El fenómeno de la Revolución Cubana implicó un proceso

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La Revolución Cubana y los debates en torno al arte y la cultura
Un estudio de los primeros números de la Revista Casa de las Américas y las Memorias del Primer
Congreso Nacional de Escritores y Artistas de Cuba
Mara Steiner- Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires
[email protected]
Resumen:
El propósito de esta ponencia es el de abordar el impacto de la Revolución Cubana sobre el
campo del arte y la cultura en sus primeros dos años de existencia.
Nos proponemos una aproximación a esta problemática a partir del estudio de algunos
documentos que consideramos insoslayables. Sostenemos que en sus inicios, la Revolución
Cubana, habría promovido espacios para el debate acerca de cuáles debían ser las
manifestaciones artísticas a incorporar en el proyecto revolucionario. Sin embargo, estas
discusiones pronto adquirirían una dirección unívoca debido al impacto de las políticas socio
económicas sobre el terreno de la cultura.
Palabras clave: Revolución Cubana- Cultura- Arte- Debates
Con su obra América Invertida (1943), el pintor uruguayo Joaquín Torres García establecía
una declaración de principios. Así, desde una perspectiva plástica, abría el juego a la discusión
acerca de la dicotomía Norte-Sur, Centro-Periferia, Dominador-Dominado.
¿Qué pasa si pensamos al revés?, nos proponía Torres García con rebeldía en este gesto
estético/político. Si la hegemonía es el Norte, ¿Por qué no invertimos nuestro lugar en el
planisferio? ¿Por qué no transformar a América en un nuevo espacio geográfico? ¿Por qué no
cambiar las reglas del juego?
Cuba intentó dar ese grito radical de rebeldía de los pueblos de América Latina.
En enero de 1959 la isla se liberó de un cúmulo de dominaciones que la aprisionaban y
promovió cambios muy profundos en la vida de su pueblo, las relaciones sociales y las
instituciones. Reorganizó su propio mundo revolucionario.
Este trabajo sostiene que la Revolución Cubana en sus primeros dos años de existencia, abrió
espacios para el debate acerca de cuáles debían ser las manifestaciones artísticas a incorporar
en el proyecto revolucionario. Así, fue posible escuchar diversas voces en los espacios de
1
difusión cultural de la época. Estas discusiones pronto adquirirán una dirección unívoca
debido, en gran medida, al impacto que las políticas socio económicas (que guiaron el rumbo
de aquellos años) tuvieron sobre el terreno de la cultura.
Abordaremos esta problemática a partir del estudio de algunos documentos de la época.
En primer lugar, trabajaremos con los primeros doce números de la Revista Casa de las
Américas (Junio de 1960 hasta junio de 1962). Esta publicación, fundada en 1960 como
órgano de la institución homónima, se erigió como espacio privilegiado para la circulación de
ideas relativas al arte y la cultura en un momento en el que en América Latina masivamente
artistas, escritores y pensadores afirmaban sus vínculos con un país que invitaba al debate
acerca de cuáles debían ser las intervenciones estéticas y del pensamiento apropiadas en una
sociedad regional que buscaba su transformación.
Por otro lado, también abordaremos la Memoria del Primer Congreso Nacional de Escritores
y Artistas de Cuba, celebrado en agosto de 1961. Fue a partir de dicho congreso que se fundó
la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) con el fin de nuclear a los
artistas cubanos en pos de la construcción de la nueva sociedad.
Finalmente, trabajaremos con una serie de documentos históricos tales como las
Declaraciones de La Habana y Palabras a los Intelectuales de Fidel Castro e Informes
preparados por Cuba para la UNESCO.
Breve aproximación a la Revolución Cubana
El fenómeno de la Revolución Cubana implicó un proceso sumamente complejo. Analizarlo
en profundidad excede las posibilidades de este ensayo, pero dado que nos proponemos
abordar el impacto que la Revolución tuvo sobre el campo del arte y la cultura en sus
primeros años de existencia, creemos necesario comentar, a modos de un acotado recuento
histórico, los hechos principales que, desde el plano político y económico guiaron el cauce de
este fenómeno.
Cuando el 26 de julio de 1953 un grupo revolucionario asaltaba el Cuartel Moncada,
epicentro del ejército de Santiago de Cuba, comenzó el largo proceso que llevaría a la
Revolución. Si bien este episodio dejó muchos muertos y encarcelados, para Castro el único
camino posible era el de la lucha armada contra la dictadura. La acción fue una derrota militar
pero no política y propagó una ola de oposición al régimen y de simpatía al hecho.
En 1956 tuvo lugar el desembarco del Granma, el cual fue sucedido por una derrota y una
destrucción casi total de las fuerzas expedicionarias. A diferencia de lo que se esperaba, no
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hubo emergentes espontáneos insurreccionales en los distintos lugares de la isla.
Todavía llevaría tiempo comprender que la insurrección debía ser el resultado de una unidad
social y política estratégicamente diseñada.
Hacia fines de 1957 la lucha en contra de Batista había avanzado. La guerrilla fue
incorporando campesinos y comenzó a transformarse en un verdadero ejército.
