Intercambio Estudiantil en Popayán, Colombia. Primer período académico 2012. Llevo ya cuatro meses viviendo en la “ciudad blanca”. Soy estudiante de Antropología y me interesé por cursar estudios en la Universidad del Cauca luego de visitar Popayán el año pasado, después que finalizara un Foro de Estudiantes Latinoamericanos de Antropología y Arqueología (FELAA). Como hice buenas amistadas en es primer viaje, fui recibida para realizar mi intercambio en casa de un amigo estudiante de la Unicauca. Su familia, igual que el año pasado que estuve de visita, me recibió con los brazos abiertos. Me quedé por un tiempo viviendo con ellos, y luego me pasé a una casa de estudiantes en el centro de la ciudad, a unas 4 cuadras de la plaza principal, el Parque Francisco José de Caldas. Vivir en el centro me ha permitido tener un acceso a las actividades que se realizan en la ciudad, ya sean culturales y académicas. Aquí siempre se están haciendo eventos de danza, cuanta-cuentos, teatro, música, actos políticos, etc. La Facultad de Ciencias Humanas todas las semanas recibe invitados, venidos de todo el país y del extranjero, que dan interesantes conferencias, la audiencia siempre es numerosa. También me gusta vivir en el centro porque viven cerca todos mis compañeros, lo que me ha permitido construir hermosas amistades. Las personas aquí son todas muy amables conmigo, desde los encargados de la universidad, mis compañeros, la gente de la ciudad, hasta los tenderos. En la universidad sobre todo, Henry, el encargado de Relaciones Internacionales de la universidad, se ha portado increíblemente conmigo, ha sido un gran apoyo para mí. También con todos los profesores con los que he tenido clase he hecho muy buenas relaciones, han sido muy amables y generosos conmigo. Con respecto a la universidad, he aprendido mucho más que lo estrictamente académico. Al principio me chocó un poco, porque aquí todo funciona a otro tiempo y con otras metodologías. Todo es mucho más relajado, y esto no es solamente así en la universidad, la ciudad entera funciona así. Se respetan mucho los tiempos de descanso, de las comidas, el compartir, incluso, el tiempo del “hacer nada”. Como yo estoy acostumbrada a la neurosis chilena por el tiempo, por producir, por los plazos, etc., me sentí incómoda al principio con tanto relajo. Pero luego entendí, que realmente no tenía mucho sentido el ser esclavos del tiempo, y que yo tenía que aprovechar justamente esas instancias, no para encerrarme a estudiar, sino para poder hacer lo que había venido a hacer además de estudiar, es decir, estar en la calle, ver y estar en la vida de la ciudad, conocer personas, aprender de ellas, etc. La metodología de enseñanza de algunos profesores también causó un impacto en mí, y provocó que me replanteara toda mi experiencia de estudiante en la Universidad Austral y en la Universidad de Chile, e incluso, lo que yo entenderé por docencia si es que quiero seguir ese camino. Aquí desde quinto semestre los seminarios le van ganando el terreno a las cátedras. Yo de las cinco asignaturas que veo, solamente una es cátedra y se llama “Historia Social de Colombia”, con una historiadora que es excelente docente, con la que he podido aprender mucho de la historia del país, lo que me ha servido para relacionar y establecer genealogías de las problemáticas actuales que atraviesa Colombia. Las demás materias que veo son seminarios. Ahí la participación de los estudiantes es casi obligatoria: para todas las semanas hay lecturas, y actividades que hay que realizar y organizar entre todos. Pero dentro de todos los seminarios, la metodología de Leonardo Bejarano ha sido la que más me ha hecho hacer cortocircuito. Su metodología es de lo más heterodoxa. Me recuerda un poco a la mayéutica que utilizara Sócrates en los textos de Platón para reflexionar con sus interlocutores. Con este profesor estoy viendo Seminario Temático Central en Antropología, es aquí donde comenzamos a diseñar el proyecto de tesis, y el Seminario Políticas Culturales y Educación Superior. Fue con el primero que me llevé la mayor sorpresa. Al comienzo del curso, reflexionamos sobre la antropología, su objeto de estudio, de lo que ésta significaba para nosotros y del impacto que el estudiar esta carrera había causado en nuestras vidas. Con razón, al principio, al curso lo llamábamos “la terapia”. Al principio no entendía qué caso podía tener el preguntarse a estas alturas del partido todas estas cosas, se suponía que si ya estábamos en cuarto año era porque nos gustaba la carrera… La verdad, me sentía muy impaciente, yo quería hablar de mi tema, quería diseñar ya, mi proyecto de investigación. Luego lo entendí, fue más bien una labor de un revisionismo histórico personal, de evaluación, y de reafirmación del amor que le teníamos a lo que hacíamos y a lo que pretendíamos hacer en el futuro. Esto