"LA FORCLUSIÓN DEL NOMBRE DEL PADRE". EL CONCEPTO Y

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"LA FORCLUSIÓN DEL NOMBRE DEL PADRE".
EL CONCEPTO Y SU CLÍNICA.
DE JEAN-CLAUDE MALEVAL1
Marcelo Novas
Resumen
Con el propósito de mostrar la importancia decisiva que para el tratamiento psicoanalítico de la psicosis
tiene la comprensión de lo que desde el campo de la clínica psicoanalítica se nombra forclusión del
Nombre del padre, se realiza un recorrido por los aportes de Jean-Claud Maleval quien rastrear, a través
de la obra de Lacan, la construcción de esta noción y sus efectos sobre la economía del goce.
Palabras clave: Psicosis, Nombre del Padre, forclusión, significante primordial, sujeto del goce,
goce fálico, objeto a, cadena borromea, síntoma, clínica, cura.
Jean-Claude Maleval nuevamente aparece trabajando en un texto sobre las psicosis, como ya lo
había hecho en 1981 al publicar "Folies hystériques et psychoses dissociatives"2, y lo hace a
partir precisamente de las preguntas que todos estos años de labor en el campo de las psicosis lo
han interrogado y le han llevado a tratar de forma exhaustiva con la forclusión del Nombre del
Padre como concepto. Al inicio de la obra nos advierte que este concepto, que nos es de utilidad
para saber si determina o no la estructura del sujeto, no alcanza para prever o predecir las
consecuencias, los efectos, las crisis y las recaídas de estos sujetos psicóticos, como señala Serge
Cottet3. Lo que a entender de Maleval sí se ha incrementado, y esto es un cambio, es la demanda
de psicoanálisis por parte de psicóticos, por lo que para lograr tratamientos auténticamente
psicoanalíticos será necesario a partir de las entrevistas preliminares lograr una distinción
estructural, distinción que para Maleval (y es una de las tesis de este trabajo) se puede lograr a
partir de tener en cuenta la forclusión del Nombre del Padre. Aquí el autor nos señala que este
concepto no presenta una exposición sistemática en la enseñanza de Jacques Lacan (que es quién
lo propuso originalmente) y a ello se abocará a lo largo de la primera parte del trabajo que titula
“Construcción y evolución del concepto de forclusión del Nombre del Padre”. ¿Por qué esta
necesidad de rastrear el concepto en su arqueología?, quizá porque para Maleval la aceptación o
el rechazo de la hipótesis de la forclusión del Nombre del Padre condicionará el conjunto de las
opciones teóricas del analista y por ende la concepción misma de la cura. En este punto Maleval
realiza una autocrítica referida a su anterior texto en referencia a que el estudio de la sutil
frontera entre neurosis y psicosis necesariamente no puede obviar ninguno de los dos lados de
dicha división, y que el campo que en ese trabajo otorgaba a las histerias crepusculares debería
reducirse. Vemos aquí todo un trabajo de escuela , precisamente la Escuela de la Causa
Freudiana; lo que quizá también llama la atención en este texto, es que la referencia a los
pioneros del psicoanálisis y a los grandes maestros de la psiquiatría es constante, no siendo así
con autores psicoanalíticos que no pertenecen a Escuela de la Causa Freudiana pero actualmente
están produciendo en el campo del análisis (pero para ser lógicamente consistente con lo
propuesto en el texto, existen excepciones que confirman la regla, por ejemplo, Porge, Le
Gaufey, Czermak).
La idea que Jean-Claude Maleval desarrollará en este escrito es que la estructura de la psicosis
está determinada por la forclusión del Nombre del Padre, lo que para este autor constituye una
ruptura con los desarrollos de la tesis de 1932 que Lacan publicara bajo el nombre de "De la
psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad"4. Por el contrario, la segunda teoría de
la psicosis, que aparece en "Acerca de la causalidad psíquica"5, al poner en primer plano la
imago y las identificaciones quedará incluida en el campo de los efectos imaginarios producidos
por el desencadenamiento del significante. El trabajo con el significante, tomado de la
lingüística, proporcionará el esquema inicial fundamental que permitirá concebir la clínica de la
forclusión del Nombre del Padre. En 1957, cuando Lacan introduce este concepto, sienta las
bases de una clínica psicoanalítica estructural apoyada en la clínica psiquiátrica clásica. Maleval
nos advierte que esta última parece haberse agotado; una nueva clínica tiende a predominar en el
discurso psiquiátrico, nacida del descubrimiento del Largactil en 1952, de los progresos de la
psicofarmacología en el tratamiento de los síntomas psicóticos y de las simpatías del imaginario
positivista dominante que sostiene el enfoque del ‘hombre neuronal’; esta clínica ya no parte de
la observación del sujeto sino de la eficacia de la molécula. Hoy en día un texto como el de
Freud sobre Schreber 6, nos dice Maleval, donde no se valora al otro desde el déficit y la
disociación de las funciones, no tiene lugar en la psiquiatría actual, que deposita sus esperanzas
en la farmacología. A diferencia de esto lo que el psicoanálisis propone no es una sustancia, es
un método, que logra un conocimiento científico, o paracientífico (anota con escrupulosidad el
autor) mucho más minucioso, menos global y difuso. A través de los textos del psicoanálisis y
mediante una clínica de la singularidad y sus potencialidades, la tarea clínica clásica quedó en
manos de los analistas, los que no pueden ignorar el lugar del inconsciente y las estructuras que
se generan en el encuentro con el otro. Para Maleval la forclusión del Nombre del Padre produce
una innovación en dicha clínica. Esta forclusión designa una carencia del significante que
asegura la consistencia del discurso del sujeto. De ello se deduce una clínica afirma el autor.
Al finalizar su enseñanza Lacan deja una teoría de la psicosis en plena evolución; un sesgo que
no llegó a despejar es lo que él mismo llamó “otro centramiento” en el año 1967 en "Petit
discours aux psychiatres"7. Otra vertiente aparece en lo referente a la erotomanía de
transferencia, lo que marca una distancia con la psicosis de transferencia, como conceptos
disímiles, una tarea que atañe a los alumnos de Lacan. Para Maleval es legítimo preguntarse
actualmente por la pertinencia del concepto de forclusión del Nombre del Padre, sobre todo
luego de la introducción del nudo borromeo en los años setenta. Una respuesta a esto es la clínica
de las suplencias, fuertemente influida por la conceptualización borromea. Lo que se suple es ese
Nombre del Padre, ahora ubicable en diferentes lugares de la cadena borromea. Desde la
perspectiva de Maleval esto produce el llamamiento a una clasificación distinta, borromea y no
estructuralista, una de ellas continuista, la otra discontinuista.8 El tema de las clasificaciones no
será menor, pues tallará a su vez en el manejo específico de la transferencia con el psicótico, ya
que la posición del sujeto psicótico se puede modificar y elaborar, en su especificidad, al igual
que puede hacerlo un sujeto neurótico o perverso.
