a crisis humanitaria de los niños yunteros centroamericanos

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El Observatorio, 20 de septiembre de 2014.
Centro de Estudios de Migraciones Internacionales (C.E.M.I), Universidad de La Habana
L
a crisis humanitaria
de los niños yunteros
centroamericanos
Dra. Eliana Cárdenas Méndez
Profesora-Investigadora, Universidad
de Quintana Roo.
“Carne de yugo ha nacido, más
humillado que bello, con el cuello
perseguido con el yugo para el cuello;
nace como la herramienta a los golpes
destinado de una tierra descontenta y
un insatisfecho arado”.
El
niño
yuntero, famoso poema del célebre
poeta español, Miguel Hernández, que
tiene como protagonista genérico a los
niños campesinos que padecen desde
el
nacimiento,
todo
tipo
de
atribulaciones en la más absoluta
marginal, bien podría haber sido escrito
como elegía para dar cuenta del drama
de la niñez en Centroamérica a lo largo
y ancho de la historia de la región.
Recientemente ha salido a la luz,
publicitada
en
los
medios
de
comunicación en los términos de una
“crisis humanitaria”, para dar cuenta de
la migración forzada de cientos de
miles
de
niños
y
niñas
centroamericanos – se habla de una
cálculo redondo de 57 mil infantesque viajan solos hacia los Estados
Unidos, desde octubre del 2014 (90%
más que en el mismo periodo el año
anterior) menores expuestos a un
sinnúmero de peligros y víctimas de
trata y tráfico de personas. El problema
no es nuevo y las causas, referidas
principalmente a la pobreza y al
recrudecimiento de la violencia de las
pandillas sobre todo en Guatemala, El
Salvador y Honduras, no han surgido
espontáneamente, son el resultado de
a una larga cadena de acontecimientos
que tienen en su origen las profundas
asimetrías y reflejo de la continuidad de
las injusticias estructurales.
Es muy curioso en este contexto hablar
de “crisis humanitaria”, sin dejar de
advertir el carácter paradojal del
término en un par de sentidos. Desde
el punto de vista semántico es una
contradicción en sus propios términos
porque, tal como lo indica el diccionario
de la RAE, está compuesto del griego
crisis, que significa fractura, ruptura y
del latín humanitas que resalta el
carácter bondadoso y benigno del
género cuando acude en auxilio para
aliviar a las personas aquejadas por
guerras o cualquier otra calamidad; es
una incongruencia sobre todo en
palabras del presidente de los Estados
Unidos, Barack Obama, quien apela al
término crisis humanitaria, para solicitar
al Congreso una partida de 3. 700
millones de dólares, para hacer frente a
la migración forzada de los menores
centroamericanos. La elipsis retórica
sería que, la migración de infantes
precisa ayuda humanitaria, por la
ausencia de políticas de protección de
los derechos de los niños, tanto en los
países de origen, de tránsito y de
destino.
El Observatorio, 20 de septiembre de 2014.
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Pero quizá revelar el desajuste
semántico nos ayude a comprender
que en efecto, si se trata de una crisis
humanitaria, en el sentido literal de
fractura de la bondad y de todos
aquéllos valores que ennoblecen las
relaciones humanas y en este caso las
relaciones entre países. Una crisis
humanitaria que reconoce dentro de
sus componentes conflictos políticos,
feminización y criminalización de la
migración así como la exacerbación de
los controles migratorios en aras de la
seguridad nacional norteamericana.
Migración forzada y pandillas
La mortífera mezcla de pobreza,
violencia, pandillas, migración infantil
tiene su origen más reciente en las
luchas contrainsurgentes de los años
80,
del
siglo
pasado,
en
Centroamérica.
