UNIVERSIDAD DE ALCALÁ Facultad de Medicina Departamento de Especialidades Médicas SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD TESIS DOCTORAL Autor: Hilario Blasco Fontecilla Directores: Jerónimo Sáiz Ruiz Enrique Baca García Abril, 2006 Agradecimientos Mi profunda gratitud y reconocimiento al Prof. Jerónimo Sáiz Ruiz por avalar y apoyar en todo momento la elaboración de esta tesis, así como por la ayuda en los aspectos prácticos y logísticos de la misma. Mi cariño y respeto al Prof. Enrique Baca-García por su ayuda constante y estímulo. Mi agradecimiento, asimismo, a Marta Reyes Torres y Marta Baca Reyes por el valioso tiempo que les he robado de disfrutar de su marido y padre, respectivamente. También he de expresar mis agradecimientos a las siguientes personas: A mis compañeros residentes de Psiquiatría del Hospital Ramón y Cajal, especialmente a mis coresidentes (Dolores Braquehais Conessa, Luis Jiménez Treviño, Antonio Ramírez García), por los buenos y los malos ratos compartidos y por permitirme rotar un año en Inglaterra, facilitándome la realización de una tesis doctoral europea. También al resto de compañeros involucrados en el ambicioso proyecto de la investigación en suicidio diseñado por el Dr. Enrique Baca García y la Dra. Carmen Díaz-Sastre y auspiciado por el Dr. Jerónimo Sáiz Ruiz, especialmente a Eloy García Resa y Antonio Ceverino Dominguez y, en general, a todos mis excompañeros del Hospital Ramón y Cajal. A la fundación Castilla del Pino, por concederme una beca de especialización en Psiquiatría Infantil en Londres (Instituto de Psiquiatría) y que permitió la elaboración de una parte importante de esta tesis. Al Dr. Bob Jezzard, por su constante estímulo en el desarrollo de la tesina Childhood and adolescent precursors of antisocial personality disorder durante mi estancia en Inglaterra. A Elena Hernández Blázquez y Ana Espinosa Muñoz, bibliotecarias del Hospital Dr. R. Lafora, por su desinteresada ayuda a la hora de encontrar artículos y facilitarme las copias “de prueba” de la presente tesis. A los representantes de los laboratorios Elli Lilly (Álvaro Rincon y África Martos) y Sanofi-Synthelabo (Javier Camino) por su inestimable ayuda con el servicio SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD bibliográfico de sus empresas. Mercedes Pérez Rodríguez, por su generosa ayuda en la maquetación de esta tesis y en los artículos en los que hemos colaborado. A todas las personas del servicio reprográfico del Hospital Dr. R. Lafora, por su inestimable ayuda a la hora de encuadernar las versiones preliminares de la tesis. A todos mis compañeros actuales del Hospital Dr. Rodriguez-Lafora y especialmente al Dr. Juan de Dios Molina Martin y a la Dra. Silvia González Parra por aguantar estoicamente los comentarios sobre las constantes postergaciones en la entrega de esta tesis. A la Dra. Montserrat Caballero, por su amistad sincera. Al Dr. Fernando Cañas de Paz por su disposición a la ayuda en cualquier problema relacionado con mi trabajo actual. A todas las personas (pacientes y controles) que han permitido todos los estudios que nuestro grupo realiza en torno al suicidio y que esperamos algún día pueda plasmarse en una disminución de los comportamientos suicidas. A la gente de mi “cuadrilla”, por olvidar que casi me olvido de ellos y que, probablemente sin ellos saberlo, me han sido de gran apoyo en los momentos difíciles, especialmente Unai Rentería Santamaría, Hugo Tobío Suárez y Haritz Urberuaga Gallastegui. A mis amigos de Madrid y aledaños, especialmente a Mónica Leira Sanmartin, Eduardo Barbudo del Cura, Antonio Ceverino Domínguez, Antonio Ramírez García, Agustin Madoz Gúrpide, Jose Manuel Barjau, Delio Guerro Prado, Ana Valero, Estrella Salvador, Juan Moreno, Esther de Grado, Carmen Rodriguez Barrantes e Isabel Feliu Hernández. Al resto de amigos y conocidos que se hallan quedado en el tintero por omisión involuntaria. A Paula Barreiro López, por los momentos felices compartidos, que fueron muchos. A toda mi familia. Especialmente, a mis padres (Hilario y Manuela) y hermanas (Maria del Mar y Rosa) por su cariño incondicional, porque han estado ahí siempre y siempre lo seguirán haciendo. Al pequeño Gaizka, por ser la ilusión de toda una familia. Y al pequeñísimo Imanol, que continua sus pasos. Hilario Blasco Fontecilla Índice de abreviaturas ACP Análisis de componentes principales AFE Análisis factorial exploratorio CATI Coolidge Axis II Inventory CIE-10 Clasificación Internacional de las Enfermedades (décima edición) DAPP-BQ Dimensional Assessment of Personality Pathology-Basic Questionnaire DIB Diagnostic Interview for Borderline Patients DIB-R Diagnostic Interview for Borderline Patients-Revised DIPD-IV Diagnostic Interview for DSM-IV Personality Disorders DSM-IV Diagnostic Statistical Manual (fourth edition) FET Fisher´s Exact Test IASR-B5 Extended Interpersonal Adjective Scales IIP-PD Inventory of Interpersonal Problems (Personality Disorder scales IPDE-SQ International Personality Disorder Examination-Screening Questionnaire IRS Índice de Reajuste Social MCMI-III Millon Clinical Multiaxial Inventory-III MMPI-PD Minnesota Multiphasic Personality Inventory Personality Disorder Scales NEO-PI-R NEO-Personality Inventory-Revised PAI Personality Assessment Inventory PACL Personality Adjective Check List PAS Personality Assessment Schedule PCL-R Psychopathy Checklist-Revised PDI-IV Personality Disorder Interview-IV PDQ-IV Personality Disorder Questionnaire-IV SCID-II Structured Clinical Interview for DSM-IV Axis II Personality Disorder SDIP-IV Structure Interview for DSM Personality-IV SIFFM Structured Interview for the Five-Factor Model SNAP Schedule for Nonadaptive and Adaptive Personality TCI Temperament-Character Inventory TAP Trastorno de personalidad antisocial TC Trastorno de conducta TDAH Trastorno por déficit de atención e hiperactividad SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD TLP Trastorno límite de la personalidad TO Trastorno oposicionista de la infancia TP Trastorno de la personalidad TPQ Tridimensional Personality Questionnaire WHO World Health Organization WISPI Wisconsin Personality Inventory Hilario Blasco Fontecilla INDICE ÍNDICE 1 INTRODUCCIÓN .............................................................................................................................................. 7 2 PERSONALIDAD............................................................................................................................................. 13 2.1 INTRODUCCIÓN Y ETIMOLOGÍA .................................................................................................................... 13 2.2 PERSONALIDAD Y PERSONA. ........................................................................................................................ 15 2.3 CONCEPTOS DE TEMPERAMENTO, CARÁCTER Y PERSONALIDAD DESDE UN PUNTO DE VISTA CIENTÍFICO ..... 18 2.3.1 Temperamento..................................................................................................................................... 18 2.3.2 Carácter .............................................................................................................................................. 19 2.3.3 Personalidad ....................................................................................................................................... 20 2.3.4 Conclusión .......................................................................................................................................... 22 2.4 TEORÍAS DE LA PERSONALIDAD ................................................................................................................... 22 2.4.1 Teorías fisiognómicas, frenológicas y constitucionales ...................................................................... 24 2.4.1.1 2.4.1.2 2.4.1.3 2.4.1.4 Johann Kaspar Lavater (1741-1801).................................................................................................................24 Franz Josef Gall (1758-1828) ...........................................................................................................................24 Ernst Kretschmer (1888-1964) .........................................................................................................................25 William Sheldon (1898-1977) ..........................................................................................................................26 2.4.2 Teorías conductuales........................................................................................................................... 27 2.4.3 Teorías cognitivas ............................................................................................................................... 29 2.4.4 Teorías psicoanalíticas ....................................................................................................................... 30 2.4.5 Teorías interpersonales....................................................................................................................... 42 2.4.6 Teorías estadísticas (factoriales y multivariantes).............................................................................. 44 2.4.7 Teorías neurobiológicas...................................................................................................................... 55 2.4.8 2.4.9 2.4.10 Teorías fenomenológicas..................................................................................................................... 65 Teorías socioculturales ....................................................................................................................... 66 Teorías integradoras. .......................................................................................................................... 66 2.4.2.1 2.4.2.2 2.4.2.3 2.4.3.1 2.4.3.2 2.4.4.1 2.4.4.2 2.4.4.3 2.4.4.4 2.4.4.5 2.4.4.6 2.4.4.7 2.4.4.8 2.4.4.9 2.4.4.10 2.4.4.11 2.4.4.12 2.4.5.1 2.4.5.2 2.4.5.3 2.4.5.4 2.4.6.1 2.4.6.2 2.4.6.3 2.4.6.4 2.4.6.5 2.4.6.6 2.4.7.1 2.4.7.2 2.4.7.3 2.4.7.4 2.4.7.5 2.4.7.6 2.4.10.1 1 Ivan Petrovich Pavlov (1849-1936)..................................................................................................................28 B.F. Skinner (1904-1990).................................................................................................................................28 Otros .................................................................................................................................................................29 Aaron T. Beck (1921-)......................................................................................................................................29 Otros .................................................................................................................................................................30 Sigmund Freud (1856-1939).............................................................................................................................31 Karl Abraham (1877-1925) ..............................................................................................................................34 Wilhem Reich (1897-1957) ..............................................................................................................................35 Otto Fenichel (1897-1957) ...............................................................................................................................35 Carl Gustav Jung (1875-1961)..........................................................................................................................36 Alfred Adler (1870-1937).................................................................................................................................37 Karen Horney (1885-1952)...............................................................................................................................38 Erich Fromm (1921-1989)................................................................................................................................38 Erik Erikson (1905-1990).................................................................................................................................39 Heinz Kohut (1913-1981) ............................................................................................................................39 John Gunderson............................................................................................................................................39 Otto Kernberg ..............................................................................................................................................40 Harry Stack Sullivan (1892-1949)....................................................................................................................42 Timothy Leary (1920-1996) .............................................................................................................................43 Lorna S. Benjamin............................................................................................................................................43 Otros .................................................................................................................................................................44 R. B. Guilford ...................................................................................................................................................45 Teoría de R.B. Catell (1905-1998) ...................................................................................................................46 Teoría de H.J. Eysenck (1916-1997) ................................................................................................................48 Gray..................................................................................................................................................................51 Teoría de los cinco factores (Five-Factor Model).............................................................................................51 Otros .................................................................................................................................................................55 Precursores: teorías humorales .........................................................................................................................56 A. Thomas, S. Chess y H. Birch .......................................................................................................................57 S. Diamond.......................................................................................................................................................58 A. Buss y R. Plomin .........................................................................................................................................58 C. Robert Cloninger..........................................................................................................................................59 Otros .................................................................................................................................................................64 Theodore Millon ..........................................................................................................................................66 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 2.5 DESARROLLO DE LA PERSONALIDAD ........................................................................................................... 71 2.6 INSTRUMENTOS DIAGNÓSTICOS .................................................................................................................. 73 2.6.1 Cuestionarios autoadministrados basados en rasgos de personalidad ............................................. 77 2.6.1.1 Cuestionario para la evaluación dimensional de la patología de la personalidad (Dimensional Assessment of Personality Pathology-Basic Questionnaire, DAPP-BQ) .................................................................................................. 77 2.6.1.2 Cuestionario de personalidad adaptativa y no adaptativa (Schedule of Nonadaptive and Adaptive Personality, SNAP) 78 2.6.1.3 Cuestionario de personalidad NEO-revisado (NEO Personality Inventory-Revised) ...................................... 78 2.6.1.4 Cuestionario tridimensional de personalidad (Tridimensional Personality Questionnaire, TPQ) .................... 79 2.6.1.5 Inventario temperamento-carácter (Temperament-Character Inventory, TCI)................................................. 79 2.6.1.6 Inventario de personalidad Maudsley (Maudsley Personality Inventory, MPI) ............................................... 80 2.6.1.7 Cuestionario de personalidad de Eysenck revisado (Eysenck Personality Questionnaire Revised, EPQ-R).. 80 2.6.1.8 The Karolinska Scales of Personality (KSP).................................................................................................... 80 2.6.2 Cuestionarios autoadministrados basados en diagnósticos .............................................................. 81 2.6.3 Entrevistas basadas en rasgos de personalidad ................................................................................. 83 2.6.2.1 2.6.2.2 2.6.2.3 2.6.2.4 PDQ-IV) 2.6.2.5 Cuestionario Clínico Multiaxial de Millon-III (Millon Clinical Multiaxial Inventory-III, MCMI-III) ............ 81 Cuestionario Coolidge para el eje II (Coolidge Axis II Inventory, CATI)....................................................... 82 Cuestionario de personalidad multifásico de Minnesota (MMPI-2) ................................................................ 82 Cuestionario para la evaluación de Trastornos de la personalidad (Personality Disorder Questionnaire-IV, 83 Cuestionario para la evaluación de la personalidad de Morey (1992).............................................................. 83 2.6.3.1 La entrevista tridimensional de estilos de personalidad (Tridimensional Interview of Personality Style, TIPS) 84 Cuestionario de evaluación de la personalidad (Personality assessment schedule, PAS) ................................ 84 Entrevista diagnóstica para pacientes borderline (Diagnostic Interview for Borderline Patients, DIBP)......... 85 Entrevista diagnóstica para el narcisismo (Diagnostic Interview for Narcissism, DIN) .................................. 86 Psychopathy Check List-Revised (PCL-R)...................................................................................................... 86 2.6.3.2 2.6.3.3 2.6.3.4 2.6.3.5 2.6.4 Entrevistas semiestructuradas basadas en diagnósticos ................................................................... 87 2.6.4.1 La entrevista estructurada para trastornos de la personalidad del DSM-revisada (Structured Interview for DSM Personality-IV, SIDP-IV-R) .................................................................................................................................... 88 2.6.4.2 La entrevista estandard de personalidad (Standardized Assessment of Personality, SAP) .............................. 89 2.6.4.3 La entrevista clínica estructurada para el DSM, eje (Structured Clinical Interview for DSM-IV Axis II Personality Disorder, SCID-II).......................................................................................................................................... 89 2.6.4.4 La entrevista diagnóstica para los trastornos de la personalidad del DSM-IV (The diagnostic Interview for DSM-IV Personality Disorders, DIPD-IV) ....................................................................................................................... 90 2.6.4.5 El examen internacional de los trastornos de la personalidad (International Personality Disorder Examination, IPDE) 90 3 TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD ................................................................................................... 93 3.1 DEFINICIÓN ................................................................................................................................................. 93 3.2 FIABILIDAD Y VALIDEZ DEL CONCEPTO DE TRASTORNO DE LA PERSONALIDAD ........................................... 95 3.3 EPIDEMIOLOGÍA ........................................................................................................................................... 98 3.4 PRINCIPALES MODELOS DE LOS TRASTORNOS DE PERSONALIDAD ............................................................. 102 3.4.1 Teoría temperamental: E. Hirt.......................................................................................................... 103 3.4.2 Teorías fenomenológicas/descriptivas .............................................................................................. 103 3.4.2.1 3.4.2.2 3.4.3 3.4.3.1 Emil Kraepelin y Eugene Bleuler .................................................................................................................. 103 Kurt Schneider ............................................................................................................................................... 104 Teoría cognitivas .............................................................................................................................. 105 Pretzer y Beck................................................................................................................................................ 105 3.4.4 Teorías psicoanalíticas: Otto Kenberg ............................................................................................. 105 3.4.5 Teoría interpersonal: Lorna Benjamín ............................................................................................. 107 3.4.6 Teoría evolutiva: Millon & Davis..................................................................................................... 108 3.4.7 Marco neurobiológico ...................................................................................................................... 110 3.5 CLASIFICACIÓN DE LOS TRASTORNOS DE PERSONALIDAD ......................................................................... 112 3.5.1 Problemas de las clasificaciones ...................................................................................................... 112 3.5.1.1 Dimensional vs categorial.............................................................................................................................. 113 3.6.2.1 3.6.2.2 Diferenciación conceptual del trastorno antisocial de la personalidad (TAP) y la psicopatía ........................ 119 Clínica............................................................................................................................................................ 127 3.5.2 Clasificaciones internacionales (DSM y CIE) .................................................................................. 116 3.6 TIPOS DE TP .............................................................................................................................................. 118 3.6.1 Introducción...................................................................................................................................... 118 3.6.2 TP Antisocial..................................................................................................................................... 119 3.6.3 2 TP Límite .......................................................................................................................................... 128 Hilario Blasco Fontecilla INDICE 3.6.4 TP Histriónico................................................................................................................................... 130 3.6.5 TP Narcisista..................................................................................................................................... 131 3.6.6 TP Paranoide .................................................................................................................................... 132 3.6.7 TP Esquizoide.................................................................................................................................... 133 3.6.8 TP Esquizotípico ............................................................................................................................... 134 3.6.9 TP Evitativo....................................................................................................................................... 136 3.6.10 TP anancástico.................................................................................................................................. 137 3.6.11 TP dependiente.................................................................................................................................. 138 3.6.12 Otros TPs .......................................................................................................................................... 139 3.7 PRECURSORES DEL TRASTORNO DE LA PERSONALIDAD ANTISOCIAL (TAP) ............................................... 141 3.7.1 Precursores psicopatológicos ........................................................................................................... 142 3.7.1.1 Trastorno de conducta (DSM-IV)/Trastorno disocial de la infancia (ICD-10) ..............................................142 3.7.1.1.1 Trastorno de conducta de inicio precoz y tardío .......................................................................................145 3.7.1.1.2 Correlaciones y factores etiológicos .........................................................................................................148 3.7.1.1.3 Persistencia del trastorno de conducta ......................................................................................................149 3.7.1.1.4 Trastorno oposicionista desafiante de la conducta (TO) ........................................................................154 3.7.1.1.5 Hiperactividad ..........................................................................................................................................154 3.7.1.1.6 Continuidades y discontinuidades.............................................................................................................155 3.7.1.1.7 Interacción entre hiperactividad y Trastorno Oposicionista/Trastrono de conducta .................................156 3.7.1.2 Trastorno depresivo mayor y ansiedad ...........................................................................................................158 3.7.2 3.7.3 Temperamento y sesgos neurocognitivos .......................................................................................... 158 Influencias medioambientales ........................................................................................................... 161 3.7.4 3.7.5 3.7.6 3.7.7 Genes e interacción genes-medio ambiente ...................................................................................... 167 Otros factores.................................................................................................................................... 169 Factores protectores ......................................................................................................................... 171 Modelos del desarrollo del TAP........................................................................................................ 171 3.7.3.1 3.7.3.2 3.7.3.3 3.7.3.4 3.7.3.5 3.7.7.1 3.7.7.2 3.7.7.3 4 Educación parental .........................................................................................................................................162 Psicopatología de los padres y emparejamiento entre "iguales” .....................................................................164 Disputas maritales y violencia en la pareja.....................................................................................................164 Maltrato infantil..............................................................................................................................................165 Factores socioculturales..................................................................................................................................166 Modelos de psicopatía infantil........................................................................................................................172 Modelos de psicopatía y TAP en el adulto .....................................................................................................173 Proposición teórica de un modelo de TAP en varones....................................................................................177 LA CONDUCTA SUICIDA. .......................................................................................................................... 185 4.1 INTRODUCCIÓN .......................................................................................................................................... 185 4.2 BREVE RECESO HISTÓRICO DEL SUICIDIO. .................................................................................................. 187 4.3 ESPECTRO DEL COMPORTAMIENTO SUICIDA............................................................................................... 189 4.4 MÉTODOS DE SUICIDIO ............................................................................................................................... 192 4.5 FACTORES DE RIESGO SUICIDA ................................................................................................................... 193 4.5.1 Factores psicosociales de riesgo suicida .......................................................................................... 195 4.5.1.1 4.5.1.2 4.5.1.3 4.5.1.4 4.5.1.5 4.5.1.6 4.5.1.7 4.5.1.8 4.5.1.9 4.5.1.10 4.5.1.11 4.5.1.12 4.5.1.13 4.5.1.14 4.5.1.15 4.5.1.16 4.5.1.17 4.5.1.18 4.5.1.19 4.5.1.20 4.5.1.21 3 Edad................................................................................................................................................................196 Sexo................................................................................................................................................................199 Orientación sexual ..........................................................................................................................................203 Raza e inmigración .........................................................................................................................................204 Aislamiento social y familiar..........................................................................................................................206 Medio rural o urbano ......................................................................................................................................206 Variaciones regionales....................................................................................................................................207 Factores climáticos .........................................................................................................................................207 Nivel educativo y cultural...............................................................................................................................208 Clase social ................................................................................................................................................209 Situación laboral ........................................................................................................................................210 Profesión ....................................................................................................................................................212 Estado civil.................................................................................................................................................213 Enfermedad médica....................................................................................................................................215 Religión......................................................................................................................................................217 Estrés y acontecimientos vitales.................................................................................................................217 Guerras.......................................................................................................................................................218 Crisis económicas y sociales e Industrialización........................................................................................219 Régimen político ........................................................................................................................................219 Instituciones (prisión, hospitales generales) ...............................................................................................220 Servicio militar...........................................................................................................................................221 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 4.5.1.22 4.5.1.23 4.5.1.24 4.5.2 Suicidios colectivos. El pacto suicida........................................................................................................ 221 Modelos suicidas e imitación. Suicidio epidémico.................................................................................... 223 Tatuajes ..................................................................................................................................................... 224 Marcadores clínicos de riesgo suicida ............................................................................................. 225 4.5.2.1 Suicidio y enfermedad mental........................................................................................................................ 225 4.5.2.1.1 Trastornos afectivos ................................................................................................................................. 226 4.5.2.1.1.1 Trastorno depresivo mayor ............................................................................................................... 227 4.5.2.1.2 Trastorno bipolar...................................................................................................................................... 230 4.5.2.1.3 Alcoholismo y otras toxicomanías ........................................................................................................... 231 4.5.2.1.4 Esquizofrenia ........................................................................................................................................... 234 4.5.2.1.5 Trastornos de la conducta alimentaria (TCA) .......................................................................................... 237 4.5.2.1.6 Ansiedad .................................................................................................................................................. 239 4.5.2.1.6.1 Introducción...................................................................................................................................... 239 4.5.2.1.6.2 Trastorno de pánico (TP).................................................................................................................. 239 4.5.2.1.6.3 Agorafobia........................................................................................................................................ 242 4.5.2.1.6.4 Fobia social....................................................................................................................................... 243 4.5.2.1.6.5 Fobias específicas/simples................................................................................................................ 244 4.5.2.1.6.6 Trastorno de ansiedad generalizada (TAG) ...................................................................................... 244 4.5.2.1.6.7 Trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) ............................................................................................ 245 4.5.2.1.6.8 Trastorno dismórfico corporal/dismorfofobia................................................................................... 246 4.5.2.1.6.9 Estrés postraumático (TEPT)............................................................................................................ 247 4.5.2.1.6.10 Trastornos conversivos ................................................................................................................... 249 4.5.2.1.6.11 Trastornos disociativos ................................................................................................................... 250 4.5.2.1.6.12 Trastorno de somatización (síndrome de Briquet) .......................................................................... 251 4.5.2.1.6.13 Otros ............................................................................................................................................... 251 4.5.2.1.7 Ludopatía ................................................................................................................................................. 251 4.5.2.2 Otros marcadores clínicos de riesgo .............................................................................................................. 253 4.5.2.3 Marcadores biológicos................................................................................................................................... 257 5 PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO ........................................ 261 5.1 INTRODUCCIÓN .......................................................................................................................................... 261 5.2 TRASTORNOS DE PERSONALIDAD DEL CLUSTER B Y SUICIDIO .................................................................... 271 5.2.1 Trastorno de personalidad Narcisista (TPN) ................................................................................... 271 5.2.2 Trastorno de la personalidad límite (TLP) ....................................................................................... 274 5.2.2.1 El papel del abuso .......................................................................................................................................... 281 5.7.1.1 5.7.1.2 5.7.1.3 5.7.1.4 Trastorno depresivo mayor (TDM)................................................................................................................ 317 Síndrome depresivo ....................................................................................................................................... 321 Depresión breve recurrente ............................................................................................................................ 322 Trastorno bipolar (TAB) ................................................................................................................................ 323 5.2.3 El trastorno antisocial de la personalidad (TAP)............................................................................. 283 5.2.4 El trastorno histriónico/histérico de la personalidad (THP) ........................................................... 286 5.3 TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD DEL CLUSTER A Y SUICIDIO ............................................................. 287 5.3.1 Trastorno paranoide de la personalidad (TPP)................................................................................ 288 5.3.2 Trastorno esquizoide de la personalidad.......................................................................................... 288 5.3.3 Trastorno esquizotípico de la personalidad (TSP) ........................................................................... 289 5.4 TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD DEL CLUSTER C Y SUICIDIO .............................................................. 290 5.4.1 Trastorno evitativo de la personalidad (TEvP) ................................................................................ 292 5.4.2 Trastorno de la personalidad obsesivo- compulsivo/anancástico (TPOC)....................................... 293 5.4.3 Trastorno de la personalidad dependiente (TPD) ............................................................................ 294 5.5 LA PERSONALIDAD SUICIDA ....................................................................................................................... 294 5.6 DIMENSIONES DE LA PERSONALIDAD, RASGOS COGNITIVOS Y SUICIDIO ..................................................... 296 5.6.1 Impulsividad, agresividad y agresión impulsiva............................................................................... 299 5.6.2 Hostilidad ......................................................................................................................................... 305 5.6.3 Inestabilidad afectiva y regulación afectiva ..................................................................................... 306 5.6.4 Rasgos de personalidad obsesivos e histéricos................................................................................. 308 5.6.5 Otros rasgos de la personalidad y factores relacionados................................................................ 309 5.7 COMORBILIDAD ENTRE EL EJE I Y EL EJE II Y EL SUICIDIO .......................................................................... 313 5.7.1 Trastornos afectivos.......................................................................................................................... 316 5.7.2 5.7.3 5.7.4 5.7.5 5.7.6 4 Trastorno relacionados con substancias .......................................................................................... 323 Trastornos de ansiedad..................................................................................................................... 326 Trastornos alimentarios (TA) ........................................................................................................... 331 Esquizofrenia .................................................................................................................................... 335 Otros trastornos................................................................................................................................ 336 Hilario Blasco Fontecilla INDICE 5.8 5.9 5.10 5.11 5.12 6 COMORBILIDAD ENTRE TRASTORNOS DEL EJE II: EL CONCEPTO DEL TP DIFUSO ........................................ 336 LA INFLUENCIA DE LA EDAD ...................................................................................................................... 339 LA INFLUENCIA DE LA GRAVEDAD DEL INTENTO ........................................................................................ 341 LA INFLUENCIA DEL SEXO .......................................................................................................................... 343 ACONTECIMIENTOS VITALES RECIENTES .................................................................................................... 344 OBJETIVOS E HIPÓTESIS.......................................................................................................................... 347 6.1 6.2 7 OBJETIVOS ................................................................................................................................................. 347 HIPÓTESIS .................................................................................................................................................. 348 MATERIAL Y MÉTODO.............................................................................................................................. 351 7.1 DISEÑO ...................................................................................................................................................... 351 7.2 PROCEDIMIENTO MUESTRAL ...................................................................................................................... 351 7.3 ASPECTOS ÉTICOS ...................................................................................................................................... 356 7.4 DESARROLLO DE LAS ENTREVISTAS ........................................................................................................... 356 7.5 INSTRUMENTOS DE VALORACIÓN DE LOS TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y EJE I ............................... 358 7.5.1 Entrevista semiestructurada.............................................................................................................. 359 7.5.1.1 7.5.1.2 7.5.1.3 7.5.2 7.5.2.1 7.5.2.2 Datos sociodemográficos................................................................................................................................360 Historia clínica y antecedentes familiares.......................................................................................................360 Problemas psicosociales y medioambientales.................................................................................................361 Valoración de los comportamientos suicidas.................................................................................... 364 La entrevista semiestructurada del suicidio ....................................................................................................364 Escalas de valoración del intento de suicidio..................................................................................................365 7.5.3 Valoración de los trastornos de la personalidad .............................................................................. 367 7.5.4 Otras escalas importantes ................................................................................................................. 370 7.6 GESTIÓN DE DATOS Y ANÁLISIS ESTADÍSTICO ............................................................................................ 370 7.7 GRUPO DE CASOS ....................................................................................................................................... 372 7.8 GRUPOS CONTROL...................................................................................................................................... 372 7.9 DESCRIPCIÓN DE LAS MUESTRAS ................................................................................................................ 373 7.9.1 Datos sociodemográficos .................................................................................................................. 373 7.9.2 Datos clínicos.................................................................................................................................... 378 7.9.3 Datos descriptivos de personalidad de los sujetos que intentaron el suicidio ................................. 379 8 RESULTADOS................................................................................................................................................ 385 8.1 8.2 8.3 8.4 8.5 8.6 8.7 9 ANÁLISIS FACTORIAL ................................................................................................................................. 385 LETALIDAD E IMPULSIVIDAD ...................................................................................................................... 389 GRAVEDAD DE LOS TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD............................................................................ 390 EDAD ......................................................................................................................................................... 396 SEXO .......................................................................................................................................................... 399 COMORBILIDAD ENTRE EL EJE I Y EL EJE II ................................................................................................ 403 ACONTECIMIENTOS VITALES RECIENTES (AVR) ........................................................................................ 412 DISCUSIÓN .................................................................................................................................................... 423 9.1 9.2 9.3 9.4 9.5 9.6 9.7 9.8 9.9 ANÁLISIS FACTORIAL ................................................................................................................................. 424 LETALIDAD E IMPULSIVIDAD ...................................................................................................................... 434 GRAVEDAD DE LOS TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD............................................................................ 439 EDAD ......................................................................................................................................................... 440 SEXO .......................................................................................................................................................... 446 COMORBILIDAD ENTRE EL EJE I Y EL EJE II ................................................................................................ 448 ACONTECIMIENTOS VITALES RECIENTES (AVR) ........................................................................................ 456 COMORBILIDAD EN EL EJE II ...................................................................................................................... 464 LIMITACIONES ........................................................................................................................................... 467 10 CONCLUSIONES....................................................................................................................................... 471 11 BIBLIOGRAFÍA......................................................................................................................................... 475 12 ÍNDICE DE TABLAS................................................................................................................................. 543 13 ÍNDICE DE FIGURAS............................................................................................................................... 547 5 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 6 Hilario Blasco Fontecilla INTRODUCCIÓN 1 INTRODUCCIÓN Los trastornos de la personalidad (TP) representan una importante fuente de carga social, alteración en las relaciones sociales, laborales y familiares, alto coste económico (Oldham, 1994) y dificultades a largo plazo (Merikangas & Weissman, 1986). La prevalencia de los TP en la población adulta general se estima en torno al 1013% y del 36 al 67% en poblaciones hospitalarias (NIMHE, 2003). Su diagnóstico se asocia a un nivel educacional menor, desempleo de larga duración, dificultades matrimoniales -con tasas más elevadas de separación y divorcio- y problemas con el alcohol (Samuels JF et al, 1994). Asimismo, se asocia a una alta comorbilidad con otros trastornos tanto del eje I como II y empeora el pronóstico de los trastornos del eje I (Reich & Rusell, 1993; Patience et al, 1995). Aunque el impacto económico de los TP en los Servicios de Salud Nacionales no está bien establecido, Smith et al (1995) calcularon el coste en el National Health Service (NHS) inglés en 1986 como de £61.3 millones. Rendu et al (2002) encontraron en su estudio longitudinal (un año) en un marco de atención primaria que el diagnóstico de TP incrementaba de manera importante el coste del paciente, siempre y cuando fuera acompañado de otros trastornos mentales (eje I), pero no de manera aislada. Hay que tener en cuenta que la comorbilidad en los TP es más la regla que la excepción y que la mayoría de los TP son valorados en atención primaria (NIMHE, 2003), medio en el que prevalecen los TP del grupo o cluster C (Moran, 2000), mientras que en el marco de la atención especializada se atienden preferentemente trastornos de la personalidad del grupo A y B, probablemente más costosos desde un punto de vista económico. Es conocido que algunos subtipos de TP hacen un uso “excesivo” de los medios disponibles de la salud mental (Bender et al, 2001). Hoy en día los TP se han convertido en los nuevos pacientes de “puerta giratoria” y el desarrollo de estudios sobre el costeefectividad de los enfoques psicoterapéuticos comparado con el enfoque actual –basado de manera exagerada en los tratamientos en régimen de hospitalización- debiera ser potenciado. 7 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Por otra parte, el tema de los trastornos de la personalidad es uno de los más controvertidos entre los profesionales de la salud mental en la actualidad. Aún no hay una respuesta sobre si representan o no una condición médica y consecuentemente, sobre si deben o no ser subsidiarios de tratamiento por los profesionales de la salud mental. Asimismo, el concepto de los TP como trastornos para los que no hay tratamientos eficaces está extendido entre los profesionales de la salud mental, aunque hay evidencias crecientes sobre la efectividad de algunos tratamientos (Sanislow & McGlasham, 1998). Asimismo, muchos clínicos no están dispuestos a trabajar con las personas que reciben este diagnóstico (NIMHE, 2003), lo cual podría ser debido, por una parte, a las propias características de estos individuos y por otra parte, a la falta de habilidades específicas de los profesionales implicados. Algunas razones que justifican el tratamiento de los sujetos con diagnóstico de trastorno de la personalidad son el que algunos pacientes mejoran con un abordaje (generalmente) conjunto psicofarmacológico, el hecho de que cada vez hay más evidencias de que se pueden operar cambios en la personalidad de los sujetos adultos, la evidencia creciente de que los genes tienen un papel importante en los rasgos temperamentales, la creciente presión tanto por las sociedades industrializadas como por sus gobiernos para que se aborde su tratamiento y no sólo se aborden desde una perspectiva legal y/o forense, y finalmente, porque no parece que ningún otro colectivo este dispuesto o puedan prestarles una ayuda que sirva de algo. Por el contrario, las razones para no tratar a estos individuos tienen que ver con la difuminación de los límites de la psiquiatría como ciencia y con la aplicación generalizada y, en muchos casos, abusiva, que se está dando al medicalizar lo que antes no eran sino “problemas de la vida cotidiana” -¿son los comportamientos anormales de estos individuos “síntomas” de la condición humana o signos que nuestra sociedad no tolera?-, la falta de fiabilidad y validez de las clasificaciones actuales de los mismos, así como la escasez de recursos y la necesidad de profesionales con un alto nivel de especialización y de tratamientos generalmente caros y a muy largo plazo. Finalmente, conviene señalar que el interés por su estudio es creciente (Medina & Moreno, 1998), representando ya más del 25% de las citas bibliográficas internacionales. Esto podría deberse a la propia necesidad de las sociedades industrializadas de hacer frente a las consecuencias sociales y económicas que suponen. Sin embargo, es 8 Hilario Blasco Fontecilla INTRODUCCIÓN sorprendente que haya algunos aspectos de los TP que no han sido adecuadamente estudiados, como es su etiología (Coid, 1999). El suicidio, por otra parte, se trata de un fenómeno complejo, resultado de la interacción de factores genéticos, biológicos, psiquiátricos, familiares y socioculturales. Su estudio presenta un interés indudable tanto desde un punto de vista psiquiátrico, como sociológico o meramente humano. Representa un problema de salud pública de primer orden, especialmente si tenemos en cuenta que las tasas de suicidio se han mantenido relativamente estables, en general, en los últimos treinta años y han aumentado en los países industrializados (La Vecchia et al, 1994) y que sigue siendo una de las principales causas de muerte en el mundo occidental (9ª-11ª causa). Sirva como ejemplo el aumento de la demanda sanitaria que se produce como consecuencia de lesiones autoprovocadas (120.000 intentos de suicidio en Francia a lo largo de 1998, 750.000 anualmente en USA.) (American Asociation of Suicidology, 2000; American Foundation for Suicide Prevention, 1996) o el millón de fallecimientos que se producen aproximadamente al año por este motivo. La OMS decidió llevar a cabo el estudio multicéntrico WHO/EURO entre 1989 y 1992 ante la ausencia de estudios epidemiológicos que compararan los datos obtenidos en un hospital general con las características sociodemográficas de su misma área, estudiando los intentos de suicidio en dieciséis áreas de Europa con poblaciones superiores a los 100.000 habitantes (Platt et al, 1992). Los resultados obtenidos se compararon con las características sociodemográficas de las poblaciones elegidas con la intención de conocer los factores de riesgo y los posibles indicadores sociales de la conducta suicida. Según se desprende de este estudio, los intentos de suicidio son más frecuentes en mujeres entre los 15-24 años, 25-34 años y finalmente, 35-44 años. Para los hombres, las tasas más altas se encuentran entre los 25-34 años, seguido por los 35-44 años y los jóvenes de 1524 años. Existe una variación considerable en las tasas de intentos de suicidio en los distintos países, proviniendo la mayoría de datos del mundo industrializado, razón por la que los resultados puede que no sean totalmente generalizables a otras partes del mundo. Por otra parte, el fenómeno del parasuicidio es mucho menos conocido que el suicidio consumado (Diekstra, 1993). En Estados Unidos, para analizar las características de los intentos de suicidio se recurre a los datos obtenidos en el proyecto epidemiológico 9 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Epidemiological Catchment Area (ECA) (Weissman et al, 1999) y en el National Comorbidity Survey (NCS) (Kessler et al, 1999). Los estudios epidemiológicos sobre los suicidios consumados se obtienen de los certificados de defunción que suministra el Centro Nacional de Estadística de EE.UU. Para una revisión detallada de los distintos parámetros epidemiológicos relacionados con el suicidio, el lector es referido a la revisión realizada por García-Resa et al (2002). Finalmente, no se puede perder de vista que existe una relación muy importante entre el suicidio consumado y las tentativas de suicidio. Así, un 3-7% de los pacientes con tentativas de suicidio acaban suicidándose y un 50% de las pacientes que se suicidan han presentado previamente tentativas de suicidio. De hecho, el factor de riesgo más importante para un suicidio consumado es la presencia de un intento de suicidio previo. Finalmente, respecto a la relación entre los rasgos de personalidad, los trastornos de la personalidad y el suicidio, hay que tener en cuenta que la enfermedad psiquiátrica es con diferencia el factor de riesgo más importante para el suicidio (casi un 95% de los sujetos que cometen suicidio padecen un trastorno mental). El trastorno depresivo mayor (hasta el 80% de los suicidios), seguido de la esquizofrenia (hasta un 10% de los suicidios), son los dos trastornos psiquiátricos tradicionalmente relacionados con el comportamiento suicida. Sin embargo, la presencia de depresión puede ser necesaria pero no suficiente para explicar el comportamiento suicida, dado que la mayoría de los pacientes con depresión mayor nunca realizan un intento de suicidio (Brodsky et al, 2001). Esto puede tener que ver con que una proporción elevada de las personas con conductas suicidas tiene dificultades o trastornos de personalidad (TP). A pesar de que algunos estudios sugieren que padecer un trastorno de personalidad podría ser un factor de riesgo para el suicidio tan importante como la depresión o la esquizofrenia, esta asociación no está bien documentada (Linehan et al, 1986). Se calcula que al menos una tercera parte de los suicidios y en torno al 70% de los intentos de suicidio se dan en personas que han sido diagnosticadas de algún trastorno de la personalidad, siendo su riesgo de suicidio consumado unas siete veces mayor de lo esperado. El diagnóstico de un trastorno de la personalidad puede influir en la conducta suicida de diversas maneras -predisponiendo a otros trastornos mentales, precipitando acontecimientos vitales indeseables, conduciendo a problemas de la relación interpersonal y a un deterioro socio- 10 Hilario Blasco Fontecilla INTRODUCCIÓN familiar y laboral, deteriorando la capacidad del individuo para adaptarse al medio, etc.-. Las personas diagnosticadas de TP que intentan el suicidio tienen la tasa más elevada de repetición de intentos de suicidio y también son los que más frecuentemente tienen una historia de intentos de suicidio y tratamiento psiquiátrico (Suominen KH et al, 2000). Además, las personas diagnosticadas de TP tienen una pronunciada historia familiar de comportamientos suicidas, independientemente de su propia historia de intentos suicidas (Samuels JF et al, 1994). Asimismo, los familiares de personas que se suicidan tienen más riesgo –hasta ocho veces más- a lo largo de sus vidas de cometer intentos de suicidio (Roy, 1986; Roy et al, 1997; Tsuang, 1983). Los trastornos de personalidad que se asocian con más frecuencia a los intentos de suicidio son el TP límite/borderline y el TP antisocial –ambos se caracterizan por su elevada impulsividad y agresividad-, el histriónico, el narcisista y el dependiente. Por otra parte, la alta comorbilidad que presentan los sujetos diagnosticados de un TP, tanto con otros trastornos de la personalidad como con los trastornos del eje I, hace que el riesgo suicida sea mayor. De hecho, la mayoría de intentos de suicidio en estas personas se dan cuando hay comorbilidad, especialmente entre el TP límite y el trastorno depresivo mayor y los trastornos por consumo de sustancias psicoactivas, especialmente en el TP límite. Independientemente de esta comorbilidad, los TP per se son un factor de riesgo muy importante en los intentos de suicidio –triplica el riesgo- y suicidio consumado, especialmente en los jóvenes. Asimismo, hay que tener en cuenta que los intentos suicidas en el TP límite son estimados en muchas ocasiones como manipulativos y la frecuencia de conductas suicidas entre estos pacientes puede estar minimizando el riesgo real de suicidio de estos pacientes. Los intentos de suicidio en estos sujetos deben tenerse muy en cuenta y ser tratados activamente, hecho que no parece que esté sucediendo (Samuels JF et al, 1994). El principal objetivo de la presente tesis doctoral es el estudio de la relación entre los trastornos de la personalidad y la conducta suicida. Aunque se realiza una revisión sobre los conceptos relacionados con los trastornos de personalidad –por ejemplo, temperamento, carácter y personalidad- está más allá del objeto de la presente tesis el hacer una revisión minimalista de los mismos. Lamentablemente, la teoría general sobre la personalidad y la conceptualización y descripción de los trastornos de la personalidad 11 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD no ha seguido un camino paralelo (Baca Baldomero & Roca Bennasar, 2004) y ha sido en la década de los años 90 cuando se han realizado los primeros trabajos para salvar el desencuentro entre los distintos profesionales implicados en la investigación y tratamiento de los trastornos de la personalidad. La presente tesis se centra en el estudio de la relación de los trastornos de la personalidad y el suicidio, pero también en algunos aspectos de la personalidad –e.g. impulsividad, análisis factorial del instrumento diagnóstico usado- y el suicidio, dado que hoy en día hay evidencias empíricas de que los rasgos de personalidad y los trastornos psicopatológicos, en general, están relacionados (Watson & Clark, 1994). Asimismo, también se abordan de manera más específica algunos aspectos del trastorno de personalidad antisocial –conceptualización, precursores- que tomaron la forma de una tesina –Childhood and adolescent precursors of antisocial personality disorders-, desarrollada durante mi estancia de un año en el Instituto de Psiquiatría de Londres. 12 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD 2 PERSONALIDAD. 2.1 Introducción y etimología Si queréis conversar conmigo, definid primeramente los términos que empleáis. Voltaire La característica más destacada del hombre es su individualidad. Allport La primera y quizá más importante labor de investigación consiste en definir los términos de lo que uno se propone investigar. Tal y como señalan Brody & Ehrlichman (2000), la definición de un término en ciencia “sirve para especificar el campo que se tiene intención de estudiar y entender”. La definición de lo que es personalidad va a depender del punto de vista desde el cual se oriente su estudio, no siendo fácil ofrecer una definición válida para todos los ámbitos. En el lenguaje popular, se usan expresiones del tipo “tiene carácter”, “tiene personalidad”, “es de personalidad fuerte”, “es de genio”, etc. para referirse a una serie de características de un individuo que generalmente implican una cierta aceptación social. Desde un punto de vista científico, sin embargo, no es aceptable que una persona tenga más personalidad que otra (Allport, 1963). Este autor señala que la personalidad ha intentado definirse en relación al efecto que una persona produce en otra, confundiéndose la personalidad con la reputación, conceptos claramente distintos. Asimismo, su conceptualización también va a depender del momento histórico en que nos encontremos. Las definiciones en el campo de la personalidad y trastornos de la personalidad persisten relativamente “difusas”. Términos como temperamento o personalidad, o psicopatía o trastorno antisocial de la personalidad se han usado de manera indistinta, a pesar de haber sutiles pero importantes diferencias. 13 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Desde un punto de vista lingüístico, los términos personalidad, temperamento y carácter son equiparables y de hecho, el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE) los trata como sinónimos∗, aunque el origen del primero es griego y latino del último (Allport, 1961). Etimológicamente, el término personalidad deriva de persona (Pelechano, 1999). El diccionario de la RAE ofrece diversas acepciones del término personalidad. La define como el “conjunto de características o cualidades originales que destacan en algunas personas” o la “diferencia individual que constituye a cada persona y la distingue de otra” o “el conjunto de cualidades que constituyen a la persona o supuesto inteligente”. El diccionario Manual Seco del Español (1999) define a la personalidad como “el conjunto de cualidades por el que una persona se diferencia de las demás”. El diccionario VOX (1992) la define como “el conjunto de cualidades que constituyen a la persona o supuesto inteligente” o “diferencia individual que constituye a cada persona y la distingue de otra”, entre otras. Todas las fuentes consultadas coinciden en señalar a la personalidad como el conjunto de características que permiten diferenciar entre las personas –o supuesto inteligente-. El término carácter es definido en el diccionario VOX como el “modo de ser peculiar y privativo de cada persona por sus cualidades psíquicas” y lo equipara al temperamento. El término carácter, originalmente kharakter, significaba marca (grabada) (Allport, 1961). A diferencia del término personalidad, que sugiere un comportamiento superficial, observable desde fuera, el término carácter sugiere más una estructura más profunda y básica, lo cual pueda quizás explicar la diferencia en las preferencias del uso de uno u otro término en los EE.UU. – prefieren el uso de personalidad- y Europa –donde se ha usado más frecuentemente el término carácter y caracterología- (Allport, 1961). Asimismo, cuando se usa la expresión “tiene buen carácter” tiene un carácter moral del que carecen expresiones como “tiene personalidad”. Así, Allport lo usa en el sentido de “personalidad valorada” por otros, según el referente cultural que se mire (Allport, 1961). Finalmente, el término temperamento es quizá el que menor dificultad ha ofrecido para su definición, ya que desde su origen ha significado “una constitución o hábito mental que depende especialmente de la constitución física o está relacionada con ella”, aplicándose a los ∗ El término sinónimo significa “mismo o muy parecido significado”. 14 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD aspectos de la personalidad más relacionados con la herencia, que aún no siendo inmutable, implica cambios más limitados (Allport, 1961). En el campo se la salud mental, los términos carácter, temperamento y personalidad, aunque similares, no son equiparables, existiendo sutiles pero importantes diferencias entre ellos, tal y como queda reflejado en las principales teorías de la personalidad (ver apartado 2.3.). 2.2 Personalidad y persona. “La personalidad no es meramente una descripción del comportamiento, sino que incluye los procesos en la persona que son responsables de ese comportamiento” Brody & Ehrlichman (2000) Ambos términos han originado desde hace tiempo el interés por los lingüistas (Allport, 1961) y el debate de lo que los diferencia constituye uno de los más principios filosóficos más importantes (Millon, 1993). Aunque se usen en ocasiones se usen como términos sinónimos no lo son, dado que uno es el continente (persona) y el otro su contenido (personalidad). El término personalidad deriva del término griego persona, siendo el significado inicial de éste último el de la máscara que usaban los actores en las representaciones de teatro (Millon, 1993; Millon & Davis, 1996). Posteriormente, el término persona perdió su connotación de ilusión o pretensión y pasó de representar únicamente una mascara que el individuo mostraba a los demás, a usarse también para referirse a la persona real y sus características manifiestas (Allport, 1961; Millon & Davis, 1996). Finalmente, el término personalidad se empezó a usar para referirse a las características psicológicas más íntimas u ocultas de la persona (Millon & Davis, 1996). Asimismo, la palabra personalidad (personality en inglés, persönlichkeit en alemán o personnalité en francés) es muy similar al personalitas del latín medieval, aunque en latín clásico sólo se usaba el término persona (Allport, 1961). El término persona sería un equivalente al de “ser humano”, englobando todas aquellas características que diferencian a las personas como especie del resto de animales. Así, Boecio la definió en el siglo VI como Persona est substantia individua 15 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD rationalis naturae (la persona es una sustancia individual de naturaleza racional) (Allport, 1961). Es en la cultura romana cuando el término persona toma sentido jurídico para referirse al sujeto legal –portador de derechos y deberes- (Baca Baldomero & Roca Bennasar, 2004). Y fruto de la cultura cristiana es cuando se explicita la íntima relación entre personalidad y persona, la posibilidad única de los seres humanos de tener conciencia de sí mismos –y de la relación íntima con uno mismo que eso supone-, de que la persona se de cuenta de quien y como es y actúe en consecuencia (Baca Baldomero & Roca Bennasar, 2004). Tal y como resumen estos autores, hay tres “ideas matrices” del concepto persona: primero, el ligado a su significado etimológico –representación y ocultación-; segundo, el concepto de persona como sujeto legal y tercero, el de persona como identidad. Es Joseph Nuttin quien señala que el término persona debiera ser reservado para el individuo y el de personalidad para lo que es una “construcción científica elaborada por el psicólogo para hacerse una idea de la manera de ser y funcionar” de las personas (Baca Baldomero & Roca Bennasar, 2004). Por otra parte, Costa y McCrae postulan una teoría de la persona –que no de personalidad- en la que la persona sería el conjunto de la personalidad y “resto de niveles funcionales, más dinámicos” que les permite distinguir entre elementos estables y dinámicos de la personalidad; la persona tendría seis niveles –tendencias básicas, influencias externas, características y estilo adaptativo, biografía objetiva, autoconcepto y procesos dinámicos que conectan los cinco precedentes- (Baca Baldomero & Roca Bennasar, 2004). Millón et al (2001) señalan que la distinción entre los términos “personalidad” y “personología” radica en que mientras una ciencia de la personalidad se limita a visiones parciales de la persona la primera, lo cual puede ser internamente consistente, pero no total, la segunda es una ciencia de la persona en su globalidad. Así, una teoría de la personalidad, como la cognitiva, sería una perspectiva de la personalidad que se resistiría a la integración en una visión más global del ser humano. Tal y como señalan estos autores, la evolución representa el andamiaje sobre el que habría que construir una ciencia de la personología. 16 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD Son muchas las definiciones científicas de lo que es personalidad. Allport (1961) señala que “es la organización dinámica en el interior del individuo de los sistemas psicofísicos que determinan su conducta y su pensamiento característicos”. Algunas de las definiciones ofrecidas de la personalidad y que nos sirven para objetivar las diferencias en torno a lo que el término personalidad representa en la actualidad, son la ofrecida por Brody & Ehrlichman (2000) “la suma total de los pensamientos, sentimientos, deseos, intenciones y tendencias a la acción de una persona, incluyendo la organización exclusiva dentro de él” o la de Millon (1993) “como un patrón complejo de características psicológicas profundamente arraigadas, que son en su mayor parte inconscientes y difíciles de cambiar, y se expresan automáticamente en casi todas las áreas de funcionamiento del individuo [...] y en última instancia comprenden el patrón idiosincrásico de percibir, sentir, pensar, afrontar y comportarse de un individuo”. Tal y como señalan Millon & Davis (1996), la personalidad no es un popurrí de pensamientos, percepciones y comportamientos, sino una organización estrechamente interrelacionada de actitudes, hábitos y emociones. Asimismo, la repetitiva secuencia de experiencias a las que cada persona es expuesto desde el nacimiento, estrecha el rango de estrategias de comportamiento que caracterizan nuestra particular manera de adaptarnos al medio y relacionarnos con los demás (Millon & Davis, 1996). En relación a la cuestión si todas las personas tienen personalidad, tal y como señala Pelechano (1999), en un estudio científico de la personalidad, en el cual se tiene que usar un esquema dimensional (con variables continuas), no hay exclusiones, es decir, que se tiene siempre personalidad aunque varíe la cantidad o grado de las cualidades que la definen en cada uno de los individuos. En relación a si los animales tienen o no personalidad, Allport es partidario de dar un “sí” con reservas, en el sentido de que la complejidad de la misma estaría muy alejada de lo que conocemos como personalidad humana (Allport, 1961). Finalmente, merece la pena señalar que uno de los principales problemas en el campo de la personalidad y sus trastornos es el de la estabilidad de los mismos, entendiéndose la estabilidad no como algo rígido sino con cierta fluctuación, siendo un rasgo estable cuando es previsible (Baca Baldomero & Roca Bennasar, 2004). 17 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 2.3 Conceptos de temperamento, carácter y personalidad desde un punto de vista científico A pesar de que Hipócrates fue el precursor del estudio de la personalidad cuando estableció los cuatro temperamentos básico, aun hay hoy una sorprendente falta de uniformidad y acuerdo en torno a los término de temperamento, carácter, personalidad y los trastornos de la personalidad (Rutter, 1987). A pesar de ello, la mayoría de los autores han usado el término temperamento dándole un carácter más constitucional o arraigado en lo biológico, mientras que el término carácter se reserva para referirse a aquellos aspectos de la personalidad que son más secundarios a las influencias externas o medioambientales (Baca Baldomero & Roca Bennasar, 2004). Kretschmer fue probablemente el primer autor que intento determinar el significado exacto del temperamento y el carácter, señalando que el primero tenía una base neuroendocrina, que determinaba la sensibilidad a los estímulos externos y el funcionamiento psicosocial, entre otros, mientras que el carácter tenía que ver más con la evolución vital de cada ser humano en particular (Kretschmer, 1954). 2.3.1 Temperamento. “Temperamental dimensions in infancy are the ´personality` of the newborn [...]” Caspi (2000) Allport (1937, 1961) define el temperamento como el conjunto de características intrínsecamente humanas que dependen del desarrollo constitucional y de la herencia genética del individuo. Buss & Plomin (1975, 1986) señalan que son el conjunto de características del comportamiento –particularmente aquellas que tienen que ver con el estilo del comportamiento- presentes ya a una edad temprana en la infancia y que son bastante estables a lo largo del desarrollo del individuo. Estos autores establecen cinco criterios que deben cumplir las dimensiones temperamentales: el factor más importante era el tener un componente genético, la estabilidad, el que siga presente en la edad adulta, que tenga una función adaptativa y de supervivencia y finalmente, que éste presente también en los animales. Otros autores han apoyado la base biológica del temperamento (Kagan et al, 1987; Millon, 1993). El temperamento, de hecho, ha sido definido como la 18 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD parte de la personalidad cuyos componentes son hereditarios, estables, se basa en las emociones y no está influido por el aprendizaje sociocultural (Goldsmith et al, 1987). En general, ya los primeros psicólogos consideraban el temperamento como la “predisposición emocional congénita” de los seres humanos (Cloninger, 1994). Diferentes teorías han apoyado la base biológica del temperamento (Allport, 1961; Eysenck, 1967; Gray, 1983, Buss & Plomin, 1986). Sin embargo, Rutter (1987) critica las características que el temperamento tiene que cumplir propuestas por Buss & Plomin. Rutter sugiere que la principal diferencia entre el temperamento y otros aspectos de la personalidad es que el temperamento tiene que ver con el estilo del comportamiento. El señala que la heredabilidad del temperamento no es alta -Cloninger (1988) establecería posteriormente que la herencia explica el 50% de la varianza del temperamento-. Rutter define el temperamento como “el conjunto relativamente pequeño de características de estilo –de comportamiento- simples, amotivacionales, no cognitivas, de las que la emotividad (sentimientos), actividad y sociabilidad son las más validadas” y representa modos predecibles de respuesta, aparecen pronto en la infancia, son bastante estables después de los años preescolares y tienen correlatos a nivel neurobiológico. El defiende que, siendo usado de esta manera, el término temperamento se podría aplicar no sólo en la infancia sino también en los adultos. Cloninger (1994) considera que el temperamento es la parte de la personalidad que tiene que ver con las reacciones automáticas inconscientes y que está relacionado con el aprendizaje asociativo basado en las percepciones, presente no sólo en los seres humanos sino en casi todos los vertebrados. Este autor hace hincapié en su moderada heredabilidad, su estabilidad tras la infancia y la consistencia en los distintos grupos étnicos y culturas. Asimismo, sugiere cuatro dimensiones temperamentales (evitación de daño, búsqueda de novedad, dependencia de la recompensa y persistencia) dentro de su modelo de la personalidad, que es uno de los más sólidos en la actualidad. 2.3.2 Carácter De acuerdo con los primeros psicólogos, el carácter venía a ser lo que hacían las personas con ellas mismas intencionadamente (Cloninger, 1994). En otras palabras, tiene que ver con los impulsos directos voluntarios (Baca Baldomero & Roca Bennasar, 2004). 19 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Sería el resultado de la interacción del temperamento de la persona con la sociedad y cultura que le tocan vivir al individuo (Medina & Moreno, 1998). Sería la parte de la personalidad relacionada con la voluntad y lo cognitivo. Cloninger (1994) distingue dos sistemas neuronales fundamentales para el temperamento y carácter. Define el carácter como el sentido de autoconocimineto que influye en la toma de las decisiones voluntarias y en la actitud general del individuo y que está relacionado con el aprendizaje proposicional y con los procesos de abstracción simbólicos. Asimismo, el carácter, en contraste con el temperamento, sería muy poco heredable, el aprendizaje sociocultural sería fundamental en su desarrollo y maduraría en relación con el temperamento y la educación sociocultural (Cloninger, 1994). El mismo autor postula tres dimensiones de carácter -autodirección, autocooperatividad, autotrascendencia- relacionadas respectivamente con la identificación de un individuo consigo mismo, con la parte que tiene que sentirse parte de la Humanidad como grupo y, finalmente, con la sensación de ser parte integrante del Universo en el que vivimos (Cloninger et al, 1993). 2.3.3 Personalidad En la actualidad hay un consenso bastante bueno en relación a su significado (Moran, 2000). Allport (1937) –considerado el padre de la moderna personología (Baca Baldomero & Roca Bennasar, 2004)- creía que la personalidad es la organización dinámica que tiene que ver con la manera en la que un individuo se relaciona consigo mismo y los demás, y se maneja con los rasgos temperamentales que hereda y las experiencias a través de las cuales pasa. Diferentes autores han enfatizado la función integradora y organizadora de la personalidad (Rutter, 1987). Este autor señala que la principal diferencia entre la personalidad y el temperamento son los aspectos no comportamentales de la personalidad –la motivación y el procesamiento cognitivo-. Cloninger (1987), basándose en sus propios estudios, establece que la personalidad podía ser definida como las diferencias individuales en los sistemas de adaptación que tienen que ver con la recepción, procesamiento y almacenaje de la información medioambiental y defendía su estructura multidimensional. Posteriormente, Cloninger (1994) señala que la personalidad es el resultado de la interacción de múltiples procesos que tienen que ver 20 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD con las dimensiones temperamentales y carácter, y establece que la personalidad es un sistema complejo y jerárquico que podía ser descompuesto en diferentes dimensiones psicobiológicas de temperamento y carácter (Cloninger et al, 1993). En este artículo, estos autores sugieren un modelo de personalidad de siete dimensiones, cuatro temperamentales y tres caracteriales, previamente comentadas ( Tabla 1). Las dimensiones temperamentales tendrían una base genética y neurobiológica mayor y se relacionarían con la vulnerabilidad a los síndromes neuróticos –e.g. trastornos de ansiedad y trastornos somatomorfos-, mientras que las dimensiones del carácter madurarían en la edad adulta, mejorando la efectividad personal y social. En su modelo, la personalidad sería el resultado de la interacción del temperamento y el carácter (Cloninger, 1994). Tabla 1. Diferencias entre el temperamento y el carácter basadas en el modelo de Cloninger (Cloinger et al, 1993; Cloninger, 1994) PERSONALIDAD Temperamento Carácter Percepción Consciencia Emoción Voluntad (Volition) Instinto Fuerza de voluntad (Will) Hábitos Cogniciones Reacciones automáticas Plan de autoconocimiento inconscientes consciente Aprendizaje de procedimientos Aprendizaje proposicional (condicionamiento asociativo) (percepción conceptual) Recuerdos inconscientes Memorias conscientes (basadas (impulsos percibidos) en conceptos) Finalmente, es importante tener en cuenta que la personalidad “organiza de manera activa, integra, y regula las experiencias y el comportamiento para permitir a los individuos alcanzar sus objetivos”, siendo imposible la valoración directa de estos procesos, que deben ser inferidos de los comportamientos observables (Livesley et al, 1994). Asimismo, los rasgos de personalidad parecen ser bastante estables a lo largo del tiempo, aunque determinadas circunstancias pueden producir cambios importantes y no se puede decir que la personalidad sea inmutable (Livesley et al, 1994; Stalenheim, 1997). 21 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 2.3.4 Conclusión El temperamento puede ser definido como la parte biológica de la personalidad formado por un conjunto de características presentes desde la infancia, relativamente estables después de los primeros años y que tiene que ver con el estilo de comportamiento y con las respuestas automáticas inconscientes y que incluye emociones y aspectos instintivos (Millon, 1993). Respecto al carácter, se podría decir que es la parte de la personalidad en la que lo heredobiológico tiene menos importancia y que está más influida por el aprendizaje social y los factores medioambientales. Se refiere a la manera en la que los seres humanos nos adaptamos y aprendemos de la interacción con el medio ambiente que nos rodea. Finalmente, la personalidad resultaría de la combinación de las disposiciones temperamentales y caracteriales, de lo que resultaría el autoconocimiento del individuo de su propia idiosincrasia o individualidad –autoconciencia- y de quien es – autoidentidad-. Es un concepto abstracto que incluye los pensamientos, razones, emociones, intereses, actitudes, habilidades y otros aspectos similares y que hacen que cada ser humano sea único (Davidoff, 1984). Una definición científica de la personalidad debiera incluir sentimientos, pensamientos, comportamientos y una dimensión ética/moral. Dado que la manera en la que somos, pensamos y nos comportamos es particular de cada uno de nosotros y es relativamente estable a lo largo del tiempo, se supone que esto haría que se pudiera predecir con una cierta exactitud el comportamiento de las personas, al menos aproximadamente. Así, la personalidad se puede definir como el conjunto de características que tienen que ver con nuestra manera de ser como personas que perciben, piensan, sienten y se comportan de manera consistente, integrada y estable y que permite la diferenciación entre las distintas personas, no sólo como individuos sino como grupo social, cultural, y de especie, y que resulta de la combinación de disposiciones temperamentales y caracteriales. 2.4 Teorías de la personalidad Las teorías de la personalidad se inician en las primeras concepciones filosóficas sobre lo que es el ser humano, para evolucionar hacia la investigación empírica de los aspectos diferenciales de las personas (Baca Baldomero & Roca Bennasar, 2004). El deseo de describir el comportamiento en función de determinados rasgos se remonta a la 22 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD antigua Grecia y ha sido una constante en el pensamiento humano desde entonces. Teofrasto (Ereso, Lesbos, 372 aC - Atenas, 287 aC) ya usaba numerosos rasgos de personalidad para describir a diversos individuos en su libro Caracteres, sin llegar a hipotetizar sobre sobre su génesis. Hipócrates es el primero en ofrecer una primera explicación causal con su teoría de los humores (Eynseck & Eynseck, 1969) que sería posteriormente divulgada por Galeno (Gili Planas & Roca Bennasar, 2004). Kant publica en 1798 su libro Anthropologie, que tiene un capítulo sobre el temperamento que fue ampliamente aceptado en Europa y en el que describen minuciosamente los cuatro temperamentos de Hipócrates como entidades relativamente independientes y separadas –no aceptando la mezcla de temperamentos-, que serían heredadas y que configuran lo que hoy conocemos como una clasificación categorial. En el siglo XX, dentro de la visión de la personalidad que tiene la filosofía y la psicología filosófica –opuesta a la psicología experimental- destaca la aportación de Klages, que conceptúa a la persona como la unidad viviente consciente de sí misma –poseedora de un yo, un sí mismo-, siendo la caracterología la ciencia que se dedica a su estudio, y la aportación de Lersch, que dice que “la persona es un yo que presenta tres propiedades operativas características: individualidad, libertada para poder elegir por sí y decidir sobre sí, y conciencia de su tarea y de su responsabilidad”. Asimismo, la psiquiatría antropológico existencial remarco la importancia de los datos biográficos para entender las particulares formas de “estar en el mundo” (Baca Baldomero & Roca Bennasar, 2004). Desde un punto de vista científico, a lo largo de la historia han surgido distintos enfoques en relación al estudio de los seres humanos, sus personalidades y maneras de enfermar. A grosso modo, podrían dividirse en teorías con base clínica, que “tienden a generar hipótesis amplias y generales” y teorías con base en el laboratorio, que por el contrario se suelen centrar en “aspectos limitados de la personalidad” (Davidoff, 1984). A principios del siglo XX, Wundt sugirió un modelo dimensional de dos variables (emoción fuerte vs débil y variable vs estable) y el psiquiatra austriaco Otto Gross sugirió que las diferencias en la personalidad podrían estar basadas en la naturaleza hereditaria del sistema nervioso central (Eynseck & Eynseck, 1969), pero no es quizá hasta que Allport publica por primera vez en 1937 su famoso “Personality. A psychological interpretation”, que se desarrolla formalmente una teoría científica de la 23 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD personalidad (Baca Baldomero & Roca Bennasar, 2004). Algunas de las teorías de la personalidad sugieren únicamente una serie de conceptos, mientras que otras postulan modelos estructurales que generan auténticas taxonomías, pero lamentablemente, no se ha empezado a intentar integrar todos los conocimientos en torno a la personalidad y los trastornos de la personalidad hasta hace poco tiempo (Millon et al, 2001). En este apartado no se pretende recoger todas las teorías sobre la personalidad, sino aquellas con una cierta raigambre histórica, profundizándose algo más en aquellas que son relevantes desde el punto de vista de la psiquiatría actual. 2.4.1 Teorías fisiognómicas, frenológicas y constitucionales La fisiognómica o fisiognomía es el arte (Allport, 1961) o ciencia de descubrir las características las características de personalidad –especialmente de temperamento- de una persona a través del aspecto externo –especialmente el rostro- de la misma. El tratado Physiognomonica es atribuido a Aristóteles (Allport, 1961), quien ya intentó equiparar algunos rasgos de personalidad a través de la apariencia externa, especialmente las expresiones faciales. Aunque su teoría se popularizó en el siglo XIII (Allport, 1961), no es hasta el siglo XVIII que el estudio de la relación apariencia externa-funcionamiento psicológico se realiza de manera más sistemática (Millon, 1993). En el tratado Physiognomonica se entresacan tres ideas principales: primero, que las deducciones más importantes se harán basándose en los movimientos, gestos y expresión del rostro; segundo, que hay que basarse en más de un signo y tercero, que el aspecto constitucional –estructura ósea- revelan lo innato, mientras que lo muscular y movimiento revelan más los aspectos aprendidos de la personalidad (Allport, 1961). 2.4.1.1 Johann Kaspar Lavater (1741-1801) Es el más famoso fisiognomista, siendo su principal aportación que mantenía que todos los rasgos del cuerpo concuerdan entre sí y que había asimismo concordancia entre los aspectos interiores y exteriores de la personalidad (Allport, 1961). 2.4.1.2 Franz Josef Gall (1758-1828) Gall defendió la relación directa mente-cuerpo y aunque el término frenología no fue acuñado por él, sino por una asociado, y de que él prefería que se le llamara 24 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD organólogo o cranioscópico (Allport, 1961), se le considera el padre de la frenología, que surge con el propósito de descubrir las unidades de la personalidad humana (Allport, 1961). Él hipotetiza que el cerebro es un agregado de órganos, correspondiendo a cada uno de ellos un afecto, instinto o facultad intelectual y que la personalidad podría ser analizada según la forma del cráneo, que reflejaba la del cerebro (Allport, 1961). Gall defendió que tanto la cualidad como la intensidad de los pensamientos y emociones estaban relacionadas con las variaciones del tamaño y forma del cerebro o cráneo. 2.4.1.3 Ernst Kretschmer (1888-1964) Kretschmer intentó relacionar las diferencias en la constitución física con los dos principales síndromes psicóticos -esquizofrenia y psicosis maníacodepresiva- así como con sus personalidades premórbidas y propuso que cuatro tipos físicos básicos: asténico, atlético, pícnico y displásico –mezcla de los otros tres y de aspecto desgarbado- (Millon, 1993; Gili Planas & Roca Bennasar, 2004). Al contrario que Kurt Schneider y la mayoría de sus colegas contemporaneos, consideraba que los trastornos psicóticos no eran más que el extremo de un continuum desde las personalidades normales, siendo sólo una cuestión de cantidad –y no calidad- de una disposición lo que hacía que un paciente tuviera una alteración de la personalidad o un trastorno psicótico; es decir, que su modelo era dimensional en esencia (Eynseck & Eynseck, 1969) (ver Tabla 2). Tabla 2. Relación del biotipo con el continuum personalidad-alteración de la personalidadenfermedad de Kretschmer BIOTIPO RASGOS ALTERACIONES AISLADOS DE DE LA PERSONALIDAD PERSONALIDAD ASTÉNICO/ Distónico Esquizoide Esquizofrenia LEPTOSOMÁTICO poco sociable) ATLÉTICO Enequético Epileptoide Epilepsia Ciclotímico Psicosis maníaco (frío, ENFERMEDAD (viscoso, repetitivo) PÍCNICO Sintónico (labilidad del humor) depresiva Kretschmer describe, por ejemplo, al ciclotímico como franco, cooperador, realista, objetivo, sociable, optimista y con cambios anímicos sin causa aparente, siendo el tipo esquizotímico básicamente el opuesto (Eynseck & Eynseck, 1969). 25 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 2.4.1.4 William Sheldon (1898-1977) Discípulo de Kretschmer, también defiende la relación entre biotipo y personalidad. Su teoría se basa en que al heredar determinada disposición física, se tendería más a determinadas actividades y asimismo, se generarían unas expectativas distintas en los demás. Habría tres tipos principales de personalidad (cerebrotonía – caracterizado por el retraimiento, tendencia a la privacidad y reflexión-, somatotonía – caracteriza a personas amantes del riesgo, agresivos, competitivos- y viscerotonía – personas afectuosas y sociables-) relacionados con los correspondientes biotipos – ectomorfo, mesomorfo y endomorfo respectivamente- (Davidoff, 1984; Gili Planas & Roca Bennasar, 2004) que no serían sino el resultado del predominio de alguna de las tres dimensiones físicas –endomorfismo, ectomorfismo y desomorfismo- que el autor describió basándose en cual de las tres capas del embrión predominase (Gili Planas & Roca Bennasar, 2004) (ver Tabla 3). Aunque él refirió correlaciones altas entre biotipo y tipo de personalidad, no tuvo en cuenta la presencia de posibles factores de confusión, como el hecho de que la persona que valoraba el biotipo era la misma que evaluaba la personalidad, de manera que autores que tuvieron en cuenta esta situación y la corrigieron encontraron que las correlaciones eran mucho más bajas, pero se mantenían (Buss & Plomin, 1975). Otra crítica que se le puede hacer es que Sheldon no estableció el posible carácter hereditario de los tipos, ni habló de su naturaleza ni de su curso evolutivo y sus implicaciones en la personalidad (Buss & Plomin, 1975). 26 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD Tabla 3. Relación físico-temperamento según Sheldon ASPECTO FÍSICO TEMPERAMENTO COMPONENTES PSICOPATOLÓGICOS ECTOMORFIA CEREBROTONÍA AFECTIVO Escaso desarrollo físico. Inhibición, autodominio, introversión, Bajo umbral de respuesta comportamental y Mayor relación timidez, preferencia por la soledad ante emocional (reacción rápida a mínimas superficie/volumen problemas estimulaciones ambientales) MESOMORFIA SOMATOTONÍA PARANOIDE Gran desarrollo somático Elevada energía física, insensibilidad Antagonismo, lucha contra todo, social y al dolor, valor, baja ansiedad resentimiento impulsivo proyectado al entorno ENDOMORFIA VISCEROTONÍA HEBOIDE Predominio de las formas Gregariedad, gusto por el bienestar y Regresión y aislamiento redondeadas y vísceras digestivas relajación, así como evitación del dolor, muy desarrolladas fácil expresión de las emociones 2.4.2 Teorías conductuales Las bases de la teoría del comportamiento o de la conducta están más asociadas a John B. Watson (1878-1958), discípulo de grandes funcionalistas norteamericanos, que incluso a figuras de extraordinaria importancia en la historia de la teoría del aprendizaje, como Edward L. Thorndike (1874-1949) e Ivan Pavlov (1849-1936) (Millon et al, 2001). Inicialmente, el concepto de trastorno de personalidad fue rechazado por los conductistas, que posteriormente cambiaron su postura al darse cuenta de que algunos pacientes tenían una serie de características que les hacía que fueran especialmente difíciles de tratar (Pretzer & Beck, 1996). Aunque las aportaciones de los autores “clásicos” son de enorme importancia, desde aproximadamente 1980 los postulados más radicales de esta teoría se fueron moderando y ampliando. Hoy por hoy, la valoración del comportamiento no sólo se fija en los comportamientos observables, sino que se tienen en cuenta tres sistemas, a saber, el verbal-cognitivo, el afectivo-fisiológico y el sistema de respuestas motoras abiertamente observables (Millon et al, 2001). Las características nucleares del conductivismo son que es contextual –se fija en el comportamiento en un contexto, sin tener en cuenta las disposiciones internas o rasgos de personalidad del sujeto-, es positivista –en el sentido de que se centra en eventos temporales- e ideográfico, es decir, la secuencia única a la que es expuesto el individuo genera asimismo un comportamiento único (Millon et al, 2001). 27 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 2.4.2.1 Ivan Petrovich Pavlov (1849-1936) Fue el primero en proponer que el comportamiento de las personas dependía del sistema nervioso –concretamente de la corteza cerebral-, que regularía las respuestas que se emiten a los estímulos –esquema estímulo-organismo-respuesta- y que se regirían por los procesos neuronales de excitación e inhibición, aportando una base para el estudio de las bases biológicas de la conducta (Gili Planas & Roca Bennasar, 2004). Aportó una tipología funcional que intentaba explicar porque los animales respondían de manera distinta ante estímulos similares y definió tres características del sistema nervioso –equilibrio excitación/inhibición, tensión de los estímulos y movilidad o capacidad para pasar de un estímulo a otro- que lo explicarían (Gili Planas & Roca Bennasar, 2004). Asimismo, intentó relacionar los conceptos de excitación e inhibición con los trastornos de la conducta psiquiátricos (Eynseck & Eynseck, 1969). Para una lectura pormenorizada de los trabajos realizados por Pavlov se recomienda el siguiente link: http://cura.free.fr/esp/22pavesp.html#Ref19 2.4.2.2 B.F. Skinner (1904-1990) Su teoría es conocida como conductismo radical. Este autor concibe la conducta como algo situacional, dependiente del medio y del aprendizaje del individuo, apareciendo situaciones problemáticas cuando el individuo es incapaz de adaptarse al medio (Davidoff, 1984). Según él, no sería necesario tener en cuenta los estados emocionales inobservables ni las expectativas cognitivas para valorar el comportamiento normal y patológico, de manera que todo se formula en términos de fuentes externas de estimulación y refuerzo. Así, todos los trastornos serían el resultado de experiencias reforzadoras del ambiente, de manera que la diferencia de un comportamiento adaptativo o maladaptativo habría que buscarla en las diferencias del patrón de refuerzos al que el individuo fue sometido (Millon et al, 2001). 28 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD 2.4.2.3 Otros En comparación con Skinner, Walter Mischel (1930-?) considera al individuo como un ente relativamente simple y pasivo, Mischel considera al ser humano como un ente complejo y activo que se beneficia de su capacidad cognitiva y según él, para poder predecir la conducta de un individuo serían necesario un importante conocimiento de las circunstancias ambientales, de la persona y del impacto fenomenológico de esas circunstancias en esa persona (Davidoff, 1984). Albert Ellis (1913-?), creador de la psicoterapia racional-emotiva, defiende que las alteraciones psicológicas son el resultado de una forma de pensar ilógica/irracional y por ello, la labor del terapeuta sería mostrar a los pacientes que las dificultades son debidas a su manera disfuncional de percibir y pensar (Millon, 1993). 2.4.3 Teorías cognitivas La orientación básica en la que se basa las teorías cognitivas es fenomenológica y se enfatiza un abordaje práctico y empírico, en el que prima lo práctico sobre lo teórico y centrado en el “aquí y ahora” (Pretzer & Beck, 1996). Su concepción de la personalidad se basa en la creencia de los terapeutas cognitivos de que las estructuras y procesos cognitivos internos, especialmente los esquemas cognitivos, median y explican el comportamiento de la persona, siendo la personalidad entendida como un conjunto de esquemas cognitivos interrelacionados (Millon et al, 2001). Las percepciones o interpretaciones erróneas son inevitables, dada la complejidad de la vida cotidiana y la ambigüedad de muchas de las relaciones interpersonales (Pretzer & Beck, 1996). Desde el punto de vista terapéutico, los cambios en esos esquemas cognitivos llevarían aparejado cambios en los comportamientos maladaptativos (Millon et al, 2001). No fue hasta la década de los 80 que esta teoría se empezó a aplicar de manera sistemática en el campo de los trastornos de la personalidad (Pretzer & Beck, 1996). 2.4.3.1 Aaron T. Beck (1921-) Aun no siendo su intención inicial y probablemente sin ser su objetivo, Beck creó la terapia cognitiva, cuando buscaba soporte empírico para la teoría psicodinámica de la depresión, pues aunque el creía que esta teoría era cierta, se dio cuenta de que los 29 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD individuos deprimidos, lejos de tener una necesidad masoquista de sufrimiento, buscaban experiencias exitosas (Alford & Beck, 1997). Beck et al (1990) desarrollaron una teoría cognitiva de la patología de la personalidad y describieron los esquemas cognitivos de estos sujetos que posteriormente se traducen en sus comportamientos desviados y que generan unas relaciones interpersonales maladaptativas, que retroalimentan a su vez, pensamientos automáticos distorsionados, lo cual hace que estos pensamientos y comportamientos se tiendan a perpetuar con el tiempo (Pretzer & Beck, 1996). Su modelo se basa en la evolución, en como los trastornos de personalidad pueden derivar de nuestra herencia filogenética (Millon, 1993). Los individuos tienen una serie de esquemas cognitivos relativamente estables que “seleccionan y organizan la experiencia”, de manera que a esa experiencia se le atribuye un significado, lo cual desencadena unos patrones de comportamiento que se denominan rasgos de personalidad (Millon, 1993). Estos rasgos de personalidad que en épocas previas de nuestra evolución pudieron ser adaptativos, en las exigencias de nuestra cultura actual resultan anormales y desadaptativos. Los esquemas cognitivos pueden estar súper o infradesarrollados, inhibiendo o desplazando otros esquemas que pudieran ser más adaptativos en una situación dada. Así, por ejemplo, los individuos antisociales tendrían infradesarrollado el esquema de la responsabilidad o de la capacidad para sentirse culpables por sus comportamientos socialmente inaceptables (Millon et al, 2001). 2.4.3.2 Otros En su libro “Personality: A cognitive view”, Ronald Forgus y Bernard Shulman señalan que cada tipo de personalidad se caracteriza por una estructura cognitiva peculiar que la distingue de las demás. Cada tipo patológico (ellos establecen cinco, entre ellos el antisocial, paranoide y obsesivo-compulsivo) se caracteriza por un sistema de creencias distorsionados que ellos denominan esquema nuclear. 2.4.4 Teorías psicoanalíticas Intentan dar una explicación del ser humano muy influenciada por los fenómenos –motivos, emociones- inconscientes y en el que la personalidad del individuo adulto está determinada por los conflictos psicológicos de la niñez e infancia y la manera de resolver 30 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD esos conflictos. Antes de que la categoría de los trastornos de personalidad hubiera sido creada, se habla de patología caracterial. El carácter es, en términos psicoanalíticos, la función del ego de que haya armonía entre las demandas o pulsiones internas y las demandas del mundo externo (Millon et al, 2001). Los principales fundadores de la “tipología caracterial psicoanalítica” fueron Sigmund Freud, Karl Abraham y Wilhem Reich (Millon, 1993). Fruto de estos tres autores son los principales tipos caracteriales psicoanalíticos, a saber, los caracteres orales (que incluye el tipo oral-dependiente, caracterizado por despreocupación, optimismo, inmadurez emocional e “ingenua afirmación de sí mismos”, y el tipo oralsádico, desconfiado, malhumorado, petulante y con tendencia a culpar al mundo), anales (dividido en anal-expulsivo, siendo estos individuos suspicaces, megalómanos, ambiciosos y presuntuosos, desordenados y negativistas, y anal-retentivo, caracterizados por la obstinación, pedantería, meticulosidad y rigidez) y fálicos, caracterizado por la arrogancia, vanidad, frialdad, descaro, reserva y agresividad defensiva, siendo encantadores si encuentran atención y provocativos si no es así (Millon, 1993; Millon et al, 2001). Otros tipos menos desarrollados son el histérico (temerosos, nerviosos, superficiales, incapaces para los esfuerzos sostenidos, tendentes a la seducción y volátiles en las relaciones interpersonales) y el masoquista (autocrítico, se atormenta y atormenta a los demás, tendente a la querulancia, se arregla poco, etc.) (Millon, 1993). Esta clasificación de los los tipos psicosexuales en caracteres oral, anal y genital tiene su valor en la descripción de los TP menos graves, no así en lo más graves, que son el resultado de disfunciones en varias de las etapas psicosexuales, lo cual limita la generalización del modelo caracterial psicosexual, por lo que esta clasificación fue gradualmente abandonada en el ambiente psicoanalítico (Kernberg, 1996; Millon et al, 2001). 2.4.4.1 Sigmund Freud (1856-1939) Freud apenas se ocupó del tema de la personalidad en sus primeras publicaciones y, como tal, nunca formuló una teoría de la personalidad in sensu stricto, probablemente en relación con el predominio de la psicología experimental en el momento que le toco vivir (Polaino-Lorente, 2003). El principal objetivo de la teoría freudiana fue quizá la elaboración de un modelo de personalidad, pudiendo ser entendido el psicoanálisis 31 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD freudiano como una teoría de la personalidad, aunque nominalmente no le dedico una gran consideración (Baca Baldomero & Roca Bennasar, 2004). En lo que hoy se considera la “teoría de la personalidad” de Freud, habría que tener en consideración, según Polaino-Lorente (2003), los siguientes elementos: la estructura de la personalidad, la topografía de la conciencia, el “principio del placer” y el “principio de la realidad”, el desarrollo evolutivo de la personalidad y los mecanismos de defensa del yo. Basándose en personas neuróticas, Freud sustenta que el comportamiento sería el resultado de la lucha entre el principio del placer y el principio de realidad. El principio del placer dirigiría el comportamiento de la persona durante las primeras etapas de la vida, de manera que la persona buscaría experiencias placenteras y evitaría las dolorosas, y se iría sustituyendo por el principio de realidad -con la excepción de los instintos sexuales-, siendo la fantasía un mediador entre estos y la realidad, de manera que los distintos estratos de la personalidad se someterían al principio de realidad (Polaino-Lorente, 2003). Por otra parte, Freud ofrece tres modelos de “aparato psíquico”, siendo sólo el modelo estructural el interesante desde el punto de vista de lo que es una teoría de la personalidad (Medina & Moreno, 1998; Polaino-Lorente, 2003; Baca Baldomero & Roca Bennasar, 2004): - Hipótesis topográfica de la personalidad: Freud concibe la conciencia casi como un mero órgano sensorial, de función muy limitada. Él divide la vida psíquica en consciente, preconsciente e incosciente, de importancia creciente, de manera que la mayor parte de la conducta humana estaría determinada por los contenidos reprimidos en el inconsciente. La capacidad del inconsciente sería ilimitada y el papel de la represión es fundamental en el mismo, de manera que lo reprimido, que es material conflictivo de la persona, no puede pasar al plano consciente, ya que le angustiaría. Gran número de pensamientos, recuerdos, sentimientos, deseos, etc. de las personas se encuentran en el inconsciente y aflorarían al preconsciente y posteriormente al plano consciente, de manera disfrazada, para poder evitar el papel censor de la represión. El paso al plano de lo consciente provocaría al menos una 32 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD satisfacción parcial de lo reprimido, extinguiéndose la ansiedad que previamente generaba el material previamente reprimido. Su “revelación” sería a través, por ejemplo, de los lapsus linguae o los actos fallidos, y se podría llegar al contenido de lo reprimido a través de la interpretación de los sueños o la libre asociación. - Hipótesis estructural de la personalidad: Freud no podía dar una explicación coherente del ser humano sólo con la concepción topográfica de la personalidad. La estructura de la personalidad según Freud comprende las instancias del Super-yo, Yo y Ello (Davidoff, 1984). El recién nacido no sería consciente casi de nada y su conducta sería el resultado de diversos impulsos instintivos que constituirían el Ello y que el niño intentaría gratificar. Debido a que muchos de esos instintos no pueden ser gratificados, es decir, son frustrados, se va desarrollando la instancia del Yo, que sería el resultado del Ello tras la influencia del mundo exterior, es decir, una instancia entre el Ello y el mundo exterior. El Yo es la estructura del aparato psíquico más vinculada a la consciencia, del que dependen los mecanismos de defensa y entre cuyas funciones principales está la de otorgar coherencia a la persona. El Yo se encargaría de mediar entre las fuerzas que determinan el Ello –guiado por el principio del placer- y la realidad que se impone –mediada por el principio de realidad-. A lo largo del desarrollo, surgiría una nueva estructura, el Super-yo, que surgiría del Yo al interaccionar con los padres o educadores, y cuya función sería la de aplicar las normas y prohibiciones, hacer juicios de valor, es decir, juzga el comportamiento. Tanto el Yo como el Super-yo se encuentran en el plano consciente, preconsciente e inconsciente. Para Freud, una personalidad equilibrada se caracterizaría por saber adaptarse a las exigencias del Yo, mientras reconoce los impulsos del Ello y se adapta a la realidad. Por otra parte, Freud postulo la existencia de los mecanismos de defensa, que fueron ampliados y enriquecidos por otros autores, entre ellos su hija, que serían las estrategias del Yo para liberarse de la angustia, generada o no por la represión, y de los cuales el de la sublimación parece ser el más exitoso. Basándose en esta clasificación, Freud propuso distintos tipos caracteriales “puros” –el tipo erótico, gobernado por el Ello; el tipo narcisista, sometido a las demandas del Yo y finalmente, el tipo obsesivo o compulsivo, bajo el yugo del Super- 33 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD yo- y diversos tipos mixtos (Millon, 1993; Millon et al, 2001). Hoy por hoy, está tipología es obsoleta según algunos autores (Polaino-Lorente, 2003). - El desarrollo evolutivo de la personalidad (fases de evolución de la libido): Freud distingue varias etapas de desarrollo. Fruto de la superación de las mismas sería la personalidad de la persona madura. Otorga especial importancia a las tres primeras fases. La etapa oral es la fase en la que el niño satisfaría los impulsos alimenticios y libidanales por la boca y abarcaría los primeros 18 meses. Le sucedería la etapa sádio-anal, de los 18 a los 36 meses, y que consistiría en la satisfacción de los impulsos libidinales a través de la retención y expulsión de las heces. Sigue la etapa fálica, de los 3 a los 5 años, que consiste en la autoexploración de los genitales por el niño. Aunque hoy se considera que esta autoexploración no tiene ninguna significación erótica, Freud atribuyó al niño sentimientos hostiles hacia el progenitor del mismo sexo y atracción hacia el progenitor de sexo opuesto, lo cual derivaría en la angustia de castración y complejo de Edipo. La etapa de latencia es, según Freud, una etapa caracterizada por la disminución del impulso sexual y la detención evolutiva del niño, extendiéndose de los cinco a los siete años. Finalmente, la etapa genital, es en la que se organiza e integra el comportamiento sexual. En relación al desarrollo evolutivo, postula tres tipos de personalidad según el período de fijación o detención del desarrollo, la personalidad oral –caracterizada por la pasividad, dependencia, comportamiento narcisista, etc.-, la personalidad anal –caracterizada por la terquedad, la tacañería, el orden, etc.- y la personalidad fálica – caracterizada por la búsqueda de éxito social y sexual, enfrentamiento con la autoridad, mal manejo de la culpa, etc.-. 2.4.4.2 Karl Abraham (1877-1925) Sentó las bases de la caracterología analítica (Millon et al, 2001). Se centró más en identificar las raíces psicosexuales de los síntomas que en las estructuras caracteríales, siendo quizá el carácter libidinoso el que le debe una mayor aportación. Así, por ejemplo, una exagerada indulgencia en el período de succión derivaría en un tipo oraldependiente, caracterizado por su optimismo imperturbable y su ingenua seguridad en sí mismo, mientras que todo lo contrario, un período de succión sin apenas gratificaciones derivaría e una dependencia y credulidad excesiva, ya que estos niños se “tragarían” 34 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD cualquier cosa con objeto de recibir al menos algo. Las frustraciones en la fase oralmordedora resultarían en tendencias orales agresivas como el sarcasmo y hostilidad verbal (Millon et al, 2001). 2.4.4.3 Wilhem Reich (1897-1957) Amplía el concepto de carácter (Millon et al, 2001). Postula que los rasgos caracteriales son soluciones defensivas ante los conflictos psicosexuales en edades tempranas, siendo la función del carácter eminentemente defensiva, no siendo capaz de derivar otros rasgos caracteriales que no tuvieran otro origen (Millon, 1993). Así, la resolución neurótica de los conflictos psicosexuales derivaría en la total reestructuración de la organización defensiva, que cristalizaría en una amadura caracterial, cuya principal misión sería defender al individuo de las amenazas externas e internas; es decir, que las experiencias tempranas no sólo tenían su papel en la formación de síntomas, sino también en la formación del carácter del individuo (Millon et al, 2001). Así como el carácter oral y anal fueron principalmente desarrollados por Abraham, Reich expandió la teoría a las fases fálica y genital, siendo la descripción del carácter fálico –vanidoso, arrogante, frío, reservado, etc.- una de sus contribuciones (Millon et al, 2001). 2.4.4.4 Otto Fenichel (1897-1957) Una de sus principales aportaciones fue señalar que era imposible estudiar lo que son los síntomas neuróticos, sin conocer previamente lo que es la personalidad. Consideraba, asimismo, que los primeros son fenómenos ajenos al carácter y que el carácter era la parte de la personalidad que se encarga de armonizar las exigencias instintivas y el mundo externo, y que sería explicable sólo a través del desarrollo histórico del individuo, de la misma manera que las neurosis del carácter (Baca Baldomero & Roca Bennasar, 2004). Fenichel intentó hacer una clasificación psicoanalítica de las constelaciones del carácter en tipos sublimatorios y reactivos (este último incluiría la evitación –fobias- o la oposición -formación reactiva-). Asimismo, intento clasificar los trastornos de la personalidad o del carácter en relación a las alteraciones del comportamiento relacionados con el Ello –conflictos orales, anales y fálicos-, el Superyo –masoquismo moral, psicopatía y acting-out- y los objetos externos –inhibiciones patológicas, celos patológicos, pseudohipersexualidad-. Este clasificación se abandonó por las mismas 35 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD razones que la de Abraham y Freud, es decir, porque se vio que toda la patología del carácter presentaba comportamientos de las distintas fases a la vez (Kernberg, 1996). 2.4.4.5 Carl Gustav Jung (1875-1961) Inicialmente, fue el principal seguidor de Freud. Posteriormente, criticó la idea freudiana de que la libido fuera de origen únicamente sexual. Fue el máximo defensor de la idea del inconsciente colectivo, que contendría entre otros, recuerdos de los antepasados y que afloraría en los sueños, fantasías, mitos y delirios (Davidoff, 1984), y de los arquetipos. En el campo de la tipología humana su principal aportación fue distinguir entre personas introvertidas, en las que el flujo de libido es del entorno hacia el individuo y su propio estado mental, extrayendo del medio lo que necesita para satisfacer sus necesidades internas y que se caracterizan por una actividad mental centrada en lo intelectual, siendo personas relativamente poco sociables y estando predispuestas a la psicastenia; los extrovertidos –el flujo de libido es del individuo hacia el exteriorexplicarían la vida desde un punto de vista exterior a sí mismo y se caracterizan por ser sociables, implicarse más en actividades físicas que mentales y por el gusto por la novedad y las nuevas emociones, pero sin profundizar en las mismas, etc., estando predispuestos a la histeria. Para Jung, las dos orientaciones más importantes de la personalidad son precisamente la introversión vs. extroversión –defiende que un individuo puede ser conscientemente introvertido e inconscientemente extrovertido y viceversa- que se expresarían a través de las funciones racionales –pensar y sentir- o de las funciones que el considera irracionales –percepción e intuición- (Eynseck & Eynseck, 1969). Estos autores señalan que Jung no crea los conceptos de introversión y extraversión, pues tenían ya una larga tradición de uso popular en Europa, pero sí es el primero que los usa con una finalidad científica. Junto a los 4 modos de adaptación o funcionamiento –pensamiento, sentimiento, sensación/percepción e intuición- habría 8 tipos básicos de personalidad (ver Tabla 4). 36 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD Tabla 4. Tipos de Jung (Basado en Millon, 1993) MODO DE ADAPTACIÓN O FUNCIONAMIENTO PENSATIVO SENTIMENTAL SENSIBLE INTUITIVO Saca conclusiones de Silencioso, Impredecibles, Tendencia a la ensoñación reflexiones subjetivas, inaccesible, “se arbitrarias, con mística y expresión es taciturno, esconde a menudo tras intereses espirituales, artística. A los ojos de los alexitímico, no se una máscara de con reacciones demás, parecen esfuerza para conseguir puerilidad y subjetivas a enigmáticos, distantes y la aprobación de los melancolía”, tienden a acontecimientos ajenos a la realidad demás expresar a través de la objetivos convencional. pintura y poesía sus intensos sentimientos Basan sus actuaciones Se ajustan a lo que los Irreflexivos, Busca la novedad, la en valoraciones demás esperan de centrados en el estabilidad es monótona, intelectuales. Son ellos, son presente, buscadores interesado por el potencial normativos e imponen tradicionales, evitan la del placer, de las cosas y personas sus puntos de vista a los crítica y reflexión y “degenerados” demás. suprimen sus juicios personales 2.4.4.6 Alfred Adler (1870-1937) Criticó la exagerada importancia que Freud había dado a la sexualidad. Sus principales aportaciones tienen que ver con la importancia que da a las fuerzas sociales en la génesis de la personalidad y la importancia de los sentimientos de inferioridad como principal motor de la motivación humana y como moldeador del estilo de vida de las personas (Davidoff, 1984). Junto a Jung reorienta la caracterología hacia la orientación interpersonal, al hacer hincapié en los aspectos sociales de las personas (Millon, 1993). De él deriva el término de sobrecompensación, que sería la tendencia del individuo a compensar sus sentimientos de inferioridad marcándose objetivos poco realistas y formuló su tipología de estilo de vida sobre las polaridades “activa-pasiva” (la persona da/inicia o recibe/consigue, respectivamente) y “constructiva-destructiva” (que refleja el interés social, alto si la persona es constructiva) (Millon, 1993) (ver tabla). 37 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Tabla 5. Estilos de vida según Adler (basado en Millon, 1993) CONSTRUCTIVO ACTIVO PASIVO ACTIVO-CONSTRUCTIVO PASIVO-CONSTRUCTIVO El Seductores, buscan la atención más saludable. Disfrutan viviendo y tratan de superar las de los demás, dificultades de manera creativa. reconocimiento pretenden por ellos mismos, no por sus logros. DESTRUCTIVO ACTIVO-DESTRUCTIVO PASIVO-DESTRUCTIVO Son molestos para los demás al Negativista. comportarse de manera tiránica, buscan culpables y esperan que rebelde e incluso delictiva. los demás les solucionen la Pasivo-agresivos, papeleta. 2.4.4.7 Karen Horney (1885-1952) En 1945 describió tres tipos caracteriales dependiendo de la actitud de las personas: el tipo “sumiso” (que se mueve hacia la gente), el tipo “agresivo” (que se mueve contra la gente) y el tipo “independiente” (que se aleja de la gente) (Millon, 1993). Posteriormente, en 1950 reconceptualizó su teoría guiándose por la manera de las personas para resolver sus conflictos intrapsíquicos (solución de “retirada”, “expansiva” y “resignación neurótica”), resultando los siguientes tipos: a/ Movimiento hacia-sumisión-retirada: necesitan mucho afecto, tienden a negar sus propias aspiraciones, se subordinan a los demás y tienden a la pasividad y dependencia. b/ Movimiento contra-agresivo-expansivo: la vida se entiende como una despiadada lucha por la supervivencia. Niegan cualquier debilidad e intentan sobresalir y minimizar a los poderosos. c/ Movimiento de alejamiento-resignación neurótica: evitan a los demás para evitar el conflicto y frustración de los sentimientos y deseos generados, restringen sus deseos y se convierte en “espectadores independientes” de lo que sucede a su alrededor. 2.4.4.8 Erich Fromm (1921-1989) También criticó la importancia que Freud otorgó a las fuerzas libidinosas e hizo más hincapié en las relaciones interpersonales entre los padres y los hijos. Diferenció cinco orientaciones caracteriales (Millon, 1993): 38 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD 1. Receptiva: necesidad extrema de apoyo de los demás y son optimistas si la tienen. 2. Explotadora: pesimistas, suspicaces, incapaces de lograr por sí mismos lo que desean, por lo que lo consiguen mediante la astucia o fuerza, a costa de los demás. 3. Acumulador: rígidos, ordenados, poco afectivos y no les gusta la novedad, se protegen de los demás por un rígido muro defensivo. 4. Mercantil: se ajustan a lo que los demás piden, se “venden” para que los demás vean cumplidos sus deseos. Superficiales. 5. Productivo: respeta las opiniones de los demás aún teniendo las propias, sensible a los afectos. Es la personalidad saludable y creativa. 2.4.4.9 Erik Erikson (1905-1990) Principalmente conocido por su teoría del desarrollo. Erikson postuló que la personalidad del individuo se desarrollaba al pasar por diversas etapas psicosociales, en cada una de las cuales hay distintos conflictos que resolver, ante los cuales hay soluciones positivas –producción salud mental- o negativas –provocan inadaptación-. 2.4.4.10 Heinz Kohut (1913-1981) Junto a Kernberg es uno de los principales autores en torno a la importancia que toman las relaciones objetales en el desarrollo normal y anormal de la personalidad (Baca Baldomero & Roca Bennasar, 2004). Su visión es totalmente innovadora en el mundo psicoanalítico, ya que a diferencia de la visión analítica clásica en la que los conflictos son la base de la patología –tal y como hace también Kernberg- Kohut postula que la mayoría de los trastornos se deben a deficiencias de la estructura del Sí mismo (self). Consideró la respuesta empática como la base de una psicoterapia eficaz. 2.4.4.11 John Gunderson Organiza los trastornos de personalidad del DSM en un continuum de la normalidad a la psicosis (Millon, 1993): • Nivel menos grave/”trastornos de rasgo”: obsesivo-compulsivos, histriónicos, evitadores y dependientes. • Nivel medio/”trastornos del Sí mismo”: personas esquizoides, límite y antisociales. 39 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD • Nivel más grave/”trastornos del Espectro”, estrechamente relacionados con los del eje I. Son los trastornos depresivos, paranoide y esquizotípico de la personalidad. Su concepción del trastorno límite de la personalidad es radicalmente distinta a la de Otto Kernberg y otros teóricos psicoanalíticos, ya que Gunderson lo considera un trastorno discreto y no como un nivel de organización psicodinámica (Millon, 1993). Asimismo, basa sus hipótesis en una amplia experiencia clínica que le permite ofrecer una visión clara de este trastorno, ofreciendo un conjunto de criterios diagnósticos (actividad laboral mínima, impulsividad, relaciones íntimas perturbadas, etc.). 2.4.4.12 Otto Kernberg Kernberg (1996) considera que el temperamento es el conjunto de disposiciones innatas constitutivas de un individuo y, en gran parte, genéticamente determinadas, que determinan la manera de reaccionar del individuo a los estímulos ambientales, siendo las más importantes la intensidad, ritmo y umbral de las respuestas afectivas, y que incluye también las disposiciones innatas a la organización motora y cognitiva del individuo. Este autor opina que la disposición que determina el umbral de las respuestas afectivas es el puente más importante entre los determinantes biológicos y psicológicos de la personalidad. Por otra parte, señala que el carácter es la organización dinámica particular de los patrones de conducta de cada individuo que refleja el grado y nivel de organización de dichos patrones. Desde el punto de vista psicoanalítico considera que el carácter se refiere a las manifestaciones conductuales de la identidad del yo, mientras que los aspectos subjetivos de la identidad del yo –es decir, la integración del sí mismo y de los demás significativos- son las estructuras intrapsíquicas que determinan la dinámica de organización del carácter. También señala que los términos de patología del carácter, neurosis del carácter, carácter neurótico, rasgos o patrón de personalidad patológicos, se están refiriendo a lo mismo. Finalmente, considera que la personalidad está codeterminada por el temperamento y el carácter, pudiendo ser considerada la organización dinámica de los patrones de conducta derivada del temperamento, carácter y los sistemas de valores internalizados, cuyo principal motor o sistema motivacional de la personalidad y, potencialmente conflictivo, es la dinámica inconsciente del ello 40 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD (Kernberg, 1996). Asimismo, según como esa persona tenga integrado el ello en las funciones del yo y del súper-yo reflejará el potencial de adaptación de la personalidad. Según su teoría, las personas con personalidad más o menos normal se caracterizan por una buena o fuerte identidad del ego, es decir, por su capacidad para el control de los impulsos y afectos, así como la capacidad para sublimar en el trabajo y valores, que se traduce en la persistencia, consistencia y creatividad en el trabajo, y que también está determinada por un superyo adecuado-; por un sentido de sí mismo integrado –caracterizado por la presencia de un sentido interno y una apariencia externa de coherencia, una buena autoestima, etc. El individuo sabe quien y como es, que cosas le gustan o le disgustan, cuales son sus valores y una coherencia vital en torno a esos valores, etc.,- y un sentido integrado de los demás, lo cual permitiría las bases para la intimidad, el compromiso y la empatía, entre otros. Así, las personas con un yo fuerte, son capaces de mantener una personalidad integrada a pesar de las presiones internas o externas. Asimismo, las personas normales también tienen un sistema de valores morales o sociales integrado, maduro, internalizado, individual y no demasiado dependiente de prohibiciones infantiles inconscientes, llamado superyo y que se traduce en el sentido personal de la responsabilidad, la capacidad para una autocrítica realista, por la integridad y flexibilidad en el manejo de los aspectos éticos cuando en la toma de decisiones y el compromiso con los ideales y valores, entre otros. La carencia de este último es típica de las personalidades narcisistas y sobre todo, antisociales. Un cuarto aspecto de la personalidad normal y que depende de la presencia de un yo y superyo adecuados, es el manejo adecuado de los impulsos sexuales y agresivos que todas las personas tenemos, y que se traduce en la integración de las necesidades sensuales y sexuales con el compromiso emocional y cariño de la persona querida, lo cual se acompaña de un grado normal de idealización. La capacidad para la confianza, reciprocidad y compromiso de las personas requieren también de un yo y superyo adecuados (Kernberg, 1996; Millon et al, 2001). Por otra parte, la rabia es el afecto nuclear de la agresión como impulso, y sus vicisitudes explicarían los dos principales sentimientos de los TP que son la envidia y el odio, que se darían junto a la ira y la irritabilidad (Kernberg, 1996). 