Para poder desplegar estas ideas Maleval comienza su desarrollo, en el primer capítulo de su
obra “Por la verwerfung freudiana”, preguntándose cómo fue que Lacan se apoyó en esta noción,
verwerfung, para su elaboración de la forclusión como concepto. Es así que comienza un
recorrido histórico por los textos freudianos rastreando las diferentes apariciones de esta
“verwerfung” a través de los años, y también cómo esta idea fue tomada por diferentes autores
posfreudianos que incursionaron en el campo de las psicosis, como Paul Federn y Melanie Klein;
de estos dos últimos, Maleval entiende que sus aportes dan cuenta con mayor facilidad de los
aspectos deficitarios de la sintomatología psicótica, que de la originalidad de sus temas
delirantes. Apoyándose en esto, es que sostiene que en ese punto Lacan sí aparece como un
continuador de la línea abierta por Freud, y que en ese sentido Lacan no debe nada a los autores
posfreudianos (a excepción, de Helene Deutsch, en relación a la posición “como si” del
esquizofrénico, anota Maleval); ¿por qué afirma esto el autor?, porque sostiene que lo que
emparenta las búsquedas, tanto de Freud como de Lacan , es el afán de encontrar un mecanismo
específico para las psicosis y no quedarse en la mera fenomenología (certera crítica que Freud
dirigió a Jung y que Lacan recordó no pasar por alto). Al principio de su búsqueda Lacan afirma
la primacía de lo simbólico, sobre lo imaginario y lo real de su ternario, y buscará la relación
específica del sujeto con el lenguaje; en esta búsqueda trata de apoyarse en las elaboraciones
freudianas y encuentra a la “verwerfung”(forclusión) desde los primeros escritos psicoanalíticos,
en "Las neuropsicosis de defensa" de 1894 9 Freud propone a la “verwerfung” como el proceso
por el cual el yo rechaza la representación intolerable al mismo tiempo que su afecto,
comportándose como si la representación nunca hubiera llegado hasta el yo. A pesar de esto
Maleval no deja de reconocer que en Freud la “verwerfung” posee un estatuto incierto, quedando
como una idea tomada de Brentano, pero a nivel conceptual sólo esbozado.
Un trabajo de delimitación conceptual importante es el que permitirá discriminar la
“verwerfung” de la represión primaria, a lo que Maleval se dedica en el segundo capítulo. Allí
nos dice que Lacan se encontró con la dificultad que los primeros traductores de Freud al
francés, Marie Bonaparte, y quién fue el analista de Lacan, Rudolph Loewenstein, habían
traducido este término como “juicio que rechaza y elige”. Lacan se opone a esto y dice que
precisamente la “verwerfung” no es un juicio, ubicando esta operación como algo lógicamente
diferente. ¿Cómo establecer la diferencia entre el retorno de esto indecible original y fenómenos
psicóticos no dialectizables? Para comenzar a despejar esta problemática Lacan se apoya en "Die
verneinung"10 (traducido como denegación en el psicoanálisis francés); allí Freud plantea que el
juicio de atribución es previo a un juicio de existencia articulado en una denegación, ya que debe
haber una representación previa de lo denegado. Dicho juicio se pregunta por la diferencia o la
semejanza entre una representación y una percepción y atañe al reencuentro del objeto de
satisfacción. Freud propone que previo a la “verneinung” (denegación) debe existir una
“bejahung”(afirmación) que ocurre a la vez que una “ausstossung” (expulsión), operación que
entiende como constitutiva de lo psíquico y regulada por el principio del placer: expulsión de lo
displacentero, inclusión de lo placentero, primer distinción entre un afuera y un adentro. De esta
forma la denegación es una formación tardía al servicio de la represión (y ya Freud nos había
advertido que una represión es algo diferente a una “verwerfung” (forclusión) en "De la historia
de una neurosis infantil"11), y la negación inherente a la “bejahung” (aquella que es graficada por
Freud con la noción de “ausstossung”) instaura la represión primaria y participa de la
estructuración del sujeto. La noción lacaniana de forclusión (que es como propone Lacan traducir
la “verwerfung” freudiana) encuentra en este rechazo fundador uno de sus orígenes. La
“verwerfung” (forclusión) es un obstáculo a la rememoración, ya que eso quedó expulsado fuera
de la “bejahung” (afirmación) original; entonces si la represión genera síntomas, en el sentido
analítico del término, la forclusión generará fenómenos diversos, como por ejemplo la
alucinación y el acting-out.
Maleval nos dice que para mostrar esto Lacan se apoya en el caso del “Hombre de los lobos” en
relación al episodio del dedo cercenado. Allí afirma Lacan que "la “verwerfung” (forclusión) le
ha salido al paso a la manifestación del orden simbólico, es decir, a la “bejahung” (afirmación)
que Freud establece como el proceso en que el juicio atributivo toma su raíz, y que no es sino la
condición primordial para que de lo real venga algo a ofrecerse a la revelación del ser o, para
emplear el lenguaje de Heidegger, sea dejado-ser"12. De esta forma, la instauración de la
represión primaria es la condición para que lo simbólico capture a lo real en su trama.
Sin embargo, este proceso no se lleva a cabo sin una pérdida: estos desarrollos culminarán con la
formalización del objeto a durante el seminario de1962-63 sobre la angustia. La diferencia entre
represión y forclusión no queda definitivamente sellada hasta finales de 1955. Lo reprimido se
revela mediante una denegación y demuestra ser dialectizable porque está articulado en lo
simbólico, por el contrario, el surgimiento de lo “verworfen” (forcluído) en lo real deja al sujeto
psicótico "absolutamente inerme, incapaz de hacer funcionar la “verneinung” (denegación) con
respecto al acontecimiento" dice Lacan13. Esto es lo que explica las reticencias de Lacan en la
dirección de la cura: existe un tope no dialectizable. Otro problema, informa Maleval, es que en
1955 en la enseñanza de Lacan, se distinguen y se confunden al mismo tiempo una “verwerfung”
(forclusión) estructurante, originaria, normativa, apoyada en la “ausstossung” (la negación
inherente a la “bejahung” (afirmación)), y por otro lado una “verwerfung” (forclusión)
patológica, excepcional, psicótica.
Es gracias a la introducción de la noción de falta de un significante primordial, sostén del
armazón simbólico, que resulta posible concebir la especificidad de la “verwerfung” (forclusión)
psicótica. Luego de esto Lacan deberá articular la función paterna, relacionada con este
significante primordial, a través del complejo de Edipo. Es en "De una cuestión preliminar a todo
tratamiento posible de la psicosis"14 donde Lacan plantea que la falta de un significante
primordial que le da a la psicosis su condición esencial se encuentra formulada por primera vez
como forclusión del Nombre del Padre. Allí el Nombre del Padre es especificado como “el
significante que, en el Otro, en cuanto lugar del significante, es el significante del Otro en cuanto
lugar de la ley “15 . Ahora bien, estos desarrollos de Lacan, ¿están apoyados en Freud? se
pregunta Maleval. Para contestar esto dedicará el tercer capítulo de su libro a rastrear el origen
del concepto de forclusión.
En francés contemporáneo “forclusión” es de uso corriente en el vocabulario jurídico
procedimental y significa la caducidad de un derecho no ejercido en los plazos prescritos. Sin
embargo, según Littré16, el sentido propio y primitivo del verbo “forclore” es “excluir”. Este
término no era desconocido en el campo del psicoanálisis previamente a la propuesta de Lacan;
en 1956 la forclusión ya había sido introducida por los gramáticos Damourette y Pichon17, en
relación a la negación en francés, pero Maleval piensa que el aporte de estos no agrega nada a lo
que termina siendo la propuesta de Lacan.
El cuarto capítulo tratará, del Nombre del Padre, la forclusión. Para esto Maleval nos recuerda
que no se debe omitir que el proceso forclusivo, en un segundo tiempo de la enseñanza de Lacan,
es puesto en correlación con la función paterna. Entonces en el psicótico la forclusión de este
significante primordial afecta al Nombre del Padre, y no a significantes cualesquiera ni a
experiencias singulares. Maleval es categórico en subrayar la especificidad de la estructura
psicótica en un intento de no caer en inexactitudes poco producentes.