Todos
los
medios
y
algunos
especialistas insisten en indicar que el
éxodo de menores hacia los Estados
Unidos, es un desplazamiento forzoso
generados por los niveles delictivos y la
presión del flagelo de las pandillas
criminales, arropadas bajo el membrete
“Mara Salvatrucha” en alusión a dos
bandas enemigas y enfrentadas entre
sí, la MS13 y MS 18. Los casos de
Guatemala y El Salvador ilustran la
gravedad de esta violencia. En este
último país las peticiones de asilo por
violencia ya superan a las de los
refugiados por conflictos bélicos de la
época de las guerras civiles. Es
pertinente recordar que desde los años
60 la región vivió una guerra de baja
intensidad que alcanzó los picos más
altos en la década de los 80 en
Guatemala, que obligó a cerca de 350
mil indígenas mayas a cruzar la
frontera de México huyendo de la feroz
persecución del programa tierra
arrasada, un programa genocida
implementado por el gobierno de facto
guatemalteco de Efraín Ríos Mont, con
el apoyo político y económico-militar de
los Estados Unidos, contra las
comunidades mayas, acusadas de
servir de base social a la guerrilla del
EGP (Ejército Guerrillero de los
Pobres); el entonces presidente
norteamericano, Richard Nixon, negó el
caso y ensalzó a Ríos Montt como un
gran hombre de su tiempo. La
contienda dejó miles de muertos y
desaparecidos y cerca de un millón de
exiliados entre los que se cuentan 40
mil refugiados que cruzaron la frontera
de México huyendo de los kaibiles, un
comando especializado del ejército
guatemalteco.
La implementación de la guerra sucia
en El Salvador, apoyada y financiada
por los Estados Unidos, a los gobiernos
de la región para el combate contra el
comunismo, dejó un saldo aproximado
de 75 mil
personas muertas y
desaparecidas. En aquélla época se
calcula –porque no hay cifras exactasque cientos de miles de personas
debió abandonar su lugar de residencia
y lo hicieron familias enteras con niños
pequeños, otros menos afortunados
migraron solos, buscando llegar a los
Estados Unidos en búsqueda de un
familiar porque sus padres habían sido
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asesinados
o
porque
estaban
encarcelados; la migración infantil se
invisibilizó por las escenas las terribles
de la guerra. Al igual que muchos
chicos de la migración irlandesa,
italiana,
o
los
jóvenes
afrodescendientes,
los
pequeños
centroamericanos encontraron en las
calle de ciudades como Los Angeles,
New-york o Chicago, un espacio de
socialización y en la pandilla su nueva
familia o familia extensa; la intensidad
de las jornadas laborales, de los
padres muchas veces indocumentados,
viviendo una vida clandestina, los niños
se criaron en la calle, agrupados en
pandillas, siempre en conflicto con otra,
en un mecanismo inherente a toda
identidad juvenil. Los medios de
comunicación
reportaban
la
preocupación
del
gobierno
estadunidense por el incremento de las
pandillas
y
los
violentos
enfrentamientos;
resaltando las
peculiaridades distintivas de estas
agrupaciones juveniles, como los
tatuajes, signos con las manos.
A raíz de los atentados del 11 de
septiembre los migrantes reemplazaron
al comunista como el enemigo que
construyen todos los sistemas para
buscar cohesión de grupo, y lo
reemplazaron con la figura del
migrante.
Los
migrantes
fueron
declarados personas non gratas,
criminales potenciales y una amenaza
para la Unión Americana. A finales de
los años 90, cientos de esos
muchachos que habían llegado y se
habían criado en los Estados Unidos,
remitidos de Guatemala, El Salvador,
debido a la situación del conflicto
armado y, muchachos procedentes de
Honduras que habían llegado huyendo
de la pobreza lacerante que azota a
ese
país,
fueron
apresados,
esposados, encadenados con grilletes
y embarcados en aviones a sus países
de origen. Los deportados llegaron en
plena adolescencia a
países
ciertamente desconocidos. Muy poco y
casi nada recordaban, no conocían a
los familiares, no reconocían las calles
de San Salvador o Tegucigalpa y
hablaban
un
español
bastante
defectuoso.
