Lo que no queremos del amor

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Texto y foto: Kattalin Miner / Traducción al castellano: Maialen Berasategi
Euskarazko orijinala irakurri
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Acabo de terminar la última obra de Mari Luz Esteban: 'Crítica del pensamiento amoroso'. No voy
a abordar temas tan profundos; aún tengo mucho que reflexionar, que procesar, que repensar. Es
cierto que ya tenía ganas de leer algo así, de toparme de frente con una lectura feminista del
amor, y debo decir que no me ha dejado indiferente.
Las feministas no hemos renunciado al amor. De hecho, no tenemos nada en contra del amor, ya
que nosotras también nos enamoramos locamente, igual que las demás. Eso sí: aunque lo
intentemos, es cierto que nos cuesta gestionar ese amor sin obedecer a la norma hegemónica.
Las feministas siempre hemos defendido que el amor romántico hegemónico ha perjudicado
mucho a las mujeres: sí, me refiero a esa idea del príncipe/la princesa azul; y qué decir del
concepto de media naranja o del odioso estribillo “sin ti no soy nada”. Podemos identificar
fácilmente la violencia con varias ideas asociadas al amor (y, más que nunca, ahora que se acerca
el 25 de noviembre), y, cuando nos paramos a reflexionar sobre el tema, nos suelen surgir
preguntas increíblemente largas y contradicciones profundas. No obstante, este libro me ha
ofrecido alguna que otra respuesta (o, seguramente, más preguntas) a esa otra pregunta que ya
me rondaba la cabeza desde hace tiempo: ¿cómo queremos o deberíamos querer las feministas?
He encontrado en diferentes espacios varias fórmulas que no me han convencido o no me han
funcionado. Ya tratamos de romper con la monogamia, pero, muchas veces, el llamado poliamor
no nos funcionó. Muchas rompimos también con la heteronorma y con la heterosexualidad
obligatoria, pero eso tampoco nos ha liberado a la hora de romper con todo lo que queríamos
romper (y qué decir sobre las contradicciones de las heteropracticantes feministas). Nos quisimos
deshacer de los términos “novia” (o “novio”), “pareja”, etc., pero tampoco hemos conseguido
encontrar la manera de nombrar a la que, al fin y al cabo, es nuestra pareja o nuestra novia, y, de
esta manera, hemos llegado incluso a desvirtuar a nuestra pareja, convirtiendo nuestras relaciones
en una especie de nebulosa. Tampoco nos gustó el término “amiga/o especial”, ya que sabemos
muy bien que existe algo (o mucho) más que eso.
Igualmente, hemos tratado de romper patrones. Ya no hacemos la maleta lésbica al segundo día
para irnos a vivir juntas sin pensárnoslo dos veces, y, a menudo, hemos postergado más de lo que
hubiésemos deseado eso de decir “te quiero”.
Pero todo eso no ha impedido que dijéramos y sintiéramos que estamos enamoradas. Las
feministas no hemos renunciado al amor. De hecho, no tenemos nada en contra del amor, ya que
nosotras también nos enamoramos locamente, igual que las demás. Eso sí: aunque lo intentemos,
es cierto que nos cuesta gestionar ese amor sin obedecer a la norma hegemónica.
Yo estoy enamorada desde hace un tiempo, no lo voy a negar. Tampoco me cuesta admitir que
estoy locamente enamorada, pero sí que me cuesta pensar en todo lo que eso implica. No
comprendo la frase “el amor puede con todo”. Quizás es que soy joven, será eso; y no sé si se
trata de una filosofía feminista o de una filosofía egoísta, pero debo decir que, al menos hasta el
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momento, esa fuerza del amor me ha durado sólo mientras las relaciones me aportaban algo
bueno. No se me da bien rescatar, ni luchar, ni aguantar. No me malinterpretéis; claro que lucho y
trato de cuidar, endulzar y embellecer lo que tengo con esa persona que está a mi lado (o delante,
o detrás, o encima o debajo); y tampoco le pido más a esa persona (siempre que le apetezca). Las
historias se viven, no se tienen. Yo no quiero tener una relación; quiero vivir mis relaciones,
sentirlas, amarlas (y eso lo extrapolo al resto de mis relaciones, sea con las amistades, con la
familia, o con cualquier otra persona); y, si no es así (y a esto me refería con lo del egoísmo), no
me interesan esas relaciones.