Un año más tarde, el gobierno de Batista estaba corroído por la corrupción, desmoralizado por
el derramamiento de sangre y su posición se deterioraba.
Castro ya se había convertido en la figura principal de la oposición. La guerrilla se
diversificaba ocupando varias ciudades bajo el mando del Che Guevara y Camilo Cienfuegos,
mientras Castro entraba en Santiago.
A Batista no le quedó más opción que renunciar. Castro convocó a una nueva huelga general y
proclamó a Manuel Urrutia como presidente provisorio de Cuba (Acuña, 1972).
Entraron a La Habana cientos de guerrilleros barbudos y campesinos con uniformes rotos.
Para los Estados Unidos esta presencia implicaba una mezcla de temor y aprehensión.
La acusación de que eran todos comunistas los que conformaban el Ejército Rebelde no era
verdad, aunque los líderes, evidentemente se identificaban con la izquierda. Incluso Castro
mismo rechazó esa acusación y adujo que la Revolución Cubana no era una Revolución
comunista, que sus ideales se apartaban de la doctrina comunista, y finalmente que la
Revolución Cubana no era capitalista ni comunista sino una revolución propia.
Castro dijo la verdad y no había motivo para decir que no fuese sincero. Asimismo, se
comprometió con el desarrollo de una política de justicia social. Pero de hecho, Castro
manifestó su oposición a la solución totalitaria dispuesta por el modelo soviético del
socialismo, donde se garantizaba el pan pero se negaba la libertad. En ese momento, Castro
aspiraba a correrse de la bipolaridad de la Guerra Fría, pretendiendo colocarse en una tercera
posición (Mires, 2005).
Pero muchos sectores de la burguesía comenzaron a ser hostiles al observar que la Revolución
planteaba la reforma agraria, la diversificación del comercio, mejor distribución de la riqueza
y modificaciones inmediatas del nivel de vida. Castro firmó la resolución que establecía una
reforma agraria y creó, a su vez, el Instituto Nacional de Reforma Agraria. Claramente, esta
fue la primera medida que tocó múltiples intereses norteamericanos en Cuba.
Entretanto, el choque con los Estados Unidos era inminente. Dado que la economía de Cuba
estaba completamente subordinada al mercado norteamericano, la administración de
Eisenhower buscaba, a través de la implementación de medidas de impacto en la economía
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cubana, que el pueblo cubano considerara a su deterioro económico como consecuencia de las
acciones de Castro y lo responsabilizase de la caída estrepitosa de su economía.
Entonces, la Revolución orientó su política exterior a la búsqueda de un entendimiento con la
Unión Soviética, firmando acuerdos comerciales vinculados a la compra de grandes toneladas
de azúcar que beneficiaban a Cuba. Para la Unión Soviética los acuerdos económicos con
Cuba tenían un trasfondo político.
El siguiente capitulo en este derrotero entre los Estados Unidos y Cuba, fue la invasión a la
Bahía de los Cochinos en abril de 1961. Este violento episodio pergeñado por los Estados
Unidos terminó en una derrota para el gobierno norteamericano.
En aquel momento Castro pronunció un provocador discurso durante las honras fúnebres de
las víctimas. Allí proclamó, por primera vez, que la Revolución Cubana era una “Revolución
Socialista y democrática de los humildes”. El motor de esta proclama estuvo vinculado a un
intento, por parte de Castro, de garantizar cierta protección por parte de la Unión Soviética
ante la inminencia de futuros ataques norteamericanos a la isla.
Cuba no deseaba ser comunista. Su atadura económica a la Unión Soviética era consecuencia
del aislamiento forzado por los Estados Unidos. Es más, el gobierno cubano estaba interesado
en reestablecer el diálogo con la administración norteamericana. Quedaba claro que Cuba no
había hecho la revolución para convertirse en “satélite” del bloque socialista, ni pretendía
sustituir la dependencia de los Estados Unidos por las de la Unión Soviética.
Este período trajo para la economía de Cuba grandes perjuicios. Bajo presión de los Estados
Unidos muchos países se rehusaron a establecer vínculos comerciales con Cuba.
Castro fue obligado a abandonar el proyecto de rápida industrialización, acariciado por
Guevara, y reorientando sus directrices, volvió al énfasis de la producción de caña de azúcar.
La implementación de esta política evidentemente induciría a Cuba a establecer con la Unión
Soviética un vínculo económico del mismo tipo neocolonial mantenido con los Estados
Unidos hasta 1960.
Cultura en Revolución:
Al mismo tiempo en que se sucedía esta serie de acontecimientos dentro del plano político, el
gobierno Revolucionario iniciaba acciones vinculadas al campo del arte y la cultura.
Para formar cultura en revolución era necesario implementar espacios pensados y
desarrollados en tal sentido. Así, junto a la fundación de la Casa de las Américas (1959), se
crearon el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC, 1959), el Ballet
Nacional de Cuba (1960), la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (1961), la
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Escuela Nacional de Arte (1961), la Escuela de Instructores de Arte (1961), la Editorial
Nacional de Cuba (1962) y múltiples salas de exhibición.