Los primeros abordajes de la función paterna serán en el capítulo cinco. Para Lacan la forclusión
del Nombre del Padre determina la psicosis y este planteo se sostiene en su producción desde
1958, manteniéndose constante hasta el final de su obra. Lo que sí evoluciona, o por lo menos
cambia, es el concepto de Nombre del Padre (sobre todo a partir de lo que Lacan abreva de la
lingüística y los planteos de la antropología, particularmente lo que en ese campo produce LeviStrauss).Cuando la primacía de las imagos es superada por la del lenguaje (lo que se ubica dentro
del movimiento que proponía la primacía de lo simbólico sobre lo imaginario) la función paterna
necesita ser reconsiderada. Es en 1953 en "El mito individual del neurótico"18 y en "Función y
campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis"19 donde Lacan forja el concepto de Nombre
del Padre (que en francés tiene diversas resonancias y que evoca desde “nombre” hasta “no”). En
1955 Lacan introduce la noción de Otro con mayúscula para designar, más allá de la pareja
imaginaria del espejo, el orden simbólico donde la verdad se articula y el sujeto trata de hacer
reconocer su deseo. Inscrito en este campo el Nombre del Padre constituye una instancia
pacificadora de las tretas de lo imaginario, al ordenar un universo de sentido por medio de
vínculos entre los significantes y los significados. El mito freudiano de "Totem y tabú"20
recupera su fuerza gracias a la articulación que liga el Nombre del Padre con el significante
primordial.
Lógicamente el siguiente punto que trabajará Maleval es la metáfora paterna. El 19 de junio de
1957 Lacan concibe, en el desarrollo de su seminario, toda introducción a la función paterna
como algo que para el sujeto es del orden de una experiencia metafórica, y para hacerlo se apoya
en Roman Jakobson. En lo que se refiere a la metáfora paterna, plantea Lacan en "De una
cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis", el significante del Nombre del
Padre suple "el lugar previamente simbolizado por la operación de la ausencia de la madre".21 Se
trata de una formalización del complejo de Edipo basada en el principio de su reducción a un
proceso metafórico. De esta forma la función paterna alza un obstáculo frente al goce incluido en
la relación madre-niño, trazando una tachadura sobre el deseo de la madre y oponiéndose a la
instauración de una completud imaginaria. No ocurre esto cuando la forclusión del Nombre del
Padre reduce la metaforización a
así no se puede producir ninguna sustitución. Cuando el deseo de la madre no está simbolizado,
el sujeto corre el riesgo de enfrentarse con el deseo del Otro experimentado como una voluntad
de goce sin límite. Sin embargo, en la década del cincuenta, el Otro lacaniano no está aún
centrado en una falta. A pesar de la referencia al padre muerto, el Nombre del Padre es
concebido inicialmente como lo que asegura la consistencia de un Otro absoluto que garantiza la
verdad. Lo que es notable aquí, tiene que ver con que desde su formalización de la metáfora
paterna, Lacan se ve llevado a situar el Nombre del Padre en el exterior del campo del Otro,
cuando escribe como resultado de la operación:
Será esta intuición la que anticipará los ulteriores desarrollos.
Esto lleva a Maleval en el capítulo siete a trabajar la incompletud del Otro. La construcción del
grafo del deseo, que aparece ordenada y comentada en "Subversión del sujeto y dialéctica del
deseo en el inconsciente freudiano"22, marcó un giro decisivo en la concepción del Nombre del
Padre, correlativo del descubrimiento de una falta en el campo del Otro; falta que aparece como
hecho de estructura en la distancia que existe entre los significantes, entre S1 y S2. El significante
del deseo no se puede obtener mediante una deducción: el sujeto sólo se constituye en su división
sustrayéndose del lugar del Otro. De esta forma el sujeto descompleta al Otro, y de su
sustracción del lugar del Otro, resulta una falta:
. Este matema designa un significante
exterior al Otro, pero conectado con él y necesario para su consistencia; ningún lenguaje permite
articular toda la verdad, lo que luego de Kurt Gödel quedó demostrado. Vemos así que está
justificado considerar
como un matema del Nombre del Padre en la medida que el orden
simbólico demuestra estar articulado alrededor de un agujero. La incompletud del Otro origina
un nuevo abordaje de la forclusión del Nombre del Padre centrado en la ilocalización
(“illocalisation”) del goce.
La elaboración conceptual del campo simbólico, del Otro, como barrado, agujereado, como notodo, constituye la condición para que lo real del goce no simbolizable pueda ser circunscrito en
la operación psicoanalítica. La ley paterna demuestra que no se puede captar por entero mediante
el significante: el imperativo categórico kantiano, que plantea un deber incondicional, purificado
de los intereses humanos y vitales, traza un vacío central donde ahora Lacan puede distinguir lo
que revela el Marqués de Sade: una exigencia de goce. Ésta, según Lacan, excava un agujero en
el lugar del Otro para levantar allí la cruz de la experiencia sadiana. Esta hiancia del Otro, como
forclusión normal y normativa debe ser diferenciada de la forclusión psicótica. Entonces, a partir
de los años sesenta se torna necesario concebir la forclusión del Nombre del Padre, no ya como
rechazo de un significante primordial, sino como la ruptura de un anudamiento entre la cadena
significante y aquello que desde el exterior sostiene su ordenamiento. Para ello deberá analogizar
el Nombre del Padre con la función del cero, plantear su estatuto de excepción en las fórmulas de
la sexuación y finalmente su equivalencia con el anudamiento de la cadena borromea.
En el capítulo ocho Maleval se ocupará de la pluralización del nombre del Padre. Aquí el autor
propone que el grafo del deseo es la prueba de un cambio decisivo en la concepción del Nombre
del Padre, al indicar claramente que éste deja de ser la clave de la consistencia del Otro y esto
ocurre porque la incompletud del Otro ya no permite concebir al padre como un universal. A
causa de la división del sujeto, producida por la articulación del ser con el lenguaje, el complejo
de castración ocupa un lugar cada vez más importante. En el seno del intervalo S1 - S2 se revela
poco a poco la insistencia del goce, y en 1963 el objeto a aparecerá concebido como la causa real
del deseo. Sólo la separación de este objeto pone en marcha la dialéctica del deseo. La ley de la
castración impone a ambos (sujeto y gran Otro) la marca de la incompletud; en este sentido el
Nombre del Padre se puede concebir como una función que asegura la inclusión del falo en el
objeto a, es decir, la conexión de este último con el lenguaje. Esta tarea la hará el padre desde su
doble dimensión de padre gozador y de padre de la ley.
Todo lleva a creer que la pluralización del Nombre del Padre anunciada en 1963 concordaba con
un acercamiento de su función a la función de los objetos a. Maleval nos dice entonces,
siguiendo a Lacan, que gozar de acuerdo con la ley supone la aceptación de un sacrificio de
goce. De esta forma, en cuanto los Nombres del Padre se articulan con los objetos a quedan
establecidas las bases de un nuevo abordaje de las psicosis: el esquema del desencadenamiento
significante se verá suplantado cada vez más por el de la no localización del goce; no olvidemos
que fue en 1966 cuando Lacan introdujo la noción de “sujeto del goce” para caracterizar al
psicótico.