41 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 2.4.5 Teorías interpersonales Es una de las principales aportaciones del fin de siglo XX. Se basa en que la personalidad se conceptualiza mejor como el producto social de las interacciones con las personas significativas para nosotros, de manera que, incluso cuando estamos solos, las representaciones internas de los personas importantes para nosotros influyen en nuestras acciones (Millon et al, 2001). Los trastornos de la personalidad serían el resultado de unas reacciones comportamentales inapropiadas en las relaciones interpersonales y que además de ser desadaptativas, tienden a perpetuarse en el tiempo. 2.4.5.1 Harry Stack Sullivan (1892-1949) Describe 10 tipos de personalidad observados en la práctica clínica (Millon, 1993): • No integradora: superficiales, con tendencia a la divagación, no aprenden de la experiencia e ignoran las consecuencias de su comportamiento. • Absorta en sí misma/fantástica: encerradas en un mundo fantasioso, dicotomizan las relaciones en maravillosas o despreciables, entregándose a relaciones que acaban en profundas desilusiones. • Incorregible: son hostiles con los demás, especialmente con aquellos que ostentan el poder, quejándose de ellos. • Negativista: inseguros, se resisten pasivamente y rechazan los puntos de vista de los demás. • Titubeante: como el nombre indica, sus acciones están marcadas constantemente por la duda. • Guiada por la ambición: competitivos, manipulan y explotan a los demás. • Asocial: independientes, solitarios, no pueden mantener relaciones íntimas cálidas con los demás. • Inadecuada: dependen de otro, que es el que toma las decisiones y la responsabilidad. • Homosexual. • Crónicamente adolescente: persiguen eternamente sus ideales, siendo raro que lo consigan, generando una intensa frustración. 42 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD 2.4.5.2 Timothy Leary (1920-1996) Basa su tipología de la personalidad en dos dimensiones: hostilidad-cariño (amor-odio) y dominancia-sumisión, describiendo ocho tipos interpersonales, cada uno de ellos con una variante extrema y otra moderada (Millon, 1993; Millon et al, 2001): • Personalidad “rebelde-desconfiada”: resentidos, cínicos, amargados, se distancian de manera activa de los demás y aunque intentan mostrarse como próximas y afectuosas, están alerta y a la defensiva. • Personalidad “retraída-masoquista”: modesta, reservada, pudiendo llegar a provocar que los demás la humillen y desprecien. • Personalidad “dócil-dependiente”: sumisa, dependiente, se muestra incompetente y busca la ayuda de los demás. • Personalidad “cooperativa-sobreconvencional”: se esfuerzan en gustar a los demás, muestran un optimismo superficial, son distraibles e histriónicos en sus manifestaciones. • Personalidad “responsable-hipernormativa”: ordenados, perfeccionistas, poco tolerantes con lo que consideran fuera de la norma, con ideales convencionales, escasas muestras de afecto. • Personalidad “dominante-autocrática”: actitud vigorosa, confiados en sí mismos y con actitud de líderes, incapaces de relajarse y dirigen sus esfuerzos hacia el poder y control de los demás. • Personalidad “competitiva-narcisista”: explota y humilla a los demás, hipercontroladores, se creen superiores a los demás, son exhibicionistas y muestran un deseo exagerado por impresionar a los demás. • Personalidad “agresivo-sádica”: fríos, severos, sienten placer y seguridad humillando a los demás, en los que provocan miedo intimidando con su poder. Aunque lo hacen conscientemente, también pueden sentirse culpables. 2.4.5.3 Lorna S. Benjamin Esta autora concibe la personalidad como el resultado de las primeras interacciones con los padres y resto de personas. Opina que diagnóstico y terapia deben ir paralelamente con los problemas de la personalidad, donde las intervenciones terapéuticas han de basarse en el análisis interpersonal. Su modelo, denominado “análisis 43 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD estructural del comportamiento social”, tiene en cuenta el comportamiento con los demás, con el Sí mismo y con la dimensión intrapsíquica (Millon, 1993). El papel educativo de los padres sería fundamental, en el sentido que es difícil manejar la tensión existente entre controlar y guiar a los hijos, permitiéndoles irse constituyendo progresivamente en los señores de su existencia (Millon et al, 2001). 2.4.5.4 Otros Donald J. Kiesler centra su modelo en las transacciones interpersonales y postula que el niño adopta desde muy pequeño un estilo interpersonal basado en dos dimensiones (filiación –amor/odio- y control –dominancia/sumisión-) que determinarán el resto de sus relaciones (Millon, 1993). Jerry S. Wiggings basa su modelo de personalidad en varias dimensiones interpersonales, todas ellas organizadas en torno a los ejes de filiación (calidez-conciliación vs frialdad-disputa) y dominancia (ambición-dominancia vs conformismo-sumisión) (Millon, 1993). 2.4.6 Teorías estadísticas (factoriales y multivariantes) Estas teorías pretenden describir y clasificar a las personas según un conjunto de rasgos o factores relativamente estables a lo largo de la vida del individuo (Davidoff, 1984) y que se identificarían por métodos matemáticos/análisis factorial (fase analítica); una vez identificados se reagruparían, dando lugar a combinaciones de orden superior que serían los patrones de personalidad manifiestos (fase sintética) (Millon, 1993). Aunque relativamente de moda en la actualidad, son numerosas las críticas que se le pueden hacer a estos modelos. Davis & Millon (1993) consideran que son insuficientes para explicar de manera completa los problemas de personalidad. Su aplicabilidad en el ámbito clínico a los TP ha sido ampliamente criticada, debido a que los factores que se detectan son clínica y etiológicamente heterogéneos (Cloninger et al, 1993). Otra de las críticas es que el análisis factorial sólo puede determinar el número de variables, pero no la causa subyacente, siendo asimismo necesario usar información extra-estadística para poder explicar la variedad biológica y social de los rasgos de personalidad (Cloninger, 1987). Asimismo, las dimensiones que propone los distintos modelos tienen, en general, poca relación con alguno de los TP y poca utilidad en el ámbito clínico (Kernberg, 1996). 44 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD Aunque el primero en usar el análisis factorial en el campo de la psicología fue Charles Spearman (1863-1945) (Baca Baldomero & Roca Bennasar, 2004), los orígenes en su aplicación al campo de los modelos de personalidad hay que buscarlos en el trabajo realizado por Gerard Heymans (1857-1930) y E. Wiersma (1858-?)y que concluyo con la formación de un modelo de tres dimensiones –actividad, emotividad y una función primaria/secundaria, que hoy se llamaría extraversión-introversión- que elaboraron a partir del análisis biográfico de 110 personajes históricas bien conocidas y que aplicaron a 2532 individuos con la ayuda de 3 mil médicos holandeses (Eynseck & Eynseck, 1969). Una de las críticas que se le hacen es que a pesar de ser el modelo por excelencia en la actualidad, se basa sujetos con personalidad normal y los trastornos de personalidad vendrían definidos por alteraciones de unas dimensiones que no nos daría una visión global del sujeto, cuya personalidad es más que la suma de las dimensiones que la constituyen (Baca Baldomero & Roca Bennasar, 2004). 2.4.6.1 R. B. Guilford En una primera versión de su teoría y basándose en los resultados de una encuesta con preguntas para diferenciar introversión y extroversión en una muestra de 930 estudiantes, identificaron cuatro factores –introversión social, sensibilidad emocional, impulsividad e interés en uno mismo- y posteriormente (1936) reanalizaron, encontrando tres factores principales y dos accesorios y que no eran independientes: S (verguenza social), E (inmadurez o dependencia emocional) o M (masculinidad) y dos factores “tentativos”, R (derivado de la palabra griega “rhathymia”, que significa “libertad desde el cuidado”) y T (que reflejaría el gusto por “pensar” en contraposición a la “acción”). Posteriormente se fueron añadiendo otros factores y en los últimos desarrollos de sus teorías se postulan 13 factores de personalidad fundamentales (Eynseck & Eynseck, 1969): • G. Actividad General. • Ambición –ascendance- (tendencia a la ambición, combatividad y puestos de liderazgo). • M. Masculinidad vs. feminidad • Confianza vs. sentimientos de inferioridad. • N. Tranquilidad, compostura vs. intranquilidad. 45 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD • S. Sociabilidad. • T. “Reflexibidad”. • D. Depresión. • C1. Emotividad. • R. Control vs. “rhathymia”. • O. Objetividad. • Ag. Amigabilidad. • Co. Tolerancia/cooperatividad. 2.4.6.2 Teoría de R.B. Catell (1905-1998) Inicialmente formado en Londres con Spearman, desarrollo su teoría en EE.UU (Eynseck & Eynseck, 1969). Catell y sus colaboradores seleccionaron cerca de 18000 palabras inglesas que se aplicaban para describir a las personas, de las que finalmente dejaron unas 200 tras eliminar las expresiones raras y repetidas y mediante análisis factorial se correlacionaron los diversos términos, agrupándose inicialmente en quince factores primarios –no independientes-, que serían dimensiones básicas de la personalidad y que posteriormente organizó en las subsiguientes dimensiones bipolares (Eynseck & Eynseck, 1969, Davidoff, 1984): • Factor A/Calidez emocional: Esquizotimia (reservado, crítico, alejado) vs ciclotimia (afectuoso, tranquilo, interactivo). • Factor B/razonamiento: Inteligencia baja (pensamiento concreto) vs alta (pensamiento abstracto). • Factor C/estabilidad emocional: Poca fuerza del Yo o neuroticismo (inestable emocionalmente) vs mucha fuerza del yo (estable emocionalmente). • Factor E/Dominancia: Sumisión (débil, conformista) vs dominancia (competitivo, agresivo). • Factor F/viveza o animación: Desurgencia (prudente, serio) vs surgencia (despreocupado, impulsivo). • Factor G/conciencia de las reglas: Poca fuerza del Super-Yo (no respeta las normas) vs mucha fuerza del Super-Yo (respetuoso por las normas). 46 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD • Factor H/atrevimiento social: Trectia –reactividad a la amenaza- (tímido, cohibido) vs parmia –inmunidad parasimpática- (socialmente desinhibido, emprendedor). • Factor I/sensibilidad o susceptibilidad: Harria (confiado en sí mismo, realista) vs premsia (dependiente, superprotegido, impresionable). • Factor L/vigilancia: Alaxia o relajación innata (confiado, no celoso ni envidioso) vs “protensión” –tendencia paranoide- (suspicaz, a la defensiva, engreído). • Factor M/abstracción: Praxernia (práctico, convencional) vs autia (imaginativo, poco práctico, abstraído). • Factor N/privacidad: Sencillez o ingenuidad (franco, natural) vs astucia (calculador, perspicaz). • Factor O/aprensión: Adecuación imperturbable o confianza (seguro de sí mismo, flexible) vs tendencia a la culpabilidad (preocupado, depresivo). • Factor Q1/apertura al cambio. • Factor Q2/Confianza en sí mismo. • Factor Q3/Perfeccionismo. • Factor Q4/Tensión. Catell opinaba que con esos 16 factores iniciales se podía abarcar aproximadamente dos tercios de la varianza en personalidad (Eynseck & Eynseck, 1969). En posteriores investigaciones añadió siete factores. Finalmente, se añadieron doce factores “patológicos” usando variables extraídas del MMPI (Minnesota Multiphasic Personality Inventory). Un análisis factorial de “segundo orden” del total de los 35 factores demostró ocho factores más “profundos”, que en orden de fortaleza son (http://www.ship.edu/~cgboeree/eysenckesp.html): • QI. Exvia (Extraversión) • QII. Ansiedad (Neuroticismo) • QIII. Corteria (“Alerta cortical”, práctico y realista) • QIV. Independencia (tipos muy solitarios) • QV. Discreción (tipos socialmente prudentes y perspicaces) • QVI. Subjetividad (distante y que no encaja bien) 47 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD • QVII. Inteligencia (CI) • QVIII. Buena crianza (estable, dócil) Los factores de segundo orden son creatividad vs convencionalidad, dureza vs sensibilidad, neuroticismo vs estabilidad, liderazgo vs seguimiento, ansiedad alta vs baja e introversión vs extraversión, en base a los cuales (especialmente los dos últimos) Catell construye cuatro tipos de personalidad: • Tipo de ansiedad alta-introversión: tenso, excitable, inestable, suspicaz y celoso, tímido y vergonzoso. • Tipo de ansiedad baja-introversión: tranquilo, flemático, frío, tímido, adaptable, maduro y con múltiples recursos. • Tipo de ansiedad alta-extroversión: tenso, inseguro, suspicaz y celoso, inestable, pero sociable, locuaz, práctico y dependiente. • Tipo de ansiedad baja-extroversión: flemático, tranquilo, confiado, maduro, pero sociable, práctico y convencional. El problema principal del modelo de Catell es que a nivel clínico no se generan suficientes variedades clínicas ni con suficiente coherencia (Millon, 1993). 2.4.6.3 Teoría de H.J. Eysenck (1916-1997) Es el más importante continuador del trabajo de Spearman y Burt, dando continuidad a la escuela de Londres (Eynseck & Eynseck, 1969). Aunque inicialmente encuentra dos factores principales –neuroticismo y el factor de distimia-histeria- (Gili Planas & Roca Bennasar, 2004), posteriormente construye su modelo en base a tres dimensiones básicas de personalidad independientes y ortogonales, a saber, neuroticismo o emotividad –muy relacionado con el sistema simpático y en la que los sujetos que puntuaran alto se caracterizarían por una personalidad falta de motivación e iniciativa, inestable y mal organizada, fáciles de frustrar, preocupados y con tendencia a estar deprimidos, entre otros-; el factor inicialmente llamado distimia-histeria se reconvierte en el de introversión vs extroversión de manera que los distímicos serían introvertidosneuróticos y los inicialmente histéricos se englobarían como extrovertidos-neuróticos (los individuos introvertidos se caracterizarían por su alto poder excitatorio y por el débil potencial inhibitorio, de manera que el nivel de excitación cortical es mayor en los 48 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD introvertidos; los individuos introvertidos se caracterizan por cinco factores de primer orden: persistencia, rigidez, subjetividad, irritabilidad y timidez, mientras que los extrovertidos lo serían por la actividad, sociabilidad, excitabilidad, vivacidad e impulsividad). La tercera dimensión es la de psicoticismo-normalidad, basada en la reactividad del sistema autónomo (los individuos con alta reactividad son propensos a los trastornos neuróticos) y la susceptibilidad al condicionamiento; los individuos que puntúen alto en psicoticismo serían crueles, poco empáticos, solitarios y con intereses extravagantes y les atraería el peligro y riesgo, entre otros (los susceptibles tienden a ser introvertidos) (Eynseck & Eynseck, 1969; Millon, 1993; Gili Planas & Roca Bennasar, 2004). Es una teoría que se puede testar y para la que hay cierta evidencia de heredabilidad (Buss & Plomin, 1975) y que de la misma manera que Pavlov, intenta sentar las bases biológicas de la personalidad, de manera que un elevado neuroticismo se correspondería con una alta activación del sistema límbico-hipotálamo (cerebro emocional) y mayor funcionamiento basal del sistema simpático, con dificultad para retornar a los niveles previos a la estimulación; la dimensión extraversión-introversión la relaciona con el sistema reticular activador ascendente (SRAA) y corteza, de manera que los individuos introvertidos tienen una mayor activación reticular y cortical –lo cual se traduce en que rindan más a la mañana y con niveles de estimulación bajos y tareas monótonas e individuales- y los individuos extrovertidos menor, por lo que estos últimos tenderían a buscar estímulos externos para suplir la carencia de estímulos internos y funcionarían mejor de noche –al estar ya más “estimulados”-; finalmente, la dimensión de psicoticismo se relacionaría con una alteración de la homeostasia del SNC, con la actividad androgénica –mayor agresividad en la respuesta a mayor nivel de testosteronay diferencias intersexo (Gili Planas & Roca Bennasar, 2004). Su modelo jerárquico de personalidad fue postulado en 1947 y en él distingue cuatro niveles de organización que se corresponden con los cuatro tipos de factores distinguidos por los analistas –factores de error, factores específicos, grupo de factores y factores generales- (Eynseck & Eynseck, 1969; Gili Planas & Roca Bennasar, 2004): 49 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD • Primer nivel: es de respuestas específicas, comportamientos en una situación determinada de la vida cotidiana y que no necesariamente son característicos de ese individuo. • Segundo nivel: es el de las respuestas habituales, que son respuestas similares ante estímulos similares, siendo ya el primer nivel en el cual ya se puede calcular coeficientes de probabilidad, es decir, la probabilidad de que determinado comportamiento se produzca en una situación concreta. • Tercer nivel: Es el nivel de los rasgos –sociabilidad, impulsividad, etc.-, que son constructos teóricos basados en la correlación entre diferentes respuestas habituales (segundo nivel). • Cuarto nivel, en el que se organizan los rasgos para constituir tipo generales o factores de segundo orden, que se corresponderían a dimensiones básicas de la personalidad, por ejemplo, el tipo introvertido. Aunque Eynseck se ha centrado más en los tipos que en los rasgos –al revés que Catell- (Eynseck & Eynseck, 1969) y aunque es uno de los modelos más controlados científica y estadísticamente (Gili Planas & Roca Bennasar, 2004), una de las críticas a su modelo es la misma que se le hace a Catell: la gran dificultad para aplicarla al modelo clínico (Millon, 1993). Por otra parte, Buss & Plomin (1975) critican la manera en la que neuroticismo y extroversión son definidos y opinan que la dimensión de extroversión debiera ser dividida en sus dos principales componentes, la sociabilidad y la impulsividad; también opinan que la dimensión de neuroticismo, además de referirse a la tendencia (heredada) de angustiarse fácilmente, incluye miedos y preocupaciones que son aprendidos –y por tanto no tendrían que ver propiamente con el temperamento-. Finalmente, para el estudio científico de la personalidad desarrolló varios cuestionarios –Maudsley Medical Questionnaire (MMQ), Maudsley Personality Inventory (MPI), Eysenck Personality Inventory (EPI) y Eysenck Personality Questionnaire (EPQ)- (Gili Planas & Roca Bennasar, 2004). 50 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD 2.4.6.4 Gray Su modelo se origina en las teorías de Pavlov y Eynseck, defendiendo que el comportamiento podía ser explicado en base a la fisiología del organismo y describe tres sistemas emocionales: el primero se activaría por estímulos gratificantes que actuarían como reforzadores –situado en hipotálamo lateral y haz medial del cerebro anterior-; el segundo, que inhibiría la acción y se activaría ante situaciones de peligro o desagradables –situado en área medial del septum, hipocampo, corteza orbitofrontal y núcleo caudado-; finalmente, el tercero, que se activaría cuando ante un estímulo existen dos respuestas alternativas –huida/lucha- de manera que si la huida no fuera posible, se activaría la lucha (implica agresividad) y se situaría en la amígdala, hipotálamo medial y sustancia gris del cerebro medio. Los individuos se diferenciarían según la susceptibilidad a los premios o castigos, dependiendo de los tres sistemas emocionales señalados. Gray planteó finalmente dos dimensiones de personalidad accesorias al modelo de Eynseck –la de ansiedad e impulsividad- (Gili Planas & Roca Bennasar, 2004). 2.4.6.5 Teoría de los cinco factores (Five-Factor Model) Este modelo, inicialmente postulado por Fiske (1949), fue posteriormente desarrollado por PT Costa, RR McCrae y T. Widiger, seguidores entusiastas de los modelos dimensionales de la personalidad y defensores del modelo de los cinco factores o Big Five, que serían las dimensiones de los rasgos fundamentales de la personalidad y sus trastornos (Millon, 1993). Este modelo, como el de Catell, parte de la hipótesis de que la mayoría de las características sociales e interpersonales de la personalidad han sido codificadas en los adjetivos usados en el lenguaje popular –y recogido en los diccionarios- para calificar a las personas (Millon & Davis, 1996). A pesar de haber recibido numerosas críticas (entre ellas que ofrece sólo una visión transversal), ha sido replicado en niños y adultos y en diferentes idiomas, es útil para caracterizar los trastornos de personalidad del DSM y es estable entre observadores, pudiendo usarse en diversas culturas y lenguajes y se ha mostrado como un marco adecuado para el estudio de la personalidad en los adultos en diversos campos de la personalidad humana, aunque es posible que existan otras dimensiones básicas de personalidad (Millon, 1993; John et al, 1994; Millon & Davis, 1996). Estas cinco dimensiones se encuentran en numerosas fuentes de datos, muestras y diferentes lenguajes y posee una validez discriminante y 51 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD convergente a través de distintos observadores e instrumentos, siendo asimismo relativamente estable a lo largo de la edad adulta. Los cinco factores fundamentales (Big Five) son cinco dimensiones independientes (John et al, 1994; Millon & Davis, 1996): • Neuroticismo (N): está relacionado con la vida emocional del sujeto (Gili Planas & Roca Bennasar, 2004) y es la predisposición a experimentar angustia psicológica en la forma de ira, depresión, ansiedad y otros afectos negativos (Costa & McCrae, 1990). También es definido como la disposición crónica a la inestabilidad emocional y susceptibilidad al malestar psicológico, identificando a los individuos inestables, con propensión a la angustia psicológica, alta impulsividad e ideas poco realistas, entre otros (Cloninger et al, 1993). El extremo contrario sería la adaptación. • Extroversión (E): incluye no sólo sociabilidad sino también alegría y viveza/animación (Costa & McCrae, 1990), caracterizando a individuos con tendencia a la estimulación, actividad, contacto social, energéticos, entusiastas, habladores y asertivos, es decir, con facilidad para experimentar emociones positivas y tener energía (Gili Planas & Roca Bennasar, 2004). Su opuesto es la introversión. • Apertura a la experiencia o “intelectualidad” (O de Openness to experience), caracterizando a sujetos con gran gusto por la novedad, curiosidad, originalidad, amplitud de intereses e imaginación (Costa & McCrae, 1990). • Amabilidad (A de Agreeableness): las personas con esta disposición serían afectuosos, confiados, dispuestos a ayudar, altruistas, compasivos y no rencorosos (Costa & McCrae, 1990). Los individuos oposicionistas se caracterizarían por lo contrario. • Responsabilidad (C de conscientiousness), que caracterizaría a las personas muy organizadas, ambiciosas, controladoras, responsables, fiables y persistentes, y en general, a todas aquellas personas con adherencia estricta a sus principios y que se esfuerzan disciplinadamente para conseguir sus objetivos (Costa & McCrae, 1990). 52 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD En general, se podría decir que puntuaciones elevadas en neuroticismo serían la “antesala” de lo que conocemos desde el punto de vista clínico como trastorno de personalidad (Gili Planas & Roca Bennasar, 2004). Tal y comos señalan Wiggins & Pincus (1990), es probable que los TP impliquen un estilo inflexible y maladaptativo en varias de las cinco dimensiones de este modelo y defienden que el modelo de los cinco factores puede ser una buena base para discriminar entre distintas concepciones –la basada en dimensiones y usada principalmente por los psicólogos de la personalidad, y la basada en la experiencia y el juicio clínico, más usada por los psiquiatras- de los TP y sus hallazgos sugieren que rasgos de personalidad normal están implicados en las concepciones actuales de los TP, apoyando el uso de un modelo dimensional como sistema clasificatorio. Asimismo, demuestran que las escalas usadas en los TP –ellos usaron la Personality Adjective Checklist (PACL) (Strack, 1987) y el Minnesota Multiphasic Inventory (MMPI) (Morey, Waugh, & Blashfield, 1985)- pueden ser interpretadas en el marco del modelo de los cinco factores y que los TP límite y evitativo estaban asociados a neuroticismo; el TP esquizoide y evitativo a baja extroversión y el histriónico y narcisista a alta extroversión; el TP esquizotípico estaba débilmente relacionado a apertura a la experiencia mientras que el histriónico y narcisista lo estarían a una alta puntuación; el TP compulsivo se asociaba positivamente y el pasivo-agresivo y antisocial negativamente a responsabilidad; finalmente, el TP dependiente se relacionaba con alta amabilidad –es casi la excepción a la norma en los TP-, mientras los TP antisocial, paranoide y narcisista con todo lo contrario (Costa & McCrae, 1990, Gili Planas & Roca Bennasar, 2004). Los últimos autores intentan replicar los resultados de Wiggins y Pincus en otra población –adultos de la comunidad, frente a la muestra de estudiantes de Wiggins y Pincus- y con otro instrumento de medición de TP de contrastada solvencia –el Millon Clinical Multiaxial Inventory (MCMI) (1983, 1987)- y encuentran que el TP esquizoide se caracteriza por puntuar bajo en las escalas que miden calidez, tendencia a la agregación, emociones positivas y asertividad y, en general, estos individuos se caracterizan por presentar una afectividad aplanada. Asimismo, encuentran que los sujetos diagnosticados de TP evitativo, además de ser introvertidos, puntuarían alto en neuroticismo, señalando que la diferenciación entre el TP esquizoide y el TP evitativo vendría dada no por el comportamiento interpersonal sino por la angustia emocional que experimentan los segundos; el TP dependiente se relacionaba con alta 53 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD agradabilidad y baja apertura a la experiencia; el TP histriónico se caracteriza por el alto nivel de extroversión y baja responsabilidad, entre otros. Por otra parte, estos autores concluyen que la diferenciación entre personalidad normal y anormal no se explica por distintas dimensiones o rasgos, y que los TP no serían más que variantes de rasgos de personalidad normales –abogando por un modelo dimensional de TP que aúne las perspectivas psicológica y psiquiátrica a la vez- y sugieren que quizá sería necesaria una sexta dimensión para poder explicar adecuadamente el TP esquizotípico –aunque quizá lo que se pudiera asumir es, como hace la CIE-10 que este trastorno no es más que una variante de la esquizofrenia y no un TP en realidad-. Basándose en este modelo se ha desarrollado el NEO-PI (Neuroticism, Extraversion, Opennes-Personality Inventory) y NEO-PI-R, que incluye además las dimensiones de responsabilidad y amabilidad (Gili Planas & Roca Bennasar, 2004). Este modelo ha recibido numerosas críticas, quizá debido a que las estructuras factoriales están lejos de ser universalmente aceptadas (Millon & Davis, 1996). También se ha señalado que este modelo no aborda la problemática de algunos aspectos importantes para entender el desarrollo de la personalidad, como son explicar la dimensión de la persistencia en la primera infancia y la auto-trascendencia en la madurez tardía, o el hecho de que por ejemplo el neuroticismo y extraversión sean combinaciones heterogéneas de varios rasgos temperamentales y caracteriales, lo cual lo hace difícil de explicar en términos psicobiológicos, o que es un modelo que no permite hacer una inferencia de la causalidad sobre las dimensiones propuestas (Cloninger, 1994; Cloninger et al, 1993). Por otra parte, Kernberg (1996) duda de que esas cinco variables sean elementos fundamentales en el desarrollo de la personalidad normal o los TP y, por otra parte, critica con fundamento su aplicabilidad en el ámbito clínico. Finalmente, no hay que perder de vista las palabras de Kendall (1975), quien señaló que cualquier estadístico puede, eligiendo adecuadamente los pacientes y los ítems, mediante el análisis de cluster, producir más o menos lo que quiere. 54 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD 2.4.6.6 Otros Zuckerman et al (1993) proponen un modelo factorial alternativo, también de cinco factores, que han sido entresacados del análisis factorial de cuestionarios y escalas de personalidad: sociabilidad, neuroticismo, búsqueda de sensaciones, actividad y agresión-hostilidad. H.J. Walton defiende que el formato dimensional es más adecuado que el categorial para explicar la personalidad, diferenciando los trastornos de la personalidad en tres niveles de gravedad (Millon, 1993): • leve/trastornos caracteriales (retraído, dependiente y sobreafirmado). • moderado/trastornos de personalidad (esquizoide, histérico, paranoide, ciclotímico y obsesivo). • grave/trastorno de personalidad graves (sociópata agresivo y sociópata pasivo). Peter Tyrer postula un modelo cuantitativo en el que los rasgos de personalidad se encuentran en un continuum desde la normalidad hasta el trastorno de personalidad – pasando por los “rasgos o estilos de personalidad acentuados”- y basándose en la derivación factorial de 24 rasgos distintos definió cuatro grupos clínicos principales (Millon, 1993), el sociopático, el pasivo-dependiente, el anancástico y el inhibido. W. John Livesley intentó aplicar 100 rasgos distintos que había generado a partir de sus lecturas sobre personalidad, a los trastornos de personalidad del DSM-III y DSMIII-R, pero es un modelo que ofrece serias limitaciones (Millon, 1993). 2.4.7 Teorías neurobiológicas Defienden la importancia de los mecanismos biológicos para poder entender los trastornos de la personalidad, centrándose en las dimensiones temperamentales de la personalidad, cuya combinación daría las claves de estos trastornos (Millon, 1993). Así, el temperamento es considerado el suelo o la base biológica sobre la que asentará la personalidad y que va a hacer que algunas vías del desarrollo sean más probables, de manera que, por ejemplo, si un niño nace siendo muy irritable, tiene menos posibilidades 55 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD de convertirse en un adulto tranquilo y negociador, que un bebé que nace siendo muy tranquilo (Millon et al, 2001). Algunos autores sitúan a Kretschmer y Sheldon dentro de las teorías neurobiológicas, pero en la presente tesis se ha preferido clasificarlos en el apartado de teorías constitucionales (Millon et al, 2001). Por otra parte, se podría postular una teoría de la personalidad basada en los neurotransmisores, ya que estos parecen estar más especializados en unas que en otras funciones, y hay quien piensa que la personalidad se podría reducir a un perfil de dimensiones de neurotransmisores (Millon et al, 2001). La teoría de Cloninger pudiera ser considerada un primer intento en este sentido (ver posteriormente). De hecho, es bien conocido el efecto clínico que sobre la personalidad ejercen algunos antidepresivos. 2.4.7.1 Precursores: teorías humorales Pueden ser consideradas como precursoras de las teorías neurobiológicas modernas (Millon, 1993; Millon et al, 2001). La teoría de los cuatro temperamentos es la más antigua teoría psicológica conocida que intenta dar una explicación de lo que es la personalidad humana y se basa en la antigua creencia griega –atribuida a Empédocles, siglo V a.C.- de que todo en la naturaleza está formado de cuatro elementos (aire, tierra, fuego y agua). Hipócrates, en el sigo IV a.C., señaló que esos cuatro elementos tenían su equivalente en los cuatro humores corporales que componían los seres humanos y equiparó el exceso de alguno de los cuatro humores corporales a las cualidades de los cuatro temperamentos básicos. Así, los temperamentos colérico –caracterizado por su irritabilidad-, melancólico –definido principalmente por la tristeza-, sanguíneo –llena de entusiasmo y energía- y flemático –aparentemente apático y tranquilo- se correspondían respectivamente al exceso de bilis amarilla, bilis negra, sangre y flema, que a su vez, se correspondían con los cuatro elementos básicos que componían el Universo -tierra, agua, fuego y aire-. Galeno –hacia el año 150 d.C- modificó esta clasificación siglos después, atribuyendo la irascibilidad al temperamento colérico, el optimismo al temperamento sanguíneo, la tristeza al temperamento melancólico y la apatía al temperamento flemático; asimismo, Galeno veía en los humores no sólo el origen del temperamento sino de las enfermedades (Allport, 1961; Eynseck & Eynseck, 1969; Millon, 1993; Millon et al, 2001) (ver Tabla 6). 56 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD Tabla 6. Relación entre los elementos cósmicos, humores y temperamentos (tomada de Allport, 1961) Elementos cósmicos Sus propiedades Humores Temperamentos correspondientes correspondientes Empédocles, hacia 450 a.C. Hipócrates, hacia 400 a.C. Galeno, hacia 150 d.C. Aire Caliente y húmedo Sangre Sanguíneo Tierra Fría y seca Bilis negra Melancólico Fuego Caliente y seco Bilis amarilla Colérico Agua Fría y húmeda Flema Flemático Esta teoría ha sido representada en el arte y numerosos autores se han basado en los mismos, entre otros, Kant, Wundt y Pavlov (Allport, 1961) y ha sido preservada hoy en día, de alguna manera, gracias a los estudios en los neurotransmisores y neurohormonas (Millon et al, 2001). 2.4.7.2 A. Thomas, S. Chess y H. Birch Se centran en el desarrollo de la personalidad y sugieren que hay nueve características presentes en el recién nacido que conforman la base y origen de la personalidad y que son (Buss & Plomin, 1975): • Nivel y desarrollo de la actividad motora. • Ritmicidad/regularidad de las funciones (comer, defecar, etc.). • Acercamiento o retirada de una nueva persona/objeto. • Adaptabilidad a los cambios en el medio ambiente. • Umbral o sensibilidad a los estímulos. • Intensidad o nivel de energía de las respuestas. • Ánimo general o disposición. • Distraibilidad. • Capacidad de atención y persistencia. Observaron el comportamiento de cientos de niños desde su nacimiento durante 10 años y dos de las disposiciones temperamentales que ellos observaron –patrón de actividad (niños activos/pasivos) y adaptabilidad (flexibles/inflexibles)- les permitían diferenciar los comportamientos de esos niños (Millon, 1993). Asimismo, opinaban que 57 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD las diferencias individuales se mantenían a lo largo del tiempo y que los niños que mostraban un temperamento “difícil” (demasiado sensibles, tristones,...) tendían a desarrollar problemas de conducta más tarde durante la infancia (Buss & Plomin, 1975). Buss & Plomin (1975) critican de este modelo que los autores no presentaran las posibles relaciones entre los nueve factores, así como que probablemente varios de ellos pudieran englobarse en un único factor. Por otra parte, tampoco ofrecen evidencia con los ejemplos que dan de que estén midiendo el mismo temperamento en las distintas edades de la infancia. 2.4.7.3 S. Diamond Su teoría es la base de la formulación posterior de Buss & Plomin, tal y como ellos mismos reconocen (Buss & Plomin, 1975). Diamond defendió la existencia de cuatro temperamentos –temeridad, agresividad, tendencia a la agregación (affiliativeness) e impulsividad-. Es criticado por Buss & Plomin (1975) como un fascinante modelo pero carente de datos científicos que confirmen su validez. 2.4.7.4 A. Buss y R. Plomin Sugirieron cuatro temperamentos, a saber, actividad, emotividad, sociabilidad e impulsividad (Buss & Plomin, 1975) que han servido de base para posteriores formulaciones (Millon, 1993). La actividad se refiere a la disposición enérgica del individuo –la persona activa se mueve y actúa de manera vigorosa-, la emotividad a la intensidad en las reacciones –la persona emocional tiende a reaccionar de manera excesivamente afectiva-, la sociabilidad a la tendencia a estar con los demás y la impulsividad a la tendencia a responder rápido en vez de inhibir la respuesta. Tal y como he señalado previamente, Buss & Plomin (1975, 1986) establecieron 5 características que debían cumplir las dimensiones de personalidad para ser consideradas como tales: 1) deben ser características heredables –el componente genético o hereditario es el más importante y crucial para los cuatro restantes-; 2) tienen que ser estables a lo largo del desarrollo –aunque contando con lógicas fluctuaciones en la infancia-; 3) deben estar presentes en el adulto; 4) deben tener una función adaptativa y de supervivencia –con dos posibles excepciones: 1/ que ese rasgo tuviera una función 58 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD adaptativa previamente, pero no ahora y 2/ que el rasgo en sí mismo no sea adaptativo, pero esté asociado a otro que sí lo es-; 5) tienen que estar presentes en los animales – dado que los animales también pasan por algunas situaciones similares a las de los seres humanos en su vida cotidiana como obtener alimento y cuidado, compartir con los demás, procrear, etc.-. Los dos últimos –adaptatividad y presencia en animales- serían los menos importantes, pero la característica adaptativa es de especial importancia en el campo de los TP dado que en general se acepta como un sello de este diagnóstico el que conllevan una dificultad adaptativa. 2.4.7.5 C. Robert Cloninger Es uno de los autores cuya teoría está más en boga en la actualidad. Propone un modelo jerárquico de personalidad que tiene en cuenta la filo y ontogenia. Su modelo se basa en la interrelación de tres disposiciones de rasgo genético-neurobiológicas, cada una de las cuales estaría relacionada con un sistema de neurotransmisores específicos (Millon et al, 2001). Aunque en el modelo inicial se postulaban únicamente tres dimensiones temperamentales genéticamente independientes (Cloninger, 1987), posteriormente amplio el modelo a siete dimensiones, cuatro de ellas temperamentales y tres caracteriales. Las dimensiones temperamentales –búsqueda de novedad, evitación de daño, dependencia de la recompensa y persistencia, las tres primeras con un correlato neuroquímico, a saber, sistema dopaminérgico, serotoninérgico y noradrenérgico, respectivamente – implicarían respuestas preconceptuales y automáticas a los estímulos percibidos y tendrían cada una de ellas una heredabilidad entre el 50 y 65%, siendo además genéticamente homogéneas e independientes (Heath et al, 1994), a diferencia de lo que ocurre con las dimensiones de neuroticismo y extraversión postuladas por Eynseck. En general, las dimensiones temperamentales estarían reguladas por el sistema límbico (Gili Planas & Roca Bennasar, 2004). Los extremos en las dimensiones temperamentales pueden ser o no ventajosos para el individuo, dependiendo del medio al que el individuo se tenga que adaptar. En general, los individuos con puntuaciones medias en las dimensiones son los que se adaptarían con mayor flexibilidad a los distintos ambientes (Cloninger, 1987). Cloninger (1987) matiza que los TP paranoide y esquizotípico no parecen el resultado de ser las variantes extremas de ninguna dimensión, 59 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD sino maneras defectuosas de procesar la información, independientemente de la misma, y que serían clasificados mejor en los trastornos esquizofrénicos y paranoides. En mi opinión, esto sería valido para el TP esquizo-típico, no así para el TP paranoide, que podría tener un significado evolutivo. La búsqueda de la novedad, asociada con una baja actividad basal del sistema dopaminérgico, se relaciona con la activación/inhibición de comportamientos como el exploratorio ante la novedad, un estilo impulsivo en la toma de decisiones, una pérdida rápida de los nervios o una evitación activa de la frustración, de manera que los individuos que puntúan alto en esta dimensión son impulsivos, excitables, exploradores, volubles, desordenados, extravagantes y de genio vivo, siendo fácilmente provocados para la pelea o huida, y se implican rápidamente en actividades novedosas; asimismo, son poco detallistas y se distraen o aburren rápidamente. Aquellos que puntúan bajo son reflexivos, leales, estoicos, ordenados, persistentes, les cuesta implicarse en nuevas tareas, pero lo hacen de manera profunda. La evitación de daño se asocia a una elevada activación del sistema serotoninérgico y se relaciona con la inhibición de comportamientos como las preocupaciones pesimistas en relación a la anticipación de futuros problemas o la fatigabilidad. Los individuos que puntúan alto son personas tensas, cautelosas, temerosas, tímidas, inhibidas, aprehensivas y se cansan fácilmente, mientras que las que puntúan bajo son optimistas, confiadas, relajadas, desinhibidas y sociables, entre otros. La dependencia de la recompensa se asocia, según Cloninger, a una baja actividad del sistema noradrenérgico. Estaría relacionada con el mantenimiento de algunos comportamientos ya en curso, manifestándose en las vinculaciones sociales o en la dependencia de la aprobación por parte de otros. Así, los individuos que puntúan alto se caracterizan por ser sensibles a las señales sociales, por ser persistentes y sentimentales, así como cálidamente compasivos, por su rápida implicación en la ayuda de los demás y porque pueden retrasar las gratificaciones con la esperanza de que finalmente serán recompensados; los que puntúan bajo son tozudos, fríos emocionalmente, socialmente 60 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD poco apegados e independientes emocionalmente, respondiendo a estímulos pragmáticos –dinero, algo material- y no a la aprobación social (Millon et al, 2001). Finalmente, la persistencia se mide en términos de la perseverancia en una tarea a pesar de la frustración y/o fatiga (Cloninger, 1987; Cloninger et al, 1993), caracterizándose los individuos persistentes por ser ambiciosos, perfeccionistas e impacientes (Gili Planas & Roca Bennasar, 2004). Derivados de la combinación de la desviación de esas tres dimensiones básicas, surgirían seis grupos de rasgos de segundo orden: impulsivo-agresivo vs rígido-paciente, hipertímico vs hipotímico, escrupuloso-autoritario vs oportunista-libertario, narcisista vs self-effacing y finalmente pasivo-evitativo vs oposicionista (Cloninger, 1987). Finalmente, los grupos de rasgos descritos pueden ser combinados para definir los TP en relación con las clasificaciones categoriales del momento (ver Tabla 7). Tabla 7. Trastornos de la personalidad según el modelo de Cloninger Grupos de rasgos de personalidad de segundo orden Trastorno de Impulsivo Hipertímico Escrupuloso Narcisista Pasivo- Crédulo vs Personalidad vs rígido vs vs vs evitativo vs alienado hipotímico oportunista modesto oposicional Antisocial Impulsivo Histriónico Impulsivo Pasivo- Oportunista Oposicional Narcisista Hipotímico Narcisista agresivo Crédulo Pasivoevitativo Explosivo Obsesivo Hipotímico Rígido Hipertímico Ciclotímico Hipertímico Rígido dependiente Alienado Modesto Esquizoide Pasivo- Oportunista Modesto Alienado Oposicional Escrupuloso Escrupuloso Crédulo Pasivoevitativo El carácter en Cloninger “es lo que hacemos con nuestra propia intencionalidad”, es decir, se refiere al hecho de como influye en nuestra conducta el hecho de ser conscientes de nosotros como personas y en el que el aprendizaje social –socialización- 61 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD tiene un papel fundamental. Se compone de las metas y valores que elegimos, de las estrategias de afrontación y opiniones de uno mismo y el entorno, considerándose al carácter inmaduro como la base de los TP (Baca Baldomero & Roca Bennasar, 2004; Gili Planas & Roca Bennasar, 2004). Las dimensiones caracteriales -autodirección, cooperatividad, autotrascendencia- se corresponden respectivamente con la manera de un individuo de identificarse como una persona autónoma, como una parte integrada en la humanidad/sociedad y de la unidad de todas las cosas o universo-. El papel de los genes sería menor que en el caso del temperamento, la influencia ambiental –cultura, aprendizaje social- sería más importante que en el desarrollo del temperamento (Cloninger, 1994; Cloninger et al, 1993) y de su interacción surgirían los distintos estilos individuales. El sustento físico del carácter se situaría en el hipocampo y neocortex (Gili Planas & Roca Bennasar, 2004). La autodirección se refiere a la autodeterminación y “voluntad de poder”, a la habilidad del individuo para regular sus comportamientos y que sean adaptativos según la situación y de acuerdo con los valores y objetivos que esa persona ha elegido e incluye (1) la aceptación del individuo de la responsabilidad de sus propias elecciones, (2) la identificación de valores y tener unos objetivos claros en la vida, (3) el desarrollo de habilidades y confianza en la resolución de problemas, (4) autoaceptación y (5) confianza en sí mismo (Cloninger et al, 1993). Refleja el grado de percepción del individuo como ente autónomo y se relaciona con el grado de madurez, recursos y estrategias de afrontamiento, con un sentido de integridad, autoestima y adaptación personal (Gili Planas & Roca Bennasar, 2004). La cooperatividad se refiere a la presencia de comportamientos o actitudes prosociales o éticas y refleja el grado de adaptación de la persona en las relaciones sociales así como el grado de percepción de sentirse como parte de la sociedad (Gili Planas & Roca Bennasar, 2004). Incluye los rasgos de tolerabilidad social, empatía, compasividad y disposición a ayudar a los demás, así como una disposición a perdonar, capacidad para sentir amor fraternal y ausencia de hostilidad, implicando un alto desarrollo moral; en resumen, implica (1) aceptación social, (2) empatía, (3) amabilidad, (4) compasión y (5) nobleza (“pureza de corazón”) (Cloninger et al, 1993). 62 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD Finalmente, la autotrascendencia se refiere a la visión de uno mismo como parte integral del Universo (Gili Planas & Roca Bennasar, 2004) y se caracteriza por la tendencia a la meditación o rezo, a la ensoñación mística y absorción que pueden llevar a una identificación transpersonal con elementos fuera de uno mismo, como la espiritualidad (Cloninger et al, 1993). La personalidad habría que entenderla como el resultado de la interacción del temperamento y carácter, y el desarrollo de la personalidad como la integración de hábitos basados en las emociones y habilidades junto a los valores y objetivos basados en conceptos (Cloninger, 1994). Así, aunque las respuestas automáticas dirigidas a iniciar, mantener o parar un comportamiento están inicialmente determinadas por las dimensiones temperamentales, posteriormente y a medida que el individuo se va desarrollando, pueden ser modificadas y condicionadas en relación con nuestra propia condición de nuestra identidad, es decir, con el desarrollo del carácter; el desarrollo del temperamento y el del carácter se ven influenciados por el otro y ambos dan lugar a los comportamientos (Cloninger et al, 1993). También señalan en este artículo como otros trabajos han demostrado que temperamento e inteligencia no son factores relacionados. En relación con los trastornos de personalidad, Cloninger et al (1993) señalan que las dimensiones temperamentales parecen estar más relacionadas con una susceptibilidad a los trastornos neuróticos, mientras que las alteraciones en las dimensiones caracteriales lo estarían con los TP. Así, las personas con un TP tienen dificultades para aceptarse a sí mismos, son vengativos y se pueden sentir como “no realizadas”, mientras que las personas maduras están bien adaptadas y satisfechas con ellas mismas, de manera que un TP diagnosticado con criterios DSM-III-R podía ser predicho de manera consistente por la presencia de baja autodirección y cooperatividad, mientras que el resto de dimensiones de este modelo permitiría diferenciar entre los subtipos de TP. La autodirección es la dimensión más importante a la hora de predecir la presencia o ausencia de un TP, de manera que una baja autodirección es la característica común de todos los TP (Cloninger et al, 1993; Millon, 1993); así, las personas con personalidad “límite” se caracterizan entre otros por su baja autoestima, por ser 63 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD inmaduras y por mantener un estilo individual aniñado, por culpar a los demás de sus problemas –locus de control externo-, por no tener un sentido muy claro de autoidentidad y no tener una dirección clara en su vida. Una baja cooperatividad aumenta de manera importante la posibilidad de que la persona muestre cualquiera de los TP (Cloninger et al, 1993). Sin embargo, la auto-trascendencia no sirve para diferenciar a las personas con o sin TP, ya que sólo es muy baja en los individuos con TP esquizoide y podría servir para diferenciarlo del TP esquizotípico, estando los sujetos diagnosticados como tal más preocupado por percepciones extrasensoriales y aspectos incluidos en la autotrascendencia (Cloninger et al, 1993). Finalmente, Cloninger (1987) sugiere que las TP serían variedades extremas de rasgos de personalidad que son maladaptativos debido a su inflexibilidad situacional. Curiosamente, su modelo tiene una escasa correspondencia con el DSM-IV, pero dado que el DSM es una clasificación ateórica, no se puede inferir que el modelo de Cloninger sea deficitario (Millon et al, 2001). Los postulados de Cloninger han sido criticados, entre otros, por Kernberg (1996), quien considera que sus disposiciones temperamentales pueden ser validas en el campo de la personalidad normal, pero no es aplicable a la clasificación DSM o al campo de los TP, en general. 2.4.7.6 Otros Hagop Akiskal se centra en los trastornos del estado del ánimo y según él, habría unos “trastornos del temperamento” -ciclotímico, hipertímico y depresivo- que predispondrían a padecer episodios afectivos –que serían activados por estímulos ambientales- y cuya base neuroquímica sería la misma (Millon, 1993). Donald Klein no es de la opinión de que la descripción de los temperamentos va a explicar el carácter de los trastornos de la personalidad y analiza la patología en función de la respuesta al tratamiento, de manera que en el área de la personalidad propugna tres tipos de personalidades, el grupo “histeroidedisfórico” (labilidad emocional, superficialidad, demandante de afecto, seductor), el “emocionalmente inestable” (caracterizado por tensión e irritabilidad, impulsividad, hedonismo, retraimiento) y el 64 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD “fóbico-ansioso” (definido por la temerosidad, baja autoestima, ansiedad anticipatoria y timidez social, entre otros) (Millon, 1993). Larry Siever postula un modelo dimensional en el que en un extremo se colocarían varios de los trastornos del eje I, mientras que en el otro extremo lo harían las tendencias de personalidad. Propone cuatro predisposiciones fundamentales que tendrían su correlato biológico (organización cognitivo/perceptiva, inestabilidad afectiva, impulsividad/agresividad y ansiedad/inhibición) (ver Tabla 8). Tabla 8. Clasificación de algunos trastornos según la teoría de Larry Siever Organización cognitivo/perceptiva Impulsividad/agresividad Inestabilidad afectiva Ansiedad/Inhibición 2.4.8 Trastorno del eje I Esquizofrenia Disposición de personalidad Trastorno esquizotípico Ludopatía, cleptomanía, trastorno explosivo intermitente Trastornos del ánimo Trastornos de ansiedad (ej. fobia simple o social) Comportamientos autodestructivos (trastorno límite o antisocial) Trastorno límite o histriónico Trastorno de personalidad por evitación, dependencia u obsesivo-compulsivo Teorías fenomenológicas Los autores de esta corriente se han centrado en las perspectivas de cada individuo en torno a la vida y en comprender las distintas facetas del self –o concepto de sí mismo- o modelo interno, en continua interacción –en ambos sentidos- con el mundo circundante. La lucha por la plena autorealización sería la principal motivación humana (Davidoff, 1984). El principal exponente de la fenomenología es Carl Rogers (1902-1987) quien postula que los niños, de la misma manera que observan el comportamiento de sus semejantes, observan el propio y le van asignando una serie de valores a esas características (por ejemplo, “tengo mal genio” tendría un valor negativo y “tengo buen corazón” un sentido positivo). Esos conceptos irían evolucionando a través de la interacción con los demás. 65 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 2.4.9 Teorías socioculturales Se basan en que es necesario tener en cuenta la influencia de la cultura en los individuos que conforman una sociedad determinada para ser capaces de entender el comportamiento de los mismos (Pelechano, 1999). Los autores interesados pueden acudir al autor referido. 2.4.10 Teorías integradoras. Intentan ofrecer una explicación global y multidisciplinar de los trastornos de la personalidad, teniendo en cuenta los diferentes puntos de vista. Tal y como señalan Millon et al (2001), es necesaria una teoría integradora. Esta teoría debiera buscar un de principios a los que hacer frente en el contexto global de la persona y que necesariamente ha de nutrirse de fuentes fuera de lo que es propiamente el campo de la personalidad. Según él, la base o andamiaje de una teoría global del ser humano o personología ha de ser necesariamente la evolución, ya que es el organismo total y no la personalidad únicamente, lo que hace que el organismo sobreviva y se reproduzca, traspasando su potencial de adaptación o maladaptación a las generaciones sucesivas; asimismo, la teoría evolucionista tiene una serie de principios en los que pueden integrarse bien el resto de teorías de la personalidad (Millon et al, 2001). 2.4.10.1 Theodore Millon Millon ofrece un modelo de la personalidad y TP basado inicialmente en la teoría del aprendizaje biosocial –desde 1969 a 1989- que posteriormente reformuló según la teoría evolucionista, ofreciendo una teoría más integradora (Gili Planas & Roca Bennasar, 2004). Según Millon, la personalidad y psicopatología serían el resultado de la interacción bi-direccional del ser humano y el medio ambiente desde el mismo momento de la concepción, con una cierta tendencia a la circularidad, de manera que ciertas disposiciones biológicas evocarían respuestas en los demás que tenderían a acentuar la disposición inicial y el aprendizaje de ciertas pautas de comportamientos (Millon, 1993). Millon “redescubre” tres disposiciones temperamentales ya señaladas previamente, la actividad/pasividad –se refiere a la capacidad del individuo para tomar la iniciativa-, placer/dolor –hace referencia a la tendencia del sujeto a buscar experiencias placenteras o evitar las dolorosas- y la última, el sujeto o sí mismo/objeto u otro –que se refiere a cual es la fuente de refuerzo del sujeto, que puede ser dependiente (cuando la obtención 66 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD de placer o evitación de daño depende de la aprobación de los demás), independiente (confía en sus posibilidades), ambivalente (fluctúa entre depender de la aprobación de los demás o de sí mismo) o desvinculado (que no puede experimentar ninguna recompensa de los demás ni de sí mismo y son extremadamente sensibles al dolor)-, de cuya combinación derivan ocho patrones de afrontamiento fundamentales y tres variedades, considerados como conceptuales-prototípicos y por tanto, no representarían una entidad diagnóstica (Millon, 1993; Gili Planas & Roca Bennasar, 2004). Con la combinación de estas disposiciones postuló el siguiente modelo (ver Tabla 9). 67 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Tabla 9. Modelo del aprendizaje biosocial de Millon (basado en Millon, 1993) Combinación de disposiciones Pasivo-dependiente Tipo de Personalidad según Millon Personalidad sumisa TP (DSM-III) Características TP por dependencia Activo-dependiente Personalidad gregaria TP histriónico Pasivo-independiente Personalidad narcisista TP narcisista Activo-independiente Personalidad violenta TP antisocial Pasivo-ambivalente Personalidad respetuosa TP compulsivo Activo-ambivalente Personalidad sensitiva TP pasivoagresivo Pasivo-desvinculado Personalidad introvertida TP esquizoide Activo-desvinculado Personalidad inhibida TP por evitación Sobreprotección paterna, pasivos en las relaciones sociales y dependen afectivamente de los demás Búsqueda insaciable e indiscriminada de afecto; puede engañar una pantalla de pseudoindependencia por sus comportamientos sociables y caprichosos Explotan a los demás, autoconcepto hipervalorado y basado en premisas falsas Desprecian a los demás, luchan por el poder, desconfianza aprendida de los demás Bajo una pantalla mostrándose cumplidores y respetuosos, existe ambivalencia entre sentimientos de hostilidad hacia los demás y el temor a la desaprobación social Similar ambivalencia al anterior pero más cerca del plano consciente. Muestran alternancia de explosiones de ira y testarudez con tiempos de culpa y verguenza. Observadores de los demás sin interaccionar con ellos, necesidades afectivas y de relación mínimas Temen y desconfían de lo que desean: relacionarse con los demás. Se aíslan afectivamente para no sentir dolor. Personalidad cicloide TP límite Personalidad paranoide TP paranoide Personalidad esquizoide TP esquizo-típico 68 Períodos de abatimiento y apatía dejan paso a períodos de ira, euforia o ansiedad. Automutilaciones y pensamientos suicidas frecuentes Temen perder su independencia. Desconfianza vigilante, son fácilmente irritables e irritan fácilmente Prefieren la soledad. Excéntricos. Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD Esta teoría biosocial fue reformulada en 1990 adoptando criterios evolucionistas y ecológicos –teoría evolucionista-, remarcando la importancia de los seres vivos en las cuatro fases evolutivas universales que todo organismo vivo debe afrontar (Millon, 1993; Millon et al, 2001; Millon & Davis, 1996; Gili Planas & Roca Bennasar, 2004): (1) los propósitos de existencia: la principal función de cualquier organismo es la supervivencia. Para promoverla y preservarla, es necesaria la evitación de los peligros/amenazas, la búsqueda de recompensas y la polaridad placer-dolor. Los TP asociados serían el esquizoide, el evitativo, el depresivo y el sádico. Así, por ejemplo, el individuo esquizoide tiene una escasa capacidad para experimentar afectos placenteros. Por otra parte, en la naturaleza, las experiencias dolorosas se suelen asociar a estímulos que potencialmente pudieran derivar en la muerte del individuo, por lo que la naturaleza tiende a seleccionar individuos que evitan mejor los estímulos dolorosos, de ahí que el TP sádico se considere patológico. (2) modos de adaptación: se refiere a los procesos a través de los cuales un organismo vivo se adapta para sobrevivir en un ecosistema abierto. O bien el individuo se adapta al medio, o bien hace que el medio se adapte a él, cosa que sucede en numerosas ocasiones en los trastornos de la personalidad, como por ejemplo, con el TP antisocial, en el que los individuos con este diagnóstico intentan alterar de manera impulsiva su entorno y con absoluto desprecio por las potenciales consecuencias. Incluye la polaridad pasividadactividad, el atenerse a la realidad favorable y el dominio del propio entorno. Los TP asociados a las anomalías en esta polaridad el TP histriónico, narcisista, por dependencia y antisocial. (3) estrategias de reproducción: todos los organismos vivos tienden a la reproducción, lo cual incluye una finalidad reproductora, de consecución de sí mismo y de amor constructivo hacia los demás, siendo su objetivo último la supervivencia personal y de la especie. Los biólogos señalan dos estrategias diferentes de reproducción, a saber, la estrategia-r, caracterizada por la tendencia a tener una progenie muy cuantiosa, en la cual los individuos reciben escasas atenciones parentales y se tienen que valer por sí mismos, y la estragegia-K, que consiste en tener pocas crías, pero en las cuales los progenitores invierten mucho tiempo en su crianza; desde el punto de vista de la sociobiología, la 69 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD primera estrategia ha sido considerada más propia de los varones humanos –ya que se pueden emparejar cuando quieran- mientras la segunda lo era de las mujeres –que tienen la capacidad de fertilidad limitada, “únicamente” a 20-25 bebés-. De esta manera, desde el punto de vista psicológico, la estrategia-r se traduce en una actitud egotista, poco considerada, insensible y poco protectora, mientras que la estrategia-K se la considera como filial, intima, protectora y solícita. Es decir, que los hombres tenderían a estar orientados hacia sí mismos, ser poco cuidadores y poco solícitos, insensibles, y poco considerados, mientras que las mujeres estarían más orientadas a los demás, más solicitas, empáticas, protectoras y con tendencia a la intimidad. Algunos TPs que se caracterizan por presentar problemas en este área son el compulsivo, negativista, sádico y masoquista. Las personas narcisistas tienen una fuerte orientación hacia sí mismos, mientras que los dependientes se orientan exageradamente hacia los demás. (4) procesos de abstracción, que expresa la capacidad del individuo de simbolizar su mundo interno y externo y de dar un significado personal a los acontecimientos vitales, siendo los TP implicados en las anomalías de esta dimensión el esquizotípico, el límite, el paranoide y la personalidad descompensada. Las cuatro fases evolutivas tienen su paralelo en cuatro fases de desarrollo neuropsicológico, que respectivamente son la fase de vinculación-sensorial [polaridad de mejora de la vida (placer)-preservación de la vida (dolor)], fase de autonomíasensioromotriz [polaridad de acomodación ecológica (pasiva)-modificación ecológica (activa)], fase puberal-de identidad de género [polaridad de crianza de la progenie (otros)-propagación de uno mismo (sí mismo)] y, finalmente, fase intracortical-de iniciativa [polaridad de razonamiento intelectual (pensar)-resonancia afectiva (sentir)] (Millon & Davis, 1996). Asimismo, tres tareas u objetivos a lo largo del desarrollo son el ir desarrollando la confianza en los demás (polaridad placer-dolor), adquirir confianza adaptativa (polaridad actividad-pasividad), asimilar el rol sexual (polaridad uno mismootros) y, equilibrar razón y emoción (polaridad intracortical-integración) (Millon & Davis, 1996). 70 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD Finalmente, Millon sugiere superar la ya clásica distinción entre entidades del eje I y II para ir hacia un modelo de continuum entre tres tipos de categorías, la de las reacciones simples –englobaría los síntomas clínicos “clásicos”, en los cuales las características de personalidad del individuo no tendrían nada que ver-, los síndromes complejos –en los que los síntomas clínicos si estarían muy influenciados por las características de personalidad- y finalmente, los patrones de personalidad, en los que fundamental es la alteración de la personalidad y en los que habría distintos grados de gravedad (Gili Planas & Roca Bennasar, 2004). 2.5 Desarrollo de la personalidad ¿Cuándo tenemos rasgos de personalidad que los demás pueden detectar? ¿Cómo se van modificando a medida que crecemos?¿Cuándo podemos decir que somos quienes somos y que nuestra personalidad no va a cambiar? o ¿podemos cambiar más de lo que se piensa y cómo? ¿Puede decirse que un niño o adolescente tiene un trastorno de la personalidad? ¿Cuánto le debemos a nuestros genes y cuánto al medio ambiente y como interaccionan ambos factores en el desarrollo de la personalidad? Estas son algunas de las difíciles cuestiones que abordan los estudiosos de la personalidad. En el presente apartado se recogen de manera sucinta las principales teorías del desarrollo de la personalidad que a juicio del autor son importantes para las personas interesadas en este campo. Sigmund Freud postuló que las primeras experiencias de la vida resultaban determinantes en el desarrollo de la personalidad, que presentaría cuatro fases psicosexuales –según en que área se fijaba la libido o energía sexual-, a saber, fase oral, anal, fálica, de latencia y genital (Davidoff, 1984). El desarrollo de sus teorías sobre la personalidad ya ha sido abordado previamente (ver 2.4.4.1). Como ya ha sido comentado (ver 2.4.4.9), Erik Erikson postula una teoría del desarrollo y es creador del concepto de crisis de identidad. Sus fases de desarrollo de la personalidad tienen una equivalencia temporal aproximada con las fases postuladas por Freud (ver Tabla 10). 71 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Tabla 10. Comparación de las teorías del desarrollo de la personalidad Freudiana y Eriksoniana (tomada de Davidoff, 1984) Edad Teoría Freudiana Teoría Eriksoniana Primer año Fase oral Confianza vs desconfianza 2º año Fase anal Autonomía vs vergüenza y duda 3-5 años Fase fálica Iniciativa frente a culpa 6-11 años Fase de latencia Laboriosidad vs inferioridad Adolescencia Fase genital Identidad vs confusión de papeles Adulto joven Intimidad vs aislamiento Adulto maduro Productividad vs absorción en sí mismo Adulto anciano Integridad vs desesperación Al igual que los psicoanalistas, Rogers da gran importancia a la niñez como período crucial en el desarrollo de la personalidad. Los niños intentarían casi de cualquier manera recibir cariño y aceptación por parte de sus cuidadores, incluso distorsionando o negando sus pensamientos, sensaciones o sentimientos (Davidoff, 1984). Los sujetos bien adaptados serían aquellos con un concepto realista sobre ellos mismos, mientras que la base de las perturbaciones en la personalidad se daría cuando hay incongruencias entre la imagen que el individuo tiene de sí mismo y el ideal del yo (Davidoff, 1984). Bowly sugirió un modelo epigenético en el que el desarrollo individual puede suceder a través de uno de los varios caminos a seguir, dependiendo del temperamento inicial y las experiencias iniciales, de manera que cada fase del desarrollo está motivada para adaptarse a las circunstancias de ese momento y el desarrollo de la personalidad del mismo (Bowly, 1973; Cloninger et al, 1993) sugieren que hay múltiples aspectos del desarrollo del carácter que tienen unos antecedentes únicos y que probablemente algunas de las secuencias del desarrollo del carácter sean mejores o más frecuentes, así como que hay interacción entre las dimensiones de carácter y temperamento a lo largo del desarrollo. Desde un punto de vista radicalmente distinto, Buss & Plomin (1975) opinan que la base fundamental del individuo se encuentran en los cuatro temperamentos que ellos 72 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD apoyan y que serían moldeadas por las experiencias vitales –influencia ambiental-, no siendo el individuo un mero recipiente pasivo, calificando al individuo como un iniciador, potenciador y respondedor –que modifica el impacto del ambiente en su personalidad- en la interacción temperamento-fuerzas ambientales. Por lo tanto, su modelo no considera al individuo como una hoja en blanco en la que escribe la influencia ambiental. Finalmente, la personalidad se puede entender como una estructura funcional basada en los genes del individuo, cuya modulación, cada vez menos plástica pero más específica, es ejercida a través del aprendizaje cognitivo y emocional, especialmente en las etapas cruciales del desarrollo, como el inicio en la edad escolar (Baca Baldomero & Roca Bennasar, 2004). 2.6 Instrumentos diagnósticos En las últimas dos décadas ha habido una gran proliferación de instrumentos diseñados para valorar rasgos de personalidad maladaptativos, dimensiones de personalidad o trastornos de personalidad. Esto se debe probablemente al reconocimiento por la American Psychiatric Association (APA) en 1980 de la renovada importancia de los trastornos de la personalidad y, en segundo lugar, a que la investigación de la personalidad y psicopatología, que tradicionalmente habían seguido caminos divergentes, se centró en su mutua interdependencia (Clark & Harrison, 2001). El interés que se presta al correcto diagnóstico de los trastornos de personalidad es creciente, aunque es un área especialmente problemática, debido a la escasa fiabilidad diagnóstica en la práctica clínica (Samizo Aguado & Lorenzo Bragado, 2004). Cada vez hay más evidencias de que los TP son variaciones maladaptativas de rasgos de personalidad normal, de manera que los dominios de la personalidad normal y anormal no serían cualitativamente distintos (Livesley et al, 1994), lo cual ya fue defendido por Kurt Schneider. Así, por ejemplo, se ha mostrado como las escales del NEO Personality Inventory (NEO-PI; Costa & McCrae, 1985) eran predictivas de las medidas del MMPI para TP (Morey, Waugh, & Blashfield, 1985). El hecho de que haya relaciones significativas entre el modelo de los cinco factores y medidas de los trastornos de la personalidad que han sido obtenidas con diversos instrumentos y distintas poblaciones es indicativo de que hay estrechas 73 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD relaciones entre el dominio de la personalidad normal y los trastornos de la personalidad (Livesley et al, 1994). El desarrollo de los instrumentos diagnósticos de los TP ha permitido un uso más preciso de esta categoría en la investigación (Cheng et al, 1997). El principal objetivo de los instrumentos de evaluación es que sean fiables, que es el principal problema de las entrevistas clínicas, pues hay que tener en cuenta que para realizar una adecuada valoración de la personalidad, hay que tener en cuenta más de 100 rasgos o conductas (Samizo Aguado & Lorenzo Bragado, 2004). Samizo Aguado & Lorenzo Bragado (2004) resumen algunos de los problemas que otros autores han encontrado a los instrumentos diagnósticos: 1/ Las personas no siempre son capaces de reconocer en sí mismos algunos patrones de conducta o incluso pueden intentar deliberadamente ocultarlos, por lo que la información de algún acompañante es de gran importancia. 2/ Los estudios epidemiológicos en el campo de los trastornos de personalidad pueden infraestimar la presencia de determinados rasgos o trastornos de personalidad, debido a que se requieren altas poblaciones muestrales, mucho tiempo y una adecuada formación por parte del entrevistador. Clásicamente, los instrumentos para evaluar la personalidad se han dividido en las siguientes categorías, de las cuales, las dos últimas son las más usadas en la investigación actual: 1) listas de síntomas; 2) técnicas proyectivas; 3) cuestionarios autoadministrados; 4) entrevistas estructuradas. Aunque los cuestionarios autoadministrados inicialmente fueron diseñados para validar estructuras de personalidad, más que psicopatología, se han convertido en el medio más usado en la investigación para la evaluación de los trastornos de la personalidad, probablemente por su eficiencia, es decir, por su rapidez y facilidad de administración en comparación con las entrevistas diagnósticas, lo cual, evidentemente, tiene el handicap de que su fiabilidad y validez sea menor, especialmente cuando valoran diagnósticos categóricos (Clark & Harrison, 2001). Por otra parte, a las entrevistas, a pesar de su escasa fiabilidad, se las sigue considerando el gold standard para la 74 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD valoración de la personalidad y sus anomalías (Samizo Aguado & Lorenzo Bragado, 2004). Ambos tipos de instrumentos se pueden dividir en aquellos basados en rasgos de personalidad o en diagnósticos. Los que están basados en diagnósticos –tanto los cuestionarios autoadministrados como las entrevistas- tienen por una parte el problema de su baja-moderada validez convergente, lo cual hace probablemente referencia a que el principal problema en el campo de los TP es al núcleo de su naturaleza, y por otra parte, a su baja validez discriminante, que hace referencia a la alta comorbilidad entre los distintos TP (Clark & Harrison, 2001). Esto quiere decir que en el campo de la investigación de los TP, cuando los investigadores usan distintos instrumentos, probablemente estén identificando grupos de individuos distintos según el instrumento elegido, lo cual hace difícil la replicación de los datos, a pesar de que a los distintos grupos se les esté llamando de la misma manera (Clark & Harrison, 2001). Clark et al (1997) concluyen que esto es más un problema de la propia conceptualización de los TP, que de la falta de idoneidad de los criterios del DSM o de los instrumentos para evaluarlos. Los que están basados en rasgos de personalidad tienen el handicap de que su aplicación en el campo clínico es más difícil debido a la prevalencia del modelo categorial médico. 75 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Tabla 11. Instrumentos para la valoración de la personalidad y patología de personalidad (modificado de Clark & Harrison, 2001) Entrevistas Cuestionarios autoadministrados Escalas basadas en diagnósticos Diagnostic Interview for DSM-IV Personality Millon Clinical Multiaxial Inventory-III (MCMIDisorders (DIPD-IV; Zanarini et al, 1996) III; Millon et al, 1994) International Personality Disorder Examination Coolidge Axis II Inventory (CATI; Coolidge & (IPDE; Loranger 1995) Merwin, 1992) Personality Disorder Interview-IV (PDI-IV; Minnesota Multiphasic Personality Inventory Widiger et al, 1995) Personality Disorder Scales (MMPI-PD; Morey et al, 1985) Structured Clinical Interview for DSM-IV Axis II Personality Disorder Questionnaire-IV (PDQ-IV; Personality Disorder (SCID-II; First et al, 1997) Hyler, 1994) Structure Interview for DSM Personality-IV Schedule for Nonadaptive and Adaptive (SDIP-IV; Pfohl et al, 1997) Personality (SNAP; Clark, 1993) Wisconsin Personality Inventory (WISPI; Klein et al, 1993) Personality Assessment Inventory (PAI; Morey, 1991) Escalas basadas en rasgos Instrumentos enfocados a la patología de personalidad Diagnostic Interview for Borderline Patients (DIB; Dimensional Assessment of Personality PathologyGunderson et al, 1981) Basic Questionnaire (DAPP-BQ; Livesley & Jackson, 2000) Diagnostic Interview for Borderline Patients- Schedule for Nonadaptive and Adaptive Revised (DIB-R; Zanarini et al, 1989) Personality (SNAP; Clark, 1993) Diagnostic Interview for Narcissim (DIN; Inventory of Interpersonal Problems (Personality Gunderson et al, 1990) Disorder scales (IIP-PD; Pilkonis et al, 1996) Instrumentos enfocados a la personalidad normal Psychopathy Checklist-Revised (PCL-R; Hare, NEO-Personality Inventory-Revised (NEO-PI-R; 1991) Costa & McRae, 1992) Personality Assessment Schedule (PAS; Tyrer, Extended Interpersonal Adjective Scales (IASR1988) B5; Trapnell & Wiggins, 1990) Structured Interview for the Five-Factor Model Personality Adjective Check List (PACL; Strack, (SIFFM; Trull & Widiger, 1994) 1987) Tridimensional Personality Questionnaire (TPQ; Cloninger et al, 1991) Temperament-Character Inventory (TCI ; Cloninger et al, 1994) Structured Analysis of Social Behavior Intrex Questionnaire (SASB-IQ ; Benjamin, 1996) Una revisión a fondo de la bibliografía en torno a este tema está más allá de los objetivos de la presente tesis y la alargaría de manera innecesaria. A los potenciales lectores interesados en ampliar conocimientos sobre este tema se les recomienda la lectura del capítulo de Clark & Harrison (2001) o de Samizo Aguado & Lorenzo Bragado (2004). 76 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD 2.6.1 Cuestionarios autoadministrados basados en rasgos de personalidad El principal problema que ofrecen las clasificaciones de los TP, como el DSM y la CIE-10, es la pobre fiabilidad y validez de sus categorías diagnósticas. Por ello, numerosos autores han propuesto que se evalúen los rasgos-dimensiones de personalidad más que las categorías diagnósticas en sí (Clark & Harrison, 2001). De hecho, incluso las categorías de las clasificaciones internacionales no son sino un conjunto de rasgos de personalidad maladaptativos. El problema es su difícil aplicación en el campo clínico, en el cual el personal está habituado a trabajar con categorías diagnósticas. Algunos de los cuestionarios autoadministrados basados en rasgos fueron sido diseñados para evaluar la personalidad normal y posteriormente se aplicaron al campo de los TP, mientras que otros han sido específicamente diseñados para valorar patología de la personalidad (Clark & Harrison, 2001). Asimismo, algunos de estos cuestionarios se centran en un único rasgo de personalidad, mientras que otros lo hacen múltiples rasgos para ofrecer una visión global de la personalidad patológica de esa persona (Clark & Harrison, 2001). En la presente tesis sólo se mencionan algunos de los cuestionarios más importantes. Los lectores interesados en profundizar en el área se les recomienda la lectura del capítulo dedicado a la valoración de la personalidad de Clark & Harrison (2001). 2.6.1.1 Cuestionario para la evaluación dimensional de la patología de Assessment la of personalidad Personality (Dimensional Pathology-Basic Questionnaire, DAPP-BQ) Livesley et al (1989) desarrollaron este instrumento. Inicialmente desarrollaron una lista que describiera de la manera más completa posible los rasgos de personalidad y de comportamiento característicos de cada una de las categorías descritas en el DSM-III y DSM-III-R y se encontraron 79 rasgos de personalidad que podrían diagnosticar los TP del DSM-III-R. Esos rasgos fueron posteriormente fueron valorados por los clínicos y analizados en muestras de sujetos normales y pacientes (Clark & Harrison, 2001). Basándose en esos rasgos, se desarrollaron las escalas de autoinforme, que finalmente se 77 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD reunieron en 290 ítems agrupados en 18 escalas factoriales (Samizo Aguado & Lorenzo Bragado, 2004). Es un cuestionario con una buena consistencia interna y que ha demostrado una buena convergencia con otros instrumentos autoadministrados basados en rasgos (Clark & Harrison, 2001). 2.6.1.2 Cuestionario de personalidad adaptativa y no adaptativa (Schedule of Nonadaptive and Adaptive Personality, SNAP) Desarrollado por Clark (1993), se crea cogiendo criterios de los TP del DSM y de otras fuentes, así como de categorías del eje I que comparten características con el eje II. Posteriormente, esos criterios se sometieron a análisis factorial y finalmente se hallaron 12 escalas dimensionales basadas en rasgos y 3 escalas temperamentales de mayor orden. Es un instrumento que ha demostrado ser estable e internamente consistente (Clark & Harrison, 2001). 2.6.1.3 Cuestionario de personalidad NEO-revisado (NEO Personality Inventory-Revised) Es un cuestionario desarrollado por Costa & McCrae (1992), derivado del modelo de los cinco factores, bien validado y que tiene el objetivo de valorar dimensiones de personalidad, habiéndose intentado aplicar posteriormente al campo de la patología de la personalidad (Duberstein et al, 1994). Aunque se le han realizado numerosas críticas, Clark & Harrison (2001) señalan como tras un metanálisis realizado por Clark en 1998, pudo concluir que aunque era un cuestionario que necesitaba de un desarrollo mayor en el campo de los TP -en relación a algunos malentendidos conceptuales-, las críticas vertidas en torno a su uso en este campo eran infundadas, ya que los resultados obtenidos cuando se comparaba con otros instrumentos eran bastante alentadores. Consta de 181 ítems que se puntúan en una escala de 5 puntos, se completa en unos 30-45 minutos y valora los cinco factores del FFM (neuroticismo, extraversión, apertura a la experiencia, amabilidad y responsabilidad) (Duberstein et al, 1994). 78 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD 2.6.1.4 Cuestionario tridimensional de personalidad (Tridimensional Personality Questionnaire, TPQ) Desarrollado para apoyar la teoría biosocial tridimensional del temperamento – búsqueda de novedad, evitación de daño y dependencia de la recompensa- desarrollada por Cloninger et al (1986) y a la que se le supone una estructura genética subyacente. Tuvo que ser revisada posteriormente debido a su baja fiabilidad y consistencia interna, especialmente la dimensión de dependencia de la recompensa (Clark & Harrison, 2001). Asimismo, la propuesta de Cloninger (1987) de que se podrían establecer relaciones entre estas tres dimensiones y las categorías diagnósticas del DSM no ha ofrecido resultados muy alentadores (Goldman et al, 1994). Así, se considera que su uso no debiera ir más allá del screening (Clark & Harrison, 2001). 2.6.1.5 Inventario temperamento-carácter (TemperamentCharacter Inventory, TCI) Este instrumento fue desarrollado por Cloninger et al (1994) tanto para incluir el componente de persistencia, tras observarse que, aunque inicialmente dentro de la dependencia de la recompensa, era en realidad un cuarto componente temperamental, como para evaluar las tres dimensiones de carácter –autodirección, cooperatividad, autotrascendencia- postuladas en su modelo de personalidad (Clark & Harrison, 2001). Tal y como señalamos previamente, en la teoría psicobiológica de Cloninger & Svrakic (1993), las dimensiones temperamentales estarían genéticamente determinadas, mientras que las dimensiones del carácter serían más el resultado del aprendizaje social. Con la excepción del factor de persistencia, que tiene un bajo-moderado coeficiente alfa, el temperamento y el carácter han demostrado una adecuada consistencia interna. Asimismo, se ha sugerido que los factores caracteriales pudieran ser usados como screening de los trastornos de la personalidad (Bayon et al, 1996). 79 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 2.6.1.6 Inventario de personalidad Maudsley (Maudsley Personality Inventory, MPI) Desarrollado por Eynseck con el objeto de poder medir dimensiones de personalidad, siendo su “base” el Maudsley Medical Questionnaire (MMQ) desarrollado para medir la dimensión de neuroticismo (Eynseck & Eynseck, 1969). 2.6.1.7 Cuestionario de personalidad de Eysenck revisado (Eysenck Personality Questionnaire Revised, EPQ-R) Es un cuestionario de 100 ítems que consta de tres escalas clínicas: psicoticismo (P), neuroticismo (N) y extraversión (E). Asimismo, también incluye una escala de validación (M, de mentira), que se puede interpretar como deseabilidad social (Gomez et al, 1992). 2.6.1.8 The Karolinska Scales of Personality (KSP) La KSP es un instrumento autoaplicado creada por Schalling & Edman (1993) con el objetivo de encontrar rasgos temperamentales estables correlacionados con marcadores biológicos relevantes y que pudieran constituir factores de vulnerabilidad psicopatológicos. Es un cuestionario autoadministrado de 135 items que hacen referencia a los sentimientos y comportamientos del individuo y que están agrupados en 15 escalas, que están agrupadas en cuatro grupos: el primer grupo engloba las escalas que miden extroversión -impulsividad, evitación de la monotonía y desvinculación-; el grupo 2 agrupa las escalas de conformidad –socialización y deseabilidad social-; el grupo tres incluye las escalas que miden la ansiedad –con un primer subgrupo que incluye ansiedad somática y tensión muscular, y un segundo subgrupo que mide ansiedad cognitivo-social –incluye psicastenia, ansiedad psíquica e inhibición de la agresión- y finalmente, el grupo 4, que mide la agresividad –agresividad indirecta, agresividad verbal, irritabilidad, suspicacia y culpa-. Las respuestas se dan en una escala de cuatro puntos desde 1 (no aplicable al individuo) a 4 (Totalmente aplicable al individuo) (Engström et al, 1996; Stalenheim, 2001). 80 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD 2.6.2 Cuestionarios autoadministrados basados en diagnósticos Los instrumentos disponibles (ver Tabla 11) tienen, en general, varias características comunes. Así, todos ellos, con la excepción del MMPI-PD (Morey et al, 1985) y el PAI (Morey, 1991), permiten valorar también la presencia de los TP negativista y depresivo (Clark & Harrison, 2001). El PAI tiene menor utilidad a la hora de valorar diagnósticos DSM, pues está diseñado para valorar constructos clínicos (Morey & Henry, 1994). Se ha sugerido que el PDQ pudiera ser un buen instrumento de screening, debido a su baja-moderada especificidad, alta sensibilidad y buen valor predictivo negativo (Guthrie & Mobley, 1994; Hunt & Andrews, 1992), pero tal y como señalan Clark & Harrison (2001), los cuestionarios de screening que llevan algunas entrevistas diagnósticas, como es el caso del IPDE y que ha sido usado en esta tesis, pueden ser incluso más útiles que los cuestionarios autoadministrados, ya que estos últimos tienen una mayor sensibilidad, pero una especificidad más pobre, así como una tasa alta de falsos positivos. De hecho, Loranger (1992) considera que la única utilidad de los cuestionarios autoadministrados es su uso como instrumentos de screening, no siendo útiles para el diagnóstico de trastornos de la personalidad. Otro asunto de interés es valorar hasta que punto estos instrumentos se relacionan con las categorías diagnósticas del DSM, de manera que el CATI, PDA, SNAP y WISPI fueron específicamente escritos para evaluar TP según el DSM (Clark & Harrison, 2001). Asimismo, el CATI, PDQ y SNAP tienen una versión para los informantes, lo cual es interesante dada la frecuente crítica de que los individuos con TP podrían no ser muy fidedignos hablando sobre ellos mismos debido a su falta de insight (Clark & Harrison, 2001). 2.6.2.1 Cuestionario Clínico Multiaxial de Millon-III (Millon Clinical Multiaxial Inventory-III, MCMI-III) Es un cuestionario que se basa en el modelo personalidad y psicopatología aportado por Millon en 1969. La primera versión apareció en 1972 con el nombre de 81 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Cuestionario autoinformado de Millon-Illinois (MI-SRI, Millon-Illinois Self-Report Inventory) y posteriormente fue modificado para ser adaptado al DSM-III, pasando a llamarse Millon Clinical Multiaxial Inventory (MCMI) y que posteriormente ha pasado por diversas modificaciones, siendo la última versión la MCMI-III (1994) (Samizo Aguado & Lorenzo Bragado, 2004). Es un cuestionario de 175 preguntas verdadero/falso diseñado para usar en poblaciones psiquiátricas, y que se suele completar en 20-30 minutos. Tiene 24 escalas clínicas subdivididas en tres grupos -escalas de personalidad, patrones de personalidad severos y síndromes clínicos-, así como tres escalas “de corrección”, con el fin de identificar la tendencia a distorsionar la información característica de los pacientes (Ellis et al, 1996; Samizo Aguado & Lorenzo Bragado, 2004). Lamentablemente, los estudios comparativos entre el MCMI-III y otros instrumentos diagnósticos adaptados al DSM-IV han mostrado poca concordancia, lo cual ha dificultado su aplicación clínica generalizada (Samizo Aguado & Lorenzo Bragado, 2004). 2.6.2.2 Cuestionario Coolidge para el eje II (Coolidge Axis II Inventory, CATI) Consta de 200 ítems puntuados en una escala de 4 puntos, desde claramente cierto hasta claramente falso. El número de ítems varía según el trastorno, de manera que, por ejemplo, para el trastorno antisocial son 45 ítems. Además, los ítems están formulados según los criterios DSM-III-R para lograr la máxima correspondencia posible (Samizo Aguado & Lorenzo Bragado, 2004). 2.6.2.3 Cuestionario de personalidad multifásico de Minnesota (MMPI-2) Es el más popular de los cuestionarios autoadminstrados de personalidad y que se encuentra a medio camino entre lo que es la valoración de la personalidad y la psicopatología (Samizo Aguado & Lorenzo Bragado, 2004). El MMPI-2 (Butcher & Megargee, 1989) consta de 567 items verdadero-falso divididos en 10 subescalas: hipocondriasis, histeria, depresión, psicopatía, masculinidadfeminidad, paranoia, psicastenia, esquizofrenia, hipomanía e introversión social (Samizo 82 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD Aguado & Lorenzo Bragado, 2004). Se tarda aproximadamente unos 60-90 minutos para ser completado. Da una aproximación dimensional de la personalidad, sugiere algunas consideraciones diagnósticas y algunas orientaciones terapéuticas; asimismo, excluye a aquellos pacientes que responden al azar o incorrectamente (Youssef et al, 2004). Hay que tener en cuenta que las escalas del MMPI-2 no son equivalentes a los diagnósticos del DSM-IV. Mientras que las escalas del MMPI-2 se refieren a los rasgos de la personalidad, el DSM-IV hace referencia a “síntomas” (Youssef et al, 2004). Sin embargo, Morey et al (1985) realizaron un nuevo grupo de escalas que permitiría representar los 11 trastornos de personalidad del DSM-III (Samizo Aguado & Lorenzo Bragado, 2004). Finalmente, hay que decir que tiene una consistencia interna aceptable – entre 0.675 y 0.859-, pero pocos estudios apoyan su validez externa (Samizo Aguado & Lorenzo Bragado, 2004). 2.6.2.4 Cuestionario para la evaluación de Trastornos de la personalidad (Personality Disorder QuestionnaireIV, PDQ-IV) Desarrollado por Hyler (1994), ha sido criticado por la facilidad con la que se puede exagerar o negar la presencia de determinados rasgos de personalidad maladaptativos, aunque esto mismo se podría decir de muchos otros cuestionarios Clark & Harrison (2001). 2.6.2.5 Cuestionario para la evaluación de la personalidad de Morey (1992) Es un cuestionario que consta de 344 ítems y varias escalas, de las cuales, sólo hay tres que evalúan directamente una patología de la personalidad –paranoia, límite y antisocial- (Samizo Aguado & Lorenzo Bragado, 2004). 2.6.3 Entrevistas basadas en rasgos de personalidad Con la excepción de la Personality Assessment Schedule (PAS, Tyrer, 1988), que está diseñada para cubrir todos los trastornos de la personalidad, el resto se centran en una única categoría diagnóstica (Clark & Harrison, 2001). 83 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Al contrario que las entrevistas basadas en diagnósticos, cada una de estas se basa en un modelo de personalidad que sólo es parcialmente superponible al del DSM y examina de manera mucho más pormenorizada el trastorno para el que está diseñada y que se refleje en que el tiempo de administración sea similar al de una entrevista basada en diagnósticos –unas dos horas- (Clark & Harrison, 2001). 2.6.3.1 La entrevista personalidad tridimensional de (Tridimensional estilos Interview de of Personality Style, TIPS) Desarrollada por Cloninger (1987) para diagnosticar de manera sistemática variantes de personalidad, incluye 7 preguntas sobre los rasgos que son característicos de cada una de las 3 dimensiones temperamentales básicas –búsqueda de novedad, evitación de daño, dependencia de la recompensa- así como cuatro preguntas para cada una de las seis combinaciones posibles usando esas dimensiones, ordenadas jerárquicamente para poder ser puntuadas en una escala de siete puntos. Cada rasgo se evalúa en dos ocasiones, el año anterior y a mitad de la adolescencia, para valorar mejor la evolución durante el desarrollo. Asimismo, los problemas o ventajas de cada rasgo se analizan de manera separada, de manera que no se confunda el estilo de respuesta y el éxito o fracaso adaptativo. Así, los TP quedan definidos según nueve grupos de rasgos. 2.6.3.2 Cuestionario de evaluación de la personalidad (Personality assessment schedule, PAS) La PAS es una entrevista semiestructurada que mide rasgos de personalidad y que usualmente tarda unos 30 a 60 minutos en completarse (Moran et al, 2003). Elaborada por Tyrer & Alexander (1979) antes de la aparición del DSM-III y posteriormente avalada por Tyrer (1988), valora 24 rasgos de personalidad -inutilidad, pesimismo, optimismo, labilidad, ansiedad, suspicacia, introspección, timidez, reserva, sensibilidad, insensibilidad, vulnerabilidad, irritabilidad, impulsividad, agresividad, irresponsabilidad, infantilismo, carencia de recursos, dependencia, sumisión, responsabilidad, rigidez, excentricidad e hipocondría (Samizo Aguado & Lorenzo Bragado, 2004)- que se agruparon por análisis de cluster en 5 estilos de personalidad: normal, pasivodependiente, sociopático, anancástico y esquizoide (Clark & Harrison, 2001). Es recomendable que se pregunte por los 24 rasgos, tanto al individuo bajo examen como a 84 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD informadores externos. Si la información entre ambos es discrepante, se intentará conciliar ambas versiones mediante preguntas adicionales o buscando información independiente (Samizo Aguado & Lorenzo Bragado, 2004) y finalmente, bien se elige el diagnóstico de la fuente que nos resulte más creíble, o en su defecto, la del informante, pues este esquema es más apropiado para los informantes (Casey, 1989). Cada uno de esos rasgos se evalúa en una escala de 0 a 8 –hasta 3 sería un valor normalsegún la dominancia del rasgo en la persona y la disfuncionalidad que ocasiona (Samizo Aguado & Lorenzo Bragado, 2004). Dado que las puntuaciones obtenidas no son superponibles a los TP según el DSM, los autores proporcionan un procedimiento de transformación, de manera que cada TP del DSM se puntúa como el promedio de cuatro dimensiones, salvo el TP narcisista, peor definido que el resto. Así, por ejemplo, la personalidad paranoide es la media de las puntuaciones de las dimensiones de suspicacia, sensibilidad, vulnerabilidad e irritabilidad (Samizo Aguado & Lorenzo Bragado, 2004). Existe una versión rápida, que permite un screening rápido –unos diez minutos- para detectar TP de la ICD-10 y en la que cada categoría de TP se puntúa en una escala de 0 a 2 en la que el 0 refleja la ausencia de ninguna disfunción de personalidad, 1 refleja una cierta disfunción y 2 refleja el TP (Moran et al, 2003). Se ha encontrado una moderada concordancia entre ambas (Van Horn et al, 2000). La fiabilidad entre entrevistadores es buena y parece ser la única entrevista global sobre la patología de la personalidad desde una perspectiva de rasgo-dimensión, lo cual la está mereciendo especial atención, particularmente en USA (Clark & Harrison, 2001). 2.6.3.3 Entrevista diagnóstica para pacientes borderline (Diagnostic Interview for Borderline Patients, DIBP) Desarrollada por Gunderson et al (1981), con el objeto de evaluar la concepción que sobre el trastorno límite tenía Gunderson y que influenció el concepto del DSM, lo cual se refleja en una moderada/moderadamente fuerte superposición con el TP borderline del DSM (Clark & Harrison, 2001). Consta de 132 ítems que ofrecen puntuaciones sobre 29 disposiciones que, a su vez, se usan para puntuar 5 áreas de funcionamiento, a saber, patrones de actuación impulsivos, adaptación social, afectos, psicosis y relaciones interpersonales (Clark & 85 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Harrison, 2001). Su fiabilidad (entre entrevistadores, test-retest y consistencia interna) es bastante buena (> 0.70), pero su estabilidad temporal no ha sido evaluada tan intensamente (Kaye & Shea, 2000). Su habilidad para discriminar entre el TP borderline y otros TP es modesta (Clark & Harrison, 2001). 2.6.3.4 Entrevista diagnóstica para el narcisismo (Diagnostic Interview for Narcissism, DIN) Desarrollada por Gunderson et al (1990), consiste en 33 aseveraciones que ofrecen puntuaciones en cinco ámbitos: grandiosidad, relaciones interpersonales, reactividad, estados de humor y afectos, y opiniones morales y sociales (Clark & Harrison, 2001). Tanto la fiabilidad entre entrevistadores como la consistencia interna son elevadas (Clark & Harrison, 2001). 2.6.3.5 Psychopathy Check List-Revised (PCL-R) Hare (1991), basándose en la conceptualización de psicopatía de Cleckey (1941), elaboró inicialmente la Pychopathy Checklist (PCL) y posteriormente la PCL-R, lo que probablemente derivó en el auge del concepto de psicopatía en los Estados Unidos de América (Lynam, 1996). Evalúa 20 características psicopáticas (Clark & Harrison, 2001). Hare et al (1991) encontraron dos dimensiones distintas en los psicópatas: el factor 1 (F1), caracterizado por rasgos de personalidad –crueldad, egoísmo, tendencia a manipular a los demás y falta de remordimientos en las relaciones interpersonales, etc.- y el factor 2 (F2), que tiene más que ver con una descripción del comportamiento, que caracterizaría a individuos inestables, irresponsables y con un estilo de vida antisocial, que se correspondería mejor con la actual concepción del TAP del DSM (Loeber et al, 2003). De hecho, la correlación de las puntuaciones globales de la PCL-R con el concepto de TAP del DSM son moderadas, bajas con el factor 1 –que refleja más la personalidad íntima del sujeto, su manera de ser y pensar-, pero moderadamente elevadas con el factor 2, que refleja más el comportamiento del individuo –esto no es más sino que la eterna crítica que se le realiza al apartado de los TP del DSM, de ser un tratado muy centrado en lo comportamental, más que en la personalidad del individuo-. De hecho, en el campo forense se considera al TAP como un constructo más amplio, en el que la 86 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD mayoría de los psicópatas criminales cumplen los criterios del DSM, pero sólo un cuarto de aquellos con TAP cumplen los criterios de la PCL-R (Clark & Harrison, 2001). 2.6.4 Entrevistas semiestructuradas basadas en diagnósticos Su principal problema es la fiabilidad, que es menor que la que aportan los cuestionarios, ya que la fiabilidad depende no solo del contenido de la entrevista, sino también del diseño del estudio y de la calidad y entrenamiento del entrevistador (Clark & Harrison, 2001). Así, por ejemplo, Zimmerman (1994) encontró que la fiabilidad testretest para el IPDE era de un kappa medio, para cualquier trastorno de personalidad, de 0.46, siendo menor usando otros instrumentos, lo cual indica que el diagnóstico de cualquier trastorno de la personalidad es bastante inestable en el plazo de unas semanas, independientemente del instrumento usado (Clark & Harrison, 2001). Por otra parte, además del inconveniente de que para su correcto uso requieren el uso de personal especializado, su tiempo de administración prolongado. Aquí, es importante considerar cual es la fuente de esa baja fiabilidad, si en realidad lo que ocurre es que hay cambios reales de personalidad –y por lo tanto, la estabilidad de la personalidad y de los TP quedaría en entredicho- o por otra, refleja influencias en el estado cuando se está midiendo –por ejemplo, que el resultado pueda variar si el individuo está deprimido- o, finalmente, si es un error de medición (Clark & Harrison, 2001). Parece que la baja fiabilidad encontrada en estudios de larga duración es debida a esto último, es decir, a un error de medida, como puede ser el uso de puntos de corte arbitrarios cuando hacemos diagnósticos categoriales (Heumann & Morey, 1990). Sin embargo, se las sigue considerando el gold standard para la valoración de la personalidad y sus anomalías (Samizo Aguado & Lorenzo Bragado, 2004). Algunas entrevistas están diseñadas para valorar únicamente un rasgo o trastorno de la personalidad, mientras que otras son multirasgo. Asimismo, algunas de ellas, como la IPDE (Loranger, 1995) y la SCID-II (First et al, 1997), van acompañadas de un cuestionario de screening autoadministrado en formato verdadero-falso, mientras que el cuestionario de screening de la SIDP-IV es una entrevista breve administrada por el clínico (Clark & Harrison, 2001). En el caso del cuestionario de screening del SCID-II, 87 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD las cuestiones iniciales están pensadas para tener una alta sensibilidad a costa de una baja especificidad. En el caso de los cuestionarios de screening del IPDE y de la SIDP-IV, ofrecen una valoración global de la posibilidad de la presencia de un TP en la persona evaluada, de manera que si la persona está por debajo del umbral diagnóstico, se presume que no padece un TP, mientras que si puntúa por encima del umbral, se administraría la entrevista completa (Clark & Harrison, 2001). Los datos empíricos avalan el uso de este tipo de cuestionarios para identificar a personas que es poco probable que padezcan un trastorno de la personalidad, pero el uso de este tipo de cuestionarios de screening para identificar casos positivos no ha sido exitoso, dada su tendencia a generar demasiados falsos positivos (Guthrie & Mobley, 1994; Lenzenweger et al, 1997). Este tipo de cuestionarios es mejor usarlos para descartar aquellos casos de TP en situaciones en las que no sería posible realizar una valoración completa de toda la muestra (Clark & Harrison, 2001). Finalmente, otro de los problemas de estas entrevistas es que su validez convergente es también baja, lo cual implica que aún es necesaria mucha investigación para incrementar la claridad conceptual de lo que hoy conocemos como trastornos de la personalidad y que ofrezca una base sólida sobre la que construir instrumentos que tengan una mayor validez convergente, posibilitando una investigación que genere resultados más consistentes que los actuales (Clark & Harrison, 2001). Dado que el cuestionario de screening del examen internacional de los trastornos de la personalidad (IPDE-SQ) es el instrumento elegido para esta tesis, se le dedicará un apartado especial. 2.6.4.1 La entrevista estructurada para trastornos de la personalidad del DSM-revisada (Structured Interview for DSM Personality-IV, SIDP-IV-R) Inicialmente desarrollada por Pfohl, Zimmerman y Stangl (1989), es una entrevista semiestructurada de 160 ítems adaptados al DSM-IV, agrupadas en 17 grupos temáticos y no en función del DSM (Samizo Aguado & Lorenzo Bragado, 2004). Fue posteriormente revisada por Pfohl et al (1997). 88 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD La intensidad se valora de 0 a 3 y los entrevistadores pueden formular preguntas adicionales si lo creen necesario, de manera que la duración aproximada es de 60-90 minutos, aunque hay que sumarle otros 20-30 minutos adicionales si se quiere recabar la información de informadores externos (Samizo Aguado & Lorenzo Bragado, 2004). 2.6.4.2 La entrevista estandard de personalidad (Standardized Assessment of Personality, SAP) La SAP se trata de una entrevista semiestructurada que sigue un formato similar al que usamos los clínicos cuando queremos valorar si un paciente tiene o no un trastorno de la personalidad, basándose únicamente en el testimonio del paciente. Hay dos versiones, una de ellas basada en los criterios de investigación diagnóstica de la CIE-10 (World Health Organization, 1993) y otra en el DMS-III-R (American Psychiatric Association, 1987). En la primera parte, en la que el sujeto se describe a sí mismo, tiene un formato abierto y se le pregunta sobre cuestiones fundamentales de la personalidad que, en caso de ser sugerentes de un TP, llevan a preguntas más específicas sobre la categoría que se sospecha. Si la puntuación obtenida sobrepasa el umbral diagnóstico, el examinador valora si esos rasgos de personalidad provocan disfunción en el medio laboral, social o en el plano personal y asimismo, valora si el individuo puede ser diagnosticado de algún tipo de TP. 2.6.4.3 La entrevista clínica estructurada para el DSM, eje (Structured Clinical Interview for DSM-IV Axis II Personality Disorder, SCID-II) Inicialmente elaborada por Spitzer & Williams (1986), consta de 120 ítems formulados según la terminología usada en el DSM y la intensidad se evalúa en una escala de 4 puntos (Samizo Aguado & Lorenzo Bragado, 2004). Posteriormente, fue reelaborada por First et al (1997). Es recomendable que el entrevistador haga todas las preguntas que considere necesario para aclarar lo que necesite e incluso que busque otras fuentes de información aparte del propio interesado (Samizo Aguado & Lorenzo Bragado, 2004). Se inicia con un grupo de preguntas generales y continua con la evaluación de los distintos TP mediante 8-12 preguntas específicas, que se pueden pasar si se ve claramente que el individuo no va a cumplir los criterios, lo cual tiene la ventaja de que sea una entrevista 89 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD bastante rápida. Además, el diagnóstico de TP se hace en una escala de cuatro puntos – información inadecuada, negativo, subumbral y umbral) (Samizo Aguado & Lorenzo Bragado, 2004). 2.6.4.4 La entrevista diagnóstica para los trastornos de la personalidad del DSM-IV (The diagnostic Interview for DSM-IV Personality Disorders, DIPD-IV) Desarrollada por Zanarini et al (1996), la DIPD-IV es una entrevista semiestructurada con la que los clínicos pueden evaluar las respuestas de los participantes a preguntas sobre cada uno de los criterios diagnósticos, en una escala de tres puntos (0= no presencia del trastorno; 1= presencia del trastorno pero sin relevancia clínica; 2= presencia del trastorno con relevancia clínica) (Zlotnick et al, 2003). Es una entrevista a la que se le ha encontrado una relativamente buena fiabilidad en el Collaborative Longitudinal Personality Disorders Study (CLPS) (Zanarini et al, 2000). 2.6.4.5 El examen internacional de los trastornos de la personalidad (International Personality Disorder Examination, IPDE) Es una entrevista clínica semiestructurada desarrollada por la OMS y los institutos nacionales de salud de los Estados Unidos de América (NIH), fruto de la modificación del Personality Disorder Examination (PDE) de Loranger (1988) y diseñado para evaluar los trastornos de personalidad según la CIE-10 (World Health Organization, 1993) y el DSM-IV (Samizo Aguado & Lorenzo Bragado, 2004). El objetivo del IPDE es identificar aquellos rasgos de personalidad que sean de relevancia para su diagnóstico según los esquemas DSM-IV y CIE-10 (World Health Organization, 1993), y no para explorar todos los aspectos de la personalidad. El IPDE examina la presencia o ausencia de todos los criterios de los trastornos de la personalidad y también ofrece una puntuación dimensional en cada TP, independientemente de que el individuo cumpla o no criterios diagnósticos para el mismo (Samizo Aguado & Lorenzo Bragado, 2004). El IPDE intenta que haya un equilibrio entre lo que es una entrevista clínica espontánea y natural y los criterios de objetividad y estandarización que se requieren en toda investigación, de manera que las preguntas, ordenadas en 6 apartados – 90 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD trabajo, Yo, relaciones interpersonales, afectos, prueba de realidad y control de impulsos, se suceden de manera natural y cómoda para el entrevistador (OMS, 1996). Las preguntas son inicialmente abiertas, de manera que permiten al evaluador contextualizar las preguntas posteriores. Además, el IPDE tiene una segunda columna de puntuación para añadir la información de algún acompañante y, en el caso de que la está información se contradiga con la aportada por el paciente, se podría puntuar en la columna del informante/paciente, si cumple dos requisitos, a saber, que la información que nos facilita el informante nos ofrece mayor confianza que la del propio paciente y el informante ofrezca los mismos criterios de puntuación que se aplican a las respuestas del sujeto (Samizo Aguado & Lorenzo Bragado, 2004). El tiempo medio de aplicación, cuando el entrevistador está entrenado, es de aproximadamente una hora, aunque inicialmente suele llevar más tiempo. La puntuación se valora como ausente o normal (0), exagerado o acentuado (1) o patológico (2), siendo algunos ítems no aplicables (NA). Dado que aporta al diagnóstico categorial una puntuación dimensional para cada individuo en cada trastorno y dado que los TP reflejan en muchas ocasiones la presencia exagerada de rasgos distribuidos uniformemente en la población general, las puntuaciones dimensionales proporcionan una mayor fiabilidad al investigador (OMS, 1996). El IPDE está pensado para sujetos mayores de 18 años, aunque podría ser útil a partir de los 15 años (OMS, 1996). Por otra parte, se adoptó el acuerdo de que, para que una determinada conducta se evaluara como un rasgo de personalidad, la misma debiera existir por un tiempo de al menos cinco años en adultos y de tres años en adolescentes; asimismo, dado que para diagnosticar un TP se considera que el inicio de sus primeras manifestaciones debiera darse en la adolescencia tardía o inicio de la edad adulta, se fijó la edad límite de 25 años, de manera que para diagnosticar un determinado trastorno era necesario que al menos un criterio del trastorno estuviera presente antes de esa edad, aunque se reconoce la posibilidad de que algunos TP de novo surjan en la edad media o avanzada de la vida, permitiéndose el diagnóstico opcional de TP de inicio tardío (OMS, 1996). Con el objeto de que la entrevista no se hiciera demasiado larga, se decidió publicar el IPDE por módulos (módulo CIE-10 y módulo DSM-IV). Asimismo, presenta 91 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD una forma abreviada, que es el cuestionario autoaplicado IPDE (International Personality Disorder Examination, Screening Questionnaire), que permite eliminar a aquellos sujetos que no padecen un TP, y en la cual es esperable que se produzca un elevado número de falsos positivos, pero pocos falsos negativos, lo cual dependerá de la prevalencia de TP en la población estudiada (OMS, 1996). En esta tesis doctoral se usó concretamente el módulo DSM del cuestionario autoaplicado. Aunque hay que tener en cuenta que los cuestionarios para TP y las entrevistas clínicas semiestructuradas no son intercambiables, por lo que el cuestionario autoadministrado IPDE no debiera ser usado para realizar diagnósticos psiquiátricos, sino como instrumento de screening (Loranger, 1992), las características de nuestro estudio hacían inviable desde el punto de vista ético y logístico la aplicación de la entrevista completa. Por ello, se decidió aumentar el punto de corte diagnóstico de los distintos trastornos de la personalidad, para ajustar su porcentaje en el caso de nuestros controles sanos a los porcentajes referidos en la literatura. Al aumentar el punto de corte, aumenta la especificidad y disminuyen los falsos positivos. Asimismo, está estrategia ha sido usada por otros autores y, la solidez de los datos estadísticos de nuestro estudio avalan esta estrategia. De cualquier manera, una explicación pormenorizada de la estrategia realizada, de sus limitaciones y fortaleza se encuentra más desarrollada en los siguientes apartados. Finalmente, el IPDE tiene una serie de limitaciones. Es un instrumento autodescriptivo, y por lo tanto, asume que la persona puede dar una imagen no sesgada de sí mismo. Desafortunadamente, sabemos que las personas pueden, consciente o inconscientemente, dar una imagen distinta de sí mismos (OMS, 1996). Por otra parte, la presencia de trastornos del eje I podría influir en la valoración de algunos de los rasgos de personalidad del eje II; sin embargo, en algunos estudios se demuestra que la presencia de síntomas depresivos y/o ansiosos no modificaba la evaluación de los rasgos de personalidad con el PDE (Loranger et al, 1991). 92 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD 3 Trastornos de la Personalidad 3.1 Definición “The problem of defining personality disorder is apart of the broader problem of defining mental disorders” (Livesley et al, 1984, pp 11) Tal y como señalan Livesley et al (1994), para diferenciar entre lo que se entiende por personalidad y trastorno de la personalidad es fundamental definir que es un trastorno, lo cual tiene que ver con la definición de lo que consideramos que son los trastornos mentales. Kurt Schneider consideraba que los TPs son entidades distintas de las enfermedades mentales. Además, este autor diferenciaba entre lo que son las personalidades anormales y los trastornos de la personalidad, haciendo hincapié en los últimos en el propio sufrimiento de los sujetos y el que generan a su alrededor y en los que hay que considerar la influencia de la cultura y la estructura socioeconómica (Baca Baldomero & Roca Bennasar, 2004). Por otra parte, autores como Henderson (1939), ya consideraban la “psicopatía” como problemas de conducta y enfermedades mentales. Livesley et al (1994) defienden que es necesaria una perspectiva evolucionista para desarrollar una definición de trastorno de la personalidad que no esté lastrada por influencias culturales y ponen el ejemplo de los cuatro objetivos fundamentales para la adaptación referidos por Plutchik (1980) –jerarquía, territorialidad, identidad y temporalidad (problemas de pérdida y separación)-. El concepto de trastorno de la personalidad (TP) es escurridizo, controvertido y se relaciona con rasgos desviados de la personalidad que generan un funcionamiento maladaptativo y generalizado del individuo (Rutter, 1984; Rusell & Hersov 1983). Prins (1991) se refería a él como el talón de Aquiles de la psiquiatría en la actualidad. A pesar de ser tan controvertido, el término se usa de forma generalizada y es una categoría útil, al menos en el campo clínico. El origen del concepto no se genera en un modelo de personalidad norma (Hill, 2002), aunque Berrios señala que ya aparecía tímidamente en el siglo XIX su concepto, toda vez que ya había una cierta idea de lo que era el carácter y la personalidad (Baca Baldomero & Roca Bennasar, 2004). Kretschmer (1936) relacionó 93 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD algunos tipos de personalidad, tal y como señalamos previamente, con las enfermedades mentales. Kurt Schneider (1980) fue el primero en ofrecer un modelo psiquiátrico de los TPs que se basaba en rasgos de personalidad anormales como la obsesividad y, de hecho, la concepción actual de los TPs anancástico, esquizoide y esquizotípico están derivadas de su clasificación descriptiva. Por otra parte, las características básicas de los trastornos de la personalidad son: 1) su inicio en la infancia/adolescencia; 2) son anormalidades generalizadas en el funcionamiento que influyen en las relaciones sociales; 3) son persistentes a lo largo del tiempo y no presentan cambios marcados (carácter no episódico). El eje II (TP) fue introducido por primera vez en el DMS-III (1980) para que los clínicos pudieran diagnosticar a la vez un trastorno del eje I y del eje II (Millon, 1993). En el DSM-IV (1994), los trastornos de la personalidad se definen como patrones de maladaptativos, duraderos e inflexibles en la forma de percibir y relacionarse con los demás y consigo mismo, que generan un déficit significativo en el funcionamiento de la persona y un malestar subjetivo. Caracteriza a las personas en el extremo de un continuum de las dimensiones de la personalidad que implica patrones maladaptativos de comportamiento y que genera fricción o angustia en el sujeto y/o en sus relaciones interpersonales (Stone, 1993). Desde un punto de vista evolutivo y aceptando una definición bastante simple de la personalidad como la forma en la que un organismo vivo se adapta a su medio ambiente, los trastornos de la personalidad se podrían definir por su comportamiento desadaptado (Millon, 1993). Livesley et al (1994) usan un definición “de trabajo” de los TPs como “variaciones extremas de la personalidad asociadas a un fallo a la hora de conseguir las tareas universales de identidad, vinculación, intimidad, y afiliación” y recuerdan que ya Freud señalaba que la salud mental tenía que ver con la habilidad para trabajar y amar. Los sujetos diagnosticados con un TP tienen unas pobres habilidades adaptativas en relación al estrés y manifiestan una tendencia a la resistencia en el tratamiento, y tienden a no aceptar su responsabilidad por sus propios comportamientos, prefiriendo externalizarlos echando la culpa a otros (Blaszczynski & Steel, 1998). Asimismo, también tienen un elevado riesgo de comportamientos agresivos que se dirigen hacia uno 94 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD mismo, especialmente bajo estrés, en relación con su escasa habilidad para manejar situaciones estresantes y su falta de habilidades a la hora de resolver las dificultades en el campo interpersonal. Coid (1999) recuerda que los TPs tienen su origen en factores tanto constitucionales como medioambientales y que, su etiología parece ser multifactorial. Tradicionalmente, se considera que su inicio se debe dar en la infancia y adolescencia, aunque no se diagnostican generalmente hasta la edad adulta (Zocolillo, 1992). La cuarta edición revisada del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSMIV-R) (American Psychiatric Association, 2000) los define como “un patrón permanente de experiencia interna y de comportamiento que se aparta acusadamente de las expectativas de la cultura del sujeto. Este patrón se manifiesta en dos (o más) de las áreas siguientes: (1) cognición, (2) afectividad, (3) actividad interpersonal y (4) control de impulsos”. Este patrón tiene que ser persistente, inflexible y se da en numerosas situaciones personales y sociales. Además, tiene que generar un malestar clínicamente significativo o deterioro social, laboral o de otras áreas importantes del funcionamiento del individuo. Asimismo, tiene que haberse iniciado al menos en la adolescencia o inicio de la edad adulta y no puede ser secundario a otro trastorno mental ni a los efectos de alguna sustancia o enfermedad médica. La clasificación internacional de los trastornos mentales y del comportamiento (The International Classification of Mental and Behavioural Disorders, ICD-10) (World Health Organisation 1992) los define como un trastorno severo caracterial y del comportamiento del individuo, que generalmente afecta a varias áreas de la personalidad y que, casi siempre va acompañado de una alteración en el área personal y social, siendo su inicio en la infancia o adolescencia. 3.2 Fiabilidad y validez del concepto de trastorno de la personalidad Históricamente, se ha distinguido entre los conceptos de enfermedad mental y trastorno de la personalidad pero no fue hasta la aparición del DSM-III (APA, 1980) cuando se empieza a usar una categoría diagnóstica específica para las personalidades patológicas en las clasificaciones internacionales (Livesley et al, 1994). Sin embargo, ya desde el inicio surgieron dudas sobre su validez (Arntz, 1999). De hecho, el grupo de trabajo designado para la elaboración del DSM-III (Task Force, 1976) señalaba que los 95 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD límites de la categoría eran confusos y reconocían que los trastornos de la personalidad no estaban muy alejados de lo que son los problemas de la vida. Asimismo, recordaban que no debían ser identificados por síntomas característicos, sino por una particular y desviada manera de funcionamiento que era duradera y generalizada. Los TP también se caracterizan por una inquietud subjetiva y las dificultades en las relaciones sociales (Millon, 1993). Tal y como señala Bronisch (1996), la introducción de los criterios diagnósticos en las clasificaciones internacionales estimuló la investigación en el campo de los trastornos de la personalidad. Además, no es hasta que se hacen operativos los criterios de los trastornos de la personalidad que es posible dotar de fiabilidad a las categorías diagnosticas a través del desarrollo de cuestionarios autoaplicados, listas de rasgos, y entrevistas diagnósticas. En relación a las clasificaciones nosológicas actuales, la CIE-10 (World Health Organization, 1993) se basa en la visión de Kurt Schneider, que hace hincapié en la inflexibilidad y en que estos individuos sufren y hacen sufrir a los demás. Sin embargo, en el DSM-IV se enfatiza la inflexibilidad y su incapacidad para adaptarse al medio (Baca Baldomero & Roca Bennasar, 2004). Aunque algunos autores que consideran que el concepto de TP tiene una validez y fiabilidad razonable, y defienden la separación entre el eje I y eje II (Merikangas & Weissman, 1986), muchos otros no son de la misma opinión. Cloninger (1987) señalaba varias limitaciones conceptuales de los trastornos de la personalidad. Por ejemplo, que las distinciones clínicas parecen ser arbitrarias en algunas ocasiones, la alta comorbilidad entre los distintos trastornos de la personalidad y que los sujetos diagnosticados con un TP pueden estar inadaptados a un medio, pero quizá no a otro. Millon también se cuestiona la validez y fiabilidad del concepto de trastornos de la personalidad y señala, que no es posible aplicar el modelo médico clásico (categorial) en el campo de la personalidad y de los trastornos de la personalidad (Baca Baldomero & Roca Bennasar, 2004). Livesley et al (1994) también critica la separación entre axis. El se centra en la importante comorbilidad entre el eje I y II y también en que esta separación fue hecha más desde un punto de vista pragmático que basada en razonamientos científicos o racionales. Este autor critica que Frances (1980) defienda esta separación basándose en 96 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD que de esta manera se pueden hacer ambos diagnósticos a la vez, en vez de tener que elegir entre ellos. Tal y como señala Livesley et al (1994), la mejor explicación de la relación entre los trastornos de la personalidad y los síndromes clínicos es la que hace Foulds. Foulds (1965, 1976) defiende que el concepto de los trastornos de la personalidad tiene que ver con rasgos de personalidad y actitudes universales, relativamente duraderas y egosintónicas que se refieren a una forma de comportamiento o actuación anormal, mientras que los síndromes clínicos se caracterizan por síntomas, signos y estados en los que hay una separación clara de un estado basal “normal”. Livesley et al (1994) critican esta visión porque el diagnóstico de los TP en el DSM se basa en comportamientos más que en rasgos o actitudes –tal como quedaba implícito en la postura de Fould-, pero en mi opinión, cuando se diagnostica a alguien con un TP, el clínico no sólo está pensando en el comportamiento del individuo, sino también en las motivaciones, actitud y rasgos de personalidad de ese individuo. Jaspers (1963) dice que la distinción podría hacerse si se tiene en cuenta que los TPs se pueden entender desde la personalidad premórbida del individuo, mientras que los síndromes clínicos no. Él también criticaba la visión tradicional de que los síndromes clínicos están determinados por factores biológicos principalmente, mientras que los trastornos de la personalidad serían debidos principalmente a influencias medioambientales. Hoy sabemos que, efectivamente, esta es una visión obsoleta, ya que ambos ejes son el producto de complejas interacciones entre los factores biológicos y psicosociales. Por otra parte, Livesley et al (1994) defienden que la mejor manera para separar entre los dos ejes era el criterio de estabilidad temporal, ya que los trastornos de la personalidad, de igual manera que la personalidad, son bastante estables a lo largo de la vida, mientras que los síndromes clínicos no. A pesar de ello, señalaban de manera brillante que la distimia, el trastorno de somatización, los trastornos impulsivos y el trastorno de ansiedad generalizado tienen un curso clínico y una estabilidad más parecido a los trastornos de la personalidad que a los trastornos del eje I. Otro de los problemas tiene que ver con la gran comorbilidad entre los trastornos del eje II. Así, por ejemplo, Grilo et al (2002) encuentran que entre los hombres hispanos, pero no en las mujeres, que estaban en tratamiento por abuso de substancias, el diagnóstico de TP borderline se asociaba significativamente al de TP antisocial, TP depresivo y TP evitativo. 97 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD En resumen, se podría aceptar que la división entre los dos ejes puede que no se haya hecho bajo presupuestos científicos, pero al menos desde un punto de vista práctico, tiene utilidad, especialmente en el campo clínico. Esto no debe ser óbice para que las ulteriores clasificaciones presenten mejoras respecto a las actuales. Más problemático es si tiene o no sentido pensar en un concepto unificado de trastorno de la personalidad, ya que los distintos tipos de TPs se originan de diferentes paradigmas -e.g. el TP límite se deriva de las conceptualizaciones psicoanalíticas de Kernberg (1967) y el TP anancástico de los tipos descriptivos de Schneider-. Otro gran problema es el de la alta comorbilidad entre los distintos trastornos de la personalidad (Morey, 1988a; Rutter, 1987; Siever et al, 1986), que exige que o bien se vayan refinando las categorías diagnósticas para ofrecer una mayor validez discriminante o bien, que se adopte un modelo dimensional y no categorial de los TPs. Livesley et al (1994) y Rutter (1987), entre otros, defienden que el modelo dimensional sería mucho más productivo que el modelo actual categorial basado en descripciones de rasgos de las categorías internacionales. También señalan que el TP antisocial es el subtipo de TP más coherente, y de hecho es el único que ha sido validado (Paris, 1997). Además, la existencia de distintas categorías de TPs ha sido sólo parcialmente confirmada por los estudios empíricos (Schroeder & Livesley, 1991). 3.3 Epidemiología La epidemiología de los trastornos de la personalidad, en comparación con la de otros trastornos psiquiátricos, ha recibido escasa atención, aunque esta situación parece que está cambiando últimamente. Algunos de los problemas que presenta la epidemiología en este campo son, por ejemplo, la baja prevalencia de algunos TPs en la población general –lo que obliga a usar muestras de población muy grandes- y la comorbilidad eje I-eje II y entre los distintos trastornso de la personalidad. La necesidad de estudiar la epidemiología de los trastornos de la personalidad se justifica por diversas razones, como que se trata de trastornos comunes y que se dan en diferentes culturas, que su diagnóstico se asocia a graves problemas sociales y familiares –por no hablar del gasto que generan en los sistemas de salud de las sociedades desarrolladas- y, porque influyen de manera decisiva en el pronóstico de los trastornos del eje I (De Girolano & Reich, 1993). 