Así, como sostiene Gilman, la ciudad de La Habana se convirtió en el espacio privilegiado
para el encuentro de escritores e intelectuales de América Latina.
Cuba se transformó en la gran anfitriona del mundo letrado. De hecho muchos intelectuales,
siguiendo el ejemplo del Che, se mudaron a La Habana.
Se vivían tiempos de efervescencia cultural en la isla. En este contexto, como mencionamos al
inicio, se creó la Revista Casa de las Américas. El desafío apuntaba a diseñar una publicación
bimensual que recogiera trabajos de intelectuales cubanos y extranjeros de modo de favorecer
el intercambio cultural y acercar a los pueblos latinoamericanos.
En el segundo número de la Revista (Agosto/Septiembre, 1960) nos encontramos con un
artículo del escritor y periodista Oscar Hurtado titulado El arte abstracto. El breve ensayo de
Hurtado responde a uno de los cuestionamientos que formaban parte de la agenda de
discusiones acerca de si la Revolución debía o no promover alguna manifestación estética
específica. Hurtado se lanza a una defensa del arte abstracto (debemos recordar que durante la
década del 50´ los centros artísticos más importantes de Europa y los Estados Unidos se
caracterizaron por un predominio de la abstracción. En Cuba la influencia del arte abstracto
adquirió forma a partir de la realización de la primera muestra conjunta, en 1953 en la galería
La Rampa, de un puñado de artistas que trabajaban en esta línea. Se trató del Grupo Los
Once, como se hicieron llamar debido al número inicial de participantes1).
Para Hurtado no tenía ningún sentido rechazar una tendencia artística en nombre de algún tipo
de utilidad social. Por el contrario, todas las manifestaciones estéticas debían participar del
proyecto que se iniciaba.
Este argumento de que el pueblo no comprende estas cosas descansa sobre una base falsa ya que el pueblo lo
comprende todo y la única condición indispensable es la de enseñárselo con frecuencia didáctica. ´Los obreros y los
campesinos no comprenden esas cosas`, suele decirse. Entonces inferimos con asombro que los obreros y los
campesinos han de permanecer en el mismo nivel mental, incapacitados para siempre: porque si inteligencia no les
falta y educación se les está suministrando ¿cómo negarles la capacidad de comprensión para una cosa hecha por el
hombre? (Hurtado, 1960).
Por aquellos días, Juan Marinello publicaba Conversaciones con nuestros pintores abstractos
(1960). Deviene necesario entonces hacer dialogar a Hurtado con Marinello.
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El Grupo Los Once estaba conformado por siete pintores y cuatro escultores: Guido Llinás, Hugo Consuegra, René Avila,
Antonio Vidal, Fayad Jamís, Tomás Oliva, Agustín Cárdenas, José Antonio Díaz Peláez, Francisco Antigua, Viredo Espinosa,
José Ignacio Bermúdez.
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Para Marinello el arte abstracto era un “hábito negativo”. El problema central que Marinello
vislumbra en el abstraccionismo es lo que él llama su “carácter antisocial”, “extranjero” y
“aristocrático”.
Si para Hurtado, como veíamos, era necesario desarrollar un proceso de educación para que
todo el pueblo pudiera acceder a la comprensión de tendencias estéticas alejadas del realismo,
para Marinello, el arte abstracto “distancia al arte de la general comprensión”. Lo primero
para llegar a los hombres, dice Marinello es el lenguaje inteligible “¿Cómo se sabrá que los
abstractos quieren participar en el ´drama del hombre´, si nadie puede enterarse de su
intensión?”.
Para Marinello no hay conciliación entre el abstraccionismo y la comprensión por parte del
pueblo. Por otra parte, arremete Marinello también a favor de la necesidad de que el arte
hable de “lo nuestro”. Asi, “el mejor antídoto contra el abstraccionismo es un arte de profundo
carácter nacional”.
Está claro que si entendemos la expresión artística como porción vital y dinámica de la vida de un pueblo, hemos de
querer que refleje sus más generales problemas. (…) Puede pedírsele (a nuestro pintor) que manifieste con lealtad y
buena hondura ese conjunto vario y rico que integra nuestro modo de ser nacional, con cuyo registro fiel se
defiende nuestra independencia y se mella la acción imperialista. Pero para tomar esta senda, lo primero es tornar a
lo figurativo, darle la mano a la realidad. Algunos aspectos de lo cubano habían sido certeramente sorprendidos
antes de la epidemia abstracta. Gentes como Víctor Manuel, Carlos Enríquez y Eduardo Abela lograron en su día
intensas traducciones nacionales aún cuando siempre dejaran la impresión de mostrarnos chispas de un incendio no
localizado. (…) La pintura que necesitamos debe ser sobre todas las cosas un gran lenguaje nacional. (Marinello,
1960)
Responde entonces Hurtado:
Y en cuanto a lo de extraer temas del suelo nativo como si el artista fuera un árbol (que lo haga el que así lo sienta),
voy a citar a Borges: ´No sé si es necesario decir que la idea de que una literatura debe definirse por los rasgos
diferenciales del país que la produce es una idea relativamente nueva; también es nueva y arbitraria la idea de que
los escritores deben buscar temas de sus países. Sin ir más lejos, creo que Racine ni siquiera hubiera entendido a
una persona que le hubiese negado el derecho al título de poeta francés por haber buscado temas griegos o latinos.
