Reagan alimentó a Bin Laden - ccoo

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Reagan alimentó a Bin Laden
Reagan alimentó a Bin Laden
En la guerra de Irak contra Irán, Reagan decidió apoyar a Sadam Husein. En 1982, sacó a Irak de la lista de
países que promovían el terrorismo y, en 1983, Donald Rumsfeld, como enviado presidencial, se entrevistó con
Sadam en Bagdad ofreciéndole las fotos de los satélites estadounidenses para controlar los movimientos de tropas
iranís.
Los neoconservadores consideran que la política de firmeza militar del fallecido presidente Ronald Reagan dio la
victoria a Estados Unidos en la guerra fría. Reagan pretendió debilitar a la Unión Soviética y, en Afganistán y Oriente
Próximo, se jugaron las principales bazas de esta partida para derrotar al Ejército Rojo; incrementar la presencia de
tropas de EEUU en el Golfo, donde la República Islámica de Irán habían dejado a Washington sin su principal aliado;
garantizar el control del petróleo, y "fortalecer Israel como base para un flanco sur contra los soviéticos" (Richard A.
Clarke, Contra todos los enemigos, 2004).
En noviembre de 1979, la embajada de EEUU en Teherán fue asaltada por los Guardianes de la Revolución, que
tomaron 53 rehenes. En abril de 1980, la operación del presidente James Carter para proceder a su liberación acabó en
un fiasco (90 hombres del comando Delta tuvieron que ser rescatados del desierto iraní) que le costó la reelección. La
liberación de los rehenes se produjo coincidiendo con la toma de posesión de Reagan. Seis años más tarde estalló el
escándalo del Irangate y se supo que éste había autorizado la venta de armas a Irán a cambio de la liberación de los
rehenes, operación en la que se desviaron fondos para financiar a la contra nicaragüense.
Durante la década de los años 80, la presencia de tropas estadounidenses en el Próximo Oriente se incrementó
notablemente con la ampliación de la base de Bahrein y de la utilización de la británica de Diego García, y acuerdos de
"acceso" con Egipto, Kuwait, Omán, los Emiratos Árabes Unidos, Qatar y Arabia Saudí. Las guerras de Afganistán y de
Irak contra Irán ayudaron a incrementar dicha presencia.
En Afganistán, los servicios secretos saudís y paquistanís, en colaboración con la CIA, organizaron la resistencia de los
muyahidines afganos y la reforzaron con la creación de una red de reclutamiento de radicales árabes dispuestos a
participar en la yihad (guerra santa) contra el Ejército Rojo. No se escatimaron medios ni recursos; sobre todo, después
de los atentados (más de 300 víctimas) contra la embajada y el Cuartel de los Marines de Beirut en 1983, efectivos que
Reagan había enviado para contrarrestar la influencia iraní en El Líbano que se percibía como un peligro para Israel.
Una idea se imponía en Washington: "Hacer pagar a Moscú el máximo precio por la ocupación de Afganistán poniendo
al radicalismo islámico contra el comunismo y, accesoriamente, contra el shiísmo iraní. Se trata de fomentar un
radicalismo propiamente suní, evitando cualquier evocación a una revolución islámica. Esto beneficiaría a Arabia Saudí,
deseosa de reforzar su legitimidad frente a Irán" (Olivier Roy). La red fue organizada por Osama bin Laden y es el
precedente inmediato de Al Qaeda.
En la guerra de Irak contra Irán, Reagan decidió apoyar a Sadam Husein. En 1982, sacó a Irak de la lista de países que
promovían el terrorismo y, en 1983, Donald Rumsfeld, como enviado presidencial, se entrevistó con Sadam en Bagdad
ofreciéndole las fotos de los satélites estadounidenses para controlar los movimientos de tropas iranís. En 1984 se
establecieron relaciones diplomáticas y se autorizó la venta de armamento (incluidos los agentes para fabricar las
famosas armas de destrucción masiva) por empresas de EEUU e, indirectamente, por países aliados (Arabia Saudí,
Egipto) que revendieron a Bagdad material bélico suministrado por Washington. Cuando en 1986 dio comienzo la
guerra de los petroleros, el crudo iraquí fue transportado por buques kuwaitís con bandera de EEUU y protección de la
flota estacionada en el Golfo. En aquellos momentos, Washington no tuvo en cuenta las masacres de kurdos y la
utilización de armamento químico por el Ejército iraquí, ni la muerte de 37 marines cuando la aviación de Sadam atacó
por error la fragata estadounidense Stark en mayo de 1987. Por el contrario, ese mismo año, Washington y Bagdad
firmaron un acuerdo económico y tecnológico. Paralelamente, EEUU reforzó la alianza con Israel, que desconfiaba de
Sadam, y acabó vendiendo armas y repuestos estadounidenses a Irán por un importe de 100 millones de dólares.
En julio de 1988, el crucero estadounidense Vincennes derribaba, también por error, un avión civil iraní ocasionando
290 víctimas. El conflicto tocaba a su fin. Para Reagan el objetivo de la guerra había sido la guerra misma, porque,
como afirmó el entonces vicepresidente George Bush padre, una victoria rápida de Irak o de Irán comportaría una
alteración del equilibrio de poder en Oriente Próximo que podría resultar perjudicial para Israel, EEUU y los países
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occidentales. En otras palabras, se dio prioridad a la victoria de Irak, de ahí la enorme ayuda que recibió, pero, sobre
todo, a una guerra de larga duración que pudiera desgastar al máximo a los dos principales países del Golfo.
Por último, los incidentes aéreos entre Libia y EEUU en el Golfo de Sirte fueron constantes a partir de 1981,
culminando en los bombardeos contra una base de misiles Sam 5 y contra Trípoli y Bengasi en marzo y abril de 1986.
Reagan pretendía así castigar la complicidad de libia con el terrorismo internacional, desestabilizar el régimen de
Gadafi, persuadir a otros países árabes de lo peligroso que era dotarse de armas no convencionales y reivindicar la
libertad de maniobras en aguas internacionales (Golfo de Sirte). En diciembre de 1988 se producía el atentado contra el
vuelo 103 de la Pan Am, que dejó un saldo de 259 víctimas en la ciudad escocesa de Lockerbie, en el que estuvieron
involucrados los servicios secretos libios.
En conclusión, Ronald Reagan remodeló, sin duda, la correlación de fuerzas en Oriente Próximo y Asia Central, pero al
precio de alimentar amenazas de futuro (Sadam Husein, Al Qaeda) y de introducir un proceso de desestabilización en la
región que sus herederos ideológicos, con acciones equivocadas y unilaterales, todavía han acentuado más.
ANTONI SEGURA
CATEDRÁTICO DE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA UB
El Periodico
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