98 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD La prevalencia de los TP va a depender de la muestra que se contemple. En muestras comunitarias, aunque en general se estima que la prevalencia general para cualquier trastorno de la personalidad se sitúa entre el 5-10 y el 13% (Depue, 1996; Lewin et al, 2005), los estudios revelan grandes diferencias. En estudios más antiguos incluso se habla de tasas del 23% (Drake et al, 1988). En general, se encuentran porcentajes menores en los países en vías de desarrollo (De Girolano & Reich, 1993), lo cual puede tener que ver bien con una prevalencia realmente menor –probablemente en relación a diferencias socioculturales- o bien, con dificultades metodológicas o de diagnóstico. En una revisión de 10 estudios realizados en Europa y Norteamérica, se encuentra una prevalencia media para los TP del 7% (Neugebauer et al, 1980). En cuatro estudios relativamente recientes y usando distintos métodos de evaluación, se encuentran prevalencias elevadas y muy similares, oscilando entre el 10,3% y el 13,5% (Casey & Tyrer, 1986; Reich et al, 1988; Zimmerman & Corey, 1990; Maier et al, 1992). Zimmerman & Corey (1990) usan dos métodos distintos de evaluación (la SPID y el PDQ), encontrando que con la primera los TPs más frecuentes eran el esquizotípico, histriónico, antisocial y pasivo-agresivo, mientras que con el PDQ el TP más frecuente era el TP por dependencia, concluyendo que los distintos métodos diagnósticos tienen un pobre concordancia, lo que puede llevar a que la prevalencia de los TP y de sus subtipos dependa en gran medida del método de evaluación, en ausencia de una definición precisa de los TP y de unos marcadores externos fiables. En un estudio aún más reciente, Torgersen et al (2001) encuentran que en una muestra comunitaria de 2053 individuos, usando la Structured Interview for DSM-III-R Personality Disorders (SIDP-R) que la prevalencia era del 13.4%, siendo los más frecuentes el TP Evitativo (5%), TP Paranoide (2.4%) y TP Obsesivo-Compulsivo (2.0%). No encontraron ninguna diferencia de género. Grant et al (2004) realizan el primer estudio epidemiológico de EE.UU. con el objetivo de determinar la prevalencia de los trastornos de la personalidad –excluidos por motivos metodológicos el TP Borderline, el TP Narcisista y el TP Esquizotípico- y encuentran que, en su muestra de 43093 personas entrevistadas, la prevalencia de al menos un TP en población general es del 14.79%, siendo el TP Obsesivo-Compulsivo el más frecuente, con un 7.88% (95% CI= 7.43 a 8.33), seguido del TP Paranoide, con un 4.41% (95% CI= 4.12 a 4.70). En un estudio similar, realizado en Australia, el 1997 National Survey of Mental Health and Wellbeing, y en el que se entrevista a 10641 personas y se usa para 99 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD su clasificación la CIE-10 (World Health Organization, 1993), se encuentra que aproximadamente el 6.5% de la población adulta australiana padecería un TP, siendo el TP Anancástico -que a grosso modo es equivalente al TP Obsesivo-Compulsivo del DSM-IV- el más frecuente, con un 3.09% (Jackson & Burgess, 2000). Si se exceptúa el TP Evitativo, el resto de TPs eran más frecuentes en el estudio americano que en el australiano, lo cual puede ser debido a que los criterios diagnósticos de las dos clasificaciones internacionales son distintos, siendo el umbral diagnóstico mayor en la CIE-10 (World Health Organization, 1993), o a una variación real entre las dos poblaciones (Jackson & Burgess, 2000), quizá debido a influencias culturales. Samuels et al (2002) usaron el International Personality Disorder Examination (IPDE) para evaluar la personalidad en una muestra de 742 habitantes de Baltimore y encontraron una tasa de un 9% de trastornos de la personalidad, siendo el más frecuente el TP antisocial (4.1%) Para una relación más detallada de los % concretos de cada uno de los TP en los distintos estudios, se recomienda la lectura de los artículos originales, así como del artículo de De Girolano & Reich (1993) y Grant et al (2004). Por otra parte, la prevalencia de TP es mayor en el medio urbano, en los grupos socioeconómicos más desfavorecidos, sin grandes diferencias en términos globales –pero sí cuando se consideran los distintos TPs- por sexo, y con una tendencia a la disminución con la edad. Tradicionalmente se asume que el porcentaje de TPs tiende a disminuir con la edad debido a una tendencia a la mejoría “espontánea”. Así, Jackson & Burgess (2000) encuentran esta tendencia descendente en todos los TP que ellos analizan. Sin embargo, Torgersen et al (2001) encontraron, también en una muestra comunitaria, que aunque es cierto que los TP del grupo B disminuyen con la edad, los del grupo A y C se incrementan. Reich et al (1989) también señalan que los rasgos del grupo esquizoide no cambian con la edad, pero que los del grupo dramático y ansioso tienen una asociación significativa con la edad. En los estudios realizados en atención primaria, se encuentra que el diagnóstico primario de TP es de un 5-8%, porcentaje que es mayor en algunos estudios; asimismo, se diagnostica más en varones y se trata de sujetos que hacen un mayor uso de los dispositivos sanitarios (De Girolano & Reich, 1993). Ei-Rufaie et al (2002), en su estudio 100 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD de atención primaria realizado en los Emiratos Árabes Unidos (EAU) usando la entrevista semiestructurada IPDE, encuentran una prevalencia de TP del 12.7%, siendo casi el doble para las mujeres (15.8%) que para los hombres (9.8%). Los diagnósticos más frecuentes eran el TP esquizoide (5.1%), el TP anancástico (4.4%) y el TP emocionalmente inestable, subtipo borderline (3.8%). Casey & Tyrer (1990) encuentran un 5.3% de TPs diagnosticados por los médicos de atención primaria, y un 5.6% por los psiquiatras. Estos autores señalan que cuando se usaban una entrevista estructurada, se incrementaba de manera muy importante el porcentaje de sujetos diagnosticados con un TP. Evidentemente, la prevalencia de los trastornos de la personalidad (TPs) en muestras psiquiátricas, es mucho mayor, tanto en aquellos que tienen TPs “puros”, como en aquellos que tienen comorbilidad. Hay que tener en cuenta que las enfermedades mentales influyen en el diagnóstico de trastornos de la personalidad (Moran et al, 2000). En una muestra de 486 pacientes ambulatorios en el ámbito privado, el 39% tenía el diagnóstico de TP, siendo el TP límite (9,7%) y obsesivo-compulsivo (8,2%) los más comunes (Berger, 1985). En una muestra ambulatoria psiquiátrica pública de 2344 pacientes, se encontró que los TP más frecuentes eran los del grupo B y los menos frecuentes los del grupo A (Fabrega et al, 1991). Otros autores ofrecen cifras menores. En Escocia, en 1986, el 3,9% de los varones y el 4,4% de las mujeres que eran ingresadas en un hospital psiquiátrico, recibían el diagnóstico de TP (División de información y estadística, 1988), mientras que en Inglaterra y Gales, el 7,6% de todos los pacientes psiquiátricos ingresados recibían el diagnóstico de TP (Departamento de Salud y Seguridad Social, 1985). Sin embargo, no es posible llegar a una conclusión generalizable en relación al porcentaje de pacientes psiquiátricos que, bien a nivel ambulatorio o bien a nivel hospitalario, reciben el diagnóstico de TP, ya que los porcentajes encontrados reflejan las diferencias en los criterios de muestreo y diagnóstico, en los métodos de evaluación, cobertura y accesibilidad a los servicios de salud mental, etc. (De Girolano & Reich, 1993). En este sentido, parece que en relación a los cambios en las clasificaciones internacionales, y especialmente desde la introducción del DSM-III (APA, 1980), se produce un incremento significativo del diagnóstico de los TPs (Loranger, 1990). En éste estudio, el porcentaje de pacientes con un diagnóstico de 101 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD TPs pasó del 19.1% al 49.2%. La introducción del DSM-III-R llevó a una situación similar, ya que en un estudio con 73 pacientes ingresados y ambulatorios usando el SIPD y SIPD-R (para el DSM-III y DSM-III-R respectivamente) se observó un cambio significativo en la prevalencia de algunos TPs; el TP paranoide pasó de un 3% a un 22%, el TP por evitación pasó del 13% al 33% y, el TP obsesivo-compulsivo, del 15% al 28% (Blashfield et al, 1992). Estos autores concluyeron que cambios aparentemente pequeños en la forma de expresar los criterios diagnósticos de un TP pueden tener efectos mayores sobre el porcentaje de diagnóstico de los TPs y el subtipo de TP de cada paciente. Resulta especialmente significativo en este sentido el estudio de Simonsen & Mellergard (1988) en el que queda patente la tendencia a diagnosticar de TP límite a los pacientes ingresados, especialmente varones, que previamente recibían el diagnóstico de psicopatía. Se podría concluir que, aunque parece que hay un aumento de los TPs en pacientes psiquiátricos ingresados, esto parece obedecer a un cambio en los criterios diagnósticos, más que a un aumento real de la prevalencia de los mismos (De Girolano & Reich, 1993). Finalmente, los autores interesados en tratar este apartado en mayor profundidad son referidos a la que es quizá la revisión epidemiológica por excelencia en el campo de los TP, que es la realizada por De Girolano & Reich (1993). 3.4 Principales modelos de los Trastornos de Personalidad Toda teoría de la personalidad tiene que hacer frente a tres cuestiones, léase la génesis, estructura y función de la personalidad (Pelechano, 1996). Haciendo un paralelismo, las mismas cuestiones debieran ser contestadas por las teorías sobre los trastornos de la personalidad. El estudio de la personalidad –normal y patológica- ha sido abordado básicamente desde dos perspectivas que lamentablemente, han caminado paralelas, impidiendo una secuencia lógica de estudio –primero conceptualizando lo que es la personalidad normal para luego definir los TP-. El primer enfoque es el psicológico, que se ha centrado en el estudio de la personalidad normal, aportando una visión dimensional. El segundo enfoque es el médico-psiquiátrico, que aborda el problema de la personalidad patológica y aporta las clasificaciones categoriales (Gili Planas & Roca Bennasar, 2004). A 102 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD diferencia de las teorías de la personalidad, las teorías sobre los trastornos de la personalidad se originan no en base a diferencias individuales, sino en las observaciones clínicas de la psiquiatría postpineliana, que conducen a sistemas de clasificación que derivan en las principales clasificaciones internacionales, especialmente con la aparición del DMS-III, en el cual la categoría de los TP se consolida como complemento diagnóstico a lo que tradicionalmente se había considerado enfermedad mental o eje I (Baca Baldomero & Roca Bennasar, 2004). Por otra parte, conviene señalar que en la tesis doctoral se ha mantenido la división existente en los caminos recorridos por la historia de la personalidad y los trastornos de la personalidad, de manera que algunos autores, como Beck, aparecen reflejados en ambos apartados. Para una conceptualización más global, se recomienda que al leer este capítulo, se tenga en cuenta el apartado previo del autor sobre la personalidad (ver 2.4), ya que en este apartado se complementa únicamente lo no comentado en el previo. 3.4.1 Teoría temperamental: E. Hirt En su obra Die Temperamente (1902), el autor intentó relacionar los cuatro temperamentos clásicos con las poblaciones psiquiátricas; así, por ejemplo, las personas con un temperamento sanguíneo serían diagnosticadas frecuentemente de histéricas, mientras que los coléricos eran subdivididos en gruñones y suspicaces (Millon, 1993), lo que tendrían cierta correspondencia con los pacientes que normalmente catalogamos actualmente de paranoides. 3.4.2 Teorías fenomenológicas/descriptivas 3.4.2.1 Emil Kraepelin y Eugene Bleuler Emil Kraepelin, intentando descubrir las diferencias entre la daementie praecox y “demencia” maníaco-depresiva describió el “temperamento autista” –caracterizado por la reducción de los intereses externos y mayor preocupación por las rumiaciones internas- y la “disposición ciclotímica” –con cuatro subtipos, a saber, hipomaníaco, depresivo, irascible y emocionalmente inestable- que predisponían respectivamente a los dos trastornos psicóticos. Asimismo, también describió distintos tipos de personalidades 103 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD asociadas a las actividades criminales, como los tipos mentirosos, estafadores, buscadores de problemas u holgazanes, entre otros (Millon, 1993). E. Bleuler conceptualiza los trastornos de personalidad de manera similar a Kraepelin. De hecho, autores como Millon no realizan apenas distinción entre ambos autores. 3.4.2.2 Kurt Schneider Una de las principales aportaciones de Schneider en el campo de los trastornos de la personalidad fue el concebirlos no como entidades precursoras de los que hoy conocemos como enfermedades mentales –eje I- sino como entidades independientes (Millon, 1993). Defiende, por tanto, el modelo categorial, aunque por otra parte consideraba que las personalidades anormales eran variaciones extremas de la personalidad normal –abriendo una puerta al modelo dimensional-, lo cual no fue adoptado por el DSM-III (APA, 1980), que prefirió ajustarse a un modelo estrictamente categorial (Livesley et al, 1994). Asimismo, la última edición de su libro sobre las personalidades psicopáticas (1950) habla de 10 tipos de personalidades que son la base de las actuales clasificaciones internacionales –personalidades hipertímicas, depresivas, inseguras (con las subvariantes de sensitivas y anancástica), fanáticas, buscadoras de atención, lábiles, explosivas, sin afecto, de voluntad débil y finalmente, asténicas(Millon, 1993). Otro elemento interesante en su modelo es que consideraba que no todas las personalidades anormales tenían porque ser disfuncionales y se refería a las personalidades psicopáticas –equivalente del concepto actual de TP- como aquellas personalidades anormales disfuncionales o desadaptativas, lo cual sería adoptado posteriormente por el DSM-III (APA, 1980; Livesley et al, 1994). 104 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD 3.4.3 Teoría cognitivas 3.4.3.1 Pretzer y Beck Los trastornos de la personalidad son conceptualizados como individuos con un patrón generalizado de ciclos de pensamiento-interpersonales que son lo suficientemente disfuncionales como para que llamen la atención a los profesionales de la Salud mental y que se autoperpetúan en el tiempo (Pretzer & Beck, 1996). Liotti (1992) enfatizó el papel del egocentrismo en los trastornos de la personalidad. Asimismo, se está generando una taxonomía o tipología de los TP en relación a cuales son sus esquemas cognitivos/relaciones interpersonales distorsionadas (Pretzer & Beck, 1996). Pretzer & Beck (1996) parten de la base de que, debido a la rapidez con que el ser humano ha pasado de vivir en pequeñas comunidades a la situación de gran demanda social que caracteriza a nuestra sociedad desarrollada actual, ha sido imposible que, desde el punto de vista evolutivo el ser humano se haya adaptado a un cambio de tal magnitud, lo cual se traduciría en que hay áreas en las que no hay una adecuada adaptación entre lo que son nuestras disposiciones heredadas y las demandas de la sociedad moderna. Beck (1992) defiende que las personas heredarían unas predisposiciones hacia ciertas “estrategias primarias” que contribuirían al desarrollo de ciertos rasgos de personalidad. Así, por ejemplo, una “estrategia” predadora se correspondería con un TP antisocial, y una competitiva con el TP narcisista. Otros autores como Linehan (1987), quien defiende que las personas con TP borderline tienen un defecto de la regulación de las emociones, son de la opinión que las personas con TP límite heredarían una cierta predisposición biológica a una disfunción –como la regulación emocional, baja tolerancia a la frustración, etc.-, pero otros autores postulan que no es necesaria esa disposición innata para desarrollar TP límite y que el fenómeno se puede producir a través del aprendizaje de esquemas y relaciones interpersonales distorsionadas, incluyendo las experiencias traumáticas (Pretzer & Beck, 1996). 3.4.4 Teorías psicoanalíticas: Otto Kenberg Dentro de las teorías psicoanalíticas modernas, una de las aportaciones que mayor influencia ha tenido en el campo de los trastornos de la personalidad es la teoría de Otto Kernberg. Aun reconociendo que, hoy por hoy, no puede aportar una clasificación 105 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD psicoanalítica totalmente satisfactoria e integrada de los trastornos de la personalidad (Kernberg, 1996), propone un modelo estructural de los TP, centrado en la severidad de la disfunción del sujeto. Kernberg defiende la clasificación de los TP en tres niveles de organización o funcionamiento, de menos a más grave, en niveles alto/neurótico, medio/borderline y bajo/psicótico. A grosso modo, el nivel alto engloba las personalidades obsesivas, depresivas e histéricas, el intermedio las “infantiles”, borderline propiamente dicho y narcisista y, finalmente, el más bajo incluiría las personalidades narcisistas malignas y antisociales. Este autor considera que una característica fundamental de los TP graves es el desarrollo de una agresividad exagerada y la psicopatología que eso lleva aparejado, de manera que, por ejemplo, la agresividad toma un papel muy importante en las relaciones sexuales de las personas con TP graves, lo cual limita el desarrollo de relaciones amorosas e intimidad sexual y hace que las parafilias sean más probables (Kernberg, 1996). Por otra parte, en los TP menos graves, el problema motivacional principal no sería la agresividad, sino la patología de la sexualidad o libido (Kernberg, 1996). La organización psicótica de la personalidad se caracteriza por la difusión de la identidad, esto es, la falta de integración del concepto de uno mismo y de los demás, y que resulta del predominio de operaciones defensivas basadas en la disociación y en la pérdida del juicio de realidad, que caracteriza a las psicosis. La organización borderline de la personalidad también se caracteriza por la difusión de identidad y por la disociación como mecanismo defensivo principal, pero a diferencia de la organización psicótica, la persona tiene un buen juicio de realidad. Incluye todos los TP graves, es decir, el TP límite, esquizoide, esquizotípico, paranoide, hipomaníaco, hipocondríaco, narcisista, narcisista maligno y antisocial. Los tres últimos se caracterizan, asimismo, por la grave alteración del superyo. Debido a la difusión de la identidad, todos presentan en mayor o menor medida, alteraciones graves en la relación con los demás, inseguridad o falta de dirección en muchas áreas de su vida, así como la incapacidad de integrar la sexualidad con sentimientos de ternura, siendo frecuente la presencia de fantasías sexuales infantiles polimorfas y agresividad en su sexualidad. Asimismo, la debilidad yoica se manifiesta en la falta de tolerancia a la ansiedad, la dificultad en el control de los impulsos y de la 106 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD capacidad de sublimar. Asimismo, hay un subgrupo de personalidades no tan alteradas en este grupo, que presentan un mejor adaptación social y son capaces de integrar la sexualidad con la ternura, que se clasifica como organización borderline de “alto nivel” y que incluye la personalidad ciclotímica, la personalidad sadomasoquista, la personalidad histriónica o infantil, la personalidad dependiente, y algunas de las personalidades narcisitas de mejor funcionamiento. La organización neurótica se caracteriza por una buena identidad y fuerza del yo, e incluye la personalidad histérica, evitativa, obsesivo-compulsiva y depresiva-masoquista (Kernberg, 1996). 3.4.5 Teoría interpersonal: Lorna Benjamín El primer boceto del modelo para el Análisis Estructural del Comportamiento Social (Structural Analysis of Social Behavior, SASB; Benjamin, 1974) apareció a finales de la década de los 60. El principal objetivo del SASB es ofrecer métodos y conceptos que hicieran más fácil la aprehensión de los procesos intrapsíquicos e interpersonales (Benjamin, 1996). Algunas de sus influencias son la importancia que Freud dio a la sexualidad y posteriormente, a la agresividad, en las relaciones interpersonales; o el concepto de que hay un impulso primario por el poder o superioridad; o la importancia que da Mahler a la presencia de un territorio psicológico separado, entre otros (Benjamin, 1996). Este modelo aporta la noción de que los principios básicos de la sexualidad, agresión, poder y territorio psicológico, pueden ser combinados para describir lo que sucede en el espacio intrapsíquico e interpersonal (Benjamin, 1996). Asimismo, señala la importancia de la vinculación tanto en el desarrollo de una personalidad normal como anormal, señalando como los seres humanos estamos preprogramados para vincularnos a las personas que cuidan de nosotros cuando somos más vulnerables. Los individuos imitamos a los objetos a los que nos vinculamos para crearnos un modelo interno de trabajo de las relaciones de vinculación. Asimismo, hay unos modelos de trabajo internalizados que la autora denomina IPIRs (important people and their internalized representations), que básicamente quiere decir que las personas buscamos recibir el amor y evitar el ataque o rechazo de aquellas personas que son importantes para nosotros y de su imagen internalizada (Benjamin, 1996). 107 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Su modelo podría ayudar a definir mejor las categorías del eje II y a reducir la superposición entre las mismas (Benjamin, 1996). Los individuos con un TP se caracterizan por comportarse de un modo maladaptado en el medio familiar para buscar el amor y evitar la ira de sus seres queridos. El proceso terapéutico basado en este modelo pretende que se renegocien esas relaciones para que el cambio sea posible. Según su modelo, los TP que se caracterizan por la autoculpa y autodestrucción son el histriónico, dependiente, borderline, narcisista, obsesivo-compulsivo, pasivo-agresivo y evitativo, los cuales sería probable que presentaran comorbilidad con depresión (Benjamin, 1996). 3.4.6 Teoría evolutiva: Millon & Davis Estos autores son críticos con la definición de trastornos de la personalidad, porque les parece que está llena de prejuicios, como el hecho de que no sean trastornos en el sentido médico de la palabra, y prefieren usar el término de patrones o estilos clínicos de personalidad (Millon & Davis, 1996). Defienden que los TP son un constructo inventado que permite la comunicación entre profesionales, negando que sean enfermedades –herencia de la visión Schneideriana- y quizá ni siquiera trastornos que puedan ser diagnosticados, defendiendo que son entidades dinámicas en las que lo único que se puede hacer es evaluar el funcionamiento de un determinado sujeto en cada situación, criticando la visión médica de los mimos así como las clasificaciones descriptivas internacionales actuales (Baca Baldomero & Roca Bennasar, 2004). Defienden que, mientras las personalidades “normales” son definidas por su uso de modos de adaptación específicos de la especie que son efectivos en un medio ambiente “esperable o medio”, los “trastornos” de la personalidad se definen por un estilo de funcionamiento maladaptativo en el medio al que se enfrenta (Millon & Davis, 1996). Con el fin de sobrevivir y reproducirse, aquellos genes que se traducen en unos rasgos de personalidad más favorables para la adaptación a un medio determinado, tenderán a ser seleccionados, y su proporción será mayor. Millon & Davis (1996) distinguen a nivel clínico entre los “patrones de personalidad”, los “trastornos sintomáticos” y las “reacciones adaptativas”. Los primeros, 108 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD normalmente conocidos como trastornos de personalidad, se caracterizan por un patrón de personalidad maladaptativo en relación al ambiente y que perdura en el tiempo, que es inflexible y que es más fácil de detectar en situaciones estresantes. Basándose en las tres polaridades sujeto-objeto, placer-dolor y actividadpasividad, establecen una taxonomía de patrones de personalidad (ver Tabla 12). Su modelo de patrones de personalidad se caracteriza por prestar atención no sólo a la organización interna de la personalidad, cosa que hace Kernberg, sino también por tener en cuenta las relaciones interpersonales. Esto se traduce en que la gravedad del patrón de personalidad tenga en cuenta especialmente las relaciones interpersonales. Así, ellos consideran que, desde esa perspectiva, el grupo menos grave estaría formado por los patrones de personalidad dependiente, histriónico, narcisista y antisocial, ya que ofrecen un funcionamiento razonablemente consistente y focalizado, es decir, son capaces tanto de adaptarse como de controlar su medio interpersonal y mantienen su cohesión psíquica. El grupo de gravedad intermedia estaría compuesto por los patrones de personalidad compulsivo, negativista, agresivo, masoquista, depresivo, esquizoide y evitativo, de menor consistencia, más contradictorio, y con menos recursos en las relaciones interpersonales. Y finalmente, el grupo de mayor gravedad, que no se derivan de su modelo evolutivo basado en las polaridades, que es el grupo de las personalidades defectivas, que son la personalidad borderline, esquizotípica y paranoide, en las que el grado de cohesión psíquica es mínimo, lo cual se traduce en unas relaciones interpersonales muy alteradas (Millon & Davis, 1996). 109 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Tabla 12. Modelo basado en las polaridades y en sus derivados en la personalidad (traducido del original, en Millon & Davis, 1996) Objetivos existenciales Estrategia de replicación Potenciación Preservación de la Propagación de la vida vida reproductiva Polaridad Placer-dolor Crianza reproductiva Uno mismo-otros Deficiencia, Placer (bajo) Placer Sí mismo (bajo) Sí mismo Si mismo-otros desequilibrio, Dolor (bajo o Dolor (inversión) Otros (alto) (alto) (inversión) conflicto alto) Otros (bajo) Modo de adaptación Pasivo: acomodación Activo: Trastorno de la personalidad DSM Esquizoide Depresivo modificación Evitativo Disfunción Esquizotípico 3.4.7 Masoquista Dependiente Narcisista Obsesivo-compulsivo Agresivo/Sádico Histriónico Antisocial Negativista (pasivoagresivo) Borderline/paranoide Borderline Paranoide Borderline/paranoide Marco neurobiológico La mayor parte de la investigación de la personalidad se ha basado en la estructura de la personalidad, basada en nociones teóricas que, salvo honrosas excepciones como en el caso de Eysenck, son muy endebles (Depue, 1996). El comportamiento de las personas está sustentado en un número limitado de sistemas neurocomportamentales-emocionales que se evocan por un número amplio de estímulos condicionados e incondicionados, que probablemente no difieren en demasía en relación a los de otros mamíferos y por tanto, están sujetos a una influencia genética importante, y que se traducen en los patrones de comportamiento y emociones que conocemos como personalidad (Depue, 1996). Así, es curioso como la mayoría de investigadores de peso ha encontrado entre tres y cinco “superfactores” de personalidad y como al menos dos de esos tres superfactores se conciben como rasgos temperamentales que representan las emociones y motivaciones esenciales de las personas, siendo uno la emotividad positiva basada en un sistema de incentivo-recompensa, y el otro la emotividad negativa, basado en un sistema de ansiedad-miedo. Estos superfactores pueden subdividirse en factores de bajo orden, que a su vez se pueden subdividir en lo que conocemos como rasgos de personalidad superficiales. 110 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Depue (1996) establece un hipotético marco neurobiológico de la personalidad, basado en tres superfactores que se corresponderían con las principales monoaminas cerebrales: el primero, la emotividad positiva, mediada por los dos sistemas dopaminérgicos ascendentes –sistema mesolímbico y mesocortical-, que influenciaría la actividad motora y procesos cognitivos en relación con el medio ambiente en el que se mueve el individuo. El segundo superfactor sería un sistema controlador o limitador, relacionado con la serotonina, que regularía la impulsividad cognitiva y afectiva, de manera que diversos comportamientos impulsivos –violencia impulsiva, suicidios violentos, etc.- estarían relacionados con un bajo nivel de serotonina en el cerebro. Asimismo, el bajo nivel de serotonina se traduciría en inestabilidad emocional –labilidad emocional, facilidad en la provocación de una respuesta emocional, respuestas emocionales más exageradas-, así como una respuesta exagerada a los estímulos que provocan una facilitación del sistema dopaminérgico –lo cual se traduciría en que las personas buscarían recompensas a corto plazo, en vez de a largo plazo; en que evitarían activamente los conflictos, por ejemplo, mediante conductas suicidas; en el comportamiento impulsivo; o finalmente, en la tendencia a usar y abusar de substancias activadoras de la dopamina, como la cocaína o anfetaminas- o finalmente, en hipersensibilidad-irritabilidad. El tercer superfactor es la emotividad negativa, muy relacionado con el rasgo de neuroticismo del modelo de Eysenck, y que sería un sistema de alarma, que generaría un estado difuso de malestar que serviría para dirigir la atención en un medio ambiente incierto y que estaría modulado, entre otros, por la noradrenalina. Así, este modelo tendría en cuenta las tres principales monoaminas –dopamina, serotonina, noradrenalina- del cerebro, que sería la base sobre la que se podría construir un modelo neurobiológico más complejo de la personalidad en el futuro. Lo que no está claro es si los procesos neurobiológicos subyacentes en la personalidad normal son aplicables al campo de la patología de la personalidad (Depue, 1996). Cuando este autor hipotetiza sobre la relación de estos sistemas en el campo de los trastornos de la personalidad, señala que un funcionamiento reducido de la serotonina está relacionado con el grupo B de los TP, caracterizado por la impulsividad e inestabilidad, pero que dentro del grupo, habría sensibles diferencias, de manera que el 111 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD trastorno límite se caracterizaría por un funcionamiento bajo de la dopamina, mientras que el TP histriónico o antisocial tendrían un alto funcionamiento de dopamina. 3.5 Clasificación de los Trastornos de Personalidad 3.5.1 Problemas de las clasificaciones Ya en el siglo IV a.C. Teofrasto describió tipos distintos de personalidad, pero no fue hasta 1801, cuando Pinel, con la expresión de “manía sin delirio” se refirió a personas sin delirio pero con conductas violentas e inexplicables, cuando se empieza a tener en cuenta a los trastornos de la personalidad. Aunque Kraepelin, en la 8ª edición de su famoso tratado, ya habla de “personalidades psicopáticas”, no es hasta la publicación del título homónimo de Kurt Schneider, que se ofrece por primera vez una clasificación categorial de los trastornos de la personalidad (De girolano & Reich, 1993). Durante la mayor parte de la Historia, las taxonomías tanto de la personalidad normal como anormal se basó en observación sistemática de los patrones de comportamiento repetitivos de personas normales y pacientes (Millon & Davis, 1996). Las taxonomías personológicas se pueden generar de dos maneras, bien a través de la observación-método inductivo –cuya importancia depende sobremanera del principio de autoridad o consenso, siendo un ejemplo típico el manual DSM, y que parte de una concepción sesgada y de prejuicios- o bien a través de fuentes teórico-deductivas como los métodos multivariantes, siendo el más conocido el análisis factorial, que agrupa a una serie de procedimientos numéricos que buscan revelar una estructura subyacente a través de la identificación de factores que explican la covariación de las variables observadas; los factores se rotan para incrementar su interpretabilidad psicológica (Millon & Davis, 1996). Kernberg (1996) señala que un problema común de las clasificaciones categoriales y dimensionales es el hecho de que la mayoría se centran en la clasificación de individuos en relación al comportamiento observable, porque un mismo comportamiento puede servir a funciones muy distintas, dependiendo del tipo de estructura de personalidad. Así, el pone el ejemplo de que la timidez o inhibición, puede 112 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD representar la cautela de un individuo muy paranoide, o el miedo a la exposición de un individuo muy narcisista, o una formación reactiva en contra de las tendencias exhibicionistas de un individuo histérico. También critica el hecho de que, para la elaboración de las clasificaciones actuales se requiere de investigaciones basadas en cuestionarios o entrevistas cuyas respuestas pueden ser sesgadas por la tendencia de los individuos a responder aquello que es deseable socialmente. 3.5.1.1 Dimensional vs categorial “(…) nos encontramos muy alejados de tener un modelo totalmente satisfactorio de la personalidad humana, (…)”. V. Pelechano Una de las principales cuestiones en el campo de los TP es saber si pueden ser explicados mejor usando dimensiones o categorías. Este dilema, el de la clasificación de la personalidad y sus trastornos de una manera categorial vs no-categorial, no es nueva, siendo su origen tres fuentes: 1) la psiquiatría clínica, 2) la teoría psicodinámica, y 3) la teoría de los rasgos psicológicos y la investigación empírica (Jablensky, 2002). Aunque parece que el modelo dimensional tiene un mayor substrato científico que apoye su uso en el campo de los TPs, sin embargo, y desde un punto de vista práctico, parece difícil que su uso se vaya a generalizar, entre otras razones, porque para para los psiquiatras – debido a su formación médica y basada más en una enseñanza dicotómica-, trabajar con un modelo categorial es más sencillo y, sobre todo, porque las compañías de seguro americanas “pagan” por categorías y no por dimensiones. Esta “fuerza” económica es la que domina la clínica del día a día en USA y, generalmente, el resto del mundo occidental sigue esa dinámica. Livesley et al (1994) defienden un modelo basado en dimensiones de personalidad normal, en el que las diferencias entre personalidad normal, personalidad anormal y TP sería cuantitativo y no cualitativo, teniendo en cuenta que los extremos en algunas dimensiones no necesariamente tienen por que ser patológicos; asimismo, defienden la concepción Schneideriana de personalidad anormal como un concepto estadístico que no necesariamente indica patología, mientras que el TP sería un concepto clínico en el que se darían extremos de dimensiones asociadas a las manifestaciones características del trastorno. 113 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Cuando se considera un modelo categorial en el campo de la personalidad, se está haciendo referencia a un modelo de tipos de personalidad dicotómico –tiene o no tiene un TP-, modelo que hoy por hoy es predominante en el campo clínico. Los modelos categoriales, a pesar de sus limitaciones, han sido los preferidos a la hora de describir los TPs (Millon & Davis, 1996). Hasta no hace mucho se presuponía que una tipología de los seres humanos debiera ser entendida como un sistema categorial, pero no hay ninguna razón para pensar que esto sea así. Las actuales clasificaciones categoriales se basan, por una parte, en las concepciones clásicas psiquiátricas, principalmente en los “tipos psicológicos” de Schneider (hipertímico, depresivo, inseguro, fanático, sensitivo, buscador de atención, lábil, asténico, explosivo y falto de afectos) y de Kretschmer (esquizoide y ciclotímico), así como en las etapas de personalidad y las descripciones de la personalidad obsesiva e histérica de la teoría psicodinámica (Jablensky, 2002). Sin embargo, tal y como señala este último autor, hay que tener en cuenta que el mismo Schneider advertía del riesgo que se corría al equiparar los tipos psicológicos a diagnósticos clínicos como si se trataran de enfermedades, cuyas consecuencias probablemente estamos sufriendo en la actualidad. Por otra parte, no todos losa autores clásicos ofrecían una visión “categorial” de la personalidad. De hecho, tanto Jung como Kretschmer postularon un modelo más dimensional que categorial y el mismo H.J. Eynseck defiende un modelo dimensional basado en el análisis factorial y en las tipologías previas de Hipócrates, Galeno, Kant y Wundt, autores que observaron que ciertas características de personalidad tendían a darse de manera conjunta –p.ej. la persona que es activa tendía a ser también impulsiva e irritable- (Eynseck & Eynseck, 1969). Livesley et al (1994) también defienden el uso de un modelo dimensional en los TP y señalan que no hay ninguna evidencia empírica o racional que justifique la actual división entre los TP y el resto de trastornos mentales, señalando que esta separación es en gran medida arbitraria y defendiendo la adopción de un modelo dimensional en los TP. Esto contrasta claramente con la tradición psiquiátrica del pasado siglo, reflejada en la diferenciación realizada por Jaspers entre los procesos de enfermedad –no predecible según el estado premórbido- y el desarrollo de la personalidad –cuyas alteraciones serían entendibles considerando la personalidad previa del individuo-. Las principales desventajas del modelo categorial son la dificultad para clasificar a los pacientes que están en la frontera de categorías distintas o que no cumplen los criterios de 114 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD alguna de las categorías, pero siguen teniendo una presencia significativa de rasgos patológicos y, la necesidad de simplificar entidades que son de por sí muy complejas (Gordon & Akhtar, 1990). Los modelos dimensionales han sido tradicionalmente más propios del reino de la psicología, y en general, de la investigación, mientras que los modelos categoriales son los típicos de la medicina (Cloninger, 1987; Millon & Davis, 1996), pero como ya hemos visto, cada vez hay más autores que defienden el uso del modelo dimensional. Aunque su principal campo de acción el de la investigación, el uso de algunas dimensiones de personalidad podrían ser de gran utilidad para los clínicos (Livesley et al, 1994). Se basa en que los rasgos de personalidad pueden ser medidos, son estables a lo largo del tiempo y explican una porción importante de la varianza del comportamiento (Watson et al, 1994). Estos modelos se basan en la presencia de un continuum desde la normalidad a la patología de diversos rasgos o dimensiones de personalidad –que podrían definirse como aspectos relativamente estables y duraderos de la persona que indicarían la probabilidad de que esa persona tuviera un determinado comportamiento en una situación dada-. Los autores que defienden el modelo dimensional lo hacen en base a que las diferencias en personalidad son únicamente una cuestión de grado y no de cualidad, lo cual se ve apoyado por datos empíricos (De girolano & Reich, 1993). Aun así, no está claro si los rasgos de personalidad normales y anormales son los mismos o cualitativamente distintos. De hecho, hay que tener en cuenta que los rasgos normales de personalidad son moderadamente heredables, mientras que los rasgos anormales de la personalidad parecen menos heredables (De girolano & Reich, 1993). En un estudio “psicoléxico” clásico, Allport & Odbert (1936) encontraron 4404 palabras usadas para designar rasgos de personalidad en el Webster English Dictionary. Estos rasgos de personalidad se podrían agrupar en dimensiones de mayor rango. Quizá la primera conceptualización actual de los modelos dimensionales que alcanzó una cierta notoriedad es la de Eysenck (1947). En su modelo, Eysenck identificaba tres grandes “superfactores” que eran la extroversión, neuroticismo y psicoticismo. Éste último factor remeda el comportamiento antisocial de las personas. Posteriormente surgieron el modelo de los cinco factores (Costa & McCrae, 1990) y el modelo biopsicosocial de Cloninger (1987) que incluye cuatro dimensiones temperamentales (búsqueda de sensaciones, evitación de daño, 115 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD dependencia de la recompensa y perseverancia/persistencia) y tres dimensiones caracteriales (autodirección, cooperatividad y autotrascendencia). Algunas de las limitaciones y complicaciones de los modelos dimensionales son, que no hay un consenso sobre cuantas son las dimensiones que permitirían explicar la personalidad –en este sentido, el modelo de los cinco factores ha logrado un modesto nivel de consenso- o que los teóricos de la personalidad podrían “inventarse” dimensiones acorde a sus expectativas, más que descubrirlas como algo intrínseco en la naturaleza (Millon & Davis, 1996). Otros problemas del modelo dimensional son la dificultad para abordar problemas clínicos graves y que no permiten una adecuada comparación entre culturas distintas (De girolano & Reich, 1993). Cattell señaló la separación entre ambos modelos era, de alguna manera, ingenua, ya que no representaban sino las dos caras de la misma moneda (Millon & Davis, 1996). Si esto es así, Millon & Davis (1996) indican que la pregunta a hacerse sería como debieran organizarse los constructos personológicos clínicos para cumplir adecuadamente los objetivos diagnósticos y terapéuticos. 3.5.2 Clasificaciones internacionales (DSM y CIE) Las categorías diagnósticas de los TPs han sido designadas para servir como “prototipos” más que para designar a entidades patofisiológicas con unos límites naturales claros (Widiger & Frances, 1985). Hay que tener en cuenta las categorías diagnósticas del DSM-III (APA, 1980) están muy influenciadas por la cultura (Cloninger, 1987). Las categorías del DSM-III (1980) fueron desarrolladas basándose en las concepciones de un comité de expertos, que a su vez se basaba en sus conocimientos teóricos sobre la patología de la personalidad, mientras que en el DSM-IV (1994) ya se usaron más datos empíricos (Sanislow et al, 2002). A pesar de ello, sigue habiendo una gran comorbilidad entre los trastornos de la personalidad y no se ha resuelto el problema de la superposición diagnóstica (Grilo et al, 1998; Morey, 1988a). La introducción del DSM-III, DSM-III-R y CIE-10 hizo operativo el diagnóstico de TP (Bronisch, 1996). El sistema DSM es multiaxial para que el diagnóstico de un TP pueda coexistir con el de otro trastorno mental. Sin embargo, en la CIE-10 (World Health Organization, 1993) los TP quedan incluidos en el eje A –el de las afecciones médicas-, separado del eje B – 116 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD evaluación de la discapacidad de funcionamiento social y laboral- y eje C –factores ambientales relevantes en la aparición de un trastorno-. Cada uno de los ejes puede incluir tantos diagnósticos como se precise para describir adecuadamente el estado del paciente (De girolano & Reich, 1993). Ya desde el DSM-III, se agrupan a los TPs en tres grupos que se derivan de la investigación empírica y basándose en similitudes en su descripción (Bronisch, 1996) y parcialmente “soportadas” por los estudios de análisis factorial en: • Cluster A: presentan comportamientos excéntricos o raros. • Cluster B: comportamientos dramáticos u ostentosos. • Cluster C: predomina la ansiedad o miedo. Tabla 13. Clasificaciones internacionales de los trastornos de la personalidad. CIE-10 DSM-IV Cluster A Paranoide Paranoide Esquizoide Esquizoide * Esquizotípico Cluster B Disocial Antisocial Emocionalmente inestable: a. Tipo impulsivo b. Tipo límite Límite Histriónico Histriónico * Narcisista Cluster C Ansioso Evitativo Dependiente Dependiente Anancástico Obsesivo-Compulsivo *Nota: sin equivalente en la clasificación CIE-10. Algunos de los problemas de las clasificaciones actuales de los trastornos de la personalidad son la falta de concordancia con los hallazgos de la investigación dimensional, la artificialidad de un sistema categorial dicotómico (presencia/ausencia), que los criterios no se diferencian en cuanto a su importancia relativa dentro del trastorno (es decir, hay criterios que son mucho más definitorios del trastorno que otros y que, 117 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD debieran tener una mayor importancia), la gran comorbilidad entre los distintos trastornos de la personalidad, el que no se tenga en consideración la evaluación de las variantes no patológicas de la personalidad (aunque la CIE-10 tiene un código Z (Z73.1) para diagnosticar “rasgos de personalidad acusados”, esto es claramente insuficiente), la actual confusión entre trastornos del eje I y eje II (y su artificiosidad: por ejemplo, ¿es la distimia un trastorno del eje I y el trastorno esquizotípico un trastorno del eje II?), la baja o moderada fiabilidad diagnóstica de las mismas, el que no se tenga en cuenta los factores de fortaleza (¿factores de protección?) de la personalidad (como por ejemplo, tener unas buenas cualidades adaptativas o de resolver problemas) y, finalmente, su limitada utilidad clínica en cuanto al tratamiento o pronóstico (Jablensky, 2002). Este autor señala como, estos inconvenientes han hecho que algunos clínicos prefieran clasificar en clusters/grupos (A, B, o C) más que en trastornos de personalidad específicos. Por otra parte, tanto el DSM-III-R como el DSM-IV tienen una muy baja “compatibilidad diagnóstica” con la CIE-10 (World Health Organization, 1993). En un estudio en el que se aplicaron los criterios del DSM-III-R a los de la CIE-10, sólo el 29% de la muestra ambulatoria obtuvo el mismo diagnóstico (Sara et al, 1996). Encontraron que la clasificación de la CIE-10 ofrecía un diagnóstico de más número de trastornos de la personalidad. En un estudio realizado recientemente, también se encontró una muy baja concordancia entre los diagnósticos realizados con los módulos DSM-IV y CIE-10 del International Personality Disorder Examination (Pérez Urdániz et al, 2005). 3.6 Tipos de TP 3.6.1 Introducción En este apartado se va a hacer una descripción sucinta de cada uno de los TP. Una descripción clínica detallada de cada uno de los TPs está más allá del objetivo de la tesis, por lo que se señalan únicamente las principales características de los mismos y algunos elementos que resultan interesantes bajo la óptica del autor. Asimismo, se incluyen descripciones de algunos trastornos que no están incluidos en las clasificaciones internacionales actuales y algunas delimitaciones conceptuales que se consideran interesantes. 118 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD 3.6.2 TP Antisocial 3.6.2.1 Diferenciación conceptual del trastorno antisocial de la personalidad (TAP) y la psicopatía Uno de los principales problemas del trastorno antisocial de la personalidad (TAP) es que es un constructo a caballo de la clínica y la ley. En las clasificaciones internacionales se enfatiza la desviación social del trastorno y tiene evidentes sesgos culturales, morales y de género. Asimismo, aún hoy persiste una gran confusión nosológica entre los términos trastorno de personalidad antisocial (TAP) y psicopatía, especialmente en el campo de la psiquiatría clínica, más que en el de la psiquiatría legal. Así, Lewis concluía en 1974 que el estado nosológico de la personalidad psicopática no estaba claro. También merece la pena resaltar que en unas jornadas realizadas en Madrid (Irastorza Eguskiza, 2001) y cuyo título versaba “Psicopatías: concepto, clínica y abordaje”, en el folleto informativo se equiparan ambos términos y se afirma que “La psicopatía o el trastorno de personalidad antisocial es una patología sujeta a diversas controversias. Desde la nosología, la etiopatogenia biopsicosocial, el nihilismo terapéutico, las complicaciones legales,... son algunos aspectos sin resolver actualmente [...]”. Aunque el término TAP ha sido usado y sigue siendo usado como sinónimo de “psicopatía”, “sociopatía” y “personalidad psicopática” (Moran & Hagell, 2001), se tratan de dos términos similares pero de significado no equivalente (Livesley et al, 1994), cuyo uso como sinónimos no está haciendo sino que las comparaciones entre los distintos estudios realizados en el área no sean fáciles de hacer –entorpeciendo la investigación- y creando confusión en el ámbito clínico. El trastorno de personalidad (TP) antisocial es probablemente el mejor estudiado de todos los TP. Sus criterios diagnósticos derivan directamente de los estudios longitudinales realizados por Robins (Robins, 1966), siendo hoy en día su diagnóstico uno de los más fiables de entre los TP (Mellsop et al, 1982). De hecho es una de las pocas categorías diagnósticas presente en todas las ediciones del DSM (Sansebastian Cabases, 1998) y el único TP validado (Paris, 1997). Una de las principales diferencias 119 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD del TAP y otros TP es que el diagnóstico del TAP se basa en criterios del comportamiento (observables) más que en criterios caracterológicos (Coid, 1999). En el DSM-IV es definido como un patrón generalizado de indiferencia y violación de los derechos de los demás que comienza antes de los 15 años -aunque el diagnóstico se aplique únicamente a adultos-. En la CIE-10 (World Health Organization, 1993) se usa el término disocial para describir a individuos que no cumplen las normas sociales y no les importan los demás, que son impulsivos, de poca confianza, irresponsables y con baja tolerancia a la frustración y bajo umbral para la agresión, así como incapacidad para experimentar sentimientos de culpa o arrepentimiento, entre otros. Prichard (1835) fue el primero en usar un término –el de “locura moral”- para intentar clasificar a sujetos caracterizados por la falta de un sentido ético y de sentimientos y en los que no se podía apreciar locura o pobreza intelectual (Mayer Gross, Slater & Roth, 1960). Desde entonces, distintos nombres se han aplicado para definir a personas caracterizadas por la falta de remordimientos y culpa, falsedad, violación de las normas sociales y tendencia a la violencia, entre otros y con un claro sesgo moral. Así, Koch usó términos como “psicopático”, “inferioridades psicopáticas” o “constitucionalmente inferior” (Mayer Gross, Slater & Roth, 1960) para referirse a personas con comportamientos anormales que se encontraban a caballo de la locura – entendida como trastorno mental o lo que hoy conocemos como eje I- y la normalidad (Moran, 1999). Moebius también creía que los psicópatas eran una variación mórbida de la normalidad (Mayer Gross, Slater & Roth, 1960). Por otra parte, Berrios ha señalado que hasta el siglo XX, el término psicopático era equivalente al de psicopatológico (Berrios, 1993), siendo aplicado el término de personalidad psicopática a las personalidades anormales (Kraepelin, 1899), por lo que su significado originario sería más bien equivalente al de trastorno de la personalidad de la actualidad. Kraepelin y Moebius (Mayer Gross, Slater & Roth, 1960) se referían con ese término a los trastornos degenerativos de la personalidad. Kurt Schneider (1980) lo aplicó a las personas con personalidad anormal que “sufrían o hacían sufrir a la Sociedad” y distinguió diez tipos que son la base de las actuales clasificaciones categoriales internacionales de los trastornos de la personalidad. 120 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD El concepto de trastorno antisocial de la personalidad (TAP) resulta del esfuerzo por hacer operativo el término de psicopatía (Moran, 1999) (ver Tabla 14). Aunque éste último no se contempla en las clasificaciones internacionales actuales, es un término que se usa para referirse al TAP. Moran (1999) señala que término psicópata tiene al menos los siguientes usos en la actualidad: • Categoría legal (English Mental Health Act, 1983): el trastorno psicopático es definido como un “trastorno persistente o alteración de la mente (independientemente de que haya o no una deficiencia en la inteligencia) que resulta en una conducta anormalmente agresiva o seriamente irresponsable”. • Constructo clínico –el concepto que usualmente se maneja en la clínica y que concuerda más o menos según el uso del profesional con las características recogidas en las clasificaciones internacionales-. Según Moran, habría dos acercamientos en esta postura: la de aquellos que prefieren definir la psicopatía en términos de comportamientos antisociales –esta visión es más cercana a la categoría legal (primer apartado) y con las clasificaciones internacionales de los TP- y la de quienes como Cleckley (1941) prefieren ver la psicopatía en términos de rasgos de personalidad, haciendo hincapié en la falta de remordimientos y la imposibilidad de estos sujetos para aprender de la experiencia, especialmente el castigo. • Quizá son Hart & Hare (1997) quienes son capaces de conjugar ambas. Ellos definen a los psicópatas como grandiosos, arrogantes, afectivamente superficiales, crueles e incapaces de mostrar culpa o remordimientos sinceros, manipuladores y propensos a violar las normas sociales o legales, descripción que remeda a la realizada por Cleckey de los psicópatas o al mismo Kernberg de los individuos que padecen lo que el denomina narcisismo maligno (Kernberg, 1984). Hare et al (1991) encontraron dos dimensiones diferentes en psicópatas: el factor 1 (F1), más relacionado con rasgos de personalidad como crueldad, egoísmo y manipulación sin remordimientos de los demás- y el factor 2 (F2), que tiene más que ver con una descripción del comportamiento –inestabilidad, irresponsabilidad, etc.- y que tiene que ver más con la descripción que hace el DSM del TAP (Loeber et al, 2003). • Término vulgar y peyorativo usado por los profesionales (“psicopatilla”, “psicopatón”, en nuestra lengua) y no profesionales –por ejemplo, en famosas 121 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD películas de cine como El silencio de los corderos- y que, no siempre dan un adecuado reflejo del trastorno, a pesar de lo cual el término ha calado hondo en la Sociedad occidental. En conclusión, en mi opinión, el significado clásico del término psicopatía y psicópata –que equivaldría al de trastorno de personalidad actual-, debiera ser rechazado en la actualidad para que se clarifique la actual confusión nosológica, aunque tampoco debiera entenderse que TAP y psicopatía son lo mismo. De hecho, lo que se plantea en este artículo es en cierto modo lo contrario –esto es, el trastorno antisocial englobando al de psicopatía-. La literatura al respecto permite aventurar que el trastorno antisocial de la personalidad (TAP) se pudiera usar como un concepto amplio que tendría que ver con una descripción del comportamiento antisocial de algunas personas, dentro del cual se englobaría el concepto de psicopatía, que es un término que probablemente ha sobrevivido –a pesar de haber sido muy criticado y de su uso peyorativo- para categorizar a un subgrupo de individuos en el extremo de un continuum dentro de la categoría del TAP y que definiría a los individuos más agresivos y fríos emocionalmente – coincidiendo más con la descripción realizada por Cleckey- y que tendría una relación más directa con el crimen y quizá –aunque esto no estaría aún hoy demostrado- una mayor carga genética, y que pudieran corresponder con el subgrupo de niños extremadamente fríos y que presentan múltiples conductas antisociales a pesar de la aparente buena calidad educativa de sus padres (Wootton et al, 1997); de hecho, hay un subgrupo de niños antisociales que se caracterizan por los rasgos de personalidad de los psicópatas (dentro del grupo de niños que tienen una carrera antisocial desde muy temprana edad englobados dentro del grupo de Moffitt (1993) de “life-course persistent antisocial behaviour”). Esta diferenciación clínica e hipótesis requieren de replicación empírica, pero uno tiene la sensación de que no usando el término psicopatía, las clasificaciones internacionales están dejando fuera parte del cuadro clínico que conformaría el TAP. De hecho, en un reciente trabajo en el que se evaluaba entre otros el consenso de numerosos especialistas americanos, estos señalaban numerosas características del constructo de psicopatía que precedieron la conceptualización actual del TAP, como la falta de preocupación sobre las consecuencias de sus actos, la falta de empatía o, la manipulación en las relaciones interpersonales (Shedler & Westen, 2004b). Tal y como hemos señalado previamente, Kernberg (19849 cree que los sujetos 122 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD antisociales presentan básicamente las mismas características de personalidad que los sujetos narcisistas, pero además un déficit en las funciones del super-yo que se traduce en una falta del sentido de moralidad. El TP narcisista maligno resulta de la combinación de un TP narcisista con comportamientos antisociales, agresión egosintónica hacia uno mismo –reflejada en un sentido perverso de triunfo cuando se autolesionan o intentan suicidarse- o el otro y, finalmente, una poderosa orientación paranoide. Asimismo, Morey (1988b) encontró en su análisis factorial de las características de personalidad del DSM-III-R que las características del TP antisocial y narcisista se agrupaban en una misma categoría que recordaba al psicópata clásico, sobre todo si se tiene en cuenta que las características de explotación interpersonal típicas de los individuos narcisistas se podrían ver como una forma de psicopatía (Sanislow et al, 2002). En esta línea va enfocado el trabajo de Hare (1993), quien también refiere que la psicopatía se trataría de una forma especialmente virulenta de TAP, que se caracterizaría por presentar no sólo las características del TAP sino también por su falta de angustia emocional, como la ausencia de síntomas ansiosodepresivos y psicóticos, siendo el narcisismo una característica sobresaliente del mismo. En mi opinión, la diferencia entre el TP narcisista y el TP antisocial no es tanto que el primero carezca de ese sentido de moralidad como que, los sujetos narcisistas tienen un mayor nivel de inteligencia y de control de impulsos que los sujetos abiertamente antisociales, lo cual hace más difícil que los primeros sean “pillados” cuando realizan su actividad delictivas –bajo una máscara de seducción- o que su comportamiento se focalice en actividades de la vida cotidiana que van a ser catalogadas más difícilmente como antisociales. 123 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Tabla 14. Comparación entre la psicopatía y el trastorno antisocial de la personalidad (TAP) Criterios de Cleckley (1941) Items de la PCL-R (1991) de psicopatía 1. 2. 3. Encanto superficial 4. 5. 6. Deshonestidad Encanto superficial/falta de sinceridad (F1*) Sentido grandioso de la propia valía (F1) Necesidad de estimulación/tendencia al aburrimiento Mentira patológica Comportamiento manipulador (F1) Ausencia de remordimientos o culpa (F1) 7. 8. Ausencia de sentimientos de culpa y vergüenza Pobreza de afectos Falta de consideración de los sentimientos de los demás Afectividad superficial Crueldad/falta de empatía (F1) Criterios DSM-IV (1994 ) de TAP Mentirosos Ausencia de remordimientos Incapacidad para experimentar culpa Indiferencia temeraria por la seguridad de sí mismo/los demás Cruel despreocupación por los sentimientos de los demás 9. 10. Estilo de vida parasítico Problemas de conducta precoces (F2) 11. Vida sexual peculiar (impulso sexual fuerte, promiscuidad) Comportamiento sexual promiscuo 12. Ausencia de objetivos 13. 14. Ausencia de planificación en relación con el futuro 15. Irresponsabilidad Ausencia de objetivos realistas o a largo plazo Pobre control comportamental (F2*) Impulsividad (F2) Impulsividad Irresponsabilidad (F2) Irresponsibilidad 16. Niegan toda responsabilidad de sus actos y culpan a los demás 17. No establecen relaciones íntimas duraderas No aceptan la responsabilidad de sus propias acciones 18. Delincuencia juvenil 19. 20. Tendencia al crimen 21. Ausencia de síntomas neuróticos o psicóticos Revocación de la libertad condicional Versatilidad criminal 22. Independencia 23. 24. Egocentrismo 25. 26. Incapacidad para aprender de la experiencia o castigo Criterios CIE-10 (1992 ) de TAP Trastorno de conducta antes de los 15 años Irresponsibilidad Tendencia a culpar a otros por las consecuencias de su comportamiento Incapacidad para mantener relaciones duraderas Relaciones matrimoniales muy poco duraderas Irritabilidad y agresividad Baja tolerancia a la frustración y bajo umbral para la agresividad Incapacidad para adecuarse a las normas Falta de respeto de las normas sociales Incapacidad para beneficiarse de la experiencia o castigo 27. Ausencia de insight 28. Abuso de alcohol * Los criterios de la Psychopathic Personality Disorder (Hare et al, 1991) se marcan como Factor 1(F1) o Factor 2 (F2). NOTA: el comportamiento antisocial del adulto es otro criterio (Factor 2) que se refleja en varios de los ítems de la PCL-R items. 124 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Figura 1. Diferentes conceptualizaciones de la psicopatía. Concepción clásica de psicopatía PSICOPATÍA= TRASTORNO DE LA PERSONALIDAD Concepción defendida en la tesis TRASTORNO ANTISOCIAL TRASTORNO ANTISOCIAL PSICOPATIA Incidiendo en este tema, es curioso como numerosos autores han diferenciado entre al menos dos grupos de sujetos “psicopáticos”. En 1941, Karpman diferenciaba entre psicópatas idiopáticos y psicópatas sintomáticos. El primer grupo se caracterizaba por ser los “verdaderos psicópatas”, en el sentido de que se trataba de sujetos constitucionalmente sin sentido de culpa, insensibles a los sentimientos de los demás, y con tendencia a la agresión y codicia; además, en su historia vital no se encontraba ningún elemento que justificara su comportamiento. El segundo grupo estaría constituido por “neuróticos” cuyo comportamiento es debido a conflictos inconscientes no resueltos y que simularía el de los auténticos psicópatas (Karpman, 2003). McCord (1995) diferencia entre psicópatas o sociópatas primarios y secundarios. Los sociópatas primarios se caracterizan por la falta de emociones que se dan en la interacción social, mientras que los sociópatas secundarios –también llamados psicópatas hostiles o pseudopsicópatas- por su comportamiento antisocial, pero no presentarían el déficit emocional de los sociópatas primarios. Linda Mealey también diferencia entre un sociópata primario, que estaría en el extremo de un continuum genético, heredando un gran número de disposiciones temperamentales que les lleva a desarrollar una estrategia predatoria y manipuladora de las relaciones interpersonales, y a adquirir conductas antisociales, y que no respondan a los estímulos ambientales necesarios para el desarrollo social y moral, no adquiriendo las emociones sociales de vergüenza, culpa, empatía y amor. Estos individuos mostrarían crónicamente comportamientos antisociales sin 125 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD emoción en cualquier cultura o sociedad. Debido a que se hereda, se daría en todos los estratos socioeconómicos y al ser impermeables a la influencia medioambiental, la mayoría de los sociópatas de clases económicas acomodadas serían sociópatas primarios. Por otra parte, los sociópatas secundarios no estarían tan en el extremo en relación a estas disposiciones genéticas, pero acabarían siendo fenocopias de los sociópatas primarios si las circunstancias medioambientales tempranas estimulan el desarrollo de comportamientos antisociales. Además, debido a que su desarrollo depende del medio ambiente, en general, provendrían principalmente de medios socioeconómicos bajos, lo que puede explicar las diferencias de prevalencia en las distitintas culturas. Arias et al (1996) señalan la heterogeneidad del constructo diagnóstico del TAP, que incluye según ellos a los psicópatas “verdaderos” y psicópatas “sintomáticos”. Tal y como hemos comentado previamente, Hart & Hare (1997) diferencian entre dos dimensiones, la primera de ella (F1) describe un estilo de personalidad frío emocionalmente y que remedaría lo que es la auténtica psicopatía, mientras que el factor 2 se refiere a comportamientos antisociales observables, y que podría equipararse al concepto de TAP. Finalmente, hay autores que usan el término psicópata para referirse a los sujetos antisociales de inteligencia relativamente alta y nivel socioeconómico medio-elevado cuyas manifestaciones antisociales se expresarían a través de comportamientos no necesariamente criminales o difíciles de detectar (“psicópatas de cuello blanco”); y dejan el término sociópata para denominar los sujetos antisociales de inteligencia y habilidades sociales relativamente pobres y estrato socioeconómico más deprimido, cuyo comportamiento antisocial es fácil de detectar (Mealey, 1995). 126 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Tabla 15. Diferentes nomenclaturas para la heterogeneidad diagnóstica de los sujetos antisociales Autor Grupo caracterizado por la falta de emociones sociales Grupo caracterizado únicamente por los (amor, culpa, vergüenza, empatía y remordimiento) comportamientos antisociales observables Karpman (1941) Psicópata idiopático Psicópata sintomático McCord (1983) Psicópata primario Psicópata secundario Psicópata Sociópata Mealey (1995) Sociópata primario Sociópata secundario Arias et al (1996) Psicópatas “verdaderos” Psicópatas “sintomáticos” Hart & Hare (1997) Factor 1 Factor 2 Finalmente, otro concepto que merece la pena abordar es el del grupo de personas con un trastorno de personalidad grave y que son peligrosos (TPSP) y que se ha puesto de moda en Gran Bretaña recientemente, donde ha habido una campaña dirigida a evaluar si era posible o no prevenir el crimen, siendo de momento la respuesta una negativa; el papel de la responsabilidad del psiquiatra en su tratamiento tampoco ha sido adecuadamente resuelta (Home Office, 1999). Este concepto novedoso se ha aplicado a los infractores de la ley con personalidad anormal que suponen un peligro para la Sociedad (Moran, 2000), y aún no está clara cual es la relación de este término con el de TAP, aunque parece que englobaría también otros TP –especialmente el límite, narcisista y paranoide-. 3.6.2.2 Clínica Dado que en el apartado conceptual se ha hablado extensamente de cual es la “clínica” de las personas con este diagnóstico, en este apartado se señalan únicamente algunos elementos complementarios. La descripción usada en el DSM III y IV se basa en el concepto de TAP de Robins y que según Cloninger se corresponde con el grupo de rasgos de segundo orden de impulsividad-agresividad, pero critica que no distingue bien entre los individuos con alta y baja dependencia de la recompensa; es decir, que el comportamiento antisocial también se puede ver en otros tipos de personalidad – histriónica, pasivo-agresiva, explosiva, etc.- especialmente cuando hay un uso concomitante de drogas que rebaja el comportamiento evitador de daño, de manera que no discriminaría bien entre estos trastornos (Cloninger, 1987). En general, los clínicos 127 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD incluyen dentro del concepto de TAP múltiples rasgos de personalidad asociados al diagnóstico clásico de psicopatía y que actualmente no están incluidos en el DSM-IV, como son la externalización de la culpa por sus actos, la falta de empatía, la falta de remordimiento, el sadismo o la tendencia a manipulas las emociones de los demás (Shedler & Westen, 2004b). Cloninger (1987) defiende una conceptualización menos amplia de la categoría y que tiene más que ver con la concepción original del “psicópata primario” aportada por Cleckey y otros autores y que, según el modelo de Cloninger se caracteriza por alta búsqueda de novedad, baja evitación de daño y baja dependencia de la recompensa, así como de los rasgos de segundo orden de impulsividad-agresividad, conducta oposicionista y comportamiento oportunista. 3.6.3 TP Límite Se trata de un trastorno de personalidad severo caracterizado principalmente por la inestabilidad afectiva y del resto de elementos que componen la personalidad, la impulsividad que incluye comportamientos auto y heteroagresivos, y problemas en las relaciones. Es frecuente que presenten sentimientos crónicos de vacío (DSM-IV, 1994). En un trabajo interesante se encuentra que los datos diagnósticos referidos por expertos clínicos en estos pacientes difieren de la conceptualización actual del DSM-IV, de manera que los clínicos consideran que los sujetos con TP límite se caracterizan particularmente por la disregulación emocional y el intenso dolor emocional o disforia, además de presentar también sentimientos depresivos, de inadecuación, ansiedad, rabia, ira, desamparo y victimización (Shedler & Westen, 2004b). Son muy típicas las relaciones fusionales, especialmente con los seres queridos y las “trasferencias masivas” con sus terapéutas (Kernberg, 1984). Otra característica de estos individuos señalada por los autores es, en contraste a los síntomas psicóticos o disociativos que se señalan en las clasificaciones internacionales, la tendencia a comportarse de manera irracional en situaciones de gran estrés emocional o afectivo, mientras que pueden funcionar de manera bastante adecuada en períodos de tranquilidad. Finalmente, estos autores señalan que la alta comorbilidad entre este trastorno y el TP histriónico es debida a la confusión de ambos trastornos entre los mismos clínicos. Es el más prevalente de los trastornos de 128 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD la personalidad en el medio clínico con una frecuencia estimada del 1% en la población general, del 10% a nivel ambulatorio y del 15-20% en el medio hospitalario (Trull et al, 2003; Skodol et al, 2002). Aunque muchos psiquiatras sostienen que es un TP más frecuente en mujeres, varios estudios grandes no han encontrado diferencias en la frecuencia entre hombres y mujeres (Kass et al, 1985; Reich, 1987). Tiene una elevada comorbilidad con otros TPs y se asocia con frecuencia a otros trastornos, como son el consumo de alcohol, fobias o esquizofrenia, siendo ya clásica su asociación con los intentos de suicidio (Zimmerman & Coryell, 1990). Se da especialmente entre los 19 y 34 años y se asocian a malas relaciones conyugales, dificultades en el medio laboral, discapacidad física y problemas psicosexuales, entre otros (Swartz et a, 1990). Curiosamente, estos autores encontraron que no utilizaban más que otras personas los servicios ambulatorios comunitarios. La característica clínica más asociada con el uso de psicofármacos es la inestabilidad afectiva (Bellino et al, 2005). Algunos autores han defendido que el trastorno límite de la personalidad, más frecuente en mujeres, y el trastorno antisocial, más frecuente en hombres, comparten un mismo núcleo psicopatológico, en el que son fundamentales la inestabilidad afectiva y la impulsividad (Paris, 1997). De hecho, Cloninger (1987) plantea que aún en los años 80 no estaba clara la distinción del TP límite de otros grupos clínicos, especialmente el TP histérico, los rasgos del TP límite son similares a los del TP histriónico, aunque son algo más prominentes la dependencia emocional y el trastorno de la identidad, que los rasgos narcisistas. Como el resto de trastornos de la personalidad, se caracteriza por una baja cooperatividad –no ayudan a sus semejantes, son intolerantes socialmente y vengativosy su baja autodirección –ausencia de un objetivo en su vida-. Además, puntúan alto en búsqueda de novedad y evitación de daño (Joyce et al, 2003). Recientes investigaciones señalan que el diagnóstico de TLP tiene una moderada estabilidad a lo largo del tiempo –que además es mayor con los instrumentos autoaplicados que con las entrevistas semiestructuradas- (Trull et al, 1998). Dado que hay una elevada comorbilidad entre los distintos TP, que además no respeta las 129 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD agrupaciones de cluster, se sugiere que quizá sea más adecuado un abordaje dimensional del TLP (Blais et al, 1997). 3.6.4 TP Histriónico Aunque hay autores que realizan separaciones entre las personalidades histéricas e histriónicas, por razones prácticas y para ceñirnos a las clasificaciones internacionales, en este apartado serán considerados un mismo trastorno. En un estudio realizado en la comunidad se encontró un porcentaje de TP histriónico del 2,2% (Nestadt et al, 1990). Estos autores señalan que no había diferencias entre sexos, nivel cultural y raza, pero sí se encontraba que era más frecuente que estas personas estuvieran separadas o divorciadas, que tuvieran más intentos de suicidio y que usaran más los servicios médicos que la población general. Los sujetos que presentan esta personalidad se caracterizan principalmente por la búsqueda exagerada de atención – para lo cual suelen usar su aspecto físico- y su crónica necesidad de estimulación, lo que les lleva a mantener relaciones interpersonales sexualmente seductoras o provocadoras, caprichosas y exageradas, confundiendo la atracción con la intimidad; asimismo, sus emociones y relaciones interpersonales se caracterizan por la superficialidad, egoísmo, sugestionabilidad y tendencia al aburrimiento (Millon & Davis, 2001). Las mujeres con este TP presentan diversas “disfunciones” en el campo sexual, como son una menor asertividad y mayor preocupación en este área, una actitud erotofóbica más acusada, un deseo sexual atenuado, un mayor aburrimiento sexual y disfunción orgásmica, así como una menor autoestima, una mayor insatisfacción matrimonial y una mayor probabilidad de tener un affaire (Apt & Hulbert, 1994). Curiosamente, estos autores señalan que presentan una mejor autoestima sexual y sus comportamientos son consistentes con aquellos que se exhiben en el narcisismo sexual. Caracterizado por la vulnerabilidad y dependencia emocional, no es raro que presenten también rasgos narcisistas –tendencia al dramatismo y vanidad, búsqueda de atención- así como rasgos impulsivo-agresivos necesidad de actividad, rabietas, comportamientos suicidas- (Cloninger, 1987). Por otra parte, existe una alta comorbilidad con el TP límite, debido en parte a la confusión conceptual entre ambos trastornos, que comparten numerosas características clínicas. Las únicas características definitorias del TP histriónico desde un punto de vista clínico son 130 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD la expresión teatral de las emociones, la tendencia a la seducción y provocación sexual, y la somatización, es decir, la clínica típica del concepto clásico del carácter histérico (Shedler & Westen, 2004b). Cloninger (1987) opina que está bien definido por una alta búsqueda de novedad, baja evitación de daño y alta dependencia de la recompensa y rasgos de segundo orden de vulnerabilidad emocional y narcisismo. 3.6.5 TP Narcisista Comparado con otros TP es relativamente infrecuente. Distintos autores, usando el PDQ han encontrado el mismo porcentaje de TP narcisista (0,4%) en la comunidad (Reich et al, 1989; Zimmerman & Coryell, 1990). Los individuos con este TP se caracterizan por tener un exagerado sentimiento de autoestima y fantasías de éxito ilimitado, se creen personas únicas y con derecho a todo, por lo que se suelen comportar de manera despótica en las relaciones interpersonales, son arrogantes, explotadoras y frías emocionalmente, siendo nuclear en el trastorno la envidia que sienten –y que proyectan en los demás- (Millon & Davis, 2001). Sin embargo, personas con este trastorno pueden ser mal diagnosticadas o no diagnosticadas, debido a que las características no son siempre tan obvias o a que están camufladas (Curtis & Susman, 1994). De hecho, por debajo de las manifestaciones evidentes del trastorno se encuentran la rabia, el vacío y la depresión (Mcneal, 2003). Aunque la conceptualización que tienen los clínicos es bastante similar a la que reflejan los criterios del DSM-IV, hay algunas otras características típicas de los individuos narcisistas y que no aparecen en el DSM-IV, como son la tendencia a ser controladores y competitivos, a meterse en luchas de poder, a sentirse maltratado y no entendido, la externalización de la culpa, y el ajustarse de manera poco realista a un patrón de perfeccionismo (Shedler & Westen, 2004b). Por otra parte, suelen ser bastante independientes y su CI suele ser algo mayor de lo normal. Finalmente, no hay evidencia de que el TP narcisista se asocie de manera significativa a ningún trastorno del eje I, pero si parece haber una tendencia a la interacción con los trastornos por abuso de substancias, el trastorno bipolar, la depresión 131 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD y la anorexia nerviosa (Ronningstam, 1996). Sin embargo, hay una gran comorbilidad con los TP borderline, histriónico y pasivo-agresivo (Dowson, 1992). Este tipo de personalidad puede ser el resultado de un exceso de idealización o humillación en períodos tempranos de la vida (15-24 meses) y que tendría como resultado que el niño se convierte en quien necesita ser más que en quien es (Mcneal, 2003). Otros autores también señalan la gratificación excesiva o deficiente de las necesidades del niño como el factor etiológico fundamental (Fernado, 1998). 3.6.6 TP Paranoide En este trastorno se encuentran grandes diferencias epidemiológicas en estudios realizados hace más de cuarenta años (De Girolano & Reich, 1993). En estudios más recientes realizados en la comunidad, Zimmerman & Coryell (1990) y Reich et al (1989) encuentran porcentajes similares (0,4-0,8%), mientras que Maier et al (1992) encuentran una prevalencia ligeramente superior (1,8%). La prevalencia de este TP es mayor en los familiares de pacientes con esquizofrenia crónica (7,3%), comparado con los controles (2,7%) (Baron et al, 1985). El TP paranoide ha sido relacionado tanto con la esquizofrenia como con el trastorno delirante crónico (Fulton & Winokur, 1993), y hay estudios que señalan una vinculación genética y/o familiar con ambos trastornos (Kendler et al, 1982; Kendler et al, 1984; Kendler et al, 1985; Lowing et al, 1983). Desde el punto de vista clínico, los individuos diagnosticados con este trastorno se caracterizan por un patrón generalizado y crónico de desconfianza y suspicacia, están “a la defensiva”, presentan psicorigidez y baja tolerancia a la ambigüedad, son rencorosos y vengativos –no olvidan las afrentas-, perciben ataques donde no los hay y, cuando tienen pareja, son muy celosos y sospechan de que les son infieles (Millon & Davis, 2001). Los criterios diagnósticos del TP paranoide son muy redundantes alrededor de un único rasgo, que es la suspicacia crónica (Shedler & Westen, 2004b). La tríada clínica clásica es la suspicacia, la sensación de ser perseguidos y la grandiosidad, pero existe una gran disociación entre la imagen que dan al exterior y la propia, de manera que hacia fuera se suelen mostrar arrogantes, demandantes, suspicaces, desconfiados, dinámicos, poco románticos, moralistas y 132 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD vigilantes, mientras que ellos, internamente, se sienten tímidos, asustados, dubitativos, desconsiderados y vulnerables a la erotomanía (Akhtar, 1990). Asimismo, también se caracterizan por ser iracundos, hostiles, por su sentimiento de victimización y las dificultades para entender el comportamiento de los demás, por su ausencia de insight, por la ausencia de relaciones íntimas y por sus distorsiones cognitivas y su tendencia a un razonamiento alterado en situaciones de stress (Shedler & Westen, 2004b). Usan de manera masiva el mecanismo defensivo de la proyección y su personalidad puede servir de base para un ulterior desarrollo delirante paranoico (trastorno delirante crónico). Además de caracterizarse por la proyección, también lo son por la externalización (es decir, su tendencia a culpar a los demás de sus propios errores) (Shedler & Westen, 2004b). Desde un punto de vista etiológico se han formulado diversas hipótesis en su génesis, como que serían niños ya temperamentalmente irritables y agresivos, que está relacionado con una latencia homosexual, un entorno familiar hostil durante la infancia o que han sido el chivo expiatorio de la familia, o un resultado de la evolución, entre otras (Millon & Davis, 2001). Tal y como he señalado, parece que hay alguna relación entre el TP y la esquizofrenia, aunque este vínculo no parece tan fuerte como el que existe entre el TP esquizotípico y la esquizofrenia (Webb & Levinson, 1993). 3.6.7 TP Esquizoide En estudios relativamente recientes, se encuentra un porcentaje bajo (0,4-0,9%) de este TP en la población general (Reich et al, 1989; Zimmerman & Coryell, 1990). De igual manera que ocurría con el TP paranoide, este TP también se encuentra sobrerepresentado (un 1,6% de TP esquizoide) en las familias de esquizofrénicos crónicos, frente a ningún caso entre los parientes de los controles (Baron et al, 1985). Desde el punto de vista clínico, se caracterizan no sólo por la restricción afectiva y el aislamiento social, muy enfatizados en el DSM-IV, sino por la evitación de las relaciones interpersonales basado en su miedo a la humillación o a ser avergonzados, sus sentimientos de inadecuación y su inhibición a la hora de perseguir la gratificación (Shedler & Westen, 2004b). Millon & Davis (2001) señalan que son individuos que se 133 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD caracterizan por el aislamiento voluntario, ya que, a diferencia de los individuos evitativos, no requieren ni desean las relaciones interpersonales. Está es la principal diferencia con el TP evitativo, con el que tiene una gran comorbilidad y es muy difícil de diferenciar a nivel clínico. Los individuos con este diagnóstico se vinculan poco sexual y emocionalmente y suelen pasar desapercibidos, debido a que son habitualmente muy tranquilos. Son indiferentes a los halagos o críticas y su capacidad de disfrute de la mayoría de actividades es nula o escasa. Suelen elegir actividades solitarias y se suelen dedicar, si sus aptitudes intelectuales se lo permiten, a disciplinas como las matemáticas, la filosofía o la investigación básica. Los déficit en el funcionamiento en el área psicosocial son: (1) autoconcepto, (2) relaciones interpersonales, (3) adaptación social, (4) ética, valores e ideales, (5) amor y sexualidad, y (6) estilo cognitivo (Akhtar, 1987). Los individuos con este trastorno y según el modelo de Cloninger se caracterizarían por la baja búsqueda de la novedad, evitación de daño y dependencia de la recompensa, manifestándose en templanza ante las presiones sociales, autoconfianza y un estilo de funcionamiento rígido, modestos y con un limitado rango en la expresión de los afectos, teniendo pocos amigos y siendo indiferentes tanto al elogio como a la crítica y que concuerda con las descripciones de las clasificaciones al uso (Cloninger, 1987). Desde el punto de vista etiológico, se ha relacionado con los trastornos esquizofrénicos –vínculo genético- y con los problemas en la vinculación en etapas tempranas. Las personas con este trastorno presentan un bajo peso corporal durante la infancia y adolescencia (Hebebrand et al, 1997), pero se podría argumentar que esto es debido a su escaso interés en la comida, como en el resto de elementos que conforman el mundo exterior. También se ha relacionado una mayor prevalencia del trastorno con la exposición a hambrunas prenatales (Hoek et al, 1996). 3.6.8 TP Esquizotípico A diferencia de otros TPs, en éste se encuentran amplias diferencias en la prevalencia en la población general, a pesar de usar métodos de evaluación similares. Reich et al (1989) encuentran un 3,0%, Zimmerman & Coryell (1990) un 5,6% y Maier et al (1992) únicamente un 0,6%. Como sucede con el TP esquizoide y paranoide, pero 134 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD de manera más acusada, la prevalencia de TP esquizotípico entre los familiares de esquizofrénicos crónicos es mucho mayor (14,6%) que la que se encuentra en los parientes de controles (2,1%) (Baron et al, 1985). El TP esquizotípico fue introducido en la clasificación DSM-III porque se creía que era un trastorno más ligado a la esquizofrenia que el TP esquizoide (Fulton & Winokur, 1993), y de hecho, una asociación familiar ha sido demostrada (Kendler et al, 1981). Además, existe la idea generalizada de que se trata de un trastorno que pertenece al llamado espectro de los trastornos esquizofrénicos (Fulton & Winokur, 1993). Por otra parte, otros autores consideran que el TP esquizotípico es una forma prodrómica de esquizofrenia o que puede dar pistas sobre la misma (Seeber & Cadenhead, 2005). De hecho, existen dudas razonables sobre si este trastorno debe ser o no considerado un TP y en la CIE-10 (World Health Organization, 1993) está clasificado no como un TP, sino en la esfera de los trastornos esquizofrénicos, con los que tiene una vinculación muy estrecha y comparte numerosas características clínicas, cognitivas y sociales (Dickey et al, 2005). Por otra parte, hay autores que señalan que es difícil diferenciar entre el TP esquizoide y el TP esquizotípico y que encuentran datos que orientarían a que debieran encontrase dentro de una categoría diagnóstica común junto al TP esquizoide (Shedler & Westen, 2004b). Las personas diagnosticadas de TP esquizotípico son las más extrañas dentro del grupo/cluster A de los TPs. Se caracterizan por presentar un pensamiento, lenguaje y comportamientos raros o excéntricos, así como por su afectividad restringida o inapropiada, por la presencia de experiencias perceptivas inhabituales, suspicacia, ideación paranoide y de referencia, así como ansiedad social excesiva, todo lo cual deriva en una dificultad ostensible en las relaciones interpersonales (Millon & Davis, 2001). Pueden presentar síntomas francamente psicóticos pero sin llegar a cumplir los criterios – p.ej. temporales- de la esquizofrenia, aunque muchos pacientes evolucionan finalmente hacia una esquizofrenia franca. 135 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 3.6.9 TP Evitativo Se trata de un TP relativamente infrecuente en la comunidad. Zimmerman & Coryell encuentran porcentajes que oscilan entre el 0,4% y el 1,3%, dependiendo del método de evaluación. La descripción que hacen los clínicos de este trastorno es similar a la del DSMIV. Son personas que se caracterizan por su tendencia a evitar el contacto social y a ser tímidos o reservados en las mismas, a sentirse inadecuado, avergonzado o inferior; dan la impresión de ser inhibidos, pasivos y, les resulta difícil comprometerse en una situación amorosa a largo plazo; se sienten inadecuadas en las situaciones de exposición social y son hipersensibles al error y a la crítica; es frecuente que se abandonen a un mundo de fantasía para reemplazar las cogniciones de inadecuación y autodepreciación; por otra parte, a diferencia de los esquizoides, experimentan un conflicto entre el deseo de acercarse a los otros y el miedo a la desilusión cuando se de ese contacto (Millon & Davis, 2001; Shedler & Westen, 2004b). Sin embargo, uno de los criterios más frecuentemente referidos por los clínicos –la falta de amigos íntimos- fue excluida del DSM-IV con la intención de minimizar la comorbilidad con el TP esquizoide (Shedler & Westen, 2004b). Aunque la evitación social activa por el miedo a ser humillados o por verguenza –junto al deseo de la misma- es la característica nuclear de este trastorno, investigaciones recientes señalan que otro tipo de evitaciones, no sólo sociales, como la evitación emocional, de la novedad y de eventos no sociales, también son característicos del trastorno (Shedler & Westen, 2004b; Taylor et al, 2004). Por otra parte, se asocia frecuentemente a los trastornos de ansiedad y, particularmente, al trastorno de ansiedad generalizada, la fobia social y el trastorno obsesivo-compulsivo. De hecho, se ha postulado que la fobia social y el TP evitativo podrían representar diferentes puntos en un continuum de severidad, más que discretas categorías diagnósticas, de manera que estos dos trastornos representarían un spectrum de síntomas de ansiedad relacionados con la ansiedad social (Tillfors et al, 2004). Aunque probablemente hay un sustrato temperamental biológico de fondo – aunque la timidez no es específica de esta personalidad, sugiere un sentido de duda o vergüenza de sí mismo, típica del evitador-, es frecuente que estas personas tengan un 136 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD ideal del yo muy desarrollado (alto nivel de aspiraciones) junto a un superyo desaprobador, que serían el resultado de internalizar las normas parentales de conseguir grandes logros personales, junto a la culpa y vergüenza por cosas sin importancia, siendo el resultado de las duras críticas de sus cuidadores o de experiencias traumáticas en la infancia, como el abuso físico o incesto (Millon & Davis, 2001). 3.6.10 TP anancástico Es uno de los TP más frecuentes en la población general. Reich et al (1989) lo encuentran en un 6,4% y Zimmerman & Coryell en un 4,0% cuando se usa el PDQ, mientras que los últimos autores encuentran un 1,7% usando una entrevista estructurada. Maier et al (1992) señalan una prevalencia del 2,2% también usando una entrevista estructurada. Es un trastorno bastante más frecuente en los varones (Nestadt et al, 1991), siendo unas cinco veces más prevalente en hombres que en mujeres. Kurt Schneider (1980) distinguió la personalidad insegura de sí misma, en la que se conjugaban elementos obsesivos y paranoides; la diferencia entre ambos elementos sería que los individuos anancásticos no serían suspicaces en el sentido de buscar confirmación de sus preconcebidas ideas sobre el daño o ataque que pudieran estar sufriendo (Cloninger, 1987). Clínicamente, la personalidad obsesiva se caracteriza por un patrón generalizado de preocupación por el perfeccionismo, orden y control, a expensas de la espontaneidad y flexibilidad, de manera que suelen preocuparse mucho por los detalles –lo que les impide ver “el cuadro completo”-; son tercos, rígidos, hipercontroladores, autocríticos y perfeccionistas, con una dedicación excesiva al trabajo, siendo reacios a delegar responsabilidad y trabajo en otros; son ávaros y muestran dificultad para tirar objetos inútiles incluso aunque no tengan valor sentimental; están continuamente rumiando sobre el pasado y el futuro, lo que les convierte en unos insatisfechos, al no poder disfrutar del día a día; asimismo, suelen ser moralistas y muy indecisos en la toma de decisiones (Millon & Davis, 2001; Shedler & Westen, 2004). En las relaciones interpersonales se caracterizan por la intolerancia a la ambigüedad. Es probablemente el TP en el que hay una mayor coincidencia entre los criterios diagnósticos usados para su descripción en el DSM-IV y la conceptualización que los clínicos tienen de este trastorno (Shedler & Westen, 2004). Ocasionalmente, pueden 137 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD tener explosiones de heteroagresividad y descontrol conductual (Villemarette-Pittman et al, 2004). Se caracterizan por la baja búsqueda de la novedad, alta evitación de daño y baja dependencia de la recompensa, así como los rasgos de segundo orden de rigidez, alienación y modestia, que derivarían en su preocupación por mantener el orden, su atención por las normas y por tenerlo todo organizado (Cloninger, 1987). Tal y como señalan Millon & Davis (2001), es clásica la explicación psicoanalítica de que estos individuos estarían fijados a la fase anal de desarrollo psicoevolutivo, siendo sus mecanismos de defensa principales la formación reactiva, el desplazamiento, la anulación y el aislamiento afectivo. 3.6.11 TP dependiente Se encuentran porcentajes en la población general del 5,1% y el 6,7% usando el PDQ y del 2,2% y 1,7% usando una entrevista estructurada en los estudios de Reich et al (1989) y Zimmerman & Coryell (1990), respectivamente. Son personas que se caracterizan fundamentalmente por ser abiertamente dependientes (Shedler & Westen, 2004). En el DSM-IV se centran excesivamente en un único rasgo, que es su disposición a hacer casi cualquier cosa para evitar ser abandonados –con el objeto de minimizar la comorbilidad con otros TPs- (Shedler & Westen, 2004). Tal y como señalan Millon & Davis (2001), a nivel clínico, es nuclear el aporte y guía constante por parte del entorno. Es decir, que necesitan de una excesiva aprobación desde el exterior. Bajo una apariencia cálida y afectuosa, temen hacer las cosas y tomar las decisiones por sí solos, de manera que tienen la necesidad de que otros asuman sus responsabilidades, sintiéndose indefensos. Pueden realizar cosas desagradables para no perder ese apoyo. Si lo consiguen, pueden funcionar de manera adecuada y son sociables, afectivos, cariñosos y afables. Suelen evitar el conflicto con el cuidador, mostrándose conformistas y, en el caso de que les falle el cuidador, su autoestima disminuye de manera muy importante y se vuelven tensos, tristes y abatidos. Así, es frecuente que cuando terminan una relación significativa, buscan rápidamente otra relación que les proporcione el cuidado y apoyo que necesitan. Se asocia con frecuencia a la fobia social y a rasgos de personalidad histriónicos y límites, que también se dan en los familiares 138 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD (Reich, 1996). Comparado con personas con otros TPs, los que tienen TP dependiente tienen con más frecuencia episodios depresivos mayores y trastorno bipolar (Loranger, 1996). Cloninger (1987) define en su modelo a la personalidad pasivo-dependiente en términos de baja búsqueda de la novedad, alta evitación de daño y dependencia de la recompensa, asociada a los rasgos de segundo orden de escrupulosidad, rigidez y actitud pasivo-evitativa, manifestándose en el campo clínico como individuos muy sumisos y deferenciales, así como altamente sensibles a la crítica, castigo o frustración, similar a las descripciones del DSM-III y CIE. Desde el punto de vista psicodinámico se considera que están fijados a la fase oral, en la que fueron tratados con indulgencia, en vez de ser frustrados, y usan como mecanismos de defensa la introyección e idealización de la figura de la que se depende, así como la negación –para evitar los sentimientos de ansiedad que la introyección no elimina- (Millon & Davis, 2001). La dependencia en las relaciones interpersonales sería el resultado de la sobreprotección paterna, de manera que los padres no dejarían que sus hijos se desarrollaran con independencia (Millon & Davis, 2001). Este TP ha sido relacionado con la ansiedad por separación tanto en personas sanas como en pacientes con problemas de alcohol, consumo de substancias, anorexia y bulimia nerviosa (Loas et al, 2002). De hecho, es probable que problemas con la vinculación y con la asunción de la dependencia tengan un factor etiológico en el trastorno (Gude et al, 2004). 3.6.12 Otros TPs El TP pasivo-agresivo, presente en la tercera edición, pero no en las ulteriores del DSM, se encuentra en porcentajes muy bajos -Zimmerman & Coryell (1990) encuentran un 0,4% y Reich et al (1989) un 0%- cuando se usan autoinformes, mientras que los porcentajes son algo mayores cuando se usan entrevistas (1,8-3%) (Maier et al, 1992; Zimmerman & Coryell, 1990). Su desaparición a partir del DSM-IV puede ser debida a que la definición en el DSM-III era muy amplia, lo que le llevaba a solaparse con el TP pasivo-dependiente (Cloninger, 1987). Las personas con este trastorno se caracterizan por ser agresivos debido a métodos indirectos de manipulación –olvidarse, postponer algo, ineficiencia, hacer “pucheros”-, por la evitación social secundaria al miedo al rechazo y por rabietas verbales frecuentes que posteriormente se inhiben parcialmente; 139 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD asimismo, y sin cumplir criterios para episodio depresivo mayor, se angustian fácilmente y suelen tener un ánimo “tristón” o melancólico (Cloninger, 1987). Según el modelo de Cloninger (1987), las personas con este diagnóstico se caracterizan por presentar alta búsqueda de la novedad, evitación de daño y dependencia de la recompensa y por los rasgos de segundo orden de narcisismo, hipotimia y actitud pasivo-evitativa. Los individuos diagnosticados de TP explosivo intermitente se caracterizan, según la CIE-9 (1987), por la dificultad para controlar los impulsos de rabia, siendo individuos “tristones” y que presentan frecuentes sentimientos poco amistosos hacia los demás. Una crítica que se ha realizado sobre este trastorno es que no se distingue bien del TP pasivoagresivo, que se caracterizaría más por tener una alta dependencia de la recompensa – mientras que el explosivo sería baja, por lo que Cloninger sugiere el del término “personalidad esquizoide-explosiva” (Cloninger, 1987). Los individuos con TP ciclotímico se caracterizan por su baja búsqueda de la novedad, baja evitación de daño y alta dependencia de la recompensa, así como los rasgos de segundo orden de ser escrupuloso y normalmente hipertímico, aunque crédulo y vulnerable al rechazo y frustración, traduciéndose clínicamente en ser cálidos en el trato y compasivos, pero también pueden caer en el autoritarismo; aunque normalmente son alegres y optimistas, también se ponen tristones e irritables si se les rechaza o engaña (Cloninger, 1987). Este autor critica de esta entidad la dificultad para diferenciarla de las alteraciones afectivas subclínicas. Finalmente, personalidades como la sádica, la masoquista, la depresiva y la negativista, han desaparecido también de las clasificaciones internacionales al uso, probablemente en relación a su baja prevalencia e indefinición como cuadros nosológicos, no siendo objeto de estudio de la presente tesis. 140 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD 3.7 Precursores del trastorno de la personalidad antisocial (TAP) “One also wonders why DSM antisocial personality is found on Axis II, while all of its precursor disorders are on Axis I” Robins (1991) La etiología de los trastornos de la personalidad ha sido descuidada (Coid, 1999). Paris (1996) critica que se asuma de manera bastante simplista que los trastornos de la personalidad son el resultado únicamente de traumas infantiles y defiende un abordaje biopsicosocial, en el que los tres componentes son necesarios pero no suficientes para que se genere un trastorno de la personalidad. Moran (1999) también señala que la etiología del TAP es probable que implique la interacción entre varios factores, como son el niño en desarrollo, los padres y resto de influencias medioambientales. De igual manera, el comportamiento criminal también parece ser el resultado de la interacción de un ambiente social desfavorable –p.ej. rechazo por parte de la madre, ambiente familiar inestable- y de condiciones biológicas –p.ej. complicaciones perinatales, problemas en el desarrollo psicomotor- (Raine et al, 1994; Raine et al, 1996). A pesar de que numerosos factores han sido señalados como precursores del TAP, no está claro si son o no específicos del mismo (Moran & Hagel, 2001). Así, por ejemplo, el trastorno de conducta (TC) ha sido tradicionalmente considerado el principal precursor del TAP, pero también es un precursor de otros TP, como el TP dependiente – en mujeres- (Zeitlin, 1986)- y de los trastornos somatomorfos –también en mujeres(Robins, 1986)-. Bernstein et al (1996) sugieren que los problemas de conducta en la infancia no debieran ser considerados únicamente como precursores del TAP sino de disfuncionalidad de la personalidad en el adulto. 141 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 3.7.1 Precursores psicopatológicos 3.7.1.1 Trastorno de conducta (DSM-IV)/Trastorno disocial de la infancia (ICD-10) El Trastorno de conducta (TC) consiste en un patrón maladaptativo y persistente de comportamiento antisocial durante la infancia. Se trata de un trastorno devastador, no sólo por las consecuencias derivadas del comportamiento antisocial, sino porque puede derivar hacia otras formas de psicopatología, como depresión, abuso de substancias, TAP o conductas suicidas (Loeber et al, 1995). Además, su diagnóstico en la infancia se asocia a un pobre futuro en la edad adulta (Graham & Rutter, 1975). Es el principal motivo de consulta en los servicios de salud mental infantiles –un tercio del total(Robins, 1991; Goodman & Scott, 1997). Su frecuencia es del 9% en poblaciones urbanas y del 4% en el medio rural (Rutter et al, 1975). Es un trastorno persistente y se considera un precursor primario del comportamiento antisocial en la edad adulta (Kazdin, 1987). Así, Werry (1997) se preguntaba si debiera o no haber una discontinuidad entre los conceptos de trastorno de conducta en la infancia y el trastorno antisocial de la personalidad (TAP) del adulto. Así, aunque los comportamientos antisociales pueden variar con la edad (Bernstein et al, 1996), tienden a estar interrelacionados y hay una considerable continuidad a lo largo del tiempo, siendo artificial la separación de los mismos según si se trata de la infancia o la edad adulta (Lahey et al, 1995; Farrington & Coid, 2003) (ver Figura 2). Una de las principales preguntas a abordar es cual es el nivel –cantidad- o calidad de las conductas antisociales que se asocian al desarrollo de un TAP en el adulto. Además, hay que tener en cuenta que el comportamiento antisocial en los hombres es más frecuente en la infancia que en la adolescencia (Rutter, 1984) y que muchos niños o adolescentes “normales” presentan comportamientos considerados desviados o incluso ilegales, lo cual no implica necesariamente que presenten un alto riesgo de ser diagnosticados de TAP en la edad adulta (Zocolillo et al, 1992). De hecho, varios autores señalan que el comportamiento antisocial y la delincuencia son normativos durante la adolescencia (Lynam, 1996; Moffitt & Caspi, 2001). Así, un 30% de los adolescentes 142 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD presentan comportamientos antisociales, mientras que únicamente un 3% de los adultos son finalmente diagnosticados de TAP (Moran & Hagell, 2001). Figura 2. Continuidad del comportamiento antisocial a lo largo de la vida (Scott, 2002, no publicada*) Continuity of anti-social behaviour from age 5 to 17. Source: Scott 2002 Escape % of all children 15 1/5 4/5 10 Disliked by siblings 1/5 4/5 Oppositional & defiant Blamed by parents 5 1/5 Rejected by peers Low self esteem Hard to control Poor school achievements Blames others 4/5 Stealing and truanting Career offender Deviant peer group Unemployed Antisocial attitude 0 5 years 1/5 4/5 Gets into fights Drug misuse 10% 10% 10% 10% 8 years 11 years 14 years 17 years No past antisocial behaviour Hay una relación bien establecida entre el TC y el TAP (Robins et al, 1991; Zoccolillo, 1992). Robins (1978) señala que más del 90% de los adultos antisociales han presentado comportamientos antisociales durante la infancia y el TC se considera una condición necesaria pero no suficiente para el desarrollo del TAP. De hecho, tanto la CIE-10 (World Health Organization, 1993) como el DSM-IV señalan la progresion desde el TC al TAP y que, la presencia del TC es probablemente el factor de riesgo más importante para desarrollar un TAP. Menos se sabe sobre cual es la evolución de los adolescentes que son diagnosticados de TC durante la adolescencia. Es el punto más oscuro sobre el desarrollo evolutivo del TAP (Lahey et al, 2002). A pesar de ello, 143 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Loeber (2002) encuentra que el 82-90% de los sujetos diagnosticados de TAP cumplían criterios (al menos en una ocasión) durante la adolescencia de TC, lo que indica la tendencia a la continuidad entre la infancia y adolescencia. De todos modos, hay que tener en cuenta que la relación entre el TC y el TAP es asimétrica (ver Figura 3), ya que mientras que la mayoría de los adultos que han sido diagnosticados de TAP presentan un diagnóstico previo de TC en la infancia y/o adolescencia, “sólo” un 30-50% de los niños y niñas diagnosticados de TC finalmente serán diagnosticados de TAP de adultos (Robins, 1966, 1978, 1991; Robins et al, 1991; Storm-Mathisen & Vaglum, 1994; Hill, 2002; Zocolillo et al, 1992). Figura 3. Posibilidades evolutivas del trastorno de conducta (TC) - “Comportamientos normales?” - TAP subumbral - Otros TPs - Otros cuadros psicopatológicos: abuso de drogas, mania, schizophrenia, TOC (Robins, 1991). TC 30-50% TAP (cerca del 100% presentaban un TC en la infancia) Esta relación asimétrica implica que nuestra capacidad para identificar niños “en riesgo” es limitada. Así, White et al (1990) encuentra que el 85% de los niños que presentan un comportamiento antisocial antes de la escuela, finalmente no desarrollaron comportamientos antisociales severos durante la adolescencia. Lynam (1996) señalaba que la dificultad para predecir el desarrollo del comportamiento antisocial es debido a que los comportamientos antisociales son muy frecuentes a lo largo de todo el desarrollo vital. La cuestión es como diferenciar entre aquellos niños con TC que continuarán mostrando comportamientos antisociales en la adolescencia y TAP de adultos, como paso previo a que se pueda aplicar un programa preventivo. En la actualidad hay una falta de datos de calidad en este área (Loeber et al, 2003). * Se agradece al Dr Scott su permiso para usar esta figura sobre la continuidad de las conductas antisociales 144 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD 3.7.1.1.1 Trastorno de conducta de inicio precoz y tardío Uno de los principales predictores de la continuidad de la conducta antisocial en los varones es la edad de aparición de los problemas de conducta (Loeber & Hay, 1994). En el DSM-IV (APA, 1994) se diferencia entre el TC de inicio en la infancia y TC en la adolescencia. El primero se caracteriza por su inicio antes de los 10 años, aunque puede presentarse a una edad tan temprana como los tres años. Estos niños suelen a su vez, cumplir criterios de trastorno oposicionista de la conducta (ver posteriormente). La presencia del trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH) también se asocia al TC de inicio precoz (Farrington et al, 1990; Loeber et al, 1995). Moffitt (1993a) sugiere una taxonomía del desarrollo, diferenciando entre comportamiento antisocial de por vida y persistente -life-course-persistent antisocial behaviour (LCP)- y comportamiento antisocial limitado a la adolescencia -adolescencelimited antisocial behaviour (AL)-. A pesar de que el autor señala que esas categorías no fueron sugeridas para superponerse a las categorías del DSM, las similitudes son evidentes (Moffitt et al, 1996). El subtipo LCP sería precedido por algunas características temperamentales y disfunciones neuropsicológicas, como una pobre atención o un coeficiente de inteligencia bajo, que iniciarían un proceso de “bola de nieve” de numerosos círculos viciosos sujeto-ambiente que derivarían en fracaso escolar, rechazo de la mayoría de los compañeros y asociación con compañeros con similares problemas del comportamiento, y que finalmente derivaría en el TAP; este subtipo es más frecuente en hombres y la persistencia del trastorno de conducta ya de adulto sería debido, al menos en parte, a la acumulación de las consecuencias de sus comportamientos antisociales (Caspi & Moffitt, 1995). Estos niños suelen ser más impulsivos (White et al, 1994) y se asocian a un pobre ajuste sociolaboral de adultos. Además, tendrían una relación más estrecha con la criminalidad. De hecho, los delincuentes de inicio precoz tienen una historia de problemas neurocognitivos, temperamentales y del comportamiento, así como una educación parental inadecuada. En el subtipo AL estarían englobados los adolescentes que presentan comportamientos antisociales que no suelen prolongarse más allá del inicio de la edad adulta, y que tendrían una función adaptativa en su contexto social, es decir, sería un “estilo rebelde” social opuesto a la “tradicional jerarquía” del mundo de los adultos (Moran & Hagell, 2001). El comportamiento 145 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD criminal sería cometido en un contexto grupal y como forma de demostrar a los compañeros una cierta autonomía sobre el control parental. Asimismo, el tipo de comportamientos antisociales agresivos característicos del subtipo LCP son más heredables que los comportamientos que “rompen la norma” típicos del subtipo AL (Edelbrock et al, 1995). Tabla 16. Comparación entre el TC de inicio precoz y el TC limitado a la adolescencia TC de inicio precoz/Comportamiento TC de inicio antisocial persistente de por vida (LCP) tardío/Comportamiento antisocial limitado a la adolescencia (AL) Edad de aparición Frecuencia Alteración neuropsicológica Relaciones sociales Agresividad manifiesta Antes de los 10 años Más tarde de los 10 años Raro Frecuente Frecuente Raro Malas Mejores Frecuente Raro Se asocia a...... - Hombres con lazos familiares poco estrechos - Poca convencionalidad. (Moffit et al, 96) - Dejan pronto la escuela - Buenas relaciones sociales (Jeglum-Bartusch et al, 97) - Rasgos de personalidad psicopática como - Delincuencia SIN violencia crueldad, impulsividad o enajenación - Convictos por crímenes violentos Se predice por la presencia de.... - Temperamento incontrolado y desarrollo motor (Moffit et al, 96) retrasado a los tres años (Jeglum-Bartusch et al, 97) - Escasas habilidades verbales e hiperactividad - Tener compañeros delincuentes (Moffit, 90) Ratio hombre/mujer 10/1 1.5/1 Heredabilidad +++++ ++ Criminalidad +++++ ++ Malo Mejor Pronóstico y ajuste de adulto Una de las preguntas cruciales a responder es si el TC de inicio precoz, dado su mal pronóstico, puede o no ser detectado, con el objeto de establecer una estrategia preventiva. Entre los factores potencialmente predictivos, sólo el trastorno por déficit de 146 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD atención e hiperactividad (TDAH) parece predecir la aparición del TC (Loeber et al, 1995). Estos autores también señalan que la hiperactividad y la impulsividad, pero no la falta de atención, son mayores en los niños con TC de inicio precoz. Estos autores concluyen que el TDAH está más implicado en la aparición del TC, mientras que los problemas tempranos de conducta predicen no sólo la continuidad sino el empeoramiento de esos problemas de conducta a lo largo del tiempo. Otros autores también diferencian al menos dos grupos de niños con trastornos de conducta, como Lytton (1990), que distingue entre un “tipo agresivo solitario” y un “tipo agresivo de grupo”; Loeber (1990) que distingue entre “versátiles” o “delincuentes de la propiedad” y Strauss & Lahey (1995) que lo hace entre “no socializados” y “socializados”. Según Mealey (1995), esto refleja la existencia de dos grupos de niños antisociales que son los precursores a su vez, de dos grupos de sujetos antisociales en el adulto, de manera que los subtipos “agresivo solitario”, “versátil” y “no socializado” derivarían en lo que ella denomina sociopatía primaria, mientras que los subtipos “agresivo en grupo”, “delincuente de la propiedad” o “socializado” derivarían en lo que ella denomina sociopatía secundaria. Tabla 17. Diferentes agrupaciones de niños con trastornos de conducta Autor Moffit (1993a) Grupo de peor pronóstico Grupo de mejor pronóstico evolutivo evolutivo Comportamiento antisocial Comportamiento antisocial limitado persistente a lo largo de la a la adolescencia vida DSM-IV Trastorno de conducta de Trastorno de conducta de inicio inicio precoz tardío Lytton (1990) “Agresivo solitario” “Agresivo en grupo” Loeber (1990) “Delincuente versátil” “Delincuente de la propiedad” Strauss & Lahey (1984) “No socializados” “Socializados” 147 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 3.7.1.1.2 Correlaciones y factores etiológicos Los factores asociados con la aparición de un trastorno no son necesariamente los mismos que predicen la persistencia del trastorno (Loeber et al, 1995): • Los factores individuales que principalmente se correlacionan con el trastorno de conducta (TC) son el trastorno oposicionista desafiante de conducta (TO) (Horne & Sayger, 1990), trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH) (August & Stewart, 1982, Offord et al, 1992), un temperamento “difícil” (Henry, 1996), una inteligencia verbal baja (August & Stewart, 1982; Lahey et al, 1995), déficits neuropsicológicos (Moffit, 1993b), sesgos de procesamiento de la información (Dodge, 1986), fallo a la hora de aprender a evitar estímulos dañinos (Kagan et al, 1988), búsqueda de la novedad y ausencia de miedo (Raine et al, 1997) y una baja activación autonómica (Raine, 1993). Los problemas de conducta (no estrictamente el TC) también han sido relacionados con características del niño como la irritabilidad, explosividad, falta de conciencia social y ansiedad social, y con el comportamiento buscador de recompensas (Scott, 1998). • Los principales factores familiares y medioambientales son la presencia de psicopatía en los padres y el bajo nivel socioeconómico (SES) (Lahey et al, 1988, 1995), patología de la personalidad en la madre (Lahey et al, 1989), un ambiente familiar disfuncional (Horne & Sayger, 1990), un mal cuidado y crianza por parte de los padres (Farrington, 1994) y un medio desorganizado. Los efectos de la pobreza parecen estar mediados por como es la crianza de los padres –el tener menos recursos derivaría a una disminución en la cualidad de la crianza por los padres- (Bernethet, 2002). Lamentablemente, pocos de estos estudios tienen en cuenta la posibilidad de que algunos de estos factores actúan como variables de confusión. En uno de los pocos estudios excepcionales en este sentido se realiza un seguimiento de seis años de duración con una muestra de 177 preadolescentes y se encuentra que únicamente la presencia de bajo nivel socioeconómico, de trastorno oposicionista y de abuso de substancias por parte 148 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD de los padres estaba independientemente asociado a la aparición del TC, prediciendo la aparición del 73.2% de los casos de TC (Loeber et al, 1995). Los autores señalaban que entre todos los síntomas de TC, la presencia de peleas a una edad temprana era el mejor predictor de continuidad y que la hiperactividad únicamente predecía la aparición del TC de inicio precoz. En tanto en cuanto las peleas son bastante frecuentes en la infancia, en un trabajo posterior se sugiere que la presencia de peleas frecuentes –o “estables” a lo largo del tiempo- está más íntimamente ligado al desarrollo de TC que las peleas ocasionales (Loeber et al. 2003). Es decir, que aquellos niños que son muy peleones desde muy pequeños, y además de manera muy continuada a lo largo del tiempo y que, suelen ser los que inician estas peleas, serían los que tienen más riesgo de evolucionar hacia un trastorno de conducta. 3.7.1.1.3 Persistencia del trastorno de conducta La relación de continuidad más sólida entre trastornos de la infancia y de la edad adulta tiene que ver con la relación entre el trastorno de conducta (TC) y el trastorno antisocial de la personalidad (TAP) (Quinton et al, 1990). El TC es un trastorno moderadamente persistente durante la infancia y adolescencia, aunque no necesariamente crónico (Lahey et al, 1995). Diversos autores encuentran que aproximadamente un 50% de los niños diagnosticados con TC mantendrán el diagnóstico en los años posteriores (Graham & Rutter, 1973; Offord et al, 1992). Algunos autores apuntan a un continuum en la gravedad de las conductas antisociales durante la infancia, señalando que aunque hay una buena evidencia sobre la evolución de los problemas leves de comportamiento de la infancia, poco se sabe sobre la evolución real del niño diagnosticado con un TC claro (Lahey et al, 2002). La investigación en el área de cuales son los factores asociados a la persistencia de la conducta antisocial ha sido entorpecida por la falta en la uniformidad de los criterios que se usan en los distintos estudios. Incluso una pequeña diferencia en los mismos puede derivar en grandes diferencias en el resultado que se obtiene (Lahey et al, 1990). De hecho, Storm-Mathisen & Vaglum (1994) sugieren la necesidad de nuevos estudios usando las clasificaciones internacionales actuales. Otro problema es que el TAP es un trastorno “relativamente” raro en la población general, lo que obligaría a usar 149 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD muestras muy amplias (Loeber et al, 2002), y puede explicar parcialmente porque la investigación de este trastorno en mujeres es tan escasa –la prevalencia del mismo es mucho menor en el género femenino-. Storm-Mathisen & Vaglum (1994) sugieren que se estudien los precursores del TAP en poblaciones de alto riesgo. Por otra parte, para estudiar de manera adecuada la continuidad de un trastorno, es fundamental realizar cuantas más valoraciones se pueda, ya que las fluctuaciones a corto plazo en el comportamiento pueden derivar en una tergiversación de la prevalencia real del TC o TAPs (Loeber et al, 2002). Así, se encuentran tasas mayores de continuidad cuando se realizan valoraciones frecuentes (Loeber et al, 2003). Por otra parte, hay autores que opinan que sería muy simplista conceptualizar al trastorno antisocial de la personalidad sólo como el producto de la continuidad desde el trastorno de conducta (Loeber et al, 2002). De hecho, la persistencia del comportamiento antisocial se ha asociado a la presencia de comportamientos antisociales generalizados, frecuentes, variados, en diferentes ambientes y a una edad muy temprana; a un CI y autoestima baja, hiperactividad, comportamiento oposicionista, falta de control temperamental, problemas de relación con los compañeros y adversidad en el medio familiar o medio familiar disfuncional –por ejemplo, al abuso de substancias en los padres-, así como a un bajo nivel educativo y de ocupación en los padres (Fergusson et al, 1996; Henry et al, 1996; Loeber & Hay, 1994; Loeber et al, 1995; Moffit et al, 1996; Robins & Ratcliff, 1979; Rutter, 1984; Schonfeld et al, 1988; Vitacco & Rogers, 2001). Asimismo, cuanto mayor es el número de comportamientos antisociales en la infancia, mayor es la probabilidad de trastorno antisocial de la personalidad en la edad adulta, lo cual indicaría que los problemas de conducta podrían funcionar como una variable dimensional (Robins, 1986; 1991). Robins señala que no hay ningún problema de conducta específico que sea un buen predictor del desarrollo del trastorno antisocial de la personalidad, pero los más peligrosos en este sentido son –en orden descendenteescaparse, la delincuencia y el vandalismo. Las madres jóvenes y el diagnóstico de TAP en la madre y/o el padre también se han asociado a una mayor frecuencia de trastornos de conducta en evaluaciones ulteriores, mientras que la ansiedad, la depresión y el 150 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD trastorno oposicionista no predecían cual era la evolución futura del trastorno de conducta (Lahey et al, 2002). En un estudio longitudinal con 137 adolescentes con alteraciones de conducta y abuso de substancias se encontró que el 61% eran diagnosticados de TAP de adultos. Los autores concluían que los factores predictores más importantes eran el inicio precoz de las alteraciones conductuales y la diversidad de las mismas, así como un uso elevado de substancias antes del inicio del tratamiento (Myers et al, 1998). Por otra parte, parece que a menor inteligencia, mayor es la probabilidad de que los niños desarrollen un TAP desde un TC (Fergusson et al, 1996; Robins, 1966; Schonfeld et al, 1988), especialmente cuando el déficit es en la inteligencia verbal (Lahey et al, 1995). Sin embargo, en otro estudio encontraban que un inicio tardío de los problemas de conducta junto a una inteligencia elevada se asociaba a la continuidad de los problemas de conducta, aunque sería necesario replicar estos resultados (Von Knorring et al, 1987). Robins (1966) señalaba que el bajo nivel socioeconómico no era un factor predicitivo importante del comportamiento antisocial cuando se controlaban los niveles iniciales de problemas conductuales, pero estudios longitudinales más recientes demuestran que los problemas de conducta tienden a mejorar desde la infancia a la adolescencia en las familias con un elevado nivel socioeconómico (Loeber et al, 1995; Nagin & Tremblay, 2001; Stattin, & Trost, 2000, Lahey et al, 2002). Esto pudiera ser debido a diversos factores, como que las familias más acomodadas podrían ofrecer una mejor educación a sus hijos, o que estos vivirían en un medio en el que el aprendizaje de comportamientos violentos o delictivos no es tan frecuente, etc. También se podría postular que los niños que viven en un medio socioeconómico más favorable aprenderían a dirigir su agresividad hacia comportamientos no abiertamente antisociales. Evidentemente, es necesaria más investigación en éste área. Finalmente, parece ser que el factor fundamental que señala la continuidad entre el trastorno de conducta (TC) y el trastorno antisocial de la personalidad (TAP), particularmente en mujeres, no sería el comportamiento antisocial en sí mismo, sino la 151 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD maladaptación social generalizada. El autor de esta aseveración, señala asimismo, que el potencial para el cambio, aunque difícil, existe, gracias a los factores protectores, como la presencia de un matrimonio armonioso (Zocolillo et al, 1992). De hecho, alrededor de la mitad de los niños con TC afortunadamente nunca serán diagnosticados de TAP de adultos, aunque se calcula que sólo un 15% de los niños diagnosticados con TC serán adultos bien adaptados (Robins, 1966; Zocolillo et al, 1992). Por otra parte, no es cierto que todos los niños con trastorno de conducta desarrollarán problemas mentales en el futuro. Así, en otro estudio encuentran que cerca de la mitad de los adolescentes con TC tendrían un buen funcionamiento social y no tendrían ningún diagnóstico del eje I o II (Storm-Mathisen & Vaglum, 1994). 152 Hilario Blasco Fontecilla Seguimiento Seguimiento Seguimiento Seguimiento (18-21 años) Seguimiento (30 años) Seguimiento (4 años) Seguimiento (7 años, de los 12 a los 19 años) Seguimiento (6 años) Robins (1966) Graham & Rutter (1973) Zeitlin (1986) Storm-Mathisen & Vaglum (1994) Fried (1995) Lahey et al (1995) Loeber et al (2002) Lahey et al (2002) Anualmente, salvo el 5º año Anualmente Anualmente Una Una Una Número de evaluaciones Una Entrevista DISC Entrevista DISC Entrevista DISC♣ Cuestionarios a los padres y profesores Registros de los niños y adultos Entrevista clínica Valoración diagnóstica 73 niños diagnosticados de TC derivados a una clínica 177 niños derivados a una clínica 75 pacientes derivados con el diagnóstico de TC (48% niños) de entre 6 y 19 años 387 niños, 235 niñas 171 niños derivados a una clínica, de entre 7 y 12 años 161 niños de ambos sexos 304 niños Características de la muestra DSM-IIIRy DSM- IV DSM-IIIR DSM III & IIIR DSM-III DSM-III DSM Criterios 45% de los niños desarrollaron psicopatía - El TC es moderadamente persistente - El TC se asocia a: bajo nivel socioeconómico, padres biológicos con TAP y TDAH. - La persistencia se predecía por tener un padre biológico con TAP y por un bajo CI verbal en el niños, especialmente si interactuaban - El 38% de los niños con TC cumplen criterios de TAP de adultos - El TC es un poderoso factor predictor del TAP∗. Otros predictores eran el abuso de substancias, el TO, el TDAH♦, la depresión y los comportamientos crueles - El CI verbal > o = 115, un buen nivel económico familiar y una madre con un nivel educativo elevado son factores protectores - Una baja edad maternal y que los padres tengan TAP predice TC - Continuidad TC-TAP: 33% (47% niños, 27% niñas) - Cerca del 50% tendrán una buen futuro social y no serán diagnosticados de trastornos del eje I y II - Cerca del 50% de los niños con TC serán diagnosticados de TAP de adultos - El 16% de los niños con TC serán adultos normofuncionantes - Cerca del 50% de los niños diagnosticados de TC continuaron teniendo problemas de conducta a los 14-15 años - Las disputas matrimoniales estaban asociadas al TC - Continuidad TC-TAP: 40% en hombres, 35% en mujeres - 75% de los niños con TC presentan maladaptación social Principales hallazgos ∗ 153 Hilario Blasco Fontecilla Costello, Edelbrock, Kalas, & Duncan, 1984 Usando un concepto de TAP “modificado”, en el que no era necesario cumplir el criterio de TC en la infancia ♦ El TDAH no contribuye al diagnóstico del TAP “modificado” una vez que se tienen en cuenta otros factores ♣ Tipo de estudio Autor Tabla 18. Algunos de los principales estudios que abordan la continuidad TC-TAP TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD 3.7.1.1.4 Trastorno oposicionista desafiante de la conducta (TO) Se trata de un trastorno caracterizado por un patrón de comportamiento hostil, desafiante y negativista que dura más de 6 meses (DSM-IV), generalmente en el medio familiar y que no cumple criterios de TC o TDAH. Aunque normalmente es considerado una forma menos severa de TC (Horne & Sayger, 1990; Lynam, 1996), no está clara su relación con el TC y existe una gran superposición entre ambos trastornos (Hinshaw et al, 1993; Achembach, 1993). Algunos autores creen que ambos debieran ser “fundidos” en una única categoría diagnóstica (Reeves et al., 1987; Rey et al, 1988), otros que el TO es el precursor natural del TC (Lahey et al, 1992; Loeber et al, 1993a) y finalmente, otros que son dos trastornos distintos y sin relación a lo largo del desarrollo. Esta última visión es la que apoya el DSM-IV -pues el diagnóstico de TC excluye el de TO- y algunos autores (Langbehn et al, 1998), que opinan que ambos trastornos pueden derivar en el TAP, sugiriendo que un diagnóstico retrospectivo, no sólo del TC –como sucede en la actualidad- sino del TO debiera ser considerado en los criterios del TAP del DSM-IV. Por el contrario, Loeber et al (1993a) consideran que el TO es un precursor del TC, basándose en que el desarrollo del TO normalmente antecede al TC y que es muy raro observar síntomas de TC antes que síntomas de TO. Así, ellos consideran que el TO de inicio precoz es el primer paso para el desarrollo de un TC de mal pronóstico. Además, la presencia de TO incrementa la probabilidad de ser diagnosticado de TC (Loeber et al, 1995), que a su vez es un precursor poderoso de un futuro TAP (Loeber et al, 2002). Asimismo, los niños que empiezan las peleas son aquellos que más probablemente tendrán problemas de conducta más graves (Loeber et al, 1989) y que tienen más probabilidades de hacer la transición de TO a TC (Loeber et al, 1995). Finalmente, Cohen et al (1993) indican que algunos niños que se vuelven oposicionistas en la adolescencia, pero su relación con el TC no ha sido suficientemente estudiada. 3.7.1.1.5 Hiperactividad Taylor (1998) sugiere que el término de hiperactividad debiera ser usado para referirse a un síndrome caracterizado por la hiperactividad, inatención e impulsividad, mientras que el término de trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) debiera reservarse para catalogar una entidad diagnóstica caracterizada por unos criterios 154 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD diagnósticos. En un estudio de seguimiento se encuentra que los niños hiperactivos tienen 10 veces más probabilidades de ser diagnosticados de TAP de adultos (Mannuzza et al, 1993). Otros estudios han intentado confirmar este dato, pero la bien conocida superposición entre el TDAH, TC y TO ha entorpecido la investigación (Gittelman et al, 1985; Lilienfeld & Waldman, 1990). Así, Hinshaw (1987) encuentra que ambos trastornos se pueden diferenciar, aunque están correlacionados. Aunque las diferencias entre el TC y el TDAH están más claras hoy en día (Faraone et al, 1991; Lynam, 1996) y son considerados dos trastornos distintos (Scott, 1998), existe una gran comorbilidad entre el TO/TC y el TDAH (Lahey & Loeber, 1997). De hecho, uno se pregunta porque la impulsividad es un criterio diagnóstico del TDAH pero no para el TC, teniendo en cuenta que la impulsividad es uno de los principales criterios diagnósticos de los trastornos de personalidad del cluster B, particularmente el TP antisocial y el TP límite. 3.7.1.1.6 Continuidades y discontinuidades Se calcula que el riesgo relativo de TAP de los niños diagnosticados de TDAH oscila entre 2.5 y 9.6, menor que el que se encuentra para el TC (Loeber et al, 2003). Aunque algunos estudios prospectivos han señalado la continuidad existente entre el TDAH en la infancia y el comportamiento antisocial en la adolescencia y el TAP de adultos (Gittelman et al, 1985; Mannuzza et al, 1993; Weiss et al, 1985), pocos de ellos han tenido en cuenta el posible efecto de confusión del TC (para una revisión pormenorizada, ver el artículo de Loeber et al (2003)). Sin embargo, en un estudio prospectivo con 101 adolescentes varones se encuentra que cuando los síntomas de hiperactividad estaban aún presentes en la adolescencia, el riesgo de desarrollar TC era cuatro veces mayor (Gittelman et al, 1985). Dado que se trataba de adolescentes sin un TC en la infancia, es decir, eran adolescentes hiperactivos “puros”, se sugiere que el TDAH predispone a un posterior TC. De hecho, los niños con TDAH tienen más síntomas y un inicio más precoz del TC que los niños sin TDAH (Thompson et al, 196). La prevalencia de TAP en los niños que habían sido diagnosticados de hiperactividad, bajaba de un 25% en la adolescencia a un 15% en la edad adulta temprana, sugiriendo que una cierta cantidad de individuos saldrían del “camino antisocial” (Mannuza et al, 1993). Estos autores encontraban que el TAP era dos veces más frecuente en los niños que continuaban mostrando síntomas de hiperactividad durante la adolescencia, 155 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD sugiriendo que la persistencia de los síntomas de hiperactividad era un factor de riesgo para el TAP. El comportamiento antisocial durante la adolescencia en los niños hiperactivos se asocia al grado de agresividad, a la psicopatología en los padres, a una pobre relación madre-hijo y a una crianza punitiva (Weiss et al, 1971). La agresión en la adolescencia puede ser el resultado de la interacción de la agresividad en la infancia, la respuesta al tratamiento y el control por parte de los padres (Loney et al, 1981). Lilienfeld & Waldman (1990) recuerdan que el nivel inicial de agresión/agresividad más que la hiperactividad es lo que predice una posible agresión futura y comportamiento antisocial. En un estudio, entre todas las variables estudiadas, sólo el CI y el número de hermanos estaban significativamente asociadas a un ulterior diagnóstico de TAP (Loney et al, 1983) Finalmente, Farrington, Loeber & van Kammen (1990) encuentran que la hiperactividad predice el crimen en ausencia de problemas de conducta. Por otra parte, una de las cuestiones de mayor interés es saber que componente del síndrome de hiperactividad es más importante a la hora de desarrollar TAP, bien el déficit de atención o bien la hiperactividad-impulsividad. Probablemente, ambas dimensiones tengan un papel, pero a través de caminos evolutivos distintos. El déficit de atención podría derivar en problemas de aprendizaje y dificultad para entender las normas sociales, lo cual, pudiera derivar en comportamientos antisociales y, posiblemente, TAP; la impulsividad y la hiperactividad pudieran llevar a agresividad o baja tolerancia a la frustración, que a su vez facilitarían la exclusión social y que estos niños terminarán asociándose a otros compañeros “descarriados” con los que aprendería nuevas conductas antisociales y se facilitaría la carrera antisocial. 