Creo que Shakespeare se habría asombrado si hubieran pretendido limitarlo a temas ingleses… el culto argentino
del color local es un reciente culto europeo que los nacionalistas deberían rechazar por foráneo´”. (Hurtado, 1960).
Estas discusiones vinculadas al carácter críptico del arte abstracto y a la participación del arte
dentro de un proyecto nacional se mantuvieron en los círculos intelectuales de la época.
En el número 4 de la Revista Casa de las Américas (Enero/febrero, 1961) aparece un artículo
de Eugene Ionesco titulado El teatro de vanguardia. La inserción de este trabajo está
claramente en concordancia con el pensamiento de Hurtado.
Si bien Ionesco se refiere a la creación teatral en específico, su propuesta puede desplegarse
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sobre todo el campo del las artes en general.
Sostiene Ionesco que el artista no es un pedagogo. El teatro responde a una exigencia del
espíritu del hombre y no necesita hacerse comprender. Más aún, es requisito, afirma Ionesco,
desplegar la imaginación por encima de todas las consideraciones externas tales como el
destino de la obra, su popularidad o la necesidad de ilustrar determinada ideología.
El llamado teatro popular es en realidad más bien impopular. Es un teatro orgullosamente impuesto, de arriba abajo
por una “aristocracia” dirigente , por una categoría de iniciados que saben por anticipado, o creen saberlo, lo que el
pueblo necesita y le exige que no necesite más de lo que ellos quieren que necesite y que no piense más que lo que
ellos piensan. La obra de arte libre, es paradójicamente por su mismo carácter, individualista y a pesar de su
apariencia insólita, la única que surge del corazón de los hombres, a través del corazón de un hombre; es la única
que expresa verdaderamente al pueblo. (Ionesco, 1961)
Es de notar que la Revista Casa de las Américas haya publicado artículos como el de Hurtado
o el de Ionesco. Sostenemos que esta aparición fue posible debido a la coyuntura histórica en
que fue escrita, es decir, un contexto político social que aún permitía estas disquisiciones,
pero que pronto cambiaría su rumbo.
El tema que recorre con insistencia estos trabajos es el de la necesidad de delimitar un
itinerario estético para la Revolución.
Junto al artículo de Hurtado leemos un breve texto de Faustó Masó (quien era en aquel
momento editor de la Revista). Allí, Masó discurre acerca del rol del escritor y el artista
revolucionario: “Un escritor puede ser un buen escritor y no ser un buen revolucionario. Y un
revolucionario no necesariamente es un buen escritor. Y un buen escritor y un buen
revolucionario a veces no es tan buen escritor revolucionario, y más allá, una literatura hecha
en tiempos de revolución, a su vez puede ser literatura por su continuidad con el pasado y no
ser revolucionaria por su incomprensión del presente”. (Masó, 1960).
Jaime García Terrés, en el número 4 de la Revista Casa de las Américas (Enero/febrero, 1961)
también se preguntaba cuál debía ser el papel de los intelectuales. Afirma García Terrés:
Lo que no cabe en ningún caso son las reglas generales, ni las imposiciones de hecho o de derecho, ni el chantaje
moral o material. (…) en todo momento he creído que el secreto de la eficacia intelectual radica en el libre
despliegue de sus facultades, en su lealtad para consigo mismo, en su espontánea, instintiva exploración de la
realidad y de su propia hondura. Semejante creencia no podría conciliarse con la admisión de una pauta general que
pretendiera confundir peculiaridades inconclusas, frustrando el albedrío creador (García Terrés, 1961).
En este aparente juego de palabras de Masó y en las afirmaciones de García Terrés, estaba en
discusión uno de los temas centrales que hizo eclosión hacia junio de 1961 cuando el
gobierno revolucionario decidió reunir a un grupo de artistas cubanos (escritores, músicos,
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artistas plásticos, cineastas) los días 16, 23 y 30 de junio de 1961, en el Salón de Actos de la
Biblioteca Nacional “José Martí” y discutir allí libremente sobre el problema candente de la
libertad de expresión.
El Gobierno Revolucionario estuvo representado por Fidel Castro, el Presidente Dorticós,
Armando Hart (que en aquel momento era Ministro de Educación) y por algunas otras
personalidades como Carlos Rafael Rodríguez. Este encuentro concluyó con el discurso de
Castro que se publicó con el título Palabras a los intelectuales.
Como sostiene Portuondo (1974), ésta es la primera formulación de la política cultural de la
Revolución.
Esta reunión entre el liderazgo político y un grupo de artistas e intelectuales surgió a raíz de
un acontecimiento que había tenido lugar pocos meses antes. Nos estamos refiriendo a la
prohibición de un documental titulado PM que Orlando Jiménez y Sabá Cabrera Infante
filmaron en 1961.
Se trató de un film que, realizado a la manera del Free cinema, intentaba mostrar la vida
nocturna de La Habana: la gente en los bares, cantando, bailando, bebiendo y divirtiéndose.
