ACEDIA, EL PECADO DE LA FLOJERA ESPIRITUAL “La pereza

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ACEDIA, EL PECADO DE LA FLOJERA ESPIRITUAL
“La pereza hunde en la somnolencia y el alma apática pasará
hambre”. (Proverbios, 19-15)
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
1. LA ACEDIA ES LA FLOJERA O LA PEREZA EN EL PLANO
ESPIRITUAL Y RELIGIOSO
En pocas palabras, la acedia es la flojera o la pereza en el plano
espiritual y religioso. Oímos la Palabra del Señor, no obstante nos da
cansancio cumplirla. Esta acedia, algunas veces se acompaña de una
cierta tristeza, que nos confunde y nos pone lento para los ejercicios
que necesita el espíritu y por general, culpamos a la fatiga corporal.
En todo caso, no deja de ser negligencia y en muchos casos
indolencia, por tanto nos aleja de la virtud de la caridad con
nuestros hermanos, a quienes les dejamos de lado por la acedia.
En efecto, la acedia, no hace sentir un negativo malestar con las
cosas que nos exige la fe, en otras palabras, un cierto disgusto de las
cosas espirituales, lo que nos motiva a ser negligentes e
irresponsable con nuestra profesión de fe, queremos abreviar todo,
y nos hace buscar motivos insignificante para no cumplir con lo que
sabemos es necesario para seguir los caminos de los consejos
evangélicos. El que está dominado por la acedía, siempre tiene un
motivo para no participar de una actividad religiosa, lo peor, es que
busca a través del engaño, compasión por sus dificultades.
Es así como podemos definir la acedia como tedio, aburrimiento,
fastidio, tristeza, flojera, pereza espiritual, ansiedad del corazón y
del espíritu del que la padece y que le provoca esa modorra que lo
vence antes las obligaciones como hombre de fe, de orar, ir asistir a
Misa, atender a un hermano necesitado, atender su compromiso de
comunidad, etc.
Pero también, la acedia, es parte de esa falsa humildad en el sentido
de que nos sentimos desmoralizados y por tanto no hacemos nada
por confiar en la providencia, porque eso implica paciencia y
esperanza y nos da mucha pereza tener que esperar por la ayuda de
Dios. Por tanto, la acedia nos puede llevar a la decisión espiritual que
se puede transformar en una auténtica huida de Dios, con la disculpa
que lo único que deseamos es paz, que nos dejen en paz, pero solo
por la flojera de los deberes que debemos cumplir ante Dios y no
queremos hacer nada. Si es así, por la acedia postergamos nuestro
camino de santidad o derechamente no vamos hacia el camino de
perfección.
2. LO QUE DICE NUESTRA IGLESIA Y EL CATECISMO
SOBRE LA ACEDIA
Del Catecismo: “Se puede pecar de diversas maneras contra el amor
de Dios. La indiferencia descuida o rechaza la consideración de la
caridad divina; desprecia su acción preveniente y niega su fuerza. La
ingratitud omite o se niega a reconocer la caridad divina y devolverle
amor por amor. La tibieza es una vacilación o negligencia en
responder al amor divino; puede implicar la negación a entregarse al
movimiento de la caridad. La acedía o pereza espiritual llega a
rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir horror por el bien
divino. El odio a Dios tiene su origen en el orgullo; se opone al amor
de Dios cuya bondad niega y lo maldice porque condena el pecado e
inflige penas”. (CIC 2094). En síntesis, es un pecado contra el amor
de Dios y, por ende, contra el Primer Mandamiento.
