NOTAS Experimentar el amanecer con un fantasma al lado de la cama, vivir en la incertidumbre, vivir asimilando, gritar a media noche, escapar sin haber aparecido, la pérdida, el vacío, lo normal que se vuelve anormal, el rechazo, las mentiras, los sueños, las soledades, el ardor en el pecho, las llamadas a media noche, las sirenas que se alejan, abrazar una almohada para poder dormirse, el deseo de correr sin detenerse, suspirar sin motivos, llorar los domingos por la tarde, manejar sin rumbo, tararear una canción de los sesenta en la sala de espera de un hospital, odiar el blanco, soñar que vives en Plutón, hacerse pipí en la cama, destrozar el papel tapiz de las paredes, acumular mugre en las uñas de los pies, decir enterrada cuando en realidad quieres decir encerrada, borrar citas de la agenda, confundir los miércoles por lunes, patear botes de refresco por la calle y dejar que el basurero se llene hasta que no quepa nada más. Hacía mucho tiempo que no escribía, lo único que tenía para asirme era la necesidad de contar este fragmento de mi vida que sucedió al conocer a la familia de Martha. Dentro del Taller de Altamira de Paula Markovitch escribí todo el guión de la película. El miedo de la hoja en blanco se acrecentó cuando supuse que la primera sesión del taller, sería desarrollar eso que tantas migrañas me ha dado en la vida: una premisa, un conflicto, una escaleta y un argumento (o viceversa, dependiendo del manual), para finalmente abordar el guión. Mi sorpresa fue llegar a un lugar donde la encomienda era empezar directamente con el guión. Escribir y escribir escenas sueltas, evitar las mayúsculas en los personajes, tener claro dónde sucedía la acción por el texto y no por los encabezados (INT. CUARTO, NOCHE) y poder escribir sensaciones o pensamientos que normalmente están terminantemente prohibidos en cualquier guión. Era como si Paula me hubiera quitado la camisa de fuerza. Al final de 20 páginas me di cuenta que no había escrito nada que valiera la pena. No tenía ganas de leerlas en el taller porque sabía que nada serviría. Y tenía razón, al menos parcialmente. Las escenas no funcionaban como escenas pero sirvieron para darme un conflicto y a partir de ahí el camino fue más claro, pero no por ello menos incierto. No sabía quién debería ser el protagonista de la historia, Martha o alguno de los hijos. Las escenas que llevaba escritas estaban llenas de las mismas formas de ver y de hablar para todos los personajes. En el taller caí en la cuenta que no había porque seguir rehuyendo a escribir a mi propio personaje. Si dejaba el protagonista en cualquier miembro de la familia, los haría acartonados y sin autonomía porque no era Martha, Alejandra, Wendy, Mariana y Armando hablando por si mismos, sino Claudia autora, narrando lo que sucedió en su cabeza en aquel entonces. Si había una Claudia personaje narrando como testigo la historia de esta familia, cada uno cobraría singularidad y la historia tomaría más fuerza. El acto de escribir es hacer presente al inconsciente en la hoja de papel. Lo cual no asegura aciertos pero el hecho de exponerlo en Altamira, a través de las escenas escritas, hace que el inconsciente cobre consciencia y el autor tenga mayor claridad del proceso creativo. Después de terminar el guión sentí la necesidad de tallerearlo fuera de Altamira y enseñárselo a la mayor gente posible, porque mi intención era realizarlo. Cambié sin piedad alguna el guión de acuerdo a las sugerencias que fui recibiendo. No discutí ninguna observación, pensé que toda la gente tenía más experiencia que yo y debía de hacer los cambios sin chistar. Me equivoqué de nuevo. Meses después conseguí la financiación del proyecto pero me sentía agobiada, así que regresé al Taller de Altamira porque no tenía seguridad con mi guión y estaba a dos meses de filmar. Sentía que era un escrito lleno de parches, pero sin la esencia que tuvo cuando lo acabé en el taller. Efectivamente, Paula y mis compañeros me hicieron darme cuenta que debía regresar a mi primera versión. Cada lector, así como cada espectador se hace una historia en la cabeza, la cual siempre será perfectible. Pero la responsabilidad como autor radica en sentirse cómodo y seguro con la historia que se tiene