Virtud y fortuna en Maquiavelo, como razón instrumental y contingencia Luis Javier Orjuela Escobar1 (Versión preliminar. No citar) “. . .y viendo por otra parte que las valerosísimas acciones que, como la historia nos muestra, llevaron a cabo en los reinos y las repúblicas antiguas los reyes, capitanes, ciudadanos, legisladores y demás hombres que trabajaron por su patria, son más a menudo admiradas que imitadas, hasta el punto de que cada uno huye de los más significantes trabajos, sin que quede ningún signo de la antigua virtud, no puedo menos que maravillarme y dolerme conjuntamente” (Nicolás Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Libro 1, Proemio.) La virtud: de la noción antigua a la moderna Me propongo, en estas páginas, refutar la tesis de Leo Strauss de que lo que Maquiavelo se propuso fue rehabilitar la virtud antigua, y de que dicho pensador, “lejos de ser un innovador radical (. . .) es un restaurador de lo antiguo y olvidado” 2. Por el contrario, considero que Maquiavelo rompe tanto con la concepción antigua como con la medieval de la virtud, en tanto valor orientador de la acción política, para redefinirla en términos modernos. Si la filosofía política de la antigüedad se caracterizaba por el uso de la phronesis, y por la identidad de política y ética, pues solo mediante la pertenencia a la comunidad, alcanzaba el ser humano la areté, la excelencia de su carácter, la de la modernidad se caracteriza por el uso de la razón instrumental, la primacía de lo técnico-científico y la generalización del mercado como forma general coordinación social, que compite en esa función con la política. En la antigüedad griega, Aristóteles concebía la virtud como aquella acción orientada a buscar el justo medio en todas las cosas, guiada por la razón “y tal como la 1 Ph D en ciencia política, de la Universidad Internacional de la Florida. Profesor asociado del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes, Bogotá. 2 Leo Struass, “Nicolás Maquiavelo”, en: Leo Strauss y Joseph Cropsey (compiladores), Historia de la filosofía política, México, Fondo de Cultura Económica, 2001, p. 287 1 determinaría el hombre prudente.”3 Pero la acción humana moderna se diversifica en tres dimensiones: la estratégica, la ética y la moral. La primera, se orienta al éxito mediante el uso de reglas técnicas o de adecuación de medios a fines para la maximización de resultados; la segunda, al logro de un cabal plan de vida individual; y la tercera, a la coordinación de la diversas eticidades, en un marco de vida colectiva y de pluralidad de valores individuales.4 La prudencia aristotélica para el manejo de la vida social es reemplazada, en la modernidad, por el intercambio económico, la técnica y el cálculo de posibilidades para la acción orientada al éxito. Así, afirma Maquiavelo en El príncipe, que “la prudencia consiste en saber conocer la calidad de los inconvenientes y tomar por bueno el menos malo”5. Es este pensador quien, en el siglo XV, inaugura el pensamiento político moderno, al entender el concepto de virtud de los antiguos, como habilidad o acción estratégica, necesaria para dominar la fortuna, entendida como el incremento de la contingencia, el azar y la incertidumbre en una sociedad moderna de complejidad creciente. Entiendo por contingente lo opuesto a lo necesario o determinable; el acontecimiento futuro que, dada una determinada combinación de factores al azar, puede ocurrir o no ocurrir. Así, pues, lo contingente es lo imprevisible o emergente. En una situación así, dice Maquiavelo en sus Discursos, hay que minimizar el riesgo, lo contingente, pues “en todas las cosas humanas sucede, si bien se mira, que no se puede quitar un inconveniente sin que inmediatamente surja otro (. . .) Por eso en este asunto se debe considerar dónde hay menos inconvenientes y obrar en consecuencia, porque algo totalmente ventajoso, sin ningún recelo, no se encuentra jamás”6. Además, “como las cosas de los hombres están siempre en movimiento y no pueden permanecer estables, es preciso subir o bajar, y la necesidad nos lleva a muchas cosas que no hubiéramos alcanzado por la razón.”7 Pero esta necesidad a la que se refiere aquí Maquiavelo, no es el antónimo de lo contingente, sino la necesidad de que el actor le salga al paso a la imprevisibilidad, resultado de la inestabilidad permanente de las situaciones de