á tí M - Ayuntamiento de Murcia

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DE
MURCIA
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L A IN U N D A C IO N .
CANTO É p ico
Á L A S V ÍC T IM A S DE M U R CIA ,
LA INUNDACION. - 5
C A N T O É P IC O
A LAS VÍCTIMAS DE MURCIA,
en la catástrofe del 15 de Octubre de 1 870,
DIVIDIDO EN OCHO CUADROS,
D. FRANCISCO PAREJA DE ALARCON,
n a t u r a l
DE DI CHA C I UDAD,
y dedicado
Á S . M . E L R E Y D . Á L IC O N S O X I I .
R
MADRID
IM P R E N T A DK D . A N T O N IO P E R E Z D U B R U L L
c a lle de la F lor Baja, nú in. 22
1879
L o s p ro d u c to s de esta co m posieion lite r a ria , que es
p ro p ie d a d de su a u to r, se destin a n a l socorro de las
victim a s de M urcia.
Se p ro h íb e la rep ro d u cción de la m ism a , en todo ó
en p a rte , excepto la In v o ca ción , que p o d r á r e im p ri­
m irse librem en te.
UN SALUDO CARIÑOSO A MURCIA.
I es propio de los buenos M jos, acompañar con sus
lágrim as el llanto de su afligida
M adre
, yo te ofrezco
las mias, en este CANTO ÉPICO, M u r c ia q u erid a, bajo
cuyo hermoso cielo mecieron mi cuna las suaves y perfu­
madas auras de tus jardines.
Al verte inundada por las aguas del embravecido Segura,
el fatal dia 15 de Octubre último, m i corazón voló bácia tí;
y, olvidando la pérdida del modesto patrim onio de mis hijos,
convertido en un cenagoso pantano, ta n sólo se fijaron mis
anhelantes ojos en las infelices víctimas de la catástrofe, y
en la suerte de las personas queridas que allí tengo, que se
vieron envueltas entre aquella espantosa nube de angustias
y dolores, y cuya salvación pedí, con fervientes votos, á la
D iv in a M is e r i c o r d i a ,
que se dignó concedérsela.
Repuesto algún tanto m i espíritu de la profunda pena
que le causó tu horrible desventura, me propuse describirla,
con el acento del dolor, en este CANTO ÉPICO, que, si ca­
LA INUNDACION.— CANTO EPICO.
rece d%inspiracion poetica, abunda en amor j tern u ra hácia
tí, y es la fiel expresión de los sentim ientos de m i alma.
Para contribuir, en alg ú n modo, á consolar tu dolor, des­
venturada
M u r c ia ,
te doy mis dos mejores prendas: el cora­
zón y la inteligencia, ésta pobre y oscura, pero aquel rico en
afectos.
¡Ojalá que los productos, que te ofrezco, de m i modesto
trabajo literario, enjuguen siquiera alguna lágrim a; y que tú,
amada
M u r c ia ,
mirándome con ojos de bondadosa
Madre,
guardes mi nombre en tu m emoria, como yo guardo en mi
corazón el tuyo.
F
M a d r id
r a n c is c o
15 de Noviembre de 1879.
P a r e ja
de
A larcon.
INVOCACION.
IROFETA del dolor, cuyos acentos
Cantaron de Salem la desventura.
Llenando el corazón, con tus lam entos,
De angustia y duelo, y de m ortal pavura:
Tú, que lloraste lágrim as ardientes,
Triste y desconsolado J eremías,
Inspíram e tus cánticos dolientes,
Y oye la voz de las plegarias mias.
Tú, que viste espantado los horrores
De la ciudad, que se tornó en desierto,
Sin muros, n i palacios, n i señores,
Como un cadáver solitario y y e rto ;
Infúndeme tu aliento soberano.
Da á mis ojos tu llanto de am argura,
Para llorar sobre el verjel murciano,
Que inundó la corriente del Segura.
LA INUNDACION,
Presta á m i corazón tu ardiente llam a,
Nervio á mi voz, y á mi pincel colores,
Y del torrente aselador que brama,
Pintaré los estragos y furores.