El capítulo nueve Maleval lo titula “El Un-Padre”. Allí vemos que en la definición del concepto
Nombre del Padre se han producido varias modificaciones. Inicialmente concebido como
significante inscrito en el Otro, garante de la existencia de un lugar de la verdad, luego se
pluraliza y al mismo tiempo es correlacionado con una pérdida de goce. Más tarde, en los años
setenta se relaciona con una formalización que da cuenta del ordenamiento de la cadena
significante y que articula dicho orden con el cifrado del goce. Son estas últimas elaboraciones
de Lacan las que originan, según Jacques-Alain Miller, una “axiomática del goce” que suplanta
poco a poco a la axiomática del Otro. Ocurre que el Uno del goce sabe que ha de contar con el
Otro, lo que sucede es que entre ellos no hay relación armónica. Las fórmulas de la sexuación contemporáneas de la articulación del Nombre del Padre con el cero, definido como el número
asignado al concepto “no idéntico a sí mismo” (según los trabajos de Gottlob Frege)-23 lo
establecen rigurosamente, proponiendo una nueva formalización de la función paterna fundada
en la existencia del Uno que constituye la excepción (lo que inmediatamente nos hace pensar en
el padre de la horda primitiva planteado por Freud en "Totem y tabú"). Si se concibe el Nombre
del Padre en referencia a la axiomática de Giuseppe Peano, su forclusión se ha de entender como
homóloga a la carencia de un principio regulador, de ello se deriva una pérdida del
ordenamiento de la cadena significante y una falta de aptitud del sujeto para localizar el goce
mediante el significante, lo cual implica una dificultad para apaciguarlo. Todas estas referencias
hacen necesario detenerse en las fórmulas de la sexuación, que Maleval trabajará, en el décimo
capítulo de su obra, desde el lugar de ese padre mítico:
Las fórmulas de la sexuación proceden a una reducción del mito edípico a la lógica única de la
castración. Tales matemas no significan nada, tratan de formalizar una lógica que opera en el
campo del inconsciente. La introducción de una distinción clara entre dos modalidades del goce,
contemporánea en la enseñanza de Lacan de las fórmulas de la sexuación, abrirá la posibilidad
de un importante avance en la investigación de la psicosis. Así Lacan propondrá un goce fálico,
localizado en un fuera-del-cuerpo que es el objetivo de las pulsiones, y que, mediante esta
localización, vacía el cuerpo propio de goce. Por el contrario, el Otro goce, que pertenece al
cuerpo propio no está civilizado como el goce fálico. Su surgimiento en el psicótico se
manifiesta a menudo como correlativo de lo que Lacan llama “un empuje a la mujer”. Las
fórmulas cuánticas de la sexuación nos llevan a poner de relieve la función de barrera contra el
goce del cuerpo instaurado por el Padre simbólico. De esta forma, con dichas fórmulas, la
forclusión queda fuertemente correlacionada con un desencadenamiento del goce y de manera
más específica con un empuje a la mujer.
Recapitulemos: la función paterna limita el goce asociándolo con el significante fálico y por eso
sitúa a la insatisfacción en el origen del deseo. Asimismo satisface las necesidades de la defensa
contra un goce devastador al instaurar una separación frente a las intimaciones del Otro. De esta
forma protege al sujeto de los efectos angustiantes del imperativo obsceno del superyo, como lo
llamó Lacan, que ordena un goce imposible. Consecuentemente, la carencia paterna entrega al
sujeto al goce de un Otro sin freno. En la clínica de la psicosis, aún con la forclusión del Nombre
del Padre, se constata frecuentemente la presencia de un padre todopoderoso, que como el de
"Totem y tabú" capitaliza el goce. El fenómeno de su emergencia se capta con más facilidad a
posteriori de la distinción entre goce fálico y goce del Otro. La clínica de la transferencia
psicótica se vuelve más inteligible desde este nuevo punto de vista, de esta forma la tesis de la
“erotomanía mortificante” (al principio sólo mencionada por Lacan en la presentación que supo
hacer de las memorias de Schreber)24 es elevada a la cualidad de un concepto principal. Dicha
tesis destaca la propensión del psicótico a situarse como un objeto entregado a la malevolencia
del Otro gozador. Esta tesis subvierte la noción de “psicosis de transferencia”, ya que no se trata
de extrapolar conceptos del campo de la neurosis al de la psicosis. Las implicaciones de las
fórmulas de la sexuación para la teoría de la psicosis no se desarrollan de inmediato, pero la
innovación que se introduce al discernir el goce del Otro demuestra tener un alcance decisivo, ya
que este avance permite superar por fin los límites de la cura establecidos al final de "De una
cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis", y en la década de los ochenta
quienes tomaron su enseñanza como referencia, Colette Soler o Michel Silvestre, pueden
empezar a concebir la orientación de la tarea clínica hacia un “atemperamiento del goce del
Otro”. El resultado de todo ello es una apertura heurística tan importante como la que en su
tiempo supuso la identificación proyectiva para los kleinianos, propone Maleval.
Llegados a este punto será necesario detenerse en la cadena borromea y el sinthoma en su
articulación con la función paterna. Anteriormente se había planteado que el Un-Padre, mediante
el ordenamiento de la cadena significante que determina, permite ubicar el goce y regularlo.
Surgida de una aproximación entre el descubrimiento freudiano y la lógica matemática, esta tesis
no sólo se afirma con las fórmulas de la sexuación, sino que sigue siendo el soporte de los
últimos desarrollos relativos a la cadena borromea, cadena que en su forma más simple consta de
tres redondeles de cuerda entrelazados de tal forma que si se separa uno, los otros dos quedan
libres. El recurso a esta topología permite proponer una nueva perspectiva sobre la estructura del
sujeto en la cual lo imaginario, lo simbólico y lo real se articulan de tal forma que atrapan al
objeto a en un agujero central. El ordenamiento de la estructura del sujeto empieza a ser
buscado en esta época más allá de una “lingüistería”, como plantea Lacan en el seminario
"Encore"25, en una topología depositada por el significante. Combinando de forma borromea lo
imaginario, lo simbólico y lo real, Lacan da un salto conceptual que lo lleva en 1975 a establecer
una equivalencia entre la cadena borromea y el Nombre del Padre. Por nueva que sea la tesis no
deja de considerar al padre como el Uno que no hace más que rodear un agujero, aunque este se
haya convertido en un agujero plural (tres agujeros que producen un cuarto agujero, tres
redondeles que producen un agujero central). Con todo el Uno ha de estar presente en cada
anillo, puesto que la falta de uno solo basta para romper la cadena y por eso Lacan se refiere a lo
simbólico, lo imaginario y lo real como tres formas del Nombre del Padre, y precisa que de esta
forma reduce el Nombre del Padre a su función radical, o sea, “dar un nombre a las cosas con
todas las consecuencias que ello comporta, en particular la del gozar”.
26
A partir de "R.S.I.",
Lacan entiende el síntoma como lo que se sostiene en la letra, letra que marca lo que falta, de ahí
la última tesis sobre el Nombre del Padre según la cual éste es solidario al síntoma, como
propone en su seminario "Le sinthome". 27 Dicha tesis demuestra ser correlativa de una
construcción con cuatro elementos (antes eran tres) de la cadena borromea que hace surgir el
anudamiento, no ya mediante la conjunción de lo imaginario, lo simbólico y lo real, sino
mediante la intervención de un cuarto término, el sinthoma (grafía nueva que muestra el recurso
a un vocablo surgido del francés antiguo). El sínthoma lacaniano apunta a una depuración del
síntoma médico, por tanto, es compatible con la ausencia de angustia y se define “por la forma
en que cada cual goza del inconsciente en tanto el inconsciente lo determina”28, de tal modo que
el acento recae en un núcleo de goce. La refundición del concepto de síntoma demuestra ser
correlativa de un esfuerzo para escribir de un solo trazo, el significante y el goce. En la última
elaboración de la enseñanza de Lacan, la función paterna tiene su soporte en el sinthoma: la
propiedad borromea de la cadena sólo se produce por el cierre de ese cuarto elemento. Es
siempre el Uno de excepción que localiza el goce lo que determina la concepción del Nombre del
Padre, pero ahora el Nombre del Padre es puesto en relación con las letras del sínthoma, el cual
se convierte por lo tanto en indispensable: nadie puede anudar su estructura salvo por medio de
S1, que fija un goce ignorado. De ello se deducen la pluralidad y la relatividad de los Nombres
del Padre. La carencia de la estructura borromea produce una deslocalización del goce, que luego
invade al sujeto de forma parasitaria; las indicaciones de Lacan a este respecto son explícitas y
variadas. Aunque Lacan no abandona el concepto de Forclusión de Nombre del Padre parece
tender a utilizarlo con menos frecuencia en los años setenta, no solo porque se esboce la noción
de carencia, todavía es más sorprendente ver el retorno de la noción de rechazo abandonada en
1956. La noción de rechazo parece menos estática que la de forclusión al connotar una
implicación más acentuada del sujeto. Pareciera pues, poder esbozarse una orientación
terapeútica que apuntaría a reinstalar la función del sujeto consistente en representar a un
significante ante otro significante. Más, con todo, no hay duda que existen diversos medios para
remediar el fallo del anudamiento borromeo. La aportación principal de las últimas elaboraciones
reside en la introducción del concepto de suplencia, puesto de relieve con el apoyo de la escritura
de James Joyce. Si bien se excluye la posibilidad de analizar la forclusión del Nombre del Padre,
a partir de 1975 se puede considerar la posibilidad de producir una suplencia. En lo que a esto se
refiere, la investigación de Lacan no quedará interrumpida con su muerte, lo que señala el poder
heurístico de sus conceptos, ya que algunos de sus alumnos idearán (algo que el mismo no pudo
hacer, señala Maleval) una dirección de la cura que permite favorecer la construcción de
suplencias.