nos puso en un estado de espíritu especial para enfrentarnos a los temas de tesis que teníamos en mente. Descubrí que con el tiempo, todos planteamos temas de tesis, ya no para salir del paso, ya no solamente por tener el título, sino porque nos apasionaba y porque el tema nos tocaba en lo más hondo de nosotros. Este profesor tiene la capacidad de llevarnos a lo más profundo de nosotros para descubrir qué se oculta en algo que puede parecer tan técnico y académico como una tesis. Las clases eran siempre conversatorios donde todos hablaban abiertamente de lo que querían hacer, de los problemas que les significaba, en lo personal, en lo metodológico, en lo práctico, en lo teórico, etc., y todos hablábamos y tratábamos de aportar al proyecto de cada uno. No era una relación solamente de estudiante a profesor, sino que todos participamos de alguna manera en los proyectos de tesis de todos. El segundo seminario que nos hace, también ha sido una revelación para mí. Porque fue un intento serio desde la academia por reflexionar sobre los problemas y desafíos de la educación. Y como la experiencia chilena y latinoamericana reciente nos lo ha dicho, la educación no puede ser pensada como un aspecto aparte de las relaciones sociales. Siempre se termina por cuestionar el sistema social, económico y político que está detrás de la educación, de la salud, del funcionamiento de la economía, de nuestro tipo de gobierno, etc. Y fue genial, porque todas las semanas iban invitado, desde diferentes universidades del país, para dar alguna conferencia relacionada con el curso. Fueron economistas, abogados, antropólogos, pedagogos, filósofos, entre otros, a hablarnos desde sus especialidades del problema de la educación hoy y de sus desafíos. Además de eso, el curso estaba dividido en grupos que debían cumplir diferentes funciones: unos eran los encargados de la difusión de las actividades del curso para que toda la comunidad universitaria pudiera estar al tanto y participar de ellas, otros fueron a las escuelas a reflexionar con los niños, otros iban a hacer fanzines informativos, etc. Es decir, así como lo fue el Seminario Temático Central, este curso también fue construido por todos. Todo esto me hizo cuestionar cómo había sido mi aprendizaje y sobre todas las metodologías pedagógicas en las que había participado. Esto enriqueció mucho mi concepto de lo que es enseñar, de lo que es ser maestro y del tipo de educación que quiero para mi vida, así como también, del tipo de educación que yo quiero plantear, porque la docencia a mí me gusta mucho como para ejercerla en el futuro. Pasando a otro tema, otra cosa que me llamó la atención cuando vine de visita la primera vez, y me sigue interesando, es la cantidad de problemáticas en los que está inmerso no solamente Popayán, sino el departamento del Cauca y toda Colombia. Una de ellas es el nivel de organización y participación de los pueblos originarios. En Colombia hay muchos, pero muchos pueblos originarios. En el Cauca es donde más organizaciones hay, son históricamente los más organizados. Además de estar organizados en sus propias comunidades, pertenecen a especies de confederaciones y también tienen representantes en la Universidad del Cauca. Esta organización se llama Cabildo Universitario y está compuesto por chicxs estudiantes de diferentes carreras, comandados por alcaldes pertenecientes a cada pueblo originario. También me llama mucho la atención que en la universidad hay una carrera que se llama pedagogía intercultural, y que por el departamento del Huila, me parece, hay una universidad indígena, que practica la educación propia. También me llama mucho la atención el nivel de organización y de identificación de los grupos afrocolombianos. En la Unicauca todos los años se hace un congreso de estudios afrocolombianos, en donde participa mucha gente de diferentes partes de Colombia. Y otra cosa que me ha impactado mucho, y que cruza todas las identidades, de raza, etnia, género y orientación sexual, generacional, etc., es la cuestión del “conflicto armado”. La verdad, a veces da la impresión de estar viviendo en Irak. Afortunadamente en Popayán no pasa nada, o a lo más hacen estallar bombas en cuarteles de policía o en buses de policía de vez en cuando (por eso, no hay que vivir cerca de puestos policiales). Pero la zona norte del departamento del Cauca es la más afectada en este momento. Hace como dos o tres fines de semana atrás, el ejército despojó a unos campesinos de sus tierras para instalarse ahí. Los dejaron sin casa, sin campo donde trabajar, sin nada. El problema de los “despojos”, como le llaman, es muy común. En los noticieros se ve cómo muere gente todos los días por causa de esta guerra. Aquí en Colombia muere mucha gente por el conflicto armado y por causa del narcotráfico, que es otro gran problema que enfrenta, no, que no enfrenta