REFLEXIÓN SOBRE LOS FACTORES QUE DIERON LUGAR A ESTE FENÓMENO SOCIAL. DISCUSIÓN SOBRE LA PERSISTENCIA DE LOS MISMOS Y LA AMENAZA DE APARICIÓN DE NUEVAS FORMAS DE VIOLENCIA Por: Suamy Pérez En el año de 1990, el Perú se encontraba en total estado de emergencia. La crisis en la que se encontraba había alcanzado su máximo pico: la inflación se disparaba en un poco más del 3% diario, escaseaba tanto los alimentos como el empleo, las relaciones comerciales con el extranjero eran mínimas, es más, el Perú estaba visto como un país peligroso y sin posibilidades de nuevas negociaciones e inversiones. En el aparato gubernamental la corrupción se extendía entre todos sus organismos y estos no optaban por ejercer una estrategia que combata dicha situación. Asimismo, la banca se encontraba estatizada, la moneda estaba devaluada y las empresas privadas colapsaban. A esta caótica situación se sumaba otro problema que se expandía en cada rincón del país, este era conocido como el conflicto interno armado y agregó a esta turbulenta situación pinceladas de sangre y terror. La violencia que predominó durante esos años es conocida como la más salvaje y sanguinaria que se haya dado en la historia peruana. Es por tal motivo, que esta problemática requiere ser tratada a profundidad, analizando y reflexionando las características que alberga esta. En las siguientes líneas trataré a fondo la problemática de los años de violencia en el Perú, plasmaré los factores que desencadenaron esta crisis y posteriormente daré un análisis acerca de las consecuencias que trajo este fenómeno y la repercusión del mismo a futuro. Siendo así que, para tener un amplio conocimiento de esta situación, primero, se debe obtener un amplio conocimiento de la realidad nacional. Y al referirme a los términos realidad nacional me refiero a tres grandes aspectos que influyeron directamente en el desencadenamiento de los años de violencia, estos son: la sociedad, la política y la economía. Las especiales acciones de esta terna durante el siglo XX fueron de gran influencia para que se desemboquen, durante veinte años, los atentados más atroces contra la población peruana. El siglo de XX se caracteriza por ser el siglo de los grandes cambios en la historia del Perú. Y uno de los grandes cambios por el que atravesó el país fue la evolución social que cambió el rostro del país y principalmente, el rostro de Lima. Para inicios de este siglo, la sociedad peruana estaba totalmente delimitada entre la capital y todo el resto del país. Ser limeño equivalía a ser peruano, mientras que el resto del país carecía el privilegio de ser tratado dignamente como un hijo más de la patria. Es más, tenían las facultades limitadas: no poseían el derecho al voto por la razón de ser analfabetas y ser considerados como menores de edad para la nación; vivían bajo la voluntad de sus amos, los gamonales, que se encargaban de explotarlos y humillarlos en el trabajo de las haciendas. En otras palabras, el campesinado, a comparación de la capital, vivía excluido, olvidado y marginado, guardando en sí el resentimiento, la rabia y la falta de identidad nacional. Paralelamente, en la capital se desarrollaba otro contexto. En ella se estaba dando los primeros pasos para lograr una sociedad moderna que se asemeje a la sociedad europea y con mayor preferencia a la sociedad norteamericana. En la capital existía el intercambio comercial, se estaba logrando el predominio de los bancos, la industria crecía, Lima comenzaba a desarrollar un sistema de urbanización y, asimismo, el gobierno cada vez entablaba mayores relaciones con países del extranjero con el propósito de conseguir oportunidades de exportación e inversiones exteriores. En otras palabras, la realidad limeña era la antítesis a la realidad provinciana que no tardó en anhelar la vida de la capital, lugar donde podía ser partícipe del proceso de modernización y de esta manera cambiar su anterior vida de sometimiento y olvido a una vida de apertura a nuevas oportunidades. Es así que, a partir de este momento, empieza el mayor fenómeno social del siglo XX: las migraciones del campo a la ciudad. La población provinciana comenzó a dejar, con mayor frecuencia, las tierras y se trasladaba a la capital con la esperanza