Describiré la tem pestad sombría,
El rayo, el buracan y el ronco trueno,
Y el toque de rebato y agonía,
Que al pueblo despertó, de espanto lleno:
La densa oscuridad, que sólo alum bra,
Pavoroso el relám pago un instante,
Dejando ver el cuadro, en la penum bra,
Del náufrago en las ondas espirante.
Yo cantaré los infelices muertos.
Las casas y los pueblos derruidos.
Los asolados cármenes y huertos
En inmenso pantano convertidos.
Y tam bién pintaré los que lucharon,
Con noble arrojo y caridad ardiente,
Y moribundas víctimas salvaron,
Que arrastraba el furor de la corriente.
Y, en medio del dolor, y llanto, y duelo,
Yo diré cómo España conmovida.
Vertió á torrentes celestial consuelo
Sobre M u r c ia inundada y afligida.
¡Oh! Ven, ven á mi voz, Profeta Santo,
Con lágrim as en tí mis ojos fijos,
De mi ciudad natal diré el quebranto.
Viendo morir á sus am antes hijos.
Si un vate oscuro á describir no alcanza
E l cuadro de ta n hórrida torm enta.
Falto de inspiración, tiene esperanza
En la fó que su espíritu alim enta.
CANTO EPICO,
Disipe ella las sombras de m i m ente.
Déme su ardor la caridad cristiana,
Y se alzará m i voz triste y doliente,
Llorando la catástrofe m urciana.
Cuna donde nací, Murcia querida,
Eden perpètuo de florido encaje,
En fúnebre pantano convertida,
Á im pulsos del indómito oleaje;
Brille y a el iris en tu limpio cielo.
Torne el Señor en g racia sus enojos,
Y viertan á raudales en tu duelo
Sangre m i corazón, lla.nto m is ojos.
Y vosotras tam bién, tristes ciudades
De Lorca, de Oribuela y Almería,
Víctimas de furiosas tem pestades,
Y de la propia inundación bravia;
Recibid, en los ecos de m i canto,
El homenaje fiel de mis dolores,
Y vuestro suelo, tras m ortal quebranto,
Vuelva á cubrirse de lozanas flores;
Y el tuyo. Reina hermosa del Segura,
Donde su gracia Dios derram ar quiso.
Tornándose tus duelos en ventura.
Vuelva á ser de la España el paraíso.
CUADRO PRIMERO
LA TEM PESTA D .
A tard e y a declina,
Y el sol, en Occidente,
Oculta majestuoso
Su espléndido fanal:
Todo en el valle ameno
Reposa blandam ente :
E l bombre, el bruto, el ave,
Y el viento, por igual.
^
Cobijan sus hijuelos.
La tórtola en el nido.
La cándida paloma,
Y am ante el ruiseñor;
Los aires embalsama
Perfume desprendido.
Del cáliz entreabierto
De la gallarda flor.
La madre y el esposo,
Bajo el humilde techo.
Descansan fatigados
De su perenne afan;
12
LA INUNDACION.
%
El niño y la doncella
Duermen en pobre lecbo:
¡Quién sabe si soñando
Con ángeles están...!
Pero... la noche avanza;
Las nubes lentam ente
Cubren el firmamento,
Con fúnebre capuz:
Los pavorosos truenos
Estallan de repente,
Y ofuscan los relámpagos
Con su siniestra luz.
Tras la m ortal sequía.
Desátase violenta
La suspirada lluvia,
Cual recio turbión:
Parece que en las nubes
Furioso un m ar revienta,
Y que sus turbias aguas
Las del diluvio son.
El árbol centenario
Retiembla estremecido,
Y en su ram aje el viento
Remeda voces mil;
Ya el ¡ay! del moribundo.
Ya de sierpe el silbido.
Ya el eco misterioso
De endriago sutil.
CANTO EPICO-
Mas el turbión arrecia,
Como diluvio inmenso,
Y la vivienda azota
Del triste labrador;
Derrámanse las aguas
Por todo el valle extenso,
Y en un lago convierten
Los campos de verdor.
Percíbese á lo léjos
Rumor siniestro y vago;
Parece de escuadrones,
Que corren en tropel,
Semeja de las ondas
El golpe y el estrago,
Cuando en el hondo abismo
Sepultan el bajel.