el país. Muchos de mis compañeros han perdido seres queridos o amigos, es impresionante. De mi clase, uno perdió al padre, una a su padre y hermano, otra a sus amigos, y así. A mí personalmente me da mucho miedo la policía y el ejército, que andan por todas partes de la ciudad portando metralletas. No solamente me da mucha inseguridad su impronta, sino también sus actitudes. Parecen impredecibles, aquí se los puede sobornar fácilmente, y son bastante lascivos, de hecho, aquí la policía y el ejército violan mujeres y niñas. Aunque mis amigxs me han dicho que a los que más hay que tenerles miedo es a los paramilitares, que aquí son una especie de mercenarios contratados por el gobierno para perseguir a los guerrilleros e implantar el “orden” en zonas de conflicto. Éstos están especialmente en zonas rurales alejadas de la ciudad. Entonces pasa aquí que en un pueblo, un día puede instalarse la guerrilla, otro día puede llegar el ejército, y al subsiguiente se instalan los “paracos”. Por supuesto, las víctimas evidentes de este conflicto, son las personas que no tienen nada que ver, la población civil. Luego, viene la cuestión de la violencia de género. Como me dedico a estudiar el tema de identidad de género y orientación sexual, me ha impresionado mucho la situación que vive Colombia con respecto a eso. Popayán en específico, es una ciudad especialmente conservadora, y la cantidad de iglesias que hay, de alguna manera dan cuenta material de su reinado moral. Eso sí, es una moral bien hipócrita, el cuidado más que a las conductas sexuales de la gente, está más relacionada a una apariencia de género. Aquí hay un prototipo de mujer y de hombre muy marcados, todos y todas se visten igual, usan el mismo estilo de ropa, el mismo corte de pelo, los mismos accesorios. Eso sí, lo más parafernálico es como se “arma” una mujer, en el sentido de artefacto de género. Con respecto a los hombres, su hombría radica, además de usar el pelo bien corto y el rostro bien rasurado, en una cuestión de actitud y de conducta para con las mujeres. Las mujeres, deben armarse con una cabellera bien larga, lisa, unos tacones que yo no sé como lo hacen para montarse en ellos, y unos escotes y unos jeans levanta traseros, para mostrar traseros y bustos enormes, naturales o artificiales. Aquí las clínicas estéticas, por el nivel de demanda, son más baratas, y existen tiendas especializadas en fajas y ropa interior con relleno para el trasero y para el busto. Los estudiantes son los que se salvan de esta vigilancia de género, pero hasta cierto punto, porque hay que ir a ver a las chicas de derecho y de ingeniería. No sé en qué momento tienen tiempo para producirse tanto. Lo que sí es generalizado, es decir, no importa la generación a la que pertenezcas, ni tu ocupación, ni tu clase social, es el machismo. En la facultad se habla de tipos de mujeres, entre ellas las perras, que son, según ellos, las que se relacionan con muchos chicos. Y por supuesto es bien visto que un chico tenga mucho éxito con las mujeres. Aquí, no basta que una mujer diga que no para que un tipo la deje en paz, tiene que estar siempre relacionada ficticia o realmente con algún otro hombre, sino, la pueden seguir en la calle, le pueden ir a hacer escándalos a su casa, o la pueden acosar constantemente. Como la ciudad es insegura, especialmente de noche, las mujeres no pueden andar solas porque las pueden violar, eso me dijeron cuando me quise ir sola para mi casa después de ir a tomar un trago. Mis compañeros tienen la costumbre de ir a dejar a todas sus compañeras a su casa después de las 10 de la noche. Ni siquiera la policía es segura en ese sentido. Tampoco los taxistas, en la noche es mejor tomar taxi con alguien más, mejor si es hombre. En el marco del conflicto armado, la tasa de mujeres y niñas violadas es impresionante. Lo que se hace es tomar mujeres para que cumplan “labores sexuales” con soldados y “paracos”. Los guerrilleros tienen la fama de ser más correctos, si se puede decir así, de ellos no he escuchado este tipo de cosas. En general, la gente no les tiene miedo como le pueden temer a un “paraco”. O sea, a mi me dicen que si alguna vez ando por el campo y me encuentro con un guerrillero, si le digo que soy estudiante, me dejan pasar tranquilamente (Cano, la cabeza histórica de las FARC era antropólogo, y muchos estudiantes se unen a la guerrilla), pero si veo a un militar (uniforme de diferentes tonos verdes pero como de cuadraditos, como pixelado), y más si veo a un paramilitar (afortunadamente nunca he visto a uno), tengo que correr en la dirección opuesta o estoy jodida. Ser mujer en Colombia es bastante complicado, especialmente en ciudades pequeñas y conservadoras como Popayán, pero especialmente en las zonas rurales o afectadas por el “conflicto armado”. Yo no soy feminista, y me chocan algunos de sus presupuestos, pero