de poder dar un nuevo rumbo a su vida en la que podría tener la oportunidad de salir adelante, sin el sometimiento ante los gamonales y el trabajo sacrificado de las haciendas. Sin embargo, la realidad con la que se encontró en Lima no fue la que habían imaginado. La capital era un lugar donde predominaba el elitismo, donde los más pudientes eran los más beneficiados y dueños del país; y dueños también, de la modernización y las oportunidades. En otras palabras, las masas migrantes se trasladaron a la capital con las manos vacías y a empezar a construir, inmediatamente, un nuevo territorio que se adecúe a su realidad. Ante esta situación, la nueva sociedad empezó a subsistir: invadieron las tierras más desoladas de la capital (hoy conocidos como Cono Norte, Cono Sur, las riveras del río Rímac y las faldas de los cerros)ya que no tenían un lugar dónde alojarse; hicieron sus hogares con precarios materiales como cartones, esteras, periódicos, etc. y, además, no contaban con servicios básicos y mucho menos con atención médica. Pero, a pesar de la situación adversa, los migrantes vinieron a salir adelante y eso fue lo que trataron de hacer. Se abrieron camino en la nueva sociedad trabajando como obreros en las construcciones, como empleados del hogar o iniciando un negocio propio, que dicho de paso, era comercio ambulante y el inicio al negocio informal. De una u otra manera, la masa migrante se mezclo con la sociedad limeña ya establecida, causando marginación y rechazo hacia los primeros, pero, aún así, ambos grupos se interrelacionaron creando una nueva mixtura cultural con un fuerte carácter popular. Al nacer esta mixtura cultural, se comenzó a reconocer que la desigualdad social estaba bien delimitada y era latente. En cuanto al sistema de urbanización, la sociedad más pudiente y conservadora era dueña de las mejores zonas de Lima, dónde se gozaba de casas amplias con áreas verdes, servicios básicos, comodidades y seguridad; mientras que los que menos pudientes, en este caso los que recién habían llegado a la capital, se asentaban donde podían y se expandían como podían, sin organización urbana, sin servicios básicos, sin seguridad y expuestos a enfermedades; en fin, sus condiciones de vida eran infrahumanas. A pesar de dos realidades opuestas en una misma ciudad, la capital persistía en su proceso de modernización y su convulsionante clima de cambio. Contrariamente, los campos no cambiaban, seguían estancados y en las mismas condiciones de años anteriores. Para la población campesina el tiempo no había pasado y el mundo no había cambiado en conjunto con ellos. ¿Cómo era posible que, mientras un pequeño territorio del país atravesaba un constante cambio y gozaba los beneficios del progreso, el resto del país se encontrara preso en el olvido y la resignación? Este contexto se convertiría, posteriormente, en un factor netamente primordial para el desarrollo de los grupos subversivos que se dejarían mostrar al país para los años ochenta. Y sobre todo dejarían que se note, de la manera más violenta, aquella desconexión que existía entre la capital y el campo que durante siglos había perdurado. Y mientras la sociedad peruana sufría cambios, de la mano, la política experimentaba nuevos gobiernos, nuevas medidas políticas e influencias externas. Este siglo se caracteriza por contar con más regímenes autoritarios que democráticos, el predominio militar sobre el civil y la aparición de partidos políticos. Asimismo, se encuentran gobiernos de largos periodos, como fue el oncenio de Augusto B. Leguía que se dio desde el año 1919 hasta 1930. Este régimen era de carácter aristocrático, personalista y dictatorial. Desarrolló una política de clientelaje con el ejército, manejó el Congreso, la prensa y las universidades. En estos tiempos el gobierno se burocratizó en una pequeña élite conformada por un grupo minoritario de nobles criollos y los más poderosos gamonales. En ellos recaía los beneficios y comodidades que les dotaba el intercambio comercial con el extranjero, las ganancias de los bancos, las mineras y la industrialización; mientras que en el resto de la población, la clase burguesa, cada vez, se hacía minoritaria y poco obtenían de los beneficios que el cambio traía. El problema del