Traslación de las reliquias de san Vicente de Paúl, 23 de abril de

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TRASLACIÓN DE LAS RELIQUIAS DE SAN VICENTE
El 26 de abril, se celebra en París y en toda la Congregación la memoria de la
Traslación de las Reliquias de san Vicente de Paúl, de Notre-Dame, Catedral de
París, a la capilla de la nueva Casa-Madre, 95, rue de Sevres. El 23 de abril de
1830.
He aquí la relación que de ella hizo el canónigo Ulises Maynard, en su biografía
de san Vicente (París, 1860).*
Cerrada y sellada la urna el 23 de abril de 1830, al día siguiente, 24,
aniversario del nacimiento de san Vicente de Paúl, se la trasladó, del palacio
episcopal a la iglesia metropolitana. Se había decorado el presbiterio, el coro, la
nave y el pórtico de la iglesia, tapizados merced a la piadosa liberalidad del rey y
conforme a órdenes suyas. Las vísperas de la festividad subsiguiente fueron
entonadas por el obispo de Lugon. Asistían el arzobispo de París, el arzobispo
preconizado de Sens, y los obispos de Meaux, Moulins, Chalons, Tulle, Chartres,
Soissons, La Rochela, Samosata; el Superior General y todos los miembros de la
Misión, para quienes se había reservado los puestos altos del coro; cabildo y clero
de la catedral; más una afluencia inmensa de clero y pueblo. Después de
Completas, pronunció un panegírico del santo el abate Mathieu, promotor de la
diócesis, hoy cardenal-arzobispo de Besançon. Siguió el canto de Maitines y Laudes,
que presidió el obispo de La Rochela, antiguo párroco de Saint-Vincent-de-Paul.
Al día siguiente, 25 de abril, tuvo lugar la traslación solemne a la casa-madre
de la Misión. Celebró la misa el nuncio apostólico, Luis Lambruschini. A las 2, tras el
canto del primer salmo de vísperas, y mientras en la catedral proseguía el oficio,
inició la procesión su largo desfile. Se pusieron primeramente en marcha los
caballeros de las asociaciones de Santa Genoveva y de San José, los niños de la
casa de San Nicolás de Vaugirard, y los Hermanos de las Escuelas Cristianas, cada
entidad con su estandarte. Precediendo a las cruces del cabildo, iban en dos filas
zapadores, tambores, y un destacamento de la gendarmería, entre cuatro
compañías de granaderos y otras cuatro de tiradores de los regimientos de la
guarnición. El clero que seguía a las cruces incluía a: los eclesiásticos de los
seminarios diocesanos y de los distintos seminarios de París, todos ellos en torno a
una banda de música militar; venían luego eclesiásticos del clero de París, de las
congregaciones religiosas, de las parroquias circunvecinas, y de varias diócesis de
Francia.
Entre tanto, concluido el oficio, se alzó la urna, que era llevada, entre los
vicencianos y el cabildo catedralicio, por treinta hombres revestidos de sotana, alba
y cíngulo de seda, todos los cuales ostentaban una medalla de san Vicente de Paúl,
y eran miembros de las asociaciones de Santa Genoveva y de San José, quienes
habían solicitado este honor. Escoltaban la urna por las cuatro esquinas otros
tantos clérigos portadores de cirios, mientras el mismo número de sacerdotes,
revestidos de casulla, sostenían los respectivos cordones. La urna era seguida por
los capellanes del rey, los prelados arriba referidos, y todavía otros obispos, los de:
Montauban, Belley, Versalles, Bayeux, Evreux, Nancy, Troyes, y Grenoble; por
último el arzobispo de París, precedido de su cruz y de los porta-insignias, y
acompañado por sus asistentes, todos de capa pluvial.
Seguían además a las reliquias el prefecto del Sena y el prefecto de policía,
con sus secretarios generales; los alcaldes de los distritos 90 y 100; el comandante
de la gendarmería; miembros del consejo general y de la administración de los
hospicios; varios pares de Francia y otros personajes notables. Un destacamento de
gendarmes cerraba la marcha.