acción modernas, modificando el curso de su acción o desarrollando una acción específica no prevista inicialmente, motivada por la irrupción de la contingencia en cuestión. La complejidad, la contingencia y la incertidumbre características de la modernidad, son el resultado la diferenciación institucional de la sociedad, del pluralismo de valores que conduce a la búsqueda de una diversidad de fines individuales; y del desarrollo técnico científico que desplaza, continuamente, el horizonte de satisfacción de las necesidades sociales e individuales. Al respecto dice Maquiavelo: “Siendo, además, los apetitos humanos insaciables, porque por naturaleza pueden y quieren desear toda cosa, y la fortuna les permite conseguir pocas, resulta continuamente un descontento en el espíritu humano, y un fastidio de las 3 Aristóteles, Ética nicomaquea, México, Editorial Porrúa, 2000, libro II, capítulo VI, p. 23 En esta división tripartita de la acción humana moderna sigo a Jürgen Habermas, “Del uso pragmático, ético y moral de la razón práctica”, en: ídem, Aclaraciones a la ética del discurso, Madrid, Editorial Trotta, p.p. 109-126 5 Nicolás Maquiavelo, El príncipe, Barcelona, Editorial Bruguera, 1975, p. 171. 6 Nicolás Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Madrid, Libro I, capítulo 6, p. 49 7 Ibídem, p. 51 4 2 cosas que se poseen, que hace vituperar los tiempos presentes, alabar los pasados y desear los futuros, Aunque no les mueva a ello ninguna causa razonable”8 Esta característica de la naturaleza humana moderna es también constatada por Hobbes, quien en muchos aspectos lleva las ideas de Maquiavelo un mayor grado de abstracción. Al respecto dice el autor del Leviatán: “Para un hombre, cuando su deseo ha alcanzado el fin, resulta la vida tan imposible como para otro cuyas sensaciones y fantasías estén paralizadas. La felicidad es un continuo progreso de los deseos, de un objeto a otro, ya que la consecución del primero no es otra cosa sino un camino para realizar otro ulterior. La causa de ello es que el objeto de los deseos humanos no es gozar una vez solamente, y por un instante, sino asegurar para siempre la vía del deseo futuro.”9 Contrasta esta característica del ser humano moderno, con la valoración crítica que en la antigüedad hacía Aristóteles de la propensión humana a la adquisición y el consumo. Distinguía Aristóteles entre la adquisición natural, limitada a la necesidad de atender al mantenimiento de la vida humana, y la crematística o adquisición ilimitada, a través del comercio y el dinero, la cual debe ser censurada, “pues no es natural sino a costa de otros”10. Por lo tanto, “resulta claro que toda riqueza debe tener un límite, pero de hecho vemos que ocurre lo contrario, pues todos los que trafican aumentan su caudal indefinidamente.”11 En el primer capítulo de El príncipe, Maquiavelo, al distinguir los principados y enumerar los medios para adquirirlos, concluye afirmado que la condición de posibilidad para adquirir el poder y mantenerlo son la virtud y la fortuna. Y en el capítulo XXV de la misma obra, afirma que: “muchos tenían y tienen la opinión de que las cosas del mundo son gobernadas de tal forma por la fortuna y por Dios, que los hombres con su prudencia no pueden corregirlas, e incluso que no tienen ningún remedio (. . .) Esta opinión está más acreditada en nuestros tiempos a causa de las grandes mudanzas que se vieron y se ven todos los días, fuera de toda conjetura humana (. . .) Sin embargo, como nuestro libre albedrío no está anonadado juzgo que puede ser verdad que la fortuna sea el árbitro de la mitad de nuestras acciones, pero que también ella nos deja gobernar la otra mitad, aproximadamente, a nosotros (. . .) la fortuna demuestra su dominio cuando no encuentra una virtud que se le resista, porque entonces vuelve su ímpetu hacia donde sabe que no hay diques ni otras defensas capaces de mantenerlo (. . .) el príncipe que se apoya por 8 Nicolás Maquiavelo, Discursos…, op. cit., Libro II, Proemio, p. 190 Thomas Hobbes, Levitán, México, Fondo de Cultura Económica, 1990, capítulo XI, p. 79 10 Aristóteles, Política, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1989. P. 19 11 Ibidem, pp. 17-18 9 3 entero en la fortuna cae según ella varía [en cambio] es feliz aquel que armoniza su modo de proceder con la calidad de las circunstancias”12 Es tan claro que la razón