campo seguía atrasado y el campesino seguía bajo el yugo de los gamonales. Esta situación diferenciada entre la aristocracia y el pueblo hizo que algunos personajes salgan a la luz a postular sus ideales y puntos de vista sobre aquella sociedad. En este transcurso aparecen dos personajes que se abrieron paso a la formación de partidos políticos populares y, hoy en día, permanecen en el Perú actual. El primer personaje fue José Carlos Mariátegui, un pensador con influencia del comunismo soviético que manifestaba una postura indigenista. En su libro “Los siete ensayos de interpretación de la realidad peruana”, Mariátegui, abarca los problemas del indio y las tierras, dando gran importancia a este sector marginado y olvidado por muchos años. Él manifestaba que la revolución debía nacer en el campo y por parte del campesinado, debido a que eran una población con mayor número de personas. Posteriormente fundó el Partido Socialista que luego paso a ser el Partido Comunista del Perú (PCP) que aún se encuentra vigente en nuestros tiempos. El otro personaje fue Víctor Raúl Haya de la Torre, influenciado por Fidel Castro y la revolución Cubana, mantenía la idea que la revolución debía generarse por parte del proletariado. Este personaje recibió muchas críticas a comparación de Mariátegui, debido a que postulaba una revolución que solo afectaría a la zona de Lima y no a todo el país, puesto que, en el Perú no abundaba el proletariado, sino, abundaba el campesinado. Haya de la Torre llevó un ejercicio político más marcado que Mariátegui, fundó el APRA y estuvo tras el puesto presidencial hasta su muerte. El APRA sufrió fraudes electorales, pero este partido, también, ejerció violencia contra sus opositores. Finalmente, el partido llega al poder con Alan García, presidente del Perú entre 1985 y 1990 (primer periodo). Siguiendo el orden cronológico de los gobiernos peruanos, a Augusto B. Leguía le sucedió Luis Sánchez Cerro, y con él, el caudillismo militar volvía a apoderarse del país. El gobierno de Sánchez Cerro y los demás que le sucedieron no tuvieron periodos largos como el caso de Leguía. Pasó hasta 1948 para que se repita el caso, esta vez fueron ocho años al mando del general Odría. Durante su gobierno se apertura el voto femenino y se desarrollan obras de construcción; lamentablemente, no ejecutó medida alguna para poner orden en la ciudad, viendo que las migraciones se hacían cada vez más frecuentes. Tampoco hubo medidas para recobrar la importancia del campo que la minería le había despojado y mucho menos hubo preocupación por sus habitantes. Sin embargo, en la urbe los partidos políticos seguían naciendo y creciendo, para 1956 se fundó Acción Popular por parte de Fernando Belaunde Terry que pasó a ser presidente del Perú en el año de 1964. Con la entrada de su gobierno, también entra una nueva forma de gobierno llamada democracia. Belaunde gobernó durante cuatro años en la que enfrentó una fuerte oposición del Congreso; en 1968 fue depuesto por el General Velasco Alvarado y con él la dictadura y el régimen militar volvía al escenario político peruano. Velasco estuvo al mando del Perú alrededor de siete años en los que intento llevar a cabo una transformación socialista del Perú, para eso recurrió al abuso del poder, a la confiscación de los medios de comunicación, al dominio del mercado, etc. Este fue un gobierno de carácter dictatorial que fue derrocado en 1975 por el general Francisco Morales Bermúdez que estuvo en el gobierno hasta 1980. Durante estos años se aprecia la pugna por el poder, pero era la pugna por un poder no planificado y que no ponía como objetivo el beneficio total de la nación. En este tiempo se vive un clima más denso de la centralización y la debilidad política. Este déficit en el gobierno también jugaría un papel clave en el desarrollo de los grupos subversivos que se dejarían ver a la nación explícitamente en las elecciones de 1980 en un pueblo de Ayacucho llamado Chuschi. Pero también, la economía experimentaba nuevos cambios a lo largo de estos años. A partir del gobierno de Leguía, las relaciones con Estados Unidos comenzaron a crecer rápidamente. El Perú tenía las puertas abiertas a las exportaciones con este país, y asimismo, Estados Unidos invertía