3.7.1.1.7 Interacción entre hiperactividad y Trastorno Oposicionista/Trastrono de conducta El TDAH y TC/TO son trastornos frecuentemente comórbidos (Biederman et al, 1987). Lynam (1996) señala que la comorbilidad entre el constructo de hiperactividadimpulsividad-déficit de atención (HIA) y el de problemas de conducta (PC) –que incluye el TC y el TO- concurren en un 30-50% de los casos, tanto en muestras clínicas como 156 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD epidemiológicas. Cuando esta comorbilidad comienza desde una temprana edad, el pronóstico es bastante malo (Taylor, 1996). Por otra parte, Lilienfeld & Waldman (1990) opinan que creen que la relación entre TDAH en la infancia y el comportamiento antisocial del adulto era un artefacto de la superposición existente entre el TC y el TDAH, siendo el TDAH sólo un factor agravante. Moran (1999) señala que la única manera de saber cual es el papel diferencial del TC y de la hiperactividad en el desarrollo del TAP es valorando cual es la evolución de los niños con TDAH “puro”, TC “puro”, con ambos trastornos y, finalmente, sin ninguno de ellos. Los únicos estudios realizados hasta el momento sugieren que el grupo de niños con ambos trastornos son los que tienen mayor frecuencia y severidad de comportamientos antisociales y criminales, así como un peor pronóstico, seguidos del grupo con TC puro y finalmente, del grupo de hiperactivos puros (Farrington et al, 1990; Loeber et al, 1990, Lynam, 1996; Walker et al, 1987). De hecho, cuando se tiene en cuenta la presencia del TO, el TDAH no derivaba en un incremento en la probabilidad de que el niño fuera diagnosticado de TC (Loeber et al, 1995). El impacto del TDAH probablemente esta ligado a un inicio más precoz del TC (Loeber et al, 2003). Así, se podría concluir que el diagnóstico de TC implica un peor pronóstico que el de TDAH, siendo éste último un factor agravante del primero y que multiplica las posibilidades de que el comportamiento antisocial se perpetúe en el tiempo. De hecho, Lynam (1996) señala que el grupo con TC e hiperactividad son los que están en mayor riesgo para desarrollar psicopatía en el futuro. Otra manera de abordar la problemática del papel diferencial de ambos trastornos en el desarrollo del TAP es dilucidar si alguno de los mismos puede derivar en otro trastorno o no. La edad de inicio del TDAH precede en aproximadamente 2.5 años a la de la aparición del TO y la hiperactividad es esencial en el desarrollo de comportamientos oposicionistas o desafiantes (Fischer et al, 1993). El comportamiento antisocial en los adolescentes y el TAP en el adulto son más frecuentes cuando los problemas de conducta son precedidos por el TDAH (Gittelman et al, 1985). 157 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 3.7.1.2 Trastorno depresivo mayor y ansiedad Es bien conocido que los niños deprimidos pueden mostrar problemas de conducta. Los problemas de conducta pueden ser vistos como la manifestación observable de dificultades emocionales subyacentes (Bernstein et al, 1996). Kasen et al (2001) encuentra que la presencia de un trastorno depresivo mayor grave en la niñez o adolescencia era un factor que incrementaba independientemente el riesgo de TAP en adultos jóvenes. Harrington (2001) señala que aunque estos resultados debieran ser replicados, no parecen ser debidos a que los problemas de conducta actuarán como factor de confusión, ya que era algo que se había controlado. En relación a la ansiedad, en un estudio se vio que los niños que además de ser diagnosticados de TC presentan un trastorno de ansiedad tienen un riesgo mayor de desarrollar un TAP que los niños con un TC “puro” (45% versus 29%) (Storm-Mathisen A, Vaglum P, 1994). Sin embargo, Zocolillo & Rogers (1991) no encuentran que ni la depresión ni la ansiedad tengan un efecto pernicioso en su muestra de chicas adolescentes ingresadas. De todos modos, es evidente que el papel de la posible continuidad entre el trastorno depresivo mayor y/o los trastornos de ansiedad en la infancia o adolescencia, y el TAP en la edad adulta, requiere de un estudio más pormenorizado, aunque en mi opinión su papel es secundario si se compara al de los otros trastornos psiquiátricos previamente señalados. 3.7.2 Temperamento y sesgos neurocognitivos Un mismo proceso, como por ejemplo, el comportamiento antisocial, puede manifestarse de manera distinta a lo largo del desarrollo (Campos et al, 1983). Rutter (1987) señala que las manifestaciones del comportamiento varían a lo largo de la infancia. A pesar de estas variaciones temporales del comportamiento, hay coherencia de la personalidad cuando la cualidad de esos comportamientos se mantiene a lo largo del tiempo (Caspi, 2000). La agresión en la infancia y el ulterior desarrollo de comportamientos antisociales y criminales están relacionados (Moran & Hagell, 2001). La agresión está determinada, al menos en parte, por el temperamento y hay evidencias crecientes de la heredabilidad de diversas dimensiones temperamentales (Rushton et al, 1986) y concretamente, del nivel de agresividad (Ghodsian-Carpey & Baker, 1987). Así, elevados niveles de 158 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD sociabilidad, actividad e impulsividad se asocian a los comportamientos antisociales y agresivos (Moran, 1999). Asimismo, los psicópatas parecen mostrar un reducido condicionamiento a estímulos que provocan miedo (Mednick & Moffitt, 1985). Dado que hay situaciones en las que la intrepidez o falta de miedo puede ser adaptativa (Beck et al, 1990), estos individuos pueden funcionar relativamente bien en situaciones de combate militar, pero terminan en la cárcel durante el tiempo de paz (Yochelson & Samenow, 1977). Eysenck (1977; 1983) fue probablemente el primero que señaló que el comportamiento antisocial y la criminalidad podían estar influenciados por las dimensiones temperamentales de extraversión, neuroticismo y psicoticismo medidas por el Eysenck Personality Questionnaire y que derivó finalmente en la hipótesis de que los sujetos antisociales y criminales heredarían un sistema nervioso relativamente insensible a bajos niveles de estimulación, por lo que serían impulsivos, extravertidos y buscadores de sensaciones y participarían en actividades de alto riesgo, como las criminales, para elevar su bajo nivel de estimulación basal (Rutter, 1987). Ellis (1987) llevó a cabo un meta-análisis que da soporte a esta hipótesis, al encontrar que tanto la psicopatía como la criminalidad se asociaban a una serie de indicadores de un nivel bajo de activación, como eran la hiperactividad en la niñez, la búsqueda de riesgo, la dificultad en la persistencia de tareas o el uso recreativo de drogas y un abanico de actividades sexuales “amplio”. Cloninger et al (1993) no hacen sino renombrar estos tres factores como “búsqueda de novedad”, “evitación de daño” y “dependencia de la recompensa” y los relaciona con un neurotransmismor, la dopamina, serotonina y noradrenalina, respectivamente. Así, los sujetos antisociales se caracterizan por puntuar alto en búsqueda de novedad, y bajo en evitación de daño y dependencia de la recompensa. Zuckerman (1989) señala como la dimensión de búsqueda de sensaciones está inversamente relacionada con los niveles de la dopamina-beta-hidroxilasa, enzima que metaboliza la dopamina, y que niveles extremadamente bajos de la misma se encuentran en niños con TC no socializado y psicopatía, mientras que los niños con un TC socializado –es decir, los que tienen conductas antisociales de aparición más tardía y en menor cuantía-, que se supone son los que derivan en los psicópatas secundarios, tienen niveles altos de esta enzima. La influencia de otros marcadores psicofisiológicos, como 159 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD el menor nivel de adrenalina basal, de la MAO o de la SHT, entre otros, ha sido recogida por Mealey (1995). En un intento de unificar psicopatología y dimensiones temperamentales, Russo et al (1993) realizan un estudio en el que encuentran que los niños con el diagnóstico de TC y TDAH tenían puntuaciones mayores en las escalas de búsqueda de sensaciones que los niños que sólo tenían uno de los dos diagnósticos. Harden & Zocolillo (1997) enfatizan la importancia del temperamento y los factores psicobiológicos en la precocidad de algunos comportamientos antisociales. Hay evidencias que avalan la continuidad de las dimensiones temperamentales a lo largo del tiempo (Lyons et al, 1995), así como entre el temperamento a los tres años y la personalidad a los 21 años. Caspi & Silva (1995) clasifican a los niños en tres grupos temperamentales distintos: incontrolados (escaso control conductual, impulsivos, irritables, inestabilidad emocional, fácilmente distraibles), inhibidos y bien adaptados. Los niños incontrolados a los tres años tienen casi tres veces (P< 0.05; 95% CI 1.1-8.1) más probabilidades de ser diagnosticados de TAP a los 21 años (puntuaban alto en impulsividad, búsqueda de peligro, agresión y enajenación en las relaciones interpersonales) y 4.5 veces más probabilidades de estar cumpliendo condena por un delito violento (P< 0.05; 95% CI 1.8-10.9) (Caspi et al, 1996; Lyons et al, 1995). La dimensión de falta de control a la edad de tres años se asocia significativamente con la presencia de problemas de externalización en la infancia tardía y adolescencia (Caspi et al, 1995), lo cual concuerda con la taxonomía de Moffitt del subtipo de comportamientos antisociales de por vida. La disregulación del comportamiento, caracterizada por la impulsividad, hiperactividad, la búsqueda de sensaciones, la asunción de riesgos, la resistencia al castigo, las múltiples experiencias sexuales y el uso lúdico de la droga, se asociaba a la psicopatía (Ellis, 1987). Asimismo, la impulsividad ha sido asociada al comportamiento antisocial en los hombres (Tremblay et al, 1994), y la psicopatía (Vitacco & Rogers, 2001). Rowe (1986) encuentra en su estudio de 265 parejas de gemelos que, especialmente en los hombres, los genes subyacentes a las disposiciones temperamentales heredadas de ira, impulsividad y falsedad eran los mismos que los que se asociaban a delincuencia, pero también encontró factores medioambientales que relacionaban un bajo rendimiento académico y la delincuencia, lo cual señala que puede haber dos caminos evolutivos hacia la delincuencia. Otras dimensiones temperamentales 160 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD como una resonancia emocional severa o rígida pudiera ser típica de un subgrupo de TAP más asociada con la criminalidad y de peor pronóstico. Por otra parte, parece que los niños antisociales muestran sesgos neuropsicológicos a la hora de procesar información. Tal y como hemos señalado previamente, los niños diagnosticados de TC de inicio precoz suelen tener déficits neuropsicológicos. La agresividad en los niños se asocia, por una parte, a la sobreatribución de intenciones hostiles a los otros (Dodge & Newman, 1981; Dodge et al, 1995), a que los niños agresivos mantienen actitudes positivas sobre la agresión (Dodge & Schwartz, 1997) y a que usan la agresión como una manera de resolver conflictos, en lugar de usar soluciones más constructivas (Dodge & Lochman, 1994). 3.7.3 Influencias medioambientales “Childhood maltreatment is a universal risk factor for antisocial behavior”. Caspi et al (2002) Es conocido que determinadas experiencias ambientales pueden resultar en un desarrollo psicológico anormal. Diversos autores han resaltado la importancia de las experiencias adversas en la niñez en la génesis de los trastornos de la personalidad (Maughan & Rutter, 1997; Rutter & Maughan, 1997). El maltrato en la infancia es considerado un factor de riesgo universal para el comportamiento antisocial (Caspi et al, 2002). Sin embargo, sólo una minoría de los adultos diagnosticados con un TP grave ha tenido traumas en su infancia, lo que implica que los TP deben ser únicamente entendidos en el contexto de la interacción genes-ambiente (Paris, 1997). La interacción entre el sistema nervioso de los niños y una pobre educación parental y adversidad social es fundamental a la hora de predecir las agresiones crónicas en poblaciones jóvenes (Arseneault et al, 2000). El ambiente familiar compartido podría explicar aproximadamente un tercio de la variancia de los comportamientos antisociales en la infancia (Moffit & Caspi, 2003). En relación con el TAP, su diagnóstico está independientemente relacionado, en orden decreciente, con las disputas parentales, la presencia de hermanos delincuentes, 161 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD haber sido criado en algún tipo de institución, pobreza, padres criminales, crueldad, ser víctima de agresión sexual por un extraño –aunque éste pudiera ser un factor de confusión- y la pérdida de alguno de los padres (Coid, 1999). Moffit & Caspi (2001) señalan hacia una educación inadecuada por parte de los padres y la pobreza como factores importantes en la “carrera” antisocial. 3.7.3.1 Educación parental Los estilos educativos de los padres pueden llegar a explicar el 30% de la varianza de los comportamientos agresivos (Patterson et al, 1998). La mejor manera para incrementar la frecuencia de que un “buen” comportamiento se repita es estimularlo positivamente y la mejor manera de erradicar los “malos” comportamientos, ignorarlos. Los padres de los niños agresivos que han sido diagnosticados de TC hacen normalmente lo contrario: ignoran los comportamientos adecuados –que es la mejor manera de erradicarlos- y los niños “prefieren” portarse mal a ser ignorados, pues al menos así consiguen la atención de los padres (Gardner, 1992). Los padres pueden responder a los comportamientos agresivos o alterados de sus hijos mediante el rechazo, la disciplina dura o finalmente, “tirando la toalla”. Cualquiera de esas estrategias ha sido relacionada con la presencia de comportamientos antisociales prolongados en el tiempo (Farrington, 1994) y desembocan finalmente en el establecimiento de numerosos círculos viciosos. Los siguientes factores han sido repetidamente relacionados con la presencia de comportamientos antisociales de larga duración (Patterson et al, 1992): • Supervisión pobre. • Disciplina errática o excesivamente dura. • Escasa armonía entre los padres. • Rechazo del niño. • Escasa implicación en las actividades de los niños. Ya en 1925, Aichorn señalaba como un excesiva sobreevaluación de las posibilidades del niño e indulgencia en sus comportamientos, o lo contrario, un exceso de dureza en su educación, podían ser fundamentales en que el niño renunciara a adquirir los valores sociales (Millon et al, 2003). Levy diferenciaba entre el niño “privado” y el niño 162 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD “sobrevalorado”, remedando la clasificación de Millon del sociópata “antisocial” – producto de una crianza “dura”- y el sociópata “narcisista” –resultado de la sobrevaloración parental- (Millon et al, 2003). En relación con la escasa monitorización por parte de los padres, los estudios transversales han mostrado una correlación inversa entre la monitorización por parte de los padres y los problemas de conducta en los niños y adolescentes (Dishion & McMahon, 1998; Patterson & Stouthamer-Loeber, 1984). Esto puede ser debido a que los padres de los niños de peor comportamiento finalmente ”tiran la toalla” y dejan de controlar sus comportamientos (Vuchinich et al, 1992). Sin embargo, en su estudio de seguimiento de dos años de duración en el que se controló el nivel de alteración conductual, se encontró que un control laxo por parte de los padres predecía los problemas de conducta futuros del niño (Kilgore et al, 2000), lo cual sugiere que la falta de monitorización no sólo es debida al mal comportamiento de los niños. Esto puede ser debido a las características especiales de estos padres –alta tasa de TAP y abuso de substancias, madres muy jóvenes y que no viven con los padres biológicos, etc., pero también pueden ser correlatos no causales (Lahey et al, 2002). En conclusión, es necesaria más investigación para establecer que es primero en este círculo vicioso, la falta de control por parte de los padres o un niño “difícil”. En relación con el castigo físico, hay muchos estudios transversales y al menos dos estudios longitudinales en muestras comunitarias que señalan que tener un padre físicamente abusivo incrementa la posibilidad de problemas de conducta en la infancia (Cohen & Brook, 1995; Kandel & Wu, 1995). La edad de la madre también ha sido asociada al desarrollo de TAP. Los niños de madres muy jóvenes tenían una tasa incrementada de TC (Lahey et al, 2002). Esto puede ser debido a que estas madres no son sólo jóvenes sino también inadecuadas como madres y a las consecuencias que una maternidad temprana tendría en el seno de la familia (Jaffee et al, 2001). 163 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 3.7.3.2 Psicopatología de los padres y emparejamiento entre "iguales” Hay una asociación entre la historia familiar de TP y el desarrollo de TAP, pero no se sabe si esto es debido a un factor genético o ambiental (Coid, 1999). Los chavales con TC cuyos padres muestran más comportamientos antisociales o que presentan una sociopatía franca tienen más posibilidades de ser diagnosticados de TAP de adultos (Robins, 1966; Robins & Ratcliff, 1979). Los comportamientos antisociales en los padres se asocian más a la presencia de TO en sus hijos que a TC (Fischer et al, 1993). Tener un padre diagnosticado de TAP es un factor de riesgo de TAP en su progenie, aunque no está claro si esto es debido a la influencia de los genes, al ambiente o a ambos (Lahey et al, 1988; Moran & Hagell, 2001). La presencia de abuso de substancias por los padres también incrementa la probabilidad de que el niño tenga un TC (Loeber et al, 1995). Por otra parte, hay una tendencia a que los sujetos antisociales se emparejen entre sí, lo cual podría explicar porque los comportamientos antisociales se concentran en determinadas familias (Krueger et al, 1998; Moffit & Caspi, 2003). 3.7.3.3 Disputas maritales y violencia en la pareja Las disputas maritales han sido asociadas con la presencia de TC en los niños (Graham & Rutter, 1973). Se ha sugerido que es un factor de riesgo no específico, ya que también precede a otros trastornos (Moran & Hagell, 2001). Parece que tanto la intensidad como la frecuencia de los conflictos entre los padres, pero no el sexo ni la edad del hijo, están relacionados con el comportamiento futuro (Grych & Fincham, 1990). El divorcio per se no incrementa el riesgo de TC en ausencia de TAP en los padres (Lahey et al, 1988). Las implicaciones que tiene la violencia de pareja en la continuidad intergeneracional del comportamiento antisocial ha sido el objeto de una revisión excelente por parte de Moffit & Caspi (2003), por lo que aquí se resumen únicamente sus hallazgos más importantes. Los lectores interesados en el tema encontrarán de sumo interés el artículo original. Estos autores concluyen que: 164 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD • La violencia de pareja tiende a concentrarse en hombres y mujeres jóvenes no casados que cohabitan y que presentan su propia historia de problemas de conducta. • La violencia entre los padres predice el maltrato de sus propios hijos, ya que estos niños tienen un riesgo 3-9 veces mayor para el mismo. • Tanto el maltrato directo como ser testigo de las agresiones en la infancia predice la aparición de problemas de conducta en estos niños, que a su vez, tendrán una probabilidad mayor de maltratar a sus parejas en la adolescencia y edad adulta, resultando en un círculo vicioso de violencia intergeneracional y asegurando la transmisión de la misma a lo largo de generaciones. De hecho, la presencia de problemas de conducta en la infancia es el factor predictivo más poderoso de una futura violencia de pareja en la edad adulta. Los autores sugieren que las causas del TC pudieran ser las mismas que las de la violencia de pareja. • La violencia de pareja es un buen objetivo para la prevención. Estos autores también señalan como la violencia entre familiares es más persistente a lo largo del tiempo, mientras que la violencia callejera suele darse más en incidentes aislados. Asimismo, señalan los posibles caminos intergeneracionales de la violencia de pareja y el comportamiento antisocial avalados por la investigación: • Afectando a la calidad de la educación parental. • A través de la sensación de inseguridad que sienten los niños o porque estos se sienten responsables del conflicto. • Debido a que los niños imitan el comportamiento violento de sus padres. • Los comportamientos antisociales de los niños son secundarios a los genes y visualizar violencia no sería necesario para el desarrollo de los mismos. 3.7.3.4 Maltrato infantil Afortunadamente, la aseveración de que todos los niños abusados estaban condenados a ser adultos antisociales se ha probado falsa (Zingraff et al, 1993). Aun así, en diversos estudios longitudinales se ha demostrado que los niños abusados o que han sido descuidados por parte de sus padres tienen un riesgo mayor de TAP en la edad adulta (Luntz & Widom, 1994; Johnson et al, 1999). Lo que aún no se sabe es porque algunos niños desarrollan TAP, mientras otros no (Caspi et al, 2002). Podría ser debido a 165 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD que se generan problemas de vinculación o a la presencia de factores protectores en algunos niños. 3.7.3.5 Factores socioculturales El trastorno antisocial de la personalidad se da en todas las culturas. Sin embargo, en determinadas culturas se potencia el desarrollo de individuos antisociales; el ejemplo típico es la sociedad estadounidense, una cultura individualista en la que se promueve la independencia, la competitividad y en la que las relaciones de corta duración son frecuentes, mostrando una elevada prevalencia de TAP, mientras que lo contrario sería una sociedad como la de Taiwan, que es colectivista, que se caracteriza por aceptar la autoridad –especialmente en la figura paterna-, se promueven los valores familiares, sociales y de grupo y las relaciones estables son frecuentes, y donde la prevalencia del TAP es muy baja (Cooke, 2003). La prevalencia de TAP en Japón también es muy baja (Sato & Takeichi, 1993), pero esto no es extensible a todas las culturas asiáticas, ya que la prevalencia de TAP es elevada en Corea del Sur (Lee et al, 1987). Asimismo, Harpeding & Draeger (2003) encuentran que en las culturas caracterizadas por alta competitividad en los hombres, con escaso esfuerzo por parte de los padres en la crianza y por relaciones hombre-mujer no igualitarias, se potencian los rasgos antisociales, mientras que las que se caracterizan por la baja competitividad, el bajo número de hijos y por una relación igualitaria entre los hombres y mujeres, no promueven la presencia de rasgos antisociales. Además, hay que tener en cuenta que la cultura en la que un individuo vive, determina de alguna manera la educación que recibe por parte de los padres. El mismo Robins (1966) ya encontraba que en las familias judías la prevalencia de TAP era baja y lo atribuía a una estructura familiar sólida. Tal y como he señalado, una educación con unos límites claros y la adecuada supervisión por parte de los padres, parece disminuir el riesgo de que la progenie presente TAP. Por otra parte, tal y como señale previamente, la pobreza per se no incrementa la prevalencia de TAP, como se refleja en el hecho de que en los países occidentales, en las décadas tras la segunda guerra mundial hubo una época de esplendor sin precedentes, a pesar de lo cual hubo un gran incremento en la prevalencia de la psicopatía y de la criminalidad (Rutter & Rutter, 1993). Lo que explicaría una mayor prevalencia de TAP en un medio pobre sería la disfunción familiar (Paris, 2003). 166 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD 3.7.4 Genes e interacción genes-medio ambiente Hay una evidencia creciente de que los genes juegan un papel importante en los comportamientos agresivos (Cadoret et al, 1997; Miles & Carey, 1997; Plomin et al, 1990), así como en el trastorno antisocial de la personalidad y criminalidad, y que se de alguna manera está superpuesto en estos últimos, aunque no haya una correspondencia clara (Mealey, 1995). Esta autora señala que la heredabilidad de los comportamientos criminales contra la propiedad es de 0.60. Schulsinger (2003) encuentra entre su muestra de 5483 niños adoptados, 57 adoptados que fueron hospitalizados con el diagnóstico de psicopatía y los compara con 57 controles, encontrado más del doble de psicópatas en los familiares biológicos que en los familiares adoptados en los psicópatas adoptados, sin poderse demostrar la influencia de ningún factor ambiental. En un estudio de criminalidad en una muestra de 14427 hombres y mujeres adoptados entre 1924 y 1947 en Dinamarca, cuya muestra final fue de 4065 hombres adoptados, se encontró que la mayor proporción de sujetos con al menos una reclusión carcelaria se daba en el grupo que presentaban padres biológicos y adoptados criminales; sin embargo, la importancia del padre biológico era mayor, ya que la mayor proporción de criminales entre los adoptados era en el grupo cuyos padres biológicos eran criminales a su vez (Hutchings & Mednick, 1977). Asimismo, parece que la importancia de los genes en la continuidad de la violencia intergeneracional es menos que de la mitad (Moffitt & Caspi, 2003). Por otra parte, son numerosos los investigadores que encuentran que el papel de los genes es de mayor importancia en los comportamientos antisociales del adulto, mientras que el medio ambiente parece fundamental para determinar la presencia de un TC en la infancia o el comportamiento antisocial en la adolescencia (Rutter, 1996; Lyons et al, 1995). Esto concuerda al menos parcialmente con la teoría de Moffit (1993a) de la diferenciación entre el comportamiento antisocial limitado a la adolescencia y el comportamiento antisocial de por vida, de manera que en el primero el comportamiento antisocial se puede entender más como un estilo adaptativo a las circunstancias ambientales. Por otra parte, en hombres –pero no en mujeres-, un pasado biológico antisocial se asocia a la presencia de TO, mientras que las influencias ambientales adversas se relacionan más al diagnóstico de TC, lo que sugiere que habría diversos caminos para el desarrollo de TAP y que la presencia temprana del TO pudiera ser la 167 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD expresión de algunos genes relacionados con el comportamiento antisocial (Langbehn et al, 1998). La prevalencia del TAP en los familiares de niños diagnosticados tanto de TC como de hiperactividad es mayor que lo esperable (Faraone et al, 1991; Lahey & Loeber, 1997). Los padres de los niños con TC es más probable que tengan TAP, pero no los padres de los niños hiperactivos (Stewart et al, 1980), lo cual sugiere que hay un mayor vínculo genético para la continuidad TC-TAP que para la hiperactividad-TAP. La interacción genes-ambiente es fundamental para explicar el comportamiento antisocial (Lahey et al, 1999; Rutter, 1997). Así, Lykken (1995) señala que los niños que heredan u temperamento “fácil” no tendrán problemas en el proceso de socialización a pesar de la incompetencia de los padres, mientras que aquellos que tienen un temperamento “difícil”, desarrollaran una sociopatía a menos que tengan unos padres muy competentes. Son numerosos los estudios que demuestran la importancia de esta interacción tanto en el trastorno antisocial de la personalidad como en la criminalidad, de manera que los niños adoptados que presentan mayor riesgo para ambas situaciones son aquellos que tienen tanto una mala dotación genética, como un medio ambiente pernicioso (Mealey, 1995). Asimismo, es más probable que las mujeres transmitan el riesgo genético para la criminalidad a su descendencia que los hombres (Baker et al, 1987) y los varones adoptados son más sensibles a la influencia de los factores de riesgo medioambientales adversos que las niñas (Cadoret & Cain, 1980). En relación a los comportamientos agresivos, los estudios de adopción y gemelos sugieren que están influidos, en orden decreciente de importancia, por el ambiente familiar compartido – como el estilo de educación parental, escolarización o estatus socioeconómico-, el ambiente familiar no compartido y el efecto de los genes (Scott, 1998). Sin embargo, hay evidencias crecientes de que, en contra de lo tradicionalmente asumido, en el desarrollo del comportamiento antisocial pudiera ser más importante el ambiente familiar no compartido que el ambiente familiar compartido, ciertos eventos que tendrían significación para el individuo y que resultan muy difíciles de estudiar sistemáticamente; es decir, que las relaciones que cualquier niño establece con sus progenitores es distinta y, en cierto modo, dependiente de su dotación genética, lo que le hará interesarse más por 168 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD algunas experiencias e interpretarlas de manera única (Dunn, 1990; Mealey, 1995; Rowe & Plomin, 1981). En un estudio con 197 niños adoptados de padres diagnosticados de TAP, la presencia de TAP en alguno de los padres biológicos se asociaba a un incremento de la agresividad y a TC en la adolescencia, así como a comportamientos antisociales en la edad adulta (Cadoret et al, 1995). Asimismo, un ambiente familiar adverso predecía independientemente un incremento en los comportamientos antisociales en el adulto, concluyendo los autores que tanto un ambiente adverso como la interacción de los genes con el ambiente tienen un papel en el desarrollo de la agresividad y el TC. En un interesante estudio que investiga la interacción entre los genes de la monoaminoxida A (MAOA) y el maltrato en relación con los comportamientos antisociales, y teniendo en cuenta cuatro medidas del mismo apropiadas a los diferentes estadios del desarrollo –presencia de TC en la adolescencia, prisión por crímenes violentos, tendencia de la personalidad a la violencia o la presencia de síntomas de TAP a los 26 años-, se encuentra que las cuatro medidas encajan en un modelo común en el que los hombres con elevada MAOA estaban, de alguna manera, “protegidos” de los efectos del maltrato, de manera que los comportamientos antisociales eran más improbables (Caspi et al, 2002). Además, la presencia de flexibilidad –y no resiliencia, inadecuada castellanización del término inglés resilience- en los niños parece protegerles del efecto nocivo del maltrato. 3.7.5 Otros factores En relación con el sexo, son pocos los estudios que han abordado cuales son los precursores, el desarrollo evolutivo del TAP y el problema de la continuidad de estos trastornos de la infancia y adolescencia en las mujeres (Moran & Hagell, 2001). Esto puede ser parcialmente explicado a que los criterios DSM-III-R para el TC no son apropiados para mujeres (Zocolillo, 1993) o a que la frecuencia del TAP es mucho mayor en hombres (ratio hombre/mujer de entre 2:1 a 7:1) (Cohen et al, 1993; Girolano & Reich, 1993). Asimismo, también se podría hipotetizar que las mujeres son más frecuentemente diagnosticadas de TP límite o histriónico, mientras que los hombres reciben con mayor frecuencia el diagnóstico de TAP, lo cual pudiera ser un artefacto de las clasificaciones actuales, en las que el diagnóstico del TAP está excesivamente fundamentado en el comportamiento antisocial observable, cuyos criterios son más 169 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD fácilmente cumplibles por los varones. De hecho, se ha postulado que la histeria en las mujeres pudiera ser el equivalente del TAP en el hombre (Cloninger et al, 1975). Harpeding & Sobus (1995) señalan que las manifestaciones comportamentales de la histeria en la mujer –promiscuidad, dependencia fatalística y búsqueda de atención- son manifestaciones análogas del TAP en el hombre. De todos modos, la teoría de Moffitt sobre la diferenciación de TC limitado a la adolescencia y TC de por vida, puede ser válido también en mujeres (Moffitt & Caspi, 2001). La mayoría de mujeres que muestran comportamiento antisocial son las del subgrupo de TC limitado a la adolescencia. El subtipo de TC de por vida es muy raro en mujeres, lo cual se puede explicar por la menor frecuencia de déficit neurocognitivo, hiperactividad y temperamento incontrolado en las mujeres, lo que se refleja en una menor tasa de delincuencia (White et al, 1996). El grupo de mujeres que empiezan a presentar comportamientos antisociales en la adolescencia son aquellas que presentan una menarquia temprana y que estudian en colegios mixtos, lo que sugiere que es más producto de una influencia medioambiental, al juntarse a compañeros antisociales mayores que ellas, siendo esperable que estas chicas sean capaces de superar su período antisocial (Mealey, 1995). Silverthorn & Frick (1999) opinan, sin embargo, que sólo hay un grupo de mujeres antisociales, que son las que ellos llaman de “inicio tardío”, que sería muy similar al TC de por vida presente en los hombres. Además, otros autores señalan que hay evidencias de un grupo de inicio de adultas, que sería el más frecuente en mujeres (Kratzer & Hodgins, 1996). En relación a la influencia del embarazo y los factores perinatales, hay pocos estudios que aborden su potencial influencia sobre el comportamiento antisocial (Arseneault et al, 2000; Campos et al, 1983). La malnutrición severa prenatal durante el primer y segundo trimestre ha sido asociada con un riesgo incrementado de TAP en varones adultos jóvenes (Neugebauer et al, 1991), aunque hay que tomar con cautela este hallazgo, debido a que se trata de un estudio retrospectivo. Las anormalidades faciales menores se han asociado a hiperactividad (Fogel et al, 1985) y al comportamiento criminal en el adulto (Kandel et al, 1989). Waldrop & Halverson (1968) sugirieron que lo que predecía la presencia de problemas de conducta era el número total de anormalidades, más que la presencia de alguna específica. Sin 170 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD embargo, en un estudio más reciente se encuentra que las anormalidades menores de la boca asociado a la adversidad en el entorno familiar se asociaban a la delincuencia en la adolescencia (Arseneault et al, 2000). 3.7.6 Factores protectores Muchos niños, a pesar de tener varios factores de riesgo para el desarrollo de TAP, no lo desarrollan gracias a la presencia de factores protectores o a la desaparición de los factores implicados en el mantenimiento del comportamiento antisocial. Es muy poco lo que se conoce sobre los factores de protección, lo cual impide que se pueda aplicar en los programas preventivos (Moran & Hagell, 2001). Rutter (1994) señala que los factores de protección son especialmente importantes en las épocas de transición del desarrollo Por otra parte, probablemente sería más útil conceptualizar los factores de manera dimensional, más que como variables dicotómicas, en el sentido de considerar a un factor como “de riesgo” cuando se le considera poco ventajoso, y como “protector” cuando es ventajoso (Lahey et al, 2002). Se han sugerido que en los niños con TC una disciplina estricta –que no severa- o adecuada, incluso cuando los padres eran antisociales, pudiera ser un factor de protección (Robins, 1966), la estabilidad familiar (Quinton et al, 1993), tener un CI verbal mayor o igual a 115, una familia con elevados recursos y una madre con educación superior Lahey et al (2002). Las relaciones de apoyo en el medio de convivencia también podrían proteger de la carrera antisocial (Rutter et al, 1990). Tener pocos amigos cuando se tiene ocho años también puede proteger a los chavales vulnerables, lo cual podría ser explicado porque minimizaría la posibilidad de que estos niños tengan un “ejemplo” del que aprender (Farrington et al, 1988). En un estudio con 115 estudiantes latinos se encuentra que la percepción por parte del estudiante del soporte social, de la supervisión por parte de los padres y la participación en la clase pueden actuar también como factores protectores (Morrison et al, 2002). 3.7.7 Modelos del desarrollo del TAP Hoy por hoy, no hay un modelo evolutivo del trastorno antisocial de la personalidad (TAP) aceptado universalmente y que emule al desarrollado por Farrington 171 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD para los delincuentes (Farrington, 1990; 1994; 1995; 1998). Esto se debe probablemente a que la investigación de los factores de riesgo del TAP no ha derivado en el desarrollo de un modelo satisfactorio integrador del mismo (Loeber et al, 2003). Farrington (1990) encontró que los factores independientes que se asociaban con mayor frecuencia a “convicciones” eran presentar un bajo nivel socioeconómico, una mala educación por parte de los padres, el fracaso escolar, tener parientes antisociales, la impulsividad y el comportamiento antisocial durante la infancia. Hay autores que sugieren que se aplique su modelo de delincuencia al TAP (Manzano et al, 1994). Probablemente, uno de los principales temas que se deba abordar en el desarrollo de un modelo evolutivo del TAP es que incluya una explicación sobre la estabilidad y variabilidad en la expresión de los comportamientos antisociales a lo largo del desarrollo del individuo y del continuum de los problemas de conducta en la población general (Loeber & Hay, 1994). La importancia de aportar un modelo conceptual del desarrollo capaz de organizar de manera coherente y lógica los factores de riesgo del TAP reside en que se pueda derivar de él una serie de estrategias preventivas que reduzcan la incidencia del mismo. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la asociación longitudinal entre algunos factores de riesgo y el TAP en la edad adulta no implica necesariamente causalidad (Simonoff et al, 2004). Asimismo, puede que no se pueda intervenir sobre algunos de los factores de riesgo, como por ejemplo, algunas disposiciones temperamentales heredadas. 3.7.7.1 Modelos de psicopatía infantil Lynam (1996) aporta un modelo conceptual de la psicopatía en la adolescencia en el que los chavales con el diagnóstico comórbido de hiperactividad –entendida como trastorno- y trastornos de conducta eran más agresivos y presentaban un mayor riesgo de presentar conductas criminales y problemas legales. Vitacco & Rogers (2001) señalan que a pesar de ello, el papel que juegan la hiperactividad –como síntoma-, la impulsividad y los problemas de atención permanece sin ser adecuadamente explorado. Estos autores comentan que los niños pueden presentar, de igual manera que los adultos, problemas en la regulación comportamental, impulsividad y rasgos psicopáticos, siendo aquellos niños que muestran tanto impulsividad como rasgos de crueldad los que emularían el modelo de desarrollo de dos vías de la psicopatía del adulto. En su estudio transversal con 79 adolescentes delincuentes intentaron medir cual era el “peso” 172 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD diferencial de la impulsividad, el trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH) y la búsqueda de sensaciones como factores predictores de la psicopatía en la adolescencia, encontrando que sólo la impulsividad tenía un papel significativo, y que era, de cualquier manera, modesto. Asimismo, encuentran que en el modelo de Lynam, el componente de trastorno conductual eclipsaba el componente de hiperactividad. Christian et al (1997) encuentran un subgrupo de niños que muestran impulsividad y crueldad, de manera que este último factor pudiera influenciar de manera independiente el tipo y persistencia de comportamiento antisocial. Frick et al (2003) van un poco más allá y sugieren un modelo en el que una baja inhibición comportamental derivaría en el desarrollo de rasgos de crueldad y falta de emociones, siendo la combinación de ambos factores lo que determina la presencia de problemas de conducta, incluyendo la psicopatía. 3.7.7.2 Modelos de psicopatía y TAP en el adulto Ya en los años 70, Cloninger aporta el modelo de los “dos umbrales”, que es un modelo poligénico que intenta explicar las diferencias entre sexos (Cloninger et al, 1978) y la naturaleza del mismo (Cloninger et al, 1975). Según éste, los sujetos antisociales están en el final del extremo de una distribución normal cuyo componente genético es poligénico y limitado al sexo, de manera que si los genes de los cuales depende el TAP se “disparan” ante la presencia de testosterona u otro andrógeno, este trastorno se da más en los hombres. Por ello, la carga genética para expresar el TAP debe ser mayor en las mujeres que en los hombres, lo que se sustenta en el hecho de que la progenie de una madre con TAP tiene mayor riesgo de heredarlo que la progenie de un padre con TAP. Sin embargo, a pesar de que los hombres requerirían una menor carga genética para expresar el trastorno, son a su vez más influenciables por el medio ambiente que las mujeres, especialmente en los primeros años de su vida. Siever & Davis (1991) defienden un modelo neurobiológico en el que la personalidad antisocial es el resultado de la combinación de anormalidades temperamentales: la impulsividad –regulada por los niveles de serotonina- y una elevada activación comportamental –regulada por elevados niveles de monoaminas-. Los psicópatas tendrían (1) un procesamiento cortical aberrante derivado de la influencia de los genes o tempranas influencias ambientales y (2) una disfunción en la regulación 173 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD serotononinérgica, que sería lo que determinaría si la psicopatía se manifiesta, bien en forma de un comportamiento manipulador o de delitos tipo “estafa”, o bien a través de un comportamiento violento y cruel. La presencia únicamente de la disfunción serotoninérgica se manifestaría en forma de impulsividad/agresividad en los TP límite y narcisista, que pueden sentir culpabilidad en relación a sus comportamientos y desear que estos cambien, lo que hace que puedan buscar tratamiento y quizá responder a los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina; por otro lado, los psicópatas que no presentan un comportamiento violento, podrían tener un procesamiento cortical aberrante con un buena regulación serotoninérgica, no buscarían trabajo y serían vistos en el medio forense por actos delictivos; finalmente, aquellos sujetos con ambos déficits podrían corresponderse con los asesinos violentos que no demuestran arrepentimiento por su comportamiento (Siever, 2003). Paris (2003) postula un modelo biopsicosocial, considerando que los factores aportados por Siever & Davis pueden ser necesarios pero no suficientes. Para el desarrollo del TAP sería además necesaria la acción de factores psicosociales, especialmente la educación que se recibe en un medio disfuncional familiar, generalmente en el contexto de un ambiente social desintegrado. Es decir, que los sujetos antisociales serían el resultado de la presencia de unos rasgos de personalidad que los haría más vulnerables a la influencia de un medio familiar y social caótico y desestructurado. Los modelos cognitivos no pueden dar una explicación global satisfactoria del comportamiento de los individuos antisociales (Mealey, 1995). El razonamiento y comportamiento moral va evolucionando según la edad (Rushton, 1995). Kohlberg (1995) postula un modelo de desarrollo moral en el que el mismo queda supeditado al desarrollo cognitivo, pero otros autores sugieren que el niño ya viene preparado para responder de manera empática cuando presencia la angustia en un congénere, aunque todavía no tenga la capacidad cognitiva para saber que es lo que está sucediendo y que estaría motivado por la propia necesidad del niño de reducir su propia angustia generada tras esa situación (Hoffman, 1975). Parece que, el que surjan la empatía y otras emociones sociales, es un prerrequisito necesario para la existencia del comportamiento 174 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD moral, para cuyo aprendizaje estaríamos ya, desde muy pequeños, biológicamente preparados. La habilidad para actuar intencionadamente de manera prosocial o antisocial depende de que se desarrolle un cierto nivel cognitivo (Mealye, 1995). Desde un punto de vista evolutivo, se ha señalado como la presión competitiva por la obtención de fuentes –de alimentación, de una posición económica, etc.- y de oportunidades de emparejamiento, podría llevar a los individuos menos dotados en las mismas a mostrar un comportamiento antisocial (Siever & Davis, 1991). Así, MacMillan & Kofoed (1984) postulan un modelo de TAP en hombres que señala que lo que determina el comportamiento antisocial del individuo y la evolución de la sociopatía se basa en el oportunismo sexual y la manipulación. Harpending & Sobus (1995) señalan que las manifestaciones comportamentales de la histeria en la mujer –promiscuidad, dependencia fatalística y búsqueda de atención- son manifestaciones análogas del TAP en el hombre. En un intento por conjuntar los modelos del desarrollo y los modelos de la evolución, Linda Mealey (1995) ofrece un modelo integrador de la sociopatía –entendida como TAP-, que no hace sino recoger la evidente creciente que hay al menos dos desarrollos evolutivos que derivan en el TAP (Lytton, 1990; White et al, 1996), y que son un ejemplo excelente de como se pueden desarrollar fenotipos similares desde interacciones genotipo-medio ambiente muy distintas (Siever & Davis, 1991). Mealey (1995) parte de la base de que los sociópatas están preparados para el engaño en la interacción social y son el producto de presiones evolutivas que, a través de complejas interacciones entre los genes y el medio ambiente, lleva a estos individuos a desarrollar una estrategia predatoria y manipuladora de las relaciones interpersonales. Según esta autora, existiría una predisposición genética para la sociopatía que estaría distribuida normalmente en la población. Aquellos sujetos en el extremo “negativo” del continuum genético –los sociópatas primarios o “locos morales”- se caracterizan por heredar un genotipo que se traduciría en unas disposiciones temperamentales y patrón de baja activación autonómico que les predispone para adquirir y que se refuercen las conductas antisociales, y que no respondan a los estímulos ambientales necesarios para el desarrollo social y moral, como puede ser el aprendizaje a través del castigo, de manera que no 175 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD progresarían en las etapas normales del desarrollo moral y no podrían adquirir las emociones sociales de vergüenza, culpa, empatía, amor y remordimiento, mostrando crónicamente comportamientos antisociales sin emoción en cualquier cultura o sociedad. Dado su componente genético, se daría en todos los estratos socioeconómicos y al ser impermeables a la influencia medioambiental, la mayoría de los sociópatas de clases económicas acomodadas serían sociópatas primarios. Asimismo, no tendrían hándicaps intelectuales, por lo que en la interacción social se moverían únicamente mediante una estrategia de coste-beneficio. Estos individuos se corresponderían con los niños que muestran un trastorno de conducta “no socializado”, siendo secundario a una dotación genética inadecuada. Por otra parte, los sociópatas secundarios no estarían tan en el extremo del continuum genético, pero acabarían siendo fenocopias de los sociópatas primarios si las circunstancias medioambientales tempranas estimulan el desarrollo de comportamientos antisociales. Además, debido a que su desarrollo depende del medio ambiente, en general, provendrían de un extracto socioeconómico bajo, pudiendo explicar, al menos parcialmente, las diferencias de prevalencia en las distintas culturas. El sociópata secundario no presentaría comportamientos antisociales generalizados –sino sólo en determinadas circunstancias ambientales y en relación con otros factores, como los hormonales- y sí que presentarían ansiedad ante el castigo y podría aprender del mismo, lo cual le posibilita adquirir las emociones sociales. Serían los niños que presentan un trastorno de conducta “socializado”, siendo en su desarrollo las influencias ambientales fundamentales. El sociópata primario usaría únicamente estrategias antisociales en las interacciones con los demás, y el sociópata secundario usaría estrategias sociales de cooperación o de engaño según el ambiente en el que se mueve. Además, la autora defiende que todos nosotros presentamos manifestaciones subclínicas de sociopatía que, en unas condiciones medioambientales que potenciaran el comportamiento antisocial frente al prosocial, serían activadas. Recientemente, Loeber, Green & Lahey (2003) han sugerido un modelo del desarrollo jerárquico en el que el TAP sería el resultado del desencadenamiento gradual y progresivo de trastornos de conducta a lo largo del tiempo, primero del trastorno oposicionista (TO) y luego del trastorno de conducta (TC), en el que el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) estaría asociado a un inicio precoz del TO y 176 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD TC, y en el que los chicos con un inicio precoz de TC y con problemas de conducta más graves y mayor agresividad tendrían un riesgo mayor de TAP. Este modelo, sin embargo, no explica porque muchos niños son diagnosticados de adultos de TAP, mientras que otros son capaces de escapar del camino antisocial. Asimismo, teniendo en cuenta que el TAP es considerado un trastorno de etiología multifactorial, este modelo se antoja demasiado simplista y uno tiene la sensación de que están describiendo “únicamente” la principal vía de desarrollo del TAP. Así, por ejemplo, uno se pregunta como explicar que, aceptando una prevalencia media del TAP del 3% en los adultos, los TC de inicio precoz –que son los más estrechamente relacionados con el desarrollo del TAP- sean tan infrecuentes. En otro modelo (“de novo entry model”) se defiende la posibilidad de que se pueda presentar un TAP sin que se requiera la presencia previa de un TO o TC (Loeber et al, 2003), pero la mayoría de autores defienden que la presencia de un trastorno de conducta es condición necesaria, aunque no suficiente, para que se de un TAP de adulto (ver capítulo de factores precursores) y, de hecho, así se establece en el DSM-IV. Tal y como señalo en el capítulo de factores precursores, aproximadamente un 90% de los adultos diagnosticados de TAP han presentado previamente un TC. El 10% restante de niños que no cumplen criterios de TC en la infancia, puede ser explicado bien a un fallo metodológico -los investigadores no los evaluarían adecuadamente- inherente a que son trabajos retrospectivos o bien, a que pudiera haber algún otro camino evolutivo que lo explicara, de ahí la postulación de este modelo. Finalmente, otro de los modelos postulados es el denominado “Marco Conceptual Longitudinal para delincuentes de alto riesgo con trastornos de la personalidad” (Coid, 2003). En este modelo se asume que se van “quemando” etapas y que la gravedad de la conducta antisocial y del TAP va aumentando a lo largo del tiempo. La transición de una etapa a otra dependería del equilibrio entre los factores de riesgo y protectores que operarían durante la infancia y la adolescencia. 3.7.7.3 Proposición teórica de un modelo de TAP en varones El modelo que se presenta es el resultado principalmente, de la revisión crítica de los factores precursores del TAP, por lo que es necesaria la lectura de este capítulo para 177 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD poder aprehender adecuadamente el modelo, así como de los modelos previos comentados en este capítulo. Se trata de un modelo teórico en el que se pueden encontrar elementos similares a los aportados por Mealey, pero desde una perspectiva psicopatológica y no sociobiológica. Se trata, evidentemente, de un estudio principalmente teórico y que por tanto, precisa de confirmación empírica para que se pueda establecer cual es la varianza de cada uno de los factores implicados en el desarrollo del TAP. Los genes se relacionan con diversos rasgos de personalidad, como la impulsividad, la búsqueda de sensaciones, la agresividad, la hiperactividad y los déficits neuropsicológicos y covarían con otros problemas de conducta (Hutchings & Mednick, 1977). Tal y como hemos señalado, la agresividad, los comportamientos antisociales y la criminalidad muestran unos niveles significativos de heredabilidad (Cloninger et al, 1978). Los sujetos con TAP presentarían una mayor probabilidad de portar genes que puedan traducirse en la presencia de un temperamento “difícil” o de dimensiones temperamentales como una elevada impulsividad o un reducido condicionamiento a estímulos que provocan miedo (Mednick & Moffitt, 1985) y trastornos psicopatológicos como el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) y el trastorno de conducta (TC), que colocarían a un número de niños en situación de riesgo para desarrollar TAP. El papel de los genes puede ser variable, en relación con la dimensión temperamental y/o con la condición psiquiátrica. Así, por ejemplo, el papel de los genes sería más importante en el diagnóstico del trastorno oposicionista (TO), el TC de inicio precoz y el comportamiento antisocial del adulto, mientras que el medio ambiente es crucial en el comportamiento antisocial del adolescente (Langhben et al, 1998; Moffitt, 1993). De hecho, los genes se relacionan más estrechamente con los casos severos de TC –que es más probable que continúen la “carrera antisocial”-, mientras que los factores medioambientales están implicados en la mayoría de casos de TC –abandonando muchos de ellos el camino antisocial- (Paris, 2003). En este modelo, el TO y el TC de inicio precoz serían condiciones necesarias pero no suficientes para el desarrollo del TAP. Aunque en mi opinión el TO es normalmente un precursor del TC, también es posible que el TO lleve directamente al desarrollo del TAP, aunque esta es un área que precisa de más investigación, especialmente durante la adolescencia. La presencia de peleas 178 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD persistentes a lo largo del tiempo y en diferentes ambientes podría ser un marcador de continuidad de los problemas de conducta. En relación a la hiperactividad, aunque son varios los autores que consideran que puede derivar directamente en el TAP, en el modelo presentado ejercería su influencia principalmente a través del TO y TC, y la interacción de ambas condiciones incrementaría la posibilidad de desarrollar el TAP. Los factores psicosociales son fundamentales para determinar si los rasgos de personalidad heredados se traducen o no en un trastorno de personalidad observable (Paris, 2003). En relación con el medio ambiente y familiar, los niños en riesgo es más probable que sean los hijos de madres jóvenes y de que ambos padres presenten algún trastorno psiquiátrico, especialmente TAP. Además, la probabilidad de que vivan en un medio ambiente “de riesgo” en el que una educación parental pobre –como una pobre supervisión, una disciplina dura o errática, un rechazo abierto del niño, una pobre implicación en sus tareas, o las disputas maritales (Farrington, 1994)- y el maltrato, entre otros, es mayor. Además de una pobre educación por parte de los padres, estos pueden ser un pobre modelo para su progenie. La pobreza per se no sería un factor fundamental, y ejecutaría su acción negativa sólo a través de la disfunción familiar (Mednick & Moffitt, 1985). Desde que son muy jóvenes, la interacción entre las dimensiones temperamentales y trastornos psicopatológicos derivados de una dotación genética y un ambiente negativos iniciaría una cascada de círculos viciosos en los que el comportamiento antisocial es potenciado. Estos niños, presentarían un temperamento y trastornos psicopatológicos que los hace más difíciles de criar en el medio familiar y si tienen hermanos, tienden a ser considerados como la “oveja negra” y a mantener una mala relación con sus cuidadores, o al menos peor de la que tienen sus hermanos. De la misma manera que los adultos con TAP son rechazados por la mayoría de individuos de la sociedad y acaban asociándose con individuos de similares características, los niños agresivos o que son diagnosticados de TC son rechazados por sus homólogos en la infancia, lo cual deriva en que se junten con otros niños antisociales (Scott, 1998). Asimismo, las dificultades neuropsicológicas –que es más frecuente que presentencontribuyen a que sea más probable el fracaso en el medio escolar. El hecho de que estos niños pueden estar peor dotados para un medio competitivo como el académico y el consecuente fracaso escolar, hace más probable que se asocien a otros niños o 179 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD adolescentes parecidos a ellos y con los que sí pueden competir. Si esta estrategia es adaptativa, es decir, estos niños son “respetados” dentro de su grupo por su comportamiento antisocial, que sería reforzado positivamente y que pudiera derivar en otras ganancias, como el tener más oportunidades de relaciones sexuales (Siever & Davis, 1991). Además, en la adolescencia se hace especialmente importante la monitorización por parte de los padres, así como el poner límite a sus conductas –aunque esto es importante a lo largo de todo el desarrollo del individuo-. De adultos, estos niños tienen menos oportunidades laborales y tienden a emparejarse con sujetos con similares problemáticas. Si tienen descendencia, este círculo vicioso se reiniciaría. Por otra parte, los factores ambientales que influyen en el inicio de un trastorno no tienen porque perpetuarse y pueden ser distintos a los factores que hacen que el trastorno, una vez iniciado, se mantenga (Loeber et al, 1995). Éste es uno de los puntos menos investigado en la carrera antisocial, especialmente en el TO y la hiperactividad. Así, el papel de los genes se ejercería de manera indirecta (Moran & Hagell, 2001), a través de las disposiciones temperamentales y los trastornos psicopatológicos. Pudiera ser dicho que los genes son la yesca, que necesita de una llama -el medio ambiente-, que están en continua interacción a lo largo del desarrollo, pudiendo derivar en que un individuo finalmente sea diagnosticado de TAP de adulto o que, pueda ser capaz de “escapar” de este camino, en el caso de que haya factores protectores o desaparezcan los factores de riesgo. Una educación parental inadecuada y otros factores medioambientales pueden ser vistos como el mecanismo a través del cual los genes que regulan las disposiciones temperamentales y los trastornos psiquiátricos son iniciados y modulados. Lo que aún no sabemos es el porcentaje de varianza que puede atribuirse a cada uno de estos factores de riesgo y que interacciones son necesarias para que se desarrolle el TAP. Se puede sugerir un umbral genético-ambiental en el que a mayor carga genética, menor es la necesidad de un medio ambiente disfuncional; así, si un niño hereda una mala carga genética, pero recibe una educación parental adecuada y vive en un medio familiar no disfuncional, es posible que no llegue a presentar comportamientos antisociales o que estos no sean exagerados. Lo que aún estaría por determinar es si el ambiente es capaz de ejercer alguna influencia sobre determinadas dimensiones 180 Hilario Blasco Fontecilla TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD temperamentales heredadas, como la extrema frialdad emocional que algunos niños demuestran a muy temprana edad y en medios familiares aparentemente no disfuncionales, lo cual sugiere que no siempre sería necesaria la presencia de un medio ambiente disfuncional en el desarrollo de algunos subtipos de TAP, como la psicopatía, limitando asimismo, la posibilidad de la prevención. Afortunadamente, estos casos serían los menos frecuentes. Por otra parte, los factores protectores y las estrategias preventivas podrían “parar” la carrera antisocial en algunos casos. De hecho, Paris (2003) señala que incluso una mala dotación genética y un ambiente educativo inadecuado no son a veces una condición suficiente para desarrollar un TAP, ya que la mayoría de los niños presentan una gran resistencia a los avatares de la vida (Rutter & Rutter, 1993). Asimismo, los niños y adolescentes que finalmente desarrollan un TAP, tienen un riesgo incrementado de criminalidad, pero incluso aunque las opciones terapéuticas sean limitadas, la presencia de factores protectores como una buena relación marital, pueden evitar que se llegue a la delincuencia. Tal y como hemos señalado en el capítulo de introducción conceptual, la mayoría de autores defiende la existencia de al menos dos subtipos de individuos antisociales –los no psicopáticos y los psicópatas verdaderos- que serían el resultado de dos caminos evolutivos distintos. Quizá la hipótesis mejor fundamentada es la de Moffit (1993), quien diferencia entre comportamiento antisocial limitado a la adolescencia (1) y de por vida (2) y cuyo modelo se ajusta perfectamente al modelo presentado. Algunos niños se vuelven oposicionistas en la mitad de la adolescencia y aunque no se ha estudiado su relación con el trastorno de conducta, estos niños podrían corresponderse con el grupo de Moffit de chavales que presentan un comportamiento antisocial limitado a la adolescencia (Cohen et al, 1993). En el modelo presentado, habría un continuum conductual entre los individuos considerados “normales” y los diagnosticados de TAP, pasando por individuos que presentan comportamientos antisociales aislados e individuos con algunos criterios de TAP –TAP subumbral-. La mayoría de sujetos con TAP serían los formados por los sujetos antisociales no psicópatas. La psicopatía, tal y como se sugiere en el capítulo de introducción conceptual, estaría formado por un pequeño subgrupo de individuos que 181 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD serían los más agresivos y fríos emocionalmente, y con una relación más estrecha con la criminalidad y probablemente una mayor carga genética. La diferenciación entre los sujetos antisociales no psicopáticos y los verdaderos psicópatas se podría postular bien en términos cuantitativos, es decir, los psicópatas heredarían una serie de genes -que a su vez se traducirían en unas dimensiones temperamentales como la impulsividad o búsqueda de novedad, alteraciones cognitivas y trastornos psicopatológicos- que les situaría al final del extremo de un continuum, o bien se puede plantear la hipótesis de que la diferencia sea de carácter cualitativo, en el sentido de que los psicópatas verdaderos heredarían no sólo los genes que regulan una mayor impulsividad, agresividad, búsqueda de sensaciones, etc., sino también un déficit específico en las emociones que se ponen en juego en la interacción con los demás (el amor, la culpa, la vergüenza, la empatía y el remordimiento), lo cual haría imposible que estos individuos se deprimieran genuinamente y los haría menos subsidiarios tanto de prevención como de tratamiento, con todas las implicaciones ético-morales que esto implica (¿qué hacer con un niño o adolescente al que se considera “irrecuperable” para la Sociedad?). De hecho, esto se sustenta, entre otros, en las sugerencias de diversos autores ya señalados previamente de que la crueldad juega un papel fundamental en el desarrollo posterior de las alteraciones conductuales (Frick et al, 2003). Esta discusión, algo más desarrollada en el capítulo de introducción conceptual, no tiene respuesta hoy en día. 182 Hilario Blasco Fontecilla Peleas frecuentes FACTORES DE RIESGO PARA EL INICIO DEL TC: - Bajo nivel SEC y CI bajo - Madre muy joven - Síntomas tempranos de TO - Padres que abusan de substancias TO TC de inicio precoz 10 años FACTORES DE RIESGO PARA LA PERSISTENCIA: - CI bajo - TDAH - Padres con TAP TC de inicio en la adolescencia 183 Hilario Blasco Fontecilla CRIMINALIDAD 18 años Comportamientos antisociales Comportamiento “normal” TAP subumbral PSICOPATÍA TAP PERSONALIDAD MEDIO AMBIENTE: disputas maritales, estilos de educación parental, maltrato, psicopatología de los padres, etc. GENES TDAH TEMPERAMENTO (disregulación comportamental, hipoarousal, impulsividad, crueldad, etc.) Figura 4. Modelo jerárquico del desarrollo del TAP. TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD LA CONDUCTA SUICIDA 184 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA 4 LA CONDUCTA SUICIDA. 4.1 Introducción La magnitud del problema del suicidio es difícilmente minimizable (Lambert, 2003). El suicidio se encuentra entre las diez primeras causas de muerte en todas las edades en la mayoría de países desarrollados (Diekstra, 1993). El suicidio es la segunda causa de muerte en hombres y la cuarta en mujeres en el rango de edad de 15 a 44 años en Europa (Jacobson & Renberg, 1999). El suicidio supone la tercera causa de muerte en los adultos de entre 15 y 44 años en EE.UU (CDC, 1998). Se estima que cada año se realizan entre 10 y 15 millones de intentos suicidas, consumándose en aproximadamente un millón de personas (Wasserman, 2000). En Estados Unidos intentan el suicidio cada día 1500 personas y aproximadamente lo consuman unas 86 personas al día, lo que supone aproximadamente unas 30000 muertes/año debidas al suicidio (CDCP, 1993). En ese país, el suicidio es actualmente la octava causa de muerte, y supone más muertes que el homicidio, con una relación de tres a dos (CDC, 2000). La prevalencia de intentos de suicidio en el National Comorbidity Survey (NCS) es del 4.6 % (Kessler et al, 1999) y en el estudio ECA DEL 4.3% (Moscicki et al, 1988). La prevalencia a lo largo de la vida de los intentos de suicidio oscila entre 728 y 5930 casos por 100000 individuos (Welch, 2001). Asimismo, el problema del suicidio cobra especial importancia en los servicios de urgencia, calculándose que el comportamiento suicida está implicado en al menos un tercio de las valoraciones efectuadas en los servicios de urgencias psiquiátricas (Dhossche, 2000). Intentar delimitar por qué una persona se suicida, determinar los factores que se asocian a la conducta suicida, no es sencillo, entre otras cosas, porque la distinción entre lo que son comportamientos suicidas y el suicidio consumado es un asunto que ha sido desafortunadamente descuidado por los investigadores. Asimismo, el hecho de que aproximadamente el 10% de las personas que intentan el suicidio finalmente lo consuman, y que el 40% de las personas que finalmente consuman el suicidio lo habían intentado previamente, indica que las personas que intentan y que completan el suicido representan dos poblaciones separadas pero, de alguna manera, solapadas (Angst & Clayton, 1998), complicando aún más, si cabe, el estudio del suicidio. Los pacientes que realizan actos dañinos contra sí mismos podrían conceptualizarse en un continuum de ideación suicida que iría del extremo que ocupan aquellos sujetos que realizan estos actos para manipular conscientemente a otros hasta el extremo de los pacientes que quieren 185 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD morir. Al ser su motivación completamente distinta, tanto su valoración como manejo terapéutico también debiera serlo, cosa que en la práctica, en numerosas ocasiones, no es así (Gold, 1987). Por otra parte, aproximadamente el 41% de los individuos que habían intentado el suicidio y que habían contactado con un profesional de la salud lo había hecho en los meses anteriores y casi el 20% el mismo día del intento (Isometsa et al, 1995). Sin embargo, parece que sólo una minoría de los pacientes que consuman el suicidio han expresado la ideación o intención suicida a sus terapeutas (Earle et al, 1994). Asimismo, es posible que el contacto con el medio sanitario pudiera no tener otra misión que conseguir medicación para el suicidio (Obafunwa & Busuttil, 1994). Inicialmente y muy influido por las teorías psicoanalíticas, el suicidio fue considerado el resultado de un proceso depresivo y autoculpabilizador que se derivaría de ideas inicialmente homicidas; posteriormente, ha sido considerado como un acto interaccional dirigido a otra persona a la cual se le quiere mandar el mensaje hostil de “mira lo que me hiciste perder” (Sullivan, 1992). Se calcula que los pacientes depresivos cometen el 80% de los suicidios consumados, aunque es una simplificación excesiva pensar que el suicidio se relaciona siempre con sintomatología depresiva. Hoy, sin embargo, el suicidio es considerado un fenómeno complejo y multifactorial que abarca desde la simple ideación suicida pasajera hasta el suicidio consumado y que no está únicamente ligado a los fenómenos depresivos (Mann et al, 1999). El comportamiento suicida es el resultado de la interacción dinámica de, entre otros, la personalidad del paciente, su estado anímico y la situación social que lo rodea (Gold, 1987). El papel de la enfermedad mental es fundamental, ya que calcula que aproximadamente el 90% de las personas que fallecen por suicidio sufren una patología psiquiátrica y el riesgo de suicidio en los pacientes psiquiátricos es 2,4 a 23 veces superior al de la población general (Mcnamee et al, 1994). De hecho, la forma más eficaz de prevenir el suicidio es el correcto diagnóstico y tratamiento de la enfermedad mental (US Public Health Service, 1999). Así, los pacientes diagnosticados de depresión mayor tienen una tasa de suicidio de un 10 a un 15%, tres veces mayor que la población general. A pesar de ello, la predicción de qué pacientes son los que van a consumar el suicidio es muy difícil, sino imposible, tal y como se desprende por el estudio de Allgulander & FisherFisher´s (1990), que fueron incapaces de encontrar ninguna variable predictora del suicidio consumado en un estudio prospectivo de casi 9000 individuos. De hecho, todos los intentos de identificar alguna escala que permita diferenciar entre los que van a consumar o no el suicidio han sido infructuosos (Forster & Wu, 2002). 186 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA La presencia de ideación suicida es el mejor predictor de realizar un intento de suicidio, que a su vez, es el mejor predictor de otro intento de suicidio o de un suicidio consumado (Leon et al, 1990; Harris & Barraclough, 1997; Lecubrier, 2001). Se estima que aproximadamente uno de cada 10 sujetos que intenta el suicidio finalmente lo consigue (Suominen et al, 2004). El riesgo de suicidio en las personas con conductas autolesivas es de cientos de veces mayor que el de la población general (Suominen et al, 2004). Numerosos estudios de seguimiento han demostrado la asociación entre los intentos de suicidio y el suicidio consumado, aunque la mayoría de los mismos no son de más de 10 años de duración (Harris & Barraclough, 1997). Beck et al (1985) encontraron que un 7% de los pacientes hospitalizados por ideación suicida pero sin intentos de suicidio previos, finalmente consumaban el suicidio en un plazo de 5 a 10 años. Por otra parte, Suokas (2001) encontró que el 22% de los pacientes que fueron atendidos en un servicio de urgencias por intentar envenenarse habían consumado el suicidio en un plazo de 14 años. Finalmente, en el estudio de seguimiento más largo realizado hasta la fecha -37 años de duración- y con una muestra de 100 pacientes que habían intentado el suicidio mediante autoenvenenamiento, encontraron que el 13% -8% de las mujeres y 22% de los hombresfinalmente consumaron el suicidio y si en el análisis se incluían las muertes por razón no determinada y accidentales, esta proporción subía al 19% (Suominen et al, 2004). Se podría concluir diciendo que, entre el 20-30% de las personas que consuman el suicidio han hecho previamente alguna tentativa suicida, por lo que es necesario identificar otros factores de riesgo para tanto los intentos de suicidio como para los suicidios consumados (Mann et al, 1999). Finalmente, hay varios estudios que avalan que la impulsividad y la letalidad del suicidio están inversamente relacionados (Baca-García et al, 2001). Así, Elliot et al (1996) encontraron que los intentos de suicidio médicamente graves se relacionaban más frecuentemente tanto con depresiones unipolares como con trastornos del ánimo secundarios al consumo de drogas, mientras que los no graves se relacionaban más frecuentemente con la depresión bipolar y con el trastorno de personalidad límite. 4.2 Breve receso histórico del suicidio. La contextualización de la conducta humana es fundamental para abordar un tema como el suicidio, especialmente si tenemos en cuenta los cambios que la globalización está ejerciendo en las distintas sociedades y culturas. Con la excepción de algunos grupos filosóficos, prácticamente todas las culturas han rechazado históricamente el suicidio. Platón consideraba el 187 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD suicidio como una ofensa contra la sociedad, aunque reconocía excepciones en respuesta a acontecimientos muy graves. Aristóteles lo rechazaba de forma determinante, considerándolo un acto de cobardía. En la Roma Imperial llegó a considerarse honorable entre políticos e intelectuales. Cicerón lo condenaba, con las excepciones del acto heroico y el propio sacrificio en defensa del honor. Durante la Edad Media también fue rechazado, con la excepción de que tuviera como objeto evitar una violación. Asimismo, a los suicidas se les negaba sepultura en lugar sagrado y sus propiedades eran confiscadas. Durante el Renacimiento hubo un cambio de postura en relación con el suicidio. Dante señala como existía un doble rasero en relación con el suicidio: “las almas nobles” (poetas, filósofos y algún político) irían al limbo, mientras los políticos impopulares y el resto tomarían rumbo al infierno. Erasmus consideraba al suicidio como una forma de manejar el cansancio de la vida, aunque considerándolo un acto enfermizo. En el siglo XVII, el suicidio es un tema recurrente en la literatura inglesa y es presentado como una respuesta frente a la culpa o al desamor. Shakespeare incluyó el suicidio en varios de sus dramas. Robert Burton (1577-1640), en su libro Anatomía de la melancolía, aportó la primera visión psiquiátrica del suicidio, viéndolo como la expresión de una depresión severa (melancolía). Durante el siglo XVIII, la mayoría de los suicidios se atribuyen a la enfermedad mental. A pesar de la oposición del clero y los militares, la presión social para su despenalización derivada de la Revolución Francesa era cada vez más fuerte. En el plano literario, quizá la obra más representativa que se ha escrito sobre el suicidio y que nos señala la posible influencia que tienen la cultura sobre el mismo fue Las penas/desventuras del joven Werther (1774) de Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832), parcialmente autobiográfico – Goethe se había enamorado de la prometida de un amigo-. Esta obra, además de ser considerada la primera novela moderna de la literatura alemana, provocó una epidemia de suicidios románticos en la Alemania del siglo XVIII, lo cual no es sino una primera referencia de lo que se llamará en el futuro suicidio epidémico. A finales del siglo XIX se llevaron a cabo estudios sobre el suicidio desde un punto de vista social, médico y epidemiológico [Morselli (1852-1929), Durkheim (1858-1917)]. En el siglo XX, conviene destacar que la occidentalización de las costumbres parece ir asociado a un aumento de las conductas suicidas. En los últimos años, asimismo, los grandes movimientos migratorios que se están viviendo en Europa probablemente tengan influencia sobre la conducta suicida. Además, la influencia de los medios de comunicación en la conducta suicida parece ser importante, especialmente en la población infantojuvenil. Finalmente, en algunos países, la despenalización del suicidio no llegó hasta bien entrado el siglo XX (Inglaterra en 1961, Irlanda en 1993). 188 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA Desde un punto de vista religioso, las religiones monoteístas consideran el suicidio como un acto o pecado contra Dios. Así, en los primeros cristianos se soportaba el sacrificio hasta la muerte infligido por otros como muerte ejemplar, pero no se aceptaba el suicidio voluntario. El Islam rechaza el suicidio, puesto que es Alá quien debe elegir el momento en que cada uno debe morir, aunque tolera el suicidio como forma de sacrificio voluntario en “la guerra santa”. El Budismo rechaza el suicidio, al entender que el tiempo de sufrimiento en la tierra no debe ser modificado, al ser consecuencia de tener que purgar pecados de una existencia anterior. El Hinduismo es más tolerante con el suicidio, aceptando algunos rituales suicidas, como el de la viuda tras el fallecimiento del marido como forma de expiar los pecados del mismo y ganar el honor para sus hijos. 4.3 Espectro del comportamiento suicida. La primera dificultad en el estudio de la conducta suicida es la falta de consenso a la hora de definir la misma, de manera que su uso tanto en la literatura existente como en el ámbito clínico es normalmente confusa o mal aplicada (Convell et al, 2002). Se trata de un concepto polisémico que da nombre a diversas categorías de comportamiento. Etimológicamente, la palabra suicidio resulta de la unión de las palabras latinas sui (sí mismo) y caedere (matar), siendo su significado literal “acción de matarse a sí mismo”. Así, se podría definir como toda aquella conducta, generalmente consciente, que va encaminada hacia la autodestrucción –por acción u omisión- del propio sujeto, aunque sea difícil comprobar la intencionalidad e independientemente de que el móvil de la conducta suicida sea consciente o inconsciente. La relación entre los conceptos de ideación suicida, intento de suicidio y suicidio consumado no está clara (Linehan, 1986) de manera que los pacientes de estos grupos parecen corresponderse con poblaciones distintas, aunque de alguna manera comparten algunos rasgos y están superpuestas (Angst & Clayton, 1998; Convell et al, 2002)). Así, mientras los individuos que idean e intentan el suicidio tienden a ser jóvenes y mujeres, los que consuman el suicidio suelen ser varones viejos. Los tres conceptos señalados tienen un elevada prevalencia-vida. Se ha estimado que la de la ideación suicida oscila entre el 10 y el 18% y la de los intentos de suicidio entre el 3 y el 5% (Kessler et al, 1999; Weissman et al, 1999; Isometsä, 2000). Parece haber un continuum que iría de la ideación suicida en un extremo al suicidio consumado en el otro. Así, en el National Comorbidity Survey (Kessler et al, 1999) encontraron que aproximadamente el 14% de los estadounidenses presentaban ideación suicida y que el 4.6% había intentado el suicidio. El 189 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 60% de los primeros intentos planificados y el 90% de todos los no planificados se dieron en el primer año desde el inicio de la ideación suicida. De hecho, la ideación suicida es un factor predictor tanto de los intentos de suicidio como del suicidio consumado (Alexopoulos et al, 1999; Goldstein et al, 1991) y el intento de suicidio se considera el factor de riesgo más importante para un suicidio consumado, aunque la mayoría de los estudios de autopsia psicológica sugieren que la mayoría de los suicidios consumados no fueron precedidos por un intento previo (Convell et al, 2002). A pesar de que se han propuesto diversas nomenclaturas, no hay ninguna unánimemente aceptada y en este sentido, una de las más usadas es la desarrollada por O'Carroll et al (1996) y que posteriormente recomendó el National Institute of Mental Health estadounidense (1998) en su programa de investigación en suicidiología. Esta nomenclatura utiliza para sus definiciones los criterios de resultado, autoprovocación e intencionalidad: • Suicidio o Suicidio Consumado: muerte por lesión, envenenamiento o asfixia en la que hay evidencia, explícita o implícita, de que la lesión ha sido autoinflingida y que existía la intención de autoprovocarse la muerte. • Intento de Suicidio: conducta potencialmente autolesiva con resultado no mortal, para la cual hay evidencia, explicita o implícita de que la persona intentaba de algún modo autoprovocarse la muerte. (El intento de suicidio puede provocar o no lesiones). Desde un punto de vista operativo, hay que distinguir varios conceptos, que son por los cuales se guía el desarrollo de esta tesis doctoral: • Ideación suicida (suele ser un paso previo a la conducta suicida, aunque no se sigue de esta necesariamente). • Conducta autolesiva –nonsuicidal self-harm-: comportamiento autodestructivo sin la intención de morir, que suele ser precipitado por la angustia, generalmente en las relaciones interpersonales, o como una expresión de frustración e ira hacia uno mismo. Incluiría la automutilación –self-mutilation-, entendida como dañar de manera intencionada una parte del cuerpo sin la intención consciente de matarse (Feldman, 1988). Las autolesiones –self-injuryayudarían a los pacientes a regular sus emociones (Linehan, 1993) y, de alguna manera, ayudaría a restaurar el sentido de equilibrio emocional y a reducir el estado interno de tensión del sujeto, ya que el dolor físico puede ser experienciado como una “validación” del dolor psíquico (Gerson & Stanley, 2002). De hecho, los pacientes con TP borderline tienen un 190 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA umbral más elevado para el dolor (Bohus et al, 2000). Las autolesiones pueden ser vistas como actos manipuladores o controladores, pero también podrían ser entendidas como que el medio ambiente reacciona a esos comportamientos –es decir, habría una ganancia o “efecto” secundario- (Gerson & Stanley, 2002). • Conducta o comportamiento suicida –suicidal behaviours-: conducta potencialmente autolesiva independientemente de que haya una intencionalidad suicida. • Intento de suicidio –suicide attempts-: cualquier conducta en la cual hay por lo menos cierta intencionalidad de acabar con la vida propia y que resulta al menos en una amenaza médica leve (Gerson & Stanley, 2002; Yen et al, 2004). Los intentos de suicidio se pueden subdividir en médicament graves o no graves y por otra parte, en impulsivos vs premeditados/planificados. • Suicidio consumado: muerte por lesiones autoinflingidas en las que existía la intención de causarse la propia muerte. • Parasuicidio: es un concepto que fue introducido para evitar la confusión con el intento de suicidio (Platt et al, 1989) y que aún hoy ofrece bastante confusión (Gerson & Stanley, 2002). Tradicionalmente se pensaba que agrupaba las conductas -generalmente, la toma de bajas dosis de fármacos de bajo riesgo- cuya intención no es acabar con la propia vida – siendo esto lo que lo diferencia del intento de suicidio genuino-, sino modificar el ambiente haciendo que la atención se centre en ellos o para regular sus propias emociones (Yen et al, 2003). Es propio de la adolescencia o personas inmaduras -como forma de reacción a un conflicto- que suelen ser diagnosticadas de trastorno de la personalidad. Suelen catalogarse de llamadas de atención y en ocasiones pueden tener carácter de chantaje emocional. Sin embargo, resulta menos confuso considerar que el término parasuicidio agrupa todo tipo de autolesiones no mortales producidas voluntariamente e independientemente de la intencionalidad, y que tienen por resultado un daño de tejidos, enfermedad o riesgo de muerte (Startup et al, 2001). Bongar (1991) considera que es todo comportamiento autolesivo que no deriva en la muerte. Es un término que incluiría los intentos de suicidio y las autolesiones no suicidas, y en el que se omite, a propósito, la intencionalidad, pues esto puede resultar poco claro (Gerson & Stanley, 2002). La organización mundial de la salud (OMS) lo define como aquellos actos realizados de manera deliberada por una persona y sin la ayuda de terceros que pueden causarle un daño autoprovocado o a la ingesta de una substancia en exceso o en mayor dosis que la indicada o reconocida como terapéutica, con el 191 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD objeto de provocar cambios en su situación vital, que esa persona desea y que no tiene un desenlace fatal. 4.4 Métodos de suicidio Se pueden clasificar de distintas maneras. Las dos principales maneras es, bien acorde al grado de letalidad o bien, distinguiendo entre métodos no violentos/agresivos –p.ej. intoxicaciones, flebotomías simples- y violentos/agresivos –p.ej. ahorcamiento, precipitación, disparo con arma de fuego, atropello, etc.- (Arora & Meltzer, 1989; Sarró Martin & de la Cruz Coma, 1997). Rich et al (1988) proponen una clasificación basada en la inmediatez de la letalidad, de manera que habría métodos menos fatales en el momento agudo –envenenamiento, cortes, ahogamiento, asfixia- y otros inminentemente fatales -armas de fuego, atropello, ahorcamiento o defenestración-. En general, el uso de un método violento ha sido relacionado con el sexo masculino (Lester, 1969; Martinez García et al, 1988; Marin Lozano et al, 1995), mayor edad (Marin Lozano et al, 1995) y el medio rural (López García et al, 1993). Sin embargo, los métodos no violentos son los más frecuentes. En un estudio, el 77% de los 582 intentos de suicidio atendidos en 1987 en un Hospital de Barcelona eran intoxicaciones medicamentosas, mayoritariamente por benzodiacepinas (Sarró & Nogué, 1992). Entre los tóxicos no medicamentosos, el más usado fue la lejía, mientras que entre los métodos no toxicológicos fue la flebotomía (54%). Otros estudios han encontrado resultados similares (Martínez-García et al, 1988; Schmidtke et al, 1996). En España, al igual que en otros países, el patrón de fármacos que se toman se ha ido modificando, de manera que en 1975 el fármaco más usado en las intoxicaciones eran los barbitúricos, mientras que en 1990 lo eran las benzodiacepinas y los antidepresivos. La elección del fármaco viene determinada entre otros, por la confianza en su capacidad tóxica, la ausencia de efectos dolorosos y, su disponibilidad (Marín Lozano et al, 1995), lo cual explica la drástica caída en el número de intoxicaciones por barbitúricos al ser imposible su compra sin receta médica. Aún así, en un 75-80% de los casos de sobredosis por psicofármacos, éstos han sido prescritos por un médico al propio paciente. En general, la disponibilidad, no sólo de fármacos, sino de cualquier método potencialmente suicida, es un factor importante en la elección del mismo. Así, el suicidio por armas de fuego es relativamente frecuente en los EE.UU, mientras que es muy raro en países 192 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA como España, donde sin embargo, son más prevalentes algunas formas “culturales” de suicidio como el ahorcamiento. Las intervenciones sobre la accesibilidad a los mismos puede ser una buena estrategia preventiva del suicidio consumado (Beaumont & Hetzel, 1992; Moscicki, 1997). Sin embargo, en un estudio centrado en investigar los intentos de suicidio que precedían a los suicidios consumados, en el 82% de los casos se habían empleado al menos dos métodos suicidas diferentes, interpretándose este hallazgo como la búsqueda por parte del sujeto que finalmente se suicida de un método más efectivo que el empleado anteriormente (Isometsa & Lonnqvist, 1998). De confirmarse esta hipótesis, restaría eficacia a las intervenciones preventivas sobre la accesibilidad a los métodos de suicidio. En un trabajo que se propuso resolver esta controversia (Marzuk et al, 1992) se encontró que las diferencias de tasas de suicidio entre distintas áreas se explicaban por las diferencias en ellas de accesibilidad a determinados medios letales. Lógicamente, las tasas de suicidio consumado y el pronóstico médico de la tentativa suicida se relacionan estrechamente con el método suicida elegido (Pallis et al, 1976). Los intentos de suicidio más frecuentes, pero al mismo tiempo menos mortales, son las intoxicaciones medicamentosas. En un estudio realizado en un hospital de Barcelona, la mortalidad sobre 726 intoxicaciones medicamentosas voluntarias fue del 0.12%, la de las intoxicaciones no medicamentosas del 6.58% y la de las tentativas con métodos no toxicológicos -excluyéndose la flebotomía- fue del 11.62%. Como era esperable, los suicidios consumados se asocian a métodos de mayor letalidad. Según los datos facilitados por el Instituto Anatómico Forense de Barcelona, durante la década de los ochenta, el mecanismo más usado fue la precipitación (42%) seguido de las intoxicaciones (20%) y el ahorcamiento (16%) (Sarró et al, 1991). En un estudio realizado en Asturias, el ahorcamiento, la precipitación y la inmersión eran los métodos más habituales (Iglesias García & Álvarez Riesgo, 1999). En otro estudio realizado en España entre 1906 y 1990, el método más usado fue el ahorcamiento (37%) (Miron et al, 1997). En general, se podría concluir que en nuestro medio, el ahorcamiento y la precipitación son los dos métodos más usados en los suicidios consumados. 4.5 Factores de riesgo suicida Se considera que un factor de riesgo es aquella característica mesurable de un sujeto en una población específica que precede a la situación que se está estudiando –en este caso, el suicidio- que sirve para dividir a la población en grupos en base al riesgo relativo (Kraemer et al, 193 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 1997). Los factores de riesgo de la conducta suicida son diversos, influyendo variables genéticas, biológicas, psicosociales, sociodemográficas y psiquiátricas. Además, los factores de riesgo difieren significativamente a lo largo de la vida (Szanto et al, 2001), de manera que la viudez, el aislamiento social y la enfermedad médica son factores más asociados al suicidio en los ancianos (Frierson, 1991; Smith, 1980; Draper, 1994). Blumenthal & Kupfer (1986) diferencian cinco esferas de vulnerabilidad, constituidos por los factores psicosociales, factores de personalidad, trastornos psiquiátricos, factores biológicos y factores familiares y genéticos. Tabla 19. Factores de riesgo asociados al suicidio. Variables ordenadas según el riesgo Edad mayor de 45 años. Alcoholismo. Irritación, ira, violencia. Conducta suicida previa. Sexo: varón. Rechazo de ayuda. Mayor duración del episodio de depresión. Tratamiento psiquiátrico previo. Pérdida o separación reciente. Depresión. Pérdida de salud física. Desempleo o jubilación. Estado civil: soltera, viudo o divorciado. *Modificada de La coducta suicida de Ros Montalbán (Modificado de Beck H, Resnik LP, Lettieri DJ, 1974) 194 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA Tabla 20. Principales factores de riesgo de la conducta suicida (Klerman, 1987) Intento de suicidio 1. Sexo femenino. 2. Acontecimiento Suicidio consumado 1. Sexo masculino. vital estresante reciente. 2. Padecer al menos un trastorno psiquiátrico. 3. La impulsividad. 3. Historia familiar de suicidio. 4. El uso de métodos de baja letalidad. 5. Intentos de suicidio previos. Desde el punto de vista de la evaluación de los factores de riesgo suicida en un contexto de urgencias, se pueden dividir en aquellos que son considerados “fijos” –no se espera que puedan cambiar al tratar con éxito un trastorno psiquiátrico- y que incluirían factores sociodemográficos como la edad, sexo, etnia, orientación sexual, nivel socioeconómico, estado civil, así como los antecedentes de violencia y la ideación suicida. Por otra parte, los factores de riesgo potencialmente “modificables” serían aquellos que en teoría podrían mejorar con un adecuado tratamiento psiquiátrico e incluirían la ansiedad, la desesperación vital, el acceso a medios para suicidarse, la continuidad de los cuidados, el aislamiento social, la enfermedad médica y especialmente, la enfermedad psiquiátrica (Forster & Wu, 2002). 4.5.1 Factores psicosociales de riesgo suicida Adam (1986) distingue los factores psicosociales de tipo macrosocial –relacionados con la prevalencia del suicidio en una población incluyendo factores como la tasa de desempleo o el estado civil- y microsocial -relacionados con la vulnerabilidad de un determinado individuo, como por ejemplo, las experiencias biográficas- sosteniendo que ambos pueden influir en la conducta suicida como factores predisponentes, precipitantes o contribuyentes. Los principales factores psicosociales de riesgo asociados al suicidio consumado son la edad elevada, el sexo masculino, la raza blanca, presentar una mala salud, el estado de viudedad, la falta de soporte social y la disponibilidad de armas de fuego. En pacientes con intentos de suicidio previos también se asocia la historia familiar de suicidio consumado, la presencia de comorbilidad psiquiátrica, intoxicación alcohólica, psicosis y desesperanza; finalmente, en relación con la propia historia del paciente, la severidad y letalidad del período de mayor suicidabilidad del paciente también se relaciona con un mayor riesgo de suicidio consumado (Lambert, 2003). Una 195 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD revisión relativamente reciente y completa ha sido realizada por nuestro grupo (García-Resa et al, 2002). 4.5.1.1 Edad En los países industrializados existe una alta correlación entre el riesgo suicida y la edad, tanto en varones como en mujeres (López García et al, 1993; La Vecchia et al, 1994; Ros Montalbán, 1997). Con la excepción de unos pocos países –Polonia, Escocia, Inglaterra y Gales-, en el resto de países industrializados los hombres mayores de 65 años y particularmente, de 75 años, son los que tienen una tasa mayor de suicidio consumado (Pearson & Conwell, 1995; Kennedy & Tanenbaum, 2000). Durante décadas ha sido habitual describir al prototipo de paciente que consuma el suicidio como varón anciano y al paciente que realiza un intento de suicidio como mujer joven. En líneas generales, esta aseveración es aún válida. De hecho, la relación intento de suicidio/suicidio consumado es de 200/1 en los adultos jóvenes y de 4/1 en las personas mayores (Conwell et al, 1998). Este aumento del riesgo suicida con la edad es debido al incremento del suicidio en los varones de raza blanca y asiáticos (CDC, 2000). Por otra parte, el comportamiento suicida en el anciano podría incluir también comportamientos autoagresivos indirectos tales como el rechazo de alimentos o la falta de adherencia al tratamiento, actos que, en ocasiones, se han llegado a denominar “suicidio silencioso”. La brusca elevación de las tasas de suicidio a partir de los 55-65 años puede estar relacionada por el temor a la enfermedad y la muerte, la jubilación, el cambio de domicilio, el fallecimiento del cónyuge, la progresiva y creciente dependencia de terceros y la soledad, entre otros. Es en estas edades cuando aparecen los pactos suicidas entre cónyuges. A estas edades se encuentran más aislados socialmente, tienen una peor salud física y una mayor determinación para morir (Conwell et al, 1998). El diagnóstico que más se asocia al suicidio en las personas mayores es la depresión, siendo menos probable que los pacientes estén intoxicados cuando cometen el suicidio (Frierson, 1991). Entre las razones por las cuales las personas mayores serían más “eficaces” en relación a la conducta suicida, Yeates (1998) señala que la edad avanzada se asociaba significativamente con una mayor planificación suicida y una menor advertencia de las intenciones de suicidarse. Asimismo, tienen una salud más frágil, están más aislados socialmente -lo que implica que sea más improbable un potencial rescate- y presentan una mayor determinación a la hora de morir. Frierson (1991) analiza las características de la conducta suicida en personas de entre 60 y 90 años en una muestra de 95 intentos de suicidio y destaca el 196 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA alto grado de premeditación en las tentativas, el uso de métodos más letales –por ejemplo armas de fuego, ahorcamiento-, sexo masculino, coexistencia de problemas médicos y antecedentes de trastorno psiquiátrico mayor y las situaciones de aislamiento y soledad. Otros autores también hacen hincapié en el uso de métodos más letales por los ancianos (McIntosh & Santos, 1985). Conwell et al (1998), sin embargo, encontraron en su estudio retrospectivo que era menos probable que las personas mayores usaran métodos violentos para suicidarse, pero sí que fueron usados de una manera igualmente letal. Por otra parte, otro dato de su determinación por morir es que avisan menos de lo que van a hacer (Carney et al, 1994). Al revés de lo que ocurre con el suicidio consumado, los intentos de suicidio son más frecuentes entre los adultos jóvenes del sexo femenino (López García et al, 1993; Ros Montalban, 1997). Los intentos de suicidio son más frecuentes en mujeres entre los 15-24 años de edad, seguido por los 25-34 años y los 35-44 años, mientras que en los hombres las tasas más altas se encuentran entre los 25-34 años, seguido por los 35-44 años y los 15-24 años (Schmidtke et al, 1996). La tasa de intentos de suicidios es menor al final de la vida (Moscicki, 1997). La tasa de riesgo estimada de intentos de suicidio/suicidio consumado en la población general es de 8:1 a 33:1 (Paykel et al, 1974), en los jóvenes esta tasa es de 200:1 (Langey & Bayatti, 1984) y en las personas mayores de 4:1 (Parkin & Stengel, 1965), lo cual implica una mayor letalidad, una mayor planificación y que “avisan” menos de lo que van a realizar (Conwell et al, 2002). En un estudio con pacientes añosos con trastorno depresivo mayor recurrente encuentran que los intentos de suicidio estaban relacionados con la sensación subjetiva –y no la objetiva- de sentirse deprimido –se podría hipotetizar que esto pueda tener que ver con algunos rasgos de personalidad, como la introversión o la rumiación-, con elevados niveles de desesperanza e historia de abuso de alcohol (Szanto et al, 1998). Los comportamientos suicidas son infrecuentes antes de la pubertad, incrementándose la prevalencia del suicidio en la adolescencia y juventud, de manera que aproximadamente el 7% de los jóvenes tendrán un intento de suicidio antes de los 25 años (Garrison, 1989). Este autor encuentra una tasa de intentos de suicidio del 3% en primaria, del 11% en secundaria, y de 1518% en niveles académicos superiores. Aunque Klerman et al (1987) refieren un incremento de un 150% de las muertes por suicidio entre 1960 y 1980, las estadísticas del suicido en EEUU, Francia y Holanda, demuestran que los jóvenes ya presentaban tasas elevadas de suicidio en el 197 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD primer cuarto del siglo XX, cifras que descendieron posteriormente, para, en la década de los setenta empezar a elevarse nuevamente (López García et al, 1993). Asimismo, los incrementos en las tasas de mortalidad por suicidio en adolescentes y jóvenes están sujetos a variación geográfica y de género (La Vecchia et al, 1994). López García et al (1993) encuentran paradójico que mientras las tasas suicidas de personas de más de 65 años son las más elevadas, los estudios sobre jóvenes son 7 veces más numerosos, lo cual puede ser debido a que ha habido en las últimas décadas un incremento significativo en las tasas de suicidio en los jóvenes (CDC, 2000) y porque culturalmente la muerte en una edad temprana no es bien aceptada, mientras que hay una mayor tolerancia social e incluso entendimiento ante el hecho que una persona mayor intente el suicidio. Asimismo, desde un punto de vista pragmático, no se puede perder de vista la gran pérdida que supone en una economía capitalista la muerte de las personas en su edad productiva. La importancia relativa del suicidio como causa de muerte en los jovenes es grande, ya que supone la segunda causa de muerte independientemente del sexo en los jóvenes de 15 a 24 años en Dinamarca y en Japón es la principal causa de muerte entre adolescentes- y la segunda causa más común de muerte en Europa en hombres de 15 a 44 años –y la 4ª para las mujeres del mismo grupo de edad-. Aunque es cierto que en los países industrializados las tasas de suicidio aumentan con la edad, observándose una mayor incidencia en individuos mayores de 65 años y aunque el ratio intentos de suicidio/suicidio consumado es de 4:1 en este grupo de edad, indicando una gran letalidad, la importancia relativa del suicidio en los mayores es menor, ocupando el puesto 10-20ª como causa de muerte según las distintas estadísticas ya que se sitúan por delante de ella las enfermedades cardiovasculares, otras enfermedades crónicas y las enfermedades infecciosas (Harris & Barraclough, 1997), entre otras. En general se acepta que la tasa de ideación suicida es menor que en los más jóvenes (Duberstein et al, 1999) y depende no sólo del grupo de pacientes, sino también del ámbito clínico, pero se suelen ofrecer cifras que van del 1% al 20% aproximadamente, cifras que se multiplican varias veces en el caso de individuos que tienen historia de tratamiento de enfermedades mentales o bajo tratamiento psiquiátrico (Callahan et al, 1999; Linden & Barnow, 1997; Lish et al, 1999). Los factores que influyen en la conducta suicida pueden ser distintos según el grupo de edad que se estudie. En los jóvenes, el suicidio consumado se asocia a la clase social baja, a tener tratamiento psiquiátrico hospitalario previo, a la presencia de abuso de sustancias significativo, 198 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA al diagnóstico de trastorno de la personalidad y a haber intentado suicidarse previamente (Hawton et al, 1993). En otro estudio encuentran que los jóvenes que se suicidan presentan un patrón de enfermedad mental, abuso de sustancias, desempleo y aislamiento social (Appleby et al, 1999). En personas mayores o en períodos vitales críticos como en la viudedad, hombres y mujeres pueden verse expuestos con mayor frecuencia a factores estresantes que pueden incrementar el riesgo de suicidio y también pueden ser más vulnerables a estos factores (Harwood & Jacoby, 2000). Finalmente, las características diferenciales que se observan en las notas de suicidio de personas jóvenes y mayores muy probablemente sólo traduzcan las diferencias que se dan en un proceso multifactorial como el suicidio y en el que muy probablemente no se puedan establecer generalizaciones aplicables a ambos grupos de edad. Las notas escritas por los suicidas jóvenes hablan del acto suicida, del que explican poco y firman, mientras que los suicidas de más de 50 años suelen hablar de lo que sienten, no firman sus mensajes y anotan disposiciones para después de su muerte. 4.5.1.2 Sexo Tal y como se ha señalado, en la mayor parte de los países donde se ha estudiado el fenómeno del suicidio las mujeres presentan tasas de ideación suicida e intentos de suicidio 3-4 veces mayores que los varones –algunos autores elevan esta relación hasta 10/1-, mientras que el suicidio consumado es dos-cuatro veces mayor en los hombres (Lester, 1969; Saiz & Montejo, 1976; Earls, 1987; Lejoyeux et al, 1994). Esta relación se incrementa con la edad, de manera que a los 75 años la tasa de suicidio consumado es 8-12 veces mayor en el hombre que en la mujer e incluso se llega a una relación 53:1 en los hombres blancos mayores de 85 años en los EE.UU (Hoyert et al, 1999) y eso a pesar de que las mujeres son diagnosticadas con mayor frecuencia de depresión mayor (Murphy, 1998), que es considerado el factor de riesgo más importante en el suicidio. Quizá puede influir el hecho de que la depresión en varones mayores se manifiesta fenomenológicamente de manera distinta a la mujer, siendo más difícil de reconocer y de tratar que en las mujeres (Rihmer et al, 1995). En el grupo de edad de los 15-24 años la proporción entre suicidio consumados/intentos de suicidios es de 26:1 en hombres frente a 200:1 en mujeres. Este predominio en la tasa de intentos de suicidio en las mujeres permanece estable a lo largo de la vida y se encuentra documentado en casi todos los países con las posibles excepciones de Polonia y la India. En el mejor estudio realizado hasta el momento, en el que se ajustan las tasas 199 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD de mortalidad de suicidio a la población mundial estandarizada por sexo y edad, teniendo en cuenta los censos de la OMS de 57 países que analizan, los autores concluyen que los patrones de mortalidad por suicidio en cada país son similares para hombres y mujeres (La Vecchia et al, 1994). Conclusiones parecidas se obtuvieron en el estudio multicéntrico WHO/EURO realizado en trece países europeos (Schmidtke et al, 1996). Aunque la relación de suicidios consumados hombre/mujer siempre ha reflejado una mayor tasa de suicidio en los varones –con algunas excepciones culturales como la de las mujeres de la República Popular China o las americanas de origen chino menores de 45 años, que tienen una mayor tasa de suicidio consumado que los hombres-, esta relación ha sufrido variaciones a lo largo del tiempo, de manera que en el lapso 1930-1971 en USA era de 2.5/1, para alcanzar el ratio actual de 4/1 en la década de los noventa (www.afsp.org). Asimismo, esta relación se hace más asimétrica a medida que los pacientes considerados eran de mayor edad, de manera que la relación es de 6/1 en el rango de edad de los 65 a los 74 años, de 9/1 en la década de los 75 a los 84 años y de 14/1 en los mayores de 85 años. Por otra parte, el suicidio consumado en el grupo de edad de los 15 a los 24 años fue prácticamente de 6/1, siendo este ratio el que experimentó un ascenso más vertiginoso durante el siglo XX al multiplicarse por ocho (de 0.7/1 en 1911 a 4.7/1 en 1980). Hay, sin embargo, algunos países como China, en los que la tasa de suicidio es similar en hombres y mujeres, lo cual quizá pueda ser explicado al uso de métodos letales por las mujeres en ese país (Maris et al, 2000). Curiosamente, la presencia de un número elevado de intentos de suicidio en las mujeres se asocia a una disminución en el riesgo real de suicidio. Una excepción a esta regla es que en los países del Este, donde es frecuente el suicidio por envenenamiento con pesticidas, siendo el grado de letalidad entre sexos el mismo (Vega et al, 2002; Klerman, 1987; López García et al, 1993; Earls, 1987). En relación a como se podría explicar las diferencias de género en la ideación suicida, hay autores que consideran que podrían estar sesgadas debido a que el malestar psicológico se expresa fenomenológicamente de manera distinta en hombres y mujeres. Los hombres tienden a hacerlo mediante conductas antisociales, conflictos de identidad de género y consumo de alcohol y drogas (Frackiewicz et al, 2000), mientras que las mujeres serían más vulnerables a los trastornos depresivos, ansiosos, de la conducta alimentaria y abuso de substancias (Earls, 1987). 200 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA La diferencia de las tasas de intentos de suicidio y de suicido consumado en hombres y mujeres se ha intentado explicar, entre otros, por la letalidad de los métodos utilizados. Las mujeres usan métodos que no afecten al cuerpo, especialmente la cabeza y el método suicida que usan más frecuentemente la intoxicación medicamentosa (Rich et al, 1988). Los hombres usan métodos más violentos y de mayor letalidad, como el uso de armas de fuego y ahorcamiento (Lester, 1969). Sin embargo, cuando el suicidio se consuma, las armas de fuego son el método más frecuente tanto en hombres como en mujeres, al menos en USA (Sleet et al, 1998). Se ha hipotetizado que las diferencias sexuales en torno a la elección del método suicida podrían ser debidas a factores derivados de la socialización –las mujeres tendrían una menor experiencia con las armas de fuego y se sentirían menos “cómodas” con su uso-, psicológicas –las mujeres preferirían métodos no dolorosos, de más fácil uso, y que no desfiguren el cuerpo y la cara- o relativos al intento de suicidio en sí –las mujeres serían más ambivalentes en torno al suicidio-. Sin embargo, no todos los autores opinan que las diferencias sean explicables por la elección del método suicida. Así, Lester observó que dentro de cada método suicida se seguía manteniendo la tendencia de que los suicidios consumados fueran más frecuentes en los varones y los intentos de suicidio en las mujeres. También podría ser debido a diferencias en el estilo de personalidad según el sexo (Agronin, 1998; Conwell et al, 1998), que parece ser otro factor de riesgo para el suicidio consumado. Durkheim (1982) también opinaba que las diferencias en las conductas suicidas entre hombres y mujeres podían explicarse por las diferencias de la personalidad. Las teorías psicológicas y psicosociales enfantizan el papel de la agresividad, que ha sido tradicionalmente considerada más propia del hombre y que lo predispondría a responder de manera más hostil a las frustraciones. Stengel (1973) opinaba que las mujeres usaban las conductas suicidas como un arma agresiva y defensiva para manipular las relaciones. Leenaars (1988) intentó contrastar esta hipótesis realizando un examen psicopatológico de las notas suicidas de los pacientes que consuman el suicido, no encontrando diferencia alguna. Las diferencias de género en la personalidad podrían explicar porque algunos eventos vitales como la enfermedad física o la viudez afectan de manera distinta a los hombres, de manera que la tasas de suicidio en hombres viudos mayores de 65 años es 12 veces mayor que las mujeres viudas de la misma edad (McIntosh et al, 1994). Murphy ha hipotetizado que quizá los hombres crean que pedir ayuda es de débiles, evitando la búsqueda activa de ayuda, mientras que las mujeres, por el contrario, 201 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD rápidamente buscarían la ayuda de los demás y valorarían más la interdependencia, lo que las haría menos vulnerables al suicidio (Murphy, 1998). Otros autores han señalado la posible influencia de la aparición de los caracteres sexuales secundarios en el desarrollo emocional de los hombres y mujeres, la influencia de las dietas alimentarias en el desarrollo de la depresión y la desesperanza (Frackiewicz et al, 2000), el papel de los acontecimientos vitales -distintos en hombres y mujeres- y el estrés psicosocial, el estatus social, las diferencias de roles, los estilos de afrontamiento, etc. (Canetto & Sakinofski, 1998; Frackiewicz et al, 2000; www.afsp.org). Sin embargo, en contra de estas explicaciones sociológicas, hay que tener en cuenta que, a pesar de los profundos cambios en los roles de género que se han producido en el mundo occidental, esto no se ha acompañado de modificaciones significativas en las diferencias en la prevalencia de las conductas suicidas de hombres y mujeres. Desde un punto de vista biológico, se ha especulado sobre el posible papel de las hormonas sexuales en los cuadros depresivos, ya que las diferencias en prevalencia de los cuadros depresivos no emergen hasta la adolescencia y desaparecen a partir de los 55 años (Frackiewicz et al, 2000), pero esto no explica, por ejemplo, porque la diferencia entre hombres y mujeres en el suicido consumado sigue agrandándose con la edad. Al margen de los efectos que el ciclo menstrual puede tener sobre la conducta y el humor, numerosos autores han sugerido que el nivel de hormonas sexuales puede jugar un papel importante en la puesta en acción (timing) de la conducta suicida y hay estudios que tratan de asociar la conducta suicida con las fases del ciclo con menores niveles de estrógenos. Finalmente, no puede olvidarse el papel que juega la patología psiquiátrica. Dado que las mujeres presentan más trastornos psiquiátricos que los hombres y el diagnóstico psiquiátrico que incrementa en mayor medida el riesgo suicida -la depresión- es más prevalente en mujeres, se podría argumentar que esta es la razón de que las mujeres tengan una mayor frecuencia de ideación suicida y de intentos de suicidio. Por otra parte, el hecho de que los hombres tengan una tasa mayor de suicidio consumado sería explicado por la mayor tasa de consumo de drogas ilegales por parte de los hombres (Rich et al, 1988). 202 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA 4.5.1.3 Orientación sexual La orientación sexual se trata de un concepto complejo que puede incluir distintas dimensiones como la atracción sexual, el comportamiento sexual, las fantasías sexuales o las preferencias de la propia identificación sexual, entre otras (Sell, 1997). Aunque las tasas de orientación sexual y comportamiento sexual no coinciden plenamente, estudios previos sugieren que se podrían incluir bajo un mismo constructo (Weinrich et al, 1993). Los estudios en este campo cuentan con la dificultad de obtener información precisa de las tasas reales de homosexualidad en la población y la reticencia de estos grupos de población a identificarse (Moscicki, 1997). Aun así, se calcula que aproximadamente un 10% de la población es homosexual, bisexual o transexual (Remafedi et al, 1991). Diversos estudios sugieren que las homosexuales jóvenes tienen un riesgo incrementado de ideación suicida, intentos de suicidio y suicidio consumado, respecto a sus iguales heterosexuales. Todos los estudios realizados concluyen que la homosexualidad en el varón se asocia a un incremento en la ideación y conducta autolítica; en las mujeres, aunque la mayoría de los estudios van en la misma línea, hay alguno que no encuentra una mayor tasa de intentos de suicidio en lesbianas (Remafedi et al, 1991). Los homosexuales presentan un número de tentativas 5-10 veces superior a las de la población general (Herrell et al, 1999; Fergusson et al, 1999; Tondo & Baldessarini, 2001). Estudios epidemiológicos de USA y Nueva Zelanda encuentran que los hombres homosexuales o bisexuales tienen hasta 4 veces más riesgo de tener un intento de suicidio serio (D´augelli & Hershberg, 1993; Bagley & Tremblay, 1997; Remafedi, 1999) y que esos intentos suelen ser más graves que en los hombres heterosexuales (Remafedi et al, 1991). Gibson (1989) sostiene que el suicidio en esta población representa el 30% de los suicidios anuales en jóvenes, y que éste representa la principal causa de muerte en jóvenes gays, lesbianas, bisexuales y transexuales. Gibson eleva el riesgo de intentar el suicidio en los homosexuales hasta 6 veces el de los hombres heterosexuales y también señala que las mujeres lesbianas tienen un riesgo de intento de suicidio 2 veces mayor respecto a las mujeres heterosexuales. Así, hasta el 40% de las lesbianas, homosexuales, bisexuales o transexuales jóvenes habrían pensado seriamente en el suicidio o lo han intentado. Por otra parte, los adultos que han tenido experiencias homosexuales, también tienen un riesgo de intentar el suicidio aumentado respecto a aquellos adultos que sólo han tenido parejas heterosexuales, aunque las tasas son menores en los estudios realizados en jóvenes (Herrell et al, 1999). 203 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Los factores que justificarían un mayor riesgo suicida en la población homosexual serían la disconformidad con el género, la autoidentificación a edad temprana de su orientación sexual homosexual o bisexual, una primera experiencia homosexual también a edad temprana, historia de abuso físico y/o sexual y marginación a nivel de los soportes sociales (Schneider et al, 1989), el entorno hostil y aislamiento, las dificultades para construir la identidad sexual, las mayores tasas de alcoholismo, los antecedentes de violencia familiar, el impacto del SIDA, etc. (López García et al, 1993). Finalmente, aunque no se ha demostrado en estudios bien controlados que la homosexualidad per se esté relacionada con tasas más elevadas de trastornos psiquiátricos (Stein, 1993), varios estudios han revelado una prevalencia elevada de trastornos depresivos (Joseph et al, 1990; Cochran & Mays, 1994), uso de alcohol y drogas (Cochran et al, 1996; Mckirnan & Peterson, 1989) y búsqueda de ayuda psiquiátrica (Bradford et al, 1994). 4.5.1.4 Raza e inmigración La gran mezcla racial de los EE.UU ha permitido realizar estudios epidemiológicos interesantes. En EEUU, más del 70 % de los suicidios consumados son cometidos por varones de raza blanca, siendo las tasas de mortalidad más altas en los individuos de raza blanca mayores de 85 años. De las razas mayoritarias, la raza blanca presenta una frecuencia global de suicidio de aproximadamente el doble de la de otros grupos étnicos, aunque en los últimos años esta diferencia tiende a disminuir, especialmente con los jóvenes de raza negra entre los 15-24 años, pero no con los jóvenes hispanos que se encuentran en una situación socieconómica análoga. Grupos étnicos minoritarios como los indios americanos y los nativos de Alaska presentan mayor incidencia de suicidio. Algunas de estas razas, como los esquimales, tienen formas peculiares de suicidio socialmente estructurado (López García et al, 1993). Las tasas son menores en varones de raza negra, pero superiores a las de las mujeres de raza blanca. En los blancos de origen Hispano las tasas son un 50% más bajas que las de los caucásicos. Así, en un interesante estudio realizado por Oquendo et al (2000) comparan las tasas de depresión y suicidio en las principales razas presentes en USA, y encuentran que los varones caucásicos tienen la tasa más alta de suicido consumado, y que los varones puertorriqueños -que son el grupo étnico con la mayor tasa de depresión- y los varones mejicanos parecen estar relativamente protegidos contra el suicidio en relación a sus tasas de depresión, ya que presentan una tasa anual de suicidio/100 casos de depresión del 0.3% y 0.6% respectivamente, mientras que esta tasa es de O.8 para los varones afroamericanos y de 1/100 en los varones caucásicos. En relación a las mujeres, las caucásicas muestran el mayor riego de suicidio al presentar una tasa del doble de suicidios en 204 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA relación a los casos de depresión cuando se comparan con las afroamericanas y cubanas. La puertoriqueñas tenían la menor tasa de suicidio/depresión. Tabla 21. Prevalencia año en % de depresión mayor en USA (Oquendo et al, 2000) !" # !"$!" '( * + "$&" ) %" )"$ " % %%#& !" ! "$&" " ! %" %$!" &" # !"$ " & %" %" ) $!" %"- )"$%" &" !" !$ " % !" & %" )" !$ " !" & %"$&" " ! )" $ " 0 1 ",, #"$%)" " ! %" &$!" ", " !$!" & " %"$!" # %! ! #" ,, "$ " ! !", " %$ " & &" ! " #$ " " % %" #$ " # !" ) / &" # &" %$ " !##! ! . " %"$ " !" % %" $ " ) " %$ " Diferencias significativas comparando con caucásicos * p< 0.05, **p< 0.001, °p<0.01 Tabla 22. Tasa anual de suicidios con respecto a la prevalencia año de depresión mayor (Oquendo et al, 2000) '( . / 0 1 )" )%) )" ))%! )" )) )" ))) )" )) )" )))! )" )) )" ))) )" ))!% )" )))% La emigración se asocia generalmente a una situación de estrés crónica, y cuando se junta con el desarraigo y el aislamiento, comporta un mayor riesgo de suicidio (Chandrasena et al, 1991; Ferrada-Noli et al, 1995), siendo el riesgo menor cuando se emigra con toda la familia. Las familias de emigrantes conservan durante las primeras generaciones las mismas tasas de suicidio de su país originario (López García et al, 1993). Estos hallazgos parecen apoyar la teoría de la integración social de Durkheim (Durkheim, 1982). La mayor capacidad de adaptación protege de este efecto suicidógeno de la emigración, por lo que el riesgo es menor en los jóvenes y en aquellos que emigran por voluntad propia. Además de la conservación del soporte familiar, el mantenimiento de las costumbres y tradiciones del país de origen tiene un efecto protector por cuanto facilita la integración en las comunidades de emigrantes de una misma procedencia (Tejedor Azpeitia et al, 1999). 205 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Para poder explicar estas diferencias raciales o étnicas, se ha hipotetizado con factores socioeconómicos, culturales y de calidad de vida (Moscicki et al, 1997). El familismo de Hope y Martin (1986), entendido como el mantenimiento de relaciones muy estrechas con los familiares, o el soporte que suponen las confesiones religiosas afroamericanas serían factores protectores. Neeleman et al (1996) realizaron un estudio en el distrito londinense de Camberwell caracterizado por la diversidad racial- y encontraron que las diferencias en las tasas de suicidio (mayores para mujeres jóvenes de raza india y para los inmigrantes del Caribe) se debían en mayor medida a las diferencias en las tasas de desempleo que a factores propiamente étnicos. También el fatalismo, o expectación de adversidad, podrían tener un papel adaptativo en el afrontamiento del estrés crónico (Oquendo et al, 2000). 4.5.1.5 Aislamiento social y familiar Numerosos estudios retrospectivos demuestran la relación entre el aislamiento social y el suicidio consumado (Lejoyeux et al, 1994). Durkheim (1982) ya lo consideraba un importante factor de riesgo suicida. Es la variable que media entre otros factores psicosociales considerados de riesgo -alejamiento conyugal, migración, estancias en la cárcel o el hospital, etc.- y la conducta suicida (López García et al, 1993). En contraste con la separación y el divorcio, que son factores de riesgo, tener niños es un factor protector de la conducta suicida, especialmente a las mujeres (Hoyer & Lund; 1993; Malone et al, 1995). La presencia de familia extendida puede proporcionar el soporte social necesario y ofrecer protección contra las ideas suicidas. El papel protector del "familismo" podría explicar la menor tasa suicida de los mejicanos residentes en USA (Hoppe & Martin, 1986). Nisbet (1996) hipotetiza de manera similar que el menor riesgo suicida de las mujeres de raza negra sería debido a que tienen vínculos sociales más extensos. La asociación entre el aislamiento e intentos de suicidio parece menor. 4.5.1.6 Medio rural o urbano La prevalencia de intentos de suicidio es mayor en el medio urbano (Lejoyeux et al, 1994; Gutiérrez-García, 1998). Su letalidad, sin embargo, es menor, lo cual puede estar relacionado, entre otros, por el método de autolesión empleado o la accesibilidad al sistema sanitario. López García et al (1993) alertan, no obstante, del hecho de que las tasas de defunción por causa desconocida son mucho más elevadas en las ciudades y se sospecha que muchas de 206 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA estas muertes pudieran ser en realidad suicidios. Una excepción es la de Japón, donde los suicidios consumados son más frecuentes en los distritos rurales, lo cual probablemente tenga que ver con que los métodos más mortíferos son más comunes en sujetos de edad avanzada y en el medio rural (López García et al, 1993). 4.5.1.7 Variaciones regionales El suicidio consumado es más frecuente en los países del norte y este de Europa. Dinamarca es el país de la Unión Europea que tiene una tasa más elevada de suicidio, mientras que es Hungría el país del Este de Europa con una tasa mayor, mientras que las tasas de suicidio son mucho más bajas en Grecia, España, Irlanda e Italia (Lutz & Reuhl, 1994). En relación al parasuicidio, el estudio más completo realizado hasta el momento es el WHO/EURO (Schmidtke et al, 1996). En éste, se encuentra que la mayor tasa de intentos de suicidio estandarizada por edad en hombres se da en Helsinki (Finlandia) (314/100.000), mientras que la más baja se da en Guipúzcoa (España) (45/100.000), lo cual representa una diferencia de siete veces. En las mujeres, la mayor tasa se encuentra en Francia (462/100.000) y la más baja de nuevo en España (69/100.000). Desde 1950 y hasta mediados de 1980 ha habido un incremento de los intentos de suicidios y del suicidio en Europa y Norteamérica, especialmente en los adolescentes y adultos jóvenes varones, que pudiera ser debido a que los trastornos depresivos se estén iniciando antes (Diekstra, 1993). Asimismo, hay que señalar que el suicidio es más frecuente en mujeres en China y Cuba, lo cual probablemente esté en relación con las “peculiaridades socio-culturales” de ambos países (Hafner, 1989). Por otra parte, se ha postulado que las diferencias regionales pudieran ser debidas más que a factores psicopatológicos, a factores sociales (Diekstra, 1996), como es el vivir en un medio socioeconómico pobre (Ferrada-Noli, 1996; Schmidtke et al, 1996) o a los cambios en el estilo de vida (Hafner, 1989). También se ha hipotetizado con que tendría que ser debido a las diferencias en la latitud y longitud de los distintos países (ver 4.5.1.8). 4.5.1.8 Factores climáticos La mayoría de estudios, en contra de la opinión popular, no encuentra ninguna relación entre el clima y el comportamiento suicida (Durkheim, 1982). En lo que respecta a la estacionalidad, algunos autores encuentran una mayor frecuencia de suicidios en la primavera y 207 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD verano (Lejoyeux et al, 1994). Durkheim lo intenta explicar por las condiciones de mayor actividad de la vida social. Además, un artículo reciente encuentra que efectivamente, el cambio hacia una temperatura inferior en el día previo durante la primavera se asociaba a un aumento de suicidio, sugiriendo los autores que los cambios rápidos e importantes de las condiciones meteorológicas no son un factor causal de la conducta suicida, pero si que podrían ejercer un efecto cronológico sobre el suicidio (Haukka et al, 2004). En relación a la latitud y longitud, son varios los autores que defienden que la elevada tasa de suicidios e intentos de suicidio en Finlandia, Dinamarca y Hungría, entre otros, está relacionado con dichos parámetros (Lester & Shepard, 1998; Davis & Lowell, 2002; Voracek & Formann, 2004). También se ha postulado que la latitud influye, en el sentido de que en el hemisferio norte el mes en el que se registra mayor incidencia es mayo y en general en primavera, con un segundo pico de incidencia en otoño, en ancianos. En relación a la influencia que las fases lunares pudieran tener sobre el comportamiento, a pesar de que en las observaciones empíricas se refieren un mayor número de urgencias psiquiátricas en determinadas fases, ningún estudio ha conseguido confirmar esta hipótesis (Martínez García et al, 1988). Tampoco se ha demostrado fehacientemente que el comportamiento suicida sea más frecuente en algunos de los días de la semana. Hay autores (Lejoyeux et al, 1994; Martínez García et al, 1988) que observan un pico de mayor incidencia los lunes. Estos dos trabajos muestran resultados discrepantes con respecto al momento del día de mayor riesgo: mientras el estudio francés destaca una mayor frecuencia de suicidios consumados durante el día que en la noche, en el estudio español se señalan las horas de la tarde y de la noche como las de mayor riesgo para un intento suicida. 4.5.1.9 Nivel educativo y cultural Tradicionalmente, no se le ha concedido un papel relevante en los comportamientos suicidas, aunque se ha asociado un nivel bajo de estudios con una prevalencia aumentada de intentos de suicidio. En el estudio WHO, el 57% de los intentos de suicidio en varones y el 58% en las mujeres se daban en personas con un bajo nivel educativo, mientras que sólo el 13% y el 12% de varones y mujeres respectivamente que habían intentado el suicidio, tenían un nivel educativo alto (Schmidtke et al, 1996). Por otra parte, en el mismo trabajo tuvieron en cuenta si 208 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA sus estudios tenían que ver con su vocación real, y se obtuvo que el 39% de los hombres y el 50% de las mujeres que habían intentado el suicidio no habían tenido unos estudios acorde con su vocación. En un estudio español se encuentra similares resultados (Fernández gonzález et al, 2000). Heikkinen (1997) comprueba en su estudio sobre el suicidio consumado en individuos con trastornos de la personalidad que, independientemente de que padecieran o no un trastorno de la personalidad, el 60-70% de los suicidios consumados se daban en personas con menos de 9 años de estudios, siendo el grupo con estudios medios (7-9 años) el que tenía una prevalencia mayor de suicidios consumados. Cubrin (2000) también observa un riesgo aumentado de suicidio en personas con una educación limitada. Los jóvenes de entre 20 y 24 años que tienen 8 o menos años de estudio tienen un riesgo de mortalidad 160% mayor que aquellos que tienen más de 13 años de estudios; asimismo, afirman que los ingresos familiares y la educación están inversamente relacionados con la mortalidad (Singh & Yu, 1996). En un estudio realizado en varones blancos mayores de 65 años de los Estados Unidos, los sujetos que tenían menos de 12 años de estudios habían intentado el suicidio con armas con una frecuencia mayor que aquellos que habían completado los estudios de bachillerato. Sin embargo, otros trabajos coinciden en que cuanto mayor es el nivel de instrucción, mayor es el riesgo de consumar un suicidio, y menor es el riesgo de tentativas, constituyendo los estudiantes universitarios una población especial de riesgo. En un estudio casos-control de 103 pacientes mayores de 50 años y diagnosticados de depresión mayor no secundaria a enfermedad física grave, más del 70% de los que habían intentado el suicidio tenían más de 12 años de estudios, pero sin diferencias estadísticamente significativas en relación con el grupo que no intentó el suicidio (Upadhyaya et al, 1999). Se podría hipotetizar que las personas con un mayor nivel educativo –especialmente en las personas mayores en las que la muerte puede entenderse mejor como algo “natural”- puedan “simular” mejor su suicidio como una muerte natural para no cargar a sus familiares con la carga de saber la causa de la muerte. 4.5.1.10 Clase social Dado que es una variable estrechamente relacionada con otras que actúan como factores de confusión -situación laboral, nivel educativo, etc.