El documental se proyectó sin pena ni gloria en el programa Lunes en televisión, del canal 2,
pero cuando se pretendió proyectarlo en la pantalla grande, el ICAIC lo prohibió aduciendo
que la película expresaba tendencias ajenas y aún contrarias a la revolución. Supuestamente la
película no gustó porque daba una imagen libre y fácil de la vida en La Habana en momentos
en los que se suponía a la ciudad en estado de alerta, esperando una invasión.
Lo cierto es que PM fue la primera obra de arte sometida en Cuba a acusaciones de índole
política, llevada a juicio histórico y condenada por contrarrevolucionaria.
A raíz de los debates suscitados por la prohibición y de la generalizada incertidumbre sobre
las directivas revolucionarias para el arte y la cultura, tuvo lugar el encuentro en la Biblioteca
Nacional.
Debemos recordar que estos acontecimientos dentro del plano cultural se corresponden con el
derrotero que en el terreno político vivía Cuba por aquel entonces: la invasión a la Bahía de
los Cochinos (abril de 1961) y el anuncio por parte de Castro de que le Revolución Cubana
era una Revolución Socialista. Lo cual marcó abiertamente la aproximación de Cuba a la
Unión Soviética.
Del discurso de Castro Palabras a los Intelectuales, se suele resaltar una frase que se
convirtió en sintomática: “Dentro de la Revolución todo; fuera de la Revolución ningún
derecho”. Se trata de un discurso cargado de una ambigüedad tal que tanto defensores como
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detractores han podido extraer de él argumentos para defender sus posiciones.
Quedaba claro que Cuba no sólo se aproximaba a la Unión Soviética en términos político/
económicos sino también en cuestiones vinculadas al arte y la cultura.
Vale recordar aquí algunos aspectos de la política cultural llevada a cabo por los líderes
soviéticos. Cierto es que Marx y Engels se interesaron por el realismo de su tiempo y
particularmente por la obra de Balzac. El realismo contribuía para ellos a correr el velo que
ocultaba la realidad burguesa. Si bien para Marx y Engels esto no significaba que hubiera que
absolutizar el realismo como la única forma posible de arte, interpretaciones posteriores así lo
entendieron (Sánchez Vázquez, 1983).
Para Lenin quedaba claro que la literatura cumplía una función social ideológica importante,
especialmente en la ayuda que puede prestar al proletariado hacia la toma de conciencia de su
verdadera situación. Así, entendía que el arte debía tener un contenido ideológico directo de
modo de ser útil a la Revolución, aunque estuviera ligado a formas expresivas tradicionales.
De todos modos, lejos estaba Lenin de pretender dirigir, uniformar o regimentar la creación
artística.
La Revolución Rusa encontró un fuerte apoyo por parte de una multiplicidad de artistas (entre
los que figuraban Kandisnky, Chagall, Malevich, Gabo, entre otros), mientras que la dirección
de la política cultural, artística y educativa quedó en manos de Lunacharsky.
Como sostiene Sánchez Vázquez, los artistas de izquierda, como se denominaban a sí mismos
los que querían servir con su arte a la revolución, enfatizaban la necesidad de romper con el
pasado artístico, y en algunos casos se rebelaban incluso contra el arte. Su deseo de ruptura e
innovación tendía a crear un nuevo lenguaje con el que pretendían hablar a las masas.
Lunacharsky estableció una unión natural entre realismo y socialismo que culminó en las
teorizaciones de Lukacs convirtiéndose así en arma de regimentación artística en el Realismo
Socialista (aunque este desencadenamiento no era el propugnado originalmente por
Lunacharsky, para quien la dirigencia no debía imponer sus gustos y preferencias a los
artistas).
Volviendo al contexto cubano, dos meses después del encuentro en la Biblioteca Nacional y
del discurso de Castro Palabras a los intelectuales, entre los días 18 y 22 de agosto de 1961,
se celebró el Primer Congreso Nacional de Escritores y Artistas de Cuba.2
2
El temario del Congreso contenía los siguientes puntos:
1) La responsabilidad creadora de los escritores y artistas ante la Revolución y el pueblo de Cuba.
a) Recuperación y desarrollo de la tradición cultural cubana y su integración en la cultura universal.
b) Conservación, depuración, utilización e impulso de nuestro folklore.
c) La crítica sincera y honesta como medio para situar y mejorar la obra de los escritores y artistas.
d) Acercamiento recíproco entre los escritores y artistas y el pueblo
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Al recorrer las Memorias del Congreso, veremos que las discusiones que se suscitan dialogan
con problemáticas similares a las que preocupan a los diversos autores de la Revista Casa de
las Américas.
Los frentes de debate que se recorren con énfasis en las ponencias presentadas en el Congreso
abordan cuestiones vinculadas al modo en que la Revolución puede contribuir a la
conformación de una cultura nacional; a las dicotomías implicadas en los estilos artísticos que
se debían adoptar y aquellos que era necesario rechazar; y por último a las cuestiones
relacionadas a la mayor o menor libertad que la Revolución otorgaría al intelectual y a los
artistas.
