La rebelión de la miseria

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La rebelión de la miseria
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La rebelión de la miseria
Enviado por pabloelorduy el Dom, 11/16/2014 - 08:00
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Boxcar Bertha | Ben Reitman (Pepitas de calabaza)
Sección principal:
Culturas
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Resulta estimulante que una vida tan masculina como la de Ben Reitman haya recurrido a una voz
poderosa de mujer para contarnos los detalles más íntimos y personales de su biografía. Ya fue
Flaubert quien nos advirtió que no tenía ningún problema en reconocer que él era Madame Bovary.
Lo mismo podemos decir de Reitman, que él es Boxcar Bertha. El activista norteamericano eligió una
mujer del lumpen para dar cuenta de lo que fue la hobohemia. Yo no había oído nunca esta palabra
tan sonora y llamativa hasta la lectura de este libro, Boxcar Bertha, autobiografía de una hermana
de la carretera (Pepitas de Calabaza), donde reluce en cada una de sus páginas con la misma fuerza
patibularia de uno de esos carteles de neón con que se anuncian los prostíbulos de carretera.
Ahora ya sé su significado y su contenido no desmerece la eufonía de su pronunciación. La
hobohemia fue, a grandes rasgos, un movimiento social estadounidense de principios del siglo XX
protagonizado por miles de vagabundos trashumantes, los conocidos como hobos, almas
abandonadas a su suerte por el mercado laboral, quienes merodeaban por las cunetas de las
estaciones de ferrocarril y, tras muchos días de ociosidad forzada, acababan montándose en los
boxcar o vagones de mercancías a la busca de un trabajo decente en alguna ciudad de su país. Su
encanto residía en que cada uno de aquellos desarrapados atesoraba una curiosa mezcla de Charlot
y Keaton, pues del primero heredaron sus andares indómitos y su carácter subversivo y del segundo
su habilidad para subirse a un tren en marcha y, así, viajar de gorra sin crispar apenas su cara
famélica de palo.
La hobohemia fue un movimiento social de principios del siglo XX protagonizado por miles de
vagabundos
Cualquier diccionario de la contracultura que se precie debería colocar a estos hobos en un capítulo
destacado. Un servidor conocía las ansias viajeras de la literatura norteamericana, desde la
inclinación de London por los confines salvajes y remotos a las aventuras iniciáticas en autostop de
la generación beat por carreteras polvorientas de peyote y ayahuasca. Pero se ve que me faltaba el
eslabón perdido que uniese a estos escritores de generaciones distintas. Ahora lo he encontrado y se
llama Ben Reitman. Le calificaron como el rey de los hobos, lo que, bien mirado, no deja de entrañar
un cierto contrasentido. Pues si algo caracterizaba a los hobos era una falta de jerarquía, una forma
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de entender un grupo como una asociación de seres indisciplinados que se juntaban cuando la
necesidad apretaba y se disolvían cuando el instinto les empujaba a ocuparse de otros menesteres
más ociosos. Tal forma de ser impredecible, no sometida a la estricta regulación de unos horarios y
unas convenciones, les condujo a entender la vida como una experiencia intensa capaz de iluminar
cualquier clase de cloaca. La misma biografía de Ben Reitman sólo está al alcance de alguien nacido
para correr, según la terminología rockera. Más que un intelectual teórico al uso, se significó como
un hombre de acción y, como todos los hombres de acción, vivió rodeado de una fuerte controversia
y polémica. Agitador de masas, reformista social, médico abortista, todo lo que tocó levantó
sarpullidos de indignación de la sociedad biempensante de su época. Tanta energía se la debieron
de insuflar los muchos años de amoríos que compartió con Emma Goldman, la mítica anarquista,
quien siempre lo alabó por su coraje temerario. El caso fue que Reitman tuvo el oído sensible para
captar las ondulaciones musicales del carácter femenino, esos adagios, esos allegros, esos lied, y fue
este conocimiento profundo el que le animó a elegir a Boxcar Bertha como su álter ego cuando
finalmente se decidió a escribir sus memorias. El acierto de la elección resultó pleno. Le sirvió para
ofrecer una visión original de la hobohemia, una visión no contaminada por prejuicios masculinos,
sino abierta a la mirada de una joven de una personalidad arrolladora. No es de extrañar que esta
chica tan fuera de molde sedujese a directores alternativos como el primer Scorsese (su segunda
película tomó como inspiración este libro) o a los inconformistas beatnik de los años sesenta.
Podríamos publicitar Boxcar Bertha como la versión feminista de la mítica En el camino, de Kerouac.
Gracias a las confesiones de esta mujer transparente, cuya sinceridad descarnada se despliega en
un alarde tonal que simultanea notas de sensibilidad exquisita y dureza extrema, nos acercamos,
con una hondura testimonial poco común, a territorios vedados como el de la prostitución o el de las
clínicas abortistas sin perder en ningún instante un enfoque crítico. Porque estas memorias,
camufladas de ficción, se leen en realidad como un estudio sociológico de la potencia revolucionaria
de la pobreza.
Alrededor de la hobohemia se crearon una serie de instituciones alternativas, como las
universidades hobo, en cuyas aulas nada académicas se les enseñaba a los marginados unos
saberes heterodoxos, de los que enseña Makinavaja, algunos legales, otros no tanto, que les
sirviesen en suma para enfrentarse y sobrevivir a las injusticias. Por desgracia, el Estado del
bienestar diluyó paulatinamente la rebelión de la miseria en higiénicos centros de beneficencia y
opresivas cárceles. Una manera de recuperar ese espíritu de rebeldía de los más pobres, y también
de cualquiera preocupado por limar las desigualdades sociales, sería recomendar la lectura de este
magnífico libro. En sus páginas se descubren ejemplos de dignidad y superación inolvidables, sobre
todo cuando los conferenciantes hobos se encaramaban sobre unas cajas de jabón y arengaban a los
vagabundos hermanos para que aprendieran a enorgullecerse de sí mismos. Boxcar Bertha,
entonces, les escuchaba arrebolada porque en cada una de sus palabras sentía cómo brotaba la
semilla de un “hombre nuevo”, o lo que es lo mismo, de una mujer nueva.
Temáticos:
Número 233
Edición impresa:
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Normal
Autoría:
JM Lander
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