Cuidadores de cuidado: Adultos mayores y políticas públicas en Chile Lesly Meyer Guzmán1 Uno de los rasgos distintivos del crecimiento demográfico en las próximas décadas y en todos los países, radica en el mayor crecimiento absoluto de los grupos de edades centrales y tardías. Con distintos ritmos, se observa en la región un proceso de envejecimiento de la población. Chile, particularmente, es un país que está envejeciendo, actualmente, las personas mayores de 60 años alcanzan el 14% del total de habitantes que, al compararlo con la población más joven, muestra que hay 67 ancianos por cada 100 menores de 15 años (INE, 2012). Ahora, una parte importante de esta población es autovalente, pero un porcentaje que aumenta con la edad necesita cuidados de terceros y afronta un creciente gasto de salud para el que se carece de ingresos suficientes, más aún si son mujeres (Montaño, 2010: 31). Para efectos de esta ponencia, nos centraremos en la realidad que deben enfrentar los adultos mayores autosuficiente, a la hora de relacionarse con su familia, particularmente cuando deben asumir responsabilidades de cuidado de un tercero, generalmente de nietos/as, sobrinos/as, etc., en el espacio doméstico, desarrollando el rol de cuidador/a aún cuando ellos/as mismos/as se constituyan como sujetos de cuidado a pesar de ser autosuficientes. En este caso, aún cuando se plantea que el envejecimiento debe ser valorado como un logro que genera oportunidades que deben ser aprovechadas, al tiempo que significa un desafío en función de lograr una mejora en la calidad de vida de las personas mayores, para que estos años los vivan de manera digna y en pleno bienestar, la política pública no ha observado las dinámicas de cuidado en las que están insertos los adultos mayores, en tanto cuidadores y los derechos que se vulneran cuando este sujeto decide postergar sus propias necesidades por satisfacer las de otros/as. Por tanto, la presente ponencia busca comprender en que medida las políticas públicas de cuidado existentes en Chile resguardan los derechos de aquellos adultos mayores que no dependen de terceros y que, paradójicamente, asumen el cuidado de un tercero. De acuerdo a esto, la pregunta que guía este trabajo es la siguiente: ¿de que manera las políticas públicas de cuidado abordan la situación de los cuidadores de cuidado?. I. Envejecimiento en Chile De todos los fenómenos demográficos ocurridos durante el pasado siglo XX, tal vez el más significativo es el sistemático aceleramiento del ritmo de envejecimiento de la población a nivel mundial. Dados los ritmos diferenciados de 5 desarrollo, el fenómeno en un comienzo se manifiesta en los países de mayor nivel de desarrollo de Europa y América del Norte (Hobbs, 1996), pero paulatinamente se ha ido extendiendo a países de menor nivel de desarrollo relativo, entre ellos los países de América Latina. Como ha sucedido con otras disciplinas modernas del pensamiento, la irrupción global del fenómeno ha sido acompañada por el desarrollo de un cuerpo teórico que indaga en sus características y formula postulados sobre el comportamiento del objeto estudiado. Sin embargo, la acelerada evolución del fenómeno vuelve insuficientes los esfuerzos 1 Investigadora en Centro de Estudios en Familia, Trabajo y Ciudadanía CIELO de la Universidad Santo Tomás. Mail: [email protected] desplegados en la investigación sobre la materia. En particular, los primeros trabajos desarrollados en el área, en diversas disciplinas como la sociología y la medicina se abocaron principalmente al tratamiento del envejecimiento de la población como un problema, asociando tal etapa vital con aspectos negativos y acentuando la mirada en la dependencia funcional, económica y en las pérdidas de habilidades cognitivas, físicas y societales (Senama, 2011). Un giro de paradigma relevante se produce en la década de los 90, período en que organismos como la OMS formulan definiciones tales como “envejecimiento activo”, entendido este como “el proceso de optimización de las oportunidades de salud, participación y seguridad con el fin de mejorar la calidad de vida a medida que las personas envejecen” (OMS, 2002, pág. 79). Un importante aspecto de esta definición es que en ella no sólo se hace énfasis en la salud física, sino que agrega la salud mental, la participación y la seguridad como elementos constitutivos de un envejecimiento activo, otorgando al concepto un alcance integral en todas las dimensiones de la vida. Desde el punto de vista de las políticas públicas esta conceptualización se vincula con la lógica de la protección social, en la que las personas son sujetos de derecho, reconociendo para los adultos mayores el derecho a la igualdad de oportunidades y el derecho a la participación en procesos comunitarios y políticos, mejorando con ello no sólo