- las investigaciones sobre la influencia de la clase social en la conducta suicida no arrojan resultados concluyentes. Durkheim ya había hipotetizado que la “miseria” protegía del suicidio. En 1971 Lester encontró una correlación positiva entre la tasa de suicidio consumados y la calidad de vida, y una correlación negativa entre ésta y las tasas de intentos de suicidio (López García et al, 1993). Platt et al (1988) señalan 209 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD una relación inversa entre la clase social y las tasas de conductas autolesivas en las ciudades de Oxford y Edimburgo. Así, el riesgo relativo de conductas suicidas en los sujetos pertenecientes a la clase V (trabajadores manuales no cualificados) frente a los de las clases I y II (no trabajos manuales) oscilaba entre el 12.2 en Edimburgo y 8.7 en Oxford. En la misma línea se encuentran los resultados del estudio multicéntrico WHO/Europe, en el que se encuentra que el 54% de los hombres y el 44% de las mujeres que habían intentado suicidarse pertenecen a la clase social más baja y sólo el 8.4% de los hombres y el 4.6% de las mujeres pertenece a la clase social más alta (Schmidtke et al, 1996). Sin embargo, aunque tradicionalmente se ha relacionado el suicidio a un nivel socioeconómico más alto (Forster & Wu, 2002), en estudios más recientes se encuentra una asociación entre los intentos de suicidio y pertenecer a un medio socioeconómico deprimido (Ferrada-Noli, 1996; Taylor et al, 1998; Hawton et al, 1999). Otros autores concluyen que los suicidios se producen en todas las clases sociales (López García et al, 1993) y otros, que la conducta suicida sería más frecuente en los extremos del espectro socioeconómico (Tondo & Baldessarini, 2001). 4.5.1.11 Situación laboral La mayoría de los estudios coinciden en señalar la existencia de una relación entre las conductas suicidas y diversos marcadores socioeconómicos entre los que destacan el desempleo, la duración del mismo o la clase social a la que se pertenece. Así, el desempleo parece un factor de mayor importancia que la situación económica (Kposowa, 2001). Los intentos de suicidio son más frecuentes en los individuos en el paro, y el desempleo, la inestabilidad y los conflictos laborales son más frecuentes entre quienes intentan o consuman el suicidio que en la población general (Hawton et al, 1999; Chastang et al, 1998). Al mismo tiempo, cuanto más prolongado es el período de desempleo, mayor es el riesgo suicida (Platt, 1986; Morton, 1993; López García et al, 1993). En el estudio WHO/EURO también se observaron mayores tasas de intentos de suicidio en individuos desempleados y con menor nivel cultural (Schmidtke et al, 1996). Alrededor de un 20% de los varones y un 12% de las mujeres que intentaban suicidarse estaban en paro –eran un 32% y 23% respectivamente cuando se consideran los datos de los sujetos aptos para trabajar-. Fuller et al (1989) también encuentran tasas de desempleo bastante más altas 60% en hombres y 40% en mujeres- en los individuos en edad de trabajar que realizan actos autolesivos en comparación con la población general –tasa del 13%-. En España, Tejedor et al (1999) encuentran que en las 208 tentativas de suicidio que ellos estudian, el 22% está en el paro, el 33% trabajando y el 16% son pensionistas. El porcentaje de parados (22%) en cifras absolutas 210 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA es similar al descrito en otros estudios, aunque si se toma como referencia la tasa de paro en la población general -19%-, las diferencias observadas indicarían que el paro es un factor de riesgo suicida. Hawton & Rose (1986) encuentran un riesgo relativo (RR) de conductas suicidas en los desempleados comparado con los trabajadores activos que varía, en un período de tres años, entre 12.7 y 15.4 para los hombres y entre 7.5 y 10.8 para las mujeres. Estas cifras se incrementan en relación con la duración del desempleo, de manera que los hombres que llevan más de un año sin trabajo tienen una incidencia de conductas autolesivas entre 26 y 36 veces mayor que los trabajadores activos, y las mujeres entre 14 y 33 veces. En este estudio también se señala que, tanto los varones como las mujeres desempleados de la muestra presentan una prevalencia significativamente mayor de tratamiento psiquiátrico, alcoholismo, y repetición de conductas autolesivas que los trabajadores activo. En un trabajo posterior del mismo grupo (Hawton & Fagg, 1992) se señala un riesgo relativo de conductas suicidas de 9.7 para los hombres y 10 para las mujeres en situación de desempleo. Platt & Kreitman (1989) aportan datos similares. La asociación entre la duración de la situación de desempleo y el aumento de las conductas suicidas es constante, siendo particularmente fuerte para los sujetos que llevan más de un año sin trabajo (Morton, 1993). Chastang et al (1999) informan que en ambos sexos el riesgo suicida después de un año de desempleo era de dos a cinco veces más alto que los que llevaban desempleados sólo un mes y 12-18 veces más que las personas con empleo regular. Paradójicamente, se encuentran altas tasas de suicidio en países como Suiza, con tasas de paro muy bajas (López García et al, 1993). Shapiro & Parry (1984) encuentran que sólo un 4% de los sujetos que han intentado el suicidio consideraba que el desempleo estaba relacionado directamente con su conducta suicida. Esta relación, por tanto, es compleja, y probablemente influida por muchos factores de confusión. Así, el efecto del desempleo sobre la conducta suicida puede estar mediado por variables psicopatológicas, como la existencia de cuadros depresivos. Asimismo, el desempleo puede ser consecuencia de otras variables que constituyen en sí mismas factores de riesgo suicida -crisis económicas, alcoholismo, trastornos psiquiátricos, etc.- (López García et al, 1993). Además, algunos autores conceden poca importancia al desempleo como desencadenante de las conductas suicidas. De hecho, los estudios de las últimas décadas no muestran una relación consistente entre el desempleo y el riesgo suicida (Adam, 1990). Velamoor & Cernovsky (1990) no encuentran diferencias entre empleados y desempleados en lo que respecta a antecedentes suicidas o deseo de morir en individuos evaluados por intoxicaciones voluntarias. Lester y Yang no pueden demostrar esta asociación en 211 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Australia, aunque sí en Estados Unidos. Los hallazgos de estudios individuales longitudinales apuntan a un incremento significativo (entre 2 y 3 veces) del riesgo de suicidio entre los desempleados, aunque los estudios que utilizan este tipo de diseño generan resultados poco consistentes (Platt & Hawton, 2000). Estos autores sugieres que la incorporación de la mujer al mercado laboral ejerce como factor de protección contra el suicidio, aunque los resultados de los estudios publicados no son concluyentes (Platt & Hawton, 2000). Se ha encontrado que la incorporación de la mujer al mundo del trabajo ha incrementado las tasas de suicidio en las mismas, sobre todo cuando las circunstancias en las que el apoyo cultural prestado al trabajo femenino es escaso (Diekstra, 1990). Si bien las mujeres realizan menos suicidios consumados menos que los hombres, estas diferencias se minimizan cuando el trabajo de la mujer se aproxima al del hombre (López García et al, 1993). Esto pudiera ser explicado por el menor respaldo cultural al trabajo femenino, la ausencia de modelos de éxito o, la frustración por la pérdida del papel femenino. Según otros autores, la categoría profesional influye menos que el grado de satisfacción en el trabajo, y eso explica que en los varones se encuentren muchos problemas laborales como acontecimientos vitales previos al suicidio (López García et al, 1993). Por otra parte, Chastang et al (1999) consideran que la influencia de los problemas laborales en la conducta suicida va más allá del desempleo y estudian la influencia de la inestabilidad laboral, incluyendo en este constructo el desempleo, las medidas de protección contra el mismo y, el empleo precario y ocasional, concluyendo que la inseguridad laboral implica un mayor riesgo suicida para los hombres que para las mujeres –debido a factores socioculturales, en los que el desempleo en los varones tiene un mayor efecto en la autoestima y la consideración social, entre otros-, pero que hay una tendencia a la homogenización debido a la incorporación de la mujer al mundo laboral. La relación entre suicidio y desempleo podía estar mediada por una vulnerabilidad en el sujeto relacionada con dificultades familiares en la infancia, de forma que los problemas sociales y familiares y los cambios de rol debidos al desempleo producirían una reminiscencia de la inestabilidad familiar de los primeros años de vida (Chanstang et al, 1999). 4.5.1.12 Profesión Tradicionalmente se habla de profesiones que comportaban un mayor riesgo suicida, entre ellas la profesión médica, que atraería a personalidades más inmaduras y neuróticas. Según 212 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA otros autores (López García et al, 1993), la categoría profesional influye menos que el grado de satisfacción en el trabajo. Algunos autores refieren que las tasas de suicidio entre los médicos son 1.15 veces mayores a las de la población general, especialmente en las mujeres, que tienen una frecuencia tres veces superior a la esperada (López García et al, 1993). En la revisión llevada a cabo por De la Cruz et al (1988) se encuentra que entre los estudiantes de medicina sólo las mujeres presentan tasas de suicidio superiores a las de la población general, que los residentes de psiquiatría presentan tasas equiparables a las de las población general y a las de los residentes de otras especialidades y, finalmente, que el suicidio es más frecuente en los médicos, especialmente psiquiatras, otorrinolaringólogos, cirujanos, anestesistas y dentistas. Algunos autores no aceptan estas conclusiones al atribuirlas a factores de confusión como la edad y el sexo. Holmes & Rich (1990) argumentan que la tasa de suicidio entre médicos varones en EEUU es superior a la de la población general, pero equiparable a la de los varones blancos de más de 25 años, grupo al que pertenecen la mayoría de los médicos. No así la de las mujeres médicos, que es equiparable a la de los médicos varones y, por lo tanto, muy superior a la tasa encontrada en las mujeres blancas mayores de 25 años. Entre los factores que incrementarían el riesgo suicida entre los médicos se citan el estrés laboral, el acceso fácil a fármacos o métodos letales, la drogadicción y el alcoholismo, la competitividad en la profesión, el deterioro de la imagen del médico, la conflictiva conyugal y el divorcio, la inmigración, etc. En un reciente estudio sobre la prevalencia de las conductas suicidas entre los trabajadores de la salud mental se concluye que no existen diferencias con la población general en lo que respecta a la prevalencia de ideación e intentos autolíticos, aunque sí en la prevalencia-vida de las tentativas -mayor entre los profesionales-. También se señala que las ideas de muerte y de suicidio son más frecuentes entre los psicólogos y trabajadores sociales que entre el personal de enfermería y los psiquiatras y finalmente, que no existen diferencias entre las distintas categorías profesionales en lo que respecta a la prevalencia-vida de intentos de suicidio (Ramberg & Wasserman, 2000). Otras profesiones con un riesgo aumentado serían los abogados y farmaceúticos, mientras que los políticos y religiosos tendrían un riesgo menor (Holmes & Rich, 1990). 4.5.1.13 Estado civil Durkheim destacó el papel de la familia y el estado civil en el desencadenamiento del comportamiento suicida. En su opinión, la subordinación a los intereses del núcleo familiar en el 213 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD que el individuo está integrado disminuye los impulsos individualistas y suicidas. Según él, el suicidio varía en función del grado de integración del individuo en la sociedad religiosa, doméstica y política. El divorcio, con las dificultades económicas –entre otras- que conlleva sería un factor de riesgo suicida. Los trabajos posteriores confirman la influencia del estado civil en la conducta suicida, con independencia del sexo y la edad. Sin embargo, el estado civil es una variable sociológica estrechamente relacionada con otras como la edad y el sexo, de forma que la protección que supone el matrimonio desciende con la edad, sobre todo en mujeres. Igual ocurre con el matrimonio a edades muy tempranas, donde más que un factor protector constituye un factor de riesgo suicida, debido al efecto suicidógeno de las rupturas matrimoniales. Así, los suicidios de individuos casados tienden a producirse en adultos jóvenes o en mujeres mayores depresivas, en las que los intentos –mediante intoxicación medicamentosa- suelen ser de baja letalidad, siendo un precipitante habitual las dificultades conyugales (López García et al, 1993). Estos hechos tampoco son independientes de otras variables como el hábitat urbano y la accesibilidad de armas de fuego (que tienden a incrementarlo), y de la existencia de trastornos psiquiátricos en alguno de los cónyuges (que serían a la vez los causantes de la ruptura matrimonial y de la conducta suicida de forma independiente). Al mismo tiempo, algunos trabajos sugieren que la influencia del divorcio en la conducta suicida no es tan acusado en la actualidad como en épocas pasadas. El suicidio es más frecuente en divorciados y viudos (López García et al, 1993). En un estudio la tasa de suicidio era aproximadamente entre dos y tres veces mayor en las personas divorciadas o viudas que en las casadas (CDC, 2000). El riesgo suicida, especialmente en los varones, es grande en el primer año después de la muerte del cónyuge (López García et al, 1993). El riesgo suicida es doble entre los solteros que entre los casados (López García et al, 1993). En un estudio llevado a cabo en el área urbana de Lyon por Davidson & Philippe (1986), se describe un aumento del riesgo de suicidio de 2.3 en hombres solteros, 2.9 en hombres divorciados y 3.6 en viudos, frente a aquellos que se encuentran casados. Asimismo, entre las mujeres se describe un aumento del riesgo de morir por suicidio de 1.9 en solteras, 2.0 en divorciadas y 2.2 en viudas, frente a las mujeres casadas. Para López García et al (1993), sin embargo, habría ligeras diferencias de género, de manera que en las mujeres el suicidio sería más frecuente en la viudedad, mientras que en los varones, la separación y el divorcio serían las situaciones con mayor riesgo. 214 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA La asociación del estado de viudez o divorcio con el suicidio pudiera ser debido al aislamiento social que conlleva (Harris, 1981; Forster & Wu, 2002). Esto es compatible con el hecho de que el grupo con menor frecuencia de conductas suicidas es el de los casados con hijos (Lejoyeux et al, 1994). Además del aislamiento social, los problemas económicos o el impacto psicotraumático de la pérdida son factores también a considerar. De hecho, una situación especial la constituye los estados de duelo. Varios estudios han confirmado su papel como factor de riesgo en el suicidio, independientemente del grupo de edad, aunque es mayor en los de edad más avanzada (MacMahon, 1965; Smith et al, 1988). La tasa de suicidio de aquellos que sufren la pérdida de su pareja o uno de los padres en los dos años previos es unas cinco veces mayor que en la población general (Bunch, 1972). Asimismo, parece que la causa de la muerte, así como la reacción que se elabora a la misma sería determinante a la hora de valorar el riesgo suicida del individuo en duelo, de manera que cuando la muerte del familiar ha sido por suicidio y cuando el proceso del duelo se complica o deriva en un proceso depresivo mayor, el riesgo de suicidio es mucho mayor (Szanto et al, 2001). Asimismo, las tasas de conductas suicidas varían de una zona geográfica a otra. En el estudio WHO/EURO se observó en la zona del Norte de Europa una mayor incidencia en mujeres y hombres divorciados y más bajas en viudas y viudos (Schmidtke et al, 1996). 4.5.1.14 Enfermedad médica Es uno de los factores que clásicamente se ha considerado como precipitante de las conductas suicidas. Aunque hay que considerar a la enfermedad física como un factor de riesgo suicida (CDC, 2000), su importancia parece que se ha sobredimensionado (Allebeck et al, 2001). Así, aunque el cáncer se ha relacionado con el suicidio (Maris et al, 2000), menos del 1% de los pacientes que lo padecen cáncer se suicidan (Forster & Wu, 2002). La realidad de los estudios refleja que quizá la enfermedad médica no sea un factor independiente de la depresión en el contexto del suicidio. Así, la ideación autolítica es rara en los pacientes terminales que no están deprimidos, de manera que los factores que contribuirían a la suicidabilidad, al menos es los pacientes mayores afectos de una enfermedad médica, serían el dolor no tratado o mal tratado, la ansiedad anticipatoria en relación a la progresión de la enfermedad y el miedo a la dependencia y a ser una carga para la familia (Szanto et al, 2001). Así, cuando el dolor y la depresión están adecuadamente tratados, la mayoría de los pacientes que previamente considerados potencialmente suicidas, expresaban su deseo a vivir. Además, parece que son aquellos que están 215 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD más gravemente deprimidos y no aquellos que padecen una enfermedad física, los que finalmente consuman el suicidio (Conwell et al, 2000). Mann (1998) sostiene que la conducta suicida no es una respuesta lógica a factores estresantes extremos, sino que resulta de la interacción entre éstos y la predisposición a la conducta suicida (diátesis), postulando un modelo estrés-diátesis. Es de destacar que este autor le concede a la enfermedad somática el carácter de un factor estresante en la conducta suicida, y a la enfermedad crónica el de un factor predisponente. Sin embargo, en ausencia de psicopatología, es muy bajo el porcentaje de pacientes con una enfermedad somática crítica que consuman en suicidio. El mecanismo facilitador del suicidio en estos pacientes es la depresión secundaria a la enfermedad. De hecho, el porcentaje de pacientes sin antecedentes de enfermedad mental observado por Saiz y Montejo (1976) y Martínez-García et al (1988) entre los intentos de suicidio observados en el hospital general es muy escaso. El mecanismo facilitador del suicidio sería la depresión secundaria a la enfermedad (Tejedor & Sarró, 1997). A pesar de estos datos conocidos y bien contrastados y de la existencia de guías del manejo del paciente suicida en hospital general, la calidad de la evaluación y manejo de estos pacientes es a menudo deficiente (Saiz & Montejo, 1976). Además de los estadios terminales del cáncer, otras enfermedades crónicas que se consideran de riesgo para el suicidio son la infección por VIH y el SIDA –principalmente en sus fases terminales, aunque en estos últimos algunas muestras han observado una disminución en la incidencia de suicidios consumados en los últimos años, lo que se atribuye a la mayor disponibilidad de los tratamientos antiretrovirales, a la mejor atención psiquiátrica y al menor estigma social (Cote et al, 1992)-, la epilepsia y la enfermedad renal asociada a diálisis (Forster & Wu, 2002) y las enfermedades neurológicas, particularmente la esclerosis múltiple, la enfermedad de Huntington y la epilepsia (Arciniegas & Anderson, 2002). El riesgo de suicidio de estos pacientes neurológicos es 1.83 veces superior a la de la población general y la mitad de los suicidios ocurren en los 5 primeros años tras el diagnóstico (Stenager et al, 1992). Cerca de la mitad de todos los pacientes con esclerosis múltiple sufren depresión durante el curso de la enfermedad, el 28% hacen tentativas de suicidio y el 46% presentan ideas de suicido (Stenager et al, 1992). El riesgo en la enfermedad de Huntington esta incrementado 4- 8 veces respecto a la población general (Lipe et al, 1993; Schoenfeld et al, 1984, en particular en los pacientes deprimidos y sin demencia, es decir, en las primeras fases de la enfermedad (Kraus, 1975). El 216 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA riesgo de suicidio en pacientes con epilepsia institucionalizados es 5 veces superior y 25 veces en aquellos con epilepsia temporal, cuando se compara con el de la población general. Esta relación de mayor suicidabilidad se mantiene a pesar de controlar el grado de incapacidad producido por la enfermedad (Mendez & Doss, 1992). 4.5.1.15 Religión Ser religioso ha sido postulado como un factor de protección frente al suicidio. De hecho, el incremento de las tasas suicidas observado en distintos países entre 1960 y 1980 ha sido atribuido a la pérdida de valores religiosos (López García et al, 1993). Estudios posteriores no son concluyentes al respecto y probablemente haya otros cambios sociales que puedan ayudar a explicar este fenómeno. El carácter protector de la religión puede ser debido a que tiene un carácter facilitador de la integración y soporte social, a que atempera el individualismo y a la subordinación del individuo a la comunidad de creyentes y parece que este efecto es independiente de la condena que las diferentes confesiones hacen recaer sobre el suicidio (Durkheim, 1982). Durkheim (1982) encontró que el suicidio era más prevalente entre los protestantes y menos en los católicos y, especialmente en los judíos (a pesar de que, paradójicamente, es la única confesión que no lo condena formalmente). Stack (1992), sin embargo, encuentra tasas menores entre los católicos. Al mismo tiempo, otros trabajos encuentran tasas de suicidio muy altas en países católicos o en épocas en las que la influencia de la religión era preponderante, poniendo en entredicho el supuesto efecto protector que algunas religiones tienen frente al suicidio que propuso Durkheim (Durkheim, 1982). Stack (1992) argumenta que más que la pertenencia a una determinada confesión, lo que protege de los impulsos suicidas es la existencia de inquietudes religiosas en general. También podría postularse que el efecto protector depende del grado de implicación en las actividades religiosas de la comunidad, de manera que los individuos con mayor implicación, estarían de alguna manera protegidos, por un efecto similar al de la agregación familiar. 4.5.1.16 Estrés y acontecimientos vitales La influencia del estrés y los acontecimientos vitales sobre la ideación y conductas suicidas es un hecho ampliamente aceptado (Garrison et al, 1991). Existe una elevada incidencia de acontecimientos vitales estresantes en los meses previos a la realización de un suicidio o una tentativa, especialmente en el mes previo (Adam, 1990; Yufit & Bongar, 1992). Además, éstos se dan con mayor frecuencia en los varones (Heikkinen et al, 1992). 217 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Se piensa que el estrés que desencadena la conducta suicida es crónico y acumulativo. La mayoría de las personas son capaces de afrontar momentos de estrés agudo sin incrementarse el riesgo suicida, por lo que se trataría de una sucesión de acontecimientos adversos a lo largo de un período de tiempo (la carrera suicida). Los estresores se relacionarían con la conducta suicida, bien a través de la producción de psicopatología o, bien como factores desencadenantes sobre una vulnerabilidad del sujeto en su adaptación al estrés mediada por factores de personalidad (Yufit & Bongar, 1992). También se podría postular que son determinados rasgos de personalidad los que provocan que determinados individuos se expongan a más acontecimientos estresantes y de riesgo. Los tipos de estresores son distintos en relación al género y la edad. Mientras en los varones se encuentran la enfermedad somática, los conflictos interpersonales, los problemas financieros y la separación, entre las mujeres se refieren los trastornos mentales, los conflictos interpersonales y la pérdida de seres cercanos. Los problemas familiares y las dificultades laborales son factores de riesgo para el suicidio consumado tanto en varones como mujeres (Heikkinen et al, 1994). Por edades, entre los suicidas jóvenes se encuentran los conflictos interpersonales, las pérdidas, las dificultades económicas, la separación y los conflictos legales. En los ancianos, por el contrario, se citan la coexistencia de problemas médicos, las situaciones de aislamiento y soledad y la jubilación (Frierson, 1991), y la sucesión de acontecimientos ligados al envejecimiento (Heikkinen et al, 1992). 4.5.1.17 Guerras Curiosamente, las tasas de suicidio disminuyen durante los conflictos bélicos, tal y como se ha observado en las dos guerras mundiales, durante la guerra civil española y en conflictos armados más recientes (López García et al, 1993; Somasumdaram & Rajadurai, 1995). Esta disminución se observa tanto en varones movilizados como entre los que no estaban en el frente e incluso en los países neutrales. Desde la perspectiva sociológica de Durkheim se explica por el mayor grado de cohesión e integración social durante las guerras (Durkheim, 1982). Desde el psicoanálisis se defiende que al poderse exteriorizar los impulsos agresivos de una forma socialmente aceptada, disminuyen los impulsos autoagresivos. Otros autores tratan de explicarlo por la interferencia de variables de confusión, como por ejemplo la reducción de las tasas de paro durante las guerras (Lester & Yang, 1991). 218 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA Por otra parte, en la postguerra española las tasas de suicidio subieron muy por encima de la media de la década, lo cual intentó ser explicado por la difícil situación económica y el temor a represalias políticas, entre otros. También se ha encontrado un riesgo suicida incrementado entre los ex-combatientes de la guerra de Vietnam, pudiéndose explicar por la elevada prevalencia en esta población del trastorno por estrés post-traumático (Bullman et al, 1991). 4.5.1.18 Crisis económicas y sociales e Industrialización Otro de los factores estresantes que se ha relacionado con el suicidio son los problemas económicos. El hecho de que las crisis económicas (López García et al, 1993) se relacionan con un aumento de las tasas de suicidio se hizo evidente tras el crack de 1929 en los EEUU. Por el contrario, los períodos de estabilidad económica se han relacionado con un descenso en las tasas de suicidio de los países occidentales (Wasserman, 1992). Las crisis sociales y de valores también se han asociado a un aumento de las tasas de suicidio consumado. Durkheim (1982) lo explicaba por el hecho que el suicidio sería debido a un déficit de integración social –suicidio egoísta- o en sujetos pobremente regulados por la sociedad –suicidio anómico-. Hawton (1987) encontró que algunos subgrupos de suicidas se caracterizan por su mala socialización. Algunos ejemplos que apoyan esta hipótesis son el pico del suicidio juvenil en la primera década del siglo XX en EEUU, el aumento de la tasa de suicidio en jóvenes en Irlanda en el período 1970-1985 o el incremento actual de las tasas de suicidio juvenil (Diekstra & Garnefski, 1995). Finalmente, el suicidio es claramente más frecuente en los países industrializados, lo que puede ser explicado por la desintegración del nucleo familiar, el aumento de la emigración y el desarraigo social (Diekstra & Garnefski, 1995). 4.5.1.19 Régimen político No se ha demostrado que el suicidio pueda estar aumentado de manera significativa en algún régimen político en concreto. De hecho, en Hungría se han mantenido las tasas altas de suicidio con independencia de los cambios políticos. En los países surgidos tras la desintegración de la URSS 1991 aumentaron tanto las tasas de suicidio como las de homicidio, mientras que en las naciones de Europa Oriental sólo se incrementó la tasa de homicidio tras la caída de sus regímenes comunistas en 1989. Mientras el aumento de los homicidios se explica por una desintegración de los servicios públicos y de seguridad, el ascenso de los suicidios es más 219 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD enigmático y se ha intentado explicar por el desengaño de las esperanzas iniciales que el cambio político iba a significar, la falta de una dictadura a quien culpar de la propia miseria, el descenso en la provisión de servicios médicos y psiquiátricos, los cambios en el consumo de alcohol, etc. (Lester, 1998). 4.5.1.20 Instituciones (prisión, hospitales generales) El ingreso en una unidad psiquiátrica, independientemente del motivo de ingreso, no asegura que el suicidio no se vaya a cometer. De hecho, el suicidio se da en el interior de las instituciones caracterizadas por un elevado grado de control de la conducta y en las que el individuo tiene un bajo grado de autonomía en la toma de decisiones (López García et al, 1993). El suicidio es más frecuente en la población reclusa que en la población general, lo cual puede ser debido a que se trata de un medio estresante y a las dificultades para adaptarse al mismo por sujetos con una prevalencia aumentada de psicopatología y trastornos de la personalidad (Bonner, 1992). En EEUU, el suicidio es la primera causa de muerte entre los reclusos y detenidos, con unas tasas de suicidio 9 veces superior a las de la población general. El riesgo es mayor durante los primeros meses de encarcelamiento, especialmente en las primeras 24 horas. El perfil de suicida en estas instituciones es el de un varón, joven, de raza blanca, sin pareja, que cumple su primera condena por un delito menor, y con antecedentes de consumo de alcohol o drogas. Entre los condenados a penas de prisión más prolongadas el suicidio es menos frecuente, aunque sigue siendo 2-3 veces más frecuente que en la población general. En estos casos, el sujeto suele ser un individuo de más edad, de raza blanca, condenado por delitos más graves, y con antecedentes psiquiátricos y de intentos de suicidio previos. En este caso el suicidio se consuma tras varios años de estancia en prisión, constituyendo los problemas con la institución o con otros reclusos el acontecimiento desencadenante (Bonner, 1992). Algunos autores (López García et al, 1993) citan otros desencadenantes posibles como noticias del exterior (fallecimiento familiar, abandono o infidelidad del cónyuge), violencia homosexual, aislamiento del exterior, etc. También se puede tratar de suicidios reivindicativos, desarrollado por ejemplo mediante huelgas de hambre. El suicidio en el hospital general tiene generalmente por desencadenante la existencia de una grave enfermedad somática, sobre todo la enfermedad crónica, invalidante, el dolor continuo, la fase terminal, los diagnósticos que implican la muerte a corto plazo (López García et 220 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA al, 1993; Tejedor & Sarró, 1997) y las enfermedades que afectan al SNC (Cote & Biggar, 1992; Henderson & Ord, 1997; Lipe et al, 1993; Schoenfeld et al, 1984; Stenager et al, 1992). En el trabajo de Mirón et al (1997) sobre los datos del suicidio ofrecidos por el Instituto Nacional de Estadística (INE) en España entre 1906 y 1990, destaca como la primera causa de suicidio el sufrimiento físico (27%), por delante de la psicopatología (18%). Finalmente, la existencia de ingresos psiquiátricos incrementa el riesgo suicida, no tanto durante el internamiento, sino en los meses posteriores al alta domiciliaria (López García et al, 1993). Litman (1992) señala que las cifras de suicidio consumado tras un año del alta del hospital psiquiátrico se sitúan entre e 0,2-0,5% de los pacientes, con un descenso del riesgo en los años posteriores. 4.5.1.21 Servicio militar La prestación del servicio militar per se no se considera un acontecimiento vital estresante (López García et al, 1993). Los jóvenes que realizan tentativas de suicidio durante el mismo, lo hacen generalmente en el propio cuartel y mediante cortes en antebrazos, y suele estar relacionado con los antecedentes previos psiquiátricos, antecedentes de auto o heteroagresividad, e historia familiar de tentativas de suicidio. Las razones por las cuales los jóvenes intentarían el suicido en el Servicio Militar pueden ser bien a elementos psicopatológicos -jóvenes con rasgos psicopáticos o inmaduros de personalidad- y sociológicos –en relación a las características de la institución- (López García et al, 1993). En un estudio postmortem de 43 suicidios consecutivos de jóvenes de entre 18 y 21 años realizando el servicio militar obligatorio del ejercito israelí, se encontró que los trastornos de la personalidad más frecuentes eran el esquizoide y el narcisista, mientras que el diagnóstico más frecuente del axis I era el de trastorno depresivo mayor (53.5%) (Apter et al, 1993). 4.5.1.22 Suicidios colectivos. El pacto suicida Aunque el suicidio es un acto que compete al individuo, en algunos casos se producen suicidios grupales (López García et al, 1993). El suicidio colectivo puede ser resultado del denominado pacto suicida, que no es sino un acuerdo mutuo entre dos o más personas para quitarse la vida, generalmente matrimonios de más de 50 años de edad, socialmente aislados, y donde uno de los miembros, habitualmente el varón, con antecedentes depresivos y de intentos previos o con enfermedades somáticas graves actúa como instigador (Brown et al, 1995). En un 221 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD estudio realizado entre 1974-1993 en Inglaterra sobre una serie consecutiva de 722 suicidios, un 2,5% correspondían a pactos suicidas en el que al menos uno de los miembros de la pareja padecía un trastorno mental en el momento del suicidio. En 7 de los 9 pactos, uno de los cónyuges había consultado al médico o al psiquiatra en los seis meses previos (Brown et al, 1995). En otro estudio del mismo equipo (Brown & Barraclough, 1999), los pactos suicidas contribuían a un 0.6% de la estadística del suicido en Inglaterra y Gales entre 1988 y 1992. En este último trabajo, la edad media de los suicidas era de 56 años, 48 pactos correspondían a parejas casadas, la mitad de los suicidas tenían antecedentes de trastornos mentales y un tercio de enfermedades médicas. En otras ocasiones, se trata de parejas de adolescentes (Milin & Turgay, 1990) u otros miembros de la unidad familiar. En las estadísticas japonesas, del total de pactos suicidas registrados, un 58% correspondían a enamorados, un 10% a matrimonios, un 4% a parejas de homosexuales y un 22% a parejas padres/hijos (sobre todo madre/hijo) (López García et al, 1993). Algunos autores distinguen (López García et al, 1993) tres modalidades en esta forma de suicidio á deux: el suicidio impuesto -en el que un sujeto tiene la idea suicida y la impone a otros-, el suicidio simultáneo -en el que cada sujeto se suicida personal y autónomamente-, y el suicidio imitativo del miembro de la pareja que ha quedado fascinado por el suicidio anterior de su cónyuge. Algunos autores lo intentan explicar como una situación de psicosis colectiva, que se daría en grupos constituidos principalmente por psicóticos, que se caracterizan por una dependencia ciega y absoluta del líder, que es revestido de atributos propios de los dioses. Hay numerosos ejemplos, que generalmente salen en los medios de comunicación masivos, como el de la secta de los davidianos o el más reciente en Japón, país en el cual se encuentran las únicas estadísticas fiables, donde la tradición de esta modalidad suicida está tan establecida que incluso existe un nombre para designarlo: Shin-fú. Hay que distinguir el suicidio colectivo del suicidio ampliado (o suicidio-homicidio, suicidio alargado o muerte diádica), en el que un individuo se suicida poco después de haber cometido un homicido, mediando un tiempo que va de un día a los 3 meses (López García et al, 1993). Se excluye de esta definición los individuos que matan accidentalmente a otros y luego se suicidan, los que no llegan a consumar el suicidio y los sujetos con antecedentes de crímenes y actos violentos que finalmente se suicidan (Marzuk et al, 1992). Algunos autores, sin embargo, reconocen un solapamiento epidemiológico entre el homicidio-suicidio, y el homicidio 222 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA doméstico y el asesinato en masa. Durkheim (1982) opinaba que el suicidio y el homicidio eran corrientes contrarias, debido a que las tasas de uno u otro varían en razón inversa, pero esto no parece ser siempre así. El suicidio extendido es una situación trágica en la que un individuo se suicida inmediatamente después de haber matado a alguien (Meszaros & Fischer-Danzinger (2000). El homicidio-suicidio es responsable de una mortalidad de 1000-1500 personas/año en EEUU, el 1,5% de todos los suicidios y el 5% de todos los homicidios anuales (Marzuk et al, 1992). En un estudio reciente realizado en Florida entre 1988 y 1994 (Cohen et al, 1998) encuentran una incidencia anual de homicio-suicidio superior a las encontradas previamente, de 0.3-0.7 por 100.000 habitantes entre los menores de 55 años, y de 0.4-0.9 por 100.000 entre los mayores de esta edad. Lo más frecuente era el homicidio del cónyuge, demostrándose una relación entre el suicidio ampliado y otras variables, como es la existencia de depresión y alcoholismo en los homicidas o los antecedentes de violencia verbal o física y de separaciones. En una clasificación del suicidio ampliado (Marzuk et al, 1992) se considera la relación existente entre el homicida y su víctima (conyugal, familiar, extrafamiliar), la persona que comete el homicidio-suicidio, el tipo de homicidio y los precipitantes. El tipo más frecuente es el asesinato de la esposa por parte de su marido derivado de los celos. Cuando el homicidio incluye al rival se habla de muerte triádica. Le sigue en frecuencia el asesinato de los hijos por alguno de los progenitores. El perfil de suicida que emerge de este trabajo es un varón, de raza blanca, con una edad media de 40 años, y que usa principalmente un arma de fuego. 4.5.1.23 Modelos suicidas e imitación. Suicidio epidémico La aparición de un número elevado de suicidios próximos en el tiempo y/o lugar se conoce como suicidio en serie o epidémico. Las epidemias de suicidio, especialmente en jóvenes, se han atribuido al mimetismo o imitación (Schmidtke et al, 1988). Un ejemplo clásico es la epidemia de suicidios entre adolescentes europeos que siguió a la publicación de Las penalidades del joven Werther de Goethe en 1774 y que derivo en el llamado “efecto Werther”, para referirse a la influencia de la sugestión y la imitación en el suicidio (Schmidtke et al, 1988). Otro ejemplo es la epidemia suicida provocada en la Europa Central por la audición del disco titulado Domingo sombrío (López García et al, 1993) o los sucedidos durante la Gran Depresión, que recuerda a la anomia de Durkheim y en la que sólo los suicidios de líderes políticos demostraron capacidad de contagio (López García et al, 1993). Un ejemplo más reciente es el del incremento de los suicidios consumados en Escocia y Gales en el mes inmediatamente 223 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD posterior al funeral de Diana de Gales, especialmente en mujeres entre los 25 y los 44 años (Hawton et al, 2000). La exposición al modelo suicida puede ser directa –observación- o indirecta, a través de comentarios o de los medios de comunicación social. De hecho, se ha constatado la existencia de suicidios por contagio tras la difusión por parte de los medios de comunicación, mientras que la posibilidad de que estas epidemias sean desencadenadas por hechos de ficción es más endeble (Gould, 1920). Por otra parte, el impacto que genera la observación de estos modelos suicidas es mayor en los jóvenes (Phillips et al, 1992), en personas fuertemente predispuestas, y cuanto mayor es la publicidad. Esto es importante, porque de ser así, habría que plantearse la limitación informativa – que no debe malinterpretarse como censura- para proteger a los segmentos de la población especialmente vulnerables. Así, la Organización Mundial de la Salud recomendó en 1986 investigar sobre los posibles efectos de la imitación provocados por los medios de comunicación e incluso se ha llegado a proponer que se limitaran las detalladas y dramáticas noticias de prensa sobre el suicidio por su potencial peligro de contagio. Phillips et al (1992) refiere como en un estudio experimental en Viena, donde se redujo la cobertura periodística de suicidios ocurridos en el ferrocarril metropolitano, se objetivó un descenso significativo de la tasa de suicidio por este método, mientras que se mantuvo la tasa de los suicidios por otros métodos. Finalmente, hay que tener en cuenta que estas epidemias sólo pueden ser demostradas de modo retrospectivo, y puede que no se esté considerando el efecto de los factores de confusión. De hecho, el incremento de las tasas de suicidio ocurrido en USA tras la primera guerra mundial, fue atribuido posteriormente a una epidemia por virus influenzae (López García et al, 1993). 4.5.1.24 Tatuajes La presencia de tattoos es cada vez más frecuente en las sociedades occidentalizadas y aunque se ha estudiado poco su relación con la patología psiquiátrica, si que se ha asociado al comportamiento antisocial, el abuso de substancias y los intentos de suicidio, tal y como señalan en su revisión del tema Dhossche et al (2000). Asimismo, estos autores encuentran en su estudio descriptivo de 134 suicidios consecutivos, que el 21% de los sujetos presentaban al menos un tattoo y, lo que es más importante, que la prevalencia de tattoos en los jóvenens blancos menores de 30 años era del 57%, sugiriendo –tras compararlo con una muestra pareada de jóvenes 224 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA muertos accidentalmente- que la presencia de tattoos podría ser un marcador de riesgo de letalidad en el suicidio. Lamentablemente, en su estudio no se valoraron cuales eran los diagnósticos psiquiátricos, pero ellos eran de la opinión que la presencia de tattoos podía estar relacionada con el abuso de substancias y problemas de personalidad. 4.5.2 Marcadores clínicos de riesgo suicida 4.5.2.1 Suicidio y enfermedad mental El factor de riesgo más importante en relación con los intentos de suicidio y/o el suicidio consumado es el padecimiento –esté o no diagnosticada- de una enfermedad y/o trastorno mental. El suicidio empieza a ser considerado como un fenómeno relacionado con la enfermedad mental a mediados del siglo XIX en la psiquiatría francesa. El sistema de clasificación DSM IV (APA, 1994) ya señala al suicidio como una complicación posible de múltiples trastornos mentales. Sin embargo, el modelo médico no puede explicar de manera satisfactoria el fenómeno del suicidio, ya que, por ejemplo en China, se combina una muy baja tasa de enfermedad mental con una tasa muy elevada de suicidio, lo cual podría ser explicado por factores socioculturales (Chang et al, 2001). Se calcula que entre un 90 y un 98% de los adultos que cometen suicidio tienen un trastorno mental (Cheng, 1995; Moscicki, 1997; Pirkola et al, 1999; Healy et al, 1999; Lejoyeux et al, 1994). En una revisión de 16 estudios que comprenden cuatro décadas se encuentra que la frecuencia de trastornos mentales graves oscilaba entre un 81% y un 100% (Maris et al, 2000). En general, se acepta que la presencia de un trastorno mental es uno de los factores de riesgo de suicidio más importantes. Sin embargo, en un interesante estudio realizado por Ernst et al (2004) encuentra que en ese 10% en el que teóricamente no se encontraba una patología mental diagnosticable, la mayoría de los sujetos padece de algún trastorno psiquiátrico subyacente que el método de la autopsia psicológica no llego a detectar, como puede ser la ludopatía. Además, en muchos estudios no se diagnosticaba de manera sistemática la presencia de trastornos del eje II (Mann et al, 1999). Por otra parte, la mayoría de los pacientes que padecen una enfermedad mental no se suicidan, lo cual indica que la presencia de un trastorno psiquiátrico es una condición necesaria pero insuficiente para explicar la conducta suicida y que hay otros factores implicados (Mann et al, 1999; Sher et al, 2001). Además, parece que la severidad del trastorno mental no ayuda a 225 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD distinguir que pacientes tienen o no historia de intentos de suicidio (Beck et al, 1985; Malone et al, 1995). Tradicionalmente, los trastornos mentales más relacionados con el suicidio son el trastorno depresivo mayor, el alcoholismo y la esquizofrenia (Mann, 1987; Klerman, 1987; Beaumont & Hetzel, 1992; López García et al, 1993; Lejoyeux et al, 1994; Harris & Barraclough, 1998; Baxter & Appleby, 1999). En los Estados Unidos, el número de suicidios anuales atribuibles a los depresivos es de 12,900 suicidios, 6,900 a los alcohólicos y 3,800 a los esquizofrénicos (Miles, 1977). La mortalidad atribuible al suicidio ha sido estimada en torno al 15% en pacientes con depresión, el 20% en pacientes bipolares, el 15-18% en alcohólicos, el 10% en la esquizofrenia y el 5-10% en ciertos tipos de trastorno de la personalidad (Miles, 1977). Algunos autores proponen tasas menores. Inskip (1998) reevalúa los datos de múltiples estudios realizados entre 1921-1975 y estimó que el riesgo suicida para los trastornos afectivos era de un 6%, para el alcoholismo de un 7% y para la esquizofrenia de un 4%, aunque estos últimos suelen tener intentos más graves (Radomsky et al, 1999). Otros autores opinan que estos datos infraestiman el riesgo real de suicidio (Baxter & Appleby, 1999). En un estudio realizado en Francia en 1994 (Lejoyeux et al, 1994) se encuentra que el 64% de los suicidios consumados se correspondían con trastornos depresivos, el 15% al alcoholismo y el 3% a la esquizofrenia. Finalmente, y en relación al objeto de estudio de la presente tesis, se ha calculado que el riesgo suicida entre los pacientes psiquiátricos que acuden a un servicio de urgencias alcanza el 38% de la muestra (Dhossche, 2000). 4.5.2.1.1 Trastornos afectivos Tradicionalmente, los trastornos afectivos en general, y el trastorno depresivo mayor en particular, han sido postulados como el factor de riesgo más importante para el suicidio. Los estudios de seguimiento revelan unas tasas de suicidio similares entre pacientes bipolares y unipolares (Weeke & Vaeth, 1986; Fawcett et al, 1987; Angst & Preisig, 1995). Aunque inicialmente se postulaba que la tasa era aún mucho mayor en los pacientes con trastorno bipolar, posteriormente se ha demostrado que el riesgo es similar o inferior al de los individuos con depresión unipolar (Jamison, 2000; Isometsa et al, 1994b). Algunos autores consideran que el riesgo es mayor en los pacientes unipolares (Berglund & Nilsson, 1987; Black et al, 1987; Newman & Bland, 1991; Lester, 1993), al asociarse un mayor riesgo al número, duración e intensidad de las fases depresivas, por lo que los estudios retrospectivos o prospectivos con escaso período de seguimiento asignan mayor tasa de suicidio a la depresión monopolar. Sin 226 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA embargo, otros estudios encuentran un mayor riesgo suicida en los pacientes bipolares (Modestin & Kopp, 1988; Axelsson & Lagerkvist-Briggs, 1992) y en general, se considera que a igualdad de fases depresivas, es probable que los pacientes bipolares tengan un mayor riesgo de suicido, sobre todo aquellos con rápidos cambios de fase (Fawcett et al, 1987). Curiosamente, los síntomas psicóticos en los pacientes con un trastorno del ánimo no parecen aumentar el riesgo de suicidio (Angst & Preisig, 1995; Dilsaver et al, 1994). Las diferencias de género en el suicido probablemente tengan que ver con el hecho de que estas diferencias también existen en el trastorno depresivo mayor. Así, la prevalencia de la depresión mayor es mayor en mujeres que en hombres (21.3% vs. 12.7% en USA), y es más severa en las mujeres, cursando con mayor deterioro e incapacidad funcional, mayor tendencia a la recidiva y cronicidad, mayor comorbilidad, un debut más precoz y de forma más habitual con síntomas atípicos (Frackiewicz et al, 2000). 4.5.2.1.1.1 Trastorno depresivo mayor En torno al 80% de los pacientes deprimidos presentan en algún momento ideación autolítica y ésta proporciona un buen indicador de la intensidad del trastorno subyacente (Montgomery & Montgomery, 1982). Entre el 14 y el 50% de los pacientes con depresiones unipolares realizan intentos de suicidio, que se relaciona principalmente con la desesperanza (Minkoff et al, 1973). La depresión ha sido propuesta como la principal responsable de la mayor parte de los suicidios consumados (Miles, 1977; Lejoyeux et al, 1994; Angst et al, 1999; Ahrens et al, 2000), bien como trastorno primario o secundario (Roy, 1984; Axelsson & LagerkvistBriggs, 1992; Angst & Clayton, 1998; Berglun et al, 1998). Se calcula que una de cada dos personas que consuman el suicidio padece un trastorno depresivo (Borg et al, 1982; Lejoyeux et al, 1994), siendo considerada el factor de riesgo suicida más determinante (Lejoyeux et al, 1994). En 1982, Sainsbury calculó una tasa anual de suicidio en depresivos de 230 por 100.000 habitantes (de 20 a 40 veces superior a la de la población general) (Sainsbury, 1982), y Kaplan & Lester (1994) de 400 por 100.000 para hombres y de 180 por 100.000 para mujeres. En una muestra francesa se estimaba que los antecedentes depresivos se asociaban con un riesgo suicida 30 veces superior al de la población general. La incidencia anual del suicidio entre depresivos era del 1%, y un 15% de estos pacientes terminaban falleciendo por este motivo. En la evaluación retrospectiva, podía realizarse el diagnóstico de depresión en un 45-70% de los 227 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD suicidios consumados. El trabajo concluía señalando el riesgo especialmente alto de deprimidos mayores de 50 años y de pacientes con antecedentes de intentos previos (Lejoyeux et al, 1994). Guze & Robins (1970) publicaron un metaanálisis de suicidio en pacientes con trastornos del ánimo llegando a la conclusión de que el riesgo de suicidio a lo largo de la vida era del 15%. Diversos estudios de seguimiento han replicado este hallazgo (Weeke & Vaeth, 1986; Berglund & Nilsson, 1987; Black et al, 1987; Fawcett et al, 1987; Newman & Bland, 1991; Angst & Preisig, 1995). Así, un estudio multicéntrico y prospectivo de diez años de duración en cuatro países (Thornicroft & Sartorious, 1993) revelaba una tasa de suicidio consumado en la depresión del 11%. Bostwick (2000) ha criticado la tasa propuesta por Guze & Robins y tras revisar la literatura existente, estimaba que la prevalencia de suicidio en pacientes deprimidos con antecedentes de hospitalización por suicidio era de un 8.6%, en depresiones que han sido hospitalizadas por motivo inespecificado de un 4.0%, en deprimidos en general (hospitalizados y ambulatorios) de un 2.2%, y en sanos de un 0.5%. Sin embargo, a pesar de que la depresión mayor parece ser el factor de riesgo psicopatológico más importante para el suicidio, sólo una pequeña proporción de enfermos deprimidos realizan un intento de suicidio, y son estos pacientes los que tienden a realizar múltiples intentos de creciente letalidad hasta consumar el suicidio (Malone et al, 1995; Du et al, 1999). Determinar las diferencias entre los enfermos depresivos no suicidas y los suicidas depresivos sería de gran utilidad para determinar indicadores de riesgo suicida en la depresión. Weissman et al (1973) sólo encuentra diferencias entre ambos grupos en lo que respecta a la hostilidad, pero no en la edad, sexo, clase social, raza, religión, estado civil y gravedad de la depresión. Barraclough et al (1975) encuentran que los suicidas depresivos se caracterizan por mayores antecedentes de intentos previos, insomnio, menores apoyos sociales y familiares, alteraciones mnésicas y un curso de la enfermedad depresiva o muy corto o muy prolongado. Otros autores señalan como factores específicos de riesgo suicida en la depresión los sentimientos de indignidad y autoacusación, la ansiedad y la agitación, las preocupaciones hipocondríacas graves, el insomnio, la actitud hostil de la familia, la anhedonia, la arreactividad, la anorexia, la ausencia de variación diurna, el temor a perder el control y dañar a otros o a sí mismos, las preocupaciones o comentarios sobre el suicidio, los sueños de catástrofes o autodestrucción, etc. (Bobes García et al, 1997). En su mayoría, estos factores han sido escasamente replicados y carecen por ello de gran validez predictiva. Bostwick (Bostwick & 228 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA Pankratz, 2000) no encuentra factores de riesgo suicida en la depresión que permitan predecir el riesgo suicida, salvo la impresión clínica de riesgo y la decisión terapeútica de hospitalizar al paciente. Bradvik (2000) tampoco encuentra relación entre puntuaciones altas en la escala de Ideación Suicida de Beck y el riesgo suicida en un grupo de 89 suicidios consumados. Por otra parte, para algunos autores el riesgo suicida no está relacionado con la severidad de la depresión (Mann, 1998; Malone et al, 1995; Du et al, 1999). Sin embargo, para otros, la prevalencia de la depresión aumenta a medida que lo hace la gravedad de la conducta suicida (Pallis & Sainsbury, 1976; Nieto-Rodriguez & Vieta, 1997). A pesar de la predilección de los pacientes depresivos por los métodos no violentos (con independencia del sexo), realizan intentos de mayor gravedad médica y mayor planificación (Roy-Byrne et al, 1988; Vieta et al, 1992). Otros autores insisten en que las variables clínicas más asociadas a la seriedad de la intención de morir son el estar diagnosticado de depresión primaria o trastorno bipolar, la gravedad médica del intento y la obtención de elevadas puntuaciones en escalas de depresión (Sainsbury, 1986). Este autor diferencia entre los sujetos depresivos con intentos de suicido más severos y los que realizan tentativas más leves: los primeros presentan más aislamiento, apatía, dificultades de concentración, pérdida de peso, pesimismo y sentimientos de inferioridad. El humor depresivo, la ansiedad y agitación, la irritabilidad y los sentimientos de culpa no diferenciaban ambos grupos. Las características antes mencionadas hacen corresponder los intentos más severos con depresiones endógenas, y desde el punto de vista sociodemográfico se asemejan al grupo de suicidios consumados (Bobes García et al, 1997). Por otra parte, no está claro que el riesgo sea mayor en la depresión melancólica que en la no melancólica, (Buchholtz-Hansen et al, 1993), lo que puede ser explicado por la mejor y más rápida respuesta de la primera a los tratamientos biológicos, así como una menor influencia de los acontecimientos vitales adversos y la menor comorbilidad con otros trastornos psiquiátricos. Sin embargo, la presencia de síntomas psicóticos en las depresiones unipolares sí que se ha asociado a un mayor riesgo suicida (Roose et al, 1983; Hori et al, 1993; Isometsa et al, 1994c) y al empleo de métodos más violentos (Hori et al, 1993; Isometsa et al, 1994c), aunque otros estudios desmienten esta relación (Berglund & Nilsson, 1987). La mayoría de los pacientes afectos de trastorno depresivo mayor cometen el suicidio en las fases iniciales, especialmente los meses posteriores al alta hospitalaria y al inicio de la mejoría sintomática (sobre todo de la inhibición psicomotriz) (Bobes García et al, 1997; Vieta et al, 1992). Asimismo, el riesgo de suicidio es mayor en los dos años posteriores al episodio 229 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD agudo. Así, se calcula que a los cinco años después el 33% de los pacientes afectivos fallecidos lo habían sido por suicidio (Newman & Bland, 1991), mientras que a los 27 años se trataba de un 17% (Angst & Preisig, 1995). Finalmente, un aspecto realmente preocupante es el hecho de que la depresión habitualmente no se trata o se hace de manera inadecuada (Forster & Wu, 2002). Isometsa et al (1994a) encontraron que de los pacientes suicidas con depresión únicamente el 3% había recibido tratamiento antidepresivo a dosis suficientes y sólo un 7% psicoterapia semanal. Es decir, que hay una situación terapéutica muy deficitaria en los pacientes afectivos que consuman el suicidio, muchos de los cuales no habían sido siquiera diagnosticados de depresión o estaban siendo infratratados (Rihmer et al, 1990). En relación a los tratamientos biológicos, los fármacos más frecuentemente prescritos son los antidepresivos, concretamente los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS), debido a su bajo perfil de toxicidad y a que numerosos estudios científicos han avalado la hipótesis serotoninérgica en el suicidio y la depresión. Diversos estudios han demostrado su utilidad tanto en evitar la aparición de la ideación suicida, como en reducir la ideación autolítica ya existente (Bobes García et al, 1997; Nieto-Rodriguez & Vieta, 1997). Por otro lado, diversos estudios epidemiológicos, prospectivos e incluso ensayos clínicos han alertado de la posible implicación de los antidepresivos en casos de suicidio durante el tratamiento (Healy et al, 1999). Se han propuesto como explicaciones la mejoría de algunos síntomas depresivos, los efectos indeseables de algunos antidepresivos -desinhibición, activación, etc.-, la toxicidad en sobredosis, la ineficacia terapéutica sobre el cuadro depresivo, e incluso la existencia de algún efecto específico sobre el riesgo suicida. 4.5.2.1.2 Trastorno bipolar Entre el 20 y el 58% de los pacientes con depresiones bipolares intentan el suicidio. Unos autores los encuentran más prevalentes en pacientes bipolares (Coryell et al, 1987; Roy-Byrne et al, 1988; Lester, 1993) y otros en los unipolares (Roy, 1985; Linkowski et al, 1985; Stephens & McHugh, 1991; Cohen et al, 1994). Los intentos autolíticos realizados por los pacientes bipolares son generalmente más impredecibles (Nieto-Rodriguez & Vieta, 1997), graves (RoyByrne et al, 1988) y en fases más precoces de la vida que los de los unipolares (Agren, 1983). Además, frecuentemente carecen de intentos previos -especialmente los varones- y se caracterizan por un mayor uso de métodos violentos –especialmente en las mujeres bipolares-, comparados con los depresivos unipolares (Linkowski et al, 1985). Isometsa (Isometsa et al, 230 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA 1994) encuentra que la edad media de los bipolares que consumaron el suicidio era relativamente alta (55 años en las mujeres y 43 en los varones). El 55% tenía antecedentes de intentos previos. Por otra parte, no se ha demostrado que la presencia de síntomas psicóticos en pacientes bipolares (Black et al, 1988; Roy-Byrne et al, 1988) se asocie a un incremento del riesgo suicida, quizás debido a que los síntomas psicóticos aparecen en el contexto de fases maníacas, de menor riesgo suicida que las depresivas. El riesgo de suicidio consumado parece ser mínimo en las fases maníacas puras (Isometsa et al, 1994b), pero probablemente no sea así en las fases mixtas o manía disfórica, de manera que el porcentaje de suicidabilidad (ideación suicida/intento de suicidio) es del 54% para las formas mixtas frente al 2% para las formas puras (Dilsaver et al, 1994). Asimismo, estudios con muestras hospitalarias y ambulatorias atribuyen un mayor riesgo al tipo II (Bulik et al, 1990; Goldring & Fieve, 1984; Kupfer et al, 1988; Rihmer et al, 1990), mientras que otros al tipo I o no encuentran diferencias (Wicki & Angst, 1991). Sorprendentemente, en un estudio se encontró que los cicladores rápidos no tenían más antecedentes de suicidio que el resto de los bipolares (Wu & Dunner, 1993). De igual manera que los pacientes depresivos, los pacientes bipolares tienden a estar mal medicados (Isometsa et al, 1994b). En este estudio descubren que, aunque la casi totalidad de su muestra había recibido tratamiento psiquiátrico alguna vez en su vida, y la mayoría refería antecedentes de hospitalizaciones previas, en el momento del suicidio sólo el 32% de los pacientes recibían tratamiento con litio, el 10% con carbamazepina, el 11% con el antidepresivo correcto, y ningún paciente había recibido terapia electroconvulsiva. Además, hay que tener en cuenta que el litio es uno de los pocos tratamientos que ha demostrado fehacientemente disminuir el riesgo de suicidio, y diversos estudios de seguimiento coinciden en atribuirle una reducción del riesgo suicida en la población de pacientes bipolares (Nilsson & Axelsson, 1989), lo cual se pone de manifiesto sobre todo en el tratamiento a largo plazo. 4.5.2.1.3 Alcoholismo y otras toxicomanías Hay autores que consideran que el riesgo de suicidio es similar en el alcoholismo que en la depresión mayor (Inskip et al, 1998). Beck et al (1974) opina que incluso representa el factor de riesgo más importante de todos los trastornos psiquiátricos en términos relativos, contribuyendo a la estadística del suicidio de forma mucho más significativa que la depresión o la esquizofrenia. Asimismo, en un estudio de seguimiento con pacientes que habían realizado un intento autolítico, de todas las variables estudiadas, sólo el diagnóstico de alcoholismo permitía 231 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD predecir el suicidio. El riesgo de suicidio entre alcohólicos es más de cinco veces superior al de los no alcohólicos (Beck & Steer, 1989), pero el consumo de alcohol incrementa el riesgo suicida tanto en alcohólicos como en no alcohólicos (Frances et al, 1987). Esto puede ser debido a que el alcohol no sólo favorece la desinhibición, sino que puede alterar la capacidad de juicio. De hecho, el abuso de alcohol se ha asociado al suicidio, tanto como factor de riesgo como precipitante de la conducta suicida (Frank & Dingle, 1999} (Rich et al, 1986). Es decir, que el consumo de alcohol se encuentra presente en un número elevado de intentos de suicidio -con independencia de que se trate de individuos adictos o no- (Simonds et al, 1991) y suicidios consumados. Se encuentra presente en entre un 20 (Ewing, 1984} a un 58% de los suicidios consumados (Fowler et al, 1986; Rich et al, 1986; Frances et al, 1987). La mortalidad incrementada entre alcohólicos se ha atribuido al suicidio en tasas muy variables, desde un 7% (Inskip et al, 1998) hasta un 20-33% (Berglun et al, 1998). El riesgo de suicidio se incrementaría proporcionalmente con la cantidad ingerida de alcohol (Klatsky & Armstrong, 1993). Las bebidas de mayor graduación alcohólicas se han relacionado con un mayor riesgo suicida, sobre todo en los más jóvenes (Smith & Burvill, 1991). El nivel de alcoholemia aumenta la probabilidad de suicidio mediante el uso de armas de fuego (Brent et al, 1988). Nielsen et al (1993) sin embargo no encuentra relación entre los suicidios altamente letales y la dependencia de alcohol. Incluso los alcohólicos que tuvieron intentos de cierta gravedad, tenían bajas puntuaciones en la escala SIS (Suicide Intent Scale) (Beck et al, 1975), lo que sugiere una escasa intencionalidad autolítica. En relación a la edad, el riesgo de suicidio suicida en alcohólicos se ve incrementado tanto en los jóvenes como en los adultos (Brent et al, 1988). La dependencia de alcohol se encuentra con más frecuencia en los suicidas más jóvenes, pero al contrario de los trastornos afectivos, el suicidio suele ser un hecho tardío en el curso del alcoholismo (C Maris et al, 2000). El suicidio en los trastornos de abuso o dependencia de sustancias presenta importantes variaciones de género. El ratio hombre/mujer con problemas de alcohol que cometen un suicidio es 4/1 y además, los hombres beben antes del acto suicida con más frecuencia (40,9%) que las mujeres (19,6%) (Kreitman & Schreiber, 1979). Pirkola et al (Pirkola et al, 1999) realizaron la autopsia psicológica a un grupo de 229 suicidas finlandeses (172 hombres y 57 mujeres) con antecedentes de dependencia de alcohol y otras drogas (extraído de una muestra de 1397 232 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA suicidios producidos durante un año, y el diagnóstico de trastorno de abuso o dependencia de drogas psicoactivas pudo realizarse en el 43% de los suicidas varones y el 15% de las mujeres. Además, las mujeres alcohólicas eran más jóvenes que los hombres, la edad de suicidio era más precoz que en hombres o en mujeres suicidas no alcohólicas. Por otra parte, mientras en los varones el alcoholismo a menudo precede al trastorno afectivo, en las mujeres se cree que ocurre al contrario. Los factores de riesgo de suicidio en los individuos que abusan de las substancias son la politoxicomanía, el abuso de substancias crónico, la depresión mayor, la enfermedad médica grave, el aislamiento social y el desempleo (Murphy et al, 1992). El riesgo suicida se incrementa cuando a la desinhibición conductual secundaria al alcohol se suman situaciones vitales estresantes, pérdidas o conflictos interpersonales (Frances et al, 1987). Estas circunstancias se han encontrado poco antes del suicidio (Berglun et al, 1998) con más frecuencia entre alcohólicos, con o sin depresión comórbida, que en los trastornos afectivos puros (Rich et al, 1988). Otros factores de riesgo suicida en los alcohólicos son el mantenimiento del hábito enólico, las enfermedades graves, el vivir solo, el pobre apoyo social y el desempleo (Murphy et al, 1992). La comorbilidad con otros trastornos psiquiátricos, además de frecuente, incrementa el riesgo de comportamientos suicidas. Los trastornos psiquiátricos concomitantes más frecuentes son la depresión, el trastorno límite de la personalidad, la manía, la esquizofrenia (San Molina & Arranz Marti, 1997) y el consumo de otras drogas (Rich et al, 1988). En una revisión de 42 artículos referentes a la influencia del consumo de alcohol en los trastornos psiquiátricos y de 19 sobre la influencia de éste en la conducta suicida, se encuentra que la comorbilidad más frecuente entre víctimas del suicidio es la de abuso de alcohol y depresión (Berglun et al, 1998), circunstancia referida también por otros autores (Cheng, 1995). Entre los alcohólicos que fallecen a consecuencia del suicido es frecuente la comorbilidad con los trastornos depresivos, que alcanza al 78% de los alcohólicos varones y al 44% de mujeres (San Molina & Arranz Marti, 1997; Berglun et al, 1998). En un estudio en el que se compara a los alcohólicos deprimidos con alcohólicos eutímicos y deprimidos que no consumen alcohol, se encontró que lo que precisamente diferenciaba mejor ambos grupos era el riesgo autolítico, mucho mayor en el grupo de los alcohólicos deprimidos (Cornelius et al, 1995). En otro estudio, lo que distinguía a los alcohólicos que habían realizado un intento autolítico severo de los alcohólicos sin el mismo era 233 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD la presencia de depresión y desesperanza (Hewitt et al, 1998). Sin embargo, otros estudios no encuentran esta relación (Malone et al, 1995). Así, en un estudio de seguimiento de una muestra de 161 alcohólicos que precisaron hospitalización por un intento autolítico, compara el grupo que finalmente consumó el suicidio con el que no lo hizo, y se encontró la ausencia de relación entre depresión o desesperanza y el suicidio finalmente consumado, siendo la única variable que los diferenciaba que los que lo consumaron presentaron un mayor número de precauciones en su primer intento suicida para no ser descubiertos (Beck et al, 1989). Por otra parte, como el consumo de alcohol puede inducir alteraciones del estado de ánimo, es posible que numerosos estudios, que no distinguen entre trastorno afectivo primario y secundario al consumo de alcohol, hayan sobrevalorado el impacto de los trastornos afectivos en las cifras de suicidio (San Molina & Arranz Marti, 1997). Entre los alcohólicos que se suicidan también es más frecuente la comorbilidad con otros trastornos del control de los impulsos. En una muestra de intentos de suicidio, lo que distinguía al grupo de alcohólicos no deprimidos del grupo de deprimidos no alcohólicos era la impulsividad (Suominen et al, 1997). En lo que respecta a la comorbilidad con el eje II, entre las suicidas menores de 40 años que abusan de drogas, se encuentra una mayor frecuencia de trastornos borderline de la personalidad y de intentos y amenazas suicidas previas (Pirkola et al, 1999). En un estudio sobre suicidio con métodos violentos, se encontró que en el grupo que había empleado armas de fuego estaban representados los varones alcohólicos con rasgos antisociales o borderline de personalidad (de Moore & Roberton, 1999). Finalmente, la historia familiar de depresión, suicidio y alcoholismo es especialmente frecuente en los casos de comorbilidad con otros trastornos mentales (Murphy et al, 1983). Los sujetos que realizan tentativas de suicidio tienen padres alcohólicos con más frecuencia (Roy et al, 1990). 4.5.2.1.4 Esquizofrenia El riesgo suicida en las personas afectas de esquizofrenia es equiparable o incluso superior al de los trastornos afectivos mayores (King, 1994; Baxter & Appleby, 1999). La tasa de intentos de suicidio entre esquizofrénicos es del 18 al 55% -intentos que son generalmente graves- y la de suicidios consumados en torno al 10-15% (Roy et al, 1986). Aunque la mortalidad en esquizofrénicos es el doble que entre la población general a causa de enfermedades orgánicas, el suicidio sigue siendo la principal causa de muerte en esquizofrénicos jóvenes (Mortensen & Juel, 1993; Mortensen & Juel, 1990). Ni las peculiaridades culturales, geográficas o religiosas, ni la aparición de los tratamientos antipsicóticos parecen haber modificado grandemente estas cifras funestas (Cohen et al, 1994; Drake et al, 1985). Aunque los 234 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA antipsicóticos han influido en la mejoría clínica, la adaptación a una sociedad altamente competitiva –sin el efecto protector de la institución- y la toma de conciencia de sus limitaciones actúan como factores de riesgo. La mayoría de los suicidios consumados se dan en jóvenes varones, al comienzo de la enfermedad –primeros 10 años- y sobre todo, cuando están deprimidos y con la enfermedad activa, con intentos de suicidio previos, con varios ingresos y en el mes posterior al alta hospitalaria (Heila et al, 1997). Los pacientes esquizofrénicos con antecedentes personales y familiares de suicidio presentan un riesgo 6-8 veces mayor de suicidio y si viven solos el riesgo es diez veces mayor (Caldwell & Gottesman, 1990). Hay autores que señalan que la sintomatología positiva, en contra de lo que se piensa, no se asocia a un mayor riesgo (5%) de suicidio (Roy et al, 1984; Drake et al, 1984), y tampoco influyen ni la conciencia de enfermedad (Drake et al, 1984; Amador et al, 1996) ni la evolución crónica (Roy et al, 1984; BarnerRasmussen, 1986). La mayoría de los pacientes no hacen caso de las alucinaciones auditivas a no ser que se asocien a ideación delirante, que si se asocia a un mayor riesgo de auto o heteroagresividad (Junginger, 1995). La segunda causa de suicidio en los pacientes esquizofrénicos es la acatisia secundaria a neurolépticos. Por otra parte, aún hoy, no está claro si los síntomas depresivos en la esquizofrenia forman parte del curso evolutivo de esta enfermedad, si son secundarios a la toma de conciencia de enfermedad y sus implicaciones pronósticas, o son debidos al efecto depresógeno de algunos neurolépticos, aunque lo más probable es que estos y otros factores se imbriquen. Diversos estudios insisten en el riesgo que supone la sintomatología depresiva sobreañadida y factores relacionados, como la historia reciente de pérdidas, la desesperanza (Caldwell & Gottesman, 1990), la irritabilidad, el insomnio y la inquietud, las pérdidas precoces de progenitores, etc. (Roy et al, 1984; Drake et al, 1986; Allebeck et al, 1987; Caldwell & Gottesman, 1990; Cheng et al, 1990; Mortensen & Juel, 1990; Addington & Addington, 1992). En relación al tratamiento de la depresión en estos pacientes, se estima que se da una elevación de al menos un 50% de los niveles plasmáticos de los antidepresivos tricíclicos (TCA) cuando se usan conjuntamente con antipsicóticos, especialmente con decanoato de Flufenacina y viceversa (Siris 1982). Con los ISRS que son potentes inhibidores del CYP 2D6, también se pueden producir elevaciones de los niveles plasmáticos de los antipsicóticos. La Fluvoxamina puede llegar a incrementar los niveles plasmáticos de Clozapina hasta 8 - 10 veces, atribuida a la acción inhibitoria de la Fluvoxamina sobre CYP 1A2 (Jerling 1994). 235 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD El suicidio se da más frecuente durante los diez primeros años de evolución (con una tasa del 44%), siendo el riesgo menor a partir de la segunda (22%) y tercera década (Lejoyeux et al, 1994). Algunos autores distinguen entre los esquizofrénicos que se suicidan tempranamente, tras la remisión del brote agudo, al tomar conciencia de la enfermedad, y los que lo hacen en fases tardías son pacientes defectuados ante acontecimientos vitales adversos (Nyman & Jonsson, 1986). Con respecto a las relaciones entre los tratamientos y el suicidio, se ha sugerido que tienen mayor riesgo los pacientes resistentes o con intolerancia al tratamiento con antipsicóticos (Meltzer & Okayli, 1995), las dosificaciones insuficientes, la dependencia o la interrupción de la relación con el psiquiatra habitual y los cambios de profesional (Cohen et al, 1994). Aunque se ha establecido el riesgo suicida de algunos efectos indeseables de los neurolépticos, especialmente la acatisia, no se ha podido demostrar la relación con el supuesto efecto depresógeno de estos tratamientos. En relación al género, la proporción hombre/mujer de esquizofrénicos que se suicidan es de 2:1, atribuyéndose al inicio más precoz de la enfermedad en los varones, su peor pronóstico evolutivo, el mayor deterioro y aislamiento y la comorbilidad con consumo de tóxicos y el empleo de métodos más violentos (Roy, 1982; Allebeck et al, 1987; Cheng et al, 1990; Caldwell & Gottesman, 1990; Addington & Addington, 1992). La edad promedio de suicidio en las personas con esquizofrenia es de 33 años, mientras que en la población general es de 50 años (Allebeck & Allgulander, 1990b; Cohen et al, 1994). Los pacientes psicóticos usualmente expresan la ideación suicida en forma de comunicaciones indirectas, no verbales, con lo que, salvo los terapeutas habituales, el personal sanitario no entrenado difícilmente es capaz de identificar el riesgo suicida en situaciones de emergencia (Wolk-Wasserman, 1987). Los esquizofrénicos que se suicidan fuera del hospital son más jóvenes y presentan mayor comorbilidad depresiva, y los que lo hacen dentro han ingresado tras una breve estancia fuera del hospital y tras ser prolongado el anterior ingreso. 236 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA Tabla 23. Factores de riesgo suicida en la Esquizofrenia. • • • • • • • • • • • • • • • • • • • Enfermedad grave con frecuentes recaídas y rehospitalizaciones. Pobre ajuste premórbido Varón joven, con inicio precoz de la enfermedad, soltero y en paro Función social limitada Intentos previos de suicidio Síntomas depresivos presentes, en especial desesperanza, (depresión postpsicótica). Abuso de sustancias presente o pasado Hospitalización reciente Cociente intelectual relativamente alto Conocimiento sobre los efectos y gravedad de la enfermedad Sentimiento de incapacidad para conseguir metas Miedo a sufrir un mayor deterioro mental Sentimientos de desintegración y persecución Ideas delirantes importantes y gravedad de las alucinaciones Pérdida del soporte familiar Riesgo superior durante los 10 primeros años de la enfermedad, y en especial los 6 meses posteriores al primer ingreso Disfunción sexual Actitud negativa hacia el tratamiento Presencia de efectos secundarios intolerables de tipo EP en especial Akatisia y Disquinesia Tardía • Patrón mixto o ambigüo de síntomas (esquizoafectivos), con frecuentes cambios en el diagnóstico por atipicidad • • Hostilidad y suspicacia elevan el riesgo El subtipo paranoide tiene un riesgo superior a las formas defectuales (seis veces más) 4.5.2.1.5 Trastornos de la conducta alimentaria (TCA) Tal y como sucede con los trastornos de la alimentación, los patrones de alimentación alterados parecen ser más frecuentes también en las mujeres que en los hombres (Miotto et al, 2003), por lo que la mayoría de estudios son realizados con muestras de mujeres. Los pacientes con trastornos de la alimentación tienen un riesgo incrementado de suicidio (Stein et al, 2004). El suicidio es una causa común de muerte en la anorexia nerviosa (AN) –se calcula que el 10% mueren por suicidio- y los intentos de suicidio se dan frecuentemente tanto en la anorexia nerviosa como en la bulimia nerviosa (BN) (Franko et al, 2004). El suicidio es la segunda causa de muerte en pacientes con anorexia nervosa (AN), después de las complicaciones típicas de la enfermedad, siendo el riesgo de suicidio similar al de la depresión mayor (Latzer & Hochdorf, 2005). Estos autores señalan que el riesgo de suicidio se asocia principalmente a una duración larga de la enfermedad, a un peso bajo, a los atracones y las purgas, a otras manifestaciones de impulsividad, al abuso comorbido de substancias y, a los trastornos afectivos. Asimismo, las enfermedades físicas también son un factor de riesgo 237 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD importante, especialmente aquellas que son crónicas, terminales o incapacitantes, y aquellas que se acompañan de dolor crónico y que no responde al tratamiento. En un estudio retrospectivo con 150 pacientes ambulatorios se encontró que 48 pacientes (32%) tenían historia de parasuicidio (incluía intentos de suicidio, autoagresiones, o ambos) (Stein et al, 2004). Los pacientes “parasuicidas” tenían con mayor frecuencia atracones y/o purgas y, comorbilidad con otros trastornos como el consumo de drogas, el trastorno bipolar o trastornos del control de los impulsos. En un estudio longitudinal prospectivo con 136 mujeres diagnosticadas de AN y 110 de BN se encontró que el 15% tuvo al menos un intento de suicidio durante el seguimiento de cerca de 9 años. Fue más frecuente en las mujeres anoréxicas (22.1%) que en las bulímicas (10.9%) (Franko et al, 2004). Asimismo, el análisis multivariante reveló que los únicos factores predictivos de los intentos de suicidio en la AN eran la severidad e los síntomas depresivos y el uso de drogas durante el tiempo del estudio. En el caso de las mujeres diagnosticadas de BN, los factores predictivos eran la historia trastorno por uso de substancias y el uso de laxantes durante el estudio. Por otra parte, la comorbilidad con los trastornos de la personalidad es frecuente. A pesar de ello, el papel que puede jugar la personalidad en estos trastornos ha sido escasamente estudiado. En un estudio en el que se comparan 152 mujeres de entre 18 y 24 años con diagnósticos DSM-IV de anorexia nerviosa restrictiva (AN-R = 66), anorexia nerviosa purgativa (AN-P = 37), bulimia nerviosa no purgativa (BN-NP = 9) y bulimia nerviosa purgativa (BN-P) a 140 controles, se encontró usando el Minnesota Multiphasic Personality Inventory-second version (MMPI-2) que los intentos de suicidio eran más frecuentes en los sujetos con trastornos purgativos (30.0% en BN-P y 29.7% en las AN-P) (Youssef et al, 2004). Estos autores concluyen que hay varias patrones que se asociarían a un mayor riesgo suicida y que habría que valorar cuidadosamente a las mujeres que presenten: a) AN-R con tendencia al autocastigo y comportamiento antisocial; b) AN-P con múltiples quejas somáticas, no son personas “fáciles” en las relaciones sociales y con comportamiento antisocial; c) BN-P y se ponen iracundos fácilmente y muestran comportamiento obsesivo y preocupaciones fóbicas. 238 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA 4.5.2.1.6 Ansiedad 4.5.2.1.6.1 Introducción La relación entre los trastornos de ansiedad –especialmente el trastorno de pánico- y la conducta suicida es muy contradictoria, dada la divergencia de datos que se encuentran en los distintos estudios, aunque si parece que estos trastornos aumenten el riesgo de conducta suicida (Dyck et al, 1988), especialmente cuando se asocian a otros trastornos (Coryell et al, 1982; Coryell, 1988), especialmente, trastornos depresivos y abuso de sustancias. Para los clínicos, el potencial suicida de los pacientes con trastornos de ansiedad es bajo porque normalmente expresan temor a la muerte y rara vez tienen pensamientos suicidas (Noyes et al, 1991). Khan et al (2002), sin embargo, señalan que la relación trastornos de ansiedad-riesgo de suicidio no está clara, señalando que probablemente se haya minimizado la importancia de los trastornos de ansiedad en el comportamiento suicida. Estos autores concluyen que el riesgo de suicidio en las personas con algún trastorno de ansiedad es mayor que en la población general –aunque no tanto como otras enfermedades psiquiátricas-. Noyes et al (1991) eran de la misma opinión y postulaban que quizá no se les interrogaba correctamente a estos pacientes. Asimismo, hay que tener en cuenta que el papel se los trastornos de ansiedad puede quedar enmascarado por otras dimensiones psicopatológicas (agresividad e impulsividad) y actuar como un factor de confusión. El trastorno de ansiedad cuya relación con la ideación y conducta suicida ha sido más estudiada es el trastorno de pánico, quizá en relación con la posible influencia que tendría la sensación de pérdida de control que sufren frecuentemente las personas durante el ataque de pánico. 4.5.2.1.6.2 Trastorno de pánico (TP) La mayoría de estudios señalan una asociación entre los ataques de pánico y una tasa incrementada de ideación y conducta suicida (Korn et al, 1997). Algunos incluso sugieren que la tasa de intentos de suicidio entre los pacientes con trastorno de pánico podría llegar a ser del 20% y por lo tanto, mayor que la tradicionalmente atribuida a la depresión (Hirschfeld, 1996). Sin embargo, es un estudio prospectivo y multicéntrico con 711 pacientes que presentaban algún trastorno de ansiedad, se encontró que el trastorno de pánico no aumentaba el riesgo de comportamiento suicida en la ausencia de comorbilidad (Warshaw et al, 2000). 239 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD El único factor de riesgo específico –además de los que se dan en otras patologías psiquiátricas, como es el sexo femenino- que ha sido asociado a las tentativas suicidas en los pacientes diagnosticados de trastorno de pánico es tener una edad de inicio más precoz (Montalbán, 1998). En los estudios en población general, como el ECA (Epidemiological Catchment Area), se encuentra que los pacientes con trastorno de pánico tenían un mayor riesgo de conducta suicida independientemente de otros diagnósticos en el eje I (Johnson et al, 1990). En un reanálisis teniendo en cuenta factores de confusión como las variables sociodemográficas, concluyen que el trastorno de pánico no supone un mayor riesgo vital de intento de suicidio (OR 0,8%-1,9%, IC 95%) (Hornig & McNally, 1995). Estos autores señalan que el 94% de los pacientes con trastorno de pánico e intentos de suicidio presentaban comorbilidad con otro trastorno psiquiátrico del eje I. Esta elevada comorbilidad también queda reflejada en el en el estudio NCS (National Comorbidity Survey), con 8090 personas, en el que se encuentra una comorbilidad con depresión mayor del 55,6%, mientras que tan solo un 11,2% de los diagnosticados de depresión mayor presentaban un trastorno de pánico comórbido. Esta importante comorbilidad puede explicar el que se haya relacionado al trastorno de pánico con los comportamientos suicidas. Asimismo, desde un punto de vista clínico se puede criticar que los instrumentos de screening usados en los estudios en población general pueden malinterpretar las temores a la muerte de los pacientes con trastornos de ansiedad, trasformando de forma errónea estos miedos en ideación suicida. En los estudios clínicos también se encuentran datos contradictorios. Hay autores como Manuzza et al (1992) que encuentran que estos pacientes tienen una probabilidad 10 veces superior de tener una tentativa suicida que una persona sin enfermedad mental y otros autores, como Beck et al (1991), que encuentra que el 0% de los pacientes con trastorno de pánico –sin agorafobia- tendrían conductas suicidas y sólo el 1,2% de los que tienen trastorno de pánico con agorafobia las presentarían. Warshaw et al (1995) encuentran una tasa de conducta suicida del 1,4% en pacientes con trastorno de pánico sin depresión asociada y Friedman et al (1992) encuentran que cuando va asociado al trastorno de personalidad límite, el 25% han tenido conductas suicidas, por un 2% de los que tienen un trastorno de pánico puro. En resumen, se podría decir que el papel de esta patología en los intentos de suicidio sin comorbilidad es escasa (Rudd et al, 1993), con aumentando la tasa de conducta suicida (Overbeek et al, 1998). Wharsaw et al (2000) encuentran en su estudio prospectivo con 498 pacientes diagnosticados de trastorno 240 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA de pánico actual o en el pasado –de una muestra global mayor de 711 pacientes con algún trastorno de ansiedad- que el trastorno de pánico per se y en la ausencia de otros factores de riesgo, no es un predictor de suicidio, pero que sí cuando va acompañado de personalidad límite (u otro trastorno de la personalidad), conducta suicida previa, trastorno de la alimentación, trastorno depresivo recurrente, episodio depresivo mayor comórbido o historia de abuso de alcohol o substancias. Tener pareja o hijos eran factores protectores. Sugieren asimismo, que en el ámbito clínico se pregunte por esos factores de riesgo de manera que se pueda hacer un rápido –pero cuidadoso- screening entre aquellas personas con trastorno de pánico y bajo riesgo suicida -sin comorbilidad- y aquellos de alto riesgo de conducta suicida -los que tienen comorbilidad-. En los estudios en muestras de intentos de suicidio se ha asociado a la ansiedad como síntoma, con el riesgo agudo de suicidio y conducta impulsiva (Elliot et al, 1996; Fawcett et al, 1997; Hall et al, 1999; Fawcett & Rosenblate, 2000). Sin embargo, el diagnóstico de trastorno de ansiedad solo se hace en el 1-14% de los pacientes (62; 60,63). Así, en un estudio de 129 ingresos por intento de suicidio, se encontró que los trastornos de ansiedad se asociaban con conductas suicidas (OR IC 95% 1,3%-7,4%), pero de nuevo esta asociación estaba condicionada a la presencia de trastornos afectivos, abuso de sustancias y trastorno antisocial de la personalidad. Más revelador es un estudio de 207 pacientes de entre 18 y 37 años a los que se les diagnóstico 842 trastornos (casi 4 diagnósticos por pacientes); el 90% sufría trastornos depresivos, un tercio de los pacientes tenían trastorno de pánico, un tercio fobia social, un cuarto estrés postraumático y solo un 3% trastorno obsesivo-compulsivo; de los trastornos de ansiedad, era el de pánico era el que menos influencia tenía sobre la conducta suicida teniendo en cuanta la comorbilidad (Allgulander & Nilsson, 2001). Placidi et al (2000) señalan la falta de estudios que se han realizado sobre la relación entre agresividad, impulsividad y síntomas de ansiedad. Korn et al (1997) señalan que la agresividad e ideación suicida se pueden dar durante el ataque de pánico y en su estudio encuentran tasas elevadas de ideación y comportamiento suicida y agresivo durante la crisis de pánico, así como de riesgo de suicidio y/o conductas violentas, en los pacientes con un trastorno de pánico puro. Asimismo, encuentran una alta correlación entre las medidas psicométricas de impulsividad, riesgo de violencia y riesgo de suicidio y, auto-heteroagresividad asociada a la crisis de pánico y sugieren que los individuos que crónicamente presentan conductas impulsivas y agresivas –por ejemplo, los que tienen un TP límite-, tienen más probabilidades de experimentar momentos de descontrol durante los ataques de pánico. 241 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Finalmente, en los estudios en muestras de suicidios consumados, que usan la “autopsia psicológica”, no se ha encontrado al trastorno de pánico como diagnóstico principal y es rara su presencia, pudiendo decirse que el suicidio no es una complicación temprana en el trastorno de pánico. Lo que si resulta más curioso es el hecho de que muchas de las personas que se suicidaron y tenían el diagnóstico de trastorno de pánico, habían abandonado el tratamiento psiquiátrico y estaban recibiendo asistencia primaria cuando se suicidaron, por lo que el papel del médico de atención primaria en este trastorno se debiera limitar a aquellos casos que no presenten comorbilidad. Se podría concluir que, aunque hay datos contradictorios, parece que padecer un trastorno de pánico no complicado no es un factor de riesgo per se o lo es de bajo riesgo para las conductas suicidas. Sin embargo, cuando hay comorbilidad, especialmente con trastornos depresivos, consumo de sustancias, trastornos de la alimentación y trastornos de la personalidad (especialmente del grupo B) si que es un factor de riesgo a tener en cuenta. Asimismo, los principales factores predictores de tentativa autolítica en una persona con trastorno de pánico son la comorbilidad con otros trastornos mentales (especialmente los antes señalados y el estrés postraumático y trastorno bipolar/trastorno esquizoafectivo), el inicio precoz del trastorno de pánico (lo que en general se suele traducir en más hospitalizaciones y en el inicio del tratamiento más temprano con antidepresivos) y ser mujer. 4.5.2.1.6.3 Agorafobia En la actualidad hay dos maneras de ver la relación de las crisis de ansiedad y la agorafobia; por una parte, la APA es partidaria de un modelo médico en el cual lo primario sería la crisis de ansiedad y la agorafobia un epifenómeno que se va desarrollando por condicionamiento y ansiedad anticipatoria y por otra parte, la CIE-10 no comparte esa relación causal y es partidaria de un modelo cognitivo-conductual en el que la crisis de angustia sería una consecuencia inespecífica de la agorafobia. La prevalencia de la agorafobia en la población general se situa entre el 0,6 y 6%, es más frecuente en la mujer -y probablemente se presenta con mayor comorbilidad psiquiátrica y gravedad-, asociándose en un 75% de los casos a crisis de ansiedad; el inicio se suele situar al principio de la edad adulta y cuanto más precoz sea, parece existir una mayor carga genética y peor pronóstico (Roca, 2002). 242 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA La mayoría de los estudios sobre la relación trastorno de pánico-suicidio no buscan las posibles diferencias entre aquellos pacientes con trastorno de pánico con y sin agorafobia asociada. Una de las honrosas excepciones es el estudio de Beck et al (1991) en una muestra de pacientes ambulatorios, en los que encuentra que ninguno de los pacientes con trastorno de pánico sin agorafobia tenía historia de intentos de suicidio (0,0%; 0/73) y sólo uno de los 78 pacientes con trastorno de pánico con agorafobia (1,3%) tenían historia de intentos de suicidio. 4.5.2.1.6.4 Fobia social Su importancia se ha multiplicado en los últimos años, asociándose a un elevado grado de comorbilidad –otras fobias, depresión mayor y distimia, y abuso y dependencia de sustancias, especialmente- y atribuyéndosele en la actualidad una prevalencia-vida del 10-16% -aunque en otros estudios es menor-, lo que ha llevado a un estudio más profundo de la misma (Roca, 2002). En el interesante estudio epidemiológico sobre la fobia social realizado en 4 países por Weismman et al (1996) encuentran una prevalencia del 0,5 al 2,6% en la población general, siendo más frecuente en mujeres, siendo su inicio aproximadamente entre los 15 y 25 años y precediendo a otros trastornos psiquiátricos, con los que tiene comorbilidad en 2/3 de las ocasiones, incrementando el riesgo de intentos de suicidio en personas con otros trastornos psiquiátricos. Tal y como señalan Khan et al (2002), se sabe muy poco sobre la relación fobia socialsuicidio. En su estudio, usando la base de datos de la FDA, encuentran que la tasa de suicidio en los pacientes con fobia social era del 0,11%. Cox et al (1994) encuentran un riesgo de intentos de suicidio a lo largo de la vida del 12%, siendo más frecuente en aquellos pacientes con hospitalizaciones previas y tratamientos previos por depresión. Katzelnick et al (2001) encuentran una tasa de intentos de suicidio del 21,9%. Den Boer (2000) también asocia a la fobia social un aumento en el riesgo de suicidio. Sin embargo, otros autores como Schneier et al (1992) encuentran que la fobia social no complicada sí se asocia a un incremento en la ideación suicida pero no a un aumento de las conductas suicidas, pero sí en la fobia social complicada. Por otra parte, hay que tener en cuenta la señalada e importante comorbilidad de la fobia social. Stein et al (2001) señalan que padecer fobia social en la adolescencia o juventud es un importante predictor de futuros trastornos depresivos y que si se dan conjuntamente en esas edades, el curso de la depresión iba a ser mucho peor. Nelson et al (2000) realizan un estudio con hermanas gemelas adolescentes y encuentran que no sólo la fobia social es un factor de riesgo para padecer trastorno depresivo mayor, sino que ambas patologías comparten una herencia 243 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD genética común, y que cuando se asocian había un riesgo aumentado de conductas suicidas. Finalmente, Statham et al (1998) asocian un mayor riesgo suicida en mujeres con fobia social, no así en hombres. 4.5.2.1.6.5 Fobias específicas/simples Se trata de una enfermedad crónica de gravedad moderada y de alta prevalencia en la población general, cuyo tratamiento principal es la psicoterapia cognitivo-conductual –usada cuando es muy incapacitante-, apoyada por psicofármacos (benzodiacepinas, antidepresivos) en momentos puntuales. El hecho de que se asocie frecuentemente a otros trastornos psiquiátricos puede desviar la atención del profesional sobre cual de los trastornos es el primario o más importante de cara al tratamiento. Quizá debido a que su gravedad –comparándola con los otros trastornos de ansiedad- es mucho menor, también ha sido mucho menos estudiada y generalmente es ignorada en los estudios que estudian la relación de los trastornos de ansiedad y suicidio. Probablemente el papel de la fobia simple sin comorbilidad no se asocie a un incremento del riesgo de conducta suicida, pero hay que tener en cuenta que la comorbilidad es frecuente (el 42% padece otro trastorno de ansiedad concomitante –por orden, fobia social, agorafobia, trastorno de ansiedad generalizado y crisis de angustia- y un 33% presenta un cuadro depresivo asociado) (Roca, 2002). 4.5.2.1.6.6 Trastorno de ansiedad generalizada (TAG) Este trastorno se caracteriza clínicamente por la presencia de ansiedad generalizada y persistente, durante al menos varias semanas, de menor intensidad que en el trastorno de angustia, pero casi todos los días y que no predomina en ninguna circunstancia ambiental particular y que va acompañada de hiperactividad vegetativa, tensión muscular, aprensión, fatigabilidad, irritabilidad, etc. Su prevalencia-vida es de aproximadamente 5-9% de la población general, siendo más frecuente en mujeres –tanto en muestras clínicas como de población generaly los pacientes suelen consultar al médico por la misma entre los 20 y 30 años. Su alta comorbilidad con otros trastornos –especialmente otros trastornos de ansiedad y trastorno depresivo-, de entre el 50-90%, ha cuestionado su validez diagnóstica (Roca, 2002). Su relación con la conducta suicida, no ha sido prácticamente estudiada (Khan et al, 2002). En adolescentes de entre 15 y 19 años se ha encontrado que la ideación suicida era más frecuente en pacientes con TAG que en aquellos que no padecían el trastorno (Strauss et al, 244 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA 2000). Un detalle curioso es que se ha demostrado que en personas sometidas a estrés crónico – por ejemplo con TAG o con TEPT- que tienen repetidos intentos de suicidio, tienen a su vez un descenso de los receptores benzodiacepínicos de clase periféricos en las plaquetas (Soreni et al, 1999). En un estudio con 651 pacientes que habían solicitado seguimiento psiquiátrico ambulatorio se encuentra que los pacientes con TAG presentan menor tasa de ideación suicida que aquellos que presentan trastornos del humor (depresión mayor, distimia, trastorno bipolar), trastornos adaptativo y abuso de alcohol/substancias (Asnis et al, 1993). 4.5.2.1.6.7 Trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) El TOC es una enfermedad psiquiátrica a la que no se le había prestado el interés necesario, hasta que estudios epidemiológicos en la última década del siglo XX demostraron que su prevalencia en la población general era del 2-3%. Como sucede con el resto de trastornos de ansiedad, su relación con el suicidio ha recibido escaso interés. Hantouche et al (1995), en un estudio con 4364 pacientes ambulatorios, encuentran que aquellos diagnosticados de TOC c TOC subclínico/síndrome obsesivocompulsivo (SOD) tenían un riesgo suicida mayor que el de los sujetos no obsesivos y una tasa de comorbilidad con ansiedad y depresión también más alta -lo cual, en cierto modo, puede actuar como factor de confusión-. En el estudio ECA, Jonnhson, también encuentran que los pacientes con TOC presentaban un mayor riesgo de conductas suicidas. En un estudio realizado en Singapour, encuentran una tasa de suicidio consumado en estos pacientes del 1%, que es similar a las encontradas en los estudios occidentales (Chia, 1996). Hollander et al (1996) encuentran en un estudio epidemiológico que había asociación entre TOC –con y sin comorbilidad- y trastornos conductuales en la infancia, conductas antisociales y tentativas autolíticas, e hipotetizan que podría haber un subgrupo de pacientes con TOC que podrían tener características impulsivas. Hantouche et al (1997) en un estudio naturalístico de seguimiento de 12 meses con 155 pacientes con TOC encuentran que la impulsividad es mayor en mujeres, en aquellos pacientes con historia de ansiedad o depresión, comportamiento suicida o historia familiar de TOC y en pacientes TOC caracterizados por la lentificación, lo que para ellos representa un excelente ejemplo del fenómeno del “discontrol” y remarcan el hecho de que los mayores descensos de impulsividad con el tratamiento farmacológico se daban en los pacientes con mayor impulsividad. 245 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Otro tema que se está investigando en la actualidad es la relación del TOC con otros trastornos psiquiátricos, especialmente con el trastorno bipolar. Así, Kruger et al (2000) buscan la frecuencia de TOC en 143 pacientes hospitalizados y diagnosticados de trastorno bipolar I o II y encuentran que la frecuencia es del 7% y en su muestra sólo se daba en varones con diagnóstico de bipolar II, que además tenían un diagnóstico comórbido de distimia y además, tenían una incidencia de intentos de suicidio previos superior que la de los bipolares sin TOC y sugieren la presencia de un cluster Trastorno bipolar II-TOC-distimia-suicidabilidad. Otros investigadores se han preguntado por la relación inversa; es decir, si los pacientes con TOC también tenían comorbilidad con el trastorno bipolar; Hantouche et al (2002) encuentran que en una muestra de 302 pacientes diagnosticados de TOC, el 30% cumplían criterios para hipomanía y el 50% para ciclotimia e hipotetizan sobre la posibilidad de que haya un subgrupo de TOCciclotímicos, que se caracterizarían por una mayor impulsividad, agresividad y mayor tasa de intentos de suicidio –entre otros- así como una peor respuesta al tratamiento anti-TOC; la lógica pregunta que nos surge es cual podría ser el papel del litio en estos pacientes (no hay que olvidar que el litio y la clozapina son los dos únicos tratamientos que han demostrado fehacientemente su papel en la reducción de la tasa de suicidios en pacientes psiquiátricos). 4.5.2.1.6.8 Trastorno dismórfico corporal/dismorfofobia La dismorfofobia ha sido considerada un síntoma hasta la década de los 80, cuando se reconoce que en ocasiones también puede ser el síntoma nuclear de una condición clínica en la que no se podía establecer otro diagnóstico psiquiátrico. Suele iniciarse en la adolescencia, de manera insidiosa, centrándose la preocupación morbosa principalmente en la cara –nariz y labios- y que se traduce en alteraciones conductuales para ocultar su supuesto defecto. Su prevalencia en la población general aún no está establecida y sobre la comorbilidad hay cierta controversia –especialmente con la depresión-, pero existe una estrecha relación con el TOC (Roca, 2002) lo cual puede justificar que en su tratamiento –que consiste en la combinación de ISRS o tricíclicos y terapia cognitivo-conductual- sea más eficaz la clomipramina que la desipramina (Hollander et al, 1999). Estos sujetos suelen acudir a consultas de médicos no psiquiatras (Philips y Dufresne, 2002), especialmente dermatólogos y cirujanos plásticos, quienes debieran ser capaces de detectar por lo menos los pacientes más graves, de cara a que iniciaran tratamiento psiquiátrico. 246 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA Hay autores que establecen una elevada tasa de comorbilidad con el comportamiento suicidio (Philips & Dufresne, 2000, 2002; Hadley et al, 2002). En una muestra de 33 niños y adolescentes con el trastorno encuentran que el 21% había realizado algún intento de suicidio (Albertini et al, 1999); datos similares se encuentran en un estudio británico de 50 pacientes, con tasas historia de intentos de suicidio del 24% (Veale et al, 1996). Philips (1998) encuentra en su revisión que tanto la ideación como intentos de suicidio son relativamente frecuentes. Pero hay que tener en cuenta que en estos estudios no se analiza el posible papel como factor de confusión de los trastornos comorbidos. 4.5.2.1.6.9 Estrés postraumático (TEPT) Aunque el término de estrés postraumático no aparece como tal hasta la aparición del DSM-III en 1980, ya era considerado un trastorno, al menos desde la publicación del libro de Abram Kardiner The Traumatic Neurosis of War en 1941 (Bobes et al, 2002). Al menos el 60% de los hombres y el 50% de las mujeres sufre a lo largo de su vida por lo menos una experiencia traumática (Davidson, 2000) y aunque en general, se aceptan cifras de TEPT en torno al 5-10% de la población general, cuando se busca entre las personas expuestas a estímulos que podrían desencadenarlo, se encuentran cifras de cerca del 24%, con una prevalencia del doble en las mujeres (30,7%) que en los hombres (14%) (Roca, 2002). En un estudio con pacientes psiquiátricos adolescentes ingresados, se comprobó que el 93% había estado expuesto al menos a un evento potencialmente traumatógeno y en torno al 30% de los pacientes cumplían criterios para TEPT, siendo el abuso sexual el trauma mayormente referido (69% de los TEPT) (Lipschitz et al, 1999). En un estudio realizado en Dinamarca con 390 pacientes adolescentes encontraron que en torno al 80% habían sufrido por lo menos un estímulo que potencialmente podía generar TEPT y que la prevalencia-vida del mismo era del 9% y otro 14,1% sufría una forma subclínica de TEPT; las mujeres expuestas tenían el doble de tasa que los varones de TEPT (Elkit, 2002). Hasta no hace mucho, el único evento estresor que se consideraba relacionado con el TEPT era aquel que era catastrófico y fuera de lo ordinario –p.ej. guerra, terremoto-, por lo que era una enfermedad relativamente rara fuera del medio militar, pero recientes muestras epidemiológicas mostraron que era mucho más frecuente de lo pensado y que podía ser causado por una larga variedad de eventos estresantes -un accidente de tráfico, ser testigo de violencia, duelo, etc.(Zisook et al, 1998). El único estímulo que es más "traumatógeno" para el hombre que para la mujer parece ser la violación, con cifras de estrés postraumático en torno al 60% en el hombre y del 40% en la mujer. Es un trastorno infradiagnosticado por los psiquiatras (Zimmerman & 247 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Mattia, 1999), con especial tendencia a la cronicidad -incluso bien tratado-, siendo raras las recuperaciones espontáneas (Bobes et al, 2002). El estrés postraumático ha sido relacionado con una alta frecuencia de intentos de suicidio y suicidio consumado (Davidson et al, 1991; Khan et al, 2002) e incluso padecer una forma subclínica de TEPT se ha relacionado con una elevada comorbilidad psiquiátrica y con aumento de la ideación suicida (Marshall et al, 1991). Así, por ejemplo, han muerto ya más soldados británicos de los que participaron en la guerra de "Las Malvinas" por suicidio que durante la propia guerra, criticándose la dificultad de los profesionales de la salud "civil" para entender la problemática de este tipo de pacientes y el poco caso que las propias autoridades militares prestan al TEPT (Spooner, 2002). En un estudio realizado en Croacia encuentran que los veteranos de guerra con TEPT tenían una mayor tendencia a la agresión auto y heterodirigida, lo cual se relacionaba con el nivel educativo y socioeconómico, historia de maltrato infantil y participación previa en otros conflictos bélicos (Begic et al, 2001). En un estudio realizado por Lehmann & Krauth (1996) sobre la conducta suicida en pacientes veteranos de guerra en tratamiento, encuentran que el TEPT fue el diagnóstico más frecuente entre los suicidios consumados, pero hay que considerar que la comorbilidad, particularmente con abuso de substancias, era muy elevada. Mazza (2000) encuentra en una muestra de adolescentes que la presencia de sintomatología del TEPT se encuentra relacionada con la ideación suicida e historia de intentos de suicidio, sin poder ser esto explicado por la presencia de depresión. En un estudio realizado en Israel compararon el riesgo suicida en tres grupos: uno formado por pacientes con TEPT (n=56), otro con pacientes con un trastorno de ansiedad distinto al TEPT (n=42) y un grupo control (n=50) y encontraron que los que tenían mayor riesgo suicida, ira, impulsividad y bajo soporte social eran los diagnosticados de TEPT; el riesgo suicida en estos se relacionaba con la impulsividad pero no con la ira. Por otra parte, a mayor soporte social, menor era el riesgo suicida (Kotler et al, 2001). Otro estudio realizado en el mismo país confirma que el riesgo suicida es mayor en el TEPT que en otros trastornos por ansiedad (Amir et al, 1999). Incluso se ha encontrado que es el factor de riesgo más importante para las conductas suicidas, por delante incluso de los trastornos por sustancias y trastornos depresivos (Wunderlich et al, 1998). En un estudio encuentran que el abuso físico –y no de otro tipo- por parte de la pareja se asocia al TEPT. Asimismo, la presencia de TEPT es lo que mediaba la relación abuso físico-conducta 248 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA suicida, de manera que si el abuso físico desembocaba en la presencia de TEPT, había un riesgo incrementado de conductas suicidas, pero no en ausencia de TEPT (Thompson et al, 1999). Sin embargo, se ha comprobado que las mujeres víctimas de violaciones tienen una mayor prevalencia de conductas suicidas a lo largo de la vida -especialmente si la violación había sucedido antes de los 16 años- aunque no padecieran de TEPT u otro trastorno psiquiátrico. Finalmente, a la hora de evaluar el impacto del TEPT en la conducta suicida hay que tener en cuenta la frecuente comorbilidad que presentan los sujetos con TEPT, especialmente con la depresión y el abuso de substancias (Brand et al, 1996; Giaconia et al, 2000). Brady et al (2000) señalan que la mayoría de los pacientes con TEPT cumplen criterios para al menos un diagnóstico comórbido y que un porcentaje importante tienen 3 diagnósticos o más, siendo la comorbilidad la regla y no la excepción. Ferrada-Noli et al (1998) (Ferrada-Noli et al, 1998) encuentran en una muestra de refugiados de distintos paises expuestos a situaciones traumáticas, que el TEPT era el diagnóstico más frecuente y más asociado a comportamientos suicidas y curiosamente que, cuando había comorbilidad con depresión era más frecuente la ideación suicida y cuando no había esta comorbilidad, eran más frecuentes los comportamientos suicidas. Los estudios realizados en los estadounidenses veteranos de la guerra de Vietnam van en la misma línea, encontrando una mayor asociación con conductas suicidas aquellos individuos que desarrollaban un TEPT (Bullman & Kang, 1994) y mayor riesgo si además se asocia a trastorno depresivo mayor o distimia (Kramer et al, 1994). En adultos dependientes de cocaína se ha encontrado que aquellos que tenían historia de maltrato infantil -de cualquier tipo- tenían más conductas suicidas (Roy, 2001). 4.5.2.1.6.10 Trastornos conversivos Hay pocos estudios que estudien la relación suicidio-trastorno conversivo. En un estudio realizado se encontró una importante relación entre pseudocrisis epilépticas e ideación y conducta suicida, aunque había también una importante comorbilidad con sintomatología afectiva (Ettinger et al, 1999). En un estudio con una muestra de 18 pacientes se encuentra que las pseudocrisis se asocian frecuentemente con síntomas depresivos y problemas de impulsividad –bulimia nerviosa, abuso de substancias, TP antisocial y límite-, así como a los comportamientos autodestructivos y suicidas, sugiriendo que los pacientes con pseudocrisis tendrían un importante disbalance afectivo y en el control de los impulsos (Rechlin et al, 1997). Finalmente, Thomasson et al (1991) comparan las diferencias entre el trastorno de somatización 249 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD y el de conversión y encuentran que en este último son menos frecuentes los antecedentes de cuadros depresivos y tentativas de suicidio. 4.5.2.1.6.11 Trastornos disociativos También son muy escasos los estudios que abordan la relación de este trastorno y la conducta suicida, a pesar de que gracias al trastorno de personalidad múltiple, éstos trastornos se pusieron de moda en los EEUU, reflejándose en el cine (p.ej. “La doble cara de la verdad”). Ross y Norton (1989) señalan la dificultad para diagnosticar la personalidad múltiple, siendo una de las formas de presentación más comunes la ideación y conducta suicida. Encuentran en una serie clínica de 236 pacientes que el 72% tenían al menos un intento de suicidio y el 2,1% lo consumaban. Sus datos concuerdan con los señalados por Putnam et al (1986), que fija una tasa de intento de suicidio de en torno al 70%. Asimismo, señalan que los trastornos disociativos se relacionan frecuentemente con síntomas depresivos e historia de traumas psíquicos en la infancia, especialmente de abuso infantil. El maltrato -físico, psíquico o sexual o negligencia en el cuidado- en la infancia se ha asociado a trastornos disociativos -especialmente con la personalidad múltiple (Boor, 1982; Coons et al, 1988; Darves-Bornoz et al, 1996)-, conversivos y de somatización, trastorno de estrés postraumático, personalidad límite, depresión, promiscuidad sexual y mal rendimiento escolar (Paolucci et al, 2001) y bulimia nerviosa (Matsunaga et al, 1999). Kaplan et al (1995) señalan que el abuso, tanto en la niñez como de adulto, se relaciona con conductas suicidas más tempranas y con un mayor número de intentos suicidas. Dentro de los que tenían historia de abusos sexuales, aquellos con conductas suicidas eran los que tenían niveles mayores de depresión, somatización y disociación, lo cual podría servir para detectar aquellos pacientes con mayor “potencial” de conductas suicidas y consecuentemente prevenirlas. Anderson et al (1993) encuentran en una muestra de 51 mujeres que habían sufrido abusos sexuales, que el 88,2% tenía algún tipo de trastorno disociativo -el 54,9% de personalidad múltiple-, así como otros diagnósticos y una frecuencia elevada de conductas suicidas. Por otra parte, en pacientes con diagnóstico de personalidad múltiple, los intentos de suicidio son más frecuentes tras el diagnóstico (Fetkewicz et al, 2000). En un estudio en que se compara 20 pacientes con personalidad múltiple con grupos de 20 pacientes con otros diagnósticos –esquizofrenia, trastorno de pánico y epilepsia parcial compleja- se encuentra que los sujetos diagnosticados de personalidad múltiple no sólo ha recibido muchos otros diagnósticos sino que también tienen una mayor tasa de intentos de suicidio que el resto de grupos. Kaplan et al (1998) asocian la sintomatología disociativa al comportamiento agresivo y conducta suicida, pero no a los homicidios. Finalmente, hay varios estudios que han señalado 250 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA que los individuos que han intentado el suicidio tienen una mayor tolerancia para el dolor. Orbach et al (1994) lo explican como resultado del desarrollo de los mecanismos disociativos inherentes al desarrollo de tendencias suicidas, relacionadas con una relativa insensibilidad al dolor e indiferencia a sus cuerpos. 4.5.2.1.6.12 Trastorno de somatización (síndrome de Briquet) Su relación con el suicidio está mucho menos estudiada que en otros trastornos neuróticos, pero parece que se asocia frecuentemente con los intentos de suicidio y el riesgo de estos comportamientos es mayor que en los trastornos conversivos (Thomasson et al, 1991). En un estudio de 42 años de seguimiento con 76 mujeres no se encontró un exceso de mortalidad en las pacientes diagnosticadas de síndrome de Briquet (Coryell et al, 1982), pero sí en las que padecían depresión unipolar. En la revisión realizada por (Morrison & Herbstein, 1988; Morrison, 1990) dos tercios de los pacientes intentarían el suicidio pero pocos lo consumarían. 4.5.2.1.6.13 Otros Otros trastornos neuróticos o en su “órbita”, como son la hipocondría, el trastorno por dolor –el dolor crónico e incapacitante ha sido relacionado con el suicidio-, el síndrome de fatiga crónica, los trastornos adaptativos o la neurosis de renta y la simulación, han recibido mucha menor atención en su relación con las conductas suicidas. 4.5.2.1.7 Ludopatía La ludopatía representa un problema de Salud Pública de primer orden. En EEUU, se calcula que el 2.3% de la población presenta consecuencias adversas derivadas de la ludopatía (NRC, 1999) y que el 1% de la población cumple criterios de ludopatía (APA, 1994). La ludopatía se complica no sólo con otros trastornos psiquiátricos, sino con situaciones sociales y legales adversas, como problemas financieros, pérdida de trabajo, problemas maritales y familiares, etc. que hacen que los ludópatas sean una población de riesgo para el suicidio (Maccallum & Blaszacynski, 2003). La ideación suicida se da hasta en el 90% de los jugadores patológicos que llamaron por iniciativa propia a un teléfono de emergencia habilitado para problemas de juego (Sullivan et al, 1994), pero, en general, se aceptan tasas menores (entre el 5% y el 18%) (Maccallum & Blaszacynski, 2003). Asimismo, los ludópatas tienen un riesgo aumentado de intentos autolíticos (Ladouceur et al, 1994; Bland et al, 1993). Diversos autores señalan tasas de entre el 1% y 5% de intentos de suicidio (Statham et al, 1998; Weissman et al, 251 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 1999). En un estudio se encuentra que el 12% de los ludópatas estudiados habían realizado un intento de suicidio potencialmente letal (McCormick, 1984). Bland et al (1993) encuentran también una tasa de intentos de suicido del 13.3%. Sin embargo, en un estudio retrospectivo con 114 ludópatas se encontró que el 39.5% tenía historia previa de algún intento de suicidio (Kausch, 2003b). Este riesgo aumentado de comportamiento suicida puede estar relacionado con un déficit en el control de impulsos (Sáiz Ruiz & Ibáñez Cuadrado, 2000), ya que la ludopatía se ha asociado a niveles elevados de impulsividad (Steel & Blaszczynski, 1996). Así, en un grupo de 70 ludópatas se encuentra que el 44% presentaba algún tipo de conducta impulsiva asociada, que era diferente según el sexo –los hombres presentaban principalmente conductas temerarias como peleas y conducción arriesgada, así como consumo alcohólico impulsivo, mientras que en las mujeres eran más frecuentes los atracones bulímicos y las conductas suicidas- (Ibañez, 1997). La ludopatía también se relaciona con un riesgo incrementado de suicidio consumado. Así, a pesar de que la frecuencia real del mismo en ludópatas es de difícil cálculo por problemas metodológicos, este hecho es sugerido, entre otros, por el hecho de que las tasas más elevadas de suicido consumado en EE.UU se dan en Las Vegas y porque en otras ciudades famosas en ese país por el juego también se presentan tasas de suicidio anormalmente elevadas (Philips et al, 1997). Por otra parte, hay que tener en cuenta las altas tasas de comorbilidad que presentan los ludópatas y su potencial influencia en la conducta suicida, que ha sido poco estudiada (Kausch, 2003b). En una amplia muestra de los EEUU se encuentra que el 73.2% de los ludópatas presentaban un trastorno por uso de alcohol, el 60.8% un trastorno de la personalidad, el 49.6% un trastorno afectivo y 38.1% un trastorno por uso de drogas (Petry et al, 2005) y, además, estas asociaciones eran significativamente más fuertes en las mujeres que en los hombres. La depresión es probablemente el diagnóstico comórbido del eje I más frecuente entre los ludópatas (Kausch, 2004). En un estudio se encuentra que la mayoría de los ludópatas (93%) cumplen criterios diagnósticos de al menos un trastorno de la personalidad, encontrando estos autores una media de 4.6 TP por ludópata (Blaszczynski & Steel, 1998). Asimismo, la mayoría de los TP eran del cluster B –borderline (70%), histriónico (66%) y narcisista (57%)-, que estaban asociados a altos niveles de impulsividad e inestabilidad afectiva. La tasa que encuentran de TP antisocial (29%) es similar a la encontrada en otros estudios. Sin embargo, en otro estudio se encuentra una tasa de TP de “sólo” un 25%, no se encuentra una tasa elevada de TPs del cluster B y cuando se compara con una muestra de voluntarios de la comunidad, sólo se encuentra que 252 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA los ludópatas presentan una mayor frecuencia del TP evitativo (Specker et al, 1996). Los autores del primer estudio lo justifican, entre otros, porque en el estudio de Specker usan una entrevista clínica estructurada, mientras que ellos usan un cuestionario de screening (The Personality Disorders Questionnaire-Revised), que identifica más casos (Blaszczynski & Steel, 1998). También son muy frecuentes otros trastornos del control de los impulsos y hasta el 66.4% presenta historia de abuso o dependencia de substancias (Kausch, 2003a). Al margen de que la ludopatía es mucho más frecuente en el hombre que en la mujer (Ladouceur et al, 1994), hay otras diferencias de género, como que los varones ludópatas tienen mayor riesgo de tener un trastorno antisocial de la personalidad y abuso o dependecia de alcohol, mientras que las mujeres presentan tasas más elevadas de trastornos afectivos e historia de abusos físicos (Ibañez et al, 2003). Entre los ludópatas con historia de abuso o dependencia de alcohol o drogas, aquellos con mayor impulsividad son los que tienen más riesgo de intentar el suicidio (Kausch, 2003b). Finalmente, no hay apenas trabajos que evalúen la influencia de presentar un trastorno de personalidad comorbido sobre el comportamiento suicida y tampoco se ha tenido en cuenta el que este diagnóstico actúe como un factor de confusión. Esto, a pesar de que la ludopatía se ha asociado a una presencia elevada de trastornos de la personalidad -particularmente el antisocial en hombres (Ibañez et al, 2003)- e impulsividad (Blaszczynkski et al, 1997). En un estudio en el que se comparaba a 50 ludópatas con 50 controles sanos con similares características demográficas mediante el IPDE, se encuentra que el 32% de la muestra, comparado con el 8% de los controles, presentaba al menos un TP. El más frecuente era el TP límite (16%), seguido del antisocial, paranoide, narcisista y no-especificado (un 8% cada uno). Los ludópatas con TP presentaban una media de 1.5 TPs y referían una mayor severidad de la ludopatía y más síntomas de depresión, ansiedad y consumo de alcohol. 4.5.2.2 Otros marcadores clínicos de riesgo El 50% de los suicidas tienen antecedentes de tentativas de suicidio (Roy, 1989), el 2025% son atendidos durante el año previo por autolesiones en algún hospital y se calcula que los intentos de suicidio son entre unas 8 y 25 veces más frecuentes que los suicidios consumados, lo cual se traduce en una importantísima “carga” asistencial, calculándose que es el motivo de consulta de 100.000 urgencias/año en Inglaterra, 120.000 en Francia y 750.000 en los EEUU. De ahí la relevancia de dar siempre la importancia que merece a los intentos de suicidio, por 253 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD banal y/o manipulativo que pueda parecer, pues incluso en esas situaciones la persona está expresando su malestar y quizá, una falta de recursos personales para vehicular sus emociones de una manera más adaptativa. Presentar intentos de suicidio es probablemente el factor de riesgo más importante para consumarlo (Seguí Montesinos, 1989; Cheng, 1995; Wintemute et al, 1999). Distintos estudios establecen que la tasa de intentos de suicidio se encuentra en una relación de 10/1 con respecto a los suicidios consumados (Saiz & Montejo, 1976). El 50-80% de los suicidios consumados habían realizado un intento previo (Geijo & Franco, 1997). En un estudio británico sobre suicidios consumados en menores de 25 años se encontraron antecedentes de intentos previos en el 44.8% de la muestra, de los que el 80% habían ocurrido en el año previo. Casi la mitad contaban con múltiples intentos previos y sólo el 22.4% se encontraban en seguimiento psiquiátrico. En diversos se encuentran cifras similares, considerándose el intento de suicidio como una forma subaguda del suicidio consumado estudios (López García et al, 1993; Schmidtke et al, 1996). Algunos autores señalan que una tentativa de suicidio incrementa un 32% el riesgo de una tentativa posterior, siendo el riesgo de suicidio 100 veces superior al de la población general (López García et al, 1993). Sin embargo, la mayoría de las personas que intentan el suicidio no reciben atención psiquiátrica (Saiz & Montejo, 1976) y se especula que 3 de cada 4 personas que realizan tentativas de suicidio no son atendidas en los centros de salud (Diekstra, 1989). La severidad y letalidad del período de mayor suicidabilidad del paciente es un factor predictivo del riesgo suicidad futuro (Lecubrier, 2001). En un estudio llevado a cabo en 1999 se encontró que era la intensidad de la ideación suicida en un momento determinado de la vida lo que predecía de manera más sólida la posibilidad de consumar el suicidio, más que desesperación o ideación autolítica en el momento de la evaluación, lo cual podría estar relacionado con un descenso relativamente persistente de las barreras que normalmente impiden el suicidio o con un rasgo heredable (Beck et al, 1999). Por otra parte, cada vez hay más autores que separan dos grupos en los sujetos que intentan el suicidio: aquellos que lo intentan múltiples veces frente a los que lo intentan en una ocasión, pues parece que el primer grupo se caracteriza por presentar una mayor psicopatología y disfunción en las relaciones y funcionamiento interpersonal, entre otros (Rudd et al, 1996; 254 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA Reynolds & Eaton, 1986; Forman et al, 2004). El único estudio que ha controlado la presencia de TP límite es el de realizado por Forman et al (2004). Encuentran que los sujetos que presentan múltiples intentos de suicidio presentan una mayor gravedad psicopatológica. La conducta suicida también parece estar relacionada con las visitas a recursos asistenciales ambulatorios, particularmente médicos de atención primaria (MAP) y psiquiatras (Seguí Montesinos, 1989; Mock et al, 1996). Los registros holandeses de la actividad de los médicos generales recogen que un 52% de los suicidios y un 53% de los intentos de suicidio, los sujetos contactaron con su médico de cabecera en las ocho semanas previas al mismo, siendo éstos capaces de identificar el riesgo en el 42% de los suicidios consumados y en el 31% de las tentativas. Un 54% de los intentos de suicidio había sido valorado en este mismo período por un profesional de la salud mental. Un 58% de los suicidios y un 69% de los intentos de suicidio tenían antecedentes de depresión (Diekstra & van Egmond, 1989). Una recogida de datos similar en Bélgica estimaba que un 60% de los pacientes que desarrollan alguna conducta suicida han visitado a su médico de cabecera en el mes previo y un 44% había recibido tratamiento psiquiátrico, principalmente antidepresivos, durante el año previo (Van Casteren et al, 1993). En la revisión efectuada por Pirkis & Burgess (1998) se concluye que entre el 23 y el 69% de los suicidios consumados ha consultado previamente con el médico de atención primaria en el último año. En el estudio de Stenager & Jensen (1994), los intentos de suicidio que habían consultado al médico de cabecera en el mes previo presentaban principalmente depresiones (64%), abuso de drogas (57%) y trastornos de adaptación (77%), mientras que los que consultaban con el psiquiatra lo eran por esquizofrenias (78%) y abuso de alcohol (63%). En un estudio se encuentra que en el 80% de los casos los pacientes que consumaron un suicidio habían comunicado antes sus propósitos a otras personas (Geijo & Franco, 1997). Es posible que el riesgo suicida sea difícil de detectar por los MAP por la alta comorbilidad entre depresión y enfermedades somáticas. Quizá podría mejorarse la prevención de las conductas suicidas con programas que ayuden a evaluar y detectar a los pacientes con riesgo (Bobes García et al, 1997), sobre todo en aquellos con antecedentes de tentativas previas (Hawton et al, 1997). Sin embargo, hay que tener en cuenta que más de la mitad de los suicidios consumados carecen de antecedentes de intentos previos y fallecen en su primer intento autolítico (varones un 62% y mujeres un 38%) (Isometsa & Lonnqvist, 1998). 255 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD La desesperación también ha sido relacionada con el riesgo de comportamientos suicidas (Bedrosian & Beck, 1979; Weissman et al, 1979; Beck et al, 1985). Ramos-Brieva et al (1989) revisaron la literatura existente sobre los instrumentos con valor predictivo en los pacientes que habían realizado un intento de suicidio, concluyendo que sólo la constatación de desesperanza en el momento de la evaluación permitía predecir el riesgo suicida. De hecho, una puntuación igual o mayor a 10 en la Hopelessness Scale identifica el 91% de los suicidios consumados (Beck et al, 1985). Barrera et al (1991) estudiaron la relación entre la desesperanza y otros factores como ideación suicida, depresión, tentativas suicidas y reintentos de suicidio en 63 pacientes de sexo femenino que habían sido atendidas en servicios ambulatorios de salud mental por un intento de suicidio reciente. La desesperanza correlacionaba positivamente con severidad de la depresión, número de intentos previos e ideación suicida actual. Keller & Wolfersdor (1993) estudiaron el poder predictivo de la escala de desesperanza de Beck en 61 pacientes depresivos evaluados al ingreso y al año, demostrando tener una elevada sensibilidad pero una pobre especificidad. Wetzel (1976) señala que los niveles de desesperanza correlacionan con los intentos de suicidio en mayor grado que las medidas de depresión. Dyer & Kreitman (1984) revisaron la literatura previa sobre las relaciones entre depresión, desesperanza y conducta suicida, y señalan que la relación entre depresión e intentos de suicidio es dependiente de la que existe entre estos y la desesperanza. Fawcet (1992) señala que la desesperación predice el riesgo suicida a largo plazo, pero no en el corto plazo. Young et al (1996) hipotetizaron que la desesperanza de un individuo se compone de un nivel basal (eutimia) que podía incrementarse en relación con la severidad de la depresión (sensibilidad). Los autores aplicaron este modelo a una muestra de 316 sujetos, concluyendo que ambos componentes eran rasgos estables y que no estaban correlacionados entre sí, pero sí con diferentes factores clínicos y demográficos. Además, demostraron que era el nivel basal de desesperanza, más que la sensibilidad o la desesperanza incrementada durante el estado depresivo, lo que mostraba un mayor poder predictor de un futuro intento de suicidio. La desesperanza, por tanto, parece ser un rasgo estable (Beck et al, 1985), tal y como se desprende del riesgo de suicidio incrementado en pacientes que sufren desesperanza crónica, incluso cuando otros síntomas depresivos han remitido (Rifai et al, 1994; Young et al, 1996; Szanto et al, 1998). De hecho, Seguí Montesinos (1989) considera que la desesperanza crónica es un factor predisponente a la reiteración de la conducta autolítica. Dyck (1991) demostro que la desesperanza, las expectativas negativas y la ausencia de razones para vivir por otro, contribuyen al riesgo suicida de forma independiente. Malone et al (2000) 256 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA también defienden que los predictores clínicos más eficaces del suicidio consumado son la desesperanza y los intentos previos. Estos autores enfatizaron el papel protector de las razones para vivir. La presencia o ausencia de apoyos sociales externos también puede modificar el potencial suicidógeno de la desesperanza (Pokorny et al, 1975). De hecho, parece que la desesperanza y el aislamiento se relacionarían con los intentos de suicidio de mayor seriedad, al menos en pacientes depresivos y con trastornos borderline de personalidad (tanto por separado como en comorbilidad), mientras que la frustración y la ira lo serían con los intentos de baja gravedad (Hamdi et al, 1991; Soloff et al, 2000). Beautrais et al (1999) señalan que la desesperanza, el neuroticismo y el locus de control externo son factores de riesgo para los intentos de suicidio de mayor seriedad. Sin embargo, no todos los autores encuentran esta relación (Nasser & Ovelholser, 1999). Young et al (1996) señalan que la desesperación en pacientes deprimidos no sería un buen predictor de futuros intentos de suicidio, mientras que sí lo sería en los no deprimidos, por lo que se podría sugerir que la desesperación puede estar relacionada con algún estilo de personalidad específico y quizá con la tendencia a idear con el suicidio. Finalmente, la insatisfacción también ha sido señalada como un posible predictor de propensión al suicidio (Koivumaa-Honkanen et al, 2001). De igual manera, los antecedentes de violencia se han relacionado con un aumento del riesgo suicida, especialmente si va asociado al consumo de alcohol (Conner et al, 2001). 