Al nacimiento del “Hombre Nuevo” debía acompañarlo el surgimiento de una cultura nueva.
Al menos ésta era la creencia de muchos de los intelectuales cubanos que expusieron en el
Congreso. Algunos de los interrogantes cuestionaban cuáles debían ser los caminos a recorrer
para alcanzar este propósito. ¿Era necesario barrer con toda forma anterior de cultura?
¿Podían conservarse algunas de las manifestaciones estéticas surgidas con anterioridad? En
ese caso, ¿cuáles y bajo qué criterio serían seleccionadas algunas y desterradas otras?
En su informe, Nicolás Guillén vuelve su rostro hacia el modo en que se conformó el
entramado social en Cuba. Nos recuerda Guillén que tras la conquista de América y la
consiguiente eliminación de la población indígena, vino en su lugar, el negro traído desde
Haití.
Por ese camino, sostiene Guillén, a través del contacto entre lo que llegó de España y lo que
fue obligado a llegar a Cuba desde Africa, pudo haberse hallado entonces, y puede
encontrarse ahora, una expresión nacional de cultura.
Quedaba claro para él que una Revolución, más tarde o más temprano, transforma plenamente
la vida cultural de un país. Pero, inmediatamente surge la pregunta de si esto significa que una
revolución deba ser estreno de una cultura o descubrimiento inaugural de una cultura. Seguro
que no, sostiene Dorticós.
Una Revolución que esté empeñada en transformar la vida cultural de un país debe comenzar precisamente por
recoger purificándolo, evaluándolo con sentido histórico todo el acervo cultural de la nación. Una Revolución que
se hace contra las peores tradiciones de un país, en el orden cultural, aunque esto parezca paradoja, debe comenzar
e) Sobre diversas formas de expresión artística.
2) Intercambios, contactos y cooperación de los Intelectuales y Artistas Cubanos con los de Latinoamérica y de todos los
países del Mundo, en defensa de una cultura popular, la soberanía nacional y la paz universal.3) Problemas de la organización
de la Asociación de Escritores y Artistas Cubanos.
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por mantener y salvar la buena tradición cultural de ese país. (…) Nuestra cultura habrá de encontrar sus propios
caminos, pero en contacto con todas las manifestaciones de la cultura universal. (Dorticós, 1961)
Guillén, por su parte, apoya esta forma de entender el proceso que se inicia. Y desde una
perspectiva leninista, sostiene que es necesario recoger toda la cultura que ha dejado el
capitalismo y construir con ella el socialismo. “Es decir que una clase dada no puede crear su
propia cultura si no toma y asimila lo que en su desarrollo ha creado la humanidad hasta el
advenimiento de esa clase”. (Guillén, 1961)
¿Volver la mirada a la cultura de los pueblos que conformaron el entramado social de la isla?
¿Barrer con todo lo anterior y generar una cultura revolucionaria nueva? ¿Sería esto posible?
¿Mantener del otro lo que me sirve y transformarlo?
Ya el Manifiesto Antropofágico brasilero escrito por Oswald de Andrade en 1928, sostenía la
necesidad de incorporar la alteridad (la cultura del conquistador). Y lo hacía metafóricamente
a través del gesto antropofágico: deglutir las formas de arte de origen europeo y
transformarlas para ponerlas al servicio se una cultura brasilera.
El objetivo primordial del Manifiesto Antropófagico es el de empalmar la experiencia
cotidiana brasileña con una tradición heredada. Ahora bien, el problema, está en cómo
lograrlo sin exigir la eliminación del otro; cómo poseer una actitud crítica y superadora con
respecto a la cultura extranjera, pero sin desecharla de raíz, completamente. La actitud debe
ser la de absorber la cultura del “enemigo” para transformarla. En pocas palabras, devorar al
otro para lograr lo propio. En esta misma tradición se insertan las propuestas de Dorticós y
Guillén.
El segundo tema que recorre con insistencia varias de las alocuciones del Congreso está
vinculado, tal como mencionamos más arriba, con la pregunta acerca de cuáles debían ser los
estilos estéticos a adoptar en virtud de lograr una mejor comunicación con el pueblo.
Se reflota en el Congreso la polémica que circuló por las páginas de los primeros números de
la Revista Casa de las Américas, a la que hicimos referencia antes. ¿Arte abstracto? ¿Arte
figurativo? ¿Cuáles serían las formas estéticas de la revolución?
José Antonio Portuondo advierte sobre lo siguiente:
La demagogia puede llevarnos a creer que no habrá novela socialista en donde no haya, por lo menos, media
docena de tractores, y que ningún poema será digno de la Revolución Socialista si no contiene consignas como
‘Patria o Muerte, venceremos’, etc. Yo creo que tenemos que estar plenamente convencidos de que esto no es así.
Por el contrario tenemos que esforzarnos por huir de todo cartelismo. Lo fundamental es que el artista, asimile,
haga carne y sangre propias las experiencias de esta nueva etapa que estamos viviendo. Que asimile profundamente
la nueva concepción de la realidad; que estudie y trabaje, que se identifique con el pueblo. (Portuondo, 1961)
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Para Carlos Rafael Rodríguez la pregunta por el “destino” de la obra de arte era fundamental.