en el país, introduciéndose en la industria, las comunicaciones y principalmente en la minería. Siendo así que, mientras el Estado más se esforzaba por entablar relaciones con el extranjero, el extranjero se apropiaba más de nuestros recursos llegando a ser dueños de las empresas y bancos más importantes del país. El gobierno daba gran prioridad a las relaciones extranjeras, pero durante todos estos años dejó relegado las relaciones internas que fortificarían no solo el ejercicio comercial y económico, sino que también, fortalecerían los lazos de identidad y nación. Este contexto se dio debido a que algunos gobernantes apostaron por modelos neoliberales tomados de países exteriores, tal fue el caso del periodo de Augusto B. Leguía y Fernando Belaunde Terri. En el caso de los gobiernos militares, la perspectiva económica que manejaban era más cerrada y optaban por medidas nacionalistas. Uno de los casos más resaltantes es la reforma agraria que dispuso Velasco Alvarado en la que quitó el poder de las tierras a los gamonales y la dividió entre los campesinos; esta medida fue criticada en el ámbito político y trajo consigo numerosos desacuerdos. Otro gran problema de la economía del país que se vivieron durante el siglo XX fue la deuda externa que no se llegaba a concretar, y es más, cada se hacía más grande. Pero, más allá de estos problemas, el crecimiento comercial de Lima se aceleró llegando a consolidar una ciudad con mixturas culturales y económicas que mezcladas daban ese aceleramiento en el intercambio económico. Y, una vez más, el cambio estaba centralizado en la capital y el campesinado no estaba al corriente de esto y mucho menos era partícipe de él. Con todos estos antecedentes y contextos que distinguieron el siglo XX se puede comenzar a analizar cómo surgieron los dos grupos terroristas más temidos de la historia peruana. Estos dos grupos subversivos eran conocidos como Sendero Luminoso (SL) y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), que tenían el objetivo en común de sublevarse ante el gobierno y llegar a él mediante actos de terror. Pero, un grupo se dejo notar más que el otro y este fue Sendero Luminoso que tenía a la cabeza a Abimael Guzmán, un profesor de Filosofía que quería hacer del Perú una República Popular bajo las bases maoístas. Sendero Luminoso nació en el campo y nació en medio de las aulas universitarias. Siendo más específica, nació en la Universidad Nacional San Cristóbal de Ayacucho donde Abimael desempeñaba no solo el trabajo de educador, sino también, trabajo político. Tomó como estrategia la realidad olvidada de Ayacucho, la capacidad que tenía para seducir con el adoctrinamiento maoísta y el carácter inquieto de los jóvenes de ese entonces. Para entender con más claridad esta perspectiva debo citar a Eric Hobsbawn en su ensayo “Revolucionarios” que manifiesta lo siguiente: “Las universidades albergan una combinación explosiva de jóvenes disconformes y voluntaristas, con capacidad de leer, conciencia crítica e imaginación utópica”. Simultáneamente, cabe el cuestionamiento siguiente: ¿Por qué este enfrentamiento subversivo se profundiza en los lugares donde se ejerce la educación?, la respuesta a esta pregunta está enteramente ligada con la poca preocupación que tuvo el Estado por la educación. Desde la independencia y enfáticamente desde comienzos del siglo XX, el estado dejó al problema educativo en segundo plano, sin profundizar cuál era su situación y cuáles eran sus debilidades para que así pudiera dar impulso a nuevas reformas en educación. Como consecuencia, Sendero Luminoso aprovechó esta situación para poder captar mentes jóvenes; al ganar su simpatía también estarían convirtiéndose en simpatizantes de Sendero. Luis Jaime Cisneros explica, también, el problema de la educación en los años de violencia a través de la siguiente cita: “En el Perú, los gobernantes nunca han entendido el poder de la educación. Como es abstracta, invisible, siempre la han despreciado. Pero, algún día, alguien tendrá que explicar por qué el grupo más sanguinario de nuestra historia estuvo dirigido por maestros. ” Luis Jaime Cisneros enfatiza que el tema de educación en el Perú siempre estuvo por debajo de otros, y el terrorismo usó primero la