4.5.2.3 Marcadores biológicos. El principal objetivo de la investigación biológica de la conducta suicida es encontrar marcadores biológicos que tengan mayor valor predictivo que los marcadores clínicos que normalmente usamos, y la formulación de modelos que permitan comprender las interacciones entre los factores clínicos, psicosociales, genéticos y biológicos (Mann, 1987). El handicap de factores de riesgo es que a pesar de su alta sensibilidad (van Praag, 1986), tienen una baja especificidad y escaso poder predictivo para identificar qué pacientes van a intentar el suicidio (Mann, 1987; Traskman-Bendz, 1989). Asberg et al (1987) reduce el papel de los marcadores biológicos a su relación con factores de personalidad, más que a la relación directa con el suicidio, y cree que estos marcadores pueden proporcionar perfiles de riesgo para la conducta suicida en situaciones límites. 257 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Hay que distinguir entre marcadores de rasgo, que son características estables individuales que pueden predisponer a padecer ciertos trastornos, como por ejemplo, los factores genéticos o las experiencias vitales tempranas y, marcadores de estado, que son elementos coyunturales que pueden desencadenar el trastorno en individuos con predisposición a padecerlos, como la patología patología psiquiátrica aguda, el uso de alcohol y/o drogas o los factores estresantes (Yehuda et al, 1988; Mann & Arango, 1992). Los marcadores de rasgo pueden ser utilizados para determinar los individuos que tienen riesgo de suicidio (Yehuda et al, 1988). La investigación biológica del suicidio se ha centrado en los sistemas monoaminérgicos cerebrales (serotonina, dopamina, adrenalina y noradrenalina), el eje hipotálamo-hipofisarioadrenal y el eje hipotálamo-hipofisario-tiroideo (van Praag, 1986). Han sido varios los sistemas biológicos que se han relacionado con los comportamientos suicidas, entre ellos una actividad disminuida de la monoamino oxidasa (MAO) o la concentración de melatonina en líquido cefalorraquídeo (LCR), pero el hallazgo más prometedor es la evidencia de una relación entre la disminución del ácido hidroxiindolacético (5-HIAA) en LCR y la agresividad y el suicidio, especialmente el suicidio violento (Frances et al, 1986). La investigación biológica del suicidio se ha centrado en la vinculación de la conducta suicida con los trastornos por déficit de control de impulsos (Montejo et al, 1976; Ramos Brieva et al, 1989), relacionándose estos con una hipofunción serotoninérgica, que incluso puede considerarse un marcador de rasgo en intentos que tienen un carácter impulsivo (van Praag, 1986; Mann et al, 1992). Se han encontrado niveles bajos de 5-HIAA -metabolito de serotonina- en el líquido cefaloraquídeo (LCR) de pacientes con intentos de suicidio, en especial, en suicidios violentos, así como bajas concentraciones de serotonina en el área romboencefálica en cerebros analizados postmortem de pacientes depresivos con suicidio consumado. También se ha constatado un incremento de receptores 5HT2 en el cortex frontal de víctimas suicidas, indicando una deficitaria función serotonérgica a nivel presináptico que tendría una compensación a nivel postsináptico con este incremento de receptores. Por otra parte, diversos estudios han relacionado los bajos niveles de colesterol y leptina séricos con diversos trastornos mentales –trastorno explosivo intermitente, TDAH, TP antisocial, con los comportamientos agresivos o impulsivos y concretamente con los intentos de suicidio violentos (Atmaca et al, 2002)-, aunque los resultados son, en cierto modo, contradictorios. Este 258 Hilario Blasco Fontecilla LA CONDUCTA SUICIDA autor encontró niveles bajos de colesterol y leptina asociados al diagnóstico de TP límite y a tener historia de intentos de suicidios previos, independientemente de la presencia o ausencia de depresión mayor y, sugerían que podrían estar relacionados los bajos niveles de colesterol y leptina con un metabolismo de la serotonina alterado. También se han encontrado niveles medios bajos de colesterol en criminales, especialmente en los más violentos, también en homicidas con historia de conducta suicida y en pacientes ingresados en un hospital forense por crímenes violentos. El descenso de ácidos grasos en suero disminuye el triptófano libre para la síntesis de serotonina, ya que triptófano y ácidos grasos compiten en el punto de unión con la albúmina plasmática. Asimismo, la disminución de los niveles plasmáticos de colesterol altera el cociente colesterol/fosfolípidos de las membranas neuronales con la consecuente alteración de sus propiedades (fluidez, viscosidad y funcionalidad). Por otra parte, en diversos estudios de nuestro grupo no se ha encontrado relación entre los intentos de suicidio y la apo-E, los intentos de suicidio y la subunidad alfa del gen del GABA3 y, la impulsividad y la historia de comportamiento agresivo en suicidas con un polimorfismo del área promotora del transportador de la serotonina (17q11.1-q12) (Baca-García et al, 2004b; Baca-García et al, 2004c; Baca García et al, 2004d). En otro estudio del grupo se sugiere, tras encontrar que el número de intentos de suicidio era mayor que lo esperado durante la fase folicular (especialmente durante la fase menstrual), que los intentos de suicidio sean más probables en determinado momento del período (Baca-García et al, 2000). Respecto a la relación entre las variables biológicas, los trastornos de la personalidad y, el suicidio, hay al menos un estudio que relaciona los bajos niveles de 5-HIAA en LCR y los trastornos de la personalidad, sin el diagnóstico comórbido de un trastorno afectivo. Brown et al (1979) compararon los niveles de 5-HIAA en LCR en 26 sujetos con TP y 26 controles normales y, encontraron que tanto los TP impulsivos -antisocial, explosivo-intermitente, inmaduro e histérico- y los no-impulsivos –pasivo-agresivo, pasivo-dependiente, esquizoide, obsesivo-compulsivo e inadecuado- tenían puntuaciones más elevadas de agresividad que los controles, pero también que los TP impulsivos, de igual manera que los sujetos suicidas, tenían una agresividad media mayor y un nivel más bajo de 5-HIAA que aquellos TPs menos impulsivos. Asimismo, también encontraban que la escala que mide desviación psicopática del Minnesota Multiphasic Personality Inventory (MMPI) y que refleja agresividad, se correlacionaba negativamente con los niveles de 5-HIAA en LCR. Asimismo, en un trabajo más reciente, también se encuentra una relación entre la disfunción del sistema serotoninérgico y el 259 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD comportamiento suicida, la impulsividad y, la violencia (Roy & Linnoila, 1988). Finalmente, en el estudio realizado por Clements et al (1985), los cinco pacientes (de los 9 del estudio, siete de ellos diagnosticados de un TP grave, principalmente límite y, con depresión mayor comórbida) que fueron sometidos a la prueba de supresión con dexametasona, todos ellos eran no-supresores. Dado que la supresión en esta prueba podría tener un papel en la evaluación del riesgo suicida (Yerevanian et al, 1983), estos autores sugieren que podría ser útil en pacientes con TP límite y depresión mayor comórbida. 260 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO 5 PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO “The potencial for committed suicide ítems from life-long personality characteristics as well as from somewhat predictable triggers” Leonard (1972) 5.1 Introducción Todo investigador que se enfrenta al estudio del suicidio debiera tener en mente cuales son las razones que determinan que una persona decida quitarse la vida. Cuando me inicié en la investigación del suicidio, una pregunta que acudía constantemente a mi cabeza era que, teniendo en cuenta que la depresión era el trastorno mental que, tradicionalmente se ha relacionado de manera más estrecha con las conductas suicidas, por qué la mayoría de pacientes depresivos no intentaban suicidarse, mientras una pequeña minoría sí. Dado que el suicidio es un fenómeno de extrema gravedad y que, por definición, implica la totalidad del individuo, es mi opinión que los rasgos de personalidad o la presencia de un trastorno de la personalidad franco eran fundamentales en el fenómeno del suicidio y podía dar respuesta a mi pregunta inicial. Otra pregunta interesante, pero que no es objeto de la presente tesis es, por qué la mayoría de las personas no intentan el suicidio, lo cual nos retrotrae al aserto de Albert Camus (Le Mythe de Sisyphe) de que “no hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida merece o no la pena de ser vivida, es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”. Birtchnell (1981) señala que “una persona que ha hecho un intento de suicidio representa a un determinado tipo de sujeto que recurre a este tipo de comportamiento bajo estrés”. El suicidio es un fenómeno muy complejo que es el resultado de la interacción de factores medioambientales sobre la personalidad del sujeto (Vinoda, 1966). Los pacientes depresivos que realizan intentos de suicidio muestran una elevada hostilidad, tendencia a los acting-outs, oralidad, irritabilidad, abuso de drogas y problemas legales (Paykel & Dienelt, 1979; Weissmann et al, 1973). En los sujetos con ideación suicida se ha encontrado también un elevado nivel de alteraciones personales y dificultades interpersonales (Mehryar et al, 1977). La investigación tanto en los trastornos de la personalidad como en el suicidio ha sido dificultada, cada una por separado, debido a problemas conceptuales y metodológicos, de manera que el estudio de la interacción de ambos es especialmente problemática. Uno de los problemas 261 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD principales es que los sujetos que completan el suicidio (Suicide completers, SC) y aquellos que lo intentan (Suicide attempters, SA) se corresponden con dos poblaciones distintas, pero de alguna manera, solapadas (Frances et al, 1986). Lo que parece claro es que, el factor de riesgo más importante para un suicidio consumado es la presencia de un intento de suicidio previo. Así, el riesgo relativo de suicidio en una muestra de sujetos que había intentado el suicidio era 40 veces mayor que la esperada en al población general (Milos et al, 2004). Los sujetos que intentan el suicidio son generalmente mujeres, jóvenes, diagnosticadas de “neuróticas” o de trastorno de la personalidad (TP), siendo sus intentos más impulsivos y dando una menor publicidad, y usando métodos no letales; por el contrario, los sujetos que completan el suicidio tienden a ser hombres viejos diagnosticados con algún trastorno del eje I –especialmente depresión, alcoholismo o ambos-, los intentos se hacen en un medio privado y usando métodos letales (Clayton, 1985). Asimismo, existe la posibilidad de que haya poblaciones distintas dentro de la población de los que intentan el suicido. Así, Stanley et al (2001) encontró que aquellos sujetos que intentaban el suicidio mediante la automutilación estaban particularmente perturbados y tenían un mayor riesgo para completar el suicidio por varias razones –tenían más sentimientos de depresión y desesperanza, eran más agresivos y expresaban mayor inestabilidad afectiva, infraestimaban la letalidad de su comportamiento suicida y finalmente, pensaban sobre el suicidio durante períodos más prolongados-. Overstone & Kreitman (1974) clasificaban a los SA en repetidores y no-repetidores. El primer grupo estaba compuesto principalmente de psicópatas, drogadictos, alcohólicos, sujetos con historias prolongadas de inestabilidad y desorganización crónica a nivel personal y social, y que no respondían al tratamiento psiquiátrico. Lester et al (1989) comparaban a los SA no socializados y a los SA deprimidos, encontrando que el primer grupo hacían intentos de suicidio menos severos y, tenían más antecedentes de intentos de suicidio previos, y lo que es más importante, tenían una puntuación en los cuestionarios de depresión iguales a los que obtenían los SA deprimidos. Los sujetos depresivos parecían tener una imagen de sí mismos negativa sólo cuando estaban deprimidos, mientras que los SA no socializados tenían una autoimagen crónicamente dañada, parecían siempre “perdedores” y hacían los intentos de suicidio de manera impulsiva en relación con sus pobres habilidades para resolver problemas y su dificultad para el pensamiento abstracto. Los sujetos que intentan el suicidio (SA) que finalmente lo completan se diferencian de aquellos que no en que, los primeros suelen tener un intento de suicidio de alta letalidad, están desempleados, viven solos, son hombres y han comunicado la intención suicida (Tuckman & 262 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO Youngman, 1963; Ettlinger, 1964; Pallis et al, 1982). Asimismo, mientras que el 10% de los que completan el suicidio se considera que son “normales” desde Ernst et al (2004) señalan que ese 10% es probablemente debido a los problemas del método de autopsia psicológica para detectar trastornos psiquiátricos subyacentes y la mayoría de los sujetos “normales” que se habían suicidado finalmente tendrían bien un trastorno del eje I y/o un trastorno de la personalidad ya que en su muestra de 16 sujetos, la mayoría fueron finalmente diagnosticados de trastorno de la personalidad o de juego patológico. También encontraron que estos sujetos eran más parecidos a aquellos sujetos que cumplían criterios para un trastorno del eje I que a los controles vivos normales en medidas de psicopatología y del eje I, y también que presentaban más frecuentemente diagnósticos del eje I distintos de los que normalmente diagnosticamos, como por ejemplo el juego patológico. Brent et al (1993) encuentran resultados similares en los adolescentes. Isometsa et al (1995) encuentra en una muestra aleatoria de 229 sujetos que comenten el suicidio que la prevalencia de trastornos de la personalidad entre los sujetos de 20 a los 34 años era del 43% -o del 56% cuando los casos no determinados eran excluidos-, cifras similares a las referidas por Lesage et al (1994) y Rich et al (1992). El número de intentos de suicidio previos es el principal factor predictor de comportamiento suicida futuro y de suicidio consumado en todas las poblaciones psiquiátricas (Paris et al, 1989; Apter et al, 1991; Suominen et al, 2004). Se estima que entre el 10 y el 15% de los SA finalmente lo consuman, pero hay muy pocos estudios en la era moderna psiquiátrica sobre la continuidad de los comportamientos suicidas (Suominen et al, 2004). Suominen et al (2004) encuentran en un estudio de seguimiento de 37 años que el 13% de los SA por sobreingesta medicamentosa finalmente completan el suicidio, siendo más frecuente en los hombres, y dos tercios de los suicidios ocurrían en los 15 años posteriores al intento de suicidio inicial. Cuando se incluyeron los “casos no determinados” y las “muertes no determinadas” como posibles suicidios, la proporción de suicidios se incrementó hasta el 16% y 19% respectivamente. Los autores concluyen que la presencia de antecedentes de un intento de suicidio por sobreingesta medicamentosa parece ser un factor de riesgo importante para un posible suicidio a lo largo de la vida. Por otra parte, tal y como hemos señalado, los suicidios consumados son más probables en hombres violentos usando métodos violentos –no sobreingesta medicamentosa- (Rihmer et al, 1995). Hay, asimismo, evidencias de que aquellos pacientes usando métodos violentos (no sobreingesta medicamentosa) se parecen a aquellos que completan el suicidio (Murase et al, 2003). 263 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Los trastornos mentales son factores predictores fundamentales del suicidio (Balon, 1987). Son considerados una condición necesaria pero no suficiente para el (Davis & Schrueder, 1990; Cheng et al, 1997). Mientras la mayoría de los suicidios completos se dan en sujetos con algún trastorno mental, la mayoría de los pacientes no intenta suicidarse (Davis & Schrueder, 1990). Casi todos los estudios clínicos y epidemiológicos han demostrado que los trastornos mentales se dan de manera casi constante entre aquellos que intentan el suicidio, aportando porcentajes entre el 90% y el 100% entre aquellos que finalmente se suicidan (Cheng, 1995; Lecubrier, 2001). El diagnóstico de trastorno de la personalidad se da entre el 9% y el 28% de los suicidios consumados y “sigue a la depresión, la esquizofrenia, y al alcoholismo en orden de importancia como un factor de riesgo fundamental” (Soloff et al, 1994). El papel de los TPs como un factor de riesgo fundamental en los intentos de suicidio es todavía mayor, encontrándose tasas de TP hasta del 77% (ver antes). Aun así, la relación entre el comportamiento suicida y los trastornos de la personalidad ha sido estudiado en profundidad únicamente en las últimas dos décadas (Links et al, 2003). Es difícil saber si la presencia de un TP es o no un factor independiente de riesgo de suicidio, ya que hay frecuentemente otros diagnósticos psiquiátricos comórbidos y otros factores, como son dificultades en las relaciones interpersonales, impulsividad, agresividad, inestabilidad afectiva y eventos vitales indeseables que es probable que estén relacionados o influyan en las conductas suicidas (Davis & Schrueder, 1990). Lester (2001) ya estableció que “los principales factores psicológicos que están asociados con y predicen el comportamiento suicida son la depresión (particularmente la desesperanza), y la perturbación psicológica, categorizada como neuroticismo, ansiedad o inestabilidad afectiva”. Beautrais et al (1996) estudiaron una serie de 302 intentos de suicidio consecutivos, encontrando que el 90.1% eran diagnosticados de al menos un trastorno mental cuando eran evaluados por el intento de suicidio. Mucho antes, Robins et al (1959) encontraron que en el 94% de los suicidios se encontraba un trastorno psiquiátrico. La comorbilidad con el eje I –particularmente con los síndromes depresivos, con los trastornos por substancias o por ambos- en las personas que consuman el suicidio parecen ser la regla (Isometsa & Henriksson et al, 1996) y son estos los sujetos con un mayor riesgo de suicidio consumado (Foster et al, 1999; Maris et al, 2000). Tradicionalmente, tanto los trastornos depresivos como los trastornos por substancias – particularmente el alcohol- han sido señalados como los trastornos mentales más asociados al suicidio en Occidente y en las sociedades no occidentalizadas; asimismo, se ha llegado a decir que se podría incluso disminuir un 80% de los suicidios si la depresión fuera eliminada 264 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO (Beautrais et al, 1996; Cheng, 1995; Henriksson et al, 1993). La depresión severa y el alcoholismo, asimismo, son frecuentemente comórbidos entre los pacientes suicidas, siendo mayor el riesgo suicida (Cheng, 1995). De hecho, el concepto de suicidio se nutre del contexto de la depresión y la aplicabilidad de los factores de riesgo que se han detectado en pacientes depresivos a los pacientes con un trastorno de la personalidad es desconocida (Gerson & Stanley, 2002). En las conceptualizaciones tradicionales de la suicidabilidad como algo meramente secundario a la depresión mayor, el comportamiento suicida es generalmente entendido como una respuesta a un profundo sentido de desesperado deseo de la muerte, en el que el acto suicida puede empeorar el estado depresivo. Sin embargo, hay buenas razones para no asumir la presunción de que el comportamiento suicida es meramente un epifenómeno de un trastorno afectivo primario. Bronisch (1996b) ha argumentado de manera muy convincente que el suicidio sigue siendo un fenómeno “en sí mismo”, independiente de la depresión. Muchos autores señalan que el comportamiento suicida se puede dar en estados distintos del de la culpa o la depresión (Ronninstam & Maltsberger, 1998). Maltsberger (1994) diferenciaba entre los pacientes con depresión aguda suicida de aquellos con personalidades crónicamente suicida. La suicidabilidad de un sujeto con TP límite parece funcionar como un regulador del estado emocional del individuo, por ser pasajero y por no resultar en un agravamiento del estado depresivo del sujeto – de hecho, los sujetos se sienten frecuentemente mejor porque el acto suicida sirve para restablecer el sentido de balance emocional- (Gerson & Stanley, 2002). Sin embargo, en los últimos años, mientras muchos clínicos podrían infraestimar el potencial suicida de los pacientes con un trastorno de la personalidad, la presencia de un TP, especialmente si es un TP límite, antisocial, narcisista o depresivo, ha empezado considerarse que su riesgo suicida estaría al nivel, al menos, del de la depresión mayor (Bronisch, 1996; Gerson & Stanley, 2002; Lambert, 2003). Philip ya lo anunciaba en 1970 cuando en su artículo refería que los sujetos don un “trastorno del carácter” eran el 50% en su muestra de 100 SA. Más recientemente, Foster et al (1999) encuentra en su estudio de autopsia psicológica que, los TPs, particularmente el TP antisocial, el TP evitativo y el TP dependiente, continuaban siendo factores de riesgo para el suicidio consumado, tras controlar el diagnóstico del eje I. Dentro de todos los trastornos de la personalidad, aquellos que se han asociado de manera más consistente con el suicidio y con una mortalidad mayor son el TP límite y el TP antisocial y hay una alarmante falta de datos en relación al resto de TPs (Allebeck & Allgulander, 1990; Isometsa et al, 1996). Esto es, de alguna manera normal, porque tanto el TP antisocial como el TP límite han 265 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD sido asociados de manera consistente a los intentos de suicidio y al suicidio consumado y, de hecho, el comportamiento suicida es un criterio diagnóstico específico únicamente del TP límite (Ahrenes & Haug, 1996). Muchos estudios han encontrado antecedentes de intentos de suicidio múltiples o severos en los pacientes con diagnóstico de TP, particularmente TP límite (Kjellsber et al, 1991; Kullgren, 1988; Paris, 1990). En un estudio casos-control de autopsia psicológica con gente joven (de 18 a 35 años) se encontró que el diagnóstico del eje II se hacía en el 57.3% de las víctimas de suicidio, mientras que sólo 25.3% del grupo control tenía un diagnóstico de TP. Los TPs antisocial y, particularmente, límite, eran especialmente frecuentes, sobre todo si se tiene en cuenta que siete de los 11 suicidas diagnosticados de TP antisocial también tenían un diagnóstico comórbido de TP límite (Lesage et al, 1994). Cheng et al (1997) encontraban que en tres grupos étnicos distintos de sociedades no occidentales, la categoría más frecuente entre los sujetos suicidas era la de TP inestable emocionalmente –incluyendo el subtipo impulsivo (F60.30) y límite (F60.31)-, el TP anancástico (F60.5) y el TP evitativo (F60.6), en orden de importancia. Los sujetos que intentan el suicidio (Suicide attempters, SA) diagnosticados de trastorno de la personalidad son los que más repiten intentos de suicidio (Pompili et al, 2004). Frances et al (1986) resumen las distintas maneras de entender la relación entre los trastornos de la personalidad y el suicidio: (1) El suicidio podría ser un componente inherente de algunos trastornos de la personalidad y, de hecho, en el DSM-III se incluye el comportamiento suicidas como un criterio diagnóstico en, tanto el trastorno de la personalidad límite como en el histriónico; (2) los TP podrían predisponer al comportamiento suicida (3) o al eje I, que de manera independiente aumentarían el riesgo de suicidio; (4) los TPs ejecutan su acción suicida a través de los trastornos del eje I –teniendo en cuenta que la mayoría de los sujetos con depresión mayor no tienen comportamientos suicidas, la presencia de un TP podría explicar este hecho-; (5) una combinación de diferentes rasgos de la personalidad que se encuentran en las clasificaciones categoriales tradicionales podría predecir mejor el comportamiento suicida –los autores sugieren la combinación entre impulsividad y decisión/determinación-, de manera que el estudio de los rasgos de personalidad podría ser más importante a la hora de predecir la conducta suicida que el uso de nuestras clasificaciones categoriales actuales; (6) los trastornos del eje I que se asocian al suicidio podrían determinar un aumento de la prevalencia de los trastornos del eje II, que podría contribuir de manera independiente a un aumento en el riesgo de suicidio; (7) finalmente, la asociación entre los trastornos de la personalidad y el suicidio podría ser casual. 266 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO De todos modos, esta última hipótesis no puede ser defendida ya que se ha demostrado que la tasa de trastornos de la personalidad –controlando los diagnósticos del eje I- entre los sujetos suicidas era mayor de lo esperado. La prevalencia de TP entre los SA usando distintas clasificaciones diagnósticas y nosológicas es de aproximadamente dos tercios (Crumley, 1979; Friedman et al, 1983; Casey, 1989; Gomez et al, 1992). Además, cada vez hay más información sobre la relación entre los distintos trastornos de la personalidad y el suicidio. La prevalencia de trastornos de la personalidad (TP) en la población general se estima que es de entre un 6 y un 13% (Maier et al, 1992; Weissman, 1990). En atención primaria, el diagnóstico de TP es el diagnóstico principal entre el 5% y el 8% de los pacientes, mientras que hasta el 40%-50% de los pacientes psiquiátricos ingresados tiene el diagnóstico de TP como el diagnóstico principal (Casey, 1989). Hasta el 77% de los sujetos que intentan el suicidio (Casey, 1989; Ferreira de Castro et al, 1998; Gomez et al, 1992; Suominen et al, 1996) y entre uno a dos tercios de los sujetos que cometen suicidio son diagnosticados de al menos un TP (Cheng et al, 1997; Foster et al, 1999; Henriksson et al, 1993; Lesage et al, 1994). Antecedentes de comportamiento suicida se encuentran entre el 55% y el 70% de los sujetos diagnosticados de TP (Casey , 1989; Clarkin et al, 1984; Gomez et al, 1992). Además, Harris & Barraclough (1998) concluyeron en un meta-análisis que el riesgo de suicidio entre los individuos diagnosticados de un TP era siete veces mayor que el esperable y, entre aquellos que eran atendidos por un intento de suicidio, era 38 veces mayor de lo esperable. Los SA diagnosticados de un TP mostraban el mayor nivel de repetición de conducta suicida (Casey P, 1992). De hecho, varios autores sugieren que los pacientes con un diagnóstico primario de TP debieran ser considerados como aquellos con un gran riesgo de suicidio, similar al que presentan las personas diagnosticadas de un trastorno afectivo mayor; además, señalan que la alta suicidabilidad no debiera ser considera “territorio exclusivo” de la depresión mayor (Ahrens & Haugh, 1996). Además, varios estudios basados en la autopsia psicológica aportan datos de que en torno a un tercio de los sujetos que consuman el suicidio eran finalmente diagnosticados con un TP, particularmente del cluster B (Barraclough et al, 1974; Bronisch 1996; Henriksson et al, 1993; Marttunen et al, 1991), pero cuando se han usado entrevistas estructuradas o semiestructuradas para evaluar los TPs se han encontrado tasas en torno a los dos tercios de TPs (Cheng et al, 1997; Lesage et al, 1994). Además, en un estudio de seguimiento de 18 años de duración con 7921 pacientes, se encontró que, en los hombres, el diagnóstico de TP era el tercero más frecuente entre los diagnósticos psiquiátricos (Baxter & Appleby, 1999). En un estudio de autopsia psicológica con una muestra 267 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD aleatoria de 229 suicidas, en torno a un quinto (19%) recibieron el diagnóstico de un TP cluster B recibían un diagnóstico del cluster B (Isometsa & Henriksson et al, 1996), lo cual es más que la prevalencia estimada en la población general del 5% (Samuels et al, 1994). Maris et al (2000) estimaron que la tasa de suicidio entre los sujetos con el diagnóstico de TP límite era del 3 al 9%, similar a la tasa de los pacientes con esquizofrenia. Todos los datos sugieren, por tanto, que la creencia tradicional de que el diagnóstico de un TP no conlleva un riesgo especialmente elevado de suicidio, no es cierta. De hecho, Casey (1989) no llega a encontrar un nexo entre el diagnóstico de TP y un bajo riesgo de intentos de suicidio. Este autor también señala que la personalidad es fundamental en la génesis del intento de suicidio, pero no es un determinante en la seriedad, aunque esto último es ciertamente controvertido. En relación al “parasuicidio”, son varios los autores que señalan tasas de en torno a un 50% de sujetos con un TP (Ovenstone, 1973; Pierce, 1977). Aunque los actos parasuicidas no son considerados in sensu stricto intentos de suicidio, también se han asociado a un mayor riesgo de suicidio consumado. Diekstra (1993) encuentra que entre un 10% a un 14% de las personas que presentan parasuicidios finalmente lo completarán. Södeber (2001) encuentra que la prevalencia de TPs es del 78% entre los pacientes parasuicidas –particularmente con TPs límitey aunque la presencia de un trastorno del eje I era muy frecuente, la inmensa mayoría se acompañaba del diagnóstico de un trastorno del eje II. Además, el 20% de los trastornos de la personalidad no presentaban un diagnóstico comórbido de un eje I. Finalmente, estos autores sugerían que más de la mitad de los casos de TPs no eran diagnosticados en la práctica clínica. Cheng et al (1997) hacían hincapié en que el diagnóstico de trastorno de la personalidad se asocia a un incremento del riesgo de abuso de substancias, a la percepción vital de alienación y, a las dificultades para crear y mantener redes sociales de soporte, que podrían subyacer en los factores de riesgo suicida. En los pacientes diagnosticados con TPs, varios factores asociados como la presencia de trastornos afectivos comórbidos o de abuso de substancias, el abuso sexual de la infancia, el grado de impulsividad o tendencias antisociales y la historia irregular de altas de psiquiatría, podrían incrementar el riesgo de suicidio (Lambert, 2003). En una muestra de 229 sujetos aleatorizados de un estudio de autopsia psicológica, se encontró que el suicidio entre los sujetos con un diagnóstico de un TP del grupo B se asociaba a la presencia de antecedentes de intentos de suicidio no mortales y abuso de substancias, pero menos con trastornos físicos, mientras que los sujetos con un TP del grupo C tenían un perfil similar al de los suicidas sin 268 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO diagnóstico de TP; pocos de los suicidas recibieron el diagnóstico de TP del grupo A (Isometsa & Henriksson et al, 1996). Yen et al (2003) encuentra que el TP límite, los trastornos por uso de substancias y el curso de estos últimos, así como la depresión mayor, predecía de manera prospectiva los intentos de suicidio, siendo la combinación de los tres factores especialmente peligrosa para el suicidio (Lambert, 2003). El abuso en la infancia, especialmente cuando es prolongado o en casos de incesto, se ha asociado al diagnóstico de TP límite y al de depresión mayor y, se asocia más estrechamente con el suicidio consumado que el abuso físico en paciente con TP límite, siendo el riesgo de suicidio unas 10 veces mayor para las víctimas del abuso sexual (Soloff et al, 2002). Tabla 24. Factores de riesgo de suicidio en los trastornos de la personalidad (tomada de Lambert, 2003) 1. Comorbilidad con trastornos afectivos, adicciones y algunos trastornos de ansiedad. 2. Historia de abuso sexual en la infancia, particularmente incesto y abusos prolongados 3. Rasgos impulsivos y antisociales 4. Menor edad que la población general en riesgo de suicidio 5. Tratamiento psiquiátrico inadecuado de los trastornos de la personalidad y de los trastorno comórbidos 6. Reducción de los cuidados psiquiátricos, incluyendo las altas psiquiátricas hospitalarias irregulares Otro tema de interés es que, entre los sujetos que intentan el suicidio, aquellos que no son diagnosticados de un TP, presentan una redución del riesgo inmediatamente después del intento, pero en los sujetos con un TP no se encuentra ese efecto “catártico”, de manera que continúan presentando desesperación e ideación suicida. Esto podría explicar, al menos parcialmente, porque los sujetos con un TP son los que más repiten los intentos de suicidio (Gomez et al, 1992). Sin embargo, los sujetos con un TP límite pueden presentar parasuicidios, más que intentos de suicidio genuinos, para estabilizar su estado de ánimo. Desde el punto de vista más clínico, muchos autores han empezado a considerar que la valoración de la personalidad debiera ser tenida mucho más en cuenta a la hora de evaluar el 269 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD riesgo suicida. Eyman & Eyman (1992) sostienen que aunque la tradicional valoración de la personalidad no era de mucha utilidad a la hora de valorar el riesgo de suicidio, era útil para identificar aquellos rasgos de personalidad vitales que podrían proteger o poner en mayor riesgo a algunos sujetos en períodos de crisis emocional o de mayor estrés vital, lo que, en definitiva, podría determinar el riesgo de suicidio. Por otra parte, no comparto la opinión de Links et al (2003), quien opina que para una discusión “con sentido” sobre el riesgo de suicidio asociado a los TPs hay que centrarse en los jóvenes y adultos jóvenes, pues aunque es cierto que el papel de la personalidad y sus trastornos es fundamental en esos segmentos de edad, es fundamental también para explicar el complejo fenómeno del suicidio en las edades avanzadas. Desafortunadamente, la mayoría de estudios se han centrado en el comportamiento suicida de los TPs sólo en poblaciones jóvenes. Asimismo, en numerosas ocasiones los clínicos señalan que los intentos de suicido en los sujetos con TPs no son sino la expresión de rabietas o la forma de vehiculizar la rabia de manera impulsiva cuando el paciente se siente frustrado, lo cual es frecuente en los TPs histriónico y TP límite en las mujeres, y TP narcisista, narcisismo maligno y TP antisocial en los hombres; es más, también puede ser un acto preparado de manera fría como una venganza o para derrotar al otro y que sería típico de los individuos narcisistas (Kernberg, 2001). Finalmente, me gustaría resaltar que mientras se llevaba a cabo la revisión de la información disponible respecto a los trastornos de la personalidad y el suicidio, fue sorprendente e inesperado encontrar que, prácticamente toda la información se ha referido casi exclusivamente a dos TPs, el TP límite y el TP antisocial, mientras que la información referente al resto de TPs es ciertamente muy escasa. Sirva de ejemplo que, una simple búsqueda en el PUBMED usando los términos “borderline personality disorder AND suicide” dio como resultado 358 entradas, mientras que la misma búsqueda con los términos “dependent PD AND suicide” daba 6 y la de “schizoid PD AND suicide” obtenía 13 entradas (fecha: 13 de Diciembre del 2005). Ya lo señalaban Isometsa et al (1996) (“Another problem is the almost nonexistent data concerning suicide among subjects other than those with borderline and antisocial personality disorder”). 270 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO 5.2 Trastornos de personalidad del cluster B y suicidio La categoría de los TPs del grupo B se caracteriza por la impulsividad, la desinhibición, la inestabilidad afectiva, el rechazo en las relaciones interpersonales y la intolerancia a la frustración, entre otros (Blaszynski & Steel, 1998). Se ha incidido en el estudio de la relación entre el grupo B o dramático de los TPs, especialmente el TP límite y el comportamiento suicida, que parece haber sido intuitivamente correcto (Reich, 1998). Los sujetos con un TP del grupo B que se automutilan, en comparación con los que no lo hacen, son más nerviosos, depresivos, impulsivos, han sufrido más abusos y son frecuentemente poco conscientes de la letalidad de sus intentos de suicidio (Stanley et al, 2001). 5.2.1 Trastorno de personalidad Narcisista (TPN) El “narcisismo patológico” se caracteriza por deformidades de la estructura de la personalidad que incluyen un sentido de sí mismo grandiosos, relaciones objetales poco integradas, un funcionamiento del superyo inconsistente y una regulación afectiva alterada (Ronningstam & Maltsberger, 1998). El TP narcisista (TPN) se caracteriza por su extrema grandiosidad, por la falta de empatía con los demás, por el uso despótico de los demás, etc. Algunas manifestaciones narcisistas encubiertas son la inferioridad, la inseguridad, la vulnerabilidad, la vergüenza y la (Akhart, 1989; Gabbard, 1989). El concepto de narcisismo como un sistema de regulación interno de la autoestima, que está sujeto a constantes desafíos y cambios con el objetivo de mantener al sujeto en un balance dinámico, pero estable, es ampliamente aceptado (Geiser & Lieberz, 2000). Una curiosidad es que la dimensión de personalidad “narcisismo” parece ser la que tiene una mayor herencia genética (Livesley et al, 1993). El TPN es un TP infrecuente tanto en las muestras comunitarias como en el ámbito clínico (Links et al, 2003). Probablemente son menos del 1% de las muestras ambulatorias y la gran mayoría de la información de estos pacientes se basa en formulaciones teóricas y en la experiencia clínica, más que en la evidencia empírica (Links & Stockwell, 2002). La cuestión de sí el TPN es un constructo estable, coherente y bien diferenciado del resto de TPs es controvertido (Ronningstam et al, 1995; Gunderson et al, 1990). Varios estudios encuentran nexos entre el TPN y el resto de TPs del grupo B (Morey, 1988b; Ronningstam & Gunderson, 1990) y la personalidad pasivo-agresiva (Livesley & Jackson, 1986), lo que cuestiona la validez 271 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD del constructo. Los sujetos con TPN y TP antisocial (TAP) tienen grandes similitudes y aún hoy se debe encarar si son dos trastornos que deben o no permanecer como entidades separadas (Gunderson & Ronningstam, 2001). Estos autores señalan que la principal diferencia es que los sujetos con TPN tienen una mayor grandiosidad que los sujetos con TAP. Hay pocos datos disponibles sobre el riesgo de suicidio en estos individuos (Pompili et al, 2004). Según los estudios que usan el método de autopsia psicológica, es un diagnóstico infrecuente entre los suicidios consumados (Links et al, 2003). Sin embargo, Kernberg (1984) señala que los rasgos narcisistas de la personalidad o el TPN podrían hacer a un individuo vulnerable al comportamiento suicida. El riesgo de intentos de suicidio en estos individuos podría ser alto en relación a su frágil autoestima (Perry, 1990), que se podría incrementar a través del comportamiento suicida (Ronningstam & Maltsberger, 1998). Apter et al (1993) llevó a cabo un estudio sobre 43 suicidios consecutivos en una muestra de jóvenes (18-21 años) israelís en el servicio militar obligatorio y se encontró que el diagnóstico del eje II más frecuente era el de TP esquizoide (37.2%) y el de TP narcisista (23.3%). Además, en un estudio de seguimiento de 15 años de duración en sujetos inicialmente hospitalizados se encontró que la presencia de rasgos narcisistas o de TPN se asociaba a una mayor probabilidad de muerte por suicidio cuando se comparaba con los pacientes sin esos rasgos o TPN (14% vs. 5%, P < 0.02) (Stone, 1989). Los rasgos narcisistas en el TP límite también se han asociado a un riesgo aumentado de suicidio (Stone, 1989). Aunque los intentos de suicidio pueden darse cuando el individuo narcisista está deprimido, y de hecho tienen un riesgo aumentado de suicidio cuando tienen una depresión comórbida (Maltsberger, 1997), el comportamiento suicida en estos pacientes no es sólo la expresión de un estado depresivo (Ronningstam & Maltsberger, 1998). Las tendencias suicidas egosintónicas en los pacientes narcisistas sin un síndrome depresivo asociado pueden darse en crisis emocionales o con la fantasía subyacente de que el suicidio refleja el dominio sobre la muerte (Kernberg, 1992). El narcisismo puede contribuir al suicidio a través de la rabia narcisista secundaria a una herida narcisista, real o percibida como tal, como puede ser un descenso acusado y brusco de la posición social (Kernberg, 1984). Ronningstam & Maltsberger (1998) sugieren diversos significados del acto suicida, que incluiría el esfuerzo para aumentar su frágil autoestima a través de un sentimiento de dominio sobre la muerte; un acto de venganza tras un trauma narcisista; un intento de defenderse a sí mismo en contra de heridas imaginarias 272 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO narcisistas –“la muerte antes que el deshonor”-; el deseo de destruir o atacar un sentido del sí mismo insatisfactorio; y finalmente, la creencia errónea de la indestructibilidad Otros autores también han señalado la frágil autoestima y la herida narcisista percibida como elementos centrales en el comportamiento suicida de estos sujetos (Perry, 1990). Aquellos que se intentan suicidar mientras aparentemente disfrutan de la vida, son los suicidios que se han dado en llamar “Richard Corey suicide”, que es un personaje de ficción de un poema de Edwin Arlington Robinsonm, y que son típicos de las personalidades narcisistas (Ronningstam & Maltsberger, 1998). El comportamiento suicida también puede ser el resultado de la rabia narcisista –más que de la depresión- en respuesta a una brusca y catastrófica desintegración secundarias a una envidia y vergüenza insoportables por el sujeto (Kavka, 1976). Además, el comportamiento suicida en los sujetos narcisistas puede ser una vía de escape de sentimientos dolorosos a ka vez que se expresa rabia y venganza y con un sentido de dominio de la situación (Rothstein, 1980) y dotando al sujeto de un medio por el cual ejercer el poder y triunfo sobre el terapeuta (Kernberg, 1984). Ronningstam & Maltsberger (1998) analizaron tres casos de intentos de suicidio en sujetos con TPN. Encontraron las siguientes características en ellos: 1) Incapacidad para proteger su cuerpo, esto es, fallo en la función autoprotectora; 2) incapacidad para identificar y responder de manera adaptativa a acontecimientos vitales dolorosos; 3) reacciones de rabia intensas en respuesta a derrotas; 4) incapacidad para la empatía; 4) la vulnerabilidad caracterial que estaba más escondida era la hipersensibilidad a las reacciones de los demás, los profundos sentimientos de inferioridad y el miedo al rechazo. Estos autores concluían que los sujetos con una combinación de disregulación emocional, grandiosidad, y vulnerabilidad narcisista podrían intentar el suicidio en respuesta a dificultades interpersonales. El comportamiento suicida sería un esfuerzo por proteger al sí mismo de una herida narcisista, mientras a la vez se mantiene un sentido de invulnerabilidad y control (Ronningstam & Maltsberger, 1998). Apter et al (1993) señalaban que en los jóvenes soldados que habían sido retrospectivamente diagnosticados de TPN y que inicialmente parecían ser capaces de manejar el estrés asociado al servicio militar, el suicidio pudiera estar relacionado con sus rasgos perfeccionistas y tendencia al aislamiento. Finalmente, y para concluir, en tanto en cuanto los episodios suicidas en estos sujetos son impredecibles, la evaluación del riesgo suicida en los mismos es fundamental (Links et al, 2003). 273 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 5.2.2 Trastorno de la personalidad límite (TLP) El trastorno de la personalidad límite (TLP) es considerado un trastorno estable, de larga duración, multifactorial y cuyos orígenes pueden trazarse en la primera infancia y adolescencia (Zlotnick et al, 2003). Este trastorno tiene un curso fluctuante y los sujetos pueden cumplir o no los criterios diagnósticos en relación a los eventos vitales por los cuales están pasando (Grilo et al, 2000). El 76-80% de los diagnósticos de TLP se hacen en mujeres (Widiger & Weissman, 1991). La mayoría de los sujetos con TLP no cumplen los criterios diagnóstico a la edad de 40 años, siendo los mecanismos posibles de “remisión” la maduración –así, por ejemplo, la impulsividad disminuye con la edad, proceso que refleja maduración biológica- el aprendizaje social, y la evitación de los conflictos íntimos (Paris, 2002c). De hecho, se acepta generalmente que los pacientes con TLP mejoran a lo largo del tiempo (Paris, 2002c). Kjellander et al (1988) también encuentran que los sujetos con TLP mejoran con el tiempo, disminuyendo la suicidabilidad, entre otros, si se maneja de manera adecuada la supervivencia de estos pacientes cuando son jóvenes. Por otra parte, parece que existe un subgrupo caracterizado por impulsividad duradera, comorbilidad con otros TPs, un funcionamiento premórbido pobre e ideación y comportamiento suicida, a los que finalmente no les va bien (Sansone et al, 2002). Además, aunque algunos sujetos con TLP mejoren, la conducta parasuicida es resistente al cambio (Antikainen et al, 1995). Así, el comportamiento suicida puede ser considerado un factor de pronóstico pobre. De hecho, Sansone et al (2002) encontraba que el comportamiento autolesivo permanecía relativamente estable cuando los pacientes tenían 50 años o más. El comportamiento suicida es un fenómeno multideterminado (Brodsky et al, 1997) y una complicación frecuente en los sujetos con TLP (Trull et al, 2003). El diagnóstico de TLP se ha asociado de manera consistente con el comportamiento suicida (Brodsky et al, 1997) e incluso de manera más estrecha que la depresión mayor (Yen et al, 2003). Otros autores son de la opinión que los sujetos con TLP están al mismo nivel de riesgo que los que son diagnosticados de trastorno depresivo mayor (Lambert, 2003). Por otra parte, los sujetos con TLP tienen su primer intento de suicidio antes que los sujetos deprimidos (Soloff et al, 1994). La relación estrecha que existe entre el comportamiento suicida y el TLP no es sólo debida al hecho de que el comportamiento autodestructivo sea un criterio diagnóstico del DSM-IV de este trastorno (Links et al, 2003) sino del resto de características del trastorno, como son la impulsividad, la agresividad y la inestabilidad afectiva, lo que contribuye a un patrón de 274 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO relaciones interpersonales perturbado y dificultades para adaptarse a los desafíos de la vida (Mehlum et al, 1994). De hecho, el TLP es el único TP que incluye el comportamiento suicida como un criterio diagnóstico (Bronisch, 1996). Es frecuente que los sujetos con TLP tengan comportamientos autodestructivos y suicidas, pero no todos lo hacen (Mehlum et al, 1994). A pesar de ello, la suicidabilidad es central en el constructo del TLP, es el aspecto más importante en el tratamiento, y la fuente más frecuente de conflicto y angustia para los clínicos y los familiares del paciente. El comportamiento suicida puede ser visto como una manera de comunicar angustia (Paris, 2002) o de crisis narcisista (Wasserman & Cullberg, 1989). Las mujeres con TP límite y rasgos depresivos de personalidad y que muestran unas pobres habilidades adaptativas y pocos pensamientos que aumenten su autoestima también es más probable que presenten comportamientos suicidas (Rietkijk et al, 2001). La identificación de que criterios –excluyendo las autolesiones- del TLP se asocian al comportamiento suicida podrían derivar en que se desarrollaran intervenciones terapéuticas más específicas. Así, Brodsky et al (1997) encuentran que la impulsividad era el único criterio del TLP asociado a la presencia de intentos de suicidio una vez que se controlaba la presencia de depresión y de abuso de substancias. La impulsividad, más que la severidad global, era lo que se asociaba al comportamiento suicida en estos pacientes, lo que sugería que la presencia o ausencia de impulsividad sería lo que determinaría la propensión a los intentos de suicidio. La presencia de antecedentes de abuso en la infancia también se asociaba a una alta prevalencia de intentos de suicidio. Yen et al (2004) encuentran que los comportamientos suicidas eran predichos, en orden de importancia, por: la inestabilidad afectiva, la perturbación de la identidad y la impulsividad, mientras que los intentos de suicidio eran únicamente predichos por la inestabilidad afectiva. Tal y como señala Brodsky (2002), los antecedentes de abuso en la infancia predecían los intentos de suicidio pero no otros comportamientos suicidas. Así, ellos concluían que el criterio diagnóstico de la inestabilidad afectiva del TLP era el criterio que se asociaba más frecuentemente con los comportamientos suicidas y con los intentos de suicidio, sugiriendo que las fluctuaciones del ánimo relacionadas con la misma podían ser más decisivas en los comportamientos suicidas que el ánimo bajo per se. Debido a la estrecha relación entre el comportamiento suicida y el TLP, son varias las hipótesis que intentan explicar esta asociación. Los pacientes con TLP: 1) podrían estar más predispuestos al desarrollo de trastornos del eje I, que a su vez, incrementarían el riesgo suicida; 2) podrían encarar más frecuentemente acontecimientos vitales no deseables como consecuencia 275 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD de su comportamiento irracional e impulsivo; 3) podrían tener más dificultades interpersonales y problemas en el ajuste social; y finalmente, 4) podrían tener menos estrategias adaptativas ante los eventos estresantes de la vida (Kaplan & Sadock, 1998). Fyer et al (1988) encontraban que los gestos suicidas estaban asociados con el TLP, mientras que los intentos de suicidio severos se asociaban al TLP con comorbilidad. Curiosamente, la mayoría de los suicidios consumados se dan tarde en el curso del TLP, cuando los pacientes tienen entre 30 y 40 años, usualmente tras una serie de tratamientos fallidos y en un estado de desesperación y abandono, mientras que es raro que los sujetos con TLP en torno a los 20 años completen el suicidio, a pesar de que lo intentan más (Paris, 2002). Además, la hospitalización puede derivar en complicaciones regresivas (Gunderson, 2001) y no hay evidencias de que la terapia prevenga la consumación del suicidio (Paris, 2002c). Se encuentran antecedentes de comportamiento suicidad en el 60%-78% de los individuos con TLP (Gunderson, 1984; Shearer et al, 1988; Zanarini et al, 1990). Crumley (1979) encontraba una alta incidencia de TLP en sujetos jóvenes de 15 a 24 años que tenían comportamientos suicidas. Gunderson (1984) encontró que los individuos con TLP ingresados, el 75% había hecho al menos un gesto suicida. Fyer et al (1988) encuentra un 81% de comportamientos suicidas en los adultos con TLP. Así, se podría decir que aproximadamente el 70% de los sujetos con TLP tienen comportamientos autolesivos o intentos de suicidio y en torno al 10% consumará finalmente el suicidio (Frances et al, 1986; Fyer et al, 1988; Gerson & Stanley, 2002; Kullgren 1988; Paris et al, 1987; Paris, 2002). Así, en un estudio longitudinal de 27 años de duración con 64 pacientes con TLP, la principal causa de muerte entre e. 18.2% que había fallecido era el suicidio con 10.3%. Además, esta cifra probablemente era mayor, ya que no fue posible localizar a todos los individuos. La edad media de las víctimas era de 37.3 años +/- 10.3 (Paris & Zweig-Frank, 2001). Otros estudios, algunos de ellos longitudinales, han dado tasas de consumación del suicidio del 3 al 9% (Isometsa E et al, 1996; McGlashan, 1986; Stone et al, 1987), que es comparable a la de la esquizofrenia y trastornos afectivos; además, en muestras seleccionadas de gran riesgo, el TLP se diagnostica hasta en el 33% de los suicidios consumados (Runeson, 1989). Esa tasa del 9% es unas 400 veces la tasa de suicidio en la población general en los EE.UU (US census bureau, 1995). Cuanto más se continua el seguimiento, lógicamente, las cifras de suicidio consumado cada vez son mayores; así, Akiskal et al (1985) encuentran una tasa de un 4% en un estudio de seguimiento de 6-36 meses, Pope et al (1983) encuentran una tasa del 7.4% en un estudio de seguimiento de 4-7 años y, finalmente, 276 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO Stone et al (1987) encuentran una tasa del 9.5% en un estudio de 15-20 años de seguimiento. Paris (2002) concluye, después de revisar la literatura existente que, hay una convergencia sorprendente en los distintos trabajos, ya que todos ellos señalan que en torno a 1 de cada diez sujetos con TLP finalmente consuma el suicidio, cifra similar a la encontrada en el trastorno depresivo mayor (Guze & Robins, 1970) y esquizofrenia (Wilkinson, 1982). Los estudios retrospectivos encuentran tasas de suicidio consumado algo mayores, del 9% al 33% (Kullgren et al, 1986; Runesson, 1989; Runesson et al, 1991). Además, Paris también incide en que aunque el pico de intentos de suicidio se da cuando los sujetos están en la década de los 20 años, la mayoría de los suicidios consumados se da cuando están en la década de los treinta, y señala que la mayoría de los pacientes con TLP que consuman el suicidio son mujeres y, tras numerosos intentos fallidos (Paris, 2002). Son numerosos los autores que han intentado ver cuales son las diferencias entre los pacientes con TLP que continuan intentando el suicidio y que, finalmente, en algunas ocasiones lo van a terminar consiguiendo, de aquellos que finalmente no lo harán. Soloff et al (1994) resumían los potenciales factores de riesgo para que estos sujetos intenten o consumen el suicidio recogidos en la literatura: 1) comorbilidad con trastornos afectivos y/o trastornos por mal uso de substancias (incluido el alcohol); 2) intentos de suicidio repetidos; 3) severidad del TLP; 4) hostilidad, impulsividad, agresividad y rasgos antisociales. Sin embargo, en su estudio, encuentran que los sujetos con TLP con mayor riesgo de suicidio eran aquellos que eran mayores y con historia de impulsividad, TP antisocial comórbido, temporadas depresivas e intentos de suicidio previos, pero no un trastorno afectivo franco, alcoholismo, abuso de substancias, y tampoco se relacionaba con la severidad del TLP. Ellos señalaban que los sujetos con TLP y TAP referían tener intentos de suicidio muy serios, pero en realidad, sus intentos de suicidio objetivamente tenían escasa letalidad. Asimismo, los sujetos con ambos trastornos de la personalidad tenían menos frecuentemente depresión mayor. Los factores de riesgo de suicidio consumado que han sido documentados son: presencia de un TP antisocial comórbido (Shearer et al, 1988; Stone, 1989; Runeson & Beskow, 1991) y alcoholismo (Kernberg, 1993), intentos de suicido previos (Soloff et al, 1994), mayor nivel de educación (Paris et al, 1989), hospitalización en los cinco años previos (Stone et al, 1987) y desempleo, pérdidas significativas en la infancia y ser joven –aunque no en la década de los 20 años, sino en la de 30 años- (Mehlun et al, 1994), así como una mayor educación y períodos 277 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD (Brodsky et al, 1997; Paris et al, 1989; Soloff et al, 1994). Así, el perfil del sujeto con TLP que se suicida es el de un hombre en la década de los treinta que se mata en su primeros intentos y que no pide ayuda, mientras que los que repiten el suicido suelen ser mujeres jóvenes que ya han buscado tratamiento (Paris, 2002), aunque hay que tener en cuenta que la mayoría de suicidios en personas con TLP será en mujeres (porque este diagnóstico es mucho más frecuente en ellas). El riesgo es mayor en los hombres que en las mujeres (Kjellsber et al, 1991). La comorbilidad con los trastornos del eje I, particularmente los trastornos afectivos (McGlashan TH, 1987) y el trastorno por substancias (Rich & Runeson, 1992) o ambos (Lesage et al, 1994) incrementa de manera significativa el riesgo de suicidio en estos sujetos. Esto también ha sido sugerido por otros autores, que relacionan la comorbilidad con la frecuencia y letalidad de los intentos de suicidio (Friedman et al, 1983; Fyer et al, 1988; Stone, 1990), siendo fundamental que los clínicos tengan en cuenta esta asociación cuando valoran el potencial riesgo de suicidio (Fyer et al, 1988). Friedman et al (1983) encontraba que en su muestra de 76 adolescentes ingresados, aquellos diagnosticados con TLP y trastorno depresivo mayor eran los que hacían más intentos de suicidio y además, estos eran más serios que los de aquellos con depresión y otro diagnóstico en el eje II distinto del TLP o que tenían únicamente depresión. Paris et al (1989), sin embargo, no encontraba que la comorbilidad con un trastorno afectivo fuera un factor de riesgo suicida, sugiriendo que esto podría ser debido a que las depresiones en los sujetos con TLP no serían melancólicas o se expresarían fenomenológicamente de manera distinta. Kullgren (1988) señala que los pacientes que finalmente consuman el suicidio muestran más frecuentemente comportamiento antisocial, un peor control de impulsos y abusan más de drogas. Es más, los sujetos que consuman el suicidio parecen no tener la capacidad de establecer relaciones genuinamente íntimas. Kjelsberg et al (1991) también señalaban la ausencia de contacto con el terapeuta como un signo de esa incapacidad. Allebeck et al (1988) también señalaban que la falta de amigos era predictivo de suicidio en una cohorte de 50465 hombres jóvenes encarcelados. Otro de los factores de riesgo referidos es el número de intentos de suicidio previos, que también parece aumentar el riesgo de suicidio consumado (Paris et al, 1988; Kjelsberg et al, 1991; Kullgren, 1988) y que es, el factor que predice de manera más fehaciente el comportamiento suicida y suicidio consumado en todas las poblaciones psiquiátricas, incluido el TLP (Paris et al, 1989; Mehlum et al, 1994; Brodsky et al, 1997). Kjelsberg et al (1991) intentaron encontrar factores predictores de suicidio en sujetos con TLP. En su estudio de casos y controles, compararon 21 pacientes con TLP que consumaron el suicidio con 21 sujetos con TLP ingresados. Las siguientes variables se relacionaban con el suicidio consumado: pérdida en la 278 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO infancia, intentos de suicidio serios previos, falta de contacto con su terapeuta, neurosis de ansiedad no comórbida, hospitalización de más de una semana y alta hospitalaria por haber violado el contrato terapéutico. Ellos pensaban que el factor individual más importante era la presencia de pérdidas significativas en la infancia, y los autores interpretaban el acto suicida como la expresión de una crisis narcisista que reactualizaba la pérdida del objeto primaria (Wasserman & Cullberg, 1989). Paffenbarger & Asnes (1966) también habían encontrado que la pérdida o ausencia del padre era predictiva de la consumación suicida en los hombres, pero no en las mujeres. Allebeck et al (1988) encontraba que, independientemente de que la pérdida fuera del padre o de la madre, los niños que crecían cuidados sólo por uno de los progenitores tenían una tasa incrementada de suicidio. Paris et al (1989) señalan que un mayor nivel educativo y la presencia de intentos de suicidio previos eran factores de riesgo para completar el suicidio en sujetos con TLP pero Kjelsberg et al (1991) no encontraba esas asociaciones. Paris et al (1989) señalan que la asociación entre una mayor nivel educativo y el suicidio consumado podría ser explicado porque estos individuos se darían cuenta de lo que el trastorno iba a suponer en sus expectativas personales. Por otra parte, la ansiedad y una relación estable con el terapeuta podría ser un factor protector en estos pacientes (Kjelsberg et al, 1991). Otro tema de interés es la naturaleza duradera de la ideación y comportamiento suicida de los sujetos con TLP, comparado con los sujetos que intentan el suicidio y tienen otro diagnóstico, en los que la ideación y comportamiento suicida está más ligado a los estados afectivos. Mehlum et al (1994) sugieren que la inclinación al suicidio en los sujetos con TLP está anclada en el carácter y no es episódica. Además, esta inclinación al suicido es un marcador de mal pronóstico en estos pacientes, ya que los sujetos con TLP que no presentan comportamientos suicidas tienen una salud mental comparable a aquellos no están diagnosticados de TLP (Mehlum et al, 1994). Estos autores también sugieren que los sujetos con TLP que intentan el suicidio serían “límites” más prototípicos porque siguen siendo diagnosticados de TLP con más frecuencia durante el seguimiento. De hecho, Nurnberg et al (1991) defendían que el comportamiento suicida o autolesivo era la característica central de este trastorno. La investigación biológica en el TLP se ha centrado en el metabolismo de la serotonina y el colesterol. Atmaca et al (2002) encontraron pruebas de que un nivel bajo de colesterol y leptina se asociaba con varias dimensiones del TLP –impulsividad, agresividad y suicidabilidadpero no con la presencia y severidad de la depresión. Sin embargo, los autores no pudieron 279 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD controlar por el nivel económico ni por otros factores psicosociales, y también el tamaño de la muestra era pequeño. Los pacientes con TLP tienen también bajos niveles de 5hidroxiindolacético en el líquido cefalorraquídeo y una respuesta reducida de la prolactina tras el estímulo con fenfluramina, que es un indicador de la regulación (Harwitz & Ravizza, 2000). Ambos marcadores se han relacionado con el suicidio, particularmente con los comportamientos suicidas violentos y con la impulsividad, como la típica del TLP (Soloff et al, 1994). Muchos de los síntomas del TLP, particularmente la inestabilidad afectiva, los comportamientos suicidas, y la agresividad impulsiva, se han relacionado con la disfunción del metabolismo de la serotonina (Hansenne et al, 2002). Estos autores también encontraban una respuesta aplanada de la prolactina al flesinoxan –un potente y selectivo agonista 5-HT1A- entre los sujetos con TLP con antecedentes de intentos de suicidio impulsivos no violentos, cuando se les comparaba con los sujetos con TLP pero sin esos antecedentes, lo cual es consistente con la relación inversa que existe entre la disfunción de la serotonina y la impulsividad, la agresividad y el comportamiento suicida (Cocarro et al, 1989; New et al, 1997). Desafortunadamente, ellos no valoraron la irritabilidad y la impulsividad, y por ello, las correlaciones con la prolactina no fueron calculadas. Desde el punto de vista clínico, son varios los factores que hay que cubrir. En primer lugar, lo clínicos consideran que los intentos de suicidio de los sujetos con TLP son ”manipulativos” o que estos intentos no implican tanta gravedad como los realizados por los sujetos con un trastorno del eje I. El estudio llevado a cabo con sujetos que realizaron un intento de suicidio severo por Dingman & McGlashan (1988) aporta credibilidad a que los clínicos podríamos estar infraestimando el riesgo real de suicidio en estos pacientes (Kiellander et al, 1998). De hecho, numerosos autores señalan que los intentos de suicidio considerados como “manipulativos” siguen estando asociados a una tasa alarmantemente elevada de intentos de suicidio (Paris et al, 1989; Stone, 1990; Mehlum, 1994). El que sean considerados intentos “manipuladores” puede ser debido a la frecuencia con la que los sujetos con TLP presentan comportamientos autolesivos como manera para disminuir la ansiedad. De hecho, el comportamiento autolesivo también parece estar asociado a un incremento del riesgo de suicidio (Linehan, 1993; Stanley et al, 2001). Stanley et al (2001) encontraron que el riesgo de suicidio en los sujetos que tenían comportamientos autolesivos venía determinado por su elevado nivel de depresión, desesperanza, impulsividad, así como por su tendencia a percibir de manera alterada y minusvalorar la letalidad de estos comportamientos. Las mujeres con TLP referían distintas 280 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO razones para implicarse en conductas autolesivas no suicidas –para “sentir”, para distraerse o para expresar rabia/ira- mientras que la razón para intentar el suicidio era porque ellas pensaban que su vida complicaba la de los (Brown et al, 2002). En segundo lugar, parece fundamental que los clínicos sepan diferenciar de la suicidabilidad aguda y crónica. La primera debiera ser manejada en una unidad de agudos, mientras que la segunda, aunque en numerosas ocasiones se maneja de igual manera, podría ser incluso contraproducente (Paris, 2004). La suicidabilidad crónica en pacientes con TLP tiene al menos tres funciones para los: 1) manejar afectos dolorosos o escapar del propio sufrimiento; 2) comunicar malestar psicológico; 3) establecer un sentido de control (Paris, 2004). 5.2.2.1 El papel del abuso Las experiencias tempranas de abuso sexual y físico y la negligencia parental son factores de riesgo tanto para el diagnóstico de trastorno de la personalidad (Roy et al, 2001; Bierer et al, 2003) como de comportamiento suicida en el adulto (Brodsky & Stanley, 2001). En una muestra ambulatoria de 182 sujetos con un TP se encontró que el 78% cumplían criterios para algún tipo de trauma infantil y que, el abuso físico y sexual eran factores significativamente asociados al trastorno paranoide y antisocial de la personalidad, mientras que el abuso emocional era un predictor de la presencia de TLP; es decir, que el abuso físico y sexual eran precursores de psicopatología dirigida hacia el exterior, mientras que el abuso emocional se asociaba a trastornos caracterizados por la inestabilidad afectiva y el descontrol de impulsos, como por ejemplo el TLP (Bierer et al, 2003). Además, también encontraban que el abuso emocional predecía los intentos de suicidio. Van der Kolk et al (1991) encontraba que el abuso físico/sexual y la negligencia parental se asociaban a conductas automutiladoras y a los intentos de suicidio en los sujetos con TP. Son muchos los estudios que refieren unas elevadas tasas de comportamiento suicida (Briere & Runtz, 1986; Stepakoff, 1998) y de disregulación afectiva (van der Kolk et al, 1996) en los sujetos que han sufrido abusos sexuales cuando se compara con sujetos que no han sufrido tales abusos, pero estos estudios no han valorado el papel de potenciales factores de confusión. Zlotnick et al (2001) encontraba que, en los pacientes con depresión mayor, la relación entre el abuso sexual en la infancia y la desregulación afectiva en el adulto o los intentos de suicidio estaba más influida por la presencia de TLP o de trastorno de estrés postraumático (TEPT), que por el abuso sexual per se. Es decir, que el abuso sexual en la infancia podría predisponer a que el individuo desarrollara un TLP o un TEPT, que a su vez, haría que estos individuos tuvieran un riesgo elevado de comportamiento suicida. Este capítulo de la tesis se 281 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD centra en la relación que el abuso ejerce sobre el TLP y los comportamientos suicidas. Las personas interesadas en el más amplio campo de los efectos que el abuso tiene sobre la conducta suicida encontrarán interesante leer los artículos de Brodsky & Stanley (2001) y Molinari (2000). El comportamiento autodestructivo, que incluye comportamientos suicidas y no-suicidas es una característica típica de los sujetos con TLP (Brodsky & Stanley, 2001). Varios autores han sugerido el papel etiológico de los abusos en la infancia en el desarrollo de este trastorno, y especialmente en su tendencia autodestructiva, y se ha encontrado una incidencia aumentada de ideación suicida y comportamientos autodestructivos independientemente del diagnóstico (Soloff et al, 2002). Brodsky et al (1997) encontraban que los sujetos con TLP que referían una historia de abuso físico o sexual era más probable que hubieran realizado un intento de suicidio que aquellos que carecían de esos antecedentes. Además, el abuso también se asociaba con el número de intentos de suicidio previos y eso tras controlar la presencia de trastorno depresivo mayor y trastorno por uso de substancias. Esto es consistente con la relación que se ha encontrado entre abuso en la infancia y comportamientos autodestructivos e intentos de suicidio (Briere & Runtz, 1990; Dubois et al, 1997; van der Kolk et al, 1991; Wagner & Linehan, 1994). Wagner & Linehan (1994) también señala que los sujetos con TLP que refieren haber sido objeto de abusos sexuales hacen intentos de suicido más letales. Stone (1992) encuentra que los adolescentes que consuman el suicidio y que eran diagnosticados de TLP, presentaban más frecuentemente antecedentes de brutalidad y humillación por parte de los padres en el pasado. Brodsky et al (1997) hipotetizaron que podría haber una relación etiológica entre el abuso en la infancia y la impulsividad, ya que ambos factores se asocian a la suicidabilidad en los pacientes con TLP. La impulsividad y la agresión podrían ser rasgos de la personalidad secundarios a experiencias infantiles tempranas de trauma y pérdida, o alternativamente, rasgos heredados que subyacen tanto el abuso en la infancia como la impulsividad de adultos, o finalmente, podrían ser rasgos heredados que empeoran por las experiencias de (Brodsky & Stanley, 2001). Soloff et al (2002) encuentra en los sujetos con TLP que los antecedentes de abuso sexual en la infancia aumentaban el riesgo de comportamientos suicidas unas treinta veces cuando se comparaba con los sujetos sin esos antecedentes. También referían que el número de intentos de suicidio era predicho por los antecedentes de abuso sexual –incluso de manera independiente-, por el nivel de desesperanza y por la severidad del TLP. Además, la severidad del abuso sexual se asociaba con una tendencia a una mayor desesperanza, con la presencia de 282 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO rasgos antisociales y con la severidad de la depresión comórbida. Estos autores hipotetizaban que todos estos factores podrían mediar en la influencia que el abuso sexual tendría en el desarrollo de TLP. También encontraban que la presencia y severidad del abuso sexual en la infancia, pero no el abuso físico, predecía el comportamiento suicida en el adulto independientemente de otros factores de riesgo. En contra de lo que esperaban, no encontraron una asociación entre la severidad y duración del abuso sexual y la psicopatología del TLP. Ellos concluyen diciendo que el abuso sexual podría contribuir al desarrollo del TLP, pero que no era una condición ni necesaria ni suficiente para explicar el TLP. Sin embargo, Silk et al (1995) encontraban en su muestra de 55 sujetos con TLP ingresados que la severidad del abuso sexual referido era un factor que se asociaba de manera significativa con la severidad del TLP. Finalmente, los antecedentes de abuso sexual en la infancia y ser una víctima de violencia de adulto son factores que se asocian a repetidas hospitalizaciones en los pacientes con TLP (Zanarini et al, 2001). 5.2.3 El trastorno antisocial de la personalidad (TAP) Las publicaciones sobre la relación entre el TAP y el suicidio, que tras el TLP es el TP mejor estudiado, son realmente escasas. Tal y como hemos dicho antes, hay al menos dos perfiles de sujetos que intentan el suicidio: el deprimido/retirado y el irritable/agresivo (Apter et al, 1991). Estos autores encuentran que la tristeza no ser correlacionaba con el comportamiento suicida en hombres violentos, lo que sugiere que aunque la depresión mayor es un factor de riesgo suicida importante, el aumento de riesgo suicida entre los pacientes con trastornos externalizadores –incluido el TAP- podría ser debido a la impulsividad e ira (Verona et al, 2004). Cleckey (1976) sostenía que los psicópatas eran relativamente inmunes al suicidio. Sin embargo, la incidencia creciente de comportamientos suicidas en las prisiones sugiere que esto pudiera no ser así (Haycock, 1991; McKee, 1998). Rydelius (1988) encontró en su estudio de seguimiento de 18 años de duración iniciado con 1056 niños y niñas que eran ingresados de manera obligatoria en un reformatorio para niños antisociales que el porcentaje de muertes en esa población era mayor de lo esperable y que la causa más frecuente de muerte era el suicidio. Además, diversos autores han encontrado que el trastorno antisocial de la personalidad (TAP) y el comportamiento criminal son factores predictores de futuros intentos de (Buglass & Horton, 1974; Morgan et al, 1976). Se ha postulado que el TAP y el comportamiento suicida están relacionados (Verona et al, 2001). De hecho, el diagnóstico de TAP se ha asociado a una tasa 283 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD más elevada de muerte (Black et al, 1996), particularmente de muertes violentas (homicidios y suicidios) (Martin et al, 1985). Los hombres con TAP tienen hasta 12 veces más riesgo de intentar el suicidio que aquellos que no tienen TAP (Mulder et al, 1994; Martens, 2000). Beautrais et al (1996) encontraban una tasa de intentos de suicidio serios 3.7 veces mayor en aquellos sujetos con TAP, siendo el riesgo especialmente elevado para los hombres de menos de 30 años, los cuales presentaban una tasa 9 veces mayor que aquellos sin TAP. Además, también se ha relacionado la criminalidad y el comportamiento suicida tanto en poblaciones jóvenes como de adultos (Verona et al, 2001). Widom (1978), aunque no usaba diagnósticos clínicos, también aportaba una tasa de intentos de suicidio de 28.6% en una muestra de psicópatas no institucionalizados. Además, la presencia de cualquier TP era extremadamente frecuente entre los prisioneros que intentaban el suicidio en Inglaterra y Gales (Meltzer et al, 2003). El diagnóstico de TAP no incluye los antecedentes de comportamiento suicida como un criterio diagnóstico, pero se sugirió hacerlo en el DSM-III (Garvey & Spoden, 1980). También se propuso en el DSM-IV con el objeto de dar una visión más completa y precisa del TAP (Martens, 2001). Sin embargo, no está claro si tendría utilidad como criterio diagnóstico, ya que es frecuente en muchos trastornos mentales y, por lo tanto, tendría escaso valor discriminatorio (Dilling, 2001). Allebeck et al (1988) encontraban que los indicadores precoces de la personalidad antisocial, como la falta de amigos o el comportamiento desviado, eran poderosos factores predictores de suicidio consumado. En general, se estima que la tasa de intentos de suicidio de los sujetos con TAP es del 11% al 42% (Robins, 1966; Maddocks, 1970; Woodruff et al, 1971), pero incluso se han dado tasas del 72% (Garvey & Spoden, 1980). Sus intentos de suicidio son considerados generalmente como no serios, sin una intención real de acabar con su vida, secundarios a una pérdida interpersonal y con el objetivo de manipular a otros o derivar así su frustración o para obtener una ganancia secundaria –por ejemplo, la hospitalización- (Frances et al, 1988; Frances et al, 1996; Garvey & Spoden, 1980; Pompili et al, 2004). En un estudio realizado en un hospital militar, se consideraba que era una manera de aliviar la angustia (Sayar et al, 2001). Frances A et al (1996) hipotetizaban que quizá la tasa de intentos de suicidio del 5% se explicaría por la presencia de un trastorno afectivo comórbido, por la presencia de abuso de substancias, o por la presencia de otros trastornos de la personalidad. 284 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO Las tasas de suicidio consumado varían considerablemente ya que la mayoría de los estudios no usan criterios de las clasificaciones (Bronisch, 1996). Además, hay una gran comorbilidad entre el TAP y el TLP. Robins (1974) encontraba una tasa del 11% de intentos de suicidio y una tasa de suicidio consumado similar a la de los controles normales. Sin embargo, otros autores estiman que 5-6% de los sujetos que con TAP o psicopatía finalmente mueren por suicidio (Helgason, 1964; Maddocks, 1970; Miles, 1977). Rich et al (1988) encontraban un 3% de TAP tanto en hombres como en mujeres en su estudio de autopsia psicológica, que en cualquier caso, es menor que el 8% que se encuentra para el TLP en estudios de seguimiento (Bronisch, 1996). Así, tal y como señalábamos, la aseveración de que los individuos antisociales estaban tan centrados en sí mismos que no se intentarían suicidar de manera genuina podría no ser cierta a la luz de los hallazgos actuales (Lambert, 2003). De hecho, en un estudio casoscontrol con 302 sujetos que habían intentado el suicidio, el diagnóstico de TAP fue el tercer diagnóstico más frecuente, sólo superado por los trastornos afectivos y por las psicosis no afectivas (Beautrais et al, 1996). Esto podría explicar la diferencia existente entre los dos factores de la psicopatía encontrados por Hare & Hart. Tal y como señalábamos (ver 3.6.2.1), los conceptos de TAP y psicopatía podrían estar reflejando dos subpoblaciones de sujetos antisociales, de alguna manera asociados. Verona et al (2001) encontraron en su muestra de 313 hombres de una prisión de seguridad en Florida que los antecedentes de comportamiento suicida estaban muy relacionados con el diagnóstico de TAP y con el factor de desviación de la conducta de la PCL-R (F2), pero no con el factor afectivo-interpersonal (F1) de la psicopatía, que medía el déficit emocional de los psicópatas (Links et al, 2003). La correlación entre los “síntomas” del TAP y la PCL-R F2 era de 0.83 (Verona et al, 2001). Estos resultados indicarían que son las características antisociales e impulsivas del comportamiento de la psicopatía y no los otros factores de la personalidad –ge. frialdad emocional- y las relaciones interpersonales“ los que se asociarían a un elevado riesgo de suicidio. En relación a la relación entre el comportamiento suicida y la PCL-R F2, después de controlar los factores de emotividad negativa y de restricción/constraint del MPQ, la relación entre el PCL-R F2 y el suicidio se eliminaba, lo cual sugiere que el comportamiento antisocial impulsivo y el comportamiento suicida en esta población son expresiones asociadas de una vulnerabilidad común (Verona et al, 2001). Por otra parte, el suicidio y la violencia también se han relacionado (Stalennheim, 2001). Freud consideraba que el suicidio era un acto agresivo (Sullivan Everstime & Everstime, 1992). Los rasgos de personalidad asociados al comportamiento suicida también han sido relacionados 285 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD con la violencia contra terceros (Stalenheim, 2001). Además, Plutchik et al (1989) proponían un modelo en el que la violencia y el suicidio eran la expresión del mismo impulso agresivo y, la presencia o ausencia de distintos factores influenciaba en que esa agresividad se mostrara y en el objetivo hacia el cual iba dirigida. Además, parece que entre los criminales reincidentes y violentos, aquellos que intentaban el suicidio eran los que presentaban una personalidad más perturbada, por lo que el comportamiento suicida podría indicar per se una perturbación severa de la personalidad en criminales (Stalenheim, 2001). Apter et al (1991) sugieren que el manejo del riesgo de suicidio debiera ser distinto en los sujetos violentos. Así, la teoría de que hay una predisposición común para la agresividad auto o heterodirigida parece particularmente aplicable a las poblaciones de sujetos violentos (Stalenheim, 2001). Finalmente, de la misma manera que el TLP mejoraba con el tiempo (al menos la impulsividad), también se puede encontrar una cierta mejoría en los sujetos con TAP a partir de la edad media de la vida (Black et al, 1995; 1997). 5.2.4 El trastorno histriónico/histérico de la personalidad (THP) El concepto de este trastorno surge del hecho de que en las observaciones clínicas en mujeres que presentaban síntomas conversivos tendían a tener unas ciertas características de personalidad comunes (Kendell, 1983). Aunque el THP se ha asociado tradicionalmente al género femenino, no se encontraron diferencias en relación al género en un estudio americano (Grant et al, 2004). Estos autores también señalaban que este trastorno era más frecuente en poblaciones de bajo nivel económico y en personas viudas, separadas o divorciadas. Hay numerosas referencias a la posibilidad de que las personas con personalidad histriónica amenacen con el suicidio (Kendell, 1983). Se ha relacionado el diagnostico de THP con los intentos de suicidio tanto en hombres como en mujeres (Pretorius et al, 1994). Cuando el diagnóstico de TLP no era aún frecuente, el diagnóstico de THP predominaba entre las mujeres con repetidos intentos de suicidio (Kendell, 1983). Los intentos de suicidio son frecuentes en personas con THP o con rasgos histéricos como una manera de chantaje emocional, una medida cohercitiva a las personas a las que cuidan de ellas o para atraer la atención (Rubio Larrosa, 2004). Los suicidios en sujetos con esta personalidad se darían tras disputas con los seres queridos y las parejas sexuales, y estarían 286 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO relacionados con su comportamiento egocéntrico, demandante y dependiente, caracterizándose sus relaciones interpersonales por ser frágiles y tormentosas (Kendell, 1983). También son propensos a las fluctuaciones anímicas en respuesta al estrés y al uso de drogas (Kendell, 1983). Otros factores que pueden mediar la relación entre el THP y el comportamiento suicida son: Angst et al (1990) encontraban también una relación entre el THP y la depresión breve recurrente en mujeres, pero no en hombres, que lo intentaban explicar por el pequeño porcentaje de hombres que había con este diagnóstico en el estudio. Los sujetos con THP muestran una mayor labilidad emocional -una característica típicamente histérica- que los sujetos diagnosticados con otros TPs o con el diagnóstico de neurosis (Slavney & Rich, 1980). Finalmente, los intentos de suicidio de los sujetos con THP son los actos manipulativos par excellence. Aunque muchos de los intentos de suicidio de los sujetos con este TP tienen lugar en un estado de ánimo de genuina desesperación, aunque tengan una duración pequeña, queda claro por las circunstancias que su principal objetivo es coartar a alguien para que haga lo que el sujeto histérico quiere (Kendell, 1983). Aunque sus intentos de suicidio son sobredosis recurrentes que son no fatales en naturaleza, no es raro que estos sujetos mueran finalmente por suicidio. Como el resto de sujetos con TPs, suelen madurar con la edad, pero incluso así, muchos de ellos no se adaptan a una situación en la que su habilidad para obtener atención y afecto y de manipular deja de ser útil y tienden a encontrarse progresivamente más aislados, con tendencia a períodos depresivos y, en algunas ocasiones se hacen dependientes al alcohol, siendo en este contexto donde la sobreingesta fatal tiene lugar (Kendell, 1983). 5.3 Trastornos de la personalidad del Cluster A y suicidio Desde un punto de vista clínico, los TPs del grupo A han sido relacionados con los síndromes psicóticos, especialmente con la esquizofrenia. Así, el TP esquizotípico es considerado un tipo de esquizofrenia en la CIE- 10 (World Health Organization, 1993). Rubio Larrosa et al (2002) compararon el perfil clínico de los TPs del grupo A con el trastorno límite de la personalidad (TLP). Aunque los TPs del grupo A son considerados trastornos “prepsicóticos”, ellos encontraron que la ideación suicida, los antecedentes de comportamiento suicida, y la historia de autolesiones era más frecuente en los sujetos con TLP que en aquellos con un TP del grupo A. Estos autores concluían que el TP límite era un trastorno más grave que 287 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD los TPs del grupo A. En un estudio de 123 intentos de suicidio consecutivos, los TPs del grupo A eran los menos frecuentes de todos. Igualmente, en un estudio de autopsia psicológica los diagnosticos de TPs del grupo A eran muy raros entre aquellos que consumaban el suicidio (Isometsa et al, 1996). Tal y como ya señalamos previamente, la información referida a la relación de estos trastornos de la personalidad y el suicidio es muy escasa. 5.3.1 Trastorno paranoide de la personalidad (TPP) Aunque generalmente se asocia el TP paranoide al género masculino, en un estudio de la población general de EEUU se encontró que era más frecuente en las mujeres, en poblaciones de bajo nivel económico, de bajo nivel educativo y en personas viudas, divorciadas o separadas (Grant et al, 2004). Sin embargo, los pacientes con TP paranoide ingresados eran más frecuentemente hombres (Fulton & Winokur, 1993). Tradicionalmente, el TP paranoide no se ha relacionado con los intentos suicidas. Los sujetos con este trastorno suelen proyectar sus impulsos agresivos sobre los demás. Su estilo cognitivo rígido puede derivar en que defiendan sus ideas de manera agresiva y dirigida hacia el exterior. Sin embargo, los comportamientos suicidas y los suicidios consumados han sido descritos en rituales relacionados con situaciones de fanatismo (Rubio Larrosa, 2004). Asimismo, Maj-Liz et al (1999) encontraban en su muestra de 123 sujetos que intentan el suicidio que el diagnóstico de TP paranoide fue el más frecuente del grupo A (n = 8), el TP límite en el grupo B (n= 33) y, finalmente, el TP evitativo en el cluster C (n= 22). Esto es muy similar a lo que encontró también Foster et al (1997; 1999) en suicidios consumados. Estos autores encontraban que esos tres trastornos de la personalidad –paranoide, límite y evitativoeran los más frecuentes. Hawton et al (2003) encuentran que el 45.9% de los sujetos que intentan el suicidio fueron diagnosticados de TP durante el seguimiento, siendo el TP paranoide el tercero más frecuente, después del TP evitativo y el TP anancástico. 5.3.2 Trastorno esquizoide de la personalidad El constructo de TP esquizoide parece ser bastante sólido, ya que las correlaciones con otros TPs se han encontrado que son adecuadas (Livesley & Jackson, 1986). La probabilidad de tener un TP en la población general en los EEUU es mayor en los sujetos con un nivel educativo bajo, de bajos ingresos y viudos/separados/divorciados (Grant et al, 2004). 288 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO De igual manera que pasaba con el TP paranoide, los sujetos con TP esquizoide no se han relacionado tradicionalmente de manera estrecha con los comportamientos suicidas. Los intentos de suicidio en esta población se daría en relación con sentimientos de anhedonia o de profunda desesperación (Rubio Larrosa, 2004). Además, el perfil de personalidad esquizoide –e.g. introversion, falta de relaciones sociales—haría que tuvieran más dificultades para comunicar sus sentimientos y, por lo tanto, dificultaría la detención de sus deseos suicidas, cuando los hubiera. Sin embargo, en una muestra de 43 suicidios consumados entre jóvenes de 18 a 21 años realizando el servicio militar obligatorio israelí encontraron que estos jóvenes presentaban muy frecuentemente rasgos esquizoide y narcisistas de la personalidad. Además, el TP esquizoide era el más frecuente (37.2%) diagnóstico del eje II diagnosis, mientras que el TP narcisista era el segundo más frecuente (23.3%), mientras que el diagnóstico de TP límite era diagnosticado sólo en el 4.7% (Apter et al, 1993). Un 53.5% también era diagnosticado de trastorno depresivo mayor. Aunque este estudio tiene las limitaciones típicas de los estudios de autopsia psicológica, los autores hipotetizan sobre la posibilidad de que las dificultades previamente referidas en casa y en la escuela, y la necesidad de minimizar o superar las mismas podrían ser especialmente fuertes en los sujetos con vulnerabilidades narcisistas con expectativas muy elevadas y poco realistas. Por otra parte, hay que tener en cuenta que este estudio se centra en una población muy específica y sólo de hombres –en los que el diagnóstico de TP esquizoide y narcisista es más frecuente, y el de TP límite menos frecuente- por lo que es difícil generalizar estos hallazgos a otras poblaciones. 5.3.3 Trastorno esquizotípico de la personalidad (TSP) Este trastorno fue introducido en el DSM-III (American Psychiatric Association, 1980) para describir pacientes, generalmente familiares de esquizofrénicos, que exhibían alteraciones cognitivas, afectivas e interpersonales similares, aunque más leves, que aquellas que caracterizan a la esquizofrenia (Gunderson et al, 1983) y también como una manera de diferenciarlos de los individuos esquizoides. En la clasificación CIE-10, de hecho, es considerado un tipo de esquizofrenia. Sin embargo, en la clasificación DSM-IV es considerada un tipo de TP del cluster A. Se calcula que el 25% desarrollarán finalmente esquizofrenia y estos serían los que finalmente tengan un mayor riesgo de comportamientos suicidas (Rubio Larrosa, 2004). Los síntomas negativos implican un menor riesgo de suicidio en los trastorno del espectro esquizofrénico, en el que está incluido el TP esquizotípico, lo que sugiere que el síndrome deficitario definiría a un subgrupo de menor riesgo suicida (Fenton & McGlashan, 1997). Por el contrario, estos autores 289 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD encontraron que había dos síntomas positivos, la suspicacia y los delirios, y en general, la esquizofrenia paranoide, que se asociaban a un incremento del riesgo de comportamiento suicida. En una muestra de 76 pacientes, diez (13.2%) cumplían criterios DSM-III de TP esquizotípico. No sólo era más probable que recibieran un diagnóstico del eje I, sino que además tuvieran antecedentes de intentos de suicidio (el 60% los tenía, frente al 18% de los que no recibían este diagnóstico) (Bornstein et al, 1988). Dingman & McGlashan (1988) señalaban, por otra parte, que aunque tener antecedentes de un intento de suicidio serio situa a un sujeto en situación de riesgo para futuros intentos, el riesgo disminuye en pacientes con un diagnóstico de TP esquizo-típico cuando se compara con pacientes con un trastorno del eje I que no sea el de esquizofrenia. 5.4 Trastornos de la personalidad del Cluster C y suicidio Aunque la evidencia empírica señala que del 55% al 70% de los sujetos que intentan el suicidio cumplen criterios diagnósticos para un TP (Clarkin et al, 1984; Casey, 1989), la mayoría de estudios se han centrado en el TLP (Soloff et al, 2000) y en el TAP (Frances et al, 1988). La prevalencia de los TP del grupo C en la población general es 5 al 10% (Chioqueta & Stiles, 2004). Obviamente, la prevalencia en las poblaciones ambulatorias es substancialmente más elevada. Así, Torgersen (1988) dice que en su muestra de 298 pacientes psiquiátricos ambulatorias el 55% tiene TP evitativo, un 47 % un TP dependiente y un 20% un TP obsesivo. Comparados con los TPs del grupo B, los TPs del grupo C se considera que tienen mucho menor riesgo de conductas suicidas (Rubio Larrosa, 2004). En un estudio de suicidios consumados realizado en Finlandia, se encontró que los sujetos con un TP del cluster C no tenían un riesgo incrementado de suicidio, mientras que los que tenían un TP del grupo B, si lo tenían (Isometsa et al, 1996). Sin embargo, estos autores también encontraban que un 10% de todos los suicidios llevaban aparejado el diagnóstico de un TP del grupo C, prevalencia mayor que la esperada, que es del 2-4% en la población general (Samuels et al, 1994). En el 96% de los casos, se asociaban a síndromes depresivos (74%) o a trastornos por el uso de substancias (30%). Tras controlar los diagnósticos del eje I, no se encontraron diferencias significativas entre los sujetos con o sin un TP del grupo C. Brent et al (1994) tuvo resultados similares en una muestra de adolescentes que consumaron el suicidio. Dirks (1998) recordaba que TPs específicos podían incrementar o disminuir el riesgo de repetir los comportamientos suicidas. De hecho, en un 290 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO reciente trabajo de nuestro equipo, encontramos que en nuestra muestra de sujetos que intentan el suicidio (Suicide attempters, SA), el diagnóstico de TP del grupo C podía incluso proteger de las conductas suicidas, ya que observamos que los intentos de suicidio eran menos frecuentes en aquellos sujetos diagnosticados de dependencia a drogas o con un trastorno adaptativo (Blasco Fontecilla et al, 2002). Sin embargo, nosotros también encontrábamos que el diagnóstico de un TP del grupo C en comorbilidad con algún trastorno del eje I se asociaba a intentos de suicidio más graves. Otros autores, sin embargo, han encontrado que la presencia de un TP del cluster A o C incrementa el riesgo de suicidio. Fosters et al (1999) encontraron en su estudio que cuando se controla por el diagnostico del eje I, sólo los TPs del cluster A y C seguían siendo factores de riesgo del suicidio. Además, en un interesante estudio de casos y controles usando la autopsia psicológica se encontró que el cluster C era el único cluster de los TPs que se asociaba a un incremento del riesgo de suicidio en hombres (Schneider et al, 2005). Lo mismo sucedía con el cluster B en las mujeres. En otro estudio realizado comparando una muestra de 87 pacientes psiquiátricos ambulatorios con un TP del grupo C con un grupo de 53 pacientes ambulatorios que cumplían criterios del eje I –se excluyeron aquellos con historia de psicosis, drogadicción o dependencia alcohólica- se encontró que el TP dependiente, pero no el TP evitativo ni el obsesivo-compulsivo, igual que los TPs del grupo A y B, se relacionaban significativamente con los intentos de suicidio (Chioqueta & Styles, 2004). Esta asociación seguía siendo significativa para los TPs del grupo A y B, pero no para el TP dependiente, después de controlar por la presencia de trastorno depresivo de por vida y la severidad de la depresión. Estos resultados resaltarían la importancia de evaluar correctamente la presencia de TPs del grupo A y B, mientras que la valoración de los TPs del grupo C parecía de menor importancia en tanto en cuanto se haya valorado adecuadamente la presencia de depresión. Sin embargo, Hawton et al (2003) encontraron, de manera similar a Dirks (1998), que en su muestra de SA había más casos de TP evitativo que lo sugerido por otros autores. Ellos opinaban que la relativamente baja tasa de TPs emocionalmente inestables tenía que ver con la exclusión del análisis de aquellos sujetos con autolesiones menores y repetidas con el objeto de separarlos de los intentos de suicidio “reales”. Además, en su estudio de adolescentes que habían consumado el suicidio, se encontró que el diagnóstico de un TP en cualquiera de los clusters y una vez se había controlado el diagnóstico del eje I, seguía siendo un factor de riesgo elevado para el suicidio (Johnson et al, 1999). 291 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 5.4.1 Trastorno evitativo de la personalidad (TEvP) En un estudio realizado en la población general de EEUU se encontró que este trastorno era más frecuente en mujeres y se asociaba a un nivel educativo bajo y a no haber estado casado o estar viudo, divorciado o separado, así como a residir fuera del área metropolitana (Grant et al, 2004). La prevalencia está entre el 0.5% al 5% aproximadamente (Cooke & Hart, 2004; Klein et al, 1995). Millon (1997) señala que los sujetos con TP evitativo tienen con mayor frecuencia ideación y comportamientos suicidas. En un estudio realizado en sujetos parasuicidas, el diagnóstico de TP evitativo era 6%, comparado con el 55% del TP límite (Soderberg, 2001), estando basada la identificación de los sujetos parasuicidas en la definición que usa del término la Organización mundial de la Salud (OMS) en el estudio multicéntrico EURO. Chioqueta & Stiles (2004) encontraban que un 18% de los sujetos con TP evitativo de una muestra ambulatoria tenían historia de intentos de suicidio. Además, el 66% de los sujetos con este TP tenía un diagnóstico comórbido de trastorno depresivo. Finalmente, decían que el TP evitativo no estaba significativamente asociado a los intentos de suicidio, argumentando que la tendencia a evitar riesgos típica de los sujetos con este TP les podía hacer menos vulnerables a los intentos de suicidio. Sin embargo, este TP ha sido señalado como el más frecuente de los TPs en al menos dos estudios de sujetos que habían intentado el suicidio (Dirks, 1998; Hawton et al, 2003). Esto podría tener que ver con la exclusión de aquellos sujetos que presentaban repetidas autolesiones de carácter leve y su reconocimiento como un grupo distinto al de los sujetos que intentan el suicidio con la intención real de acabar con su vida (Hawton et al, 2003). Hawton et al (2003) encontraban que el 90.1% de los sujetos que intentaban el suicidio eran inicialmente diagnosticados de al menos un trastorno del eje I, particularmente un trastorno afectivo, mientras que un 45.9% recibía el diagnóstico de un TP, particularmente el TP evitativo, el TP anancástico y el TP paranoide. Estas tasas son similares a las aportadas por Maj-Liz et al (1999). Estos autores encontraban un 99% de trastornos del eje I y un 56% de TPs en su muestra de 123 sujetos que intentaron el suicidio. En el grupo C (n = 23), el TP evitativo era el más frecuente. En un estudio de casos-control de suicidios consumados, el TP evitativo era el segundo TP más frecuente (9.7%) –sólo por detrás del TP emocionalmente inestable-, comparado con un 5.3% de diagnósticos de TP evitativo del grupo control (Cheng et al, 1997). Además, Foster et al (1997; 1999) encontraban que este TP era uno de los más frecuentes de los TPs, junto al TP límite y al TP paranoide en los suicidas. Finalmente, en un interesante estudio sobre el fenómeno de los 292 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO intentos de suicidio extendidos, una muestra de nueve mujeres fue evaluada (Meszaros & Fischer-Danzinger, 2000). El diagnóstico del eje I más frecuente era el de la depresión severa con síntomas psicóticos. Tras la estabilización clínica, el TP más frecuente fue el TP evitativo (5 de nueve casos). 5.4.2 Trastorno de la personalidad obsesivocompulsivo/anancástico (TPOC) El diagnóstico de este trastorno de la personalidad se ha asociado a un mayor nivel de educación y a la raza blanca, al menos en los EEUU (Grant et al, 2004). Aunque se han dado cifras de hasta el 9.3% en la población general (Black et al, 1993), Cooke & Hart (2004) dan unas cifras que resultan más probables (entre el 1.7% y el 2.2%). Chioqueta & Stiles (2004) encontraban una tasa de intentos de suicidio del 14% en los sujetos con este TP en una muestra de pacientes ambulatoria. Además, el 75% de ellos presentaba un diagnóstico comórbido de trastorno depresivo de por vida. Finalmente, estos autores referían que el TPOC no estaba significativamente asociado a los intentos de suicidio. Dirks (1998) encontraba que el diagnóstico de este TP se asociaba a una disminución en la frecuencia referida de parasuicidio. Sin embargo, Hawton et al (2003) decían que este era el segundo TP más frecuente en su muestra de sujetos que habían intentado el suicidio. Además, el TPOC se ha relacionado con una mayor severidad de los intentos (Rubio Larrosa, 2004). Esto podría estar relacionado con el perfeccionismo que muestran estos individuos (Masson et al, 2003). En un estudio casos-control de suicidios consumados, no se encontraban diferencias significativas (6.2% en el grupo de suicidas vs. 6.5% en el grupo control) (Cheng et al, 1997). Además, Dirks (1998) señala que este TP se asocia a un menor riesgo de repetición del parasuicidio una vez que se controlaron algunos factores de riesgo. En resumen, aunque la información disponible es muy escasa, parece que el TPOC no se relaciona con un aumento del riesgo de intentar el suicidio, pero sí que parece aumentar la severidad de los mismos. Chioqueta & Stiles (2004) dicen que, una posible explicación sería que los sujetos con TPOC, debido a su extrema atención a los procedimientos, detalles y reglas, no pensarían en un intento de suicidio como manera de solventar una situación. Estos mismos rasgos de personalidad harían que, si se da el intento de suicidio, este sea de una gran severidad. 293 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 5.4.3 Trastorno de la personalidad dependiente (TPD) Se ha dicho que hasta el 10.3% de la población general podría tener un TP dependiente (Drake et al, 1988). Cooke & Hart (2004) dan, sin embargo, cifras mucho menores, en un rango que va del 1.0% al 1.7%. Hay una relación muy estrecha entre el TP dependiente y la depresión, y entre la dependencia y la inclinación suicida (Birtchnell, 1996). Chioqueta & Stiles (2004) señalan que el 90% de los sujetos con un TP dependiente tenían un trastorno depresivo de por vida comórbido. Estos autores también señalan que, dentro del cluster C, el TP dependiente presentaba el porcentaje mayor de intentos de suicidio (35%) comparado con el TP evitativo (18%) y con el TPOC, pero que éste era menor que el 43% del cluster A y, especialmente que el 61% encontrado en el cluster B (Chioqueta & Stiles, 2004). Sin embargo, se tiene que tener en cuenta que el número de sujetos diagnosticados con un TP del cluster A o B era muy bajo (n= 14 y n= 13, respectivamente). Estos resultados sugieren que el TP dependiente, pero no el TPOC y el TP evitativo, podría estar significativamente relacionado con los intentos de suicidio. Sin embargo, esa asociación no mantenía su significación estadística una vez se controlaba el trastorno depresivo de por vida, mientras que la asociación seguía siendo estadísticamente significativa en el caso de los TPs del grupo A y B, lo que sugiere que el riesgo de tener un intento de suicidio es independiente de la presencia de un trastorno depresivo de por vida comórbido. Los autores sugieren que para los sujetos con TP dependiente podría ser difícil intentar el suicidio en relación a sus tendencias pasivas y sumisas. Además, los intentos de suicidio en estos sujetos podrían ser una manera de autohumillarse y de dirigir la atención de sus cuidadores hacia ellos (Rubio Larrosa, 2004). 5.5 La personalidad suicida En los años setenta se postulo la existencia de un carácter suicida. Los sujetos con este diagnóstico se caracterizarían por su autodestructividad egosintónica en la que sus comportamientos suicidas serían “elementos crónicos de transacciones interpersonales generales más que el resultado de la ruptura/colapso de las defensas del ego normales en respuesta a los conflictos inconscientes” (Schwartz et al, 1974). Sin embargo, hace ya mucho tiempo que se abandonó la creencia de que existía una personalidad suicida (Casey, 1989). De hecho, Philip (1970) concluía que no había una única personalidad suicida, y que este concepto no tenía una 294 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO buena base, pero también reconocía que las personalidades poco integradas eran frecuentes entre aquellos que intentaban el suicidio. Más recientemente, Mehlum et al (1994) señalaban que el concepto de TLP como “personalidad suicida” se justificaría por la presencia de individuos que presentan disregulación afectiva, impulsividad, agresividad, relaciones interpersonales distorsionadas y dificultades para adaptarse a las situaciones vitales, entre otros, haciéndoles que todos tuvieran una inclinación hacia el suicidio. Además, se ha sugerido que no hay una única “personalidad suicida”, sino varias (Engstrom et al, 1996; Stalenheim, 2001). La hipótesis de la vulnerabilidad temperamental sugiere que algunos rasgos de la personalidad harían a algunos individuos susceptibles a diferentes formas de psicopatología, incluyendo el comportamiento (Stalenheim, 2001). Engstrom et al (1996) dicen que hay distintos perfiles de personalidad que serían típicos de los sujetos que intentan el suicidio y que, esa heterogeneidad de la personalidad podría explicar porque distintas personalidades se asociaban a la suicidabilidad. Estos autores intentaron clasificar a una muestra de 215 sujetos que habían intentado el suicidio mediante el análisis factorial, encontrando 6 clusters de sujetos con perfiles de temperamento distintos. Dos de ellos, el cluster 1 y el 5, estaban cerca de la “normalidad”, y no se encontró patología en el área de la personalidad. Los otro cuatro clusters se caracterizaban por rasgos de personalidad que hacían más vulnerables a los sujetos para intentar el suicidio. En su estudio, el cluster 3 era el grupo más perturbado. Se caracterizaba por su alto psicoticismo, su baja socialización y su elevada agresividad, suspicacia e impulsividad. Este grupo, como es lógico, tenía una gran necesidad de apoyo social. El Cluster 2 era descrito como de “neuróticos e introvertidos” y los sujetos se caracterizaban por su elevada puntuación en todas las variables de la ansiedad y en desvinculación, mostrando también baja socialización y rasgos esquizoides y paranoides. El Cluster 4 se caracterizaba por sus elevadas puntuaciones en conformidad, psicoticismo e impulsividad. Finalmente, los sujetos del Cluster 6 puntuaban alto en escalas de ansiedad, suspicacia, culpa y baja socialización. Stalenheim (2001) encontró que el perfil de temperamento de una población forense de 61 hombres era muy similar al perfil del cluster 3 que describía Engstrom. Estos sujetos se caracterizaban por sus elevadas puntuaciones en ansiedad, impulsividad y agresividad y, por sus bajas puntuaciones en socialización. La dificultad de este tipo de estudios es su aplicabilidad en el campo clínico. Finalmente, otros autores hablan de dos tipos de “suicidas”: un subtipo irritable/agresivo, y el subtipo deprimido/aislado. El primero se caracteriza por la elevada presencia de rasgos o comportamientos antisociales –y que se 295 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD relacionaría con una disminución de la función serotoninérgica, que derivaría en una mayor impulsividad y en la presencia de afectos negativos como la rabia y la ira- y el segundo grupo se caracterizaría por sintomatología más de corte depresivo (Verona et al, 2001). 5.6 Dimensiones de la personalidad, rasgos cognitivos y suicidio Aunque la presencia de un trastorno psiquiátrico es, junto a los antecedentes de un intento de suicidio previo, el factor de riesgo más importante para el comportamiento suicida futuro, el suicidio no puede ser reducido a la mera psicopatología. En un estudio se encontró que tres grupos de síntomas (1/Anhedonia, desesperanza; 2/Ansiedad, pánico, agitación; 3/Agresión, impulsividad) eran más predictivos de los comportamientos suicidas que el diagnóstico de algún síndrome psiquiátrico (Fawcet et al, 1997). Son varias las ventajas de estudiar la personalidad, además de los diagnósticos psiquiátricos, y además, es un área muy poco investigada (Duberstein, 2001). Sin embargo, la evidencia científica sobre alguna dimensión de personalidad específica es muy escasa, probablemente debido a que los autoinformes están muy contaminados por el estado mental del sujeto (Beautrais, 2000). Además, como la replicabilidad de los trastornos de la personalidad es baja, la investigación neurobiológica se ha centrado dimensiones específicas de la personalidad que podrían predisponer a los trastornos “completos” que se corresponderían con endofenotipos bioquímicos (New & Siever, 2003). Hay diversos estudios que han encontrado asociaciones entre algunos rasgos o dimensiones de personalidad en los sujetos que intentan o consuman el suicidio (Frances A et al, 1986). Algunos de estos rasgos son una baja autoestima, falta de control, desesperación, introversión, neuroticismo, impulsivdad, agresividad, violencia, rasgos histeroides y obsesivos, pasividad, dependencia, susceptibilidad, ansiedad y rabia, entre otros (Medina Garrido & Hernández Martínez, 2004). Además, los rasgos de la personalidad pudieran ser distintos en relación con la gravedad del intento de suicidio. Así, el perfil de personalidad de aquellos que tienen intentos de suicidio severos se caracterizan por la ansiedad, la hipocondriasis, agitación, tensión, rigidez-obsesividad, difusión de la identidad, intropunitividad, dependencia, vergüenza, sentimientos de culpa, “patrón” emocional y falta de habilidades sociales, entre otros, mientras que los intentos de suicidio no severos se caracterizaban por la impulsividad, agresividad, ansiedad 296 impulsiva, inestabilidad emocional, inseguridad, inmadurez, explosivones Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO emocionales, baja capacidad de frustración, comportamiento histriónico, hostilidad y sentimientos de indiferencia, entre otros (Gracia Marco, 1987). Varios estudios llevados a cabo hace 40 años sugerían que tanto los rasgos como los patrones de personalidad patológicos podrían servir para diferenciar entre aquellos pacientes potencialmente suicidas y aquellos que no lo son. Más adelante, algunos estudios documentaron la inusual frecuencia de algunos rasgos de personalidad en los sujetos que intentaban el suicidio, como el egocentrismo, la inmadurez, la dependencia, la ansiedad, la animosidad, la impulsividad y la dificultada para manejar la frustración (Hirschfeld & Davidson, 1989; Frances et al, 1986; Pretorius et al, 1994). Además, tanto los estudios prospectivos como los retrospectivos han derivado en un consenso sobre la importancia de la ira, hostilidad, agresión e impulsividad en los intentos de suicidio (Soloff et al, 1994). La autodestructividad de los sujetos que intentan el suicidio se correlaciona mejor con la ira y la hostilidad que con la depresión (Soloff et al, 1994). La búsqueda de sensaciones, la agresividad impulsiva y los rasgos psicopáticos de la personalidad son frecuentes en los intentos de suicidio violentos (TraskmanBenz et al, 1986). Además, son numerosos los estudios que han relacionado a los sujetos que intentan el suicidio con una elevada hostilidad y rigidez (Vinoda, 1966), elevado psicoticismo (Lolas et al, 1991; Nordström et al, 1995; Engström et al, 1996), elevada ansiedad (Apter et al, 1993b) y baja socialización (Nordström et al, 1995). Los rasgos o dimensiones de personalidad podrían ser más perturbados en los sujetos que intentan el suicidio que en aquellos que lo consuman (Frances A et al, 1986). Philip (1970a) consideraba que no había ningún rasgo de personalidad que se asociara a los intentos de suicidio, pero sí que los “trastornos de la personalidad” eran más frecuentes en aquellos que intentaban el suicidio, que además eran sujetos más hostiles, ansiosos, introvertidos y menos concienzudos que la media y, en general, “impulsivos, impredecibles y más inmaduros” (Philip, 1970b). Probablemente, lo que ellos estaban haciendo era describir lo que posteriormente constituiría la categoría diagnóstica que hoy conocemos con TP límite. Así, Eastowood et al (1972) sugería que también que los pacientes que intentaban el suicidio eran menos inteligentes, más introvertidos y puntuaban más en neuroticismo y hostilidad. Conte & Plutchik (1974) también encontraban que aquellos pacientes que intentaban el suicidio tenían puntuaciones más elevadas en depresión y agresión, mientras que tenían menos miedo que aquellos pacientes que no intentaban el suicidio, y tenían un mayor tendencia autodestructiva, hacia el aislamiento y depresión. Usando la 297 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD dimensión de Eysenck de personalidad, la ideación suicida se ha asociado tanto con el neuroticismo como con el psicoticismo (Irfani, 1978; Meyvar et al, 1977), los intentos de suicidio con un elevado neuroticismo y con una menor extraversión (Benjaminsen et al, 1990) y los suicidios consumados con un elevado neuroticismo, una elevada testarudez y con pesimismo depresivo, baja apertura a la experiencia y, en las personas mayores con una elevada tozudez (Duberstein et al, 1994). Beautrias et al (1998) encuentran una clara asociación entre la desesperanza, el neuroticismo y el locus de control externo con el riesgo de intentar el suicidio. Es más, el neuroticismo ha sido relacionado con una elevada probabilidad de repetición, lo cual podría reflejar la inestabilidad de la personalidad de los sujetos que muestran un elevado neuroticismo (Eysenck & Eysenck, 1975; Pallis & Jenkins, 1977) y el psicoticismo con la desesperanza, la ideación suicida y el número de intentos de suicidio previos (Gomez et al, 1992) y con intentos de suicidio más violentos (Edman et al, 1986). Sin embargo, la extroversión podría tener un efecto protector (Gómez et al, 1992). Los hallazgos de Gómez et al (1992) de que el psicoticismo y la desesperanza se relacionan con los intentos de suicidio y que la extroversión parece proteger del suicidio es compatible con los estudios que señalan que los rasgos antisociales incrementan el riesgo de suicidio, mientras que la presencia de rasgos histeroides podrían disminuirlo (Shearer et al, 1988). Esto también está en consonancia con los hallazgos por Pretorius et al (1994). Estos autores encontraron que los rasgos antisociales, dependientes e histriónicos –evaluados tanto clínicamente como según los criterios DSM-III- en ese orden, eran los más frecuentes en los hombres que intentaban el suicidio, mientras que en las mujeres el orden era inverso. Además, curiosamente, los rasgos dependientes eran los más frecuentes tanto en los hombres (17%) como en las mujeres (12.8%). Aunque son varios los estudios que han encontrado una relación entre los rasgos de personalidad y el comportamiento suicida, estudios realizados con escalas de personalidad como la Eysenck Personality Inventory o la Minnesota Multiphasic Personality Inventory no han encontrado diferencias entre los sujetos suicidas de los no suicidas (Pretorius et al, 1994). Casey (1989) encontró una relación entre las puntuaciones elevadas en la escala sociopática y los intentos de suicidio en hombres pero, sólo cuando se tenía en cuenta sus respuestas en la escala PAS. Además, este hallazgo no era soportado por la información que aportaban los acompañantes, lo que hizo que los autores concluyeran que sus hallazgos fueran debidos a la visión culturalmente determinada que los hombres que intentan el suicidio tendrían de sí mismos como agresivos, buscadores de riesgos y poco afectivos. En un trabajo de nuestro equipo en el 298 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO que usamos un análisis factorial exploratorio de la (SIS), encontramos que dos dimensiones letalidad esperada y planificación- eran, relativamente, unos buenos predictores de la severidad de los intentos de suicidio, por lo que sugeríamos que ambas dimensiones debieran ser evaluadas por los clínicos en los sujetos que intentan el suicidio. Finalmente, se ha dicho que el riesgo de violencia debiera ser entendido como el producto de cuatro dimensiones de personalidad fundamentales: 1) control de impulsos; 2) regulación afectiva; 3) narcisismo; y 4) estilo cognitivo paranoide (Nestor, 2002). Las dos primeras dimensiones están comprometidas en casi todos los trastornos mentales. Por el contrario, las heridas narcisistas se relacionan con la violencia en los sujetos diagnosticados de TP – especialmente entre los psicópatas-, y el estilo cognitivo paranoide asociado a la violencia en los trastornos del espectro esquizofrénico. Los trastornos de la personalidad paranoide, narcisista y pasivo-agresivo están significativamente asociados a la violencia. Al menos según mi conocimiento, no se ha generado un esquema similar en el campo del comportamiento suicida (violento). 5.6.1 Impulsividad, agresividad y agresión impulsiva Se han publicado muchos artículos sobre la relación la impulsividad, la agresividad y el suicidio. De hecho, estos tres conceptos se han relacionado desde un punto de vista genético y neurobiológico, y la impulsividad y la agresividad son dos rasgos de personalidad estrechamente ligados (Mann et al, 1999; Arranz Martí et al, 2004). En la presente tesis, los rasgos de la impulsividad y de la agresividad y su relación con las conductas suicidas se discuten de manera conjunta debido a la superposición existente en la literatura publicada (Oquendo & Mann, 2000). En general, los estudios recientes han identificado a la impulsividad y la agresividad como dos factores muy relacionados con los intentos de suicidio (Broksky et al, 1997; Mann et al, 1999). Se ha propuesto un modelo de estrés-diátesis en el que el factor de la impulsividad/agresión es parte de la diátesis, que interactúa con los factores estresantes que desencadenan que el sujeto actúe (Mann et al, 1999). Además, varios autores han sugerido que podría haber algún rasgo de personalidad común a aquellos que intentan el suicidio y a aquellos que lo consuman, siendo postulada la impulsividad y las tendencias violentas (Brent et al, 1993; Cheng et al, 1997), que se sustentan en una asociación con la disfunción serotoninérgica (ver 4.5.2.3). 299 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD El término de impulsividad se ha usado como 1) un rasgo de personalidad que caracteriza la desinhibición que predispone a un individuo a tener comportamientos autodestructivos en respuesta a la ideación suicida o al comportamiento heteroagresivo; 2) la tendencia a actuar de manera rápida ante los estímulos y, finalmente 3) un grupo de trastornos psiquiátricos que caracteriza al descontrol conductual (Brodsky et al, 2001). La impulsividad tiende a disminuir con la edad (Vaillant, 1977), siendo este un proceso que podría reflejar maduración biológica. Se ha encontrado que la impulsividad está elevada en los sujetos que intentan el suicidio (Cantor, 1976). La impulsividad y la letalidad parece, por otra parte, que serían dimensiones inversamente correlacionadas durante los intentos de suicidio (Baca-García et al, 2001; Baca-García et al, 2004a). Pallis & Jenkins (1977) encontraban que la impulsividad era mayor en los hombres que tenían intentos de suicidio no serios, pero en otros estudios no se ha encontrado diferencias entre los casos y los controles en las escalas de impulsividad. De hecho, hay autores que sugieren que el papel de la impulsividad sería menos importante que el de otros rasgos de la personalidad como la hostilidad y que los sujetos que intentan el suicidio no son, en general, tan impulsivos (Pendse et al, 1999). Parece que la impulsividad, la ansiedad rasgo y el psicoticismo podrían caracterizar a un subgrupo de sujetos que intentan el suicidio (suicide attempters, SA) y que suelen ser diagnosticados de distimia y de trastorno de la personalidad (Engström et al, 1996). Se ha sugerido que la alta impulsividad sin rasgos de agresividad hace que los alcohólicos exhiban más comportamiento autoagresivos que heteroagresivos (Bergman & Brismar, 1994). Además, la impulsividad también ha sido relacionada con estilos de comportamientos neuróticos e infantiles, al menos en pacientes depresivos ingresados (Corruble et al, 2003). Se trata, por otra parte, de una dimensión de personalidad fundamental en la categoría de Trastorno Explosivo Intermitente y de los TPs histriónicos y límite (Lacey et al, 1986). Los comportamientos impulsivo-agresivos, incluyendo la agresión física a otros, la violencia doméstica, la destrucción de la propiedad, la automutilación y los intentos de suicidio son fenómenos clínicos comunes que se dan en los sujetos con TP antisocial, límite e histriónico (New & Siever, 2003). La agresividad impulsiva surgiría en respuesta al castigo o deprivación y se acompañaría de irritabilidad, frustración, miedo o ira (Oquendo & Mann, 2000). Se ha 300 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO asociado a la disfunción serotoninérgica, a la violencia y a la suicidabilidad (Asgerg et al, 1987; Coccaro, 1989; Plutchik et al, 1989). Por otra parte, los pacientes diagnosticados con trastorno límite de la personalidad (TLP) tienen un riesgo aumentado de comportamientos suicidas (Brodsky et al, 1997; Soloff et al, 1994; Verkes et al, 1996). La impulsividad, la desesperanza, los rasgos antisociales y una unos primeros años “turbulentos” se asocian a un riesgo incrementado de suicidio en estos pacientes (Soloff et al, 1994; Black et al, 2004). La impulsividad es el rasgo de personalidad más predictivo de comportamiento suicida (Brodsky et al, 1997). Las medidas de impulsividad en estos pacientes se asocian a un elevado número de intentos de suicidio (Brodsky et al, 1997) y de comportamiento autodestructivo (Herpertz et al, 1997). El comportamiento suicida se asocia más con la impulsividad en los pacientes con TLP que en los pacientes depresivos ingresados (Orees et al, 2003). Además, Brodsky et al (1997) encuentran que el único criterio del TLP que se relaciona con el número de intentos de suicidio previos era la impulsividad. También encontraban que aquellos pacientes con TLP que cumplían el criterio diagnóstico de la impulsividad tenían un mayor número de intentos de suicidio cuando se les comparaba con aquellos que no cumplían ese criterio diagnóstico. Así, estos autores concluían que el rasgo de la impulsividad, más que la severidad global del TLP, era lo que se asociaba al comportamiento suicida, asociación que se mantenía tras controlar la influencia de la depresión mayor y el trastorno por substancias. Si esto se confirma, sería un hallazgo prometedor de cara a prevenir el suicidio a través de la reducción de la impulsividad gracias a la medicación, psicoterapia o ambos (Brodsky et al, 1997). Links et al (1999) también encontraban que la impulsividad era una característica duradera en muchos pacientes con TLP y, además, predecía un mal funcionamiento en el futuro. En resumen, desafortunadamente y en contra de lo que previamente se creía, parece que no todos los pacientes con TLP finalmente experimentan una mejoría clínica que vendría de la mano de la mejoría en la “carrera suicida” y esto probablemente tenga que ver con la impulsividad. Además, estudios recientes sugieren que una aproximación dimensional a la sintomatología del TLP sugiere que la agresividad impulsiva sería una característica central de este trastorno (Gorman & New, 2000) y se relacionaría con los comportamientos agresivos y suicidas (Soloff et al, 2003). Tal y como se ha dicho antes, los traumas infantiles han sido relacionados con el comportamiento autodestructivo y suicida en las edades tardías de la vida (van der Kolk et al, 301 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 1991; Briere & Runtz, 1990). Como la prevalencia del abuso en la infancia es elevado en los sujetos con TLP (Sabo, 1997; Johnson et al, 1999), se ha hipotetizado que la asociación entre los traumas infantiles y el suicido en el adulto estaría mediado, al menos en parte, por la impulsividad (Brodsky et al, 2001). Estos autores sugerían que la impulsividad y la agresividad podrían ser rasgos de personalidad secundarios a las experiencias tempranas de trauma y pérdida. Ellos encontraron que los antecedentes de abuso físico o sexual se relacionaba tanto con los comportamientos suicidas como con la impulsividad en pacientes adultos depresivos. Además, después de que controlaran la impulsividad y la agresividad, los antecedentes de abuso seguían estando significativamente asociados al status de SA Por lo tanto, ellos sugerían que, en contra de lo esperado, la impulsividad y la agresividad no parece que mediara la relación existente entre la historia de abuso y el comportamiento suicida. Además, la historia de abuso parece que era el único factor que contribuía al rasgo de impulsividad y agresividad. El papel de la agresividad en los sujetos que intentan el suicidio podría tener un papel bien cuando los sujetos consideran que no tienen valor como individuos o bien con el objeto de provocar compasión o culpa en sus seres queridos ser (Cantor, 1976). La agresividad, la automutilación, y los intentos de suicidio podrían estar tan correlacionados que serían difíciles de distinguir (Oquendo & Mann, 2000). Angst & Clayton (1986) encuentran que el rasgo de la agresividad extrapunitiva estaba relacionada con la consumación del suicidio. Además, los pacientes que intentan el suicidio tienen puntuaciones elevadas en agresividad, mientras que una puntuación baja en agresividad se encontraba en los sujetos que presentaban ideación suicida. La agresividad y las tendencias depresivas también se encontraron asociadas a los suicidios consumados y a las muertes accidentales (Angst & Clayton, 1998). Estos autores encontraban que las reacciones espontáneas de agresividad y excitabilidad –medidas por la Freiburg Personality Inventory (Fahrenberg & Selg, 1970)- estaban elevadas en los hombres que morían por suicidio o accidente, sugiriendo que la combinación de agresividad y tendencias depresivas en los hombres jóvenes predisponía a la letalidad suicida. Los autores argumentaban con razón que aunque la depresión es dos veces más frecuente en las mujeres que en los hombres, los hombres tienen una tasa más elevada de suicidio consumado y que esto podría ser explicado por un déficit del control de impulsos más que por la depresión per se (Wender et al, 1986). Los rasgos pasivo-agresivos –valorados por el Millon Clinical Multiaxial Inventory (Millon, 1993)- también han sido asociados al suicidio (Joiner & Rudd, 2002). Varios autores han asociado los actos antisociales a la tendencia a repetir intentos de suicidio (Chowdhury et al, 302 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO 1973; Morgan et al, 1976). Usando métodos de análisis factorial, Pendse et al (1999) encontró que los sujetos del “cluster de SA” –eran pacientes deprimidos que intentaban el suicidio-, comparados con los que estaban en el cluster de “trastorno afectivo estacional” (eran los controles) tenían puntuaciones más elevadas en la escala que mide agresividad, lo que sugiere que la inhabilidad para manejar la agresividad podría ser más importante que la agresividad en sí misma en los sujetos que intentan el suicidio. Mann et al (1999) encontraron que tener una elevación de por vida en el rasgo de la agresividad/impulsividad se asociaba a los antecedentes de intentos de suicidio, independientemente de cual fuera el diagnóstico psiquiátrico. También encontraron que los pacientes con un diagnóstico de TLP tenían una puntuación mucho más elevada en el factor de agresividad/impulsividad que el resto de pacientes sin ese diagnóstico. Además, también señalaban que el componente del TLP que se correlacionaba de manera más estrecha era la impulsividad, sugiriendo que una mayor impulsividad o las dificultades en el proceso de tomar decisiones podrían subyacer en la tendencia a la suicidabilidad y agresividad. En otras palabras, que la predisposición al comportamiento suicidas vendría determinado por una predisposición común a dirigir la agresividad tanto hacia fuera como hacia uno mismo. La impulsividad, la agresividad y el TLP pueden ser el resultado de factores genéticos (Mednick et al, 1984; Coccaro et al, 1994; Coccaro et al, 1997) o de experiencias tempranas, incluyendo el abuso físico y sexual (Briere & Runtz, 1990; Farber et al, 1996). Tanto la transmisión genética como medioambiental influyen, por tanto, en los fenómenos correlacionados con la impulsividad. Los antecedentes de comportamiento suicida en un familiar de primer grado es un indicador de riesgo genético o familiar (Roy, 1985). Varios estudios sustentan la hipótesis de que podría haber una tendencia familiar -quizá genético- para la agresión tanto auto como heterodirigida, independientemente de la transmisión de los trastornos mentales (Brent et al, 1996). Los monos que son criados por sus compañeros en vez de por sus madres tienen un nivel menor de 5-hidroxiindolacético (5-HIAA) en LCR y este efecto persiste y se relaciona con los comportamientos impulsivos y agresivos (Higley et al, 1993). En general, los bajos niveles de serotonina en el sistema nervioso central se asocian a la agresividad, impulsividad y desinhibición tanto en animales como en los seres humanos y un bajo nivel de 5HIAA en el LCR se ha encontrado en los criminales violentos y en los suicidios violentos, entre otros (Cremniter et al, 1999; Mulder & Joyce, 2002). Tanto la impulsividad como el 303 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD comportamiento suicida se han asociado a índices de disfunción serotoninérgica (Soloff et al, 2003). Además, los estudios con gemelos y de adopción sugieren que hay una base parcialmente heredable para la agresividad impulsiva, que se ha relacionado con la disfunción serotoninérgica (Coccaro et al, 1993; Coccaro et al, 1994). Entre los pacientes con TLP, los bajos niveles de 5HIAA en el LCR se asociaban significativamente con los antecedentes de intentos de suicidio genuinos, pero no se asociaba a la agresión, ni a la violencia, ni a las automutilaciones, ni a la depresión mayor (Gardner et al, 1990). Así, el nivel de 5-HIAA en el LCR podría asociarse a los intentos de suicidio genuinos en esta población. Además, el incremento en la función dopaminérgica (DA) o noradrenérgica (NE) podría incrementar los comportamientos agresivos, mientras que la serotonina y el GABA parecen tener efectos inhibitorios en los comportamientos agresivos (Oquendo & Mann, 2000). Aunque la impulsividad ha sido frecuentemente asociada a los comportamientos suicidas, especialmente en los sujetos con un TP del cluster B, el comportamiento suicida podría tener otros correlatos neurobiológicos que son independientes de lo que marcan las clasificaciones categoriales (Mann et al, 1999). Hay datos preliminares de que los antecedentes de comportamiento suicida –pero no la agresividad impulsiva referida por los propios sujetospodría estar relacionada con el genotipo HTR1B en sujetos caucásicos con un TP (New et al, 2001). En un estudio previo de nuestro grupo, encontramos que no había asociación entre un polimorfismo del área promotora del transportador de la serotonina (17q11.1-q12) y la impulsividad (medida por la Barratt Impulsiveness Scale, BIS) y con la historia de comportamiento agresivo (medido por la Brown–Goodwin Aggressive Behavior Scale), que no parecía explicable por una falta de poder estadístico. Las puntuaciones altas en la BIS y en la Brown–Goodwin Aggressive Behavior Scale se asociaba al status de sujeto que intenta el suicidio, al género masculino y al TLP (Baca et al, 2004). Además, en los pacientes con un TP, la respuesta de la prolactina al estímulo con fenfluramina se correlaciona de manera inversa con la agresión impulsiva, incluyendo los comportamientos suicidas, lo que sugiere que la está disminuida la respuesta de la serotonina en los comportamientos agresivos o suicidas de estos pacientes (Coccaro, 1989). Los pacientes con TLP tienen una respuesta relativamente aplanada comparada con la de los pacientes con un TP o con controles sanos (Oquendo & Mann, 2000). Soloff et al (2003) encontraron que, en pacientes con TLP, el status de SA se asociaba a respuesta disminuida de la prolactina a la fenfluramina. Ese efecto era independiente de todas las medidas de impulsividad y agresión impulsiva. Esto hizo sugerir a los autores que la 304 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO impulsividad y el comportamiento suicida, aunque estrechamente relacionados con el TLP, podrían tener una relación independiente con la función serotoninérgica a nivel central. Además, encontraron diferencias de género, ya que los hombres con TLP, pero no las mujeres, tenían una disminución significativa en la respuesta de la prolactina, cuando se comparaba con los controles. Otro hallazgo biológico es que en los sujetos con un TP hay una correlación positiva de la respuesta de la hormona del crecimiento a la clonidina y la irritabilidad y los comportamientos de riesgo –pero no con la agresión en sí-, lo que sugiere que un aumento de la reactividad de la noradrenalina pudiera también estar relacionada con la impulsividad en los TPs (Siever & Trestman, 1993). Finalmente, también se ha encontrado en pacientes diagnosticados de TLP y que muestran comportamientos impulsivos que hay una disminución de la recogida de la glucosa en el cortex orbito-frontal medial (Soloff et al, 2003). La hipoperfusión prefrontal y la disminución del uso de glucosa por la corteza prefrontal también se encuentran en los criminales violentos, asesinos y pacientes psiquiátricos violentos. Estas anormalidades podrían ser independientes del diagnóstico categorial y asociarse a la agresividad impulsiva como rasgo. 