instrumental es propia de la condición moderna y que ésta erosiona la cohesión social tradicional, que ya Platón la rechazaba, en la Atenas del siglo IV a. c., la cual empezaba a experimentar cierto grado de modernización e individualización. En efecto, en La República Platón rechaza la idea, defendida por los sofistas, filósofos del individualismo, de que la justicia no es más que el interés del más fuerte, pues quien gobierna lo hace sólo en su interés; y que “el gran mérito de la injusticia consiste en parecer justo sin serlo”, a lo cual responde Sócrates que la justica no debe perseguirse como una estrategia racional sino como una virtud sí misma13. La areté o excelencia política griega, consistía en el equilibrio de tres virtudes básicas: la valentía o fortaleza, la prudencia o sabiduría práctica y la templanza o moderación. Del equilibrio de estas tres virtudes surgía la justicia platónica que, para usar un lenguaje más contemporáneo, debía constituir la estructura básica de la sociedad. En el medioevo, las anteriores virtudes, amalgamadas con la llamadas “virtudes teologales” de fe, esperanza y caridad, constituyeron la base de la moral cristiana, que terminó moralizando y teologizando la política. Así, el último período de la edad media y los comienzos del renacimiento se caracterizaron, en el campo político, por el surgimiento de una serie de tratados o manuales para la educación de príncipes que prescribían una estrecha relación entre la moral católica y la conveniencia política. Sin embargo estos libros estaban en tensión con el espíritu humanista y secular de la modernidad temprana14. Pero con todo ello rompe la concepción política de Maquiavelo. Para el autor, la buena política, la política como técnica de la previsibilidad, es el resultado de la adecuada combinación de virtud y fortuna, de habilidad estratégica y contingencia, lo cual permite el éxito en la consecución y conservación del poder. El conocimiento de lo político es la clave para vencer la fortuna. Éste debe ser el resultado del estudio de la historia, en busca de casos exitosos o fallidos de la adquisición del poder, para contrastarlos y derivar de dicha operación máximas de sagacidad para la acción política. Al respecto dice Maquiavelo: “Se ve fácilmente, si se consideran las cosas presentes y las antiguas, que todas las ciudades y todos los pueblos tienen los mismos deseos y los mismos humores, y así ha sido siempre. De modo que, a quien examina diligentemente las cosas pasadas, le es fácil prever las futuras en cualquier república, y aplicar los remedios empleados por los antiguos, o, si no encuentra ninguno usado por ellos, pensar unos nuevos teniendo en cuenta la similitud de las circunstancias”15 Con su redefinición moderna de la relación entre virtud y fortuna, Maquiavelo rompe con la tradición antigua y medieval. Ahora, el político virtuoso ya no es quien gobierna según las 12 Nicolás Maquiavelo, El príncipe, op. cit., pp. 178-179. El subrayado es mio. Platón, La República, Madrid, Editorial Espasa-Calpe, 1992, p. 72 14 Quentin Skinner, Los fundamentos del pensamiento político moderno, I. El renacimiento, México, Fondo de cultura económica, 1985, pp. 111 y siguientes. 15 Nicolás Maquiavelo, Discursos…., op. cit, Libro I, capítulo 39, p. 134 13 4 virtudes cristianas medievales y la providencia divina, sino aquel que mediante reglas de la sagacidad torna a su favor el 50% de las circunstancias contingentes que no controla. De esta manera, al reconocer para el actor político el margen de maniobra del otro 50% que deja libre la contingencia, rompe también Maquiavelo con la antigua idea griega de que la fatalidad o el destino determinan, en su totalidad, el curso de la vida humana, idea muy bien ilustrada por el mito de Edipo. La naturaleza humana moderna, la eticidad y la moralidad La filosofía moral moderna, no considera la naturaleza humana como tendiente a la excelencia o areté, tal como lo hacía la de la antigüedad greco-latina, ni a la perfección religiosa, como lo hacía la medieval, sino como inscrita en la permanente tensión entre el defecto y la perfección, y entre la individualidad y la solidaridad social. De dicha tensión es muy consciente Maquiavelo cuando afirma que: “hay tanta distancia de cómo se vive a cómo se debería vivir que el que deja el estudio de lo que hace para estudiar lo que debería hacer, aprende