Del Catecismo se pueden desprender la existencia de muchas faltas
que cometemos como consecuencia de la acedia, porque este mal,
es parte de la indiferencia, la ingratitud, la tibieza, la pereza para las
cosas relativas a Dios y a la salvación, a la fe, la esperanza y la
caridad. Este relajamiento, no hace descuidar aspecto tan solicitados
por el Señor como es la oración y la vigilancia de no caer en
tentaciones. Y todos, por muy cercanos que nos sintamos del Señor,
podemos caer en este mal. Como lo relata el Evangelio de Mateo
cuando Jesús invita a tres de sus amigos a una propiedad llamada
Getsemaní, y les dice: “Mi alma está triste hasta el punto de morir;
quedaos aquí y velad conmigo” y luego viene donde los discípulos y
los encuentra dormidos; y dice a Pedro: ¿Conque no habéis podido
velar una hora conmigo? Velad y orad, para que no caigáis en
tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil. Y
alejándose de nuevo, por segunda vez oró así: Padre mío, si esta
copa no puede pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad. Volvió
otra vez y los encontró dormidos” (Mateo 26, 36-43)
Otro ejemplo claro sobre la acedia, lo encontramos en Mateo: “Un
hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero, le dijo: "Hijo, vete
hoy a trabajar en la viña." Y él respondió: "No quiero", pero después
se arrepintió y fue. Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. Y él
respondió: "Voy, Señor", y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad
del padre? (Mateo, 21-28-31)
3. LA ACEDIA EN OPINIÓN DE LOS SANTOS Y ERUDITOS
EN EL TEMA
San Juan Damasceno definió la acedia como "una especie de tristeza
deprimente"; Santo Tomás la describe como "tristeza mundana" San
Gregorio Magno la denomina como la apatía en torno a los
preceptos. Santo Tomás afirma que siempre es algo malo; ya sea
por sí misma o por sus efectos. Es mala en sí misma cuando la
tristeza es causada por un bien verdadero, pues el bien espiritual
sólo debería alegrar. Es mala en sus efectos, cuando la tristeza es
causada por algo que verdaderamente es un mal (y por tanto,
tendría razón de entristecer) pero entristece al punto de abatir el
ánimo y alejar de toda obra buena. En este sentido San Pablo,
hablando del pecador, dice a los corintios: “por lo que es mejor, por
el contrario, que le perdonéis y le animéis no sea que se vea ése
hundido en una excesiva tristeza” (2 Corintios 2,7)
Santo Tomás de Aquino define también la acedia como tristeza del
bien espiritual; indicando que su efecto propio es el quitar el gusto
de la acción sobrenatural. Es una desazón de las cosas espirituales
que prueban a veces los fieles e incluso las personas adentradas en
los caminos de la perfección; es una flaccidez que los empuja a
abandonar toda actividad de la vida espiritual, a causa de la
dificultad de esta vida.
Guigues II, uno de los primeros cartujos, fue Prior de la Cartuja
hacia el 1174, la describió la acedia de la siguiente manera: "Cuando
estás solo en tu celda, a menudo eres atrapado por una suerte de
inercia, de flojedad de espíritu, de fastidio del corazón, y entonces
sientes en ti un disgusto pesado: llevas la carga de ti mismo;
aquellas gracias interiores de las que habitualmente usabas
gozosamente, no tienen ya para ti ninguna suavidad; la dulzura que
ayer y antes de ayer sentías en ti, se ha cambiado ya en grande
amargura".
San Ignacio: "Llamo desolación... [a] oscuridad de alma, turbación
de ella, moción a las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias
agitaciones y tentaciones, moviendo a infidencia, sin esperanza, sin
amor, hallándose toda perezosa, tibia, triste y como separada de su
Criador y Señor". Es decir, es el tedio de la vida espiritual, así de la
vida activa como de la contemplativa, incapacita y nos hace sentir
desolados y lo peor es que nos pone pesimista.
Evagrio Póntico, o Evagrio el Monje, (345-399) fue un monje y
asceta cristiano. Era muy conocido por sus cualidades de pensador,
escritor y orador. El describía al acedioso diciendo: "La acedia es la
debilidad del alma que irrumpe cuando no se vive según la
naturaleza ni se enfrenta noblemente la tentación. El flujo de la
acedia arroja al monje de su morada, mientras que aquel que es
perseverante está siempre tranquilo. El acedioso aduce como
pretexto la visita a los enfermos, cosa que garantiza su propio
objetivo. El monje acedioso es rápido en terminar su oficio y
considera un precepto su propia satisfacción…”
4.