ideología antes que las armas para captar a sus simpatizantes. Por este motivo, también, durante diez años el Estado no pudo comprender la estrategia senderista, creía que solo se trataba de atentados contra los derechos humanos y no que estaba enteramente precedido por el adoctrinamiento en masa. Siendo así que, Sendero Luminoso, primero, trabajó las mentes de sus simpatizantes antes de mandarlos al campo de batalla, logrando así la identificación de estos integrantes al nuevo grupo subversivo, mientras que el gobierno nunca consiguió con el país tal identificación, es por eso, que el enemigo le llevaba la delantera. Entonces, la educación, también, es factor clave para el desencadenamiento terrorista. Personalmente, pienso que este factor es la base de los demás factores, y, también es el punto de quiebre de los demás problemas que se presentan en el país. Hoy en día, la educación no llega más allá que ser una propuesta de un candidato al poder, y cuando este logra su objetivo deja la propuesta de educación debajo de otros intereses. Es cierto, avanzamos en educación, pero aún no es suficiente. El día que se priorice el tema educativo y se invierta en este se estará invirtiendo en un futuro de calidad porque se estará formando no solo mentes llenas de conocimiento, sino también, se estará formando personas libres y consientes de sus actos. Durante estos 20 años de terror, la violencia no solo fue impartida por los grupos subversivos, sino también por las Fuerzas Armadas que no contaban con un plan de inteligencia para derrotar la subversión. En los cinco primeros años de la década de los ochenta, Belaúnde Terri presenció los primeros actos terroristas que se desataban en la sierra peruana, como son: el asesinato selectivo de algunas autoridades, la invasión de cárceles y el adoctrinamiento a jóvenes en las aulas universitarias. Belaúnde, ante estos sucesos no optó por una medida para enfrentar a estos grupos, es más, el problema fue considerado de menor importancia por creer que era una rebelión pasajera y por haberse desarrollado fuera de la capital. De cualquier forma, el gobierno aún no se veía afectado directamente por esta problemática. Pero, no creía que las bases de Sendero Luminoso cada vez se iban fortificando y expandiéndose por toda la sierra central y sur del país, aprovechando el poco interés que les daba el Estado y usando este motivo para captar más simpatizantes que estaban hartos de vivir en la exclusión y el olvido. Para 1985, el APRA gana las elecciones y Alan García se convierte en el nuevo presidente del Perú, y en su plan de gobierno figuraba el darle fin a los acontecimientos terrorista de manera pacífica. Esta propuesta duró poco puesto que la violencia y el terror también las infringían las fuerzas del orden. Los acontecimientos sucedidos en Uchuraccay, donde ocho periodistas fueron asesinados por campesinos que creían que eran terroristas; Lucanamarca, lugar donde Sendero Luminoso asesinó a 69 personas indiscriminadamente y las represalias que tomaban las FFAA ante estos hechos ahondó el problema. Mientras el gobierno no reconocía que también era responsable de las violaciones a los derechos humanos y que había fallado en su propuesta de índole pacífica, los grupos terroristas volaban torres eléctricas causando apagones en las ciudades, se introducían en las universidades por medio de los alumnos que realizaban manifestaciones y pintas en las paredes alusivas a la subversión, chantajeaban a los campesinos para que se unieran a ellos o bien les proveyeran de alimentos, y también, se valían de bombas y explosivos para demostrar su fiereza. Pero, las Fuerzas Armadas no se encontraban lejos del ejercicio del terror, ellos también fueron responsables de muertes y violaciones a los derechos humanos. Al no contar con un plan de inteligencia para capturar terroristas comenzaron a ejercer violencia de manera salvaje contra cualquier persona que presentaba alguna característica sospechosa, como ser simpatizante de los partidos de izquierda o tener amistades dentro de este círculo. Pero, los que más sufrieron fueron los pobladores campesinos: los terroristas los chantajeaban para que formen parte de ellos y tomen las armas en esta guerrilla, y simultáneamente, las