La llegada de estos adolescentes
especialmente en El Salvador y
Honduras tuvo gran influencia. Con su
presencia vigorizaron las pequeñas
agrupaciones
pandilleriles
que,
especialmente
en
países
como
Honduras, tenían una larga data. El
conocimiento del inglés, y venir
deportados de ese lugar casi mitológico
que es Estados Unidos en la región;
así como la vestimenta, los tatuajes;
adicionalmente
poseedores
de
conocimiento y destreza en el manejo
de armas, y acostumbrados a violentos
combates callejeros, fueron elementos
que, en un contexto de pandilleros de
barrio habrían de transformar la
estructura de las bandas juveniles.
Trajeron con ellos el enemigo que en
última instancia daba soporte a su
identidad. Así, los muchachos locales,
reditaron su resentimiento social
afiliándose a la MS13 o a la MS18.
Ese es el origen de esas temibles
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pandillas que se han convertido en un
verdadero azote sobre todo para los
migrantes
que
en
altísima
vulnerabilidad, siguen arriesgando la
vida para alcanzar el sueño americano.
Ahora no se trata solo de muchachos,
guapos de barrio que roban o matan
por unos tenis o un celular; se han
convertido en un eslabón de la
delincuencia organizada que se ha
visto obligada a redireccionar las rutas
del narcotráfico, debido al férreos
controles por el mar Caribe. El crimen
organizado que opera como una
transnacional con un comercio y
actividades
diversificada,
(robo,
extorsión, venta de armas, secuestro
sicariato) utiliza a estas bandas
juveniles y los migrantes se han
convertido en botín, dentro de una
larga cadena de ilícitos. Según fuentes
periodísticas a finales del 2003 había
36 mil integrantes de pandillas en
Honduras; en El Salvador 10 mil
quinientas; en Guatemala 14 mil y en
Nicaragua 4.500.
El escenario social es complejo: Las
guerras centroamericanas dejaron
expoliadas las economías de la región,
y la migración ha llegado a acentuarse
de tal manera que según el Censo del
2013 en El Salvador, reportaba que
cerca de la mitad de su población
residía en otro país, especialmente en
Estados Unidos; con la intensidad
migratoria de connacionales,
los
países han perdido también parte de
su capital social. Recientemente el
clima social se ha complejizado
negativamente, debido a la firma de
Tratados de Libre comercio; en
condiciones
de
pobreza,
con
tecnológicas incomparables con la
contraparte firmante, solo les queda
entregar los recursos y un ejército de
mano de obra acogida en contratos
laborales chatarra; en este contexto, a
principios de la presente década se
abre un nuevo capítulo de la migración,
la feminización de la migración y
subsecuentemente el aumento de
niños que migran solos a los Estados
Unidos enfrentando los peligros y los
oprobios en el tránsito por México, uno
de los corredores migratorios más
grandes del mundo.
La feminización de la migración
A todos los componentes anteriores –
quiebre de las economías locales,
desempleo, pobreza y violencia- y la
emergencia
figuras
empresariales
como las maquilas o la agroindustria en
la frontera mexicana o en Estados
Unidos, que demanda mano de obra
femenina, sostenida en imaginarios de
género que divide el trabajo intelectual
del trabajo manual y por lo tanto
contratan a las mujeres argumentando
que son, por naturaleza, aptas para
trabajos
manuales,
minuciosos,
repetitivos y de paso, las empresas,
reducen costos de producción.
Las mujeres centroamericanas en
condiciones de pobreza extrema en
sus países han emprendido en
contingentes la ruta migratoria que
otrora fuera solo camino de mano de
obra masculina. Viajan mujeres de
todas las edades, pero la migración de
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madres
casadas,
solteras,
adolescentes, ha agravado la situación
de los infantes. Los niños han quedado
al
cuidado
mayoritariamente
de
abuelas, o algún otro familiar o amigo y
aunque reciben remesas para su
manutención, casi siempre adolecen de
la falta de una figura identitaria de
autoridad plena. Aunque el ideal de
toda madre migrante es la reunificación
de sus hijos en el país donde
encuentra
empleo
y
mejores
condiciones sociales, sin embargo no
siempre es un sueño que alcance la
mayoría y más bien encontramos niños
que han sufrido abandono, abuso,
violencia intrafamiliar, un contexto que
situación que ha contribuido al
engrosamiento de las pandillas, a
donde ingresan los menores buscando
una familia y su protección.