En el que será el último capítulo de la primera parte, el decimosegundo, Maleval se ocupará de la
forclusión restringida, la que plantea como opuesta a la forclusión generalizada, la cual implica
que para el sujeto, “no solo en la psicosis, sino en todos los casos, existe un sin-nombre, un
indecible; la forclusión restringida sería la que opera específicamente sobre el Nombre del
Padre”.
En la segunda parte de su obra, Jean-Claude Maleval se propone trabajar elementos de la clínica
de la forclusión del Nombre del Padre. De esta forma en el capítulo trece se dedicará a los
trastornos del lenguaje en el psicótico. Allí nos dice que es imprudente pretender identificar la
producción de un psicótico basándonos en un análisis de sus textos, o de su palabra, separados
del examen clínico y el encuentro que este comporta, de esta manera puede permitirse decir que
el abordaje positivista encuentra como obstáculo el no tener en cuenta el sujeto del inconsciente.
Por esta razón el autor hará un detenido y minucioso estudio de los trastornos del lenguaje,
comenzando por los neologismos. Luego de una reseña histórica a partir de la psiquiatría clásica,
Maleval señala que para Lacan, en la década de los cincuenta, el acento está puesto en el
“desencadenamiento del significante” resultante de la forclusión del Nombre del Padre, en esta
perspectiva el neologismo se puede considerar dotado de una función reparadora. El pensamiento
experimenta la sensación de alcanzar a través de él una congruencia de la palabra con la cosa, de
tal forma que el término en cuestión constituye una puerta de entrada al reino del saber absoluto.
De esta forma el análisis de Lacan pondrá cada vez más de relieve la especificidad de algunos
significantes, destacando, no su forma, sino el hecho que ya no se alimentan de una circulación
dialéctica. Ocurre así su degradación a la categoría de letra: esto es lo que precisará el concepto
de holofrase en los años sesenta. Por supuesto, tal fenómeno no se puede aislar mediante un
análisis formalista, sólo se puede discernir en un encuentro con el sujeto. Luego será el turno de
las glosolalias, que quiere decir “hablar en lenguas”, su definición habla de enunciados
desprovistos de sentido pero estructurados fonológicamente, que el locutor considera
pertenecientes a la lengua real, pero que no poseen ningún parecido sistemático con una lengua
natural viva o muerta. Para Maleval esto enseña cómo se rompe la relación entre el significante y
el significado. Así nos dirá que no es la producción de neologismos lo que indica la estructura
psicótica, sino su función para el sujeto, por eso nos advierte que las creaciones del inconsciente
generadas por los fantasmas no deben confundirse con la emergencia de letras separadas de la
representación. Es la búsqueda de un mecanismo que explique estos acontecimientos lo que
emparenta las investigaciones de Freud y Lacan, sobre todo de este último en lo que refiere a la
primacía de la letra, para lo que no hay que descuidar la importancia del escrito en los psicóticos.
En 1957 en "La instancia de la letra en el inconsciente o la razón después de Freud"29 Lacan
destaca que el significante es un elemento simbólico dotado tan sólo de valor diferencial,
concebible únicamente formando pareja con otro; por el contrario la letra es el objeto real,
aislable. Es por eso que Lacan la define en el texto antes mencionado como “la estructura
esencialmente localizada del significante”; la letra constituye “ese soporte material que el
discurso concreto toma del lenguaje”. Maleval postula que el psicoanálisis descubre que el goce
del sujeto se adhiere a la literalidad “insensata” de los elementos puestos en juego en las diversas
formaciones del inconsciente. Así la función de la letra es constituir un litoral entre goce y saber.
La emergencia de la letra habla de la desconexión de un elemento de la cadena significante,
siendo la ruptura de esta cadena lo que deslocaliza el goce. Así se ve que la carencia de la
significación fálica -a consecuencia de la forclusión del Nombre del Padre- razón del
desencadenamiento significante, constituye el fenómeno que está a la base de los trastornos del
lenguaje en un psicótico. La carencia de la significación fálica fue introducida en "De una
cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis" y se apoya en que la significación
remite siempre a otra significación (por el valor diferencial del significante, como señaló
Saussure). Lo que articula o remite, para Lacan, es el falo, entonces toda significación es fálica.
El punto de detención que permite decidir la significación interviene mediante el significante
fálico que representa al sujeto y su goce. El falo interviene para normativizar el lenguaje del
sujeto: levanta un dique frente a un investimiento demasiado intenso de las invenciones fuera de
discurso. Las consecuencias de la carencia de la significación fálica revelan ser de diferentes
órdenes: por una parte, ruptura del vínculo interno de la cadena significante y disolución de la
conexión de la intencionalidad del sujeto con el aparato significante, por otra parte, aparición de
pedazos de lenguaje en lo real, en forma de alucinaciones o de neologismos; finalmente,
desregulación del goce no sometido al límite fálico. De esta manera Maleval nos dice sobre la
desregulación del aparato de goce, que es en los años setenta que Lacan vincula el goce con la
letra, ya que es ésta la que lo fija. Para designar eso inorganizado donde el goce se fija, Lacan
forja el concepto de lalengua, término que como él mismo señaló, quiso que fuese lo más
parecido posible a la palabra “laleo”30. “Lalengua” está hecha de S1 que no llegan al S2, lo cual
los asimila a letras en el sentido lacaniano. La representación del sujeto pasa por esos S1 que son
portadores del goce y cuyos efectos son afectos31.
Todo esto lleva a la coclusión que los trastornos del lenguaje del psicótico, debidos a la carencia
de la función fálica, deben ser inseparables de trastornos del goce. La forclusión del Nombre del
Padre implica la carencia del límite fálico, de tal forma que el psicótico se convierte en “un
sujeto del goce” y se encuentra a merced de las desregulaciones del mismo; de ello son
testimonio los trastornos hipocondríacos y las alucinaciones diversas. Es la carencia de la
función fálica la que deja al aparato del goce sin regulación y de esto resulta que la movilización
del significante llevada a cabo por el psicótico se tiene que producir en condiciones especiales.
Lacan las precisa situando la psicosis “fuera de discurso” (pero no fuera del lenguaje, como
aclara en “L’etourdit”32) e indicando la intervención de un mecanismo específico, el de la
holofrase. ¿Por qué Lacan habla de fuera de discurso? Quizá porque en su enseñanza opone
discursividad a la intuición. La discursividad alcanza su objeto indirectamente, a través del
concepto, lo que implica poner a distancia la cosa, de forma que al no poder encontrar en sí
mismo su referencia, se abre al intercambio dialéctico. Esta falta de dialectización es lo que
muestra la holofrase, indica Maleval siguiendo a Lacan. Lacan habla de holofrase, apoyándose
en la lingüística, cuando no hay intervalo entre S1 y S2, esta falta de distancia impide el corte del
objeto “a”. Cuando el S2 no está diferenciado del S1 el sujeto psicótico no es capaz de despegar
los significantes holofraseados y estos adquieren un peso de certeza que hace que se le
impongan; la holofrase emana no de un sujeto evanescente, sino de uno petrificado en sus
certidumbres.