EL PECADO DE ACEDIA
El Pecado de la acedia es un vicio especial que se opone al gozo que
debería procurar el bien espiritual en cuanto al bien divino. Este gozo
es un efecto propio de la caridad; por eso, entristecerse del bien
divino es un pecado contra la virtud teologal de la caridad:
"entristecerse del bien divino, del cual goza la caridad, pertenece al
vicio especial que es llamado acedia". Este "entristecerse" ha de
entenderse como: descontentar, sentir hastío, pereza, aburrimiento,
desgana, apatía, displicencia. Propiamente consiste en el fastidio a la
virtud cuando ésta no va acompañada de consuelo; antipatía a la
"virtud crucificada". La acedia, en cuanto pecado especial, "produce
tristeza del bien interno y divino", así como "amar este bien lo hace
la caridad como virtud específica". La acedia tiene su raíz en el
desorden de la carne y domina cuando domina en el hombre el
afecto carnal.
Por tanto la acedia no sólo es un pecado simple, es lo que se llama
pecado capital, donde es el principio, cabeza o madre de otros
pecados. Los pecados capitales son origen de otros pecados en el
género de la causalidad final, pues éste es el único modo de
causalidad que entraña una influencia específica de ciertos pecados
respecto de otros; las demás influencias causales son muy
genéricas: "el pecado capital es aquel del que nacen otros vicios en
razón de causa final". Esto quiere decir que el vicio capital tiene un
fin intrínseco para cuya consecución engendra otros pecados; por
ejemplo, la avaricia, que tiene como fin la indefinida acumulación de
riquezas, engendra el fraude, el dolo, el robo, la dureza del corazón,
la inmisericordia (sin estas actitudes difícilmente el avaro podría
enriquecerse como apetece). Por eso dice Santo Tomás que
"llamamos pecados capitales a aquellos cuyos fines poseen cierto
predominio sobre los otros pecados para mover el apetito".
5.
PECADOS NACIDOS DE LA ACEDIA
¿Cuáles son los pecados que la acedia engendra como vicio capital?
Si consideramos que equivale a lo que San Gregorio llama tristeza,
debemos admitir con este último seis pecados derivados ("las hijas
de la tristeza"): malicia, rencor, pusilanimidad, desesperación,
indolencia en lo tocante a los mandamientos, divagación de la mente
por lo ilícito.
San Isidoro de Sevilla indica, en cambio cuatro derivadas de la
tristeza: el rencor, la pusilanimidad, la amargura, la desesperación;
y seis de la acidia propiamente dicha: la ociosidad, la somnolencia, la
indiscreción de la mente, el desasosiego del cuerpo, la inestabilidad,
la verbosidad, la curiosidad.
Santo Tomás conoce las dos primeras enumeraciones y se esfuerza
por darles un sentido lógico y armonizarlas tomando como base la de
San Gregorio. Parte de lo que dice Aristóteles: "nadie por largo
tiempo puede permanecer con tristeza y sin placer", por lo que, de la
tristeza nace necesariamente un doble movimiento: huida de lo que
entristece y búsqueda de lo que da placer.
En síntesis, de la acedia se originan los seis pecados siguientes:
Malicia propiamente dicha. El término designa, "indignación y odio
contra los mismos bienes espirituales". Es un punto probablemente
no querido ni sospechado por el acidioso, pero en el que lógicamente
puede desembocar el resentimiento y animadversión que
experimenta (cuando no es combatido) por los bienes espirituales o
las personas que con ellos nos relacionan: se empieza por "amar
menos", se sigue por "preferir" otra cosa a los bienes espirituales;
puede terminar por odiar aquello que ya desistimos de conseguir o
buscar.
Rencor o amargura. Santo Tomás entiende esta expresión como
"indignación contra las personas que nos obligan contra nuestra
voluntad a los bienes espirituales que nos contristan". Es decir, los
superiores en la vida religiosa, y, para los perezosos en general, los
virtuosos. Los primeros porque tienen autoridad para exigirnos el
cumplimiento de la virtud. Los segundos porque el virtuoso, como el
santo, "acusa" con su virtud eminente la desidia de los flojos.
Pusilanimidad. La acedia engendra la "pusilanimidad y cobardía de
corazón para acometer cosas grandes y arduas empresas". El tedio a
la dificultad que comporta la virtud (al menos en los comienzos de la
vida austera) engendra miedo al trabajo y a la perseverancia en las
buenas obras y consecuentemente el ánimo se achica o se viene
abajo.