5.6.2 Hostilidad Se trata de una dimensión de la personalidad que se encuentra en exceso en los TPs en general, y en particular en el TAP y en el TLP (Foulds, 1965). Las teorías psicodinámicas han hecho hincapié en la relación entre el suicidio y la agresión, en el sentido de que la hostilidad se volvería hacia uno mismo en el suicidio (Freud, 1916). Fisher & Hinds (1951) sugirieron que hay una asociación significativa positiva entre el grado de perturbación en el control de la hostilidad y en el ajuste general de la personalidad, sugiriendo que la hostilidad podría ser un signo de malfuncionamiento de la personalidad global del individuo. Un sentimiento subjetivo de hostilidad y de ira es un factor que sirve para diferenciar entre el TLP y otros TPs, tal y como encuentran Joyce et al (2003). Esto podría explicar porque el TLP es el TP más estrechamente asociado al suicidio. Además, la dificultad en regular la hostilidad es una de las características comunes a los depresivos y los sujetos que intentan el suicidio (Weissman et al, 1973). Estos autores encuentran que la hostilidad era un factor de riesgo independiente para los intentos de suicidio tras controlar la influencia de la edad, el sexo y la depresión. Muchos otros autores han encontrado una hostilidad elevada en los sujetos que intentan el suicidio (Philip, 1970a; Vinoda, 1966; Frances et al, 1986). La combinación de la hostilidad y depresión mayor ha sido relacionada con los comportamientos suicidas (Weissman et al, 1973). Los estudios psicométricos también señalan que los SA tienen elevados niveles de hostilidad tanto intra como 305 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD extrapunitiva (Maurio et al, 1988). Además, la hostilidad intrapunitiva se ha asociado a la desesperanza, al nivel de intencionalidad suicida y con el riesgo de repetir (Farmer, 1988; Brittlebank, 1990). Pendse et al (1999) sugerían que, muchos sujetos depresivos que intentaban el suicidio podían ser menos impulsivos y más hostiles que los sujetos no depresivos y también que, un perfil temperamental caracterizado por la hostilidad y la ansiedad sin impulsividad asociada, podía estar más asociada con los comportamientos suicidas que la severidad de la depresión o la ideación suicida. Roy (2001) encontraba una asociación positiva entre la presencia de traumas en la infancia y la hostilidad en los pacientes adultos que intentaban el suicidio, lo que sugiere que la hostilidad en los pacientes adultos podría ser un mediador de la asociación entre el trauma en la infancia y el comportamiento suicida (Roy, 2001). 5.6.3 Inestabilidad afectiva y regulación afectiva Sampson et al (2004) encontró en su muestra de 53 pacientes psiquiátricos ingresados que aquellos con un TP tenían mayores niveles de variabilidad del humor que los que no tenían este diagnóstico. La inestabilidad afectiva (IA) es uno de los criterios del TLP en el DSM-IV y una característica central de este trastorno (Paris, 2002). Siever & Davis (1991) sugerían que era una dimensión psicobiológica de los TPs que se asociaba a la categoría del TLP. Estos autores la definían como “la predisposición a marcadas, rápidamente reversibles cambios en el estado afectivo que son extremadamente sensibles a los acontecimientos ambientales significativos” (Siever & Davis, 1991). La IA de los sujetos con TLP se caracteriza por los cambios de humor de un estado basal hacia la irritabilidad, ansiedad y depresión. Los pacientes diagnosticados con TLP tienen una mayor variabilidad del humor matutino-nocturno que los pacientes con depresión o que los controles sanos (Cowdry et al, 1991). La IA típica del TLP no está relacionada con todos los afectos, y tampoco es explicado por un incremento en la intensidad subjetiva de la experiencia afectiva (Koenigsberg et al, 2002). La inestabilidad afectiva (IA) implica al menos dos dimensiones, la labilidad afectiva y la intensidad afectiva (Goodman et al, 2003). Koenigsberg et al (2002) encontraron que tres subescalas de la Affect Lability Scale (Harvey et al, 1989) –labilidad ansiosa, labilidad en la ira y oscilación de la ansiedad/depresión- se asociaban al diagnóstico de TLP, en comparación con otros TPs, siendo la labilidad en la ira suficiente para predecir el diagnóstico de TLP en comparación con otros TPs con una exactitud del 72%. No se encontraron diferencias significativas en las otras subescalas –depresión lábil, labilidad eufórica y oscilación en la ira/depresión-. 306 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO Algunos autores consideran que la inestabilidad afectiva es secundaria a la “disregulación temperamental afectiva” y ven el TLP como un tipo de trastorno bipolar (Akiskal et al, 2000). Linehan (1993) hipotetizó que la disregulación emocional, un concepto similar a la IA, se relaciona con una rápida respuesta a los estímulos ambientales y con una lenta recuperación. Esta autora también sugiere que la disregulación emocional es un rasgo constitucional que es central al constructo del TLP. Son diversos los autores que enfatizan el papel de la regulación afectiva (Friedman et al, 1983; Gardner & Cowdry, 1985), que podría ser disfuncional de manera crónica o episódica en los sujetos con TLP (Mehlum et al, 1994). Jang et al (1996) encontraron que, como ocurre con la mayoría de los rasgos de la personalidad, en torno a un 50% de la varianza se puede atribuir a la influencia del medio ambiente no compartido, mientras que la varianza explicable por lo genético sería del 40%. Por otra parte, la regulación afectiva parece que se relaciona con la actividad colinérgica y noradrenérgica y las perturbaciones en ambos sistemas se encuentran en el TLP (New & Siever, 2003). Tanto la impulsividad cono la inestabilidad afectiva tienen un componente genético, pero la primera parece que es más probable que mejore con los años y la experiencia vital y, además, parece responder mejor a los estabilizadores del ánimo y a los antidepresivos –lo cual ayudaría a prevenir las conductas suicidas-, pero no hay medicaciones que reduzcan la inestabilidad afectiva (Paris, 2002c). La asociación entre la labilidad afectiva, la impulsividad y el comportamiento suicida es de gran relevancia para entender el riesgo de suicidio en los pacientes con TLP (Links et al, 2000). Estos autores sugieren que los componentes emocionales fundamentales para el comportamiento suicidas son un trastorno cuantitativo de los afectos junto a la dificultad para controlarlos. El comportamiento suicida en las mujeres podría estar relacionado con la inestabilidad emocional y con el descontrol conductual (Verona et al, 2004). Paffenbarger & Asnes (1966) encontraron que la inestabilidad emocional era un factor de riesgo para el suicidio en un estudio con 40000 universitarios. Yen et al (2004) encontraron que la inestabilidad afectiva era el criterio del TLP con una asociación más estrecha con tanto los comportamientos suicidas en general como con los intentos de suicidio en particular. Además, estos autores también encontraban que el trastorno depresivo mayor de base no se asociaba con ninguno de los dos, sugiriendo que eran más las oscilaciones del humor asociadas a la inestabilidad afectiva las que podrían explicar el comportamiento suicida más que el humor depresivo per se. Un pobre control emocional –un concepto cercano al de la inestabilidad afectiva- que estaría caracterizado 307 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD por la estabilidad emocional, la madurez emocional y la tolerancia al estrés y a la frustración, se encontró que era la variable más predictiva del suicidio en una cohorte de 50465 hombres jóvenes (Allebeck et al, 1988). La relación entre la inestabilidad afectiva y el suicidio podría ser explicado como 1) una forma de bipolaridad, 2) una forma de descontrol de impulsos, 3) un trastorno cuantitativo del humor, o 4) una reactividad ambiental (Links et al, 2000). Además, la suicidabilidad podría ser un factor clínico independiente y la variabilidad del humor podría ser un mediador de la misma (Sampson et al, 2004). La fluctuación del ánimo podría ser un mediador importante también de las autolesiones –que es un factor de riesgo de suicidio- y de los intentos de suicidio (Sampson et al, 2004). Estos autores encontraron un grupo de pacientes que se autolesionaban tenían una mayor hostilidad, una mayor agresión intrapunitiva y una mayor fluctuación anímica, incluso después de controlar el status de TP, lo que sugiere que las autolesiones y la suicidabilidad serían fenómenos clínicos independientes del diagnóstico psiquiátrico (Ahrens & Linden, 1996). Las autolesiones han sido asociadas sólo con dos trastornos de la personalidad, el TLP y el TAP. Según el DSM-IV, hay dos criterios del comportamiento autolesivo en el TLP –la impulsividad autolesiva y los comportamientos suicidas- y sólo uno para el TAP –las luchas físicas y las agresiones- (Sansone et al, 2002). 5.6.4 Rasgos de personalidad obsesivos e histéricos El hysteroid-obsessivoid questionnaire se ha usado en diversos estudios. Murthy (1969) encontraban que los intentos de suicidio no serios puntuaban más alto en el rango histeroide cuando se comparaban con los intentos de suicidio serios, que tenían características rasgos de personalidad más obsesivos. Otros autores, sin embargo, no han encontrado relación entre los rasgos obsesivos de la personalidad y la severidad del intento de suicidio usando la Suicide Intent Scale (SIS) (Casey, 1989). Vinoda (1966) encontraba que los paciente suicidas y los controles psiquiátricos puntuaban más alto en obsesividad comparados con los controles normales. Hallazgos similares fueron encontrados por Eastwood et al (1972). Estos autores sugerían que, en circunstancias angustiantes, los sujetos obsesivos no sabrían como expresar sus emociones, lo que unido a su baja habilidad verbal les llevaría a realizar intentos de suicidio impulsivos. En diversos estudios usando el Eysenck Personality Inventory se encuentra que el neuroticismo, psicoticismo y la introversion se relaciona con el suicidio (Colson, 1972; Pallis & 308 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO Jenkins, 1977). Otros autores usan el Minnesota Multiphasic Personality Inventory (MMPI), pero sus resultados son inconsistente (Frances et al, 1986). Respecto a la escala de histeria del Minnesota Multiphasic Personality Inventory (MMPI), Leonard (1977) encontraba una relación significativa con los sujetos que consumaban el suicidio comparado con aquellos que intentaban el suicidio y con los controles psiquiátricos que no intentaban el suicidio. Otros autores no han encontrado diferencias entre estos (Farberow, 1950; Pallis & Birtchnell, 1977). Lester & AbdelKhalek (1999) si que encontraban una relación entre las tendencias suicidas y las elevadas puntuaciones en una escala obsesivo-compulsiva en una muestra de sujetos americanos no graduados. Más recientemente, Pretorius et al (1994) referían que había una relación entre los intentos de suicidio y los rasgos histéricos –evaluados clínicamente durante una entrevista-. Finalmente, el perfeccionismo, una dimensión relacionada con la obsesividad que ha sido muy poco estudiada se ha relacionado con la depresión, el trastorno obsesivo-compulsivo y con el suicidio (Masson et al, 2003). 5.6.5 Otros rasgos de la personalidad y factores relacionados Los sujetos con tendencias suicidas tienden a experimentar importantes dificultades en las relaciones interpersonales y a ser personas socialmente aisladas (Philip, 1970; Nelson et al, 1977; Rushing, 1969; Meyhryar et al, 1977). La baja competencia social es considerada un factor de riesgo del comportamiento suicida ( Paffenbarger & Asnes, 1966; Sourander et al, 2001). Farberow & DeVries (1967) encontró que los sujetos suicidas no tenían la habilidad para mezclarse bien y para hablar con la gente, y tenían una especial dificultad para iniciar las conversaciones. Los sujetos suicidas suelen implicarse menos en las relaciones sociales y son menos tolerantes que los sujetos no suicidas (Nelson et al, 1977). En relación con el modelo de los cinco factores, la gente que tiene una baja apertura a la experiencia es menos probable que refieran ideación suicida, pero tienen un mayor riesgo de suicidio consumado, dado a que es menos probable que busquen ayuda y a que los síntomas psiquiátricos son menos floridos en ellos, entre otros (Duberstein, 2001). Las dificultades en el área interpersonal podrían estar relacionadas con la introversión, que ha sido asociada a la depresión y a la suicidabilidad. Dado que la depresión y la suicidabilidad están frecuentemente asociadas, es difícil discernir si el incremento en la introversión que se encuentra en los sujetos suicidas podría ser debido a la depresión. Sin embargo, diversos autores han encontrado que los pacientes deprimidos que intentan el suicidio son más introvertidos que los pacientes deprimidos no suicidas (Janowsky et 309 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD al, 1998; Roy, 1998). Esto sugiere que la depresión podría ser un factor de confusión en la asociación que hay entre la introversión y la suicidabilidad y que el incremento de la introversión que se observa en los pacientes deprimidos como grupo podría estar reflejando la suicidabilidad de un determinado subgrupo de pacientes deprimidos, más que depresión propiamente dicha (Janowsky, 2001). Además, la alexitimia, que suele ser una dimensión relacionada con la introversión y con distintos trastornos del eje I –particularmente la depresión- y con trastornos del eje II , particularmente el TP esquizotípico, el TP dependiente y el TP evitativo (Bach et al, 1994), estaba elevada en los sujetos con TAP en una muestra de sujetos de un hospital militar, en la que la conducta suicida podría ser un canal alternativo para aliviar la angustia (Sayar et al, 2001). El neuroticismo también ha sido asociado con la depresión y la suicidabilidad (Bagby & Ryder, 2000). El perfil de personalidad del sujeto suicida, sobre todo cuando existe comorbilidad, se caracteriza por su elevada emotividad negativa –que incluye el neuroticismo, la alienación y la hostilidad- y por el bajo control (low Constraint) –que se relaciona con la impulsividad, la búsqueda de sensaciones, la socialización y el psicoticismo-, y posiblemente con una baja emotividad positiva (Verona et al, 2001). Es un perfil de personalidad que recuerda claramente al de las personas antisociales y agresivas. Además, la relación entre el comportamiento antisocial y el suicidio podría recaer en una vulnerabilidad temperamental común que tendría que ver con las características señaladas, que serían un factor de diátesis, particularmente en los comportamientos antisociales y suicidas impulsivos (Verona & Patrick, 2000). Finalmente, tal y como se ha dicho previamente, los comportamientos suicidas en las mujeres podrían estar relacionados con la combinación de inestabilidad emocional y descontrol conductual (Verona et al, 2004). La ansiedad como rasgo también podría ser importante en las conductas suicidas (Pendse et al, 1999). Es un rasgo presente en muchos intentos de suicidio y facilita el paso al acto en los sujetos impulsivos o agresivos. Los trastornos de la ansiedad no se han considerado que tengan una gran influencia en los comportamientos suicidas. Sin embargo, otros autores creen que la ansiedad patológica tiene un papel muy importante en el comportamiento suicida como un síntoma comórbido (Mason et al, 1991; Fawcett et al, 1997; Angst & Clayton, 1998; WoodruffBorden, 1997; Fawcett et al, 2000), incrementado el riesgo de suicidio (Gracia-Marco, 2002). En un reciente estudio epidemiológico, la ansiedad era señalada como un factor de riesgo 310 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO independiente para los intentos de suicidio en los niños y adolescentes (Strauss et al, 2000). Al menos en los adolescentes ingresados, una elevada ansiedad y agresividad estaban asociados a un incremento de riesgo de la repetición de los intentos (Stein et al, 1998). Fawcet (1992) también encontraba en una muestra de pacientes ingresados por depresión que, la ansiedad y los síntomas asociados a la ansiedad, eran los mejores predictores de suicidio durante el primer año tras el alta hospitalaria. Además, la ansiedad psicológica severa estaba presente casi siempre en los suicidios en el medio hospitalario (Busch et al, 1993). Placidi et al (2000), sin embargo, encontraban que la ansiedad y agitación eran mayor en los pacientes con depresión pero no en aquellos que intentaban el suicidio. La desesperanza es mayor en los sujetos que intentan el suicidio que en aquellos sujetos con depresión aguda que no intentan el suicido (Malone et al, 1995; Mann et al, 1999), incluso después del tratamiento adecuado de la depresión (Rifai et al, 1994). El suicidio emerge de una situación de intensa desesperación y desolación. Mientras que la desesperación está estrechamente relacionada con la depresión, la desolación está mucho más relacionada con la ansiedad. Ambas son necesarias pero no suficientes para la génesis del comportamiento suicida. Además, probablemente tengan un reflejo a nivel bioquímico: la vía aguda se caracterizaría por la ansiedad y se asociaría a un incremento en la producción de corticoesteroides –eje hipotálamohipofisario-adrenal- y, la vía crónica se relacionaría con la función serotoninérgica, que funcionaría más como una vía de estado relacionada con la impulsividad (Fawcett et al, 1997). Birtchnell (1981) sugieren que la dependencia –particularmente-, la agresividad y la inmadurez eran factores de personalidad que permitían diferenciar a las pacientes psiquiátricas suicidas. Cantor (1976) encuentra en una muestra de 20 mujeres que habían intentado el suicidio que los intentos de suicidio se asociaban a una necesidad de intensa dependencia y necesidad de ayuda por parte de los otros, pero a la vez una intensa dificultad para pedir a los demás ayuda. Estos eran incapaces de depender de sus padres como una fuente de soporte y tendían a ser más impulsivos, reaccionando de manera excesiva al estrés. La perturbación de la identidad es otra dimensión psicopatológica, normalmente asociada al TLP. Se ha asociado a los comportamientos suicidas, en general, pero no a los intentos de suicidio en particular (Yen et al, 2004). Entre los sujetos que presentan intentos de suicidio serios, aquellos con una historia de perturbación de la identidad y psicopatología 311 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD sugestiva de esquizofrenia, particularmente delirios paranoides o de persecución, son los que tienen un mayor riesgo de suicidio (Dingman & McGlashan, 1988). Corruble et al (2003) estudiaron la relación entre los mecanismos de defensa, la impulsividad y los intentos de suicidio en una muestra de 77 pacientes ingresados diagnosticados de depresión mayor. El encontró que el número de intentos de suicidio se correlacionaba positivamente no sólo con la impulsividad, sino también con mecanismos de defensa inmaduros –particularmente la proyección, la agresión pasiva, la somatización, los acting out y la disociación- y en un menor grado, con las defensas neuróticas, sugiriendo que los mecanismos de defensa podrían ser marcadores de rasgo que van más allá del diagnóstico de los trastornos de la personalidad. Entre los sujetos de con trastorno de la personalidad, se han encontrado correlaciones significativas con el número de intentos de suicidio y los mecanismos de defensa neuróticos. Además, los pacientes con trastornos de la personalidad no se diferenciaban significativamente respecto a la impulsividad, pero tenían menor madurez, usando menos frecuentemente el humor y la anticipación como mecanismos defensivos. Otros rasgos señalados como factores de riesgo suicidas son la falta de habilidades y rigidez para resolver problemas (Hawton et al, 2003; Levenson & Neuringer, 1971; Linehan et al, 1987; Vinoda, 1966; Wilson et al, 1995), la baja autoestima (Wichstrom, 2000; Hawton et al, 2003), el déficit en el uso de mecanismos adaptativos (Horesh et al, 1996), la baja tolerancia a la frustración (Kienhorst et al, 1995), la desesperanza (Beck et al, 1974; Beck & Steer, 1989; Bedrosian & Beck, 1979; Minkoff et al, 1973), la sensación de incapacidad o impotencia (Wenz, 1977) y el locus de control externo (Boor, 1976). Más recientemente, Hawton et al (2003) encontraban que en su muestra de sujetos que habían intentado el suicidio, la autoestima baja y la propia baja puntuación que se daban los sujetos en la habilidad para resolver problemas eran los factores determinantes para distinguir a los sujetos que presentaban trastornos de la personalidad. Estos rasgos podrían tener una importancia crítica en aquellos sujetos que sintiéndose desesperanzados y enfrentándose a problemas que parecen irresolubles, tendrían un mayor riesgo de suicidio, de manera que otros factores, como la agresividad, tendrían una menor importancia (Hawton et al, 2003). Finalmente, un estilo cognitivo rígido también se relaciona con los comportamientos suicidas (Neuringer, 1964; Patsiokas et al, 1979). 312 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO 5.7 Comorbilidad entre el eje I y el eje II y el suicidio La comorbilidad entre los trastornos psiquiátricos del eje I y los trastornos de la personalidad es uno de los factores de riesgo más importantes de las conductas suicidas y caracteriza a un importante subgrupo de sujetos que intentan el suicidio que están en particular riesgo para repetir las conductas suicidas (Cheng 1995, Foster et al, 1999; Hawton et al, 2003). El impacto de la comorbilidad en el comportamiento suicida se podría atribuir a determinadas características de la personalidad, como la impulsividad y la agresividad, así como a la influencia de los trastornos de la personalidad en la patoplastia de los trastornos del eje I. En dos muestras se encontró que cerca del 50% de los pacientes que intentaban el suicidio presentaban un diagnóstico del eje I o del eje II (Suominen et al, 1996; Hawton et al, 2003). La comorbilidad entre los dos ejes, más que la presencia de un trastorno de la personalidad específico, parece un factor de riesgo fundamental para determinar el riesgo de suicidio. Hawton et al (2003) no encontraban diferencias significativas entre el grupo de pacientes con o sin comorbilidad entre los dos ejes. Sin embargo, se encuentran grandes diferencias psicológicas. El grupo con comórbilidad tenía una depresión más persistente e ideación suicida, desesperanza, agresividad, impulsividad, baja autoestima y una mayor frecuencia de antecedentes de intentos de suicidio. El número de trastornos asociados incrementaba de manera linear la probabilidad de intentar el suicidio. También era el único factor predictor de letalidad (Lecubrier, 2001). La mayoría de los sujetos que intentan el suicidio tienen un diagnóstico comórbido (Suominen et al, 1996). En general, cuando un paciente tiene un diagnóstico bien del eje I o bien del eje II, tiene una gran probabilidad de tener algún diagnóstico comórbido (Lecubrier, 2001). Son varios los estudios que señalan la alta comorbilidad entre los trastornos de la personalidad y los trastornos del eje I, particularmente las depresiones y los trastornos por substancias (Allebeck et al, 1991; Cheng et al, 1997; Duffy & Kreitman, 1993; Mattunen et al, 1991; Runeson & Beskow, 1991). Los sujetos con depresión o con una enfermedad psicótica que consuman el suicidio normalmente tienen un diagnóstico comórbido, particularmente un trastorno por substancias y/o un trastorno de la personalidad (Elliot et al, 1996). La combinación de un TLP y un trastorno afectivo se considera que es particularmente letal (Frances A et al, 1986; Friedman et al, 1983). En un estudio de autopsia psicológica se encontró que el riesgo estimado de suicidio en aquellos con comorbilidad entre el eje I y el eje II era 6 veces mayor que la que tenían 313 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD aquellos con un diagnóstico del eje (Foster et al, 1999). En el estudio realizado por Suominen et al (2000), el 98% de los sujetos que intentaban el suicidio diagnosticados de un trastorno de personalidad, eran también diagnosticados con un trastorno depresivo –particularmente de un trastorno depresivo no especificado y no de depresión mayor-, con un trastorno por substancias o por ambos. Cheng et al (1997) también encontraron que en todos los sujetos suicidas que tenían el diagnóstico de un TP, también tenían asociado el diagnóstico de otro trastorno psiquiátrico, particularmente una depresión severa o dependencia de substancias. Además, el odds ratio para el suicidio de la comorbilidad entre la depresión y el TP emocionalmente inestable era 18 veces mayor que el de la depresión “sola”. Houston et al (2001) encontraron en su muestra de 27 suicidios consumados de sujetos de entre 15 y 24 años que el 55.5% eran diagnosticados de un trastorno depresivo, que los trastornos de la personalidad estaban presentes en el 29.6%, que la acentuación de los rasgos de la personalidad se daba en el 55.6% y que la comorbilidad entre un trastorno psiquiátrico y los TPs se daba en un tercio de los casos. Los autores concluían que el proceso que derivaba en el suicidio en la gente joven solía ser largo y se solía dar un proceso depresivo no tratado en el contexto de un TP o una acentuación de los rasgos de la personalidad, lo que haría que estos sujetos tuvieran más dificultades interpersonales. También encontraban que los sujetos del estudio habían planificado el suicidio en el 87% de los casos, mientras que sólo en un 13% eran impulsivos. El elevado riesgo de mortalidad temprana que se asocia al suicidio en los pacientes con un TP es debido, al menos en parte, a la comorbilidad con los procesos depresivos (Pope et al, 1983; Cheng et al, 1997). Algunos autores opinan que la comorbilidad es una condición necesaria para que se consume el suicidio en los sujetos que tienen un diagnóstico de un TP del cluster B (Isometsa & Henriksson et al, 1996). Henriksson et al (1993) encontraban que el 93% de las víctimas de suicidio tenían al menos un diagnóstico en el eje I, mientras sólo el 12% no tenían otra comorbilidad. Isometsa & Henriksson et al (1996) encontraron en su estudio de autopsia psicológica que todas las víctimas diagnosticadas de un TP eran siempre diagnosticados de al menos un diagnóstico del eje I, principalmente un síndrome depresivo (73%) y un trastorno por substancias (61%) o ambos (39%); además, no encontraban evidencia de suicidios impulsivos en aquellos sujetos que no recibían un diagnóstico del eje. Estos autores usaron una muestra aleatoria de 229 sujetos que habían cometido el suicidio y encontraron que 67 cumplían criterios DSM-III-R para al menos un trastorno de la personalidad (cluster B= 43, cluster C= 23 y cluster A=1). Cuando los compararon con un grupo pareado por sexo y edad sin el diagnóstico 314 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO de trastorno de la personalidad, encontraron que el diagnóstico de depresión no diferenciaba a aquellos con o sin un trastorno de la personalidad. Sin embargo, la presencia del síndrome depresivo no especificado era mucho más frecuente entre los suicidas diagnosticados de un TP del cluster B. Además, los suicidios entre los sujetos con un TP del grupo B se asociaban a los antecedentes de intentos de suicidio no letales, y con los trastornos de substancias, pero tenían menos trastornos físicos. Otros estudios realizados en suicidios consumados también sustentan la gran comorbilidad entre el TLP y los trastornos por substancias y los trastornos afectivos, siendo la comorbilidad la regla y no la excepción (Lesage et al, 1994; McGlashan 1987). Parece que el diagnóstico de un trastorno del eje I es una condición necesaria para el suicidio en los sujetos con un TP del cluster B (Isometsa et al, 1996). Sin embargo, otros autores opinan que la presencia de únicamente un diagnóstico del eje I sería insuficiente para explicar el comportamiento suicida en los sujetos con TLP (Fyer et al, 1988; Soloff et al 1994). El TP emocionalmente inestable, que incluye el concepto de TP límite, es uno de los TPs más estrechamente relacionado con los comportamientos suicidas. Sin embargo, otros autores han encontrado que otros TPs, como el TP evitativo, serían más prevalentes en los sujetos que intentan el suicidio (Dirks, 1998; Hawton et al, 2003). Esto podría ser debido a que si se excluyen las autolesiones repetidas, que son muy típicas del TLP, pero que no son consideradas intentos de suicidio en sentido estricto, los intentos de suicidio “reales” podrían ser más frecuentes en otros TPs (Hawton et al, 2003). Por otra parte, el TP límite tiene una elevada comorbilidad con los trastornos del humor, los trastornos por uso de substancias o ambos y, con los trastornos de ansiedad (Trull et al, 2003), y como hemos visto, la comorbilidad se relaciona estrechamente con las conductas suicidas. Además, la comorbilidad con múltiples trastornos del eje I es muy indicativa del diagnóstico de TLP (Zanarini et al, 1998). Friedman et al (1983) encontraba en su muestra retrospectiva de 53 jóvenes ingresados por depresión que, en el grupo de 36 pacientes con el diagnóstico comórbido de TLP con depresión, 33 habían hecho uno o más intentos de suicidio y que, en dos casos, el suicidio se había consumado. En otro estudio con un abordaje bastante distinto, Clemente et al (1985) encontraban que la combinación de un TP grave –particularmente el TLP- y la depresión era el diagnóstico más frecuente. Lo realmente sorprendente de su estudio fue que, la mayoría de los pacientes que fueron dados de alta negaban la ideación suicida y el personal de la clínica percibió una disminución en la clínica depresiva del paciente, pero en ningún caso la percepción del personal coincidía con la impresión subjetiva del paciente que posteriormente se suicidaría. Ellos hipotetizaban que una relación terapéutica en la 315 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD que no es estable y en la que se acentúa el cambio podría incrementar el riesgo de suicidio en pacientes con TLP y depresión comórbida y que, posiblemente el abordaje tradicional de estos pacientes –p.ej. haciendo hincapié en la independencia y en la madurez- podría ser contraproducente. Por otra parte, ellos también recordaban que los sujetos con TLP serían particularmente vulnerables a los acontecimientos estresantes en el medio familiar y labora, debido a sus problemas en las relaciones interpersonales. Asimismo, el alta hospitalaria también es una situación estresante y, de hecho, varios de los suicidios se dieron al poco tiempo del alta. Se sabe que la primera semana tras el alta de un paciente es un período de especial riesgo. Finalmente, estos autores encontraron que algunos marcadores indirectos de riesgo suicida – como la desesperanza referida por el propio paciente o la falta de implicación en la dinámica terapéutica- podrían ser unos mejores identificadores del riesgo real de suicidio que marcadores directos del riesgo suicida –como la percepción del terapeuta del funcionamiento psicosocial del paciente, la apariencia externa o las respuestas del sujeto sobre la ideación suicida-. 5.7.1 Trastornos afectivos Tradicionalmente, los trastornos afectivos en general, y el trastorno depresivo mayor en particular, han sido considerados como los factores de riesgo psicopatológico más importantes para el suicidio. Sin embargo, la mayoría de los sujetos deprimidos no intentan el suicidio y una minoría consuman el suicidio. Por ello, es fundamental diferenciar a aquellos depresivos con conductas suicidas de los que no las tienen (Pendse et al, 1999). Se considera que el riesgo de por vida de suicidio en los trastornos afectivos está en torno al 15% (Boardman & Healy, 2001), pero oscila entre un 6% (Inskip et al, 1998) y un 19% (Goodwin & Jamison, 1990). Tal y como Boardman & Healy (2001) señalaban, si estos porcentajes se aplicaran a la gente con trastornos afectivos, la tasa de suicidio sería mucho mayor, sugiriendo que estas tasas relativamente altas de suicidio podrían tener que ver con que aquellos sujetos con trastornos afectivos que tienen un mayor riesgo suicida son derivados con mayor frecuencia a atención especializada que aquellos sin un trastorno afectivo (Brown et al, 1985). La idea de que la conducta suicida de los pacientes con un trastorno afectivo tendría que ver con el número de episodios afectivos o con la severidad de los mismos no se ha demostrado (Sher et al, 2001). Además, el papel de los síntomas psicóticos en los comportamientos suicidas en las personas diagnosticadas con un trastorno afectivo no está aún claro (Coryell & Tsuang, 1982; Maris et al, 2000). Sin embargo, algunos autores han encontrado una tasa aumentada de suicidios cuando los síntomas psicóticos estaban presentes en los sujetos con depresión (Roose et al, 1983; Wolfersdorf et al, 1987). Beck (1986) 316 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO ha sugerido que, las personas con trastornos afectivos, las disfunciones cognitivas – especialmente la desesperanza- son factores predictores muy poderosos del comportamiento suicida. Por otra parte, puede que también influya que la comorbilidad entre el abuso de substancias y el TP es muy frecuente en los pacientes deprimidos (Corbitt et al, 1996; Cheng et al, 1997). Las diferencias de la personalidad influyen decisivamente en la tasa con la que los sujetos experimentan estados afectivos negativos y también el como se experimentan esos estados afectivos (Gruzca et al, 2003). Se podría hipotetizar que la comorbilidad entre los TPs – especialmente del cluster B- y los rasgos de personalidad, son de gran importancia en éste área. La prevalencia de TPs es elevada entre los pacientes con trastornos depresivos (Nemeroff et al, 2000), particularmente distimia (Spalletta et al, 1996). En las muestras epidemiológicas en las que se usan criterios DSM-III, la comorbilidad entre los TPs y los trastornos afectivos varía entre el 10% y el 13% (Weissman, 1993). Kraepelin (1921) fue el primer autor que postuló que los estados afectivos surgían de características de la personalidad como las personalidades depresivas, irritables, maníacas o ciclotímicas, que eran consideradas las bases temperamentales de los trastornos “completos” (Henry et al, 1999). Benjamin (1996) decía que había TPs específicos que se caracterizaban por la autoacusación y autoataque (el TP dependiente, evitativo, obsesivo-compulsivo, histriónico, límite, narcisista, y pasivo-agresivo) que era muy probable que presentaran una depresión comórbida. Algunos tipos de personalidad medidas por el Temperament and Character Inventory (TCI) se han asociado a los trastornos afectivos y al comportamiento suicida (Cloninger et al, 1998). Estos autores encontraron que los caracteres melancólico y ciclotímico podrían asociarse a un riesgo incrementado de depresión, pero sólo el último se asociaba a un riesgo incrementado de intentos de suicidio. Además, el TP esquizotípico se asociaba también a un riesgo incrementado de depresión e intentos de suicidio. Además, los sujetos con un TP que se caracterizaban por su baja cooperatividad y baja autodirección tienen un riesgo incrementado tanto de intentos de suicidio como de suicidio consumado. 5.7.1.1 Trastorno depresivo mayor (TDM) Tradicionalmente, la depresión mayor ha sido considerada el diagnóstico más estrechamente relacionada con el suicidio. Además, Malone et al (1995) sugerían que la 317 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD presencia de depresión sería un factor necesario pero no suficiente para explicar de manera adecuada el comportamiento suicida. Asimismo, un dato curioso es que, en contra de lo que pudiera pensarse, el comportamiento suicida no parece estar relacionado con la severidad de la depresión (Cornelius et al, 1995; Malone et al, 1995). Los sujetos deprimidos que intentan el suicidio no muestran un mayor grado depresivo en lo que respecta a la severidad/intensidad o al número de episodios (Malone et al, 1995). Sin embargo, la presencia de una personalidad sensitiva sí que se ha asociado al suicidio entre los hombres con depresión severa (Bradvik & Berglund, 2001). No queda claro si la depresión melancólica implica o no un mayor riesgo de comportamientos suicidas (Hansen et al, 2003). La depresión psicótica es considerada un subtipo de depresión en la que se presenta ideación deliroide y/o alucinaciones (AMA, 1994). Serreti et al (1999) encontraron que la depresión psicótica se asociaba más frecuentemente a un TP del grupo A, especialmente el TP paranoide, y que los TPs del grupo B, particularmente el TP histriónico, se diagnosticaban más en las depresiones no psicóticas. Estos autores no pudieron replicar los hallazgos previos en los que sí se encontraba una asociación entre la depresión psicótica y un mayor riesgo de suicidio (Johnson et al, 1991; Roose et al, 1983). Por otra parte, aunque son numerosos los autores que han documentado que el diagnóstico de un TP tanto en depresiones mayores como no mayores se asocia a un mayor riesgo de suicidio (Corbitt et al, 1996; Isometsa & Henriksson et al, 1996) no todos los autores son de la misma opinión (Brieger et al, 2002). Además, aunque se suele asumir que la presencia de un TP comórbido tiene un impacto negativo en la depresión mayor, no hay buenos datos empíricos que sustenten esta afirmación (Brieger et al, 2002). Se podría hipotetizar que el diagnóstico de “sólo” un TP comórbido no sería suficientes para incrementar el riesgo de suicidio, siendo al menos necesaria la presencia de dos o más TPs comórbidos. También sería interesante saber si la presencia de un TP del cluster C pudiera tener un efecto protector, al menos en el número de intentos de suicidio, tal y como sugeríamos en un trabajo previo de nuestro equipo (Blasco Fontecilla, 2002). De hecho, Brieger et al (2001) encontraban que la presencia de un TP del grupo C en pacientes con depresión mayor no afectaba al curso de la misma. Fava et al (1996) señalan que los pacientes con depresión mayor de inicio precoz tienen una prevalencia mayor de TPs. Henriksson et al (1993) encontraban que la depresión mayor se asociaba al diagnóstico de TP en el 31% de los suicidas. Hansen et al (2003) también encontraba 318 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO que la depresión mayor no melancólica se asociaba a la presencia de un estilo de personalidad más vulnerable o a un TP franco, incrementando el riesgo de suicidio en ese subgrupo de pacientes. En otro estudio, los pacientes con depresión mayor y un TP del grupo A o B comórbido referían un mayor número de intentos de suicidio que los que tenían un TP del cluster C (Brieger et al, 2002). Rothschild & Zimmerman (2002) también encontraban que los pacientes deprimidos con TLP comórbido mostraban más intentos de suicidio. Corbitt et al (1996) estudiaron la relación entre los TPs y el comportamiento suicida en una muestra de 102 pacientes psiquiátricos ingresados con depresión mayor, usando entrevistas estructuradas. Encontraron que sólo había diferencias significativas entre los sujetos que intentaban el suicidio y los que no en relación al número de criterios del cluster B que cumplían, sobre todo del TLP, no siendo este el caso de los criterios de los cluster A o C. Reich (1998) sugería que el camino hacia el suicidio se podía alcanzar bien a través de los factores de personalidad o bien a través de los síntomas depresivos. Yen et al (2003) publicaban recientemente el primer estudio que examinaba prospectivamente la influencia de los diagnósticos del eje I en una muestra de 621 sujetos con un TP y encontraba que en los dos años de seguimiento, aquellos que intentaban el suicidio (9.3%), cumplían en su mayoría criterios para el TLP (77.6%) y a la inversa, que el 20.5% de los sujetos con TLP intentaban el suicidio durante el período estudiado. Además, no encontraron diferencias significativas entre los sujetos con depresión mayor que intentaban el suicidio y aquellos que no lo hacían. Finalmente, cuando los pacientes con depresión mayor tenían un diagnóstico comórbido de TP del grupo C, no solían tener más TPs comórbidos, mientras que los pacientes con depresión mayor con un TP del grupo B o A si tenían una mayor probabilidad de tener al menos otro (Brieger et al, 2002). La relación entre el TLP y los trastornos afectivos, sobre todo con la depresión mayor, es controvertida (Rogers et al, 1995). Son dos trastornos frecuentemente comórbidos (Joyce et al, 2003). Se ha sugerido que esta elevada comorbilidad sería debida a que los episodios depresivos mayores serían secundarios al TLP (Kernberg, 1967), a que el TLP sería una forma frustrada de trastorno afectivo (Akiskal, 1981), o a que ambos trastornos comparten similares factores de riesgo (Gunderson & Elliot, 1985). Hoy en día, la mayoría de los autores consideran que son dos trastornos distintos (de la Fuente et al, 2001; Soloff et al, 1991). Gunderson & Phillips (1991) concluían que los dos trastornos podían coexistir, pero que no estaban relacionados etiológicamente. Además, los trastornos del cluster B se considera que disminuyen el umbral 319 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD para los comportamientos suicidas y el trastorno depresivo mayor podría ser el factor desencadenante de los (Oquendo et al, 1997). Tal y como hemos señalado, los sujetos con ambos diagnósticos tienen un riesgo más elevado de conductas suicidas que aquellos que sólo tienen la el trastorno depresivo mayor (Corbitt et al, 1996; Kelly et al, 2000; Malone et al, 1995). Lo que no está aún claro es si la comorbilidad entre el TLP y el trastorno depresivo mayor incrementa o no el riesgo de los pacientes para los comportamientos suicidas más allá de lo que lo haría cada uno de los trastornos de manera independiente. Además, la suicidabilidad se asocia a los rasgos de personalidad del cluster B incluso si los pacientes no cumplen todos los criterios diagnósticos (Corbitt et al, 1996). En un estudio prospectivo, Mehlum et al (1994) no encontraban diferencias significativas en la tasa de trastornos afectivos en los pacientes con distintos TPs y el diagnóstico de TLP continuaba estando asociado a la suicidabilidad 2-5 años después. Sin embargo, en un estudio con pacientes con TLP se encontró que la presencia de ánimo depresivo, pero no la de un trastorno afectivo comórbido, estaba asociada a los antecedentes de comportamiento suicida (Soloff et al, 1994). De manera similar, la severidad del ánimo depresivo podría ser un mejor predictor del comportamiento suicida que el propio diagnóstico del trastorno depresivo mayor en los sujetos diagnosticados de TP (Yen et al, 2003). En el mejor estudio llevado a cabo hasta la fecha en este área, Soloff et al (2000) compararon 81 pacientes ingresados con TLP, 49 pacientes con TLP y trastorno depresivo mayor comórbido (TDM), y 77 pacientes ingresados únicamente con el diagnóstico de TDM. Los pacientes con ambos diagnósticos tenían un mayor número de intentos de suicidio y el mayor nivel de planificación objetiva del intento. Además, la desesperanza predecía la planificación objetiva en el grupo con ambos diagnósticos. También encontraban que los comportamientos suicidas eran más frecuentes en los pacientes con TLP – sobre todo si tenían un TDM comórbido, pero también sin el mismo- en comparación con la muestra de sujetos con TDM sin comorbilidad. El número de intentos de suicidio de por vida era predicho por el diagnóstico de TLP, por la comorbilidad, por el nivel de desesperanza y por la historia de comportamientos agresivos. No se encontraban diferencias significativas en la letalidad valorada por la Suicide Intent Scale (SIS) pero los sujetos con TLP mostraron una mayor letalidad en sus intentos que los sujetos que eran diagnosticados únicamente de TDM. Los autores concluían que los pacientes que presentan ambos trastornos son los que presentan un mayor riesgo de comportamientos suicidas y que no se debiera minimizar la importancia de sus intentos de suicidio en comparación con los realizados por los pacientes con un TDM. 320 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO Respecto al suicidio consumado, normalmente se acepta que un trastorno afectivo comórbido aumenta el riesgo de suicidio del TLP y viceversa, y que lo mismo sucedería con los trastornos por uso de substancias (Frances A et al, 1986). Los pacientes con TLP con un TDM comórbido son los que tienen historias de comportamientos suicidas con mayor frecuencia (Cheng et al, 1997) y que tienen un mayor riesgo de suicidio finalmente (McGlashan, 1986). Un reciente estudio prospectivo señalaba que el único factor de riesgo significativo para el suicidio era la comorbilidad entre el TLP y el TDM (Brown et al, 2000). Sin embargo, son varios los autores que no encuentran diferencias en la prevalencia de los trastornos afectivos cuando comparaban a los pacientes con TLP que consumaban el suicidio y los pacientes con TLP no suicidas (Kullgren, 1988; Paris et al, 1989). Hampton (1997) estableció que la consumación del suicidio en los sujetos con TLP no se relacionaba frecuentemente con un trastorno afectivo comórbido (Mehlun et al, 1994). Además, Kelsberg et al (1991) encontraban en los pacientes con TLP que consumaban el suicidio que no mostraban más síntomas depresivos que el grupo control, lo cual va en contra de lo que se sabe para el resto de población psiquiátrica y podría sugerir que los mecanismos que llevan al suicidio en los sujetos con TLP son distintos a los del resto de pacientes psiquiátricos. Finalmente, Heikikinen et al (1997) hacían hincapié en la importancia de los acontecimientos vitales estresantes, más que en los diagnosticos que se pudieran dar en el eje I o II. 5.7.1.2 Síndrome depresivo Isometsa & Henriksson et al (1996) encontraron en su estudio de autopsia psicológica que el síndrome depresivo que precedía al suicidio era en muchas ocasiones de intensidad menor que la del trastorno depresivo mayor. Suominen et al (2000) también encontraban que el trastorno depresivo no especificado se asociaba frecuentemente a los intentos de suicidio en los sujetos con un TP del cluster B. Ahrens & Haugh (1996) encontraban que una de las principales diferencias de los sujetos con un diagnóstico primario de TP que intentaban el suicidio, comparados con los sujetos con un TP que no lo intentaban, era que los primeros presentaban una mayor frecuencia de un síndrome depresivo. Sin embargo, dado que encontraban que sólo un 3% de los sujetos con un TP tenía un trastorno afectivo en el eje I, hipotetizaban que la suicidabilidad de los sujetos con TPs no era debida a la presencia de un trastorno afectivo mayor. Además, tal y como Schwartz et al (1974) señalan “la desesperación existencial debe ser distinguida de la enfermedad depresiva […]”. En mi opinión, este aserto refleja perfectamente la tendencia actual de los clínicos a diagnosticar casi cualquier manifestación depresiva aguda 321 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD como un trastorno depresivo mayor, probablemente en relación al uso simplista de las clasificaciones categoriales. Coincido con Kernberg, quien opina que se sobrediagnostica el trastorno depresivo mayor en los pacientes que intentan el suicidio. Este autor dice “en los trastornos de la personalidad severos el comportamiento suicida enraizado en el carácter coincide con la presencia de múltiples síntomas neuróticos, incluyendo la depresión caracterial, la reacción depresiva, o la depresión neurótica” (Kernberg, 2001). Además, cuando se evalúa un intento de suicidio en la sala de urgencias, es posible que la propia situación –el intento de suicidio ha sido realizado hace poco tiempo- contribuya a que el diagnóstico de un TDM sea más probable. Finalmente, hay muy poca información respecto a la relación existente entre un trastorno y un trastorno subumbral (Lecubrier, 2001) y de este último con el comportamiento suicida. 5.7.1.3 Depresión breve recurrente Angst et al (1990) proponían un subtipo de trastorno del humor, el trastorno depresivo recurrente (TDR), que tendría los mismos criterios diagnósticos del TDM, pero en el que la duración del cuadro sería menor a dos semanas, al menos una vez al mes, y que se prolongaría por un período de al menos un año. En la actualidad, es una entidad clínica bien definida, en la cual los sujetos deben cumplir los criterios sintomáticos de un episodio depresivo, pero sin durar dos semanas –generalmente duran sólo dos o tres días- y que ocurre al menos una vez al mes y no está relacionado únicamente con el ciclo menstrual (WHO, 1992; Pezawas et al, 2003). El trastorno depresivo recurrente ha sido asociado a un incremento del riesgo suicida. Montgomery et al (1983) han documentado la relación entre este trastorno y los intentos de suicidio. Lo que no está aún claro es si el riesgo de presentar intentos de suicidio es incluso mayor para los sujetos con este diagnóstico que para aquellos que presentan una depresión mayor. Angst et al (1990) encontraban que los pacientes con TDR presentaban una incidencia más elevada de intentos de suicidio que los que tenían depresión mayor. Asimismo, encontraban que los rasgos de personalidad histriónicos estaban relacionados al diagnóstico de TDR en mujeres, pero no en hombres, que los autores intentaron explicar por la baja frecuencia de hombres en el estudio. En un trabajo ulterior, sin embargo, encontraban lo contrario, es decir, que los que tenían un TDM presentaban un riesgo mayor de intentos de suicidio que aquellos con un TDR (Angst & Hochstrasser, 1994). Otros autores encuentran que el diagnóstico de un TDR en una consulta de primaria se asociaba a un mayor riesgo de intentos de suicidio (Maier et al, 322 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO 1994; Weiller et al, 1994). Finalmente, los sujetos que presentan comorbilidad entre el TDM y el TDR, también llamado depresión combinada, tienen una tasa mayor de intentos de suicidio que los que presentan uno de los dos diagnósticos (Montgomery et al, 1989; Angst & Hochstrasser, 1994). 5.7.1.4 Trastorno bipolar (TAB) La comorbilidad entre los TPs y el trastorno bipolar se estima en porcentajes del 4% al 12% en los estudios realizados en los años ochenta (Gaviria et al, 1982; Boyd et al, 1984), pero en estudios más recientes se habla de tasas en torno al 50-58% (Koenisbert et al, 1985; O´Connell et al, 1991; Peselow et al, 1995). Estas diferencias podrían ser debidas a las diferentes metodologías de evaluación de los TPs (Üçok et al, 1988). Los sujetos con TAB presentan comorbilidad principalmente con TPs del grupo B o C. Üçok et al (1998), usando la Structured Clinical Interview for DSM-III-R Personality Disorders (SCID-II), comparaban 90 sujetos bipolares ambulatorios con 58 sujetos control, encontrando que los tres clusters eran más frecuentes en los pacientes bipolares. También encontraban que los TPs más frecuentes eran el TP histriónico y el TP obsesivo-compulsivo, seguidos del TP paranoide y TP límite. Además, también encontraban que los intentos de suicidio eran significativamente más frecuentes en el grupo de pacientes bipolares. Desafortunadamente, no analizaron la influencia que pudiera tener el diagnóstico comorbido de un TP en los pacientes bipolares en relación al comportamiento suicida. Henry et al (1999) encontraron que, en su muestra de 72 bipolares I, un temperamento depresivo, cuando se comparaba con el temperamento hipertímico, se asociaba con una elevada historia de intentos de suicidio. 5.7.2 Trastorno relacionados con substancias Muchos sujetos diagnosticados de trastorno de la personalidad tienen problemas con el uso de substancias y viceversa. De hecho, el abuso de substancias es uno de los criterios del DMS-III para tanto trastrorno límite de la personalidad (TLP) como para el trastorno antisocial de la personalidad (Frances A et al, 1986). De hecho, es curioso como los estudios de seguimiento han encontrado que, curiosamente cuando se da la mejoría de los sujetos con trastorno límite de la personalidad, la tasa de depresión mayor y de abuso de substancias es sorprendentemente baja (Paris & Zweig-Frank, 2001). 323 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Hay una gran comorbilidad entre el TLP y los trastornos por uso de substancias (van den Bosch et al, 2001). El diagnóstico comórbido de abuso de substancias en los pacientes con TLP se asocia a una mayor frecuencia de comportamientos suicidas (Runeson & Beskow, 1991; Soloff et al, 1994). En un estudio de seguimiento de siete años con pacientes con TLP, aquellos con un diagnóstico de abuso de substancias comórbido mostraban más comportamientos automutiladores y suicidas que los que no presentaban esta comorbilidad (Links et al, 1995). Estos pacientes se percibían a ellos mismos como que tenían un mayor riesgo de suicidio cuando eran comparados con los sujetos sin comorbilidad o con aquellos que abusaban de substancias pero no tenían TLP o con aquellos que presentaban únicamente características aisladas del TLP. Además, en un estudio con 64 mujeres con TLP con/sin trastorno de substancias comórbido, se encontró que las que tenían la comorbilidad tenían un riesgo cuatro veces mayor de intentar el suicidio. Desafortunadamente, los autores no estudiaron la relación temporal entre los intentos de suicidio y el trastorno de substancias, siendo imposible concluir si los intentos de suicido eran el resultado de la disminución del umbral para los intentos de suicidio o reflejaban sobredosis sin intención suicida (Van den Bosch et al, 2001). Sobre la relación inversa, es decir, los pacientes con un trastorno por alcohol o por uso de substancias también es frecuente que tengan un TP comórbido (Bourgeois et al, 1999; van den Bosch et al, 2001). Por otra parte, los trastornos por uso de substancias, que están relacionados con la impulsividad y la agresividad, también están asociados con el comportamiento suicida (Bergman & Brismar, 1994). Los sujetos que usan heroína tienen unas tasas de mortalidad más elevadas que la de los sujetos pareados por edad y sexo (Hulse et al, 1999). Así, la tasa de mortalidad estandardizada (SMR) para los consumidores de heroína es unas 14 veces mayor que la de los sujetos pareados (Harris & Barraclough, 1997). La tasa de intentos de suicidio en los consumidores de heroína oscila entre el 17% y el 47%, siendo la depresión y las rupturas sentimentales los principales motivos aportados por los mismos (Darke et al, 2004). Rounsaville et al (1982) encontró en su muestra de 533 adictos a la heroína en tratamiento que el 54% cumplía criterios DSM-III de trastorno antisocial de la personalidad, siendo este TP el diagnostico del eje II más frecuente entre aquellos adictos que habían intentado el suicidio. En un estudio descriptivo, Mills et al (2004) encontraban en una cohorte de 210 jóvenes australianos de 18 a 24 años dependientes a la heroína que la prevalencia de trastorno antisocial (TAP) y de trastorno límite de la personalidad era del 75% y del 51% respectivamente. Además, un 17% había intentado el suicidio en el año anterior y un 32% tenía antecedentes de intentos de suicidio. Darke et al (2004) encontró en su 324 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO muestra de 615 consumidores de heroína que una historia reciente de intentos de suicidio se relacionaba con depresión mayor actual, con ideación suicida en la actualidad, con el diagnóstico de trastorno de estrés postraumático y con el de trastorno límite de la personalidad. Curiosamente, también encontraron que el diagnóstico de TAP no se asociaba a una historia de intentos de suicidio reciente, lo cual es similar a lo referido por Darke & Ross (2001). Respecto al alcohol, se calcula que entre el 15 y el 20% de las mujeres y el 30-40% de los hombres que intentan el suicidio abusan o dependen del alcohol (Rygnestadt et al, 1992). Lejoyeux et al (2000) encontraba una tasa de dependencia alcohólica del 23% entre los sujetos que intentan el suicidio, mientras que Suominen et al (1997) encontraban un 41%. Se calcula que en torno al 7-8% de los dependientes al alcohol consuman el suicidio (Inskip et al, 1998). Roy & Linnoila (1996) calcularon que el 21% de los suicidios se dan en alcohólicos, y a la inversa, que el 18% de los alcohólicos finalmente consuman el suicidio. La tasa de suicido para los hombre alcohólicos es 75 veces mayor que lo esperable para la población masculina general (Kessel, 1960). Beck & Steer (1989) decían que el alcoholismo era el factor predictor de suicidio consumado más importante. Hay distintos factores de riesgo para el suicidio en los alcohólicos, como estar separado o ser viudo, haber roto recientemente una relación, estar deprimido o bebiendo activamente y haber realizado previamente algún intento de suicidio (Roy, 1992). Henriksson et al (1993) encontraron que la dependencia alcohólica se asociaba al diagnóstico de TP en el 36% de los suicidios. Algunos autores han señalado que la dependencia alcohólica es especialmente frecuente en los sujetos que realizan múltiples intentos de suicidio en las valoraciones de urgencias. Reynolds & Eaton (1986) compararon 99 sujetos que habían intentado el suicidio en numerosas ocasiones con sujetos que habían realizado su primer intento de suicidio y encontraron que la historia de abuso o dependencia de alcohol era mucho más frecuente en el primer grupo. Lejoyeux et al (2000) encontraban que los alcohólicos evaluados en las emergencias, comparados con los no dependientes de alcohol, mostraban muchas más características antisociales, pero no encontraban una mayor frecuencia de intentos de suicidio. Koller et al (2002) encontraban en su muestra de 182 alcohólicos deshabituados que tenían puntuaciones más elevadas en impulsividad y agresividad, sugiriendo que esos rasgos de personalidad podrían ser unos factores muy importantes en la patogénesis de los intentos de suicidio en los sujetos alcohólicos. Sin embargo, no encontraron ninguna interacción entre los comportamientos impulsivo-agresivos y un TLP o TAP comórbido. 325 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Respecto a la relación suicidio-trastorno por uso de benzodiacepinas en el contexto de un poliabuso, se han realizado muy pocos estudios. Garvey & Tollefson compararon a 5 sujetos con un trastorno por uso de benzodiacepinas con 66 pacientes psiquiátricos, que los primeros presentaban un mayor porcentaje de intentos de suicidio, pero hay que tener en cuenta que se trata de una muestra muy pequeña. Además, los autores no investigaron cuales eran los factores que se relacionaban con el comportamiento suicida. Lekka et al (2002) compararon 55 consumidores habittales de benzodiacepinas con dos grupos control, uno de ellos psiquiátricos, y los parearon para características demográficas, encontrando que el único factor independiente que se asociaba a los antecedentes de intentos de suicidio era la presencia de un TLP comórbido. Finalmente, fumar también se ha relacionado con un aumento del riesgo suicida (Davey et al, 1992; Hemenway et al, 1993; Tanskanen et al, 1998). Mann et al (1999) encontraban que la asociación entre el hábito tabáquico y los actos suicidas era independiente de la asociación entre la enfermedad psiquiátrica y fumar. 5.7.3 Trastornos de ansiedad Algunos estudios prospectivos han señalado que los pacientes neuróticos tienen un riesgo aumentado de mortalidad debida al suicidio (Noyes, 1991). Sin embargo, estos estudios tienen fallos metodológicos y carecen de validez diagnóstica, ya que, por ejemplo, no tienen en cuenta la influencia de variables de confusión, como las depresiones neuróticas, los trastornos de la personalidad o la dependencia alcohólica (Miles, 1977). Tradicionalmente, los trastornos de ansiedad per se han sido considerados como un factor de riesgo no muy importante del comportamiento suicida. En un estudio de 129 sujetos hospitalizados tras un intento de suicidio, encontraron una asociación con los trastornos de ansiedad, pero la misma estaba condicionada por la comorbilidad con trastorno afectivo, el abuso de substancias o un trastorno de la personalidad antisocial. Sin embargo, la presencia de un trastorno del eje II podría amplificar la influencia de los trastorno de la ansiedad en el suicidio. En un estudio llevado a cabo por nuestro equipo (Blasco-Fontecilla, 2006), 110 (34.8%) de los 318 sujetos que intentaron el suicidio tenían al menos el diagnóstico de un trastorno de ansiedad, siendo el diagnóstico del trastorno de ansiedad generalizada el diagnóstico más frecuente de los trastornos de ansiedad. La comorbilidad con algún trastorno del eje II era la regla. El TP comórbido más frecuente era el TP límite (25.6%), el TP evitativo (22.2%) y el TP 326 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO paranoide (15.5%). Nuestros resultados eran similares a los que Henriksson et al (1993), quienes encontraban que los trastornos de ansiedad se asociaban al diagnóstico de trastorno de la personalidad en la mitad de las víctimas de suicidio. Hay que tener en cuenta que, desde un punto de vista clínico, no es raro que se encuentre comorbilidad entre los trastornos de la personalidad y los trastornos de ansiedad. De igual manera, también existe una gran controversia sobre la relación trastorno de pánico-comportamiento suicida. Las tasas de intentos de suicidio en los sujetos con este trastorno oscilan de un 2% a un 42% (Weissman et al, 1989; Noyes et al, 1991; Friedman et al, 1992; Lepine et al, 1993). Mientras algunos autores consideran que este diagnóstico se asocia a un muy elevado riesgo de intentos de suicidio (Iketani et al, 2004), varios estudios prospectivos han encontrado una falta de asociación estadística entre el trastorno de pánico y los intentos de suicidio (Brown et al, 2000; Warshaw et al, 2000; Yen et al, 2003) y lo mismo sucedía en un reanálisis del estudio del Epidemiologic Catchment Area (ECA), en el que este trastorno no se asociaba a un aumento del riesgo de intentos de suicidio cuando se controlaba la comorbilidad con otros trastornos (Horning & McNally, 1995). Warshaw et al (2000) concluían que el trastorno de pánico per se, sin otros factores de riesgo asociados, no era un factor predictor de comportamiento suicida. Iketani et al (2004) incidía en la falta de valoración de la comorbilidad en los estudios previos. Se podría sugerir que las discrepancias entre los distintos estudios se deben a que no se tuvo en cuenta la influencia de la comorbilidad, particularmente de la influencia de los trastornos de la personalidad. Friedman et al (1992) encontraron una tasa de comportamiento suicida del 2% en los pacientes con un trastorno de pánico puro, mientras que este se incrementaba al 25% cuando había un TLP comórbido. Finalmente, otros autores se han centrado en las diferencias que hay entre los ataques de pánico de inicio precoz de los que tienen un inicio más tardío. Se ha sugerido que el primer grupo tiene una elevada carga genética (Battaglia et al, 1995) y podría ser una subcategoría de trastorno de pánico con una base biológica distinta (Segui et al, 1999). Goodwin & Hamilton (2002) encontraron que el trastorno de pánico de inicio precoz –antes de los 20 años- se asociaba a un incremento de la prevalencia de abuso de substancias y trastornos afectivos mayores, al TAP, a la ideación suicida y a los intentos de suicidio, entre otros. La mitad de esos individuos tenían ideación suicida y el 20% tenían antedecentes de intentos de suicidio. Estas cifras son 3-14 veces mayores que las que presentan los sujetos con otros tipos de ataques de 327 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD pánico. Iketani et al (2004) también encontraba que el grupo con este trastorno tenía una mayor prevalencia de intentos de suicido serios cuando se comparaban al grupo de inicio tardío. Además, en su estudio, todos los sujetos que habían realizado un intento de suicidio severo tenían un TP comórbido. Tanto los TPs del cluster A como del cluster B eran más frecuentes de lo esperable. Cuando se hizo un estudio de regresión logística, se encontró una asociación estadísticamente significativa entre los intentos de suicidio y la presencia de un TP del grupo B, particularmente el TP límite y el TP histriónico. Placidi et al (2000) señalaban la escasez existente de estudios sobre la relación entre la impulsividad, la agresividad y la ansiedad. En su estudio con pacientes con depresión mayor, encontraron que la relación entre agresividad e impulsividad y los antecedentes de intentos de suicidio era independiente de la presencia de síntomas de ansiedad o trastorno de pánico. Aunque se ha documentado fehacientemente que la agresividad y la ideación suicida se dan durante los ataques de pánico, poco es lo que se ha investigado sobre la relación entre la agresividad y el ataque de pánico, tal y como señalan Korn et al (1997). Estos autores encontraron tasas elevadas de ideación suicida, comportamiento agresivo y suicida, y un elevado riesgo de comportamiento suicida o violento durante el ataque de pánico en los pacientes diagnosticados de ataque de pánico puro. También encontraban tasas elevadas de ideación suicida y homicida, agresividad y destrucción de la propiedad privada –pero no comportamientos suicidas en los pacientes con ataques de pánico y depresión mayor comórbida. Encontraron, asimismo, una elevada correlación entre medidas de impulsividad, auto/heteroagresividad, comportamiento suicida y heteroagresivo y el ataque de pánico, sugiriendo que aquellos individuos con comportamientos crónicamente impulsivos y agresivos –por ejemplo, los que tienen un TP límite- eran los que con mayor probabilidad experimentarían pérdida de control durante los ataques de pánico. Esto está en concordancia con lo relatado por Fava (1990), quien encontraba que entre los pacientes con depresión mayor y trastorno de pánico comórbido, aquellos que tenían problemas a la hora de regular los comportamientos impulsivos y agresivos eran los que presentaban el mayor riesgo de ideación suicida y de comportamiento agresivo o suicida. Goodwin & Hamilton (2003) hipotetizaban sobre la posible relación entre el trastorno antisocial de la personalidad (TAP) y los trastornos de ansiedad, quejándose sobre la falta de datos sobre la misma. Tomasson & Vaglum (2000) daban cifras muy elevadas (61%) de trastornos de ansiedad en pacientes con TAP y trastornos por uso de alcohol –el 43% eran 328 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO diagnosticados de pánico/agorafobia-. Goodwin & Hamilton (2003) también encontraban que el 53.3% de los adultos diagnosticados de TAP cumplían criterios para algún trastorno de ansiedad a lo largo de la vida. Algunos autores han dicho que la asociación entre el TAP y el trastorno obsesivo compulsivo (Hollander et al, 1996; Kolada et al, 1994). Goodwin & Hamilton (2003) sugerían que algunos comportamientos antisociales se darían para manejar la ansiedad debido a la carencia en estos individuos de los recursos emocionales que se requieren para resolver los problemas y manejar la frustración de manera más efectiva. Ellos sugerían que, en contra de datos previos, en los que se postulaba que la ansiedad podría descender el riesgo suicida en estos sujetos –basándose en la idea de que el miedo protege del suicidio (Placidi et al, 2000)-, la ansiedad podría incrementar la vulnerabilidad al comportamiento suicida en los sujetos antisociales. Ellos encontraban que, tras controlar la influencia de la depresión, del alcohol y del abuso de substancias, la presencia de un trastorno de ansiedad comórbido en sujetos con TAP incrementaría la probabilidad de los comportamientos suicidas. Además, ellos también encontraban que, en la ausencia de trastornos de ansiedad, la probabilidad de que los sujetos con un TAP tuvieran una depresión mayor era menor, lo que sugería que la ansiedad podría jugar un papel fundamental en la relación entre el TAP y la depresión mayor. Esto es compatible con la descripción clásica de la frialdad emocional de los psicópatas (Frick & Ellis, 1999; Goodwin & Hamilton, 2003): si los sujetos no son capaces de sentir ansiedad, es más probable que sean diagnosticados de psicópatas, y por lo tanto, no se deprimirían de manera genuina, siendo el riesgo de suicidio menor en estos individuos. Los estudios que evalúan la relación entre los trastornos disociativos y el suicidio también son muy escasos, a pesar de que –gracias al trastorno de personalidad múltiple- estos trastornos son muy populares en los EE.UU. Ross & Norton (1989) hacen hincapié en lo duro que es diagnosticar un trastorno de personalidad múltiple, señalando que la mayoría reciben otros diagnósticos. Estos autores explican que dos de las manifestaciones más frecuentes de este trastorno son la ideación y el comportamiento suicida: en su muestra de 236 pacientes, el 72% había intentado el suicidio al menos una vez y el 2.1% lo había consumado. Estos datos son sorprendentemente similares a los dados por Putnam et al (1986), que estimaba que la tasa de intentos de suicidio como primera manifestación de este trastorno rondaba el 70%. En una muestra de 100 pacientes, estos autores encontraban frecuentemente síntomas depresivos y disociativos, así como antecedentes de traumas psiquiátricos en la infancia, especialmente abuso en la infancia. El abuso en la infancia de cualquier tipo ha sido asociado a los trastornos 329 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD disociativos -particularmente al trastorno de personalidad múltiple (Boor, 1982; Coons et al, 1988; Darves-Bornoz et al, 1996)-, a los trastornos conversivos, a los trastornos somatomorfos, , al trastorno de estrés postraumático, al TLP, a la depresión, a la promiscuidad sexual y a un bajo rendimiento escolar (Paoluci et al, 2001) y, finalmente, a la bulimia nervosa (Matsunaga et al, 1999). Kaplan et al (1995) estudió el comportamiento suicida en una muestra de pacientes psiquiátricos ambulatorios y encontró que el abuso en la infancia y de adulto, se relacionaba con comportamientos suicidas más precoces y con un mayor número de intentos de suicidio. Entre los individuos con antecedentes de abuso sexual, aquellos que tenían comportamientos suicidas eran los que tenían mayores niveles de depresión, somatización y disociación. Esto podría ser usado como una manera de identificar a los pacientes con más riesgo de presentar comportamientos suicidas con el objetivo de prevenirlos. En una muestra de 51 mujeres que habían sido abusadas sexualmente, Anderson et al (1993) encuentran que el 88.2% ha presentado un trastorno disociativo, el 54.9% presenta una personalidad múltiple, y tienen además tasas elevadas de otros diagnósticos como el de trastorno límite de la personalidad, abuso de substancias o depresión, así como de comportamientos suicidas. Fetkewicz et al (2000) también señalaba que los intentos de suicidio eran más frecuentes los sujetos con trastorno de personalidad múltiple después de haber sido diagnosticados del mismo. En un interesante estudio realizado por Yargic et al (1998) se compararon 20 pacientes con trastorno de personalidad múltiple con un grupo de 20 pacientes con otros diagnósticos –esquizofrenia, trastorno de pánico y epilepsia parcial compleja—usando dos escalas, la Dissociative Disorders Interview Schedule (DDIS) y la Dissociative Experiences Scale (DES). Encontraron que los sujetos con trastorno de personalidad múltiple no sólo habían recibido más diagnósticos, sino que tenían una tasa de intentos de suicidio más elevada. Por otra parte, Kaplan et al (1998) asociaba la sintomatología disociativa con los comportamientos agresivos y, más específicamente con los comportamientos suicidas, pero no con los homicidas. Finalmente, algunos estudios han señalado que los sujetos que intentan el suicidio soportan mejor el dolor y Orbach et al (1996, 1994) lo atribuyen a los mecanismos disociativos inherentes a las tendencias suicidas, que se relacionan con la insensibilidad al dolor y a la indiferencia a sus propios cuerpos. Respecto a la relación entre el trastorno de estrés postraumático (TEPT) y el TLP, Zlotnick et al (2003) encuentran que su muestra de mujeres, la presencia del TEPT no incrementaba el grado de patología del TLP y la comorbilidad psiquiátrica, pero si aumentaba la 330 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO probabilidad de hospitalización, la disfunción general, y la tendencia a la impulsividad y al suicidio. Además, Yen et al (2003) encontraban que el TEPT no se asocia significativamente a los intentos de suicidio una vez que se controla la presencia de TLP. Rechlin et al (1997) también señalaban que las pseudocrisis estaban frecuentemente asociadas a los síntomas depresivos, a los trastornos impulsivos –bulimia nervosa, abuso de substancias, TAP y TLP-, así como al comportamiento autodestructivo y a los comportamientos suicidas, sugiriendo que los pacientes con pseudocrisis podrían tener una importante alteración de la regulación afectiva y de los impulsos. 5.7.4 Trastornos alimentarios (TA) El riesgo de intentos de suicidio y de suicidios consumados de los sujetos con un trastorno alimentario es comparable al de otros trastornos mentales graves (Harris & Barraclough, 1997; Favaro & Santonastaso, 1997; Corcos et al, 2002). Viesselman & Roig (1985) dicen que el 46-60% de los pacientes con un trastorno afectivo presenta ideación autolítica, el 20% tienen antecedentes de intentos de suicidio y el 40% de los mismos eran potencialmente letales. Favaro & Santonastaso (1997) encontraron que el 29% de los sujetos con este diagnóstico presentan ideación suicida. Youseff et al (2004) encuentran que un 23.7% intentaban el suicidio y Milos et al (2004) refería un muy similar 26%. Esta tasa es unas cuatro veces mayor que la prevalencia de por vida de intentos de suicidio en las mujeres de las sociedades occidentales (Weissman et al, 1999). En general, se considera que el riesgo de intentos de suicidio es mayor en los pacientes con bulimia nerviosa (BN) que en los que tienen anorexia nerviosa (BN). Los resultados aportados por Youseff et al (2004) apoyan esta creencia, ya que en su muestra, el 28.6% de los pacientes con BN presentaban intentos de suicidio, comparados con el 21.4% de los pacientes con AN. Herzog et al (1992) encontraban una historia de intentos de suicidio en el 10% de los pacientes con AN restrictiva, un 22% en AN purgativa y 13% en bulímicas de peso normal. Favaro & Santonastaso (1997) encontraban que los sujetos que intentaban el suicidio eran mayores, con una mayor duración de la enfermedad, y pesaban menos en el caso de tener el diagnóstico de AN, y los que eran diagnosticados de BN tenían más síntomas psiquiátricos. 331 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Por otra parte, los que tienen un trastorno alimentario purgativo tienen más frecuentemente antecedentes de de intentos de suicidio (Milos et al, 2004; Youssef et al, 2004). Estos hallazgos podrían confirmar la hipótesis de que los comportamientos purgativos se asocian a un control de impulsos anormal (Lacey & Evans, 1986; Fahy & Eisler, 1986) y que la impulsividad es un precursor importante de los intentos de suicidio (Mann et al, 1999). Además, los pacientes con una historia de intentos de suicidio repetidos se encontraba sólo en los trastornos alimentarios purgativos (Milos et al, 2004). Además, los sujetos con antecedentes de intentos de suicidio eran más frecuentemente diagnosticados de un trastorno en el eje I – especialmente, trastornos afectivos- y con TPs del grupo B que aquellos pacientes que no presentaban esos antecedentes. Dado que los TPs del grupo B se caracterizan por sus dificultades en el control de impulsos, este hallazgo da soporte a la hipótesis de que hay una relación entre los intentos de suicidio y la impulsividad. Por otra parte, las tendencias suicidas se podrían resolver paralelamente a la remisión de los síntomas bulímicos (Lehoux et al, 2000). Hay pocos datos de la influencia de los rasgos de personalidad –aparte de la impulsividad- en los intentos de suicidio en aquellos con un trastorno alimentario (Youssef et al, 2004). Se ha encontrado que aquellos sujetos con un TA y que intentan el suicidio serían más obsesivos que aquellos que no intentan el suicidio (Favaro & Santonastaso, 1997). Se ha encontrado un mayor nivel de comportamiento obsesivo en sujetos que intentan el suicidio tanto con BN como con AN cuando se compara con aquellos que no intentan el suicidio, y lo mismo se encontraba al comparar a los que tienen múltiples intentos de suicidio con los que no (Favaro & Santonastaso, 1996). Por otra parte, los pacientes con un TA tienen unas tasas elevadas de comorbilidad con trastornos tanto del eje I como del eje II (Braun et al, 1994; Herzog et al, 1996; Milos et al, 2003). Esa elevada comorbilidad podría contribuir al incremento de riesgo de los intentos de suicidio o de consumación del suicidio (Milos et al, 2004). Estos autores encontraron que la comorbilidad se daba especialmente con los trastornos de ansiedad, los trastornos afectivos y con los TP del cluster C. Ellos decían que el 72.9% de los pacientes mostraban al menos un trastorno en el eje I y un 68.1% al menos un diagnóstico en el eje II. Además, los sujetos con un TA que además intentan el suicidio tienen mayor comorbilidad. Wonderlich & Swift (1990) encontraban una estrecha relación entre los TA y el TP límite. Yamaguchi et al (2000) encontraban en su muestra de sujetos con TA que los pacientes con comportamientos suicidas presentaban con 332 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO mayor frecuencia trastornos de la personalidad (62.5%) comparado con los que no tenían comportamientos suicidas (20.0%), pero no se encontraban diferencias significativas en relación a diagnósticos específicos de los TPs. Además, los que intentaban el suicidio tenían puntuaciones más elevadas en autoimagen inestable, presentaban esfuerzos desesperados para evitar ser abandonados, tenían más inestabilidad afectiva y eran más perfeccionistas, lo que hacía concluir a los autores que los tres primeros rasgos de personalidad, que son típicos de los pacientes con TP límite y el último rasgo, que es típico del TP obsesivo, se relacionaban con el suicidio. Finalmente, encontraron actitudes sobreprotectoras en los padres de los pacientes con TA e intentos de suicidio. Desafortunadamente, los autores no analizaron si había diferencias de personalidad en los distintos subgrupos de los trastornos alimentarios, probablemente porque su muestra era pequeña. Desde un punto de vista clínico, el TP límite parece estar mucho más estrechamente relacionado con los TA purgativos, mientras que el TP obsesivo-compulsivo lo estaría con la AN restrictiva. La bulimia nerviosa (BN) es el más prevalente de los trastornos alimentarios (TA). Entre el 1% y el 3% de las jóvenes adolescentes lo presentan (APA, 1994). Los pacientes con BN tienen elevadas tasas de comorbilidad, tal y como hemos señalado previamente (Suzuki et al, 1993; Nagata et al, 2000). Los intentos de suicidio son más frecuentes cuando hay comorbilidad con los trastornos afectivos o los trastornos por substancias –incluido el alcohol- (Hatsukami et al, 1986; Suzuki et al, 1994; Wiederman & Pryor, 1996). En estudios recientes, la historia de intentos de suicidio oscila entre el 18% y el 49%, y se encuentran tasas similares en los sujetos con historia de automutilaciones (Fichter et al, 1994; Wiederman & Pryor, 1996; Favaro & Santonastaso, 1998). Por otra parte, los síntomas bulímicos se han asociado estrechamente a la impulsividad. Lacey & Evans (1986) usaban el término de “multiimpulsividad” para referirse a los pacientes con BN que mostraban múltiples comportamientos impulsivos. Fichter et al (1994) definían la “multiimpulsividad” como la presencia de al menos tres de los siguientes comportamientos: autolesiones, intentos de suicidio, robo en tiendas, abuso de alcohol, abuso de drogas o promiscuidad sexual. Estos autores comparaban a 32 mujeres multiimpulsivas con 32 mujeres con BN sin datos de que presentaran alguno de esos seis comportamientos impulsivos, encontrando que el grupo multiimpulsivo presentaba una mayor psicopatología y un funcionamiento psicosocial más pobre. Sin embargo, la multiimpulsividad no se asociaba a una mayor severidad de los trastornos afectivos, lo que sugería que la impulsividad y los trastornos de la alimentación eran dos problemas independientes, aunque podría haber una unión entre la 333 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD BN y la automutilación (Fichter et al, 1994; Welch & Fairburn, 1996; Nagata et al, 2000). Una cuestión importante es si la impulsividad en los sujetos con un TA es secundario o no a otros procesos como podría ser un TP multiimpulsivo (Lacey, 1993). Nagata et al (2000) estudiaron la presencia de multi-impulsividad en 60 pacientes con AN restrictiva (AN-R), 62 pacientes con AN con atracones/purgativa (AN-BP), 114 pacientes con bulimia nerviosa purgativa (BN) y 66 sujetos control. La multi-impulsividad era más frecuente en el grupo de BN (un 18% la presentaban). Además, los sujetos con BN que presentaban multi-impulsividad tendían a mostrar más comportamientos impulsivos antes de que el trastorno alimentario se desencadenara y el 80% tenían antecedentes de intentos de suicidio o automutilación antes de la aparición de la BN, siendo la edad de automutilación y de los intentos de suicidio más baja que la de los sujetos con BN pero no multi-impulsividad. Esto sugiere claramente que la impulsividad no era una consecuencia de los caóticos comportamientos alimentarios que presentan estos pacientes. Por otra parte, los autores también encontraron que la multi-impulsividad se asociaba –pero de manera marginal- a la pérdida de alguno de los padres en la infancia y con la presencia aumentada del TP límite –el 27% de los pacientes con bulimia multi-impulsiva cumplían criterios para TLP-, concluyendo que la multi-impulsividad era probablemente multifactorial. En relación a otros rasgos de personalidad distintos a la impulsividad, Youseff et al (2004) encontraba que en un subgrupo con BN-purgativa (BN-P), algunos rasgos de personalidad medidos por el MMPI-2 se asociaban al riesgo de comportamientos suicidas. Los rasgos eran el de “psicastenia” –incluye ideación obsesiva, rituales compulsivos y miedos exagerados-, el de “ira” –los sujetos que lo presentan son irritables, tozudos, pierden el control fácilmente y pueden llegar a ser físicamente violentos- y el de “miedos”-se refiere a sujetos que presentan fobias-. Thompson et al (1999) sugerían que la presencia de tanto un trastorno alimentario como de comportamiento agresivo –que es especialmente frecuente en los TPs del cluster B- indicaba un mayor riesgo de intentos de suicidio. Respecto a la Anorexia Nervosa (AN), la tasa de mortalidad del trastorno es del 5.6% por década, siendo el suicidio la segunda causa de muerte en estos pacientes, sólo superado por las complicaciones propias del trastorno (Sullivan, 1995; Herzog et al, 2000). Milos et al (2004) encontraban que la tasa de ideación suicida era mayor en los pacientes con AN comparado con la de los pacientes con BN e hipotetizaban que la inanición era una forma de autoagresión que deriva en un considerable estrés y podría contribuir a que estos pacientes tengan una mayor frecuencia de ideación suicida. En relación a los rasgos de personalidad que se relacionarían con 334 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO los comportamientos suicidas, Youseff et al (2004) encontraban que algunos rasgos de personalidad medidos por la MMPI-2 se asociaban a un mayor riesgo de comportamientos suicidas, siendo distintos en la AN-restrictiva (AN-R) y en la AN-purgativa (AN-P). El grupo de la AN-R que intenta el suicidio puntúan más en los rasgos de “hábitos antisociales” y el rasgo “depresión” –este rasgo reflejaría no sólo sentimientos pesimistas, de desesperación o desánimo, sino que también presentarían un sentimiento excesivo de responsabilidad, exageradas autodemandas y una tendencia al autocastigo, entre otros-. El subgrupo de AN-P se caracterizaba por elevadas puntuaciones en los rasgos de “histeria”, “desviación psicopática”, “timidez”, “hábitos antisociales”, “obsesividad” y “baja autoestima”. 5.7.5 Esquizofrenia Los pacientes diagnosticados de psicosis tienen un riesgo más elevado de suicido (Harris & Barraclough, 1997). Los factores de riesgo para los pacientes con esquizofrenia son ser hombre, joven, los primeros años de la enfermedad, tener historia de un trastorno por substancias y antecedentes de intentos de suicidio (Drake et al, 1985; Verodoux et al, 2001). Los pacientes esquizofrénicos son los que presentan un mayor riesgo de suicidio dentro de los pacientes psiquiátricos ingresados (Spiessl et al, 2002). Se ha investigado muy poco el papel de la comorbilidad con los rasgos y los trastornos de la personalidad en los pacientes psicóticos (Moran et al, 2003). Los pacientes esquizofrénicos con un trastorno antisocial comórbido (TAP) representan un subgrupo de alto riesgo para abuso de substancias severo, agresiones y problemas legales (Mueser et al, 1997). Los varones jóvenes esquizofrénicos que presentan rasgos antisociales y síntomas depresivos deben ser considerados un subgrupo especialmente en riesgo, siendo necesario que se realicen intervenciones específicas en estos pacientes (Evren & Evren, 2003). Moran et al (2003) encontraron en 670 pacientes psicóticos que la presencia de un TP comórbido se asociaba a un aumento del riesgo de comportamiento suicida tras controlar la potencial influencia de numerosas variables. Además, también encontraron que no sólo los TPs límite, TP “impulsivo” y TP antisocial estaban asociados a un incremento de los comportamientos suicidas, sino que la asociación con cualquier TP seguía aumentando el riesgo de suicidio, tras controlar la influencia de los tres TPs previamente referidos. En un trabajo posterior, Moran & Hodgins (2004) examinaban los factores correlacionados con el diagnóstico de TAP en su muestra de 232 hombres con un diagnóstico del “espectro esquizofrénico”, tres cuartas partes de los cuales habían cometido al 335 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD menos un crimen. Aunque las comparaciones realizadas entre los sujetos con y sin TAP revelaban que no había diferencias en el curso o sintomatología de la esquizofrenia, los modelos multivariantes confirmaron una estrecha relación entre el diagnóstico de TAP con el abuso de substancias, los problemas de atención/concentración, y con un rendimiento pobre en la escuela durante la infancia, mientras que en la época adulta se relacionaba con el abuso y dependencia de alcohol y con una “deficiente experiencia afectiva” (un estilo de personalidad caracterizado por la ausencia de culpa o remordimiento, la afectividad superficial, la falta de empatía, y el fallo para aceptar la responsabilidad de los actos propios). 5.7.6 Otros trastornos Los trastornos de la personalidad son frecuentes entre los jugadores patológicos. Blaszczynski & Steel (1998) encontraban que un 92% cumplían criterios para al menos un TP, particularmente del cluster B, y que la media de TPs diagnosticados era de 4.6 por sujeto. Specker et al (1996), sin embargo, sólo encontró un 25% de trastornos de la personalidad en su muestra de 40 jugadores patológicos. Estas elevadas diferencias entre los estudios podrían ser debidas a que en el primer estudio se usaba el Personality Disorder Questionnnaire-Revised, que se asocia a una baja especificidad en comparación con las entrevistas estructuradas (Hyler et al, 1990). Además, los sujetos con un TP antisocial o un TP narcisista muestran una mayor severidad en el problema del juego patológico (Blaszczynski & Steel, 1998). En relación al trastorno adaptativo, en un estudio retrospectivo con 119 pacientes con ese diagnóstico, se encontró que los pacientes que los que lo presentaban parecían tener un mayor riesgo suicida en el momento del ingreso. Además, dentro del grupo de los que tenían intentos de suicidio en el pasado, el 67% presentaba algún diagnóstico en el eje II, el 38% era diagnosticado de TP límite y el 25% de TP antisocial (Kryzhanovskaya & Canterbury, 2001). 5.8 Comorbilidad entre trastornos del eje II: el concepto del TP difuso Una de las principales críticas que se le hacen a las clasificaciones internacionales actuales es la gran comorbilidad existente entre los distintos trastornos de la personalidad, lo que hace que su validez discriminatoria sea muy baja. Se podría decir que la comorbilidad es la regla y no la excepción. Así, por ejemplo, cuando se usa el Personality Disorder QuestionnnaireRevised (PDQ-R modificado) se encuentra una media de 5.6 TPs comórbidos por individuo 336 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO (Hyler et al, 1988; Hyler et al, 1992). Otro ejemplo es la elevada mezcla de rasgos antisociales, límites y narcisistas que se daban en una muestra de hombres suicidas (Isometsa et al, 1996). Los sujetos que son diagnosticados de varios trastornos de la personalidad (TP) son más jóvenes que los que sólo tienen un TP (Brieger et al, 2002). Asimismo, los pacientes diagnosticados de TP límite con rasgos antisociales comórbidos tienen una mayor probabilidad de intentar el suicidio (Soloff et al, 1994), mientras que los rasgos histriónicos comórbidos se correlacionaban negativamente con una medida que evaluaba el riesgo de suicidio (Shearer et al, 1988). La comorbilidad entre el TP límite y el TAP se ha relacionado también con un aumento del riesgo de suicidio (Soloff et al, 1994; Stone, 1992). Cheng et al (1997) encontraron en tres grupos étnicos distintos de sociedades no occidentales que la comorbilidad estaba casi siempre (95% de los casos) asociada a la presencia de un TP por inestabilidad emocional y que el riesgo de suicidio era significativamente mayor tanto para el grupo con un TP simple como para los que eran diagnosticados de más de un TP, pero que en estos últimos el odds ratio era ocho veces mayor que el de los que tenían un TP simple. El término de “trastorno de personalidad severo” ha sido usado de distintas maneras. Algunos autores consideran la severidad desde un punto de vista clínico y consideran que algunos TPs, como el esquizotípico o el límite, serían severos, mientras que otros como el TP evitativo o el TP obsesivo-compulsivo serían menos graves (Skodol et al, 2002). Estos autores encontraban que los pacientes con los TPs que tradicionalmente se considera que son más graves tenían una peor adaptación y funcionamiento que el resto de sujetos con otros TPs menos graves. Recientemente, se ha sugerido el concepto de Dangerous Severely Personality Disorder (Home Office, 1999). Este concepto se aplicaría a los criminales con personalidades anormales que suponen un peligro para la sociedad (Moran, 2000) y que se origina en una escala desarrollada por Tyrer & Jonshon (1996). Este concepto no es clínico, sino más bien, un término socio-legal. El gobierno de Gran Bretaña ha impulsado el término en relación a su intento por abordar este tema y las implicaciones sociales que tiene (Home Office, 1999). No se ha resuelto cual debiera ser el papel del psiquiatra en el tratamiento. Por otra parte, tampoco se sabe cual es la relación de este concepto con los TPs de las clasificaciones internacionales, pero parece que incluiría a algunos sujetos con TP antisocial, TP límite, TP narcisista y TP paranoide. 337 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Por otra parte, se ha sugerido que a mayor número de trastornos de la personalidad en la misma persona, mayor será la patología de la misma (Oldham et al, 1992; Dolan et al, 1995). El solapamiento de los TPs ha sido propuesto como una medida de severidad. Además, cuando la comorbilidad es entre distintos clusters, estos sujetos se considera que son los más patológicos. Tyrer & Jonshon (1996) establecieron un nuevo sistema de clasificación de los trastornos de la personalidad (ver Tabla 25). Los pacientes diagnosticados de uno o más trastornos de la personalidad pero dentro del mismo cluster se consideraba que tenían un TP simple, mientras que cuando la comorbilidad se daban entre clusters distintos se hablaba de que tenían un TP difuso. Tabla 25. Sistema de clasificación de los trastornos de la personalidad por severidad (tomado de Tyrer & Jonshon, 1996) Nivel Clasificación Descripción 0 No hay trastorno de la Buena capacidad para establecer relaciones, unas razonablemente buenas personalidad 1 capacidades personales para manejarse en las temporadas difíciles Dificultad de la Tendencia para patrones duraderos de comportamiento que interfieren en personalidad el funcionamiento social en las temporadas estresantes y vulnerabilidad ocasional 2 Trastorno de la Anormalidades no generalizadas de la personalidad que son persistentes personalidad simple y que generan problemas importantes en las relaciones interpersonales y a nivel laboral y social (cumplen criterios para alguno de los trastornos de la personalidad de la CIE-10 o DSM-IV) 3 Trastorno de la Anormalidades generalizadas de la personalidad que incluyen a más de personalidad difuso uno de los cluster de la clasificación DSM-IV de los trastornos de la personalidad En un estudio de casos-control de autopsia psicológica, la comorbilidad de los TPs de más de un cluster se asociaba al riesgo de suicido consumado una vez que se controlaba la influencia de los trastorno del eje I (Schneider et al, 2005). Estos autores concluían que este hecho debiera ser considerado como un factor de riesgo específico del suicidio. Esta comorbilidad se asociaba a un incremento del riesgo de suicidio de 16 veces en los hombres y de 20 veces en las mujeres (comparado con el aumento de siete veces y seis veces el riesgo de suicidio que presentaban los hombres y mujeres respectivamente cuando tenían uno o más TPs pero del mismo cluster) después de controlar la influencia del eje I. Asimismo, en las mujeres los trastornos de personalidad del cluster B y en los hombres los TPs del cluster C contribuían de manera independiente al riesgo de suicidio en su modelo. 338 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO 5.9 La influencia de la edad La tasa de suicidio en la gente joven en las sociedades industrializadas se ha incrementado de manera importante en la última década (Houston et al, 2001). En los menores de 30 años prácticamente se ha triplicado en las últimas décadas (Rich et al, 1986). En las personas jóvenes el suicidio se ha relacionado con el abuso de substancias y con los trastornos de la personalidad, mientras que en los mayores de 30 se relaciona más con los trastornos emocionales y con los problemas cognitivos (Rich et al, 1986). El TP límite y el TP emocionalmente inestable son los TPs más frecuentes en los suicidas de diversas edades (Henriksson et al, 1993; Cheng et al, 1997; Foster et al, 1999). A pesar del aumento del suicidio en los jóvenes, las tasas de suicidio siguen siendo significativamente mayores en los mayores, especialmente en los hombres mayores que viven en los países industrializados (Szanto et al, 2001), donde los hombres de 75 años consuman el suicidio entre ocho y doce veces más frecuentemente que las mujeres de la misma edad, presentando la tasa más elevada de suicidio de todas las edades (Pearson et al, 1995). En un estudio realizado en los EE.UU, la relación de las tasas de suicido consumado para los hombres blancos de 85 años o mayores son de 53:1 comparado con las mujeres de la misma edad (Canetto, 1992; Hoyert et al, 1997). En la vejez, las conductas autolesivas son más letales (Lawrence et al, 2000). Los intentos de suicidio de los sujetos mayores (definido como los sujetos de 65 años o mayores), en contraste con los intentos impulsivos y con un carácter más “comunicativo” de los grupos más jóvenes, han sido generalmente planeados durante mucho tiempo y se usan métodos de alta letalidad (Szanto et al, 2002). Los factores de riesgo para los suicidios en los mayores distintos a los de las personas jóvenes. Desde un punto de vista psicopatológico, en los mayores, la ideación suicida, los intentos de suicidio, y el suicidio consumado se relacionan más frecuentemente con la depresión mayor y el papel de los trastornos de la personalidad parece ser de menor importancia (Szanto et al, 2001; 2002). En general, los trastornos de la personalidad parecen ser menos frecuentes en los sujetos mayores que en los jóvenes (Henriksson et al, 1995; Isometsa et al, 1996). La influencia de los rasgos de la personalidad y de los trastornos de la personalidad podría ser distinto según la edad. No está claro si existen diferencias de género o de edad en la distribución de los estilos de personalidad que se consideran factores de riesgo para los intentos de suicidio y el suicidio consumado (Szanto et al, 2001). Es posible que los rasgos y los trastornos de la personalidad que se asocian frecuentemente a los comportamientos suicidas en los jóvenes y en los mayores sean distintos, pero se ha investigado muy poco en éste área 339 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD (Duberstein et al, 1994). Cheng et al (1997) no encontraba diferencias significativas en la edad media en ninguno de los trastornos de la personalidad en su muestra de 116 suicidios evaluados usando un método de reconstrucción biográfica. Ellos encontraban una elevada tasa de trastornos de la personalidad en los sujetos de 35 años o más jóvenes (66%) y en los mayores (59%), siendo la edad media de 43.9 años (DT= 18.3) (38.9 años para las mujeres (DT= 16.9); 46.2 (DT= 18.6) para los hombres). En uno de los pocos estudios realizados hacer relativamente poco tiempo, Casey (1989) señalaba que no había diferencias en la escala SIS en los sujetos con trastornos de la personalidad en los distintos grupos, mientras que la SIS era mayor en los sujetos mayores sin un trastorno de la personalidad cuando se comparaba con los sujetos jóvenes. La mayoría de estudios fueron llevados a cabo hace muchísimo tiempo, encontrándose que la timidez, el aislamiento, la hipocondriasis, la hostilidad y el estilo rígido-independiente se asociaban al suicidio en las edades tardías de la vida (Batchelor & Napier, 1953; Clark, 1993; Farberow & Schneidman, 1970). Duberstein et al (1994) encontraban en los sujetos suicidas mayores de 50 años puntuaban más alto en neuroticismo y más bajo en apertura a la experiencia –este último factor sirve para describir a sujetos que se caracterizan por un rango constreñido de intereses, por sentirse cómodos en las situaciones familiares y por sus respuestas hedonistas y afectivas aplanadas-. Los autores hipotetizaban que estos rasgos hacían que la angustia fuera más difícil de detectar y les hacía menos adaptables a los cambios inherentes a la edad. En otro estudio con sujetos de 60 años o más, encontraron que los rasgos anancásticos y ansiosos –cualitativamente similares a la baja apertura a la experiencia se asociaba al grupo suicida (Harwood et al, 2001). Tal y como señala Conwell et al (2002), la relación de estos rasgos de personalidad con los trastornos depresivos, que son muy frecuentes en este grupo de edad aún no ha sido estudiado. Además, tal y como hemos señalado antes, la impulsividad tiende a disminuir con la edad (Vaillant, 1977), un proceso que podría reflejar maduración biológica. Respecto al papel de los trastornos de la personalidad, se ha estudiado muy poco su papel en los sujetos mayores, probablemente por la dificultad diagnóstica de los mismos en estas edades (Agronin & Maletta, 2000). La prevalencia de los TPs en los mayores en una muestra comunitaria era del 5% al 10% (Agronin, 1994), que es similar al 10-13% que se encuentra en todos los grupos de edad en muestras comunitarias (Depue, 1996; de Girolano & Reich, 1993). Además, Abrams & Horowitz (1996) llevaron a cabo un meta-análisis y encontraron una prevalencia del 10% en los TPs del DSM-III en gente de 50 años o mayor, tanto en muestras clínicas como no clínicas. El TP más frecuente era el TP obsesivo-compulsivo, el TP 340 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO dependiente, y el TP mixto (Agronin, 1994). Tal y como sucede con los TPs que se dan en la gente más joven, en los mayores también van acompañados de una elevada comorbilidad con trastornos del eje I, particularmente el trastorno depresivo mayor, que tendría peor pronóstico por la presencia de un TP (Agronin & Maletta, 2000). Los sujetos diagnosticados de un TP podrían estar infrarepresentados en las personas mayores porque el exceso de mortalidad de esas edades (Fishbain, 1991). El único estudio controlado que ha estudiado la relación suicidabilidad-trastorno de la personalidad no encontró diferencias significativas en la tasa de TPs en los sujetos mayores (Harwood et al, 2001). Por otra parte, hay que tener en cuenta que el único TP que se ha estudiado a largo plazo es el TP antisocial, y los datos indican que parece haber una tendencia a una ligera mejoría de este trastorno con la edad (Weiss, 1973; Black et al, 1995). También es cierto que los objetos con TP límite parecen mejorar en la edad media, pero no hay datos sobre su curso en las edades avanzadas de la vida (McGlashan, 1986; Paris et al, 1987; Rosowsky & Gurian, 1991). 5.10 La influencia de la gravedad del intento Tal y como se ha dicho previamente, los sujetos que intentan el suicidio y aquellos que finalmente lo consuman son dos poblaciones distintas pero, de alguna manera, solapadas. Los que lo intentan suelen ser mujeres, jóvenes y usan métodos no letales; los que lo consuman suelen ser hombres, mayores, es más raro que busquen ayuda antes de intentar el suicidio, usan métodos más letales y mueren más frecuentemente en el primer intento (Maris, 1981). Aunque muchos intentos de suicidio no son graves en naturaleza, si que implican un mayor riesgo de suicidio consumado (Stengel, 1972). Diversos autores han estudiado las diferencias entre los intentos severos y no severos. En general, los intentos no graves se asocian a la impulsividad, a la extrapunitividad, al comportamiento histriónico y buscador de ayuda, mientras que los intentos severos se asocian a los rasgos obsesivos, a la intropunitividad, a la depresión, a la desesperanza y a la anomia –alienación, aislamiento, desorganización y desmoralización- (Farberow, 1950; Crasilneck, 1954; Murthy, 1969; Vinoda, 1969; Wilson et al, 1971; Leonard, 1974; Wenz, 1975; Beck et al, 1975; Pallis & Jenkins, 1977; Pallis & Birtchnell, 1977). Otros autores no han encontrado diferencias significativas con ningún rasgo de la personalidad (Tarter et al, 1975; Wetzel, 1975). Pallis & Birtchnell (1977) compararon un grupo control con sujetos con intentos de suicidio graves y no graves, y encontraron que los perfiles de 341 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD personalidad de los sujetos que intentaban el suicido estaban más perturbados que los de los sujetos controles. Particularmente, los varones jóvenes con intentos de suicidio no serios eran los que tenían un perfil de personalidad más alterado, particularmente en las escalas de dependencia, hostilidad y baja convencionalidad, lo que sugería que los hombres tenían que tener una personalidad más alterada para realizar un intento de suicidio que las mujeres. Además, los sujetos que realizaban intentos de suicidio severos eran mayores, hombres y se parecían más al grupo de no suicidas. Los autores sugerían que los sujetos con intentos no serios podrían estar motivados no sólo por la autodestrucción y que sus rasgos hostiles, de dependencia y desconfiados podrían llevar a dificultades interpersonales. 342 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO Tabla 26. Características de personalidad de los sujetos que intentan el suicidio (cogida de Vinoda, 1966) AUTOR CARACTERÍSTICAS DE PERSONALIDAD Fairbank, 1932 Personalidades rígidas Stoneman, 1935 Marcada irritabilidad, ambivalencia, frustración sexual Williams, 1936 Inhabilidad para adaptarse a situaciones cambiantes debido a un componente narcisista integrado en la personalidad e introversión marcada Hopkins, 1937 Solitarios, introvertidos, asociales Raphael et al, 1937 Personalidades pobremente integradas Sievers & Davidoff, 1942 Personalidades pobremente integradas Wall, 1944 Temperamento rígido, extremo o cicloide o que no es necesitado por los demás Andies, 1947 Debilidad de carácter, maladaptación sexual, dificultad en establecer amistades Faris, 1948 Tipo “rajado”, dependiente, egocéntrico, con tendencia a la desorganización de la personalidad en las situaciones de desorganización social Teicher, 1947 Inseguro, inadecuado y exhibicionista Hendin, 1950 Personalidades inmaduras y asociales Batchelor, 1954 Personalidades vulnerables, sensibilidad patológica, timidez, aislamiento, dependencia excesiva, homosexualidad pasiva, timidez, disposición obsesiva con tendencia a la hipocondriasis Schneider, 1954 Rasgos anormales de la personalidad Sainsbury, 1955 Rasgos anormales de la personalidad 5.11 La influencia del sexo Son varios los autores que han señalado un exceso de hombres con un trastorno de la personalidad que intentan el suicidio (Casey, 1989; Pallis & Birtchnell, 1977). Cheng et al (1997) encontraban diferencias de género significativas en las tasas generales de los trastornos de la personalidad (hombres 70.6%, mujeres 48.9%; p < 0.02). En relación al TP límite, aunque se piensa que es más frecuente en las mujeres, los resultados sobre la prevalencia del trastorno en ambos sexos son inconsistentes (Jonshon et al, 2003). Murphy (1998) ha propuesto que la razón por la que los hombres consumarían más el suicidio que las mujeres sería porque los hombres consideran que pedir ayuda es un signo de debilidad y, consecuentemente, evitan la búsqueda de ayuda cuando tienen problemas. Las mujeres darían una mayor importancia a la interdependencia. El tener fuertes lazos interpersonales podría proteger a los hombres viejos del paso al acto suicida (Szanto et al, 2001). Por otra parte, el riesgo suicida parece ser mayor para 343 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD los hombres con un TP del cluster C, mientras que los TPs del cluster B lo serían para las mujeres (Schneider et al, 2005). Estos autores sugieren que en las mujeres un temperamento dramático y errático, y en los hombres un temperamento ansioso e inhibido, se asociarían al comportamiento suicida. 5.12 Acontecimientos vitales recientes La influencia de los factores medioambientales no compartidos sobre la patogénesis de los trastornos mentales es un área excitante de investigación (Horesh et al, 2003). Los acontecimientos vitales se relacionan con el inicio y recaída de los trastornos mentales (Paykel & Dowlatshahi, 1988). La exposición a los acontecimientos vitales, además, no es aleatoria pero se asocia a variables sociodemográficas, medio ambientales, genéticas, personales y psicopatológicas (Heikkinen et al, 1997). Además, hay una evidencia creciente de que algunos acontecimientos vitales se relacionan con determinados rasgos de personalidad (Poulton & Andrews, 1992), con los trastornos de la personalidad (Samuels et al, 1994) y particularmente con el TP límite (Horesh et al, 2003). El abuso por los cuidadores, más que la separación o la pérdida, es lo que se ha asociado al TP límite (Zanarini et al, 1989). Sin embargo, Liotti & Pasquini (2000) han encontrado recientemente que la pérdida de una figura a la que nos vinculamos en los dos primeros años de la vida y las experiencias vitales traumáticas podrían influir en la presencia de un TP límite. Además, parece que el abuso sexual, incluido el incesto, está más estrechamente relacionado al TP límite en las mujeres (Stone et al, 1988; Paris et al, 1994a), mientras que el abuso físico tendría un rol más patogénico que el abuso sexual en los hombres (Jason et al, 1982; Paris et al, 1994b). En éste capítulo nos centraremos en la influencia que ejercen los acontecimientos vitales recientes sobre los sujetos con un TP como factores precipitantes de los comportamientos suicidas. A los autores interesados en el área de la influencia de los acontecimientos vitales sobre los trastornos mentales, se les recomienda la lectura del artículo de Horesh et al (2003). Se ha encontrado un exceso de acontemcimientos vitales adversos en varios estudios que usan grupos control. Los autores interesados encontrarán interesante la revisión al respecto llevada a cabo por Heikkinen et al (1993). Los acontecimientos vitales recientes (AVR) podrían incrementar el riesgo de suicidio en los pacientes con alto riesgo de suicidio (Welch & Linehan, 2002), pero se sabe poco de los sujetos que intentan o consuman el suicidio y tienen el 344 Hilario Blasco Fontecilla PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD Y SUICIDIO diagnostico de trastorno de la personalidad (Heikkinen et al, 1997). Puede que actúen como precipitantes de los pacientes de alto riesgo que están en plena crisis suicida (Pompili et al, 2004). Lecubrier (2001) hipotetizaban que la depresión podía ser un factor necesario para los comportamientos suicidas debido a su propensión a generar ideación suicida en los sujetos que la padecen, y que los trastornos de ansiedad podrían actuar como precipitantes en un sujeto predispuesto. Parece que los acontecimientos vitales recientes son de mayor importancia en la conducta suicida de los pacientes depresivos que en la de los pacientes esquizofrénicos (BacaGarcía et al, 2005). Las evaluaciones que se hacen de los acontecimientos vitales no debieran estar basadas en los juicios de valor o en los prejuicios sociales (Holmes & Rahe, 1967). Uno de los frecuentes sesgos en éste área es sólo considerar como nocivos o precipitantes de las conductas suicidas aquellos acontecimientos que son adversos, como sucede con el estudio realizado por Heikkinen et al (1997). En un estudio realizado con 80 pacientes -34 con trastorno depresivo mayor, 22 con trastorno límite de la personalidad, y 24 con TP límite y trastorno depresivo mayor-, los sujetos que intentaban el suicidio referían tener más acontecimientos vitales estresantes –incluso aquellos considerados como “neutrales” desde un punto de vista social- que los sujetos que no intentaban el suicidio (Kelly et al, 2000). Ellos encontraron que cualquier cambio significativo, “positivo” o “negativo”, puede ser experimentado como un estrés, incrementándose con ello el riesgo de comportamiento suicida in un sujeto vulnerable diagnosticado de TP límite y/o depresión mayor. El concepto de ajuste social –una medida general del funcionamiento de la persona en el trabajo, en las relaciones interpersonales, en la familia, y en relación al soporte social- se ha relacionado estrechamente a los AVR (Kelly et al, 2000). Estos autores señalan como cuando el ajuste social es mayor, disminuye el riesgo de suicido (Kelly et al, 2000). Respecto a los pacientes diagnosticados con un TP, estos podrían tener un riesgo incrementado de suicidio por su preponderancia de acontecimientos vitales (Seivewright et al, 2000). El comportamiento suicida es una consecuencia importante del TP límite, pero sorprendentemente, hay una escasez alarmante de trabajos enfocados al posible papel de los acontecimientos vitales recientes como posibles factores precipitantes en los sujetos con éste u otro TP (Kelly et al, 2000). El diagnóstico de un TP lleva implícito las dificultades para adaptarse, para manejar las situaciones estresantes y la falta de flexibilidad (Millon, 1969). En consecuencia, estos sujetos suelen tener problemas para adaptarse a los AVR, que ellos pueden 345 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD vivir como estresantes al carecer de los recursos necesarios para crear soluciones adaptativas a los mismos, lo que les pondría en una situación de vulnerabilidad para la realización de algún comportamiento suicida. Los AVR pueden ser factores precipitantes para el suicidio en los sujetos en riesgo, particularmente en aquellos con un TP límite, ya que estos se caracterizan por sus estrategias maladaptativas (Rietdijk et al, 2001). Runeson & Beskow encontraron que los AVR estresantes se asociaban a la muerte por suicidio en los adolescentes con TP límite. Young & Gunderson (1995) encontraron también que los adolescentes con TP límite tenían más riesgo de comportamiento suicida si se percibían a ellos mismos como alienados de su familia y si tenían un funcionamiento alterado, lo cual no es fácil de detectar por los familiares. Kelly et al (2000) encontraron que la presencia de AVR en casa, en el medio familiar o los problemas financieros, todos ellos incrementaban la posibilidad de que los pacientes con depresión mayor, con TP límite o con ambos presentarán comportamientos suicidas. Estos autores también encontraron que el status de sujeto que intenta el suicidio se predecía por el diagnóstico de TP límite o por el bajo ajuste social en la unidad familiar, y particularmente por la interacción de ambos factores. De hecho, los pacientes diagnosticados de TP límite tenían 16 veces más probabilidades de tener intentos de suicidio que los sujetos deprimidos. Dentro de los diferentes factores estresantes, el alta hospitalaria también debiera ser considerada (Links et al, 2003). Por otra parte, se ha encontrado que los pacientes con TP límite tenían un riesgo mayor de comportamientos suicidas cuando el alta era inminente y en las semanas que seguían al alta (Kullgren, 1988). Kjelsber et al (1991) encontró que, comparados con los pacientes con TP límite que habían sobrevivido a algún intento de suicidio, los que lo habían consumado habían sido dados de alta con mayor frecuencia tras haber violado el contrato terapéutico hospitalario. Los factores estresantes agudos que se relacionan con el comportamiento suicida en sujetos con TP límite son la separación de la mujer o novia, las dificultades sexuales, los problemas con la ley, y los cambios en las actividades sociales y hábitos (Lesage et al, 1994) 346 Hilario Blasco Fontecilla OBJETIVOS E HIPÓTESIS 6 OBJETIVOS E HIPÓTESIS El papel de algunos rasgos de la personalidad y de los trastornos de la personalidad en el suicidio es de importancia primordial en los intentos de suicidio. Las enfermedades psiquiátricas son el principal factor de riesgo del suicidio, pero la mayoría de los sujetos con las mismas afortunadamente no se suicida (Convell et al, 2002). En la actualidad, aunque el trastorno depresivo mayor es considerado el diagnóstico psiquiátrico más estrechamente relacionado con los comportamientos suicidas, la mayoría de sujetos deprimidos no intenta suicidarse. En mi opinión, el diagnóstico de un TP o de algunos rasgos de personalidad patológicos es un factor que influye de manera decisiva en que las personas con un trastorno del eje I o incluso sin el mismo, intente suicidarse. 6.1 Objetivos El principal objetivo de la presente tesis fue explorar el papel de los trastornos de la personalidad, no sólo como grupo sino como categorías diagnósticas separadas, en una muestra de sujetos que habían intentado el suicidio, para comprobar si la presencia de un trastorno de la personalidad es o no uno de los factores de riesgo más importantes en los comportamientos suicidas. Por otra parte, se realizó un análisis factorial exploratorio de los criterios del instrumento usado en la tesis (el International Personality Disorder Examination-Screening Questionnaire, IPDE-SQ), pues hasta donde llega nuestro conocimiento no se ha realizado antes y creemos que de él se podrían derivar algunas conclusiones interesantes y con aplicabilidad clínica. Nuestra intuición es que hay diversas dimensiones de personalidad que quizá pudieran ser más útiles para prevenir el riesgo de suicidio que las propias etiquetas categoriales de los trastornos de la personalidad. Finalmente, también queremos explorar el papel de la comorbilidad, las diferencias de severidad e impulsividad de los distintos trastornos, la influencia de los acontecimientos vitales, la influencia que tienen la edad y el género en el área de los intentos de suicidio. 347 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 6.2 Hipótesis Las principales hipótesis -que llevan aparejadas muchas otras secundarias- de la presente tesis doctoral son: 1. Estar diagnosticado de un TP es uno de los factores de riesgo más importantes de los intentos de suicidio, al menos al nivel de la depresión mayor. 2. La comorbilidad entre los distintos trastornos de la personalidad en los sujetos que intentan el suicidio es la regla y no una situación excepcional. 3. La combinación de algunos ítems del IPDE-SQ se agruparían en factores de personalidad que podrían relacionarse de manera más estrecha a los intentos de suicidio que los distintos tipos de trastornos de la personalidad de las categorías diagnósticas categoriales que usamos en la actualidad. El estudio de estas dimensiones podría ser más fructífero a la hora de predecir los intentos de suicidio que la estrategia actual de los clínicos de asociar determinadas categorías diagnósticas al suicidio. 4. Los trastornos de personalidad del cluster B se asocian a intentos de suicidio más impulsivos y de menor letalidad, mientras que los trastornos de la personalidad del cluster C se asocian a un menor número de intentos de suicidio (“efecto protector”), pero más severos. 5. Los trastornos de la personalidad catalogados como “difusos” se asocian a intentos de suicidio de mayor letalidad o gravedad. 6. La prevalencia de algunos rasgos y trastornos de la personalidad podría variar en relación a la edad y género de los sujetos que intentan el suicidio. Se espera encontrar que los intentos de suicidio en los jóvenes se asocian al diagnóstico de un TP del cluster B, especialmente en las mujeres, y que los intentos de suicidio sean más impulsivos; por otra parte, los intentos de suicido en las personas mayores de 50 años, especialmente en aquellos de 65 o más años, se asociarían a TPs caracterizados por su psicorigicez y/o introversión-timidez –por ejemplo, el TP paranoide, el TP esquizoide y el TP obsesivo- 348 Hilario Blasco Fontecilla OBJETIVOS E HIPÓTESIS compulsivo-, dándose más en los hombres y siendo los intentos de suicidio más letales que los de las personas más jóvenes. 7. Algunas asociaciones eje I-eje II están más estrechamente relacionadas con los intentos de suicidio que otras. Así, esperamos encontrar que entre los sujetos con un trastorno depresivo mayor, los que tienen un TP del cluster B, particularmente un trastorno límite de la personalidad, tendrán un mayor número de intentos de suicidio previos principalmente impulsivos-, mientras que aquellos que tienen un TP del cluster C tendrían un menor número de intentos de suicidio pero más severos. 8. Los sujetos que intentan el suicidio tienen más acontecimientos vitales recientes que otras poblaciones psiquiátricas y que la población general. Además, aquellos que son diagnosticados de al menos un TP, particularmente un TLP, presentan un mayor número de acontecimientos vitales recientes que los que tienen otros diagnósticos psiquiátricos. Por otra parte, la vulnerabilidad típica de cada uno de los distintos subtipos de TP se relacionará con el tipo de acontecimiento vital que puede actuar como factor desencadenante del intento de suicidio. Así, se espera encontrar que el TP paranoide se asocie a problemas de pareja, el TP esquizoide a problemas en las situaciones sociales, el TP esquizotípico a los síntomas psicóticos, el TP narcisista a situaciones que suponen una herida narcisista (como la pérdida del puesto de trabajo), el TP histriónico a situaciones en las que no se les presta atención, el TP límite a problemas con la pareja/cuidador, el TP antisocial a los problemas legales, el TP dependiente a problemas con el cuidador, el TP evitativo a las situaciones sociales, y el TP obsesivo-compulsivo a las situaciones muy cambiantes. 349 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 350 Hilario Blasco Fontecilla MATERIAL Y MÉTODO 7 MATERIAL Y MÉTODO 7.1 Diseño Se trata de un estudio observacional naturalístico basado en una amplia muestra de sujetos que intentaron el suicidio (muestra de casos). Para comprobar algunas hipótesis, se realizó una comparación con dos muestras de controles: una de ellas de individuos sanos (donantes de sangre) y otra de sujetos hospitalizados por alguna patología psiquiátrica (controles enfermos). 7.2 Procedimiento muestral Los estudios longitudinales prospectivos son el gold standard para establecer relaciones etiológicas. Sin embargo, dado que los intentos de suicidio y los suicidios consumados son fenómenos relativamente infrecuentes, un estudio longitudinal con una muestra grande hubiera sido muy complejo, siendo el diseño de casos-control más adecuado para el estudio de los comportamientos suicidas (Convell et al, 2002). Una muestra amplia de sujetos que hubieran intentado el suicidio nos permitiría estudiar la relación de los distintos trastornos de la personalidad con otras variables. Los casos (sujetos que intentan el suicidio/suicide attempters, SA) fueron reclutados de dos Hospitales generales –Hospital Ramón y Cajal (HRC) y Hospital Puerta de Hierro (HPH)-. El intento de suicidio fue definido como aquel comportamiento autodestructivo que el sujeto realiza con la intención de acabar con su vida, independientemente de cual haya sido el resultado (O´Carroll et al, 1996). El Hospital Ramón y Cajal cubre una población de 500.000 personas. En una primera evaluación, de un año de duración, fueron valorados 235 sujetos que intentaron el suicidio sin resultado fatal. Dado que el objetivo principal de la presente tesis era evaluar el papel de los rasgos de personalidad y particularmente el de los trastornos de la personalidad en los intentos de suicidio, y dado que la personalidad se considera que es relativamente estable, sólo tuvimos en cuenta el primer intento de suicidio en aquellos pacientes que presentaban más de uno. Durante esta primera evaluación, la financiación de las becas nos permitió que la misma fuera llevada a cabo por un psiquiatra investigador, quien era avisado en las primeras 24 horas del intento de suicidio. En una segunda evaluación, ya sin el apoyo económico de ninguna beca, otros 109 sujetos que intentaron el suicidio fueron evaluados por residentes de Psiquiatría implicados en el proyecto global de estudio del suicidio llevado a cabo en el citado hospital. Por 351 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD otra parte, en el Hospital Puerta de Hierro, que cubre una población de unas 450.000 personas, fueron evaluados 102 sujetos que intentaron el suicidio. Dado que los casos de nuestra muestra provenían de dos hospitales y de tres evaluaciones distintas –aunque en similares condicionesuno de los problemas era que, los casos pudieran representar, de alguna manera, poblaciones distintas. Asimismo, dado los evaluadores eran varios y la formación de los residentes difiere en los distintos hospitales, otra posibilidad es que hubiera numerosas diferencias significativas en la prevalencia de los distintos trastornos de la personalidad, lo que hubiera restado validez a nuestros datos. Sin embargo, encontramos prevalencias muy similares en las “tres evaluaciones” en los distintos trastornos de la personalidad, y únicamente se encontraron diferencias que casi eran significativas en el caso del TP histriónico, que fue un diagnóstico más prevalente en la primera evaluación llevada a cabo en el HRC. Las prevalencias que se muestran son las encontradas usando un punto de corte ajustado del instrumento usado (International Personality Disorder Examination-Screening Questionnaire) (ver 7.5.3). Tabla 27. Prevalencia de TP paranoide TP paranoide NO SI n 1ª evaluación HRC 179 Suicidio 2ª evaluación HRC 87 HPH 84 350 % 76,2% 79,8% 82,4% 78,5% n 56 22 18 96 % 23,8% 20,2% 17,6% 21,5% 235 109 102 446 N N 2 X =1.763, gl= 2, p= 0.414 Tabla 28. Prevalencia del TP esquizoide TP esquizoide Suicidio 2ª evaluación HRC 95 HPH 90 383 NO n 1ª evaluación HRC 198 % 84,3% 87,2% 88,2% 85,9% SI n 37 14 12 63 % 15,7% 12,8% 11,8% 14,1% 235 109 102 446 N N 2 X = 1.124, gl= 2, p= 0.570 352 Hilario Blasco Fontecilla MATERIAL Y MÉTODO Tabla 29. Prevalencia de TP esquizotípico TP esquizotípico NO SI n 1ª evaluación HRC 221 Suicidio 2ª evaluación HRC 104 HPH 95 420 % 94,0% 95,4% 93,1% 94,2% N n 14 5 7 26 % 6,0% 4,6% 6,9% 5,8% 235 109 102 446 n 1ª evaluación HRC 209 Suicidio 2ª evaluación HRC 90 HPH 81 380 % 88,9% 82,6% 79,4% 85,2% N 2 X = 0.512, gl= 2, p= 0.774 Tabla 30. Prevalencia del TP histriónico TP histriónico NO SI N n 26 19 21 66 % 11,1% 17,4% 20,6% 14,8% 235 109 102 446 n 1ª evaluación HRC 222 Suicidio 2ª evaluación HRC 101 HPH 96 419 % 94,5% 92,7% 94,1% 93,9% N 2 X = 5.911, gl=2, p= 0.052 Tabla 31. Prevalencia del TP antisocial TP antisocial NO SI N n 13 8 6 27 % 5,5% 7,3% 5,9% 6,1% 235 109 102 446 Suicidio 2ª evaluación HRC 105 HPH 97 N n 1ª evaluación HRC 227 429 % 96,6% 96,3% 95,1% 96,2% N 2 X = 0.435, gl= 2, p= 0.805 Tabla 32. Prevalencia del TP narcisista TP narcisista NO SI n 8 4 5 17 % 3,4% 3,7% 4,9% 3,8% 235 109 102 446 N 2 X = 0.443, gl= 2, p= 0.801 353 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Tabla 33. Prevalencia de TP límite TP límite NO SI n 1ª evaluación HRC 151 Suicidio 2ª evaluación HRC 74 HPH 69 294 % 64,3% 67,9% 67,6% 65,9% n 84 35 33 152 % 35,7% 32,1% 32,4% 34,1% 235 109 102 446 N N 2 X = 0.614, gl= 2, p= 0.736 Tabla 34. Prevalencia de TP obsesivo-compulsivo TP obsesivocompulsivo n 1ª evaluación HRC 207 Suicidio 2ª evaluación HRC 95 % 88,1% 87,2% 82,4% 86,5% n 28 14 18 60 % 11,9% 12,8% 17,6% 13,5% 235 109 102 446 n 1ª evaluación HRC 198 Suicidio 2ª evaluación HRC 82 HPH 86 366 % 84,3% 75,2% 84,3% 82,1% n 37 27 16 80 % 15,7% 24,8% 15,7% 17,9% 235 109 102 446 n 1ª evaluación HRC 157 Suicidio 2ª evaluación HRC 70 HPH 67 294 % 66,8% 64,2% 65,7% 65,9% n 78 39 35 152 % 33,2% 35,8% 34,3% 34,1% 235 109 102 NO SI N N HPH 386 2 X = 2.053, gl= 2, p= 0.358 Tabla 35. Prevalencia de TP dependiente TP dependiente NO SI N N 2 X = 4.576, gl= 2, p= 0.101 Tabla 36. Prevalencia de TP evitativo TP evitativo NO SI N N 2 X = 0.225, gl= 2, p= 0.893 354 Hilario Blasco Fontecilla MATERIAL Y MÉTODO Tras escuchar una descripción completa sobre el estudio, los sujetos dieron su consentimiento informado. Tal y como hemos señalado en estudios previos de nuestro grupo (Diaz et al, 2003), aproximadamente el 84% de los sujetos que intentan el suicidio aceptan participar en nuestras investigaciones centradas en los intentos de suicidio. Los pacientes que rechazan participar en ellos no diferían significativamente en los factores sociodemográficos cuando se comparaban con los que si participan. Asimismo, dos grupos control fueron reclutados. El primero, de donantes de sangre del Hospital Ramón y Cajal y que nosotros denominamos “controles sanos”. El segundo grupo control, denominado grupo de “controles psiquiátricos”, está formado por una muestra de pacientes psiquiátricos del Hospital Puerta de Hierro que habían sido ingresados por un motivo distinto a un intento de suicidio. En conjunto, 1047 sujetos fueron reclutados: 515 “controles sanos”, 86 “controles psiquiátricos” y 446 casos -344 evaluados en el Hospital Ramón y Cajal y 102 en el Hospital Puerta de Hierro-. Figura 5. Fuentes de las distintas muestras SUJETOS EN EL ESTUDIO N= 1047 CASOS N= 446 CASOS DEL HRC N= 344 (235 en la 1ª evaluación; 109 en la segunda) CONTROLES N= 601 HPH N= 102 CONTROLES SANOS N= 515 CONTROLES PSIQUIÁTRICOS N= 86 355 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 7.3 Aspectos éticos Se pidió y obtuvo el consentimiento informado –aprobado por el comité de ética del Hospital Ramón y Cajal de cada uno de los pacientes y controles. Los problemas éticos de nuestro estudio eran los siguientes: 1) El consentimiento informado escrito que se pide a un paciente debe cumplir las siguientes características (Barcia & Pozo, 1998): • Debe ser voluntario: el sujeto debe decidir libremente si quiere o no participar en el estudio. • El derecho a la información: todo sujeto debe recibir una breve descripción de los principales objetivos del estudio. Cualquier duda que pudieran tener fue adecuadamente resuelta. • La competencia: la mayoría de los pacientes eran competentes en el momento de la evaluación. En los escasos casos en los que la competencia estaba en duda, se le pedía el consentimiento a un familiar relevante del paciente que estuviera presente. 