Las gentes aterradas,
Piedad al cielo im ploran,
Y, huyendo del peligro,
Se salen del bogar;
Mas iay ! que es tarde, y sólo
Las lágrim as que lloran.
Serán la despedida
Que al mundo van á dar.
13
CUADRO SEGUNDO.
E l, TO RR ENTE.
L turbión de las aguas, im ponente
Hácia los llanos, pavoroso avanza;
Y al cielo clama la afligida gente,
Próxim a á perecer, sin esperanza:
De los rios la indóm ita corriente
Derrámase, y anega, en su pujanza,
El valle, la cabaña, el caserío.
Cuanto se opone á su furor impío.
^
Fórmase, con el agua turbulenta,
Un voraz y espantoso remolino;
Y parece del m ar una torm enta.
Que irritado á tra g a r la tierra vino;
La angustia crece, y el borror se aum enta,
Y no bay de salvación n in g ú n camino;
Pues, en la oscuridad, se sienten solas
Bram ar do quier las espumantes olas.
Aumentadas las aguas del Segura
Con el caudal de rios afluentes,
Se desbordaron en la nocbe oscura.
Rompiendo diques y salvando puentes ;
16
LA INUNDACION.
Inundaron furiosas la llanura,
Convertidas en rápidos torrentes;
Y á la luz del relámpago se via,
El cuadro horrendo de la m ar bravia.
¡G r a n D i o s ! Tú sólo conocer pudiste
El espanto, la angustia y los dolores,
Con que en tus altos juicios afligiste
Del murciano verjel los moradores;
¡Ob! m i pluma, temblando, se resiste
A describir el cúmulo de horrores,
Que las nubes lanzaron, en su saña.
Sobre el suelo que fuó gloria de España.
Nocbe trem enda, en que el esposo am ante,
Luchando por salvar el bien que adora.
Le da el últim o abrazo, y espirante
Al cielo clama en la suprema hora ;
Y el anciano, y el jóven, y el infante,
Que, en cuna hum ilde, acongojado llora,
Y madre y padre, y la familia entera,
Sucumbe ahogada en la borrasca fiera.
Nocbe fatal y m adrugada horrible,
En que se ju n ta el ¡ay! del moribundo.
Con el sordo crujir indefinible,
Del bogar desplomado en lo profundo:
Parece que un espíritu invisible,
Vengador de los crímenes dei mundo,
Agitaba, con brazo prepotente,
Los vientos y las aguas del torrente.
CANTO ÉPICO.
La razón perturbada se confunde,
Y el corazón se aflige y acongoja,
Al ver que en la catástrofe se bunde
El que á Dios ama y el que á Dios enoja:
Mas la fó la creencia nos infunde,
Que El que mueve en los árboles la boja.
Castiga justiciero al delincuente,
Y da al justo corona refulgente.
¡Ob, S eñor ! yo tu s juicios no com prendo,
Y hum illo m i razón en tu presen cia,
Y reconozco tu poder trem endo,
Tu justicia, bondad y omnipotencia;
Mas, si tu excelsa Majestad no ofendo.
Pido para las víctim as clemencia:
Pues por el justo y pecador m oriste.
Cuando en la Cruz al mundo redim iste.
17
CUADRO TERCERO.
EL TOQUE DE R EBATO .
huerta de M u r c ia yace
En pantano convertida,
Y hácia la ciudad dormida
Avanza la inundación;
Porque el Segura im ponente
Rompió el cauce que lo estrecha,
Y, abriendo furioso brecha.
Invade la población.
A
El barrio de San Benito
Semeja un inm enso lago,
Y una y otra con estrago.
Se oyen las casas crujir;
Y sus tristes moradores,
Huyendo despavoridos.
Lanzan ayes y gemidos
Como el que espera morir.
Por las calles azorada
En tropel la gente corre,
20
LA INUNDACION.
Y de la gigante torre
Sale n n eco funeral.
Es el toque de rebato,
Cuyo aterrador sonido,
A nuncia al pueblo aturdido
La catástrofe fatal.
Levántase el vecindario,
Al oir el triste toque,
Y no hay quien á Dios no invoque
Con la voz ó el corazón;
Padres, bijos, mozos, viejos.