más bien lo que debería obrar su ruina que lo que debe preservarle de ella: porque un hombre que en todas las cosas hace profesión de bueno, entre tantos que no lo son, no puede llegar más que al desastre” 16 Por ello, aunque Maquiavelo considera que sería deseable que un ser humano y, en especial un príncipe, tuviera las más altas virtudes, es consciente de que “no se puede tenerlas todas, ni observarlas a la perfección, porque la condición humana no lo consiente, [por ello] es necesario que el príncipe pueda evitar la infamia de los vicios que le harían perder el Estado, y preservarse, si le es posible, de los que no se lo haría perder”17. En esa tensión, el ser humano se inclina a la individualidad, es decir, a la realización de su propio plan de vida y al cuidado de sus intereses personales. Así surge la dimensión ética de su acción, la cual lo lleva a actuar estratégicamente. Por ello, Maquiavelo considera que, en general los seres humanos son: “ingratos, volubles, simuladores y disimulados, que huyen de los peligros y están ansiosos de ganancias; mientras les haces el bien (. . .) te son enteramente adictos, te ofrecen su sangre, su caudal, su vida y sus hijos, cuando la necesidad está cerca; pero cuando la necesidad desaparece, se rebelan. Y el príncipe que se ha fundado por entero en la palabra de ellos, encontrándose desnudo de otros apoyos preparatorios, decae.”18 Por ello, el príncipe “debe abstenerse de tomar los bienes ajenos, porque los hombres olvidan más pronto la muerte del padre que la pérdida de su patrimonio”19 Por ello, la propiedad, y la naturaleza insaciable de los deseos y las necesidades humanas en la sociedad moderna, ya que “el deseo de adquirir es cosa verdaderamente muy natural y 16 Ibídem, p. 143 Ibídem, p. 144 18 Ibídem, p. 148 19 Ibídem, p. 149 17 5 ordinaria”20, aumentan la inestabilidad social y el conflicto y, por ende, la contingencia o fortuna, y, en consecuencia, la necesidad de responder a ella mediante la búsqueda de seguridad. A este respecto, afirma Maquiavelo: “Y volviendo a la cuestión de qué hombres son más perjudiciales para la república, si los que quieren adquirir o los que temen perder lo adquirido (. . .) ambos apetitos pueden ser causa de grandísimos tumultos. Estos, sin embargo, son causados la mayoría de las veces por los que poseen, pues el miedo de perder genera en ellos las mismas ansias que agitan a los que desean adquirir, porque a los hombres no les parece que desean con seguridad lo que tienen si no adquieren algo más. A esto se añade que, teniendo mucho, tienen también mayor poder y operatividad para organizar alteraciones.”21 De todo lo anterior se desprende una concepción moderna de la naturaleza humana. El ser humano moderno es individuo (o dicho de otra manera, ya no es concebido como comunitario), pues propenso, como es, a la adquisición, se guía por la satisfacción de sus propios intereses, y persigue la seguridad. Sin embargo, Maquiavelo es consciente de que, a pesar de la individualidad, la vida social se basa en el intercambio y la reciprocidad. Por ello afirma que “la naturaleza de los hombres es obligarse unos a otros, tanto por los beneficios que conceden como por los que reciben”22 De esta antropología filosófica de Maquiavelo, se desprenden para la acción política moderna dos consecuencias: una referente al estímulo para desarrollo de la individualidad, en condiciones de seguridad, lo cual genera contingencia o fortuna; y otra referente a la necesidad de constituir una vida en común, es decir un orden político republicano. Respecto de la primera consecuencia, dice Maquiavelo: “Debe también un príncipe mostrarse amante de los talentos, siendo generoso con los hombres destacados y honrando a los que sobresalen en cualquier arte. En consecuencia, debe animar a sus ciudadanos a ejercer pacíficamente su profesión, sea en el comercio, sea en la agricultura, sea en cualquier otro oficio de los hombres, y hacer que éste no tema engrandecer sus posesiones por temor de que le sean quitadas, y aquel no tema abrir un comercio por miedo a los impuestos; debe preparar premios para quien quiera hacer estas cosas y para cualquiera que piense, del modo que sea, ampliar su ciudad o su Estado”23 En cuanto a la necesidad de constituir un orden político, Maquiavelo es muy consciente de la tensión que existe entre la virtud y la fortuna, resultante, a