Al salir de la iglesia, para satisfacer un piadoso deseo, la urna fue depositada
junto al pórtico del Hótel-Dieu, tantas veces franqueado por la caridad de Vicente:
las religiosas acudieron para venerar las santas reliquias. En lo que duró este alto,
por entre una y otra fila de párrocos y vicencianos, avanzaron unas 800 Hijas de la
Caridad, seguidas de 50 huérfanas, para anteponerse a la urna; y cuando la urna
ocupó de nuevo su sitio en el orden de la procesión, 50 huérfanas y 200 Hijas de la
Caridad se colocaron tras ella, entre una y otra fila de vicencianos y canónigos.
Así dispuesta, la procesión atravesó el patio, e hizo este recorrido: rue NotreDame, Petit-Pont, los muelles de San Miguel, Agustinos, Moneda y Teatinos; las
calles: Santos Padres, Táranto y Dragón; el cruce de la Cruz Roja, y rue de Sevres.
A lo largo del recorrido, casi todas las casas estaban adornadas. Se hicieron dos
altos: uno en la plaza del Instituto; el otro en rue des Saintes- Peres, frente al
hospicio de la Caridad, primer escenario de la caridad del santo en París; una
tercera estación tuvo lugar en rue de Sevres, entre el hospicio des Ménages y la
casa de las Damas de Santo Tomás de Villanueva.
Habiendo entrado la urna en la capilla de la casa-madre, y mientras era
depositada en el coro sobre un estrado, el arzobispo de París, dirigiendo la palabra
al Superior General, quien le había presentado el agua bendita e incensado,
pronunció este discurso:
Padre General, es en nombre del clero de París, y
osamos decir del clero de Francia, y aun de la Iglesia
católica, como venimos para poner en vuestras manos el
precioso depósito confiado durante algunos días a las
nuestras, Devolvemos el cuerpo del venerado padre a los
hijos, que tuvieron la dicha de salvarlo de la profanación, y
al cual somos nosotros dichosos de haber podido rodear de
nuevos respetos y nuevos homenajes, Ponemos en medio
de los dignos sacerdotes de la Misión las reliquias de su
santo fundado!:;' de ese sacerdote al que podemos llamar
en verdad grande, porque todas las obras de su vida fueron agradables al Señor:
Ecce sacerdos magnus, qui in diebus suis placuit Domino. («He aquí un sacerdote
grande, que en sus días agradó al Señor»).
Es asimismo en nombre de los pobres, de los que en particular fue Vicente
protector y padre, como os devolvemos estos sagrados restos, tras haberlos
presentado a la inmensa población de una ciudad tan llena de sus recuerdos y de
los monumentos de su caridad. Viniendo a postrarse ante el presbiterio, sobre el
cual ha de reposar, como en otro tiempo, este amigo infatigable de los hombres,
todos podrán aplicar le, con una verdad dulce y consoladora, estas palabras del
salmista: Pobre él mismo, pero rico en fe, halló medio de aliviar todas las miserias,
adjuvit pauperem de inopia; sin otro crédito que el de la confianza otorgada a su
piedad, hizo degustar las dulzuras de la familia a quienes nunca las habrían sentido,
posuit sicut aves familias; se alegrarán los justos y aun el silencio de la iniquidad
hará público su triunfo, videbunt recti et laetabuntur, et omnis iniquitas oppilabit os
suum. (Los rectos lo ven y se alegran, mientras todos los malvados permanecen
callados (Sal 107, 42).
Monseñor -respondió el Superior General -, el triunfo público, solemne y
pacífico de un santo padre, en el siglo XIX y en mitad de esta gran ciudad, es una
especie de prodigio, que provoca nuestra admiración y que nuestro sobrinos
trabajosamente van a conciliar con la indiferencia hacia la religión, hoy por
desgracia demasiado común. Dios, que es admirable en sus santos, os eligió a Vos
para obrar este prodigio. Él fue quien os inspiró el generoso designio de reanimar la
fe de un pueblo numeroso, y de devolverlo al pensamiento de Dios con el
espectáculo imponente de los honores tributados a los preciados despojos de su
humilde servidor. ..
Ulises Maynard: "Vie de saint Vincente de Paul", IV, pp. 478-481.
Traductor: Luis Huerga, c.m.
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