Sostiene Rodríguez:
La cuestión no resulta fácil puesto que en las últimas décadas ha existido en Cuba, como en todas partes, una
tendencia a considerar que en la incomunicabilidad está uno de los signos de auténtica grandeza de la obra literaria.
Y de la otra parte andan los epígonos del facilismo aquellos para quienes la literatura al servicio del pueblo viene a
equipararse con literatura al por mayor, negligente y barata (Rodríguez, 1961).
En sintonía con el pensamiento de Rodríguez, afirma Guillén que la creencia de que escribir
para el pueblo supone facilismo chabacano, es reaccionaria.
Citando a Lenin afirma que a los obreros les gusta todo lo que les gusta a los intelectuales,
pero que para algunos intelectuales había que darle al pueblo siempre lo viejo y resabido.
No es cierto, enfatiza Guillén, que el pueblo hay que hablarle “en necio para darle gusto”: “Al
pueblo debemos darle lo mejor de nuestro espíritu, de nuestra técnica, de nuestra inteligencia,
de nuestro trabajo, en fin, seguros de que él entiende y sabe lo que le damos y lo reconoce y
agradece” (Guillén, 1961).
Por último, el otro eje de debate que se recorre con énfasis en las Memorias, está vinculado a
las preocupaciones en torno al grado de libertad que la Revolución otorgaría al intelectual y a
los artistas.
Ante la pregunta de hasta qué punto la instauración del socialismo afecta la libertad del
escritor, Carlos Rafael Rodríguez responde: “No es hora de acogerse a la trinchera de la
polémica y responderle a los que tienen tales inquietudes preguntándoles cuál es la libertad
que lograron bajo el imperialismo. Lo que hace falta es ir al fondo del asunto y demostrar en
qué consiste la verdadera libertad del creador” (Rodríguez, 1961).
La insistencia con que estos temas fueron tratados en el Congreso da cuenta del espacio que
ocupaban en la agenda de discusiones entre intelectuales, artistas y dirigentes.
Por otro lado, como mencionamos más arriba, los interrogantes en torno a la libertad de
expresión estaban a la orden del día. La alocución de Guillén está claramente en sintonía con
las Palabras a los intelectuales de Castro. Así, si para Castro la creación sería apreciada a
través del “prisma del cristal revolucionario” porque es un “derecho del Gobierno
Revolucionario”, para Guillén también la libertad creativa estaría sujeta a los intereses
revolucionarios.
En un artículo del número 9 de la Revista Casa de las Américas, Manuel Díaz Martínez hace
referencia a una muestra del pintor Servando Cabrera Moreno, artista que había transitado
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diversos estilos. Luego de un viaje por Europa, a mediados de la década del 40´, Cabrera
Moreno había adoptado algunos de los estilos en boga en el viejo continente tales como el
cubismo, el surrealismo y la abstracción. Pero luego del 59´, sus temas se vincularon
claramente con la Revolución.
Díaz Martínez ve en la obra de Cabrera Moreno la posibilidad de vincular al arte con los
temas sociales.
Servando Cabrera Moreno abrió su exposición. En ella expuso cuadros cuyos títulos reflejan su contenido:
“Rebeldes de la Sierra Maestra”, “Zafra del Pueblo”, “Playa Girón”, “Declaración de La Habana”. En estos cuadros
se ve, por encima y por debajo del contenido (de evidente exaltación revolucionaria), la mano y la sensibilidad de
un artista serio (…) Con esta exposición, Cabrera ejemplificó dos verdades: que se puede hacer buen arte con los
temas que proporciona la Revolución, y que no hay traición contra el arte cuando se evoluciona con sentido y
responsabilidad de lo que se hace, de una pintura desvinculada de los temas sociales, hacia una pintura metida de
lleno en tales asuntos. Decimos esto último porque Cabrera Moreno era un pintor que antes de la Revolución hacía
surrealismo y ahora incluso ganando en calidad formal, hace realismo revolucionario. (Díaz Martínez, 1961)
En este sentido, una obra de esta índole representaba para algunos círculos intelectuales, la
posibilidad tan buscada y ansiada de alcanzar una síntesis entre el Pueblo, la Revolución y el
Arte.
Observaciones finales
Una isla pequeña en medio del Caribe, y a unos pocos metros de la gran potencia, fue durante
el período que nos ocupa, un espacio convulsionado y palpitante.
La Revolución venía a proponer una experiencia vital nueva para América que era vivida para
algunos como deseable, y para otros, amenazante.
Las tensiones con los Estados Unidos y el apoyo buscado en la Unión Soviética, dibujaron en
Cuba una geografía de inestabilidad, temor y, al mismo tiempo, de fe.
En las primeras décadas del siglo XX, luego de la guerra entre Estados Unidos y España por
la independencia de Cuba, se comenzó a forjar una historiografía cubana nacionalista en
donde la epopeya de la guerra de la independencia y la vida y obra de sus próceres fue
descripta de un modo apologético. Tuvo lugar un proceso de “limpieza” de los héroes: Martí,
Maceo, Gómez emergieron como seres impolutos.