Luego de este extenso recorrido clínico y conceptual, pues en el libro de Maleval la casuística
abunda, el autor nos dice que la exigencia del trastorno de lenguaje (incluso en las psicosis
pasionales, agrupadas por Clérambault, donde parece no ocurrir) para plantear un diagnóstico de
psicosis, no parece ser relegada a la categoría de lo provisional para quien tiene en cuenta la
“lingüistería” lacaniana, experiencia sólo adquirible en una posición subjetiva que se puede
deducir de la relación con el Otro. El siguiente punto tratado por Maleval serán los
desencadenamientos de la psicosis, lo que hará en el decimocuarto capítulo.
Para Lacan el denominador común de las circunstancias del desencadenamiento, está en la
confrontación del sujeto con la carencia original que determina su estructura. Así propone como
factor desencadenante el encuentro con “Un-Padre; el “Un-Padre” que se introduce en una
situación dual de rivalidad, encarnado en una figura paterna, no es el padre simbólico, sino un
elemento real, aislado, desconectado, que surge fuera de lo simbólico. Maleval anota que aunque
siempre se pudiera distinguir la emergencia de “Un-Padre” real en los albores de la psicosis, no
sería menos indudable que el encuentro con una figura paterna inserta como tercero en una
pareja imaginaria, no constituye una condición suficiente de desencadenamiento, puesto que la
observación corriente demuestra que para un mismo sujeto, los mismos acontecimientos pueden
resultar unas veces patógenos y otras no. Será el caso de Schreber el convocado para ilustrar
esto, mostrando que el “Un-Padre” se desprende de las figuras específicas de su encarnación para
aproximarse a una función lógica.
Muchas veces se ha comprobado, dice el autor, que el encuentro con el deseo del Otro puede ser
desestabilizador para un psicótico, lo que relativizaría la función antes señalada. Tratando de
ubicar diversos momentos de desencadenamiento de la psicosis Maleval se pregunta: ¿es la
adolescencia un factor desencadenante?. Para algunos la forclusión del Nombre del Padre no
permite dar cuenta directamente del caso típicamente ilustrado por el desencadenamiento de los
esquizofrénicos en la adolescencia. En este punto Maleval plantea que “adolescencia” no es un
concepto psicoanalítico, siendo una creación reciente, ubicable en el siglo XIX en Europa y
tributaria de un aumento de las manifestaciones de temor respecto a la juventud. En cambio el
psicoanálisis habla de pubertad, lo que muestra el problema de conciliar un planteamiento
estructural con una noción genética. Se entiende que la llamada al goce propia de la pubertad sea
particularmente propicia para revelar si su regulación a partir de la función paterna se ha
instalado o no, entonces no es difícil relacionar la evidente frecuencia de desencadenamientos de
psicosis en el período pospubertario con la hipótesis de la forclusión del Nombre del Padre. De
esta manera se podrían multiplicar ejemplos que permiten mostrar que el “Un-Padre” encarnado
en una figura cualquiera no está siempre presente en el momento del desencadenamiento de la
psicosis; Lacan propone dos indicaciones con otras formas de desencadenamiento, para hacer
esto Maleval necesita, como antes Lacan, relacionar la función paterna con la incompletud del
Otro. En ocasiones se ve aparecer la angustia que se apodera de ciertos sujetos psicóticos cuando
la situación les exige sostener su opinión o asumir responsabilidades, lo que Lacan llama “tomar
la palabra”(y entonces su recomendación sobre los recaudos a tomar frente a una demanda de
análisis de un psicótico vuelven con todo su peso).Otra cuestión puede obedecer a un mal
encuentro ocurrido durante el análisis, pero no determinado por la dirección de este, y el ejemplo
elegido es el de los sabios psicóticos como fueron Georg Cantor, Janos Bolyai o Julius Robert
von Mayer, que con sus trabajos se vieron confrontados con la incompletud del Otro. Considerar
la confrontación con la incompletud del Otro como factor principal del desencadenamiento no
sólo permite dar cuenta de la mayoría de las coyunturas clínicas, sino que hace inteligible otras,
que sin esta hipótesis serían difíciles de concebir. El sujeto demuestra que se desestabiliza en una
situación en la que se ve empujado a afirmar su deseo. El abordaje de la clínica del
desencadenamiento en la enseñanza de Lacan sería insuficiente si no tuviéramos en cuenta las
elaboraciones tardías sobre la noción de suplencia, que da cuenta de las posibilidades de
estabilización de la estructura psicótica, más para esto habrá que detenerse en el quebrantamiento
de las parapsicosis (lo que serían psicosis aún no declaradas). En este punto Maleval nos advierte
que no hay que confundir lo apoyado en suplencias a la manera del “sinthoma”, que lo que
responde a estabilizaciones basadas en identificaciones imaginarias, siendo las segundas más
frágiles; por ejemplo, alguien que se va puede bastar para conmover estas identificaciones
imaginarias, mientras que las estabilizaciones basadas en suplencias no dependen de una
presencia. Será el encuentro con un goce desconocido que no se deja reducir a la significación
fálica lo que constituye una de las circunstancias preferentes del derrumbamiento de las
parapsicois. Los avances sobre la teoría del desencadenamiento, nos informa el autor, están en
este momento subordinados al progreso del conocimiento de una clínica aún poco conocida: la
de la estructura psicótica sin desencadenamiento. Sin embargo, es preciso distinguir netamente
entre el momento de desencadenamiento de la psicosis y el surgimiento de fenómenos
elementales. El primero es un vuelco en la existencia del sujeto; los fenómenos elementales, que
muestran una emergencia de lo real suscitada por una ruptura de la cadena significante, no tienen
necesariamente en sí mismos un carácter de franqueamiento. Utilizando estas delimitaciones
conceptuales Maleval explicará los diferentes períodos de la enfermedad de Daniel Paul
Schreber.
Es preciso insistir en la importancia de saber distinguir si el desencadenamiento se ha producido
o no para todo abordaje del sujeto psicótico orientado por el psicoanálisis, sobre todo en relación
a la dirección del tratamiento. Aquí algunos se preguntan, ¿sería el desencadenamiento algo que
anticipa un punto de equilibrio?, ¿sería un momento de concluir?; frente a esto unos intentan
callar, por no soportarlo, al que habla; el psicoanalista debe preocuparse de no precipitar “el
desastre de lo imaginario”, si decide en esta investigación, no retroceder ante la psicosis.