Se asoman á los balcones,
Y, á la luz de los baobones.
Ven la horrible inundación.
Sucede, al silencio, el ruido
De confusa m uchedum bre.
Todo es miedo, incertidum bre.
Vacilación y ansiedad;
Se oye la voz del que m a n d a ,
La del que el socorro implora.
El acento del que llora
Y pide al cielo piedad.
¿Qué sucede? ¿Hay terrem oto,
Rebelión, incendio ó guerra?
¿Ó es que se trag a la tierra
Nuestro pueblo y nuestro Eden?
¡Riada! ¡riada! g ritan .
Los hom bres, valor m ostrando,
Y las m ujeres, llorando,
G ritan : ¡riada! tam bién.
CANTO EPICO.
Voz angustiosa, trem enda,
Que infunde pavor al h o m b re ,
Representando, en un nom bre,
La mayor calamidad;
Pues riada significa
Para el cobarde y el fu e rte ,
E stra g o , m iseria, m u e rte ,
Desolación y orfandad.
E n tanto crece y avanza
El agua que el valle in u n d a ,
Y la oscuridad profunda
Agrava el peligro más ;
Pues no hay luces en las calles,
Porque el rio , desbordado,
De repente ha penetrado
En la fábrica del gas.
/
Todo es alarm a y espanto ,
Y confusa g rite ría :
Y, en ta n penosa agonía,
Se espera la luz del sol.
Que perezoso parece,
Cual si le causára enojos.
Ver las ruinas y despojos
Del paraíso español.
21
CUADRO CUARTO.
EL NAUFRAGIO.
ÓNDE está la campiña encantadora,
De frutos y de flores esm altada,
Que, al despuntar los rayos de la aurora,
Parecia de huríes la m orada...?
Vasto sepulcro de cristal sombrío,
Cuyo fúnebre cuadro el alm a aterra.
Vela á los ojos, cual cadáver frió,
El jardín más hermoso de la tierra.
Del Segura traidor rotos los cauces,
Inundó, en negra nocbe, todo el prado,
Cual trag a el tig re, con ham brientas fauces,
Al cordero que duerme descuidado:
Y el jard ín en un lago se convierte,
Y del colono hum ilde la vivienda
En fatal lecbo de impensada m uerte,
Sin hum ano poder que lo defienda.
Los que en su bogar tranquilos, entre flores,
Con sus bijos al sueño se entregaron.
Luchando del turbión con los furores.
Envueltos en sus aguas despertaron.
24
LA INUNDACION.
Náufragos, ¡oh buen Dios! y en nocbe oscura,
Sin norte, sin bajel y sin camino.
Flotaban del torrente á la ventura,
Cual boja que arrebata el torbellino...
Allí, los que se amaron en la vida.
Queriendo en vida y m uerte ser iguales,
De la veloz corriente embravecida
Fueron á un tiempo víctimas leales.
Allí, la madre fatigada y yerta.
En sus prendas de amor los ojos fijos,
Arrostró con valor la m uerte cierta,
Para salvar la vida de sus bijos.
Allí, los que á los árboles subieron,
Por si de la corriente se salvaban,
Mayor angustia que el morir sufrieron,
No pudiendo salvar á los que amaban.
Allí, el padre infeliz, que tiene asido
Al hijo de su amor, con yerta mano.
Lo ve desparecer, como sorbido.
Por el torrente, en su furor insano;
Á defender su prenda se abalanza,
Pero, turbado, en tan supremo instan te.
Cae el triste, sin fuerzas ni esperanza,
Sobre la cruz del árbol, espirante....................
Mas ¡ay! del nuevo sol á los reflejos.
Se ven flotar los que en las ondas luchan,
Y llantos y gemidos, á lo lójos,
Pidiendo amparo, por do quier se escuchan.
Sobre las aguas turbias y am arillas,
Como el viento ligeras aparecen.
Las valientes y rápidas barquillas.
Que á salvar á los náufragos se ofrecen.
CANTO EPICO.
Aquí, ¡socorro, por piedad! exclama
Desfallecida y con acento ronco.
Madre infeliz pendiente de una ram a.
Abrazando á sus Mjos en el tronco.