entre manos, pues al escuchar las voces de afuera uno deja de escucha su propia voz. Tal vez el texto tuviera muchos errores y pudiera mejorar con un conflicto más explicito, con un final más tajante, con personajes más ambiguos. Sin embargo, uno cuenta la historia que quiere contar y se expone a que funcione o no. En mi experiencia aprendí que no hay que manosear tanto el texto, hay que dejarlo respirar con sus errores y aciertos, que no se empezarán a clarificar hasta que no se de el primer paso en el camino que conlleva la realización de una película. El guión y la película son dos cosas diferentes. El guión es un motor que por sí mismo se mantiene. La película es una historia aparte, pues está permeada del trabajo de un crew y de diversos factores que surgen en la filmación y debes ir sorteando. Así que puedo decir que la película es un mecanismo que resultará en una obra y el guión es un motor, que si bien puede alimentar un mecanismo, puede existir por sí mismo como obra. Cuando pensaba en la manera de abordar visualmente la historia, mi memoria transformaba el recuerdo, los lugares se volvían más cálidos, armónicos, se llenaban de detalles. La casa de Martha no era nada del otro mundo y a pesar del completo desorden, se sentía armonía porque la gente que la habitaba la hacía acogedora. El lazo entre ellos era tan fuerte que el ambiente se impregnaba de sus personalidades y modos de relacionarse. Así que aposté por esta visión de recuerdo que se supera a sí mismo Los movimientos de cámara van en total conexión con los sentimientos y sensaciones de Claudia. Lo primero es hacer sentir la soledad del personaje. Un hueco en el espacio, que poco a poco se va llenando y tomando un lugar al ser partícipe de este encuentro. ¿Cómo reflejar este vacío en el personaje de Claudia en las escenas introductorias? Pensé en ver sólo partes de ella, sus ojos, su boca, sus manos, no verla por completo. Sentir esta soledad a través de la fragmentación de su imagen. Oscuridad.- Jugar con las sombras en su cara, no iluminarla directamente para provocar zonas de oscuridad en su rostro. -Reflejos.- Los demás siempre nos ven y la única forma de vernos a nosotros mismos es a través de los reflejos. Pueden estar en momentos donde el personaje se detiene a pensar y a reconocerse. -Planos muy abiertos donde Claudia está lejos y pequeña en comparación con el entorno. Conforme se adentra en la familia la descubrimos con la cámara, sin nada de por medio. La podemos ver tal cual es, porque ante la mirada de Martha y su familia, ella retoma su identidad. La anécdota me sucedió en Guadalajara, una ciudad de provincia. Y era muy importante filmarla allá para lograr una atmosfera de calidez en las locaciones, imposible de lograr en la capital de México, donde la gente es más distante los unos con los otros. A su vez situé la historia en el 2006, año en que sucedió el encuentro con Martha. Al empezar el casting el único personaje que tenía escogido era el de Alejandra. Encontré una maravillosa actriz que me enamoró por su parecido con la Alejandra original, así como por su talento. Después empezó mi vía crucis buscando Claudias y Marthas. Hasta que me topé con Ximena Ayala y Lisa Owen respectivamente. Los niños aparecieron por arte de magia. Desde que vi el casting de cada uno diciendo su nombre a cámara sabía que serían ellos. Me faltaba un personaje, Wendy. Quise hacer casting a pesar de que la Wendy original había estudiado actuación, pero por el momento se encontraba enganchada a su nueva carrera de psicología. Muy dentro de mi sabía que nadie lo haría igual que la original porque es un ser humano excepcional y con una capacidad actoral sin igual. Pero no quería meter a la familia original en esté proceso de la película. Ya habíamos vivido todo una vez, no había necesidad para ellos, de volver a caminar por ahí. Cada vez que veía un casting para el personaje de Wendy sabía que tenía que pedirle a ella que hiciera el papel. Wendy aceptó encantada, aunque sabíamos que el viaje nos iba a doler mucho a ambas al vivirlo juntas de nuevo, pero decidimos correr el riesgo. Hacer una primera película implica tener la fuerza para aguantar que te cierren millones de puertas en la cara y también tener