En el capítulo quince Maleval se ocupará de la escala de los delirios. El autor constata una
ruptura entre los abordajes psiquiátricos y los psicoanalíticos en el estudio del delirio, sin
embargo, parece posible mostrar que de su acercamiento surge una nueva lógica que rige la
sucesión ordenada, no de tres fases como dice la psiquiatría clásica, sino de cuatro. Esta lógica
cuaternaria fue tan sólo esbozada por Lacan, pero su enseñanza invita a articularla. Estos son los
cuatro períodos: el primero, de deslocalización del goce y perplejidad angustiada, el segundo de
tentativa de significación del goce del Otro, el tercero de identificación del goce del Otro y el
último de consentimiento al goce del Otro; nuevamente será Schreber el ejemplo graficante. No
cabe duda que estos diversos fenómenos se interpenetran más o menos, por lo que las letras P0,
P1, P2 y P3 parecen más adecuadas para subrayar que se trata de una sucesión ordenada, la cual
tiene una única fuente, escrita de forma precisa por Lacan como P (sub cero) en el “esquema I”33,
o sea, la forclusión del Nombre del Padre. Si P0 connota la carencia paterna, P1 evoca hasta
cierto punto “paranoide”, P2 “paranoico” y P3 “parafrénico”, dice Maleval. Aunque estos
cuadros psiquiátricos estén fuertemente correlacionados con las fases del delirio, no se
corresponden punto por punto con ellos, de ahí la necesidad de una notación distinta. La
sintomatología de cada uno de estos cuatro períodos es, como se experimenta, extremadamente
variable, tan diversa como en el caso de los delirios crónicos, y además, apunta el autor, no todas
las fases se desarrollan. La lógica del delirio se basa en su mecanismo más decisivo: la
atemperación del goce deslocalizado. Que el Nombre del Padre esté forcluído no impide la
emergencia de una figura paterna que encarne el goce desatado, por el contrario, la carencia del
Padre simbólico tiende a inducir un retorno del Padre real, el padre gozador emparentado con el
Padre primordial evocado en el mito freudiano de "Tótem y tabú". En un trabajo anterior,
Maleval trató de demostrar que si se tiene en cuenta el goce del sujeto se impone de la forma más
clara una escala de los delirios orientada por un trabajo autoterapeútico; es por esta razón que el
uso de los fármacos se debe orientar a una utilización que no se oponga a las potencialidades
creativas del sujeto psicótico. Esto lo desarrollará más tarde cuando se ocupe del lugar de los
delirios en una estrategia clínica.
En el capítulo dieciseis Maleval se ocupará de la emergencia de la mujer en la psicosis. Allí nos
dice que el empuje a la mujer es considerado uno de los signos principales de la forclusión del
Nombre del Padre. Se impone de esta forma una comparación entre goce psicótico y goce
femenino. Si bien ambos escapan a la primacía del falo, hay que insistir en que es no-todo en el
caso de una mujer, mientras que no tiene límite en el caso del psicótico; es decir, la categoría
lógica de no-toda en el goce fálico implica que el goce suplementario de una mujer no deja de
estar limitado por el goce fálico, más este límite demuestra estar ausente en la psicosis. Aquí el
autor nos recuerda que si bien a veces la imagen de “La mujer” tiende a confundirse con la del
Padre gozador, otras veces se alza como último bastión contra lo real.
Luego de estas disquisiciones se impone profundizar entonces en la transferencia del sujeto
psicótico y eso es lo que hará Maleval en el capítulo siguiente. Señala así el original pesimismo
de Freud al respecto, pesimismo matizado con una actitud de espera e investigación. No obstante
esto, en 1908 había tenido una intuición notable que sus alumnos aprovecharán: el tratamiento
sólo sería posible situándose en el propio terreno del delirio. Se aboca entonces a un recorrido
histórico por los diversos posfreudianos que incursionaron en este campo, señalando que Paul
Federn trataba de apoyar la transferencia positiva, sin interpretarla y encontrando como
obstáculo máximo la transferencia negativa. Maleval se detiene en el concepto de “psicosis de
transferencia” indicando que la acepción cambia según los autores, pero para él, la psicosis de
transferencia no es sino una extensión de la neurosis de transferencia al campo de la psicosis. La
forclusión del Nombre del Padre al trazar un límite entre neurosis y psicosis recusa la psicosis de
transferencia. Este concepto lacaniano lleva en germen un planteamiento distinto de lo específico
de la transferencia del sujeto psicótico, de ahí el carácter necesario de la introducción, en 1966 de
un nuevo concepto para entenderla: la erotomanía de transferencia. Con la noción de erotomanía
de transferencia Lacan recusa la noción de psicosis de transferencia, y en 1966, en relación a
Schreber, habla de una erotomanía mortificante que indica cierta inversión de los lugares de los
actores en la cura, en relación a la neurosis. Así, el objeto “a” no se sitúa en el campo del Otro,
del lado del analista, es el psicótico sujeto del goce quien se siente su depositario, mientras que el
clínico es vivido como un sujeto animado de una voluntad de goce con respecto al paciente.
Luego de la muerte de Lacan el trabajo de algunos alumnos llevó a rescatar diferentes conceptos,
el de erotomanía mortificante, uno de ellos. Tan pronto el abordaje del psicótico se centra en esta
consecuencia del desencadenamiento del significante que es la desregulación del goce, puede
surgir una nueva hipótesis, la consistente en dirigir la cura psicoanalítica de esos sujetos
contrariando el goce del Otro y no ya, por ejemplo, tratar de injertar significante. Michel
Silvestre y Colette Soler fueron los primeros, dice Maleval, en formularlo e ilustrarlo.
En el capítulo dieciocho Maleval abordará los trabajos psicoanalíticos de la psicosis antes de la
publicación de "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis". Nos dice
que de los primeros intentos de cura se aprecia que existen elementos inherentes al tratamiento
psicoanalítico que son desestabilizadores para sujetos psicóticos. Freud, de su experiencia con
psicóticos extrae, primero, que la paranoia, al estar emparentada con las psiconeurosis de defensa
permite concebir al delirio como un intento de curación, no como desorganización del
pensamiento, sino como tentativa de resolución de un conflicto psíquico; segundo, considera
ciertas neurosis como formas de defensa contra la psicosis, de forma que al desestructurarse
estas, la cura podría desencadenar fenómenos psicóticos; y tercero, mantiene una actitud
escéptica sobre la posibilidad de interpretar el conflicto psíquico específico del psicótico; como
se ve una actitud de cauta prudencia, a pesar de lo cual permitió el desarrollo de curas que
promovieron la investigación de este campo de problemas. Las elaboraciones posfreudianas de
los años cincuenta poseen en común el desconocimiento de la producción del sujeto por el
lenguaje, lo que incita, ya sea a reparar el yo, o a rectificar los fantasmas. En todos los casos se
trata de confiar en el sujeto del conocimiento y en una norma de la realidad. El saber del analista
instalado en posición de Otro no barrado es omnipresente en estas nuevas curas, mientras que el
lugar que se le concede al sujeto del inconsciente y a la especificidad del descubrimiento
freudiano resulta muy reducido. En estos años, prevalecen las indicaciones negativas de Lacan,
promoviendo una actitud de prudencia en el tratamiento de los psicóticos. Por eso propone evitar
el uso del diván con un sujeto psicótico y no recurrir a un manejo de la interpretación que haga
resonar el cristal de la lengua (todo esto teniendo en cuenta la singularidad de cada caso).Es
cierto que las indicaciones positivas de Lacan, no ya sobre la cura de los psicóticos, sino sobre
las formas de estabilización de su estructura, son escasas, y por otra parte no desembocan en
modalidades de tratamiento psicoanalítico. Para que el tratamiento sea concebido de otra forma,
será preciso, en primer lugar, que se establezca una articulación entre la clínica del significante
de los años cincuenta y la clínica del goce de los últimos trabajos de Lacan, pero este no llegó a
producir él mismo el “otro centramiento” esperado para renovar el abordaje del tramiento. Será
con los seguidores de su enseñanza que el “otro centramiento” se ubicará como una orientación
de la cura hacia la moderación del goce desregulado.