Otra y otras allí, sobre una altura,
Con los suyos en pió la m uerte aguardan,
Y piden salvación, en su am argura,
Á las barquillas que, aun volando, tardan.
Allá se ve la negra cabellera
De una hermosa m ujer, que flota errante,
Pero, al llegar la barca más ligera,
La absorbe un remolino, en el instan te...
Á centenares náufragos la suerte
Les cupo de salvarse en aquel dia;
Mas ¡ay! ¡cuántos sufrieron dura m uerte,
Después de padecer larga agonía...!
Cesen, P a d r e y S e ñ o r , vuestros rigores;
L ogren piedad los infelices muertos.
Pues, para perdonar los pecadores,
Teneis los brazos en la Cruz abiertos.
Consolad bondadoso á los que lloran.
Las prendas de su amor, que han perecido,
Y desnudos, sin pan, socorro imploran,
De am arga pena el corazón partido.
Regenere de M u r c ia el triste suelo
La sangre de sus Mjos inocente,
Y, ángeles, que de allí fuisteis al cielo.
Salvad la tierra, que inundó el torrente...
25
i
CUADRO QUINT
LOS SOCORROS.
OS fieros bramidos que lanza el Segura,
Q ^ Rompiendo sus diques en nocbe fatal,
^
* A nuncian á España la g ran desventura,
Llenando á los pueblos de angustia m ortal.
Madrid se levanta, cual bravo gigante,
Que en sueños percibe guerrero clarin;
La voz de ¡socorro! resuena vibrante,
Del uno basta el otro lejano confin.
«Volemos á Murcia , que gim e inundada,»
Unísono acento se esoucba do quier;
Y al punto organiza la santa cruzada
Que alivio y consuelo de Murcia ba de ser.
Valiente, en presencia de golpe ta n rudo.
E n breves instantes en via Madrid,
E l pan al ham briento, la ropa al desnudo.
Diciendo á los trenes; veloces partid;
P a rtid , y á los tristes y nobles murcianos
Llevadles socorros, que alivien su mal;
Y todos lloremos, unidos y herm anos.
Cumpliendo deberes de amor fraternal.
28
la
>
INUNDACION.
Eléctrico el hilo, de Calpe á Pirene,
Hace como el rayo la nueva cundir;
Y España, que es Madre, recursos previene.
Oyendo á sus hijos llorar y gem ir.
Las ricas ciudades socorros prodigan.
Humildes aldeas los suyos tam bién;
Que el oro y el cobre las penas m itigan.
Si salen de un alm a celosa del bien.
El procer, que goza fortuna brillan te.
Las lágrim as quiere de Murcia enjugar;
Sus joyas ofrece la dama elegante,
Á pobres colonos sin ropa n i bogar;
Ni quiere ser ménos el triste m endigo,
Que llora, en su albergue, pesares sin fin,
Y parte con ellos su pan y su abrigo,
Cual hizo el in sig n e soldado Martin .
Acuden los trenes, de ropas cargados,
Que, en alas de fuego, conduce el vapor;
Con tiernos suspiros del pecho exhalados.
Que son para el triste la ofrenda mejor.
En víanse fondos, que damas recogen,
Y Juntas locales, con férvido afan.
Cual dones del cielo gozosas acogen,
Y, en breves instantes, convierten en pan.
¡Bendita m il veces! la pàtria en que m oran,
Al par que grandeza, constancia y valor,
Las almas que sienten, los ojos que lloran
El ham bre del pobre, del triste el dolor.
¡Bendita m il veces! la santa doctrina,
Que herm ana sublime, de amor en la ley,
Al pobre que en paja su frente reclina,
Y al rico que ciñe corona de Rey.
CANTO ÉPICO.
Por eso los ecos de Murcia doliente
Hicieron el alm a del pueblo latir,
Y noble, á las ondas del fiero torrente.
Lanzóse, las penas de Murcia á partir.
También Oribuela, Lorca y Almería,
Que angustias sufrieron de origen igual.
Han visto de España la fiel simpatía.
E n becbos que prueban su amor m aternal.
Honor á la Europa, que vio consternada,
Á Murcia cu b ierta de luto y borror,
Pagando, en socorros, la deuda sagrada.
Que á pecbos leales exige el dolor.