Hace tiempo decidí que quiero relaciones basadas en el cuidado. Pero Aspaldi erabaki nuen
zaintza oinarri duten harremanak nahi ditudala niretzat. No significa que “voy a estar ahí pase lo
que pase”, ni que voy a poner tu dolor, tus necesidades ni tus penas por encima de las mías. El
cuidado significa ponerse en un mismo nivel de relevancia a la hora de compartir algo. Cuidar a las
demás significa dejar que la cuiden a una
Trato de llevar hasta el final el concepto del cuidado (una idea que, últimamente, está volviendo a
cobrar fuerza entre nosotras). No dentro de los parámetros de dependencia o del “todo por ti”, no;
sino con la intención de que eso a lo que he denominado “egoísmo”, eso de dejar algo cuando ya
no me sirve, mantenga una coherencia en mí. Como ya tomé la decisión hace un tiempo, suelo
decir que quiero relaciones basadas en el cuidado. Una vez más, no me malinterpretéis: el
cuidado no consiste en hacerle un favor a una amiga cuando lo necesita; el cuidado es algo
mucho más complejo y grande. No significa que “voy a estar ahí pase lo que pase”, ni que voy a
poner tu dolor, tus necesidades ni tus penas por encima de las mías. El cuidado significa ponerse
en un mismo nivel de relevancia a la hora de compartir algo. Estar ahí. Cuidar a las demás
significa dejar que la cuiden a una; mostrar debilidad y fortaleza a un mismo nivel que las demás,
cuando así corresponda.
Yo aprecio muchísimo cuidar a mis amigas, y que ellas me cuiden a mí. Me siento muy especial y
afortunada por eso, y, cuando lo trasladamos a un parámetro más “íntimo”, o, digámoslo tal cual,
a una relación de pareja, también me hace sentir afortunada. Ése es el amor que quiero. Pero,
atención: la intención de practicar ese cuidado no te salva de perjudicar a alguien o de ser
perjudicada; pero también se puede hablar de eso.
El amor es algo muy hermoso. Sí, es así; tanto el amor entre amigas, como el amor denominado
como “de pareja”. Tiene la capacidad de convertir un simple desayuno en la cosa más especial
del mundo. Lo mismo ocurre con un buen vino o con una buena cena. Incluso caminar por la calle
puede convertirse en algo especial cuando se dispone de buena compañía. Y no quiero
extenderme en el tema de follar, en eso a lo que llaman “hacer el amor”. Quizás sea cuestión de
tópicos, o quizás se trate de ese peso que las feministas tratamos de quitarnos de encima, pero yo
no tengo ninguna duda: follar con esa persona que me vuelve loca y me apasiona no es lo mismo
que follar con cualquier otra persona. En ese caso, el amor es capaz de provocarte incluso
lágrimas.
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No voy a decir que yo tengo la solución, pero sí que sé lo que no quiero, y eso es lo que las
feministas debemos asimilar
De todos modos, mi percepción del amor no siempre ha estado relacionada con toda esa alegría
ni con todas esas cosas bonitas; y, con esta idea, quiero abordar el tema más agridulce que me ha
sugerido la obra 'Crítica del pensamiento amoroso'. Esteban, como antropóloga, suele valerse de
entrevistas para realizar su trabajo; en este caso, las ha utilizado para crear una etnografía muy
especial, y la última entrevista me ha afectado especialmente. Se trata de una entrevista a una
joven de 21 años y a un hombre(cillo) que es su pareja. Es justamente la última entrevista del libro,
y, yo que me disponía a terminarlo felizmente, me he topado de bruces con la dura realidad: las
feministas tampoco nos libramos.
Puede que mi heterofobia haya tenido algo que ver, pero, a medida que leía la entrevista, no podía
parar de repetir: “¡deja a ese capullo!”. Se trata de una tía feminista que tiene una relación con un
tío pseudo-majo pero juerguista, medio alcohólico, bastante baboso en ocasiones, y dudoso
cuidador. Y la chica con sus dudas. El chico, en cambio, bien tranquilo, haciendo poco o nada por
cuidar su relación; tranquilo, lejos de cualquier idea que implique trabajar y cuidar su relación. Y, a
mí, si algo me enfada es la falta de cuidado, aunque no haya malos tratos.
No sé, pero cuando se acerca el 25, tiendo (y tendemos muchas) a observar las relaciones
amorosas, y me acabo sintiendo inquieta. No voy a decir que yo tengo la solución, porque
probablemente no exista una solución mágica, y estoy segura de que muchas veces no he
acertado; pero sé, o, al menos, he ido aprendiendo qué es lo que no quiero, y eso es lo que las
feministas deberíamos asimilar. Siempre ha sido así, amo las utopías, y los caminos que vivimos
son precisamente los que nos sirven para construirlas, y nos pasamos el tiempo viviendo esos
caminos en contra de todo lo que no queremos. Deberíamos hacer lo mismo con el amor. Leed el
libro de Esteban, y seguid haciéndoos preguntas, seguid preguntándoos después de cada
entrevista: ¿qué haría yo si fuera esa mujer? Y seguid viviendo, pensando, y, por supuesto,
amando.
Entrevista a Mari Luz Esteban: "Se pueden hacer sacrificios por amor, pero siempre deben
ser temporales"
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