El último capítulo de este libro de Maleval se titula “Más allá de una cuestión preliminar a todo
tratamiento posible de la psicosis"’. Si se acepta la tesis de acuerdo con la cual es la invasión de
goce lo que produce el sufrimiento del sujeto, ¿no es acaso manifiesto que lo que ha de orientar
el análisis es oponerse a dicha invasión? se pregunta el autor. M. Silvestre parece haber sido el
primero en extraer esta conclusión. Así, afirma en 1984: "si, en su demanda inicial, el psicótico
espera del analista significantes adecuados para organizar su mundo alterado, en su demanda
segunda, a partir de la cual se orientará la transferencia, el psicótico ofrece su goce al analista
para que sea él quien establezca sus reglas"34. Estas dos demandas no carecen de correlación con
los lugares del analista que se pueden situar en el “esquema I” respecto a los dos polos
simbólicos a partir de los cuales el psicótico puede proceder a una reconstrucción de la realidad:
en uno de ellos, I, ideal del yo, donde el sujeto apela a “significantes adecuados para organizar el
trastorno de su mundo”; en el otro, M, “el significante del objeto primordial”, donde existe el
riesgo que se manifieste el deseo del Otro. En las curas de psicóticos el analista oscila entre
ambos lugares, que a veces se combinan y a veces se distinguen claramente. Maleval aportará
dos de sus experiencias clínicas para graficar esto. La posición del analista en la transferencia
produce por tanto, estilos de cura muy disímiles. Esta es una de las razones por las que toda
generalización sobre el psicoanálisis de los psicóticos se debe plantear con prudencia. Entonces
en relación a la transferencia psicótica y la dirección del tratamiento, Maleval propone, que
frente a la encarnación desafortunada del Otro del Otro, oponerle la del testimonio, situada por
C. Soler como otro Otro, es decir, un semejante que se borra para que el sujeto pueda encontrar
un lugar vacío al que dirigirse y donde, al situarse allí su testimonio, se pueda recomponer 35. Al
llegar a su término, el trabajo analítico con un psicótico no lo conduce a pasar por la experiencia
de un pase. Lo que se verifica es una gran variedad de formas de estabilización (apoyo en un
partener; construcción de suplencias, mediante objetos, mediante un trabajo de la letra o la
voluntad de hacerse un nombre; o también mediante una regulación de la distancia respecto al
Otro; el enquistamiento del delirio, etc). En consecuencia no parece un hecho ineludible que el
tratamiento psicoanalítico del psicótico sea interminable. Diferentes analistas han descrito la
obtención, tras varios años de trabajo, de estabilizaciones fundadas, en parte, en la construcción
de un orden delirante. El delirio constituye así una metáfora que suple la función paterna
forcluída, dice el autor, de tal forma que, en sus manifestaciones más elaboradas (paranoicas y
parafrénicas) consigue enmarcar el goce del sujeto, llevando a cabo una composición a base de
significantes ideales que estabilizan la realidad. A veces, el resultado favorable del tratamiento
de un psicótico puede ser la estructuración de un delirio. Uno de ellos declaraba: “De hecho, lo
que espero de las entrevistas con usted es conseguir evitar esta fatalidad que me ha llevado por
tres veces al hospital psiquiátrico. Quizás usted pueda ayudarme a producir un delirio que se
sostenga, ¡digo yo!... un delirio que se pueda ajustar al delirio colectivo. No me molesta tener
una percepción distinta, lo que me molesta es la policía, el hospital psiquiátrico y las situaciones
altamente angustiantes”36; alguien ubicado en la perspectiva que autoriza el D.S. M.IV
dificilmente pueda proponerle algo a este sujeto. El abordaje lacaniano del psicótico,sostiene
Maleval no promueve ni un reforzamiento del yo, ni una ortopedia de los fantasmas, ni el análisis
de un núcleo abisal; por el contrario apuesta a las capacidades del sujeto para construir una
suplencia o una parapsicosis. Esta apuesta, el analista ha de sostenerla ajustando su acción en
función de la posición ética de objeto “a”, o sea, no queriendo nada para su analizante, ni
siquiera, en ocasiones, impedirle delirar. Esta es la tarea frente a prácticas asfixiantes y
mutiladoras, que la psiquiatría positivista, empeñada en mundializar la evacuación del sujeto,
lleva adelante,
Referencias:
1
Mareval, Jean-Claude, La forclusión del Nombre del Padre, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2002.
2
Mareval, Jean-Claude, Locuras histéricas y psicosis disociativas, Ed. Paidós, Buenos Aires,
1987.
3
Cottrl, Serge, “L’hypothése continuiste dans les psychoses”, en L’Essai, revista clínica anual
publicada por el Departamento de Psicoanálisis, Universidad de Paris-VIII. (citado en el texto
reseñado, sin más datos).
4
Lacan, Jacques, De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, Siglo XXI
editores, México, 2000.
5
Lacan, Jacques, “Acerca de la causalidad psíquica”, en Escritos, Siglo XXI editores, México,
1985.
6
Freud, Sigmund, “Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia
paranoides) descrito autobiográficamente”, en "Obras completas", Amorrortu editores, Buenos
Aires, 1992.
7
Lacan, Jacques, “Petit discours aux psychiatres”, Cercle psyquiatrique, H.Ey, Sainte-Anne,
conferencia inédita del 10/11/1967.
8
Cottet, Serge, ibid nota 3.
9
Sigmund Freud, “Las neuropsicosis de defensa”, en Obras completas, Amorrortu editores,
Buenos Aires, 1992.
10
Freud, Sigmund, “La negación”, en Obras completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1992.
11
Freud, Sigmund, “De la historia de una neurosis infantil”, en Obras completas, Amorrortu
editores, Buenos Aires, 1992.
12
Lacan, Jacques, “Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud”,
en Escritos, Siglo XXI editores, México, 1985.
13
Lacan, Jacques, El seminario. Libro III Las psicosis, Ed. Paidós, Barcelona, 1984.
14
Lacan, Jacques, “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, en
Escritos, Siglo XXI editores, México, 1985.
15
Ibid.nota14
16
Littré, E., Dictionnaire étymologique de la langue francaise, PUF,París, 1975.
17
Damourette, J., Pichon, E., “Sur la signification psychologique de la négation en francais”,
reproducido en Quarto, suplemento de la Lettre mensuelle de l’Ecole de la cause freudienne,
Bruselas, XII.
18
Lacan, Jacques, “El mito individual del neurótico”, en Intervenciones y Textos 1, Ed,
Manantial, Buenos Aires, 1985.
19
Lacan, Jacques, “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”, en Escritos,
Siglo XXI editores, México, 1985.
20
Freud, Sigmund, “Tótem y tabú”, en Obras completas, Amorrortu editores, Buenos Aires,
1992.
21
ibid., nota14
22
Lacan, Jacques, “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, en
Escritos, Siglo XXI editores, México, 1985.
23
Frege,Gottlob, Los fundamentos de la aritmética, Ed, Laia, Barcelona, 1972.
24
Lacan, Jacques “Presentación de la traducción francesa de las "Memorias" del Presidente
Schreber” en Intervenciones y Textos 2, Ed. Manantial, Buenos Aires, 1988.
25
Lacan, Jacques, El seminario, Libro XX, Aún, Ed. Paidós, Barcelona, 1981.
26
Lacan, Jacques, RSI, seminario inédito en castellano.
27
Lacan, Jacques, El seminario, Libro XXIII El sinthome, Ed. Paidos, Buenos Aires, 2005.
28
ibid., nota 26
29
Lacan, Jacques, “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud” en Escritos,
Siglo XXI editores, México, 1985.
30
Lacan, Jacques, “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”, en Intervenciones y Textos 2, Ed.
Manantial, Buenos Aires, 1988.
31
ibid., nota 25
32
Lacan, Jacques, “L’etourdit”, en Scilicet número 4", Ed. Seuil, París, 1975.
33
34
ibid., nota 14
Silvestre, Michel, “Transferencia e interpretación en las psicosis: una cuestión de técnica”, en
Psicosis y psicoanálisis, Ed. Manantial, Buenos Aires, 1993.
35
Soler, Colette, “¿Qué lugar para el analista?”, en Estudios sobre las psicosis, Ed. Manantial,
Buenos Aires, 1991.
36
Solano, Luis “Charon, passeur d’âmes”, en Actes de l’Ecole de la Cause Freudienne, XIII,
París, 1987.
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