo pueda construirse por medio de consensos y convenciones, por “inercia”, como dice el autor, sin debate de ideas ni quiebros en ocasiones profundos. Tampoco hay que concederle que los historiadores rigurosos necesariamente tengan que comulgar con la moderación ideológica que propone como código deontológico. Por desgracia, casi toda la actual historiografía española, y no sólo sobre el tema del franquismo, se ha construido sobre esta negación del valor intelectual del pluralismo interpretativo y sobre la confusión entre moderación y ortodoxia. El monolingüismo historiográfico se nutrió antaño del más rancio de los autoritarismos; malo es seguir alimentándolo ahora con el miedo a lo distinto, al otro, un temor que conduce no sólo a ver de color de Por desgracia, casi toda la actual historiografía española se ha construido sobre la confusión entre moderación y ortodoxia rosa aquello que, aunque sabemos que deja mucho que desear, sentimos repentinamente amenazado, sino incluso a tratar de imponer a los demás nuestras anteojeras.