la sensibilidad de saber cuando has llegado a terreno seguro y con colaboradores que dejan de ser colaboradores para ser compañeros de batallas. Me costó mucho encontrar a mi productor, Geminiano Pineda, pero cuando lo logré supe que habría alguien cuidando la película al 100%, no sólo en términos económicos, sino también en lo artístico. Christian Kregel es mi pareja y también productor ejecutivo. Él aparte de soportar mis crisis cuando los días amanecían grises, apoyó a la organización y desarrollo del proyecto. Sólo éramos tres personas iniciando la pre-producción. Poco a poco se fueron sumando las demás cabezas de departamento, personas a las que admiré mucho cuando trabajé como asistente de dirección. Bárbara Enríquez en diseño de producción y Gabriela Fernández en vestuario. En dirección de fotografía tenía sólo una certeza, quería que fuera una mujer. La sensibilidad que requería la historia debía ser abordado por un ojo femenino. Fue así como hice uno de mis primeros sueños realidad, trabajar con Agnès Godard una mujer extraordinaria que inyectaba claridad y fortaleza día a día en el set. Arranqué el rodaje sin editor, un día platicando con Agnès se nos ocurrió buscar a Santiago Ricci editor de “La Ciénaga”. Por esos días estaba a punto de nacer su primer hijo. Así que en cuanto salió del hospital, vino con todo y familia a México para comenzar el armado de la película. De los días de rodaje lo que más recuerdo es el calor de 29º grados a diario y la Navidad que tenía que sentirse a cuadro todo el tiempo. A pesar de que los inviernos en Guadalajara no son fríos, los personajes tenían que ir al menos con algún sweater o chamarra. Alex, el actor que interpretaba a Armando, se desmayó un día en la fachada del hospital por un golpe de calor. Odio la Navidad y estaba bastante remarcado en el guión, pero al estar filmando me sentía como Santa Claus, pues cada locación a la que llegábamos tenía que estar ambientada en diciembre con arbolitos de Navidad, serie de luces navideñas, guirnaldas y esa odiosa musiquita de “Jingle Bells”. Uno de los procesos que más disfruté fue ensayar con los actores. Una semana antes de empezar la película, los encerré a todos dentro de la locación de la casa de Martha y les hice hacer un rally donde les iba marcando situaciones de familia. Cuando escribí el guión a todos los personajes les puse su nombre real excepto al mío. Yo me había puesto Fernanda, pero en ese rally, Wendy le decía todo el tiempo a Ximena, Claudia en lugar de Fernanda. Así, que le cambié el nombre al personaje. Creí que era justo darle otro pedacito de mí. El crew se volvió un poco loco, pero nada que el tiempo no arreglara. Para octubre la película estaba terminada, pero faltaba la post-producción, corrección de color y diseño de audio. Nos habíamos quedado sin un peso después del rodaje. A finales del mes vino la salvación desde mi hada madrina, Agnès. Ella le había pedido al dueño de una post productora francesa que viera le película. Fue así como comencé a trabajar con Philippe Akoka. Gracias a los astros le gustó y pudimos realizar una coproducción México-Francia. La corrección de color la hizo Lionel Koop y el diseño de sonido Frederic Lelouet y Vincent Arnardi. El guión se llamaba “Encuentro”, no me gustaba el nombre y a Geminiano mi productor, menos, pero no habíamos encontrado algo que nos convenciera. Después de una proyección nos fijamos en el sticker que hay todo el tiempo en la pecera. Claudia es fanática de recortar artículos de periódicos y hacer collages. Yo había pegado ese recorte cuando estábamos filmando y después de ver una y otra vez la película, sentía que todos los integrantes de la familia son únicos en su especie, como justo dice el recorte: “Los insólitos peces gato”. Haga cobrar vida al policía del banco y el le hará cobrar vida a usted, haga cobrar vida al perro callejero y el le hará cobrar vida a usted, haga cobrar vida al vagabundo de la esquina y el le hará cobrar vida a usted. Claudia le hizo cobrar vida a esta familia y la familia le hizo cobrar vida a ella misma. Este era el impulso que me hacía seguir adelante en el desafío de realizar una película, tenía que dar a conocer a estos personajes que me habían inyectado vida.