fuerzas del orden los obligaban, así no fuera cierto, a confesar que eran parte de los grupos terroristas. Las medidas que tomaban las FFAA para hacer confesar la condición de terrorista a una persona superaron lo cruel y salvaje. Durante estos tiempos se agudiza la cantidad de número de muertos, desaparecidos y violaciones entre los habitantes de las ciudades y los campos. ¿Cómo era posible que una rebelión que inicialmente tuvo como objetivo el bienestar del campesinado y su inserción a la sociedad dejara a este mismo sector humano entre la espada y la pared, siendo una vez más víctimas de las atrocidades de los que eran más poderosos que ellos? Así también, este problema sirvió para que el país se entere cuál era la realidad que cada rincón del país guardaba. Por primera vez, la nación entera se quitaba las vendas de los ojos y miraba su exterior y cómo este decaía. Los campos estaban aniquilados y sumergidos en la sangre y la violencia, pero, en la ciudad se observó un clima similar, especialmente en las cárceles. Con estos acontecimientos el país se dio cuenta de que las condiciones de vida en las cárceles eran paupérrimas y poco planificadas. Fue en estos centros donde se desataron numerosos motines y sublevaciones que fueron detenidos con las masacres que el gobierno ordenaba, poniendo al aparato gubernamental como responsable de las muertes de cientos de personas. Como el número de presos crecían la infraestructura de las cárceles también creció y fue motivo de apertura de otros centros carcelarios. Al ser, la mayoría de reos, presos por terrorismo comenzaron a apoderarse de los pabellones donde, entre ellos, rendían culto al maoísmo y al presidente Gonzalo con la esperanza de que la revolución triunfara y ellos consiguieran su libertad. A partir de este contexto, el gobierno comienza a dar prioridad a la construcción de cárceles de máxima seguridad y al entrenamiento de sus oficiales al mando. Por otro lado, en esta guerrilla, la mujer toma un papel especial nunca antes visto en la historia peruana. Sendero Luminoso contaba con más del 40% de sus integrantes mujeres y a ellas las trataba y preparaba tal cual preparaba a sus integrantes varones. Las mujeres se valían de su carácter y coraje para cumplir las misiones que el partido les designaba. Para entender mejor su rol en los grupos subversivos citaré un fragmento de “Rasgos de personalidad” del Manual de entrenamiento de la policía acerca de las mujeres subversivas en 1990, que dice: “Son más determinadas y peligrosas que los hombres, tienen conductas absolutistas y se consideran capaces de desempeñar cualquier misión. Poseen la dicotomía de la debilidad y la dureza, son indulgentes, sumamente severas…explotan y manipulan a su prójimo, son impulsivas y arriesgadas.” Este fragmento demuestra que la mujer también había evolucionado y trataba de dar a conocer su potencialidad dejando sus hogares y la vida doméstica por ser partícipe y protagonista de los muchos atentados que ocurrieron. Es más, muchas mujeres fueron cabecillas y líderes de esta lucha armada. Esta fue la mayor crisis que desoló al país. En 1990 el gobierno de Alan García fue sucedido por el del Ing. Alberto Fujimori que introdujo una política neoliberal pero simultáneamente de carácter dictatorial: disolvió el Congreso, dio golpe de Estado, capturó a Abimael Guzmán y a la cúpula senderista, se apoderó del gobierno por diez años, dominó la prensa y fue responsable, junto a Vladimiro Montesinos, de los más altos delitos de corrupción y narcotráfico. Siendo así que, el gobierno de Fujimori es imprescindible para el análisis de los grupos terroristas después de la captura de Abimael Guzmán en 1992. Los grupos subversivos no solo incursionaron en el adoctrinamiento de sus militantes y su preparación para el combate, sino también, entablaron relaciones con los sectores cocaleros y narcotraficantes de Huallaga para financiar sus atentados. Con este hecho, se abre paso a uno de los problemas más difíciles del Estado actual. El narcotráfico de extendió con Sendero Luminoso, pero, su predominio se dio en el gobierno fujimorista, de parte de Vladimiro Montesinos que hizo del narcotráfico su negocio personal. Es así que, mientras el gobierno detenía el ataque