Si es grande tu pena y atroz tu quebranto,
Respira y alienta, mi amada ciudad,
Al ver que amorosos enjugan tu llanto,
Los pueblos unidos, en santa herm andad.
Tus lágrim as sean las dulces que vierte,
El alm a en que arde la fiel gratitud;
Pues ella en consuelo las penas convierte,
Mostrando el que llora, nobleza y virtud.
Y al ver cómo alivia tus duelos prolijos.
La espléndida y noble nación de S an L uis ,
Al par de los tuyos, bendice á sus bijos,
Y g rab a en tu pecho las fiores de lis.
29
CUADRO SEXTO.
EL R E Y DE LOS PO BR ES.
deslum bra la corona
Que ciñe la regia frente,
Porque es signo refulgente
De gloria y de majestad;
También bay en ella espinas,
Y no exime su grandeza,
Del dolor y la flaqueza
Do la triste bum anidad.
I
Hay boras, para los Reyes,
De am argura y de torm ento,
En que se prueba su aliento
Y el tem ple del corazón;
Horas en que el pueblo triste,
V íctima de un golpe rudo,
Busca en el Trono su escudo
Y en el Rey su salvación.
Sí: que el popular cariño
Á los Monarcas abona,
Más que el cetro y la corona^
Y de su escudo el blasón:
32
LA INUNDACION,
Y cual padres amorosos.
H an de tener siempre fijos,
En sus pueblos, que son bijos.
Los ojos y el corazón...
El Rey D on A l f o n s o d o c e .
Que así piensa, y así siente.
Oyó del fiero torrente
El bramido aterrador;
Y, viendo gem ir á M u r c ia ,
Sumida en m ortal desmayo,
Quiso partir, como el rayo,
Á consolar su dolor.
M u r c ia es la voz que resuena
Del Palacio en los salones;
Que bay dos grandes corazones
Bajo el hispano dosel;
Un nieto de S a n F e r n a n d o ,
Y una Princesa que encanta,
Con el alm a noble y santa
De la prim era I s a b e l .
«Yo parto,» le dice A l f o n s o
Á su herm ana, sollozando;
Y ella responde llorando ;
«Parte en el nombre de Dios;»
«Vuela á consolar al triste:
Mi corazón va contigo,
Y busquemos pan y abrigo
Para los pobres, los dos.»
CANTO ÉPICO.
«Si hay en el camino azares,
Si el agua m i paso cierra,
Si hallo u n m ar donde era tierra.
Yo tengo valor y fé;»
Así dijo el rey A l f o n s o
Con aliento soberano,
Y llegó al pueblo m urciano,
Que jard ín de España fné.
Un lúgubre panorama
Turbados vieron sus ojos;
Y, entre ruinas y despojos
De aquel valle encantador,
Las figuras m acilentas
De infelices inundados,
Tal vez del agua salvados,
Para m orir de dolor.
A llí, sobre los escombros
De las casas derruidas,
Oyó voces doloridas
De viudez y de orfandad :
Y en las aguas cenagosas,
Hundida la règia p la n ta ,
Contempló el cuadro que espanta
Con su horrible realidad.
A llí, su córte form aron,
E n vez de grandes señores,
Del valle los labradores
Que la m uerte perdonó ;
33
34
LA INUNDACION.
Y sin consuelo lloraban
Las víctimas in o cen tes,
Que , en sus furiosas co rrien tes,
La inundación .arrastró.
Sin fórmulas estudiadas,
Ni etiquetas de costumbre ,
Recibió la mucbedum bre
Á la Majestad real,
Como se recibe á un p ad re,
Sin tím idos em barazos,
Y lo estrecha entre sus brazos
El cariño filial.
Ese popular in stin to .
Que estalla en lances suprem os,
Con amorosos extremos
Alzó unánim e su voz ;
Y / Yiva el R e y de los pobres!
Dice la gente llorando,
Y en los aires resonando
Cunde este vw a veloz;
El M onarca, conmovido
A nte un cuadro tan sublime.
El sello real le imprime,
Con sus lágrim as también :
Pues aquel sencillo viva,
Que el amor del pueblo ab o n a,
Vale más que la corona
Que ciñe su augusta sien.
CANTO ÉPICO.