Desesperación. Ha de entenderse como el natural fastidio
consecuente huida de aquella obra difícil que produce tristeza.
fastidio y el aburrimiento no combatidos (al menos mediante
perseverancia y firmeza en no abandonar la obra comenzada o
deber contraído) pueden terminar en el abandono, en
desesperación de no poder llevar adelante tales obligaciones.
y
El
la
el
la
Incumplimiento de los preceptos. Primero voluntariamente
(ociosidad y somnolencia voluntarias ante los deberes de estado o
simplemente ante los mandamientos divinos), y a la postre como
una imposibilidad de obrar el deber fruto de la indiferencia adquirida.
Divagación por las cosas prohibidas (inestabilidad del alma,
curiosidad, locuacidad, inquietud corporal, inestabilidad local).
Divagar significa "apartarse del asunto que se debe o se está
tratando". Indica aquí el dirigirse hacia lo ilícito como fruto de la
deserción de los bienes sobrenaturales. Es un volcarse hacia las
creaturas del pecado en general y propio de este pecado en
particular.
6.
COMO COMBATIR LA ACEDIA
Finalmente, con el deseo de poner freno a este mal de acedia, hay
que reflexionar el modo de cómo sacarla de nuestra vida, para lo
cual, hay que dar prioridad a la Palabra de Señor, oírla y orarla, buen
remedio para no caer en tentación. “Vino donde los discípulos y los
encontró dormidos por la tristeza; y les dijo: ¿Cómo es que están
dormidos? Levántense y oren para que no caigan en tentación.
(Lucas 22, 45-46)
Un buen consejo nos viene de Santo Tomás: "Cuando pensamos más
en los bienes espirituales, más nos agradan, y más de prisa
desaparece el tedio que el conocerlos superficialmente provocaba". Y
el mismo en otro lugar: "Cuanto más pensamos en los bienes
espirituales, tanto más placenteros se nos vuelven, y con esto cesa
la acedia". Condición fundamental para el amor es que la voluntad
perciba como "bien para ella" aquello que debe amar. El verse objeto
del amor de Dios enciende nuestro amor por Dios, lo que se puede
lograre con la contemplación.
Hacer crecer la caridad hacia Dios y los dones por los que Dios se
nos participa: la gracia, los dones del Espíritu Santo, los
mandamientos divinos, los consejos evangélicos. Todos los medios
para acrecentar la caridad son remedios para vencer la acedia: la
vida fraterna, la misericordia, el trato asiduo con la Eucaristía, la
oración perseverante, el hábito por la lectura de la Sagrada
Escritura, la Lectio Divina, etc.
Pero la mejor arma, es la firmeza del propósito de no dejarse
dominar por la acedia, para lo cual es necesario el trabajo
perseverante y decidido contra el ocio, lo que se puede hacer por
medio de la lectura espiritual, la lectura de los salmos, la oración,
dedicarse a las buenas obras y darle importancia y prioridad a la
cosas espirituales por sobre las mundanas, algo difícil en esto
tiempos, donde somos tentados a diarios por la radio, la televisión, la
vida superficial. Se puede perfectamente, hacer una vida cristiana
entretenida con la cual se puede combatir el tedio, se puede de
buena forma participar de la vida moderna, pero todo ello, siempre
atento a la palabra del Señor, para no caer en esta torpe tentación
de la somnolencia espiritual.
Recomienda el sabio: “Adquirir sabiduría, cuánto mejor que el oro;
adquirir inteligencia es preferible a la plata. El camino de los rectos
es apartarse del mal; el que atiende a su camino, guarda su alma….
El que está atento a la palabra encontrará la dicha, el que confía en
el Señor será feliz. (Proverbios 16,20)
El Señor nos cuide y nos bendiga
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
Diccionario Ravasi
Suma Teológica, Santo Tomas de Aquino
Textos Bíblicos Biblia de Jerusalén
Catena Aurea.
Libro La Moral del Cristiano Pedro Donoso Brant
Publicado en mi página WEB www.caminando.con-jesus.org en esta
sección:
CRONICAS Y COMENTARIOS
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