2) La potencial interferencia de la evaluación en el cuidado del paciente: después de un intento de suicidio, una vez que el paciente ya no está en riesgo, lo mejor que se puede hacer en beneficio del paciente es una adecuada valoración psicopatológica de lo sucedido con el objeto de tomar la mejor decisión clínica para el paciente e intentar prevenir otro intento de suicidio (Chiles & Strosahl, 1995). En nuestra opinión, la evaluación clínica que nosotros realizábamos para el estudio nos permitía, dado que valorábamos más de 800 variables, hacernos una idea global más completa de cuales eran los factores implicados en el intento de suicidio de esa persona y, por lo tanto, éramos capaces de ofrecer una mejor atención a la misma. De todos modos, intentamos usar un tiempo similar al que se usa en una entrevista clínica dirigida a la evaluación completa del suicidio, pero debido a las características del estudio, la desarrollamos de una manera más estructurada. 7.4 Desarrollo de las entrevistas Tras haber obtenido el consentimiento informado, y antes de que la entrevista psiquiátrica tuviera lugar, una muestra sanguínea era extraída, aprovechando el propio análisis de los servicios de urgencias, cuando estos tenían lugar. Tanto la muestra sanguínea como la valoración 356 Hilario Blasco Fontecilla MATERIAL Y MÉTODO del protocolo preparado para la evaluación del intento de suicidio eran realizados en las primeras 24 horas tras el mismo. La analítica sanguínea tenía como objeto obtener datos como el colesterol en sangre o el análisis de distintos genes, que aunque no ha sido usado en la presente tesis, nos permitirá en el futuro establecer relaciones, por ejemplo, entre los genes estudiados y diversas dimensiones de la personalidad, como la impulsividad. La valoración psiquiátrica fue llevada a cabo una vez que el paciente fue dado de alta del servicio de urgencias o cuando el paciente estaba ingresado en la unidad hospitalaria correspondiente. El paciente era valorada en una habitación y, en el caso de que el paciente lo requiriese y existiera esa posibilidad, le era permitido estar presente a un amigo íntimo o familiar, intentando en todo momento preservar la intimidad del paciente. Las evaluaciones fueron llevadas a cabo por residentes de psiquiatría con suficiente experiencia e implicados directamente en el proyecto de investigación del suicidio de los citados hospitales. Asimismo, fueron entrenados específicamente para tal efecto y monitorizados por los directores del proyecto de investigación suicida iniciado en el Hospital Ramón y Cajal. Para evaluar la personalidad, se uso el cuestionario de screening del International Personality Disorder Examination (IPDE-SQ), entre otros instrumentos. Hay estudios que avalan la validez de las evaluaciones realizadas en un medio de urgencias y parece que las evaluaciones en los servicios de urgencias son fiables (Pretorius, 1985). Por otra parte, la atención psiquiátrica fue siempre prioritaria sobre la investigación, y el evaluador nunca condicionó su decisión clínica por la misma, lo cual es fundamental en los sujetos que intentan el suicidio (Saiz et al, 1981). Finalmente, algunos de los principales problemas que deben ser tenidos en cuenta a la hora de evaluar a un paciente que ha intentado el suicidio son la situación clínica del paciente –por ejemplo, tener en consideración los efectos residuales de algún fármaco tomado en sobredosis o la presencia de sentimientos de culpabilidad, etc.- y que tras un intento de suicidio impulsivo, los pacientes, al tomar plena conciencia de lo realizado, tienden a olvidar la experiencia (Eastwood et al, 1972). De ahí, entre otras razones, la importancia de que los pacientes fueran valorados en las primeras veinticuatro horas. 357 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 7.5 Instrumentos de valoración de los trastornos de la personalidad y eje I Los distintos cuestionarios que se usaron tenían dos objetivos principales: en primer lugar, recoger la información requerida para nuestra investigación de una manera sistemática y, en segundo lugar, ayudar en la evaluación clínica de la valoración del riesgo suicida tras un intento de suicidio. A la hora de elegir los cuestionarios que se usarían en la investigación, tuvimos en cuenta cual era la información que necesitábamos para realizar una adecuada valoración del intento de suicidio desde el punto de vista clínico y de la investigación. Inicialmente, se preguntaba al paciente por los datos sociodemográficos, siempre importantes a la hora de elaborar una adecuada valoración del riesgo suicida. En segundo lugar, la valoración clínica debe ser individual y se deben tener en cuenta la historia médica del paciente –los antecedentes somáticos y psicopatológicos-, el medio ambiente sociofamiliar actual y pasado, el medio laboral, la situación económica, el estado de salud actual, la situación psicopatológica en la actualidad, etc. (Hyman, 1990; Goodwin y Runck, 1992; Kaplan y Sadock, 1993; Chiles y Strosahl, 1995; Ghosh y Victor, 1996; Hirschfeld y Russell, 1997). En relación a la valoración del intento de suicidio, es fundamental evaluar el grado de ideación suicida que precede al intento y la intención real de acabar con la propia vida. También debe ser preguntado el paciente por la planificación del intento suicida, por la letalidad del método usado y por la disponibilidad de métodos. También es importante saber si el sujeto ha realizado alguna preparación previa antes de su potencial muerte, como hacer testamento o donar cosas importantes a terceros. Además, también debe ser recogida información sobre los antecedentes personales y familiares de intentos de suicidio. Los últimos datos que deben ser tenidos en consideración son la propia reacción del sujeto al intento fallido de suicidio y el de su medio, así como la evaluación de las habilidades del paciente y su medio para enfrentarse a la situación planteada tras un intento de suicidio. 358 Hilario Blasco Fontecilla MATERIAL Y MÉTODO 7.5.1 Entrevista semiestructurada La entrevista cubría tres áreas principales: datos sociodemográficos, historia médicoquirúrgica y finalmente, valoración del intento suicida. Algunas variables cuantitativas fueron difíciles de sistematizar y las intentamos codificar en escalas nominales/ordinales. Haciéndolo así, las ventajas eran varias: por una parte, la pérdida de información era mínima y las respuestas no eran inducidas, y por otra, la entrevista era más rápida y la valoración clínica del sujeto era más adecuada (Hyman, 1990; Kaplan y Sadock, 1993; Ghosh y Victor, 1996; Hirschfeld y Russell, 1997). Esta manera de recogida de datos ha sido usada en otros estudios con sujetos que intentan el suicidio (De Vanna et al, 1990). La evaluación psiquiátrica era realizada en las primeras 24 horas tras el intento de suicidio. Los siguientes datos eran recogidos en los casos y controles: 1. Cuestionario general Identificación del paciente Datos sociodemográficos Historia médico-quirúrgica Miscelánea de Salud General Problemas psicosociales y medioambientales Valoración del intento de suicidio (*) Riesgo de agresividad Juicio clínico y actitud (*) 2. Escalas clínicas Instrumento para la valoración de su estado mental (Mini International Neuropsychiatric Interview) (MINI) (Sheeham et al, 1998). Módulo DSM-IV del cuestionario de screening del International Personality Disorders Examination (IPDE-SQ) CAGE/TWEAK (incluido en el cuestionario general) EEAG (incluida en el cuestionario general) Lista del síndrome premenstrual del DSM-IV (included in the General Questionnaire) 3. Escalas de valoración de acontecimientos vitales/problemas psicosociales y medioambientales: St. Paul Ramsay Life experience scale (incluida en el cuestionario general) 359 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Escala de valoración del ajuste social de Holmes y Rahe 4. Escalas de valoración del intento de suicidio Escala para la valoración de intentos de suicidio de Weisman & Worden (*) Suicide Intent Scale (SIS) de Beck (*) SAD PERSON de Patterson (incluida en el cuestionario general) (*) Suicide Risk de Motto (incluida en el Cuestionario General) (*) Suicide History (incluida en el cuestionario general) Historia familiar de suicidio (incluida en el cuestionario general) (*) 5. Escalas de valoración de la impulsividad y agresividad Barratt impulsivity scales (BIS) Brown-Goodwin aggressive history 6. Documentos adiccionales Consentimiento informado Instrucciones Códigos psicofarmacológicos Lethality Rating Scale (LRS) (incluida en el Cuestionario General) Correción e interpretación de escalas (*) Sólo para los pacientes 7.5.1.1 Datos sociodemográficos Las siguientes variables fueron categorizadas tal y como se explica en el apéndice: nacimiento, estado civil, número de hijos, con quien conviven, origen étnico, nivel educativo, profesión, situación laboral y orientación sexual. 7.5.1.2 Historia clínica y antecedentes familiares Los antecedentes somáticos y psiquiátricos fueron codificados de acuerdo a la clasificación CIE-10 (mirar Tabla 37) (OMS, 1992). El diagnóstico clínico realizado en las urgencias era un diagnóstico síndrómico. Los dos objetivos principales eran, por un lado incrementar la validez y, por otro, facilitar el análisis estadístico a través de la simplificación del número de categorías que se tuvieron en cuenta. No se permitía realizar más de tres diagnósticos del eje I o II. 360 Hilario Blasco Fontecilla MATERIAL Y MÉTODO Tabla 37. Clasificación CIE-10 de los trastornos mentales F00-F09 Trastornos mentales orgánicos, incluidos los sintomáticos F10-F19 Trastornos mentales y del comportamiento debidos al uso de substancias F20-F29 Esquizofrenia, trastorno esquizotípico y trastornos delirantes F30-F39 Trastornos afectivos F40-F49 Trastornos neuróticos, relacionados con el estrés y somatomorfos F50-F59 Síndromes comportamentales asociados con alteraciones fisiológicas y factores físicos F60-F69 Trastornos de la personalidad y del comportamiento del adulto F70-F79 Retraso mental F80-F89 Trastornos del desarrollo psicológico F90-F98 Trastornos del comportamiento y de las emociones con origen en la infancia y adolescencia F99 Trastorno mental no especificado A los sujetos que intentaban el suicidio también se les preguntó sobre ingresos previos en los hospitales generales o psiquiátricos y la frecuencia de uso de los recursos ambulatorios y de emergencia también fue recogido. Una breve historia de uso de substancias, de antecedentes médicos y psiquiátricos fue también recogida. 7.5.1.3 Problemas psicosociales y medioambientales La influencia del estrés y de los acontecimientos vitales recientes (AVR) ha sido relacionada con los comportamientos suicidas, pero aún no está claro si son factores de riesgo específicos o si su acción la realizan a través de los distintos trastornos psicopatológicos (Heikkinen et al, 1997). Siguiendo las recomendaciones del DSM-IV, se recogieron los problemas psicosociales y medioambientales en los dos años previos a la valoración actual. Nosotros usamos la clasificación propuesta por el DSM-IV (Tabla 38) (American Psychiatric Association, 1996). También se tuvieron en cuenta los acontecimientos que los sujetos que intentaban el suicidio referían como causas inmediatas de su intento de suicidio. 361 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Tabla 38. Problemas psicosociales y medioambientales (DSM-IV, eje IV) Problemas relativos al grupo de ayuda primario Problemas relativos al medio social Problemas relativos a la educación Problemas relativos al trabajo Problemas de alojamiento Problemas económicos Problemas relativos de acceso a los servicios médicos Problemas relativos al sistema legal o criminal Otros problemas psicosociales y medioambientales Las adversidades psicosociales y ambientales fueron preguntadas de manera abierta sin inducir respuestas (método contextual) y posteriormente se codificaron de acuerdo con la Escala de Valoración de Ajuste Social (Holmes & Rahe, 1967), ya empleada anteriormente en la investigación del suicidio (Rich et al, 1991). Este instrumento ha sido adaptado al castellano y estandarizado en nuestro medio por González de Rivera & Morera (1983) (tabla Tabla 39). La Escala de Valoración de Ajuste Social consta de 43 ítems, cada uno con un valor de 0 a 100 unidades de cambio vital (UCV). A partir de ella se obtienen dos índices: • Índice de sucesos vitales (ISV): número total de ítems (sucesos vitales) registrados. • Índice de reajuste social (IRS): suma de los valores correspondientes a cada ítem. Los ítems fueron agrupados de la manera más sencilla posible y basándonos en lo realizado previamente por Rich et al (1991) y Heikkinen et al (1997). Además, también usamos la St. Paul Ramsay Life experience scale para recoger los acontecimientos vitales adversos (AVR) en el mes previo del intento de suicidio. Estos se codifican en una escala de gravedad de 1 a 7, siendo el 8 usado cuando no había información disponible. 362 Hilario Blasco Fontecilla MATERIAL Y MÉTODO Tabla 39. Escala de Valoración de Ajuste Social (Holmes y Rahe, 1967) UCV 50 23 63 199 16 63 15 31 24 37 11 28 40 44 39 26 15 38 39 20 29 65 19 45 47 73 36 35 29 26 20 35 31 17 53 39 28 28 45 13 12 20 26 Descripción Casarse Dificultades con los superiores en el trabajo Detención (en comisaría, cárcel u otra institución) Fallecimiento del cónyuge Cambio importante de hábitos de sueño Fallecimiento de un familiar próximo Cambio importante en hábitos alimenticios Proximidad de la fecha límite de una hipoteca o préstamo Modificación de hábitos personales Fallecimiento de un amigo íntimo Problemas menores con la ley Importante logro o éxito personal Embarazo Cambio importante en la salud o comportamiento de un miembro de la familia Problemas sexuales Problemas con la familia política Cambio importante en el número de reuniones familiares Cambio importante en la situación económica Incorporación de un nuevo miembro a la familia Cambio de residencia Hijo o hija deja la casa Separación matrimonial Cambio importante en actividades religiosas Reconciliación tras pelea con la pareja Despido del trabajo Divorcio Cambio a diferente tipo de trabajo Cambio importante en el número de discusiones con la esposa Cambio importante en responsabilidades en el trabajo La esposa comienza o deja de trabajar fuera de casa Cambio importante en horario o condiciones de trabajo Cambio importante en el tipo o cantidad de las actividades recreativas Tomar un préstamo o hipoteca de más de dos millones (de pesetas) Tomar un préstamo o hipoteca de menos de dos millones Lesión o enfermedad propia importante Reajuste importante en el negocio o la empresa Cambio importante en actividades sociales Cambio importante en condiciones de residencia Retiro laboral Vacaciones fuera del lugar de residencia Festividades navideñas Cambio a otro colegio o centro de estudios Inicio o terminación de estudios 363 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 7.5.2 Valoración de los comportamientos suicidas Cuando se valora un intento de suicidio, además de los factores sociodemográficos recogidos, hay que tener en cuenta la actitud del paciente, si realiza o no una crítica del intento, sus expectativas futuras, la presencia de algún trastorno mental y la historia previa de intentos de suicidio (Sarró & de la Cruz, 1997). Para valorar el comportamiento suicida se usó, en primer lugar, una entrevista semiestructurada en la que se tuvo en cuenta la opinión de varios autores sobre los tópicos que debieran ser tenidos en cuenta en la valoración del intento de suicidio por un clínico (Hyman, 1990; Kaplan y Sadock, 1993; Chiles y Strosahl, 1995; Ghosh y Victor, 1996, Hirschfeld y Russell, 1997) y diversas escalas fueron usadas para asegurar una adecuada valoración del intento suicida actual, para dar una estimación global del riesgo potencial de repetición de los comportamientos suicidas (ver 7.5). 7.5.2.1 La entrevista semiestructurada del suicidio Los siguientes ítems eran importantes a la hora de evaluar los intentos de suicidio y, el riesgo potencial de repetición: • Historia previa de comportamiento suicida: es uno de los factores predictores más importantes de repetición del comportamiento suicida (Malone et al, 1995). • Características del intento de suicidio: tanto en hombres como en mujeres, el método más frecuente es la sobredosis medicamentosa. El proceso de tomar una decisión sobre como acabar suicidándose se relaciona con variables personales, sociodemográficas, culturales, simbólicas, de disponibilidad y de otro tipo (Sarró y de la Cruz, 1997). Los métodos pueden clasificarse en (Arora & Meltzer, 1989): • No violentos: sobredosis medicamentosas, cortes superficiales en el brazo no dominante. • Violentos: armas de fuego, cuchilladas, ahorcamiento, etc. Rich et al (1988) proponían una clasificación similar que se basaba en la letalidad inmediata: 364 Hilario Blasco Fontecilla MATERIAL Y MÉTODO • Letalidad no inmediata: cortes, sofocación, ahogamiento, envenenamiento. • Letalidad inmediata: armas de fuego, ahorcarse, precipitación desde un piso elevado, precipitar un atropello. • Situación general respecto al suicidio: ¿había dejado alguna pista?, ¿era planeado?, ¿había realizado testamento o alguna comunicación inequívoca de lo que iba a hacer?, ¿realizó alguna acción para evitar ser rescatado? • ¿Hubo algún acontecimiento vital reciente? En caso de no ser así, se considera que la gravedad del intento es mayor, ya que no hay ningún factor laboral, económico, de salud o de relaciones interpersonales/pareja que pudiera explicar el intento de suicido como una forma de reaccionar maladaptativa a una situación estresante para el individuo (Pérez y Tejedor, 1996). • Gravedad médica (letalidad): en general, los sujetos que intentan el suicidio mediante una sobredosis medicamentosa suelen desconocer el riesgo real de la sobredosis, por lo que la letalidad no es un buen predictor del riesgo futuro de comportamiento suicida (Van Praag, 1986). La letalidad puede ser clasificada en muy grave (fracturas múltiples, ingreso en una unidad de cuidados intensivos), grave (es ingresado en el hospital) y ligera (no es necesario el ingreso hospitalario) (Nieto, 1992). • Intencionalidad sobre la letalidad: ¿creía el sujeto que con lo que hacía iba a ser suficiente para matarse?, ¿cuál es la reacción del sujeto tras el intento de suicidio? • Perspectivas a corto plazo del sujeto. 7.5.2.2 Escalas de valoración del intento de suicidio Las escalas de valoración de los intentos de suicidio tienen el objetivo principal de identificar a aquellos sujetos que tienen un mayor riesgo de suicidio. Han sido muy criticadas por su alta tasa de falsos negativos y falsos positivos (Sarró et al, 1997). Algunos autores creen que debieran ser utilizadas rutinariamente durante las evaluaciones psicopatológicas, lo cual se basa en que se considera que las evaluaciones clínicas sobre el riesgo suicida no son todo lo correctas que debieran ser (Malone et al, 1997). Sin embargo, la decisión final debe basarse en la evaluación clínica, teniendo en cuenta que los intentos de suicidio son muchas veces la vía final a través de la cual los pacientes piden ayuda. 365 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Las escalas de valoración de comportamientos suicidas pueden ser clasificadas en dos grupos (Díaz Suárez et al, 1997): • Escalas no específicas para la valoración de la ideación suicida o el comportamiento suicida, tanto en pacientes con ideación suicida como en sujetos que intentan el suicidio. • Escalas no específicas para la evaluación de los síntomas o síndromes. Algunos problemas típicos de las escalas son (Kreitman, 1987): • Miden factores que no son específicos o exclusivos del comportamiento suicida. • El comportamiento suicida es el resultado de la influencia de muchas variables. • Las escalas no pueden dar una estimación de riesgo a lo largo del tiempo. • No es posible aplicar los cuestionarios que se realizan para una población específica a otra. Nosotros recogimos toda la información disponible sobre el intento de suicidio (historia del suicidio) y los antecedentes de intentos de suicidio en la familia. Además, las siguientes escalas se usaron en la muestra de sujetos que intentaron el suicidio: La severidad del comportamiento suicida se midió por la Suicide Intent Scale (SIS) (Beck, 1974). La SIS es un cuestionario autoaplicado de 21 ítems. Tiene dos partes: la primera enfocada a las circunstancias objetivas que rodean el intento de suicidio y la segunda, que se centra en la actitud del sujeto sobre la vida y la muerte y, sobre su propia visión de los intentos. Los ítems se puntúan de 0 a 2. Aunque no hay un punto de corte para la suicidabilidad, las puntuaciones elevadas reflejan un incremento del riesgo suicida. Cuando se validó la escala, se encontró que un intento de suicidio grave tenía una puntuación de 16.3, uno de gravedad media se puntuaba con 10.1 y, los leves con 6.7. Además, esta escala recoge información sobre el método, la crítica del intento y la fiabilidad de la información aportada por el sujeto. También usamos la escala de Weisman & Worden (1972), que es útil para diferenciar entre los intentos de suicidio y los suicidios frustrados. Además, permite evaluar el riesgo suicida y, la posibilidad para el sujeto que intenta el suicidio de ser rescatado después del intento. Cuando la puntuación es alta, el riesgo de repetición del intento de suicidio es elevado (Rodriguez Castro, 1997) (Ver Tabla 40. Puntuaciones de la escala de Weisman & Worden (1972)). 366 Hilario Blasco Fontecilla MATERIAL Y MÉTODO Tabla 40. Puntuaciones de la escala de Weisman & Worden (1972) 2 3 4 4 $ 2 2 $# 2 5( $ $%) 2 $ / %%$% '/ %!$% 6 . 22 4 5 + + / / %&$% / % $%! 2 2 / %)$%% 2 22 / 2 22 $ / $ La escala Lethality Rating Scale (LRS) también fue usada para codificar el método de intento de suicidio. Finalmente, la escala de valoración del riesgo de suicidio SAD PERSONS (Patterson, 1983) también se usó. Este es un acrónimo que se recuerda fácilmente y que permite una valoración rápida de los principales factores de riesgo suicida (ver apéndice). Cada ítem se puntúa con un uno si el factor existe y con un cero si no es así. Tiene varias ventajas, como su facilidad de uso –no requiere entrenamiento específico: cuando se puntúa más de siete se debiera considerar la posibilidad de ingreso- y, ha sido validado por parte de médicos no psiquiatras. 7.5.3 Valoración de los trastornos de la personalidad El International Personality Disorders Examination (IPDE) es una entrevista clínica semiestructurada designada para el diagnóstico de los trastornos de la personalidad de la CIE-1O y DSM-IV (Ei-Rufaie et al, 2002). Fue producida de manera conjunta por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y por el Instituto Nacional de los EE.UU (INE) gracias a un programa de desarrollo de medidas diagnósticas estandarizadas para ser usadas en la investigación clínica en todo el mundo (Jablenski et al, 1983). Se puede aplicar en distintas culturas y la fiabilidad entre evaluadores y la estabilidad temporal de la misma es similar a la de otros instrumentos que se usan para diagnosticar los trastornos mentales (Loranger et al, 1997). Una de las ventajas del IPDE es que fue diseñado para dar diagnósticos categoriales y puntuaciones dimensionales basadas en los rasgos de personalidad (Ei-Rufaie et al, 2002). Aunque hay varias publicaciones sobre la fiabilidad y validez del módulo DSM-III-R del IPDE, no hay una información similar sobre la forma revisada del DSM-IV (Egan et al, 2002). 367 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD En la presente tesis se usó el cuestionario de screening del IPDE [International Personality Disorders Examination screening questionnaire (IPDE-SQ)] para la evaluación de los trastornos de la personalidad. El gran problema de todos los cuestionarios de screening es su falta de especificidad, por lo que, en general, no se recomienda su uso para la realización de diagnósticos. Nosotros usamos la versión del DSM-IV, dado que el TP narcisista y TP esquizotípico no eran incluidos en la versión de la CIE-10. El IPDE-SQ es un cuestionario de screening breve y muy eficiente para la evaluación de los trastornos de la personalidad definidos por el DSM-IV (Egan et al, 2002). Como es habitual en los cuestionarios de screening, tiene una elevada sensibilidad y una moderada especificidad. El principal beneficio del instrumento es su coste-beneficio y su facilidad de administración. Dado que la entrevista global constaba de unas 800 variables y el tiempo global de evaluación era de aproximadamente dos a dos horas y media, usar toda la entrevista semiestructurada IPDE, hubiera probablemente significado que la duración global de la entrevista fuera de 5 horas aproximadamente. En la fase de elaboración del protocolo de valoración de intentos de suicidio, se consideró que ese tiempo era excesivo, lo que hubiera conllevado que muchos sujetos rechazaran entrar en el estudio o no lo completaran, especialmente si tenemos en cuenta que es posible que los pacientes con trastornos de la personalidad, más después de un intento de suicidio, sean menos proclives a participar en un estudio de investigación (Suominen et al, 2000). Asimismo, no nos parecía ético someter a los pacientes a una entrevista tan larga, de duración claramente superior para lo que sería una evaluación standard en estas circunstancias. Por otra parte, el manual del IPDE establece que el IPDE-SQ no debiera ser usado para realizar diagnósticos clínicos de los trastornos de la personalidad debido a su elevado número de falsos positivos (Egan et al, 2002). Para elevar la especificidad del IPDE-SQ se podrían haber usado dos estrategias: usar la entrevista completa –lo cual es imposible en un medio clínico “habitual” o en nuestro proyecto de investigación, por las razones anteriormente expuestas- o usar un punto de corte ajustado para el diagnóstico de los TPs, porque tanto el DSM-IV como la CIE-10 establecen puntos de corte superiores que los que fueron establecidos por la OMS (Pérez Urdániz et al, 2005). Nosotros usamos esta segunda estrategia: usamos un punto de corte ajustado para ajustar las tasas de los distintos trastornos de personalidad en la población de nuestro grupo de controles sanos, con el objeto de obtener unos porcentajes de TPs similares a los que se refieren en la población general (ver Tabla 41). Así, al incluir uno o dos criterios más –dependiendo del TP- que los sugeridos por los autores del IPDE, obteníamos unos porcentajes similares a los de la población general en nuestro grupo de controles sanos, que se supone que son una subpoblación 368 Hilario Blasco Fontecilla MATERIAL Y MÉTODO que, en principio, no tendría porque diferir de la población general (Cooke & Hart, 2004) y aumentábamos la especificidad. Una estrategia similar con el IPDE-SQ ha sido recientemente usada por Pérez-Urdániz et al (2005) –estos autores consideraban que para diagnosticar cualquiera de los tipos de TP eran necesarios al menos 6 ítems- y con el cuestionario de screening del SCID por Ekselius et al (1994, 1995). Estos autores elevaron el punto de corte al añadir un criterio más para cada uno de los trastornos de la personalidad, lo que ofrecía una buena concordancia entre el cuestionario de screening, la entrevista diagnóstica completa y los diagnósticos clínicos. Los porcentajes de los trastornos de personalidad que nosotros encontramos en nuestra muestra de sujetos suicidas –usando el punto de corte ajustado- son muy similares a los usados por Dirks (1998) usando la Standardized Assessment of Personality en una muestra consecutiva de 120 pacientes ingresados tras una conducta parasuicida y que fueron evaluados en la unidad de urgencias, lo cual da solidez a la estrategia elegida (ver Tabla 41). Estos autores encontraron los siguientes porcentajes: TP paranoide (30.8%), TP esquizoide (3.3%), TP disocial (6.6%), TP impulsivo (28.3%), TP límite (22.5%), TP histriónica (16.6%), TP anancástico (13.3%), TP evitativo (30.0%), TP dependiente (9.1%). En el único TP en el que estos autores encontraron una gran diferencia fue en el TP esquizoide, lo cual puede ser explicado por la tendencia del IPDE a sobrediagnosticar este trastorno de la personalidad (Egan & McCarthy, en prensa). Estos autores encontraron que las correlaciones entre el IPDE-SQ y la entrevista psiquiátrica formal del DSM-IV oscilaban desde un 0.42 (p < .02) hasta un 0.71 (p < .001). También llevaron a cabo un análisis separado del IPDE-SQ, encontrando que excepto para las subscalas del TP esquizoide (que tienen una valor α de fiabilidad de justo un 0.25), la fiabilidad α media para las 9 subescalas restantes era de 0.62, lo que sugería que las subescalas tenían una buena fiabilidad. 369 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Tabla 41. Prevalencia de los distintos trastornos de la personalidad TP paranoide TP esquizoide TP esquizotípico TP histriónico TP antisocial TP narcisista TP límite TP obsesivocompulsivo TP dependiente TP evitativo 1 N1 Punto de corte ajustado2 4 (de 7) 4 (de 7) 5 (de 9) 5 (de 8) 3 (de 7) 5 (de 9) 5 (de 9) 4 (de 8) 5 (de 8) 4 (de 7) Prevalencia en el grupo de “controles sanos” (n= 515) 0.6% (3/515) 0.8% (4/515) 0% (0/515) 2.7% (14/515) 0.4% (2/515) 1.6% (8/515) 0.6% (3/515) 4.5% (23/515) Prevalencia en los sujetos que intentaron el suicidio (casos)3 (n=446) 21.52% (96/446) 14.12% (63/446) 5.82% (26/446) 14.79% (66/446) 6.05% (27/446) 3.81% (17/446) 34.08% (152/446) 13.45% (60/446) Prevalencia en los “controles psiquiátricos” (n= 86) 5 5 7 6 5 7 7 6 Prevalencia en la población general (Cooke & Hart, 2004) 0.5-2.5% 0.4-1.7% 0.1-5.6% 2-3% 0.6-2% > 1% 0.7-2% 1.7-2.2% 6 5 1.0-1.7% 0.5-5% 0.2% (1/515) 8.2% (42/515) 17.93% (80/446) 34.08% (152/446) 11.6% (10/86) 16.3% (14/86) 10.5% (9/86) 8.1% (7/86) 2.3% (2/86) 8.1% (7/86) 1.2% (1/86) 2.3% (2/86) 8.1% (7/86) 12.8% (11/86) Numero de criterios necesarios para diagnosticar un posible TP con el IPDE-SQ Número mínimo de criterios para diagnosticar un TP específico con un punto de corte ajustado 3 Los porcentajes puede que sumen más del 100% debido a la alta comorbilidad en el eje II 2 Además, también recogimos información complementaria sobre dos de las dimensiones de la personalidad que más se han relacionado con la impulsividad y la agresividad. Usamos la Barratt Impulsivity Scale (BIS-5) (Barratt, 1985), una escala de 30-ítems con cuatro grados para cada uno de los mismos (raramente o nunca, ocasional, a menudo, siempre o casi siempre) y que mide tres dimensiones de la impulsividad (no planeada, motor y cognitiva). Usamos la escala Brown-Goodwin para medir la agresividad. 7.5.4 Otras escalas importantes El Mini International Neuropsychiatric Interview (MINI) fue usado para realizar los diagnósticos DSM-IV en el eje I (Sheeham et al, 1998). La escala de impresión clínica global (Clinical Global Impression/CGI) es un instrumento de calificación clínica que consta de cuatro subescalas de extremada sencillez. La de Mejoría de la CGI se usa tradicionalmente como punto final en estudios clínicos para analizar a los respondedores. La evaluación global de la severidad general de la enfermedad, el efecto terapéutico general y el efecto de la interferencia de los efectos secundarios con el funcionamiento proporcionan información adicional sobre la efectividad global de un tratamiento farmacológico (http://www.boehringer-ingelheim.com). 7.6 Gestión de datos y análisis estadístico Los datos fueron recogidos en una base de datos Access 97 y fueron posteriormente analizados usando el paquete estadístico SPSS versión 13 (SPSS Inc., 2004). 370 Hilario Blasco Fontecilla MATERIAL Y MÉTODO El análisis estadístico fue realizado usando tablas de contingencia para comparar la muestra de suicidas con los dos grupos control. Se compararon las características de las muestras mediante intervalos de confianza al 95% de las medias de las variables cuantitativas. Tal y como se sabe, los intervalos de confianza son una forma de expresar la estimación de del valor real que tiene un parámetro en la población. Así, el valor de la población estaría incluido con una probabilidad del 95% dentro de ese intervalo. En relación a la descripción de la muestra, se usó la siguiente estrategia. Para examinar si había diferencias entre las tres muestras se usaron la chi cuadrada de Pearson (X2) (para las variables cualitativas) o el test ANOVA para las variables continuas. El ajuste de Bonferroni se usa para ajustar el nivel de significación en relación al número de pruebas estadísticas realizadas simultáneamente sobre un conjunto de datos. En concreto lo aplicamos para la edad (usada como variable dependiente). Para diferenciar los diagnósticos en el eje I entre los casos y los controles psiquiátricos, y para establecer la comorbilidad intra-axis II, usamos el Test Exacto de Fisher (FET). La significación total fue realizada usando el test exacto de Fisher (dos colas) y la t de Student para las variables continuas en la muestra de sujetos que intentaron el suicidio. Respecto a las hipótesis que queríamos verificar, usamos las siguientes estrategias. En primer lugar, se realizó un análisis factorial exploratorio (AFE) del IPDE-SQ usando el SPSS (SPSS Inc., 2004). Se realizó un análisis de componentes principales (ACP) usando una rotación varimax. Para cada uno de los factores obtenidos, se realizaron subescalas de factores sumando la puntuación de todos los ítems con una carga de 0.5 o superior. El objetivo principal del análisis factorial era intentar encontrar si algunos criterios diagnósticos del IPDE –que se relacionan con rasgos específicos de personalidad-, independientemente del cluster o del trastorno de la personalidad al que pertenecían, se agrupaban en factores que fueran fáciles de aprehender a nivel clínico y, por tanto, fueran de utilidad a la hora de estimar las dimensiones de personalidad que se asociarían a un riesgo de intentar el suicidio en el futuro. Así, el ACP es adecuado cuando el objetivo es resumir la mayoría de la información original (varianza total) con una cantidad mínima de factores con propósitos de predicción. Elegimos el análisis de componentes principales (ACP) porque es un método que resulta adecuado para identificar los factores subyacentes o las dimensiones que reflejan qué tienen en común las variables. Dentro de las rotaciones ortogonales -permite rotar los factores estimados inicialmente, de manera que se 371 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD mantenga la correlación entre los mismos-, elegimos la rotación varimax (o de varianza máxima), ideado por Kaiser, que es la más frecuentemente usada. Para testar la letalidad e impulsividad de los intentos de suicidio en los distintos grupos de severidad de los trastornos de la personalidad usamos el ANOVA y la X2. Las potenciales diferencias significativas en relación al sexo fueron testadas usando el FET. Para valorar la comorbilidad intra-axis II y la comorbilidad eje I-eje II se uso, siempre que fue posible el FET (dos colas), y en su defecto, la X2. Para ver las diferencias entre las tres muestras (casos, controles sanos y controles psiquiátricos) en relación a los acontecimientos vitales recientes se uso la X2, mientras que para ver si algún AVR se relacionaba con algún TP específico se escogía preferentemente el FET, y en su defecto la X2. 7.7 Grupo de Casos Tal y como señalábamos previamente, fueron valorados 446 sujetos que intentaron el suicidio. Los mismos eran una muestra representativa de los intentos de suicidio que eran valorados en los dos Hospitales Generales donde se realizó el estudio. Durante el período de evaluación, dado que algunos de los pacientes presentaron más de un intento de suicidio, nosotros sólo tuvimos en cuenta el primer intento de suicidio en los “repetidores”. En los datos aportados, cuando el número de sujetos es menor de 446, esto tiene que ver con que no siempre fue posible recoger toda la información de todas las variables del estudio. 7.8 Grupos control Uno de los principales problemas de los estudios que se han llevado a cabo en el área de la suicidiología es la ausencia de un grupo control, lo cual hace imposible que se establezcan los factores de riesgo o se pueda cuantificar los riesgos relativos (Convell et al, 2002). Nosotros reclutamos dos grupos control. El primero, denominado de “controles sanos”, era de donantes de sangre que fueron valorados en el Hospital Ramón y Cajal. Los criterios de exclusión eran: haber sido diagnosticado de algún trastorno del eje I o II (usando el MINI y el IPDE-SQ, respectivamente) o tener algún familiar de primer grado con antecedentes de alguna enfermedad mental. El segundo grupo control, o de “controles psiquiátricos”, se trata de una muestra de pacientes psiquiátricos ingresados en el Hospital Puerta de Hierro, cuyo motivo de ingreso no era un intento de suicidio (ver Figura 5). 372 Hilario Blasco Fontecilla MATERIAL Y MÉTODO 7.9 Descripción de las muestras En total, 1047 sujetos fueron reclutados: 515 “controles sanos”, 86 “controles psiquiátricos” y 446 “suicidas” (sujetos que intentaron el suicidio sin consumarlo) -344 fueron evaluados en el Hospital Ramón y Cajal y 102 en el Hospital Puerta de Hierro-. 7.9.1 Datos sociodemográficos La edad media de los “suicidas” era de 36.61 (DE 14.24), ligeramente superior a la de los controles sanos, y claramente superior a la de los controles psiquiátricos. Las diferencias eran significativas entre los casos (suicidas) y los controles psiquiátricos, pero las diferencias entre los casos y los controles sanos no eran significativas (ver Tabla 42). Tabla 42. Edad N Casos Controles psiquiátricos Controles sanos Total Desviación estandar Media Error típico Intervalo de confianza (IC) al 95% Mínimo Máximo 434 36.6133 14.24640 0.68385 Límite inferior 35.2693 Límite superior 37.9574 17.13* 92.93 68 40.9875 13.25108 1.60693 37.7801 44.1950 20.51 63.72 498 35.8531 11.34962 0.50859 34.8538 36.8523 18.21 74.45 1000 36.5322 12.86135 0.40671 35.7341 37.3303 17.13 92.93 *La edad es menor a 18 años porque se recogieron todos aquellos casos en los que el sujeto tenía 18 años o más o los iba a cumplir en ese mismo año (en los menores de 18 años se pidió el consentimiento informado a los padres) ANOVA Inter-grupos Suma de cuadrados 1582,332 2 Media cuadrática 791,166 Intra-grupos 163666,645 997 164,159 Total 165248,977 999 gl F 4,820 Sig. ,008 373 MATERIAL Y MÉTODO Variable dependiente: edad (ajuste de Bonferroni) (I) Muestra (J) Muestra Casos Controles psiquiátrico Controles sanos Controles psiquiátricos Casos Diferencia de medias (I-J) Casos Controles psiquiátricos Sig. Intervalo de confianza al 95% Límite superior -.3670 2.7779 -4.37418(*) .76027 1.67103 .84136 .027 1.000 Límite inferior -8.3814 -1.2573 4.37418(*) 1.67103 .027 .3670 8.3814 5.13444(*) -.76027 1.65642 .84136 .006 1.000 1.1623 -2.7779 9.1066 1.2573 -5.13444(*) 1.65642 .006 -9.1066 -1.1623 Controles sanos Controles sanos Error típico * La diferencia entre las medias es significativa al nivel .05 Para los análisis posteriores, dividimos la muestra de casos en cuatro grupos de edad: 234 “suicidas” tenían entre 18 y 35 años, 130 tenían entre 36 y 50 años, 48 tenían entre 50 y 65 años y, finalmente, 22 eran mayores de 65 años. En relación al género, también encontramos diferencias significativas entre los “casos” y los “controles sanos”. Tal y como se encuentra en la literatura científica, aproximadamente dos tercios de los “suicidas” (66.4%) eran mujeres. Un 62.8% de los “controles psiquiátricos” también eran mujeres. Sin embargo, los “controles sanos” eran significativamente más hombres (60.6%). Tabla 43. Género Género Muestra Casos Mujeres 296 Hombres 150 Total n % 66.4% 33.6% 100% Controles psiquiátricos n 54 32 86 % 62.8% 37.2% 100% n 203 312 515 % 39.4% 60.6% 100% n 553 494 1047 52.8% 47.2% 100% Controles sanos Total % 446 2 X = 73.4, gl= 2, p < 0.001 También se encontraron diferencias significativas en relación al estado civil. Los “casos” era más improbable que estuvieran casados comparados con los dos grupos control, 374 Hilario Blasco Fontecilla MATERIAL Y MÉTODO particularmente con los “controles sanos”. Además, ser un “suicida” se asociaba especialmente con la soltería o con estar separado/divorciado. Tabla 44. Estado civil Casos Muestra n Soltero 200 Casado 139 % Estado civil Separado/Di vorciado Viudo 77 12 Convicencia de 6 meses o más 17 Total 445 44.9% 31.2% 17.3% 2.7% 3.8% 100.0% Controles psiquiátricos n 32 39 9 2 3 85 % 37.6% 45.9% 10.6% 2.4% 3.5% 100.0% Controles sanos n 227 261 17 2 7 514 % 44.2% 50.8% 3.3% .4% 1.4% 100.0% Total n 459 439 103 16 27 1044 % 44.0% 42.0% 9.9% 1.5% 2.6% 100.0% X2 = 84.848, gl= 8, p < 0.001 Respecto a la convivencia, también era significativamente más frecuente que los “casos” vivieran sólos cuando se comparaba con los “controles sanos”, pero no cuando se comparaba con los “controles psiquiátricos” (ver Tabla 45). Tabla 45. Convivencia Convivencia Controles psiquiátricos Controles sanos Total No casa/va gabunde o Otros 7 1.6% 1 6 1.4% 1 23 5.2% 4 1 0.2% 0 12 2.7% 1 443 100.0% 85 0.0% 1.2% 1.2% 4.7% 0.0% 1.2% 100.0% 0 0.0% 6 0.6% 2 0.4% 10 0.9% 3 0.6% 10 0.9% 12 2.3% 39 3.8% 0 0.0% 1 0.1% 10 1.9% 23 2.2% 514 100.0% 1042 100% Pareja Descendientes Famili ares n 47 % 10.6% n 9 % 10.6% 157 35.4% 23 184 41.5% 46 6 1.4% 0 27.1% 54.1% n % n % 176 34.2% 356 34.2% 289 56.2% 519 49.8% Sólos Casos Caridad o similar Compartiend o piso con no familiares Familia de origen 22 4.3% 78 7.5% Total X2 = 47.084, gl= 16, p < 0.001 También había diferencias significativas respecto al área de nacimiento (urbana/rural). Comparado con ambos grupos control, los “suicidas” vivían más frecuentemente en un área urbana. 375 MATERIAL Y MÉTODO Tabla 46. Lugar de nacimiento Lugar de Nacimiento n Urbano 360 % Controles psiquiátricos n Controles sanos Total n Casos Muestra Total Rural 69 429 83.9% 16.1% 100.0% 62 23 85 % 72.9% 27.1% 100.0% n 398 110 508 % 78.3% 21.7% 100.0% 820 202 1022 80.2% 19.8% 100.0% % 2 X = 7.660, gl= 0.022, p < 0.022 En relación al nivel económico, los “casos” tenían un nivel económico bajo con mayor frecuencia, siendo estadísticamente significativas las diferencias (ver Tabla 47). Lo mismo ocurría con el nivel de educación (ver Tabla 48). Tabla 47. Nivel económico Nivel económico Muestra Medio-bajo 120 Medio 195 Medio-alto 44 Alto 6 Total Casos N Bajo 34 % 8.5% 30.1% 48.9% 11.0% 1.5% 100.0% Controles psiquiátricos N 3 8 22 7 1 41 % 7.3% 19.5% 53.7% 17.1% 2.4% 100.0% N 3 58 362 62 9 494 % 0.6% 11.7% 73.3% 12.6% 1.8% 100.0% Controles sanos Total 399 N 40 186 579 113 16 934 % 4.3% 19.9% 62.0% 12.1% 1.7% 100.0% X2= 93.716, gl= 8, p < 0.001 Tabla 48. Nivel de educación Nivel Educativo Analfabeto Casos Controles psiquiátricos Muestra Controles sanos Total n % n % n % n % Primarios FP Total BUP COU Universitario 9 153 79 58 47 93 439 2.1% 34.9% 18.0% 13.2% 10.7% 21.2% 100.0% 4 19 11 12 9 29 84 4.8% 22.6% 13.1% 14.3% 10.7% 34.5% 100.0% 3 119 108 41 53 187 511 0.6% 23.3% 21.1% 8.0% 10.4% 36.6% 100.0% 16 291 198 111 109 309 1034 1.5% 28.1% 19.1% 10.7% 10.5% 29.9% 100.0% 2 X = 50.996, gl= 10, p < 0.001 376 Hilario Blasco Fontecilla MATERIAL Y MÉTODO Respecto a la situación laboral, también se encuentran diferencias significativas. Los “casos” estaban más frecuentemente en paro ya sin subsidio y en una situación de incapacidad. Este hallazgo era especialmente sorprendente, ya que únicamente un pequeño porcentaje de pacientes psiquiátricos estaban en la misma situación. Sólo un 48.2% de los “casos” estaban trabajando de manera activa, comparado con el 88.7% de los “controles sanos” (Ver Tabla 49). Tabla 49. Situación laboral Casos M u e s tr a Controles psiquiátricos Controles sanos Total Situación laboral Incapacidad Incapacidad laboral permanente transitoria 35 42 n Paro sin subsidio 112 Paro con subsidiio 12 % 25.6% 2.7% 8.0% n 19 3 % 22.4% 3.5% Total Trabajando activamente 211 Retirado 26 438 9.6% 48.2% 5.9% 100.0% 2 13 47 1 85 2.4% 15.3% 55.3% 1.2% 100.0% n 34 14 0 1 439 7 495 % 6.9% 2.8% 0.0% 0.2% 88.7% 1.4% 100.0% n 165 29 37 56 697 34 1018 % 16.2% 2.8% 3.6% 5.5% 68.5% 3.3% 100.0% X2= 220.686, gl= 10, p < 0.001 Finalmente, no se encontraron diferencias significativas en relación a la presencia o ausencia de hijos o la orientación sexual. 377 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 7.9.2 Datos clínicos En relación a las diferencias clínicas, se compararon sólo los casos con los controles psiquiátricos, porque evidentemente, las diferencias con un grupo de controles sanos hubiera dado muchas diferencias estadísticamente significativamente, pero que no nos va a permitir dar una cierta solidez al resto de diferencias. Sin embargo, al compararlo con un grupo de controles psiquiátricos, la validez de nuestros datos sería mucho mayor. Las diferencias significativas encontradas son las reflejadas en la siguiente tabla. Tabla 50. Diferencias de diagnóstico en el eje I y II (sólo se resaltan en negrita las diferencias significativas) Eje I . MINI . Episodio depresivo mayor (EDM) (a) . Episodio depresivo mayor recidivante (b) . EDM con síntomas melancólicos . Distimia . Episodio maníaco actual . Episodio maníaco pasado . Episodio hipomaníaco actual . Episodio hipomaníaco pasado (c) . Trastorno de angustia SIN agorafobia (d) . Trastorno de angustia CON agorafobia . Agorafobia . Fobia social . TOC . Trastorno de ansiedad generalizado (e) . Dependencia de alcohol . Abuso de alcohol (f) . Drogodependencia (g) . Abuso de drogas . Trastorno psicótico actual . Trastorno psicótico de por vida . Trastorno del estado del ánimo con síntomas psicóticos actual . Anorexia Nerviosa . Anorexia Nerviosa tipo purgativo . Bulimia Nerviosa (h) . Estrés postraumático . Trastorno antisocial de la personalidad Axis II: . Sin trastorno de la personalidad . Un trastorno de la personalidad . Dos trastornos de la personalidad . Tres trastornos de la personalidad . Cuatro trastornos de la personalidad o más 378 Casos Controles psiquiátricos 395/437 (90.3%) 251/438 (57.30%) 42/134 (31.34%) 41/130 (31.53%) 44/437 (10.06%) 1/435 (0.22%) 13/435 (2.98%) 2/435 (0.45%) 22/435 (5.05%) 36/437 (8.23%) 26/437 (5.94%) 23/437 (5.26%) 37/437 (8.46%) 13/437 (2.97%) 74/437 (16.93%) 55/438 (12.55%) 47/438 (10.73%) 37/437 (8.46%) 26/437 (5.94%) 15/437 (3.43%) 24/437 (5.48%) 12/437 (2.74%) 77/86 (89.53%) 34/86 (39.53%) 9/83 (10.84%) 15/77 (19.48%) 6/86 (6.97%) 1/86 (1.16%) 0/85 (0%) 0/86 (0%) 0/86 (0%) 24/86 (27.90%) 8/83 (9.63%) 1/70 (1.42%) 3/86 (3.48%) 5/84 (5.95%) 26/86 (30.23%) 7/85 (8.23%) 1/84 (1.19%) 2/86 (2.32%) 1/86 (1.16%) 1/85 (1.17%) 2/85 (2.35%) 0/85 (0%) 15/437 (3.43%) 1/81 (1.23%) 26/437 (5.94%) 10/437 (2.28%) 8/134 (5.97%) 1/85 (1.17%) 0/84 (0%) 0/84 (0%) 1/86 (1.16%) 1/83 (1.20%) 25.8% 28.9% 19.7% 13.2% 12.3% 51.2% 29.1% 10.5% 7.0% 2.3% FET (Test exacto de Fisher)/X2 (a) 0.003 (b) 0.001 (c) 0.035 (d) 0.001 (e) 0.007 (f) 0.003 (g) 0.045 (h) 0.013 X2 = 27.976, gl= 4, p < 0.001 Hilario Blasco Fontecilla MATERIAL Y MÉTODO Por otra parte, los sujetos que valoramos por intento de suicidio tenían significativamente un mayor número de intentos de suicidio previos que los controles psiquiátricos (ver Tabla 51). Tabla 51. Riesgo de suicidio (número de intentos de suicidio previos) Tipo de muestra Riesgo de suicidio (número de intentos de suicidio previos) Tres o Ninguno Uno Dos más 0 71 10 348 Casos Controles psiquiátricos Total Total 429 34 12 27 8 81 34 83 37 356 510 2 X = 320.009, gl= 3, p< 0.001 7.9.3 Datos descriptivos de personalidad de los sujetos que intentaron el suicidio Tal y como se ha señalado previamente, el principal problema de los cuestionarios de screening es su falta de especificidad y su alta tasa de falsos positivos. En contraste, su principal ventaja es la facilidad de administración y su coste-beneficio. Así, por ejemplo, el Personality Disorder Questionnnaire-Revised (PDQ-R) muestra una tendencia a diagnosticar un mayor número de trastornos de personalidad solapados cuando se compara con otros instrumentos similares, especialmente con las entrevistas clínicas estructuradas, como la SCID-II (Hyler et al, 1988; Hyler et al, 1992). En nuestro estudio, usando el IPDE-SQ con el punto de corte que dan los autores, se encontró una media de 4.94 (DE 2.53) trastornos de la personalidad por sujeto, lo cual es consistente con los resultados de otros estudios. En un estudio que usa el Personality Disorder Questionnnaire-Revised (PDQ-R modified) se encontró una media de 5.6 TPs por sujeto (Hyler et al, 1988; Hyler et al, 1992). Por esta razón, con el objeto de aumentar la especificidad y disminuir el número de falsos positivos, nosotros usamos un punto de corte ajustado, tal y como señalamos previamente. Con el punto de corte ajustado encontramos una media de 0.81 (SD 1.07) trastornos de personalidad por sujeto (ver Tabla 52). 379 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Tabla 52. Prevalencia de los trastornos de la personalidad en la muestra de sujetos que intentaron el suicidio (n= 446) Cluster A B C Trastorno de la Número (%) de “casos” con al menos un Número (%) de “casos” con al menos personalidad TP usando el punto de corte del IPDE- un TP usando un punto de corte SQ ajustado del IPDE Paranoide 277 (62.1%) 96 (21.5%) Esquizoide 244 (54.7%) 63 (14.1%) Esquizotípico 250 (56.15) 26 (5.8%) Histriónico 300 (67.3%) 66 (14.8%) Antisocial 121 (27.1%) 27 (6.1%) Narcisista 227 (50.9%) 17 (3.8%) Límite 388 (87%) 152 (34.1%) Obsesivo- 302 (67.7%) 60 (13.5%) 287 (64.3%) 80 (17.9%) 350 (78.5%) 152 (34.1%) 436 (97.8%) 331 (74.2%) compulsivo Dependiente Evitativo Cualquier TP Además, también encontramos que usando el punto de corte ajustado, la tasa de individuos que eran diagnosticados con al menos un TP era del 74.2%, mientras que usando el punto de corte “normal” (el que dan los autores), únicamente el 2.2% de los sujetos no cumplían criterios para al menos un TP (ver Tabla 53). Esto es consistente con lo que se encuentra en la literatura disponible, ya que hasta el 77% de los sujetos que intentan el suicidio reciben el diagnóstico de al menos un TP (Casey, 1989; Clarkin et al, 1984; Suominen et al, 1996; Engström et al, 1997; Nimeus et al, 1997; Ferreira de Castro et al, 1998). Dirks et al (1998) señalaban que en su muestra de 120 pacientes ingresados consecutivamente tras un parasuicidio, el 56.6% eran diagnosticados con al menos un TP cuando se usaba la Standardized Assessment of Personality. Aunque la tasa es ligeramente más baja que nuestro 74.2%, esto podría ser debido a las diferencias en el instrumento usado, a diferencias en la muestra –nuestra muestra era de sujetos que habían intentado el suicidio y su muestra era de pacientes “parasuicidas”, conceptos 380 Hilario Blasco Fontecilla MATERIAL Y MÉTODO similares pero no totalmente equiparables- y finalmente, a que se usaron sistemas clasificatorios distintos –nosotros usamos el módulo DSM-IV, mientras que ellos usaron la clasificación de la CIE-10-. Por otra parte, la tasa de TPs en nuestra muestra de casos psiquiátricos era del 48.8 %, que está a medio camino de lo obtenido en los casos y los controles, y es similar a lo que otros autores han encontrado (Molinari et al, 1994; Ross et al, 2003). Tabla 53. Frecuencia de trastornos de la personalidad usando un punto de corte ajustado del IPDE-SQ CASOS Controles sanos Controles psiquiátricos Número de TPs No TP 1 2 Frequencia (N) 115 129 88 % % acumulado 25,8 28,9 19,7 25,8 54,7 74,4 3 59 13,2 87,7 4 31 7,0 94,6 5 14 3,1 97,8 6 8 1,8 99,6 7 1 ,2 99,8 8 1 ,2 100,0 Total 446 100,0 No TP 437 84,9 84,9 1 59 11,5 96,3 2 17 3,3 99,6 3 1 ,2 99,8 100,0 4 1 ,2 Total 515 100,0 No TP 44 51,2 51,2 1 25 29,1 80,2 2 9 10,5 90,7 3 6 7,0 97,7 4 1 1,2 98,8 5 1 1,2 100,0 Total 86 100,0 La comorbilidad entre los distintos trastornos de la personalidad es muy elevada (Lewin et al, 2005), siendo esto uno de los principales problemas de las clasificaciones categoriales. Es típico que los pacientes que reciben el diagnóstico de un TP también sean diagnosticados de otros TPs (Blais & Norman, 1997; Oldham et al, 1992; Pilkonis et al, 1995; Watson & Sinha, 1998). Nosotros encontramos que el 45.3% de los sujetos que intentaron el suicidio eran diagnosticados al menos con dos TPs. En una muestra de atención primaria se encontró que el diagnóstico de más de un TP “definitivo” en el mismo paciente se daba en el 30% de su muestra, cifras similares a las obtenidas en el estudio realizado por Loranger et al (1994). En la actualidad se calcula que aproximadamente dos tercios de los sujetos que son diagnosticados con un 381 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD trastorno de la personalidad también cumplen criterios para al menos otro, aunque aún queda por saber si esto se debe a una comorbilidad “real” o a la falta de poder discriminatorio de los instrumentos diagnósticos empleados (Pérez Urdániz et al, 2005). Una de las posibles razones para esta alta comorbilidad es la alta correlación entre los distintos rasgos de personalidad de los ítems de las clasificaciones (Durrett & Westen, 2005), pero no se puede llegar a una conclusión definitiva cuando todavía no se ha establecido de manera clara cuantos son los TPs (Nakao et al, 1999). Tabla 54. Comorbilidad entre los trastornos de la personalidad (nota: sólo los resultados estadísticamente significativos han sido reflejados) (n= 446) Paranoide Esquizoide (n= 96) (n= 63) Esquizotí Histriónico Antisocial Narcisista Límite pico (n=66) (n= 27) (n= 17) (n= 152) (n= 26) Paranoide - 19 15 (FET OC D Ev (n= (N=80) (N=152) 60) 14 p= 0.001) 10 (FET p= 7 (FET p= 52 (FET 0.053) 0.015) P= 16 0.001) 24 53 (FET (FET p= p= 0.001) 0.051) Esquizoide 19 - 12 (FET 10 2 0 27 12 13 p= 0.001) 37 (FET p= 0.001) Esquizotípico 15 (FET 12 (FET p= p= 0.001) 0.001) - 4 1 0 15 (FET 7 (FET 10 18 (FET p= p= (FET p= 0.017) 0.067) p= 0.001) 0.014) Histriónico 14 10 4 - 6 7 (FET p= 35 (FET 0.007) p= 8 (FET 20 0.001) p= 27 0.008) Antisocial 10 (FET 2 1 6 - p= 0.053) Narcisista 7 (FET p= 52 (FET 13 4 3 10 7 3 2 6 0.015) 0 0 7 (FET p= 4 (FET p= 0.007) 0.015) 15 (FET 35 (FET p= 13 p= 0.017) 0.001) 0.065) Límite 4 (FET p= 27 p= 0.001) 7 22 48 75 (FET (FET p= p= 0.001) 0.001) Obsesivo- 16 12 compulsivo 7 (FET p= 8 4 3 22 - 12 25 10 (FET 20 (FET p= 3 2 48 (FET 12 - 45 (FET p= 0.017) 0.008) 0.067) (OC) Dependiente 24 (FET (D) p= 0.051) Evitativo (Ev) 53 13 37 (FET p= 18 (FET 0.001) p= 0.001) 27 10 6 p= p= 0.001) 0.001) 75 (FET p= 0.001) 25 45 (FET p= 0.001) 382 Hilario Blasco Fontecilla - MATERIAL Y MÉTODO A pesar de que son dos trastornos del cluster A y que ambos han sido relacionados con la esquizofrenia, tal y como hemos comentado previamente, no encontramos comorbilidad entre el TP paranoide y el TP esquizoide, lo cual es consistente con lo encontrado en algunos estudios (Fulton & Winokur, 1993; Pfohl et al, 1986). Hay que tener en cuenta que la comorbilidad entre el TP histriónico y límite es de las más prevalentes en los distintos estudios (Pérez Urdániz et al, 2005). El patrón de comorbilidad que nosotros encontramos con el TP evitativo es muy similar al que encuentran Nakao et al (1999) en su análisis factorial usando criterios DSM-III-R en una muestra de 37 pacientes ambulatorios diagnosticados de TP, ya que encontraban cuatro tipos de covariación del TP evitativo: con las personalidades esquizoide y esquizotípica, con el TP obsesivo-compulsivo, con el TP dependiente y, con el grupo de personalidades límite, dependiente y autoderrotista. De la misma manera, también encontraban que los pacientes esquizodes y esquizotípicos también tenían rasgos evitativos. Estos autores también señalan que los pacientes con TP límite, suelen mostrar rasgos evitativos, dependientes y autoderrotistas, un patrón similar de comorbilidad al que nosotros encontramos. Nakao et al (1999) proponen que para evitar tanta comorbilidad sería necesario usar un criterio de exclusión jerárquico en el caso de que se quiera seguir usando un modelo categorial, mientras que la otra posibilidad que señalan es la de adoptar un modelo dimensional. 383 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 384 Hilario Blasco Fontecilla RESULTADOS 8 RESULTADOS 8.1 Análisis factorial Tal y como han demostrado múltiples estudios, los trastornos de la personalidad (TP) son, de hecho, un conjunto de rasgos de personalidad en los que el punto de corte se coloca en una distribución normal más que bimodal (Ekselius et al, 1996). Una de las maneras de entender la relación entre la personalidad y el suicidio es que se use la combinación de varias dimensiones de personalidad, en vez del abordaje tradicional basado en categorías diagnósticas, pues esta estrategia pudiera ser más útil que el abordaje clásico a la hora de predecir comportamientos suicidas futuros (Frances et al, 1986). Estos autores sugirieron la combinación de impulsividad y firmeza. Aunque el análisis factorial implica necesariamente una cierta subjetividad (Pendse et al, 1999), ha sido usado para identificar subgrupos dentro de grupos más amplios (Ellis et al, 1996). Estos autores usaron cuatro perfiles de personalidad del Millon Clinical Multiaxial Inventory (MCMI): negativista/evitativo/esquizoide, evitativo/dependiente/negativista, antisocial e histriónico/narcisista. Los dos primeros grupos tienen más diagnósticos comórbidos y el segundo grupo era el de mayor riesgo suicida. En otro análisis factorial realizado con una muestra de 37 pacientes ambulatorios que cumplían criterios DSM-III-R para los trastornos de la personalidad, los resultados ofrecían ocho tipologías: desvinculado, anancástico, fóbico, dramático, errático, emocional, ligeramente emocional, y masoquista-negativista. También encontraban una gran comorbilidad entre los distintos grupos. Nosotros realizamos un análisis factorial exploratorio del International Personality Disorder Examination screening questionnarie (IPDE-SQ) usando el SPSS (SPSS Inc., 1999) con el principal objetivo de averiguar si muchos de los ítems del IPDE se podrían aglutinar en factores o grupos de dimensiones de personalidad que pudieran ser fáciles de evaluar o identificar por los clínicos cuando están evaluando el riesgo de suicidio en una muestra de pacientes que han intentado el suicidio. Los ítems fueron sujetos a un análisis de componentes principales y posteriormente se realizó la rotación varimax ideada por Kaiser. Para cada uno de los factores obtenidos, se computó una subescala sumando todos los ítmes con una carga de 0.5 o mayor. Se examinaron los autovalores, el porcentaje de varianza explicado por cada uno de los componentes principales y la escala. La escala no mostraba una ruptura clara, con una nivelación 385 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD gradual entre los factores 10 y 14. Esto es similar a lo señalado por otros autores usando cuestionarios autoaplicados específicamente diseñados para muestras de trastornos de la personalidad (Clark, 1993; Clark et al, 1997). Nos encontramos con 17 factores con autovalores mayores que uno, pero no había una ruptura evidente hasta el noveno factor, y especialmente hasta los seis primeros factores. Los nueve factores principales tenían una varianza cuantificada del 69.67%. Así, retuvimos y rotamos los nueve factores. Basándonos en conceptualizaciones empíricas, y con el objetivo de obtener un conjunto de dimensiones de personalidad que fuera sencillo de manejar a nivel clínico y que tuviera una varianza elevada, finalmente retuvimos los seis primeros factores, pues serían más fácilmente aprehensibles y aplicables en la práctica clínica diaria. Los 6 componentes eran teóricamente coherentes y fácilmente interpretables. Además, explicaban el 62.20% de la varianza. Los tres primeros componentes eran capaces de explicar un 51.56% de la varianza. Los autovalores de los nueve primeros componentes oscilaban entre 1.73 y 24.99, sirviendo para explicar entre un 2.24% y un 32.45% de la varianza cada uno. Los autovalores de los seis primeros factores eran 24.99, 10.53, 4.18, 3.14, 2.63 y, 2.41. La carga de cada uno de los factores se reproduce en la Tabla 55 en orden descendente. Dado que, hasta donde llega nuestro conocimiento, esta es la primera vez que se realiza un análisis factorial del IPDE-SQ en una muestra de sujetos que intentan el suicidio, no fue posible realizar un análisis factorial confirmatorio. 386 Hilario Blasco Fontecilla RESULTADOS Tabla 55. Estructura factorial del International Personality Disorder Examination Screening Questionnaire (IPDE-SQ)a (Nota: entre paréntesis se pone la inicial del trastorno de personalidad correspondiente) Factor 1: AMBIVALENCIA SOCIOEMOCIONAL Loading 1a. Orientación evitativa/evitación o aislamiento social (basada en un estilo cognitivo paranoide) IPDE 2 (P/T-falso): Confío en la gente que conozco 0.91 IPDE 23 (O): Paso demasiado tiempo tratando de hacer las cosas perfectamente 0.91 IPDE 67 (T): No suelo mostrar emoción 0.91 IPDE 51 (V): Tengo miedo de ponerme en ridículo ante gente conocida 0.62 IPDE 16 (V): Me siento molesto o fuera de lugar en situaciones sociales 0.57 IPDE 64 (T): A la gente le resulta difícil saber claramente qué estoy diciendo 0.56 IPDE 27 (V): Para evitar críticas prefiero trabajar sólo 0.55 IPDE 46 (E): Prefiero las actividades que puedo hacer por mí mismo 0.51 IPDE 34 (V): No me gusta relacionarme con gente hasta que no estoy seguro de que les gusto 0.50 1b. Inestabilidad emocional IPDE 68 (N): Hago cosas para que la gente me admire 0.91 IPDE 69 (D-falso): Suelo ser capaz de iniciar mis propios proyectos 0.68 IPDE 62 (D): Cuando finaliza una relación tengo que empezar otra rápidamente 0.62 IPDE 65 (N): Prefiero asociarme con gente de talento 0.60 IPDE 50 (D): Para caer bien a la gente me ofrezco a realizar tareas desagradables 0.61 IPDE 13 (L): Me meto en relaciones muy intensas pero poco duraderas 0.57 IPDE 61 (D): Me enfado cuando la gente no quiere hacer lo que le pido 0.52 IPDE 49 (D): Con frecuencia busco consejos o recomendaciones sobre decisiones de la vida cotidiana 0.50 Factor 2: DIFUSIÓN/INESTABILIDAD DE LA IDENTIDAD 2a. Sentido de la identidad IPDE 40 (L): A menudo me siento vacío por dentro 0.97 IPDE 45 (H): Me siento muy uido a la gente que acabo de conocer 0.73 IPDE 58 (P): Descubro amenazas ocultas en lo que me dicen algunas personas 0.73 IPDE 62 (D): Cuando finalizo una relación, tengo que empezar otra rápidamente 0.73 IPDE 54 (O): Me resulta difícil acostumbrarme a hacer cosas nuevas 0.73 IPDE 35 (H-falso): No me gusta ser el centro de atención 0.69 IPDE 44 (H): Tengo fama de que me gusta “flirtear” 0.64 IPDE 61 (V): Me enfado cuando la gente no quiere hacer lo que le pido 0.61 IPDE 59 (O): Normalmente trato de que la gente haga las cosas a mi manera 0.58 IPDE 48 (O): La gente piensa que soy tacaño con mi dinero 0.55 IPDE 32 (O): La gente crée que soy demasiado estricto con las reglas y normas 0.53 IPDE 30 (T): Soy más supersticioso que la mayoría de la gente 0.50 2b. Inseguridad IPDE 36 (P): Creo que mi cónyuge (amante) me puede ser infiel 0.97 IPDE 42 (D): Me da miedo que me dejen sólo y tener que cuidar de mí mismo 0.73 IPDE 51 (V): Tengo miedo a ponerme en ridículo ante gente conocida 0.73 IPDE 34 (V): No me gusta relacionarme con gente hasta que no estoy seguro de que les gusto 0.60 IPDE 33 (D): Generalmente me siento incómodo o desvalido si estoy solo 0.54 IPDE 39 (V): Me preocupa mucho no gustar a la gente 0.51 2c. Control de impulsos IPDE 43 (L): Tengo ataques de ira o enfado 0.97 IPDE 47 (A): Pierdo los estribos y me meto en peleas 0.50 IPDE 56 (A): Me arriesgo y hago cosas temerarias 0.50 387 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Tabla 56. Estructura factorial del International Personality Disorder Examination Screening Questionnaire (IPDE-SQ)a (Nota: entre paréntesis se pone la inicial del trastorno de personalidad correspondiente) Factor 3: SOCIOPATIA 3a. Psicopatía IPDE 11 (A-falso): Nunca me han detenido 0.70 IPDE 25 (L-falso): Nunca he amenazado con suicidarme, ni me he autolesionado a propósito 0.70 IPDE 59 (O): Normalmente trato de que la gente haga las cosas a mi manera 0.67 IPDE 56 (A): Me arriesgo y hago cosas temerarias 0.61 IPDE 12 (E): La gente crée que soy frío y distante 0.60 IPDE 22 (N): Uso a la gente para lograr lo que quiero 0.58 3b. Inmadurez general IPDE 5 (H): Muestro mis sentimientos a todo el mundo 0.80 IPDE 27 (V): Para evitar críticas prefiero trabajar solo 0.80 IPDE 6 (D): Dejo que los demás tomen decisiones importantes por mí 0.71 IPDE 35 (H-falso): No me gusta ser el centro de atención 0.67 FACTOR 4: SENSITIVIDAD 4a. Hostilidad IPDE 76 (V): Cuando conozco a alguien no hablo mucho 0.90 IPDE 77 (T-Falso): Tengo amigos íntimos 0.82 IPDE 74 (A): Me resulta difícil no meterme en líos 0.82 IPDE 72 (P): Mantengo rencores contra la gente durante años 0.60 4b. Dependencia extrema IPDE 73 (D): Me resulta no estar de acuerdo con las personas de las que dependo 0.84 IPDE 75 (L): Llego al extremo para evitar que la gente me deje 0.73 FACTOR 5: ESQUIZOTIPIA IPDE 64 (T): A la gente le resulta difícil saber claramente qué estoy diciendo 0.77 IPDE 70 (T) : La gente piensa que soy extraño o excéntrico 0.74 IPDE 71 (T-Falso) : Me siento cómodo en situaciones sociales 0.74 IPDE 1 (E-Falso) : Normalmente me divierto y disfruto de la vida 0.53 IPDE 60 (L) : Soy muy emocional y caprichoso 0.62 IPDE 47 (A) : Pierdo los estribos y me meto en peleas 0.55 FACTOR 6: NARCISISMO a IPDE 39 (V): Me preocupa mucho no gustar a la gente 0.70 IPDE 30 (T) : Soy más supersticioso que la mayoría de la gente 0.67 IPDE 55 (N): Sueño con ser famoso 0.61 IPDE 52 (T): A menudo confundo objetos o sombras con gente 0.54 IPDE 20 (A) : A veces he rechazado un trabajo, incluso aunque estuviera esperándolo 0.54 IPDE 38 (P-V): Cuido mucho lo que les digo a los demás sobre mí 0.54 IPDE 53 (L): Soy muy emocional y caprichoso 0.54 IPDE 37 (N): La gente piensa que tengo muy alto concepto de mí mismo 0.51 Los ítems con cargas iguales o mayores a 0.50 se listan 388 Hilario Blasco Fontecilla RESULTADOS 8.2 Letalidad e impulsividad Nosotros también analizamos si había o no relación entre los diferentes tipos de trastornos de la personalidad y diferentes medidas de letalidad e impulsividad. La principal hipótesis era que los TPs caracterizados por un estilo cognitivo rígido -el TP obsesivo y el TP paranoide- y, en general, los TPs del cluster C, podrían estar asociados a los intentos de suicidio de mayor letalidad –o de menor impulsividad- y que, estarían sobrerepresentados en los pacientes mayores. Por el contrario, esperábamos encontrar, tal y como sucede en las publicaciones revisadas, que los intentos de suicidio en el cluster B eran más impulsivos. Usamos diferentes medidas -Lethality Rating Scale (LRS), Weisman & Worden Scale, Beck Suicide Intent Scale (SIS), Barratt Impulsivity Scale (BIS)- para evaluar la letalidad y la impulsividad. La escala de Weisman & Worden tiene dos factores: el primero (W1) para evaluar el riesgo suicida, que se asocia a la severidad, y el segundo (W2) para evaluar las expectativas de rescate del sujeto, que se asociaría a una menor letalidad. La escala SIS también tiene una puntuación global y dos factores: uno de ellos mide la letalidad esperada (S1) y el otro, la planificación suicida (S2). Encontramos que los siguientes TPs, independientemente del cluster en el que están incluidos, están significativamente asociados a una impulsividad incrementada –BIS incrementada-: TP paranoide (cluster A); TP histriónico, TP antisocial y TP límite (cluster B); TP dependiente (cluster C). Tres TPs (TP esquizoide, TP narcisista, y TP obsesivo-compulsivo) estaban asociados significativamente con distintas medidas de letalidad incrementada. 389 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Tabla 57. Letalidad e impulsividad de los intentos de suicidio (IS) en los distintos TPs. Principales resultados Cluster Trastorno de Escala (puntuación) Interpretación T test Paranoide BIS (puntuación más elevada) IS de impulsividad incrementada T= -2.206, gl= 233, p= 0.028 Ezquizoide W1 (puntuación más elevada) IS de letalidad incrementada T= -2.926, gl= 233, p= 0.004 Histriónico BIS (puntuación más elevada) IS de impulsividad incrementada T= -2.976, gl= 233, p= 0.003 Antisocial BIS (puntuación más elevada) IS de impulsividad incrementada T= -3.062, gl= 233, p= 0.002 Narcisista SIS1 (puntuación más elevada) IS de letalidad incrementada T= -3.701, gl= 233, p< 0.001 Límite BIS (puntuación más elevada) IS de impulsividad incrementada T= -5.364, gl= 233, p< 0.001 O-compulsivo BIS (puntuación más baja) IS de menor impulsividad T= 2.564, gl= 233, p= 0.011 Dependiente BIS (puntuación más elevada) IS de impulsividad incrementada T= -2.030, gl= 233, p= 0.043 Personalidad A Esquizotípico B C Evitativo 8.3 Gravedad de los trastornos de la personalidad Inicialmente llevamos a cabo un análisis con la muestra de “suicidas” con el objeto de evaluar si los sujetos con dos o más trastornos de la personalidad (TP), independientemente del cluster al que pertenecieran, era o no más probable que presentaran más intentos de suicidio o eran más impulsivos que los de aquellos sujetos únicamente diagnosticados con un sólo TP. La única diferencia significativa que encontramos fue que los sujetos diagnosticados con al menos un TP tenían intentos de suicidio más impulsivos (puntuación del BIS más elevada) que los sujetos que intentaban el suicido y no eran diagnosticados de un TP. Además, aquellos “suicidas” que eran diagnosticados con dos o más TPs tenían intentos de suicidio más impulsivos (puntuación BIS más elevada) que los sujetos con únicamente un TP. Posteriormente, llevamos a cabo otro análisis basado en la clasificación de la severidad de los TPs de Tyrer & Jonshon (ver Tabla 25). Dado que el IPDE no permite evaluar el nivel de “dificultad de personalidad”, nos ceñimos a comparar a los sujetos que intentaron el suicidio sin un TP, aquellos que tenían un TP simple y aquellos que tenían un TP difuso. En contra de lo que esperábamos, los intentos de suicidio en los sujetos con un TP difuso no eran más graves que los de los otros grupos, es decir, que no encontramos diferencias significativas en lo que respecta a 390 Hilario Blasco Fontecilla RESULTADOS la severidad y letalidad de los intentos de suicidio (ver Tabla 58). Aunque no se realizó este análisis, es probable que los sujetos con un TP difuso presenten una mayor impulsividad en sus intentos de suicidio. Tabla 58. Letalidad y severidad en los sujetos que intentaron el suicidio según la clasificación de Tyrer n No TP Lethality Rating Scale (LRS) Uno/más TPs (mismo cluster) Dos/más TPs (cluster distinto) Total No TP WEISMAN & WORDEN SCALE (W1) WEISMAN & WORDEN SCALE (W2) BECK SUICIDE INTENT SCALE (SIS) (PUNTUACIÓN GLOBAL) BECK SUICIDE INTENT SCALE (SIS) (S1= LETALIDAD ESPERADA) BECK SUICIDE INTENT SCALE (SIS) (S2= PLANIFICACIÓN ) Uno/más TPs (mismo cluster) Dos/más TPs (cluster distinto) Total No TP Uno/más TPs (mismo cluster) Dos/más TPs (cluster distinto) Total No TP Uno/más TPs (mismo cluster) Dos/más TPs (cluster distinto) Total No TP Uno/más TPs (mismo cluster) Dos/más TPs (cluster distinto) Total No TP Uno/más TPs (mismo cluster) Dos/más TPs (cluster distinto) Total Media Desviación estandar Error típico Intervalo de confianza al 95% Límite inferior Límite superior Minimo Máximo 108 1.3611 1.52523 .14677 1.0702 1.6521 .00 6.00 148 1.3649 1.60843 .13221 1.1036 1.6261 .00 6.00 156 1.3141 1.38100 .11057 1.0957 1.5325 .00 7.00 412 1.3447 1.50025 .07391 1.1994 1.4900 .00 7.00 114 5.9035 1.51084 .14150 5.6232 6.1839 5.00 11.00 160 7.5938 16.56749 1.30978 5.0069 10.1806 .00 194.00 169 6.8462 10.21903 .78608 5.2943 8.3980 .00 101.00 443 6.8736 11.80871 .56105 5.7709 7.9762 .00 194.00 114 13.0263 8.94176 .83747 11.3671 14.6855 5.00 105.00 160 16.7625 35.18370 2.78152 11.2690 22.2560 .00 340.00 169 13.2426 14.73113 1.13316 11.0055 15.4797 .00 198.00 443 14.4582 23.47859 1.11550 12.2659 16.6506 .00 340.00 114 20.5877 32.89560 3.08096 14.4838 26.6916 .00 213.00 159 16.7233 20.66273 1.63866 13.4868 19.9598 .00 118.00 168 18.8512 29.52329 2.27777 14.3543 23.3481 .00 203.00 441 18.5329 27.64704 1.31653 15.9454 21.1203 .00 213.00 114 6.2281 12.92664 1.21069 3.8295 8.6267 .00 103.00 159 5.5094 11.34603 .89980 3.7322 7.2866 .00 105.00 168 4.8571 8.10432 .62526 3.6227 6.0916 .00 103.00 441 5.4467 10.69399 .50924 4.4459 6.4476 .00 105.00 114 14.3596 29.70776 2.78239 8.8472 19.8721 .00 204.00 159 11.2138 17.05069 1.35221 8.5431 13.8846 .00 106.00 168 13.9940 28.45534 2.19538 9.6598 18.3283 .00 201.00 441 13.0862 25.30562 1.20503 10.7178 15.4545 .00 204.00 391 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD ANOVA Suma de cuadrados Lethality Rating Scale (LRS) Intergrupos Intragrupos WEISMAN & WORDEN SCALE (W1) Total Intergrupos Intragrupos WEISMAN & WORDEN SCALE (W2) Total Intergrupos Intragrupos BECK SUICIDE INTENT SCALE (SIS) (PUNTUACIÓN GLOBAL) BECK SUICIDE INTENT SCALE (SIS) (F1= LETALIDAD ESPERADA) BECK SUICIDE INTENT SCALE (SIS) (S2= PLANIFICACIÓN) Total Intergrupos Intragrupos Total Intergrupos Intragrupos Total Intergrupos Intragrupos Total Media cuadrática gl ,235 2 ,118 924,823 409 2,261 925,058 411 190,389 2 95,194 61444,532 440 139,647 61634,921 442 1333,028 2 666,514 242316,949 440 550,720 243649,977 442 1019,047 2 509,523 335298,726 438 765,522 336317,773 440 128,620 2 64,310 50190,377 438 114,590 50318,998 440 880,748 2 440,374 280883,978 438 641,288 281764,726 440 F Sig. ,052 ,949 ,682 ,506 1,210 ,299 ,666 ,514 ,561 ,571 ,687 ,504 Por otra parte, también hipotetizamos que los sujetos que intentaban el suicidio con el diagnóstico de TP difuso serían más propensos a tener una historia con más intentos de suicidio que aquellos que tenían únicamente un TP simple o sin TP, que a su vez, tendrían más riesgo de tener más intentos de suicidio que aquellos que no eran diagnosticados de TP. Nuestra hipótesis inicial se confirmó plenamente, ya que se encontraron diferencias significativas en las comparaciones realizadas (ver Tabla 59). 392 Hilario Blasco Fontecilla RESULTADOS Tabla 59. Relación entre el número de intentos de suicidio de los “casos” y la severidad del TP Clasificación de Tyrer & Johnson de severidad de los TPs Ninguno Número de los intentos de suicidio previos 1o2 3 o más Total No TP 77 TP simple 82 TP difuso 66 Total n % 68,8% 52,2% 39,3% 51,5% n 22 38 60 120 % 19,6% 24,2% 35,7% 27,5% 225 n 13 37 42 92 % 11,6% 23,6% 25,0% 21,1% n 112 157 168 437 % 100% 100% 100% 100% X2= 25.085, gl= 4, p < 0.001 Posteriormente, llevamos a cabo el mismo análisis, pero teniendo en cuenta la edad y el sexo como potenciales factores de confusión. Inicialmente, analizamos la distribución de TP simple y TP difuso en las tres muestras (casos, controles sanos y controles psiquiátricos). No se encontraron diferencias significativas en la distribución por edad cuando se tenían en cuenta las tres muestras (ver Tabla 60). Tabla 60. Distribución de los sujetos de las tres muestras en relación a la severidad del TP controlando por edad Clasificación de Tyrer & Johnson de severidad 18-35 Edad 35-50 50-65 >65 Total n % n % n % n % n % Total No TP 302 TP simple 129 TP difuso 105 536 53,0% 51,8% 58,0% 53,6% 171 75 54 300 30,0% 30,1% 29,8% 30,0% 82 42 16 140 14,4% 16,9% 8,8% 14,0% 15 3 6 24 2,6% 1,2% 3,3% 2,4% 570 249 181 1000 100% 100% 100% 100% X2= 8.056, gl=6, 0.234 Tras analizar únicamente los “casos”, encontramos que la diferencias sólo eran significativas en el grupo de los más jóvenes (18-35 años) (X2 18.026, gl=4, 0.001) (ver Tabla 61). También se podría decir que el diagnóstico de TP difuso en el grupo de los “casos” era más 393 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD frecuente en los más jóvenes (menores de 50 años), especialmente en los menores de 35 años, grupo en el que 95 de 229 sujetos que intentaron el suicidio tenían un TP difuso, mientras que sólo 5 de 21 sujetos que intentaban el suicidio mayores de 65 años tenían el mismo diagnóstico. Tabla 61. Historia previa de intentos de suicido y severidad de los TPs controlando por edad Clasificación de Tyrer & Johnson de severidad Ninguno Historia de intentos de suicidio 18-35 1o2 Tres o más No TP 34 TP simple 45 TP difuso 37 Total N % 77,3% 50,0% 38,9% 50,7% N 7 26 33 66 % 15,9% 28,9% 34,7% 28,8% N 3 19 25 47 6,8% 21,1% 26,3% 20,5% N 44 90 95 229 % 100% 100% 100% 100% % Total Ninguno Historia de intentos de suicidio 35-50 1o2 Tres o más N 20 24 19 63 % 55,6% 58,5% 38,0% 49,6% N 7 8 18 33 % 19,4% 19,5% 36,0% 26,0% N 9 9 13 31 25,0% 22,0% 26,0% 24,4% % Total Ninguno Historia de intentos de suicidio 50-65 1o2 Tres o más N 36 41 50 127 % 100% 100% 100% 100% N 10 11 4 25 % 58,8% 57,9% 33,3% 52,1% N 6 4 4 14 % 35,3% 21,1% 33,3% 29,2% N 1 4 4 9 5,9% 21,1% 33,3% 18,8% N 17 19 12 48 % 100% 100% 100% 100% % Total Historia de intentos de suicidio >65 Ninguno 1o2 Tres o más Total N 12 1 3 16 % 92,3% 33,3% 60,0% 76,2% N 1 0 2 3 % 7,7% ,0% 40,0% 14,3% N 0 2 0 2 % ,0% 66,7% ,0% 9,5% N 13 3 5 21 % 100% 100% 100% 100% X2=18.026, gl=4, p< 0.001 394 116 Hilario Blasco Fontecilla RESULTADOS Por otra parte, también controlamos por el sexo y encontramos diferencias significativas sólo para la mujer sobre la influencia de la severidad del TP en el número de intentos de suicidio (ver Tabla 62). Tabla 62. Historia de intentos de suicidio y severidad de los TPs controlando por sexo Ninguno Mujer Historia de intentos de suicidio previos 1o2 3 o más Total Ninguno Hombre Historia de intentos de suicidio previos 1o2 3 o más Total Clasificación de Tyrer & Johnson de severidad Total N No TP 56 TP simple 57 TP difuso 34 147 % 71,8% 50,4% 33,7% 50,3% N 14 32 40 86 % 17,9% 28,3% 39,6% 29,5% N 8 24 27 59 % 10,3% 21,2% 26,7% 20,2% N 78 113 101 292 % 100% 100% 100% 100% N 21 25 32 78 % 61,8% 56,8% 47,8% 53,8% N 8 6 20 34 % 23,5% 13,6% 29,9% 23,4% N 5 13 15 33 % 14,7% 29,5% 22,4% 22,8% N 34 44 67 145 % 100% 100% 100% 100% Mujer: X2= 25.810, gl =4, p= 0.001 Hombre: X2= 5.771, gl=4, p= 0.217 395 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 8.4 Edad La edad media de nuestras muestra de “casos” era de 36.61 (SD= 14). La distribución por edad de los sujetos que intentaban el suicidio se muestra en la Figura 6. Figura 6. Distribución por edad 60 50 Frecuencia 40 30 20 10 Media =36,6133 Desviación típica =14, 2464 N =434 0 20,00 40,00 60,00 80,00 100,00 edad El primer análisis que se llevo a cabo en la muestra de “casos” fue para ver si la proporción de cada tipo de TPs cambiaba o no en relación a la edad. Nosotros esperábamos encontrar que los TPs caracterizados por una elevada impulsividad –como por ejemplo el TP límite o el TP antisocial- serían más frecuentes en los “suicidas” más jóvenes, mientras que aquellos TPs caracterizados por un estilo cognitivo rígido –por ejemplo, el TP paranoide o el TP obsesivo-compulsivo- serían más frecuentes en los “suicidas” mayores. Tal y como esperábamos, la proporción de sujetos “suicidas” o “casos” con un diagnóstico de TP límite iba disminuyendo con la edad. Así, el 40.2% de los menores de 35 recibían este diagnóstico, mientras que sólo un 9.1% de los mayores de 65 obtenían el mismo 396 Hilario Blasco Fontecilla RESULTADOS diagnóstico. Sin embargo, la proporción de “casos” con TP antisocial era bastante estable a lo largo de la vida, siendo la prevalencia ligeramente superior en el grupo de los mayores. Tal y como esperábamos, el TP obsesivo-compulsivo era más frecuente en el grupo de “casos” mayores de 65 años, y de hecho, era el diagnóstico más frecuente para éste grupo de edad. Sin embargo, la proporción de este TP en los sujetos jóvenes era mayor de lo esperable, siendo un TP con prevalencias bastante estables en los distintos grupos de edad. En contra de nuestras expectativas, la proporción de TP paranoide descendía gradualmente, aunque las diferencias no eran significativas. El TP esquizoide tenía un pico en el grupo de edad de los 50 a los 65 años en el grupo de “casos”. El TP esquizotìpico era más frecuentemente diagnosticado en el grupo de los 35 a los 50. Curiosamente, también encontramos que el TP histérico tenía una distribución bimodal, ya que era más frecuente en los grupos de los 15 a los 35 años y en el de los 50 a los 65 años. El TP narcisista era uno de los TPs con una prevalencia más baja en todos los grupos de edad y, de igual manera que ocurría con el TP límite, había una ligera pero constante disminución en su prevalencia en los grupos de mayor edad. El TP dependiente era más frecuente en el grupo de “casos” de 50 años o más jóvenes. Curiosamente, los porcentajes que se encuentran en el TP evitativo en los distintos grupos de edad es muy similar al patrón del TP límite. Además, era el segundo TP más frecuente en el grupo de edad de los 18 a los 35 años y en aquellos de 65 o más años, siendo asimismo el TP más frecuente en el grupo de los 35 a los 50 años –con el mismo porcentaje que el TP límite (34.6%)- y en el de los 50 a los 65 –con el mismo porcentaje que el TP esquizoide (20.8%)- (ver Tabla 63). A la hora de analizar los datos desde el punto de vista de los subgrupos de edad, fue sorprendente encontrar que, dos de los TPs que desde un punto de vista clínico resultan más difíciles de diferenciar, como son TP esquizoide y el TP evitativo, eran los TPs más frecuentes (20.8%) en el grupo de los “casos” de entre 50 a los 65 años. En el rango de edad de los 18 a los 50, los TPs más frecuentes eran el TP límite y el TP evitativo. Además, la proporción por edad del TP límite y TP evitativo era prácticamente la misma. En el grupo de mayor edad, el TP más frecuente era el TP obsesivo-compulsivo (18.2%) y el TP evitativo (13.6%). Curiosamente, cuando se analizaron los datos en relación a los distintos grupos o cluster, y no en las distintas categorías de TPs, se encontró que el cluster C era el más frecuente en tres de los grupos de edad, siendo el cluster B únicamente más prevalerte en el grupo de los 50 a los 397 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 65. Además, el cluster C era el único en el que la tendencia a un menor porcentaje con la edad se rompía, ya que se incrementaba su porcentaje en el grupo de 65 años o más. Finalmente también observamos que la proporción de sujetos que intentaba el suicidio era aproximadamente la mitad en cada grupo subsecuente de más edad. Así, 234 de los “suicidas” tenían entre 18 y 35 años, 130 tenían entre 35 y 50 años, 48 estaban en el grupo de 50 a los 65 años y, finalmente, 22 casos eran mayores de 65 años. Figura 7. Distribución de los “casos” por grupo de edad (1= 18 a 35 años; 2= 36 a 50 años; 3= 50 a 65 años; 4= más de 65 años) 250 Frecuencia 200 150 100 50 Media =1,6728 Desviación típica =0, 86441 N =434 0 0,00 1,00 2,00 3,00 4,00 5,00 edad_ag A la hora de “leer” la siguiente tabla, se debiera tener en cuenta que los sujetos que intentaron el suicidio podrían tener el diagnóstico de uno o más trastornos de la personalidad. 398 Hilario Blasco Fontecilla RESULTADOS Tabla 63. Proporción de TPs según la edad en la muestra de sujetos que intentaron el suicidio (n= 434) Edad Tipo de TP 18-35 35-50 50-65 > 65 TP Paranoide 55/234 (23.5%) 30/130 (23.1%) 7/48 (14.6%) 1/22 (4.5%) TP esquizoide 29/234 (12.4%) 21/130 (16.2%) 10/48 (20.8%) 1/22 (4.5%) TP`esquizotípico 12/234 (5.1%) 12/130 (9.2%) 1/48 (2.1%) 0/22 (0%) CLUSTER A 96/234 (41.0%) 63/130 (48.5%) 18/48 (37.5%) 2/22 (9.1%) TP histriónico 44/234 (18.8%) 12/130 (9.2%) 8/48 (16.7%) 0/22 (0%) TP antisocial 14/234 (6.0%) 5/130 (3.8%) 4/48 (8.3%) 2/22 (9.1%) TP narcisista 12/234 (5.1%) 4/130 (3.1%) 1/48 (2.1%) 0/22 (0%) TP límite 94/234 (40.2%) 45/130 (34.6%) 7/48 (14.6%) 2/22 (9.1%) CLUSTER B 164/234 (70.1%) 66/130 (50.8%) 20/48 (41.7%) 4/22 (18.2%) TP obsesivo- 30/234 (12.8%) 19/130 (14.6%) 4/48 (8.3%) 4/22 (18.2%) TP dependiente 52/234 (22.2%) 23/130 (17.7%) 1/48 (2.1%) 1/22 (4.5%) TP evitativo 88/234 (37.6%) 45/130 (34.6%) 10/48 (20.8%) 3/22 (13.6%) CLUSTER C 170/234 (72.6%) 87/130 (66.9%) 15/48 (31.2%) 8/22 (36.4%) TOTAL (n) 234 130 48 22 compulsivo 8.5 Sexo Las mujeres eran aproximadamente dos tercios de la muestra de los sujetos que intentó el suicidio (suicide attempters, SA). Respecto al diagnóstico de TP, no se encontraron diferencias significativas en relación al sexo (el 76% de los hombres que intentaron el suicidio recibían el diagnóstico de TP por un 73.3% de las mujeres), incluso tras separar la muestra por los cuatro grupos de edad ya comentados (ver Tabla 64). Tabla 64. Separación por sexo de los “casos” y TPs Total Diagnostico en el eje II Total No Si Mujer 79 Hombre 36 115 217 114 331 296 150 446 FET p= 0.568 399 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Cuando dividimos la muestra de “casos” en los distintos tipos de TPs sí que encontramos diferencias significativas en el TP antisocial y en el TP narcisista, que eran significativamente más frecuentes en los hombres (ver Tabla 65). Tabla 65. Relación de los distintos TPs según el género en la muestra de casos (n= 446) Tipo de TP TP paranoide TP Esquizoide TP esquizotípico TP histriónico TP antisocial TP narcisista TP límite TP anancástico TP dependiente TP evitativo No Si No Si No Si No Si No Si No Si No Si No Si No Si No Si Mujer 237 59 260 36 280 16 253 43 286 10 291 5 196 100 256 40 239 57 197 99 Sexo Hombre 113 37 123 27 140 10 127 23 133 17 138 12 98 52 130 20 127 23 97 53 Total 350 96 383 63 420 26 380 66 419 27 429 17 294 152 386 60 366 80 294 152 FET 0.273 0.113 0.670 0.888 0.001 0.002 0.916 1.000 0.361 0.751 Sin embargo, tras dividir la muestra en cuatro grupos de edad, encontramos que el TP paranoide era significativamente más frecuente en el grupo de los hombres de 18 a 35 años (ver Tabla 66), que el TP esquizoide lo era en el grupo de los hombres de 35 a 50 años (ver Tabla 67), que el TP antisocial lo era de los 18 a los 50 años (ver Tabla 68), el TP narcisista en el grupo de los 18 a los 35 años (ver Tabla 69) y, finalmente, el TP límite lo era en los hombres del grupo de 35 a 50 años (ver Tabla 70). 400 Hilario Blasco Fontecilla RESULTADOS Tabla 66. TP paranoide separado por edades en la muestra de casos Edad 18-35 Sexo TP Paranoide* No Mujer 136 Hombre 43 179 Si 34 21 55 Total 35-50 TP Paranoide 170 64 234 No 59 41 100 Si 16 14 30 Total 50-65 TP Paranoide 75 55 130 No 27 14 41 Si 6 1 7 Total >65 TP Paranoide Total 33 15 48 No 9 12 21 Si 1 0 1 10 12 22 Total *FET p= 0.056 Tabla 67. TP esquizoide separado por edades en la muestra de casos Grupo de Edad 18-35 Sexo TP Esquizoide No Mujer 150 Hombre 55 205 Si 20 9 29 Total 35-50 TP Esquizoide* 170 64 234 No 67 42 109 Si 8 13 21 Total 50-65 TP Esquizoide 75 55 130 No 27 11 38 Si 6 4 10 Total >65 TP Esquizoide Total Total 33 15 48 No 10 11 21 Si 0 1 1 10 12 22 *FET p= 0.056 401 Hilario Blasco Fontecilla RESULTADOS Tabla 68. TP antisocial separado por edades en la muestra de casos Grupo de Edad 18-35 Sexo TP Antisocial* No Mujer 165 Hombre 55 220 Si 5 9 14 170 64 234 75 50 125 0 5 5 Total 35-50 TP Antisocial** No Si Total 50-65 TP Antisocial 75 55 130 No 29 15 44 Si 4 0 4 33 15 48 9 11 20 Total >65 TP Antisocial Total No Si Total 1 1 2 10 12 22 *FET p= 0.003 **FET p= 0.012 Tabla 69. TP narcisista separado por edades en la muestra de casos Grupo de Edad 18-35 Sexo TP Narcisista* No Hombre 55 222 Si 3 9 12 170 64 234 No 73 53 126 Si 2 2 4 Total 35-50 TP Narcisista Total 50-65 TP Narcisista 75 55 130 No 33 14 47 Si 0 1 1 33 15 48 10 12 22 10 12 22 Total >65 TP Narcisista Total Total Mujer 167 No *FET p= 0.001 402 Hilario Blasco Fontecilla RESULTADOS Tabla 70. TP límite separado por edades en la muestra de casos Grupo de Edad 18-35 Sexo TP Límite No Mujer 100 Si Total 35-50 TP Límite* TP Límite TP Límite 40 140 70 24 94 170 64 234 54 31 85 Si 21 24 45 75 55 130 No 27 14 41 Si 6 1 7 Total >65 Hombre No Total 50-65 Total 33 15 48 No 10 10 20 Si 0 2 2 10 12 22 Total *FET p= 0.093 8.6 Comorbilidad entre el eje I y el eje II Tal y como he dicho antes, la comorbilidad entre el eje I y el eje II era frecuente en la muestra de sujetos que intenta el suicidio (SA) (ver Tabla 50). Posteriormente, llevamos a cabo un análisis para determinar si había o no asociaciones significativas entre los dos ejes. Nosotros esperábamos encontrar asociaciones entre el TP límite y los trastornos depresivos y/o la dependencia o abuso de substancias. El único TP en el que no se encontró ninguna asociación estadísticamente significativa con el eje I fue el TP obsesivo-compulsivo. Respecto al resto de TPs, se encontraron las siguientes asociaciones significativas: - TP paranoide con abuso de alcohol (FET p= 0.014), episodio psicótico actual (FET p= 0.024) y trastorno de estrés postraumático (FET p= 0.042). Tabla 71. Asociación entre el TP paranoide y el abuso de alcohol Abuso de alcohol TP Paranoide No Si Total No 314 Si 30 Total n % 80,3% 63,8% 78,5% 344 n 77 17 94 % 19,7% 36,2% 21,5% n 391 47 438 % 100% 100% 100% FET p= 0.014 403 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Tabla 72. Asociación entre el TP paranoide y episodio psicótico actual Episodio psicótico actual No TP Paranoide Si Total No 335 Si 8 Total n % 79,4% 53,3% 78,5% n 87 7 94 % 20,6% 46,7% 21,5% n 422 15 437 % 100% 100% 100% 343 FET p= 0.024 Tabla 73. Asociación entre el TP paranoide y trastorno de estrés postraumático Trastorno de estrés postraumático No TP Paranoide Si No 338 Si 5 Total n % 79,2% 50,0% 78,5% n 89 20,8% 5 50,0% 94 21,5% 427 10 437 100% 100% 100% % n Total % 343 FET p= 0.042 - TP esquizoide con agorafobia (FET p= 0.029) y con riesgo de suicidio (X2 7.291, gl= 2, p < 0.026). Tabla 74. Asociación entre el TP esquizoide y agorafobia Agorafobia TP esquizoide Total No No 360 Si 16 Total n % 87,0% 69,6% 86,0% Si n 54 7 61 % 13,0% 30,4% 14,0% n 414 23 437 % 100% 100% 100% 376 FET p= 0.029 404 Hilario Blasco Fontecilla RESULTADOS Tabla 75. Asociación entre el TP esquizoide y el riesgo de suicidio Riesgo de suicidio TP esquizoide No Si Total No 68 Si 9 ? 291 Total n % 95,8% 90,0% 83,6% 85,8% n 3 1 57 61 % 4,2% 10,0% 16,4% 14,2% n 71 10 348 429 % 100% 100% 100% 100% 368 2 X = 7,291, gl=2, p< 0.026 - TP esquizotípico con fobia social (FET p= 0.001) y episodio psicótico actual (FET p= 0.009). Tabla 76. Asociación entre el TP esquizotípico y fobia social Fobia social TP esquizotípico No No 382 Si 29 Total n % 95,5% 78,4% 94,1% Si n 18 8 26 % 4,5% 21,6% 5,9% n 400 37 437 % 100% 100% 100% Total 411 FET p= 0.001 Tabla 77. Asociación entre el TP esquizotípico y episodio psicótico actual Episodio psicótico actual No TP esquizotípico Total Si Si 11 Total n No 400 % 94,8% 73,3% 94,1% n 22 4 26 5,2% 26,7% 5,9% % 411 n 422 15 437 % 100% 100% 100% FET p= 0.009 - TP histriónico con trastorno de angustia de por vida (FET p= 0.047) y abuso de substancias (alcohol no incluido) (FET p= 0.041). 405 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Tabla 78. Asociación entre el TP histriónico y el trastorno de angustia de por vida Trastorno de Angustia de por vida No TP histriónico n % n Si Total % No 345 Si 26 Total 86,0% 72,2% 84,9% 56 10 66 14,0% 27,8% 15,1% 371 n 401 36 437 % 100% 100% 100% X2 = 4.915, gl=1, p= 0.027 Tabla 79. Asociación entre el TP histriónico y el abuso de substancias (alcohol no incluido) Abuso de substancias (no incluido el alcohol) No TP histriónico Si Total No 353 Si 18 Total 85,9% 69,2% 84,9% 58 8 66 14,1% 30,8% 15,1% n 411 26 437 % 100% 100% 100% n % n % 371 FET p= 0.041 - TP antisocial con historia de episodio de manía (FET p= 0.036) y dependencia de substancias (alcohol no incluido) (FET p= 0.004). Además, las asociaciones con abuso de substancias (alcohol no incluido), dependencia de alcohol y riesgo de suicidio casi alcanzaron significación estadística (FET p= 0.067; FET p= 0.063; y X2 = 1.271, gl= 2, p= 0.530, respectivamente). 406 Hilario Blasco Fontecilla RESULTADOS Tabla 80. Asociación entre el TP antisocial y episodio pasado de manía Episodio pasado de manía No TP antisocial Si Total No 399 Si 10 Total 94,5% 76,9% 94,0% 23 3 26 5,5% 23,1% 6,0% n 422 13 435 % 100% 100% 100% n % n % 409 FET p= 0.036 Tabla 81. Asociación entre el TP antisocial y la dependencia de substancias (alcohol no incluido) Dependencia de substancias (alcohol no incluido) No TP antisocial Si Total No 380 Si 30 Total n % 95,0% 81,1% 93,8% 20 7 27 5,0% 18,9% 6,2% n % 410 n 400 37 437 % 100% 100% 100% FET p= 0.004 - TP narcisista con dependencia de substancias (alcohol no incluido) (FET p= 0.010). Además, las asociaciones con abuso de substancias (alcohol no incluido) y TP antisocial prácticamente llegaban a la significación estadística (FET 0.073 y, FET 0.057, respectivamente). Tabla 82. Asociación entre el TP narcisista y el abuso de substancias (alcohol no incluido) Abuso de substancias (alcohol no incluido) TP narcisista No Si Total No 397 Si 23 Total n % 96,6% 88,5% 96,1% n 14 3 17 % 3,4% 11,5% 3,9% n 411 26 437 % 100% 100% 100% 420 FET p= 0.073 407 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Tabla 83. Asociación entre el TP narcisista y el TP antisocial (nota: el primero diagnosticado con el punto de corte ajustado del IPDE y el segundo con el MINI) TP antisocial No TP narcisista SI Total No 121 SI 6 Total n % 96,0% 75,0% 94,8% 127 n 5 2 7 % 4,0% 25,0% 5,2% N 126 8 134 % 100% 100% 100% FET p= 0.057 - TP límite con la puntuación general del MINI (FET p= 0.038), episodio depresivo mayor (FET p= 0.026), trastorno depresivo mayor (FET p= 0.027), trastorno de angustia de por vida (FET p= 0.018), fobia social (FET p= 0.029), dependencia de alcohol (FET p= 0.015) y anorexia nerviosa (FET p= 0.011). Tabla 84. Asociación entre el TP límite y el MINI MINI No TP Límite Si Total Si 251 Total n No 33 % 80,5% 64,0% 65,6% 284 N 8 141 149 % 19,5% 36,0% 34,4% n 41 392 433 % 100% 100% 100% FET p= 0.038 Tabla 85. Asociación entre el TP límite y el episodio depresivo mayor Episodio depresivo mayor TP límite No Si Total n % n % n % No Total Si 134 154 288 71,7% 61,4% 65,8% 53 97 150 28,3% 38,6% 34,2% 187 251 438 100% 100% 100% FET p= 0.026 408 Hilario Blasco Fontecilla RESULTADOS Tabla 86. Asociación entre el TP paranoide y el trastorno depresivo mayor Trastorno depresivo mayor TP límite No Si Total No 69 Si 23 Total n % 75,0% 54,8% 68,7% 92 n 23 19 42 % 25,0% 45,2% 31,3% n 92 42 134 % 100% 100% 100% FET p= 0.027 Tabla 87. Asociación entre el TP límite y el trastorno de ansiedad de por vida Trastorno de ansiedad de por vida TP límite No Si Total No 270 Si 17 Total n % 67,3% 47,2% 65,7% 287 n 131 19 150 % n 32,7% 52,8% 34,3% 401 36 437 % 100% 100% 100% FET p= 0.018 Tabla 88. Asociación entre el TP límite y la fobia social Fobia social TP límite No No 269 Si 18 Total n % 67,3% 48,6% 65,7% Si N 131 19 150 % 32,8% 51,4% 34,3% N 400 37 437 % 100% 100% 100% Total 287 FET p= 0.029 Tabla 89. Asociación entre el TP límite y la dependencia de alcohol Dependencia de Alcohol TP límite No Si Total Si 28 Total n No 260 % 67,9% 50,9% 65,8% n 123 27 150 % 32,1% 49,1% 34,2% n 383 55 438 % 100% 100% 100% 288 FET p= 0.015 409 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Tabla 90. Asociación entre el TP límite y la anorexia nerviosa Anorexia Nerviosa No TP límite Si Total No 282 Si 5 Total n % 66,8% 33,3% 65,7% 287 n 140 10 150 % 33,2% 66,7% 34,3% n 422 15 437 % 100% 100% 100% FET p= 0.011 - TP dependiente con el MINI (FET p= 0.018), trastorno depresivo mayor (FET p= 0.046), fobia social (FET P < 0.001), trastorno psicótico actual (FET p= 0.039) y trastorno afectivo con síntomas psicóticos (FET p= 0.050). Tabla 91. Asociación entre el TP dependiente y el MINI MINI TP dependiente No Si Total Si 315 Total n No 39 % 95,1% 80,4% 81,8% n 2 77 79 % 4,9% 19,6% 18,2% n 41 392 433 % 100% 100% 100% 354 FET p= 0.018 Tabla 92. Asociación entre el TP dependiente y el episodio depresivo mayor Episodio depresivo mayor No TP dependiente Total Si Total % n No 161 86,1% 26 Si 197 78,5% 54 358 81,7% 80 % 13,9% 21,5% 18,3% n 187 251 438 % 100% 100% 100% n FET p= 0.046 410 Hilario Blasco Fontecilla RESULTADOS Tabla 93. Asociación entre el TP dependiente y la fobia social Fobia social TP dependiente No Si Total No 337 Si 20 Total n % 84,3% 54,1% 81,7% n 63 17 80 % 15,8% 45,9% 18,3% n 400 37 437 % 100% 100% 100% 357 FET p= 0.001 Tabla 94. Asociación entre el TP dependiente y el episodio psicótico actual Episodio psicótico actual TP dependiente No Si Total No 348 Si 9 Total % n 82,5% 60,0% 81,7% 74 6 80 % 17,5% 40,0% 18,3% n 422 15 437 % 100% 100% 100% n 357 FET p= 0.039 Tabla 95. Asociación entre el TP dependiente y el trastorno afectivo con síntomas psicóticos Trastorno afectivo con síntomas psicóticos No TP dependiente Total Si n % n % n % No 350 Si 7 Total 82,4% 58,3% 81,7% 75 5 80 17,6% 41,7% 18,3% 357 425 12 437 100% 100% 100% FET p= 0.050 411 Hilario Blasco Fontecilla RESULTADOS - TP evitativo son fobia social (FET P= 0.001). Tabla 96. Asociación entre el TP evitativo y la fobia social Fobia social TP Evitativo No Si Total No 273 Si 15 Total n % 68,3% 40,5% 65,9% n 127 22 149 % 31,8% 59,5% 34,1% 288 n 400 37 437 % 100% 100% 100% FET p= 0.001 8.7 Acontecimientos vitales recientes (AVR) La influencia del estrés y los acontecimientos vitales recientes (AVR) sobre la conducta suicida ha sido objeto de una amplia investigación. Los AVR pueden ser precipitantes de la conducta suicida (Heikkinen et al, 1997). Evaluamos el número y gravedad de los AVR con la St. Paul Ramsay Life experience scale y posteriormente, codificamos cada una de las situaciones vitales específicas que referían los sujetos. La hipótesis inicial era que los sujetos que intentaban el suicidio, tal y como señala la literatura revisada, tienen más AVR, que podrían ser factores precipitantes de los intentos de suicidio. Así, comparamos la muestra de los “casos” con los dos grupos “control”. Tal y como esperábamos, los “casos” presentaban significativamente más AVR que ambos grupos control, concretamente fallecimiento de un familiar cercano, cambio importante en los hábitos alimenticios, modificación de los hábitos personales, problemas menores con la ley, problemas con la familia política, cambio importante en la situación económica, incorporación de un nuevo miembro a la familia, hijo/a deja la casa, separación matrimonial, despido del trabajo, cambio importante en el número de discusiones con la esposa, lesión/enfermedad importante, y cambio importante en las actividades sociales; asimismo, el índice de reajuste social (IRS), un marcador general de acontecimientos vitales recientes era también más elevado en la muestra de sujetos suicidas (ver tablas siguientes). 412 Hilario Blasco Fontecilla RESULTADOS Tabla 97. Fallecimiento de un familiar cercano Fallecimiento de un familiar próximo Total Casos No 377 Si 62 439 Controles sanos 475 38 513 Controles con patología 58 4 62 Total 910 104 1014 2 X = 12.629, gl= 2, p < 0.002 Tabla 98. Cambio importante en hábitos alimentarios Cambio importante en hábitos alimentarios MUESTRA Total Casos No 417 Si 20 437 Controles sanos 513 0 513 62 0 62 992 20 1012 Controles con patología Total 2 X =26.846, gl= 2, p < 0.001 Tabla 99. Modificación de hábitos personales Modificación de hábitos personales MUESTRA Total Casos No 372 Si 67 439 Controles sanos 504 9 513 63 0 63 939 76 1015 Controles con patología Total 2 X = 67.736, gl= 2, p< 0.001 Tabla 100. Problemas menores con la ley Problemas menores con la ley MUESTRA Total Casos No 427 Si 13 440 Controles sanos 507 3 510 63 0 63 997 16 1013 Controles con patología Total 2 X = 9.586, gl= 2, p< 0.008 413 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Tabla 101. Problemas con la familia política Problemas con la familia política MUESTRA Total Casos No 422 Si 17 439 Controles sanos 511 2 513 62 0 62 995 19 1014 Controles con patología Total 2 X =16.865, gl= 2, p< 0.001 Tabla 102. Cambio importante en la situación económica Cambio importante en la situación económica MUESTRA Total Casos No 361 Si 78 439 Controles sanos 491 22 513 60 3 63 912 103 1015 Controles con patología Total 2 X = 49.275, gl= 2, p< 0.001 Tabla 103. Incorporación de un nuevo miembro a la familia Incorporación de un nuevo miembro a la familia MUESTRA Total Casos No 300 Si 138 438 Controles sanos 479 34 513 60 2 62 839 174 1013 Controles con patología Total 2 X = 111.834, gl= 2, p< 0.001 Tabla 104. Hijo/a deja la casa Hijo o hija deja la casa MUESTRA Total Caso No 425 Si 14 439 Controles sanos 510 2 512 59 3 62 994 19 1013 Controles con patología Total 2 X = 13.208, gl= 2, p< 0.001 414 Hilario Blasco Fontecilla RESULTADOS Tabla 105. Separación matrimonial Separación matrimonial MUESTRA Total Casos No 309 Si 130 439 Controles sanos 490 23 513 57 5 62 856 158 1014 Controles con patología Total 2 X = 116.404, gl= 2, p< 0.001 Tabla 106. Despido del trabajo Total Despido del trabajo MUESTRA Casos No 397 Si 43 440 Controles sanos 500 13 513 58 5 63 955 61 1016 Controles con patología Total 2 X = 22.435, gl= 2, p< 0.001 Tabla 107. Cambio importante en el número de discusiones con la esposa Cambio importante en el número de discusiones con la esposa MUESTRA Total Casos No 262 Si 176 438 Controles sanos 497 16 513 61 1 62 820 193 1013 Controles con patología Total 2 X = 223.478, gl= 2, p< 0.001 Tabla 108. Lesión o enfermedad propia importante Lesión o enfermedad propia importante MUESTRA Total Casos No 316 Si 118 434 Controles sanos 508 4 512 48 14 62 872 136 1008 Controles con patología Total 2 X = 145.020, gl= 2, p< 0.001 415 Hilario Blasco Fontecilla RESULTADOS Tabla 109. Cambio importante en las actividades sociales Cambio importante en actividades sociales Casos Controles MUESTRA sanos Controles con patología Total Total No 390 Si 50 440 502 11 513 63 0 63 955 61 1016 2 X = 39.963, gl= 2, p< 0.001 Tabla 110. Índice de reajuste social (IRS) N IRS IRS Intervalo de confianza para la media al 95% Mínimo Límite superior 3,1068 2,9478 1,69880 ,08090 ,00 10,00 513 1,1345 1,04743 ,04625 1,0436 1,2254 ,00 6,00 79 1,2532 1,13757 ,12799 ,9984 1,5080 ,00 4,00 1033 1,9177 1,63240 ,05079 1,8181 2,0174 ,00 10,00 441 117,9660 67,09397 3,19495 111,6867 124,2452 ,00 386,00 513 43,0019 40,35915 1,78190 39,5012 46,5027 ,00 209,00 79 50,8608 52,21497 5,87464 39,1652 62,5563 ,00 246,00 1033 75,6060 65,38765 2,03444 71,6139 79,5981 ,00 386,00 ANOVA IRS Inter-grupos Suma de cuadrados 817,549 Intra-grupos Total IRS Inter-grupos Intra-grupos Total 416 Máximo 441 Caso Controles sanos Control con patología Total Media Error típico Límite inferior 2,7889 Casos Controles sanos Control con patología Total Desviación típica 2 Media cuadrática 408,775 1932,456 1030 1,876 2750,006 1385021,68 7 3027340,95 6 4412362,64 3 1032 gl 2 692510,843 1030 2939,166 F 217,877 Sig. ,000 235,615 ,000 1032 Hilario Blasco Fontecilla RESULTADOS Pruebas post hoc Variable dependiente IRS Diferencia de medias (I-J) 1,81334(*) 1,69468(*) Error típico ,08895 ,16734 Sig. ,000 ,000 -1,81334(*) ,08895 ,000 -2,0266 -1,6001 -,11866 ,16555 1,000 -,5156 ,2783 -1,69468(*) ,16734 ,000 -2,0960 -1,2934 Controles ,11866 ,16555 1,000 -,2783 ,5156 Controles 74,96404(*) 3,52053 ,000 66,5222 83,4059 Control con patología 67,10523(*) 6,62340 ,000 51,2230 82,9875 -74,96404(*) 3,52053 ,000 -83,4059 -66,5222 -7,85881 6,55240 ,692 -23,5708 7,8532 -67,10523(*) 6,62340 ,000 -82,9875 -51,2230 7,85881 6,55240 ,692 -7,8532 23,5708 (I) c_c_p Caso (J) c_c_p Controles Control con patología Controles sanos Caso Control con patología Control con patología Caso Caso IRS Controles sanos Control con patología Caso Control con patología Caso Controles Intervalo de confianza al 95% 1,6001 2,0266 1,2934 2,0960 * La diferencia entre las medias es significativa al nivel .05 Posteriormente, cuando comparamos a los “suicidas” que eran diagnosticados de TP con los “suicidas” sin ese diagnóstico, las únicas diferencias significativas o cerca de la significación que encontramos fueron con “separación de la esposa” (FET p= 0.009) (Tabla 111) y “cambio importante en las actividades sociales” (FET p= 0.089) (Tabla 112). Tampoco se encontraron diferencias estadísticamente significativas en la medida general (IRS) de los acontecimientos vitales recientes. Tabla 111. Separación matrimonial Separación matrimonial EJE II No 92 Si 23 Total No Si 217 107 324 309 130 439 Total 115 FET p= 0.009 Tabla 112. Cambios importantes en las actividades sociales Cambio importante en actividades sociales EJE II No 107 Si 8 Total No Si 283 42 325 390 50 440 Total 115 FET p= 0.089 417 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Además, nosotros esperábamos encontrar que los sujetos diagnosticados de un determinado TP podrían intentar el suicidio en relación con específicos AVR, lo cual sería importante, porque podría tener que ver con las vulnerabilidades específicas de uno y cada uno de los distintos TPs. Tal y como se ha dicho antes, nosotros esperábamos encontrar las siguientes relaciones: TP paranoide-problemas con la pareja o en las relaciones interpersonales, TP esquizoide-situaciones sociales, TP esquizotípico-síntomas psicóticos, TP narcisista-heridas narcisistas, TP histriónico-situaciones en las que dejan de ser el centro de atención, TP límiteproblemas con la pareja o cuidador, TP antisocial-problemas legales y situaciones en las que pueden manipular a los demás a través del comportamiento suicida, TP dependiente-problemas con el cuidador, TP evitativo-situaciones sociales, TP obsesivo-compulsivo-situaciones nuevas o cambiantes. Nuestros hallazgos se muestran en la Tabla 113. Sólo se muestran aquellas diferencias que eran estadísticamente significativas o próximas a la misma. El TP paranoide se asoció significativamente con los cambios sociales importantes (FET p= 0.029); el TP esquizoide con un éxito importante (FET p= 0.012); el TP esquizotípico con un cambio de salud importante o de comportamiento de un familiar (FET p= 0.058) y con los cambios sociales importantes (FET p= 0.019); el TP antisocial con ser arrestado (FET p= 0.020), con los problemas legales menores (FET p= 0.039) y con la muerte de la pareja (FET p= 0.047); el TP narcisista con ser despedido (FET p= 0.005); el TP dependiente con ser despedido (FET p= 0.036) y con un cambio a un nuevo trabajo (FET p= 0.002). Curiosamente, en nuestra muestra de “suicidas”, los intentos de suicidio del TP límite no se asociaron significativamente con ningún acontecimiento vital reciente. Tampoco encontramos ninguna asociación estadísticamente significativa con ningún AVR en el TP obsesivo-compulsivo, el TP evitativo y el TP histriónico. Sin embargo, en los sujetos con TP obsesivo-compulsivo casi alcanzaba significación estadística la reconciliación con la pareja (FET p= 0.086); en el caso del TP evitativo, dos situaciones casi eran significativas estadísticamente: la separación de la esposa (FET p= 0.076) y empezar/terminar los estudios (FET p= 0.077); finalmente, en el TP histriónico con el cambio de casa o lugar de residencia (FET p= 0.076) y problemas con la familia política (FET p= 0.089). 418 Hilario Blasco Fontecilla RESULTADOS Tabla 113. Relación entre los trastornos de la personalidad específicos y los acontecimientos vitales recientes y no recientes TRASTORNO DE LA PERSONALIDAD AVR Paranoide Esquiz Esquizotíp. Narcisista Límite Antisocial oide Histriónic Obsesivo- o compuls. Dependien. Evitativo TRABAJO/ESTUDIOS Problemas en el trabajo con el jefe Ser despedido FET p= FET 0.005 p= 0.036 Cambio a un nuevo tipo de trabajo FET p= 0.002 Cambio importante de responsabilidad al trabajo Cambio importante en el horario de trabajo o en las condiciones laborales Cambio importante en su trabajo o empresa Retiro laboral Cambio a otro centro de estudio (ej. Universidad) Empezar o finalizar los estudios FET 0.077 PERSONALES (incluyendo la enfermedad somática)/SOCIALES Ser arrestado FET p= 0.020 FET Problemas menores de ley Cambio importante en las actividades sociales p= 0.039 FET p= 0.029 FET p= 0.019 Cambio importante en los hábitos personales Cambio importante en las actividades religiosas Cambio importante en el hábito de sueño Cambio importante en los hábitos alimentarios Cambio importante en la cantidad de aficiones Problemas sexuales Se le diagnostica una importante enfermedad o lesión Muerte de un familiar cercano Muerte de un amigo cercano Un éxito personal importante FET* P= 0.012 Embarazo 419 p= SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Tabla 114. Relación entre los trastornos de la personalidad específicos y los acontecimientos vitales recientes y no recientes (continuación) FINANCIEROS Cambio importante en la situación económica Proximidad de la fecha límite de una deuda Apertura de un préstamo de más de 12000 euros o más Apertura de un préstamo de 12000 euros o menos CASA/FAMILIA (incluyendo a la familia política) FET Cambio importante en el estado de salud o del comportamiento de un miembro de la familia Cambio importante en el número de reuniones familiares Un nuevo miembro de la familia regresa Cambio de casa o lugar de residencia p= 0.058 FET p= 0.076 Algún hijo deja el domicilio familiar Problemas con la familia política FET p= 0.089 Muerte de la pareja FET p= 0.047 Separación de la esposa FET p= 0.076 Divorcio FET Reconciliación con la pareja después de una riña Cambio importante en el número de discusiones con la esposa La esposa empieza o deja de trabajar en casa Cambio importante en su situación de convivencia/residencia Vacaciones fuera de su lugar de residencia Vacaciones de navidad p= 0.086 ACONTECIMIENTOS VITALES NO RECIENTES Separation tympana del padre Paranoide Separación temprana de la madre FET Esquizoi Esquizotip. Narcisista de Borderline Antisocial Histrionic Obsesivo o FET e P= 0.042 p= 0.051 Separación temprana de la madre y/o padre FET 0.085 p= FET p= 0.001 * Bilateral Fisher´s´s Exact Test (FET) 420 Dependient Hilario Blasco Fontecilla Evitativo RESULTADOS Tal y como se puede ver en la últimas tres filas de la tabla, también registramos si la separación temprana de alguno de los padres podría tener alguna relación estadísticamente significativa con la separación temprana de los padres. Aunque no se ha reflejado en la presente tabla, también exploramos asociaciones entre distintos tipos de maltrato y TPs específico, como punto de partida para poder establecer alguna relación etiológica, que está más allá del objetivo de la presente tesis. Así, encontramos las siguientes asociaciones estadísticamente significativas o cerca de la significación estadística: el TP paranoide se asociaba a diferentes tipos de maltrato (0.001), concretamente la negligencia (0.045), el abuso emocional (0.001) y el maltrato durante la infancia; el TP narcisista con el maltrato sexual en la infancia (0.002) y la negligencia (0.071); el TP límite con maltrato en la infancia (FET p= 0.045); el TP antisocial con el abuso sexual (FET p= 0.078); el TP histriónico con el maltrato físico de la infancia (FET p= 0.008); el TP obsesivo-compulsivo con el maltrato infantil (FET p= 0.057), concretamente con el maltrato sexual infantil (FET p= 0.026). 421 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD 422 Hilario Blasco Fontecilla DISCUSIÓN 9 DISCUSIÓN Los sujetos que intentan el suicidio (Suicide Attempers, SA) son un grupo heterogéneo. Dentro de ellos, se encuentra una gran variedad de trastornos del eje I o II (Engström et al, 1996). Aunque la mayoría de los SA tienen comorbilidad con otros trastornos del eje I o II, también se ha sugerido que el comportamiento suicida podría constituir un síndrome independiente de los trastornos afectivos mayores (Ahrens & Linden, 1996). Estos autores referían que el aislamiento social, la desesperanza, la falta de actividad y las rumiaciones serían síntomas o signos nucleares del comportamiento suicida tanto en los sujetos depresivos como en los pacientes esquizofrénicos. ¿Por qué algunas personas piensan en suicidarse? ¿Por qué algunos pacientes con trastorno depresivo, melancólico o no, no tratan de suicidarse? Sabemos que la mayoría de los pacientes psiquiátricos, incluyendo a los depresivos, no intentan el suicidio. En mi opinión, y esta era la hipótesis central de la tesis, aunque el suicidio es un fenómeno complejo y multideterminado, el papel de la personalidad y sus trastornos es fundamental para dar una explicación satisfactoria del comportamiento suicida ya que, al final, es la persona –y toda persona tiene personalidad- la que decide intentar o no el suicidio. Así, los trastornos depresivos son generalmente fenómenos recortados en el tiempo –si exceptuamos la distimia, que frecuentemente tiene comorbilidad con el eje II y sobre la cual existen serias dudas de si estaría mejor clasificada dentro del eje II que en el eje I- que tendrían una influencia sobre la personalidad de un sujeto, quien, en última instancia tomaría o no la decisión de intentar suicidarse. Por otra parte, la impulsividad es una dimensión de la personalidad estrechamente relacionada con los intentos de suicidio. En mi opinicón, cuanto más patológica es la personalidad, menos severa es la patología del eje I que se necesitaría para pensar e intentar el suicidio. Asimismo, probablemente el riesgo de consumar el suicidio también esté influenciado poderosamente por factores de la personalidad, aunque esto no haya sido objeto de la presente tesis. Por otra parte, el curso y evolución de los trastornos afectivos y los trastornos por uso de substancias depende en gran medida de la personalidad del sujeto. Así, es probable que un sujeto con una personalidad no patológica que tiene un episodio depresivo mayor lo supere con más facilidad que alguién que presente acusados o anormales rasgos de personalidad o un TP franco, siendo el riesgo de comportamientos suicidas mayor para estos últimos. Asimismo, estoy totalmente de acuerdo con el efecto sinergístico entre la depresión y el TP límite señalado por 423 Hilario Blasco Fontecilla SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Cheng et al (1997). Estos autores hipotetizaron que los sujetos con TP límite podrían tener una pérdida de control cuando estaban deprimidos. Sin embargo, tal y como ellos señalan “la complicada relación causal entre la impulsividad, depresión, consumo de substancias y situaciones sociales que llevan al suicidio todavía requiere más investigación”. 9.1 Análisis factorial Dado que los modelos categoriales de los trastornos de la personalidad han sido muy criticados, algunos autores han sugerido que debieran ser substituidos por un abordaje dimensional (Frances, 1982; Widiger, 1992). Se ha dicho que los diagnósticos categoriales imponen categorías dicotómicas, lo que implica una cierta discontinuidad entre la personalidad normal y patológica. Además, el sistema clasificatorio DSM no ha sido apoyado ni demostrado empíricamente y existe una tasa muy elevada de comorbilidad entre los distintos trastornos de la personalidad (Sanislow et al, 2002). Por el contrario, el diagnóstico dimensional ayuda a integrar la personalidad normal y patológica y tiene ventajas psicométricas (Shedler & Westen, 2004a). Mientras hay disponibles una variedad de procedimientos multivariantes que incluyen a los análisis factoriales para objetivar si hay algún constructo latente, los métodos que se han empleado en el campo de los trastornos de la personalidad son muy limitados y han dado resultados inconsistentes (Sanislow et al, 2002). Afortunadamente, el estudio de los modelos dimensionales de la personalidad es un área de gran crecimiento (Hesse, 2005). De hecho, se han propuesto numerosos modelos dimensionales alternativos a la actual conceptualización categorial de la CIE-10 y el DSM-IV, como son el Interpersonal Circumplex (IPC) (Wiggins, 1982), las polaridades identificadas por Millon (1981), el modelo de los cinco factores (FiveFactor Model, FFM; Costa & Widiger, 1994) o los modelos basados en el Dimensional Assessment of Personality Pathology-Basic Questionnaire (DAPP-BQ) (Livesley et al, 1998), el Schedule for Nonadaptative and Adaptive Personality (SNAP) (Clark, 1993), el Temperament and Character Inventory (TCI) (Cloninger et al, 1993), y el Shedler-Westen Assessment Procedure (SWAP-200) (Westen & Shedler, 1999; 2004a). Una buena revisión de este tema es la realizada por Skodol et al (2002). El principal problema de los modelos dimensionales es que suelen ser difíciles de aplicar en el campo de la clínica. El análisis factorial confirmatorio (AFC) ha dado un soporte moderado para las categorías del DSM-IV del TP límite, TP esquizotípico, TP evitativo y TP obsesivo-compulsivo (Sanislow et al, 2002). Además, estos autores encontraron que el TP obsesivo-compulsivo 424 Hilario Blasco Fontecilla DISCUSIÓN parecía ser una categoría aparte del resto de cluster del DSM-IV, tal y como la investigación previa sugería (Hyler & Lyons, 1988). Hay estudios que señalan que tanto la estructura de clusters del DSM-IV como otras opciones de grupos son útiles para hacer clasificaciones de TPs (Durrett & Westen, 2005). Estos autores aportaban una estructura en grupos jerárquica de TPs en adolescentes muy interesante (ver Figura 8; leer desde el fondo). Ellos encontraban tras realizar un análisis factorial de los criterios del Axis II del DSM-IV cuatro clusters superordinales clínicamente coherentes, que ellos llamaron el desapegado (que incluía al esquizoide, evitativo y obsesivo-compulsivo), el manipulativo/no empático (narcisista y antisocial), el vinculado de manera inestable/insegura (incluye al límite, histriónico y dependiente), y el suspicaz (Paranoide, esquizotípico). Figura 8. Estructura en grupos jerárquica en adolescentes (basado en la ausencia/presencia de las puntuaciones de criterios de TPs). Nota: reproducción exacta del original (Durrett & Westen, 2005, pp. 446) TRASTORNO DE LA PERSONALIDAD ESQUIZOIDE EVITATIVO OBSESIVO-COMPULSIVO NARCISISTIA DEPENDIENTE HISTRIÓNICO PARANOIDE ANTISOCIAL ESQUIZOTÍPICO LÍMITE Una limitación seria es saber cual es el número de dimensiones que serían necesarias para entender la patología de la personalidad. Shedler & Westen (2004a) intentaron responder a esta cuestión usando una estrategia de análisis factorial del Shedler-Westen Assessment Procedure (SWAP-200). Los siguientes factores fueron encontrados: salud psicológica, psicopatía, 425 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD hostilidad, narcisismo, desregulación emocional, disforia, orientación esquizoide, obsesividad, trastorno del pensamiento (esquizotipia), conflicto edípico (sexualización histriónica), disociación y, finalmente, conflicto sexual. Otra limitación importante del análisis factorial es que es muy difícil determinar si la estructura factorial “es un reflejo de las características del instrumento, un error aleatorio, o una estructura factorial general subyacente a los trastornos de la personalidad” (Hesse, 2005). Los sujetos que intentan el suicidio son una buena muestra para el estudio de los trastornos de la personalidad, porque es un diagnóstico frecuente en los mismos. Tal y como Rudd et al (2000) señalaban “la población suicida no es homogenea y podría consistir en subgrupos que sean identificables”. Nuestro análisis factorial del International Personality Disorder Questionnaire (IPDE-SQ) tenía el objetivo principal de explorar rasgos de personalidad destacados, con el objetivo particular de identificar distintos grupos basados en rasgos de personalidad descriptivos medidos por este instrumento. Dada la naturaleza exploratoria de nuestro análisis, no se realizaron hipótesis sobre la potencial composición de los grupos. El abordaje clínico y tratamiento de los distintos grupos podría ser distinto (Rudd et al, 2000). Otro objetivo era determinar si algunos de los ítems del IPDE se podrían agrupar en factores de personalidad más sencillos y fáciles de evaluar que el cuestionario total, permitiendo a los clínicos una estimación rápida del riesgo potencial de intentos de suicidio en los sujetos que acaban de intentar el suicidio. Hasta donde nosotros sabemos, esta es la primera vez que se ha realizado un análisis factorial del IPDE-SQ en una muestra de sujetos que han intentado el suicidio. Hyler et al (1990) llevaron a cabo un análisis factorial de todos los ítmes del DSM-III obtenidos por autoinformes, que dió lugar a 11 factores que no se corresponden directamente con los TPs del DSM-III, lo cual es similar a lo que nosotros encontramos. Ellos también encontraron una redundancia considerable entre los distintos factores, tal y como era evidente en los análisis de regresión que posteriormente realizaron y que también fue nuestro caso. Estos autores concluían con la recomendación de que era más fiable hacer diagnósticos de “cluster” que de TPs específicos. Morey (1988b) también hizo un análisis factorial de las características de los TPs del DSM-III-R que obtuvo de puntuaciones clínicas de los pacientes con el diagnóstico de TP, y las correlaciones encontradas entre los distintos TPs daban soporte al modelo DSM-III-R. La excepción fue que las características antisociales y narcisistas se agrupaban de manera conjunta en una categoría que recordaba al psicópata tradicional. Probablemente, el estudio más similar realizado al nuestro es el llevado a cabo por Rudd et al (2000). Estos autores hicieron un 426 Hilario Blasco Fontecilla DISCUSIÓN análisis factorial exploratorio (AFE) de una muestra de 86 pacientes suicidas que eran ingresados bien por ideación suicida clínicamente significativa o tras un intento de suicidio. La principal diferencia es que ellos agruparon a los pacientes en distintos grupos clínicos, mientras que nosotros estábamos más interesados en encontrar grupos de rasgos. Ellos encontraron tres grupos o clusters bien diferenciados. El primero (Negativista-Evitativo) se caracterizaba por los rasgos conflictivos y evitativos. Los sujetos tenían una baja autoestima, y se veían a ellos mismos como inadecuados, poco interesantes e incompetentes. También tenían una visión de los demás como “defectuosos”. Sus relaciones interpersonales estaban marcadas por no enfrentarse a situaciones de riesgo. Además, se encontró también una “constante tensión entre el deseo de sentirse aceptado y apreciado por una parte y la aprensión y miedo del rechazo por parte del otro. Las consecuencias eran la hipersensibilidad y evitación interpersonal y las frecuentes fluctuaciones del humor. Las relaciones interpersonales se caracterizan por la pasividad, por la restricción de intereses, y resultan finalmente en el aislamiento social. El segundo grupo (Evitativo-Dependiente-Negativista) recuerda a aquellos del primer grupo en que tienen los mismos sentimientos de ser inadecuados, en tener miedo al rechazo y, en las fluctuaciones del humor, pero además, son sujetos que tenderían a ser dependientes, poco asertivos y pasivos en las relaciones interpersonales, y que intentarían ganar control de una manera sumisadependiente. Asimismo, mostraban un gran deseo y necesidad del cuidado y protección en las relaciones interpersonales. Finalmente, el tercer grupo (Negativista-Evitativo-Antisocial) se caracterizaba por rasgos competitivos, evitativos y conflictivos. Sus relaciones interpersonales se caracterizaban por el resentimiento hacia la autoridad, por la desconfianza y el poco gusto de los demás –al tener miedo de ser explotado por ellos-. En contraste con el grupo previo, los pacientes de este último cluster parecían estar más adaptados a su situación vital y tener menos motivación para el cambio. Los tres grupos se caracterizaban por su pobre autoimagen, por problemas en la regulación de las emociones, por sus pobres estrategias adaptativas, y por los problemas de funcionamiento en las relaciones interpersonales. En nuestro análisis factorial, finalmente retuvimos seis factores. Algunos de ellos podían ser separados (con fines didácticos y clínicos) en subfactores o factores “secundarios”. Esta interpretación fue realizada para intentar que la explicación de los factores tuviera una lectura clínica lo más sencilla posible. Es decir, que desde el factor 1 se vió que algunos de nuestros factores se entendían mejor desde un punto de vista clínico si eran divididos en dos o tres subfactores, y por otra parte, su comparación con los factores de otros instrumentos era también 427 SUICIDIO Y TRASTORNOS DE PERSONALIDAD más sencilla. En nuestra opinión, la lectura e interpretación de los distintos factores es la siguiente: • Factor 1-ambivalencia socioemocional, refleja las problemáticas y ambivalentes relaciones interpersonales de los sujetos que intentan el suicidio. Este factor era capaz de explicar un tercio de la varianza de los intentos de suicidio. Este factor se podía subdividir en dos subfactores o factores secundarios: en el primero, que nosotros denominamos orientación evitativa o evitación social (1a), el sujeto muestra un gran miedo a las relaciones sociales, que probablemente se base en su miedo a ser criticados por los demás o de parecer estúpidos –es decir, que se sentirían inadecuados en las relaciones interpersonales-, y derivaría en que desconfíen de los demás, prefiriendo no relacionarse con la gente “hasta estar seguros de que les gustan”; el segundo, que nosotros denominamos dependencia emocional (o disregulación emocional) (1b) refleja su dependencia en los demás y su tendencia a implicarse en relaciones muy intensas pero a la vez, superficiales, así como su dependencia de los demás, en el sentido de que orientan su actividad hacia los demás (“hago cosas para que la gente me admire”, “para gustar a la gente me ofrezco a realizar taréas desagradables”, o “con frecuencia busco consejos sobre asuntos de la vida cotidiana”). Es decir, que el factor 1 refeja una gran ambivalencia socioemocional: por una parte evitan el contacto social -por su miedo y sus sentimientos de ser inadecuados- que, sin embargo, desean y buscan. En nuestra opinión, es un factor similar al grupo negativisista-evitativo (61 de sus 86 pacientes “suicidas” eran clasificados en este grupo) que Rudd et al (2000) encontraron y que se caracterizaba por la ambivalencia entre el deseo de ser aceptados, por una parte, y el miedo al rechazo, por otra. Nuestro factor 1 también recuerda a la suma de factores de alto orden de los esquemas maladaptativos encontrados por Schmidt et al (1995): “superconexión” (overconnection) –por ejemplo, gran dependencia, los sujetos se caracterizan por su gran necesidad de ser cuidados y protegidos, por ser vulnerables, y por la difusión o enredo (“enmeshment”)- en las relaciones interpersonales, así como por la “desconexión” (disconnection) –por ejemplo, estos individuos se caracterizarían por el aislamiento social, por sus sentimientos de estar “desconectados” de los demás, alienados de los demás y por sentirse “defectuosos”- (Schmidt et al, 1995). El factor 1 y sus dos subfactores se asemeja mucho a dos de los factores que Guilford postulo en la personalidad: la vergüenza social (S) y la dependencia emocional o inmadurez (E). Asimismo, este factor tiene una clara relación con la dimensión de Evitación de daño del Temperament and Character Inventory (TCI) de Cloninger et al (1993) y con el polo opuesto del factor de extroversión del five factor model (FFM). El subfactor de 428 Hilario Blasco Fontecilla DISCUSIÓN evitación social (1a) está estrechamente relacionado con el factor de evitación social del DAPPBQ o “baja” estima interpersonal. El subfactor