su vez, de la tensión entre el interés individual y el colectivo, entre la élite y el ciudadano común. Esa tensión genera contingencia, en forma de conflicto social, pero esa contingencia lleva en sí misma la posibilidad de su propia superación, mediante el surgimiento de la ley: “creo que los que condenan los tumultos entre los nobles y la plebe, atacan lo que fue la causa principal de la libertad en Roma, se fijan más en los ruidos y 20 Ibídem, p. 99 Nicolás Maquiavelo, Discursos. . ., op. cit., Libro 1, capítulo 5, pp. 45-46 22 Nicolás Maquiavelo, El príncipe, op. cit., pp. 127-128 23 Ibídem, pp. 171-172 21 6 gritos que nacían de esos tumultos que en los buenos efectos que produjeron, y consideran que en toda república hay dos espíritus contrapuestos: el de los grandes y el del pueblo, y todas la leyes que se hacen en pro de la libertad nacen de la desunión entre ambos (. . .). No se puede llamar, en modo alguno, desordenada a una república donde existieron tantos ejemplos de virtud, porque los buenos ejemplos nacen de la buena educación, la buena educación de las buenas leyes, y las buenas leyes de esas diferencias internas que muchos, desconsideradamente, condenan, pues quien estudie el buen fin que tuvieron encontrará que no engendraron exilios ni violencias en perjuicio de bien común, sino leyes y órdenes en beneficio de la libertad pública”24 Así que la ley y la moralidad de los ciudadanos son los fundamentos del orden político y la libertad civil, al permitir la coordinación institucionalizada de las distintas eticidades individuales. Al respecto dice Maquiavelo: “Es fácil conocer de dónde le viene al pueblo esa afición a vivir libre, porque se ve por experiencia que las ciudades nunca aumentan su dominio ni su riqueza sino cunado viven en libertad (. . .). La causa es fácil de entender: porque lo que hace grande a las ciudades no es el bien particular sino el bien común. Y sin duda este bien común no se logra más que en las repúblicas, porque éstas ponen en ejecución todo lo que se encamine a tal propósito, y si alguna vez esto supone algún perjuicio para este o aquel particular, son tantos los que se beneficiarán con ello que se puede llevar adelante el proyecto pese a la oposición de aquellos pocos que resultan dañados. Lo contrario sucede con los príncipes, pues la mayoría de las veces lo que hacen para sí mismos perjudica a la ciudad, y lo que hacen para la ciudad les perjudica a ellos”25 Se cierra así la aparente contradicción entre las dos obra de Maquiavelo: El príncipe y Los discursos sobre la primera década de Tito Livio. Mientras en el primero se desarrolla, principalmente, la idea de la virtud como razón instrumental y la política se considera una técnica para la adquisición del poder, en los segundos, se desarrolla la idea de la contingencia de una sociedad compleja que, merced a la dialéctica de la individualidad y la colectividad, se resuelve en una república que genera virtud cívica mediante la ley y la moralidad. Así que en el pensamiento de Maquiavelo no encontramos una ruptura entre moral, ética y política, como tradicionalmente se le suele interpretar. Como he tratado de mostrar, su enfoque es mucho más complejo: trata de analizar la tensión que la modernidad genera entre los tres tipos de acción humana. Si como observador político, Maquiavelo permanece neutral frente a la forma perversa como Agatocles adquiere el poder, como teórico normativo de la política, Maquiavelo no puede menos que desaprobar sus métodos: “Sin embargo, no se pude llamar valor a matar a sus conciudadanos, traicionar a los amigos, y carecer de fe, de humanidad y de religión; estos medios pueden llevar a adquirir el imperio pero no la gloria. Pues si consideramos el valor de Agatocles en la manera de arrostrar los peligros y salir de ellos, y en la 24 25 Nicolás Maquiavelo, Discursos…, op. Cit., libro 1, capítulo 4, pp. 41-42 Ibídem, libro II, capítulo 2, p. 196 7 grandeza de su ánimo en soportar y superar los sucesos adversos, no vemos porque había de ser considerado inferior a ningún excelente capitán; no obstante su feroz crueldad e inhumanidad, con sus infinitas maldades, no permite que sea celebrado entre los más excelentes hombres. Así pues, no se puede atribuir a la fortuna o al valor lo que él consiguió sin una ni otro.”26 26 Nocolás Maquiavelo, El príncipe, op. cit. pp. 118-119 8