aquí, uno no puede evitar serlo, olvidé lo vigente que podía estar el feminismo fuera de mi propio mundo chileno, universitario y medio gay. Pero a pesar de todo esto, estoy feliz de estar aquí, he aprendido a cuidarme, y me estoy rodeando de gente maravillosa, que me cuida, que me aconseja y que me muestra las cosas lindas de la ciudad… a pesar de todo. Eso es algo que también me ha llamado la atención de los colombianos, que a pesar de todo lo que se vive, del nivel de violencia diaria al que se está sometido, saben disfrutar de la vida, saben estar alegres, saben encontrar el modo de seguir viviendo, saben disfrutar de su comida, de la naturaleza, de la compañía de la familia o de los amigos, etc. Tal vez es justamente por eso, el tener la muerte rondando todo el tiempo, lo que les indica que si no vives feliz ahora, mañana puede ser tarde. Algún consejo para quienes quieran venir a hacer un intercambio a Popayán. Primero, si se van a ir en bus, planificar bien el itinerario y las ciudades en donde van a parar para hacer transbordo, porque no hay una línea de buses directa. Fijarse bien en el tipo de bus y la línea, averiguar en internet cuáles son más seguros para viajar. Sentarse más bien adelante, y en la ventana donde se dejó la maleta, para el bus que es más inseguro, los ecuatorianos sobre todo. Si te roban el bolso, llamar o buscar a la policía inmediatamente (el seguro que venden en la universidad es solo para robos o extravíos en viaje aéreo, así es que no sirve para esos casos, solamente sirve si uno se enferma de algo como gastritis, resfrío, ese tipo de cosas), y con ellos ir a reclamar a la compañía para que le rembolsen algo del dinero equivalente a lo que se llevaba en la maleta. Hay que irse con el dinero justo y necesario para cruzar Perú y el resto deben ser dólares, los que se cambiarán por pesos colombianos en el paso internacional Rumichaca. Los cambistas están por todos lados y tienen una identificación que les cuelga del cuello, lo que dice que son legales, pero no quita que sean pillos, así es que hay que ser bien consciente con el cambio para no llevarse sorpresas después. Ya en Colombia, la primera ciudad es Ipiales y desde ahí es mejor viajar de día a Popayán, que queda entre 5 a 8 horas, dependiendo de cómo esté la carretera. Es mejor viajar de día porque en el camino hay pueblos que asaltan y de pronto algún problema con la guerrilla. Por eso hay que viajar en la Línea Bolivariano, que soborna para poder pasar tranquilo. Por eso es más caro. En Popayán, para buscar casa hay que ir a las facultades, porque se llena de carteles con ofertas de habitaciones durante todo el año. Esta ciudad al igual que Valdivia, vive de los estudiantes. La zona donde esta Ciencias Humanas y Derecho es más económica, y es bastante agradable para vivir. Bueno todos los sectores donde viven estudiantes es agradable, eso sí hay que tener cuidado con los sectores más peligrosos, como los que rodean la galería o mercado de la calle 13, el barrio que está bajando por la Iglesia de Belén, al lado sur de ésta, y algunas cuadras cerca de la galería Bolívar. La zona norte de Popayán, donde está la facultad de Educación, Economía e Ingeniería, es la zona adinerada y ahí los arriendos son más caros. Ah, y como escribí antes, no hay que vivir ni cerca de las centrales de policía, ni cerca de lugares municipales, ni cerca de la oficina de migración, que son los lugares donde han puesto bombas en Popayán. Popayán es pueblo fantasma de noche así es que hay que andar en grupos. Hay que andar bien pendiente del bolso también porque roban harto, hay motociclistas “lanzas”, especialmente por la hora de almuerzo que es de 12 a 2 de la tarde, porque a esa hora la policía cambia de guardia y es cuando se registra la mayor cantidad de asaltos. Igual la delincuencia es generalizada en todas partes, así es que no hay que sorprenderse con esto. Aunque sí, hay que reconocer que comparado con Popayán, Valdivia es un lugar muy tranquilo. Hay que tratar de vivir en casa de estudiantes de la Unicauca, en cualquier otro lugar donde viva gente que trabaje o que estudie en otra universidad o instituto, la música a todo volumen será una constante. Aquí en Colombia se usa mucho tener parlantes potentes para escuchar a todo volumen salsa, reggaetón, bachata y vallenato, todos los días y a toda hora, lo que puede resultar problemático si no molesto cuando uno quiere dormir, estudiar, escuchar la música que uno quiera, etc. Lo digo por experiencia propia. Aquí hasta en la oficina del médico se escucha salsa. De Ecuador hacia arriba, el sonido caribeño de la salsa se escucha en todas, absolutamente en todas partes. No se me ocurre otro consejo, de todas maneras, no hay duda que si se me fue algo, Henry, algún compañerx, o cualquier persona, no dudará en dar algún consejo de utilidad. Carolina Norambuena A.