Con espléndidos socorros
Presta á los tristes consuelo,
Como el iris , que en el cielo
B rilla , tras nube fatal :
Murcia al Monarca bendice,
Que R e y de los pobres llam a,
Y por su padre le aclam a
Al partir el tren real.
A lfonso parte llorando :
Murcia su m archa deplora ;
Guarde el cielo á un Rey que llora
De sus pueblos en unión;
Y es fama que allá, á lo léjos.
Se oyó esta voz conmovida ;
« Si p arto , Murcia querida.
Te llevo en mi corazón. »
35
CUADRO SÉTIMO.
LA E S P E R A N Z A .
feliz del náufrago a n h ela n te ,
Hermosa flor del campo de la vida,
Nítida estrella del que vaga errante.
Iris del cielo, que á la paz convida:
IUERTO
Tú, que en el porvenir tienes tu trono,
Y en la to rm e n ta ofreces la b o n a n z a ,
Yo hu m ild e, á tu poder un him no en tono,
Á ngel consolador, dulce esperanza.
Haz que tu luz alum bre y vivifique,
El murciano verjel mústio y sombrío,
Y que el genio sus fuerzas m ultip liq u e,
Dando al brazo vigor, y al alm a brío.
¡Oh, M urcia , siete veces coronada.
De nn valle encantador règia m a tro n a ,
Que, al verte por el Táder inundada,
Ceñiste del m artirio la corona !
Levanta al cielo tu abatida fren te;
Serena en Dios y en tu valor confía,
Y volverás á ser rica y po ten te,
Y venturosa, cual lo fuiste un dia.
38
LA INUNDACION.
Es virtud de los grandes corazones
O stentar su valor en el combate,
Cual la nave, entre fieros aquilones,
Del irritado m ar sufre el embate.
Sobre la inundación, que ba convertido
Tu risueño verjel en un desierto.
Tienes tu genio, nunca desmentido,
Y está con él tu porvenir abierto.
Supere á tu infortunio tu grandeza;
M uéstrate en la desgracia noble y fuerte,
Y arrostra varonil, con entereza.
Todo el rigor de tu contraria suerte.
Contempla el cuadro de la m adre España,
Que en tí vierte consuelos á raudales,
Y el noble ejemplo de la tierra extraña.
Que en tu dolor te los prodiga iguales.
No turben ya las lágrim as tus ojos,
Que es estéril llorar sobre ruinas:
Y de tu hermosa vega los despojos,
Aún valen más, que el oro de las minas.
Abre tu corazón á la esperanza.
Redobla tu valor y tu ardimiento;
Pues el laurel de la victoria alcanza
Quien noble lucha, con osado intento.
í?
CUADRO OCTAVO
LA P L E G A R IA .
RANDE es, S eñor , el poder
Que diste al genio del hombre;
pequeño su sér,
Para luchar y vencer,
Si no le inspira tu nombre.
Infunde al pueblo murciano
Esta noble y santa idea;
Y, lo que es triste pantano,
Bendecido por tu mano
Un jardil! m añana sea.
Desarma el brazo potente
De la justicia. S eñor;
Oye á tu pueblo doliente.
Porque eres Padre clem ente,
Y es infinito tu amor.
Mira el llanto derramado
Por las madres, que se ven
Sin el hijo idolatrado;
Pues, como Dios hum anado.
Tú tienes Madre tam bién.
LA INUNDACIÓN.
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Murcia su gloria ha perdido,
Mas le sirve de consuelo.
Que tu trono ha enriquecido,
Con ángeles, que han subido.
Desde sus aguas al cielo.
Sus cánticos de alegría
Se unirán á la plegaria
De la triste pàtria mia,
Que ayer sus galas lucia
Y boy es urna funeraria.
Con la oración santa y pura
De víctimas inocentes,
Consolarás tu am argura.
Reina hermosa del Segura,
Sum ergida en sus corrientes.
Pasaste por el crisol
De acerbísimos dolores;
Mas Dios y el genio español.
H arán que en tí brille el sol,
Coronándote de flores.
Y serás. Murcia querida,
Después de la inundación,
Recobrando nueva vida.
Cual tierra do promisión
Por el cielo bendecida.
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