La historiografía opuesta era de tendencia anexionista: sostenía que el pueblo cubano no
estaba preparado para ser independiente y debía, por lo tanto, anexarse a los Estados Unidos.
La Revolución de 1959 rescata la historiografía nacionalista: la historia pasa a ser el
fundamento teórico e ideológico de la Revolución Cubana. La Revolución es presentada como
13
un proceso que tiene una continuidad desde 1898.
Para
los líderes revolucionarios del 59’ Cuba adquiere su verdadera independencia con la
Revolución Cubana ya que consideran que la República anterior, la que se extiende entre
1902 y 1958, no era tal en la medida en que participaba de la Constitución Cubana la
Enmienda Platt.3
En estas páginas nos hemos propuesto poner en diálogo los temas que preocupaban a los
actores del campo cultural de la época.
Como afirmamos al inicio, sostenemos que la Revolución Cubana en sus primeros dos años
de existencia, propuso espacios abiertos al debate en torno al desarrollo de la actividad
cultural. Sin embargo, sosteníamos también al comienzo de este trabajo, que ese carácter de
apertura al diálogo y el debate se fue cercenando poco a poco en la medida en que los
acontecimientos acaecidos en el plano político y económico impactaban en el campo de la
cultura. El punto de inflexión tuvo lugar sin dudas, a partir de la declaración de la Revolución
Cubana como una Revolución Socialista, luego de la invasión a la Bahía de los Cochinos en
abril de 1961. La aproximación a la Unión Soviética fue un intento por garantizar un
salvoconducto ante las amenazas y los ataques por parte de los Estados Unidos.
Unos meses más tarde, las Palabras a los intelectuales de Castro dejarán su huella en la
actividad artística y cultural de la isla.
Tan sólo unos meses antes de aquel discurso de Castro era posible escuchar la voz de Hurtado
o García Terrés en la Revista Casa de las Américas afirmando que no tenía ningún asidero
limitar la actividad artística bajo la bandera de la “utilidad social”. Era posible también leer a
Ionesco sosteniendo que el arte no puede jamás ser impuesto desde una “aristocracia
dirigente”. Estas voces se irán acallando.
En las Memorias del Primer Congreso Nacional de Escritores y Artistas de Cuba los debates
se fueron tornando más monolíticos.
La voz de Guillén, como presidente del Congreso, sintetizaba de un modo contundente el eje
de las discusiones. Para Guillén era necesario darle forma a una “auténtica” cultura nacional,
y, al mismo tiempo, era imperiosa la construcción de una forma estética que ligara “arte y
pueblo” y que respondiera sólo a las libertades que la Revolución estaba dispuesta a otorgar.
Las alocuciones del Congreso están cargadas de paradojas. Todas las voces afirman la
necesidad de la conformación de una “auténtica” cultura nacional. Pero no todos coinciden en
el modo para llegar a ella.
3
La Enmienda Platt garantizaba los derechos de los Estados Unidos a intervenir en los asuntos políticos de Cuba
según sus intereses.
14
Afirma, por otro lado, Guillén, que al pueblo hay que darle lo mejor de nuestro acervo
cultural, seguros de que él entiende. Y sostiene que el artista de la Revolución será libre para
crear sus obras. Pero esa libertad, en la misma alocución de Guiilén, presenta limitaciones.
¿Cómo definir una cultura nacional? ¿Debe estar ligada a lo étnico, a lo racial? ¿Una
Revolución puede apropiarse de la cultura universal para construir luego la propia? Y ¿Bajo
qué parámetros es posible medir aquello que el pueblo puede asimilar y aquello que no?, y
atribuirse esa capacidad, ¿no implica ejercer una forma de discriminación velada? En otras
palabras, el supuesto “respeto” por la especificidad del otro ¿no es una manera de reafirmar la
propia superioridad?
Estas discusiones que se iniciaron en los documentos que hemos estudiado, se irán volcando
poco a poco hacia ejes de debate monolíticos. Como mencionamos, el impacto de las acciones
llevadas adelante en el plano económico y político, repercutió, como no podía ser de otro
modo, en el terreno de la cultura.
Sensatas palabras como las de Desnoes en un artículo el número 9 de la Revista Casa de las
Américas, serán pronto en Cuba el recuerdo de un futuro que no pudo ser:
Colocado ante el objeto artístico no queda otra alternativa que entregarse a la experiencia estética. No hay que
temer a nada, porque los cuadros o las esculturas no van a darnos una bofetada o enterrarnos un cuchillo. Tampoco
nos van a pedir que traicionemos a nuestros amigos o reneguemos de nuestros principios morales. El arte es un
mundo en el cual el hombre puede sentirse plenamente cómodo. El arte es un mundo que nunca rechaza al hombre.
Sólo ante una obra de arte yo me siento totalmente humano (Desnoes, 1961).
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-Desnoes, E. (1961) “8 Pintores y Escultores” en Casa de las Américas No. 9, noviembre-diciembre, 1961.
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-Ionesco, E. (1961) “El teatro de vanguardia” en Revista Casa de las Américas, Vol. No. 4, Enero/Febrero, 1961,
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