subversivo, este mismo gobierno armaba una política mafiosa en la que los más altos funcionarios del Estado, incluido el presidente, se relacionaban con los más grandes empresarios para obtener ganancias de manera secreta y a costas de todos los ciudadanos del país. Esta cúpula mafioso usó y aprovechó la victoria contra el terrorismo para ser vistos, ante el pueblo, como los héroes del país, pero, irónicamente, estos héroes pasarían luego a ser los prófugos del Estado. Para fines de los años noventa se dieron a la luz los famosos Vladivideos en los que claramente se puede apreciar que Montesinos, el asesor del presidente, pactaba negocios con altos empresarios por grandes sumas de dinero producto del narcotráfico. Fujimori, no tuvo más salida que fugar a Japón y desde ahí manifestar su renuncia mediante un fax. Ante toda esta tragedia de fugas y desestabilidad, la sociedad peruana estaba en shock, despertando de la idea de estar bajo el mando de un gobierno que parecía ser próspero y beneficioso, cuando había sido el más nefasto y corrupto que nunca antes hubo. Toda esta convulsión de estos años quedó marcado en millones de sus ciudadanos, y, de una forma u otra estos rezagos convierten al país en un punto vulnerable para la reaparición de nuevos atentados violentos. Lo que nos trajo los años de violencia fue muertes, desorden, el predominio de la informalidad, la apertura al mundo de las drogas y por ende, también, al vandalismo. Estos son temas sumamente delicados y de actualidad nacional que repercuten en la sociedad día a día. Si algo positivo dejó la lucha armada fue el reconocer que hasta ese entonces éramos un país dividido y con debilidad política, que pedía a gritos ser comprendido y priorizado. Los trágicos acontecimientos sucedidos deben quedar en la memoria de los peruanos y ser transmitido a las generaciones siguientes, puesto que, si esta violencia se llegara a olvidar no solo se atentaría contra la dignidad de las víctimas y sus familiares, sino también, el país se convertiría en el blanco perfecto para el rebrote de nuevos enfrentamientos armados. Actualmente, el contexto en el que vivimos está netamente sumergido en la globalización, en el constante consumismo, y, especialmente en el Perú, se vive un predominante clima de informalidad que recorre desde los más pequeños puestos ambulantes hasta los mayores organismos gubernamentales, pasando por las Fuerzas Armadas, los empresarios, en sí, la población en general. Con el problema de informalidad, la corrupción también se ha convertido en pan de cada día. Estos aspectos en cualquier momento pueden tornarse conflictivos causando actos delictivos y violentos. Así también, a pesar de todos los años y las barbaries vividas, el Estado aún carece de la capacidad de interrelación y diálogo con las zonas más alejadas del país, desencadenando pugnas que recurren a la violencia. El gobierno, las fuerzas del orden y especialmente cada ciudadano peruano debe empezar a comprender e interiorizar que vive en un país netamente pluricultural y diverso, en el que la tolerancia, la predisposición al diálogo y la identificación nacional jugarán un papel clave en la construcción de un país fuerte y de calidad, con un fuerte sentido de responsabilidad y respeto a los Derechos Humanos. Ya fuimos azotados por la violencia y la crisis que ocurrió hace un poco más de veinte años, que no fue más que las consecuencias de los errores, desintereses, y malas decisiones de antiguos gobernantes y ciudadanos. Está en nuestras manos que esto no se vuelva a repetir. BIBLIOGRAFIA Roncagliolo, Santiago 2010 La cuarta espada: la historia de Abimael Guzmán y Sendero Luminoso. Buenos Aires: Debolsillo. Cavero Carrasco, Ranulfo 2012 Los senderos de la destrucción: Ayacucho y su universidad. Ayacucho: [Praktico L&C] Degregori, Carlos Iván 2012 El surgimiento de Sendero Luminoso: Ayacucho 1969-1979. Lima: Instituto de Estudios Peruanos. Hidalgo Morey, Teodoro 2004 Sendero Luminoso: subversión y contra subversión: historia y tragedia. Lima: Santillana. Perú. Comisión de la Verdad y Reconciliación 2003 Informe final. Lima: Comisión de la Verdad y Reconciliación. Kirk, Robin 1993 Grabado en piedra : las mujeres de Sendero Luminoso. Lim : Instituto de Estudios Peruanos