El sistema de redes
Los Estados Unidos de Norteamérica
han sido históricamente, para
los
centroamericanos, el punto privilegiado
de destino, de ahí el progresivo
aumento de personas que han cruzado
la frontera a lo largo del siglo XX con
picos elevados durante los conflictos
armados. Esta historicidad de la
migración ha creado un sistema de
redes que han disminuido de alguna
manera, los avatares y las dificultades
del cruce migratorio irregular. Este
sistema de redes ha generado un
circuito donde circulan mensajes,
información,
contactos
para
la
seguridad y coronar con éxito los
lugares de destino de los migrantes y
enganchar trabajo. Paralelamente se
ha robustecido las organizaciones que
trafican de personas. Las madres
aprovechan estos canales para reunir a
la familia y mandar a traer a los niños
pequeños, un acto desesperado que
tiene la imagen que vemos en los
medios de comunicación y que llaman
crisis humanitaria.
La migración es
seguridad nacional
un
asunto
de
Desde los atentados del 11 de
septiembre a las torres gemelas, en
New York, el tema migratorio, siempre
espinoso en las agendas políticas tanto
de México como de Centroamérica se
trocó en un asunto de seguridad
nacional y de paso se criminalizó la
migración.
En estas circunstancias es claro que se
trata de una crisis humanitaria, en el
sentido literal del término, pues los
recursos que solicita el gobierno de
Obama no contribuyen a mejorar las
condiciones económicas de los países
quebrantados por la intervención
política, económica y militarmente,
directa del país vecino del norte. En el
actual escenario político, la migración
es en un tema de seguridad del
Estado, por lo tanto, la apuesta del
gobierno de los Estados Unidos
consiste en aumentar los controles
migratorios,
entiéndase
por
ello
cárceles, policías, muros de la infamia
para dividir territorios y marcar
fronteras, amén de rigidizar las puntos
normativos más controvertidos como la
iniciativa de la Ley Arizona, por
ejemplo, que da un cheque en blanco a
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la policía para que detenga a cualquier
persona en razón de su fenotipo racial;
en estos momentos sin ningún
miramiento,
los
menores
son
enseñados en los medios televisivos
con dispositivos de seguridad en
muñecas o tobillos y contraviniendo
los derechos humanos de los niños. El
mensaje
del
vicepresidente
norteamericano Joe Biden no hace
ninguna concesión por tratarse de
menores y anunció que serán
deportados. De no reconocer, que el
tema de los niños migrantes no
acompañados, tiene sus atenuantes en
las asimétricas relaciones de Estados
Unidos con los países de la región y
responsable directo en la intervención
del conflicto armado y el colapso de
las economías locales. De no advertir
que el problema migratorio no es sólo
un asunto de seguridad nacional, y que
precisa
de
responsabilidades
y
compromisos económicos en la región,
no es posible prever una solución ni a
corto plazo ni a mediano plazo.
De manera inmediata tenemos en
puertas la deportación masiva de los
infantes, como sucedió con los
adolescentes; en este contexto es fácil
vaticinar la victimización de los niños
solos en sus casas debido a la
ausencia de los padres, que han salido
tras el sueño americano; a merced de
los pandilleros, como víctimas de la
contienda en las luchas por el control
del territorio, (una esquina para asaltar,
el horario del tren -la bestia- para
asaltar y violar a los migrantes) o
víctimas del reclutamiento forzoso.
A estas alturas del camino pienso de
nuevo en el poema de Miguel
Hernández: Ya podemos responder de
donde sale el martillo verdugo de esta
cadena, sin embargo me pregunto y
me pregunto ¿quién salvará estos
chiquillos menores que granos de
avena? que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.
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