la expectativa de vida de los adultos mayores sino que también su calidad de vida y bienestar (Senama, 2011). Un hito fundamental en el reconocimiento en Latino América de los derechos de los adultos mayores lo constituye la Declaración Política y Plan de Acción Internacional de Madrid sobre el Envejecimiento (2002). En ella se hace econocimiento expreso de derechos de los adultos mayores tales como independencia, autonomía, autorrealización, participación, dignidad y atención debida, reconocimiento vinculante que entrega prioridad al tema del envejecimiento en las agendas de políticas públicas de los países firmantes. En 2007 los compromisos de la Declaración de Madrid no sólo se reafirman sino que también se profundizan mediante la declaración de Brasilia, compromisos cuyo cumplimiento fue monitoreado en 2008 en la reunión de seguimiento de Rio de Janeiro, y en la reunión de Santiago del año 2009 (Senama, 2011). Esta valoración del envejecimiento es fruto de varios factores entre los cuales se destacan, en primer lugar, el que se trate de un grupo de personas ubicadas en un 6 determinado tramo de edad, que ha presentado en las últimas décadas un aumento creciente y sostenido, con tendencia a perdurar en el tiempo, y que por cuyas características específicas demanda nuevas preocupaciones, nuevos tipos de servicios, etc. En segundo lugar está el avance, en el medio internacional, del respeto por los derechos humanos de las personas independiente de cualquier circunstancia o condición, incluida la edad. Finalmente, no se puede dejar de mencionar el aumento de la conciencia de que las personas mayores pueden seguir aportando a la sociedad incluso, muchas veces, con mucho más capacidades que las personas más jóvenes (Senama, 2011). Esta nueva valoración del envejecimiento se explicita en el Plan de Acción de Madrid donde se observa que se trata no solamente de hacer extensivo el desarrollo a las personas de mayor edad, sino de incorporar plenamente sus potencialidades en la materialización de una forma de desarrollo esencialmente humanizador; perspectiva que pone en cuestión la forma excluyente de concebir y planificar las principales áreas del quehacer de los pueblos como son la economía, la política, la justicia, la salud o la educación (Senama, 2011). Por otro lado, la terminología referida a las personas mayores se ha consolidado en nuestros días en la figura semántica que hoy denominamos adulto mayor. Esta conceptualización, revolucionó su configuración lingüística desde la dimensión cultural, social y política. Analíticamente, la categoría adulto mayor permite construir una nueva identidad, puesto que vincula a las personas de esta edad con un grupo social reconocido y permite la coordinación con un grupo de pertenencia que garantiza relaciones de igualdad y no discriminación (Senama, 2011). En el caso chileno también se constata un proceso de envejecimiento importante a tal punto que lo ha hecho formar parte de los países clasificados como de envejecimiento moderado-avanzado, reconocimiento que impone un conjunto de exigencias al diseño de políticas públicas, particularmente en lo relativo al diagnóstico detallado de la situación de los adultos mayores (Senama, 2011). El siglo XX se caracterizó por un mejoramiento sostenido de las condiciones de salud de la población. Este fenómeno impacta de dos formas distintas el comportamiento de las tasas de defunción de la población. En primer lugar, para los segmentos más jóvenes de la población las tasas de defunción han ido disminuyendo sistemáticamente, lo que puede observarse en el gráfico 1 en los segmentos etarios de 14 años y de 15 a 64 años (Senama, 2011). Gráfico 1 Porcentaje de defunciones por grandes grupos de edad Fuente: INE-CEPAL, Observatorio Demográfico No 7, 2009 En efecto, entre la población más joven, las tasas de defunción se han reducido desde alrededor de 11 a 3,1 por cada mil, proyectándose para el quinquenio 2025- 30 una tasa de menos de 1,5. Algo similar sucede con el segmento poblacional intermedio, en donde la expectativa es una reducción desde alrededor de 36 a 21 por mil. La contracara y consecuencia de este fenómeno es el aumento en las tasas de mortalidad de los adultos mayores, pasando desde 53 por mil en 1980 a cerca de 80 por mil en el quinquenio 202530. En consecuencia, y considerando a la población como un todo, se produce una reducción de la tasa de mortalidad de la población, lo que de acuerdo a las estimaciones se comenzará a revertir en el quinquenio 2020-25. Consistente con la evolución de la tasa de mortalidad, la esperanza de vida ha ido aumentando sistemáticamente. En efecto, desde el quinquenio 1980-85 la esperanza de vida de la población se ha 17 elevado en alrededor de 7 años, manteniéndose la diferencia cercana a 6 años entre la esperanza de vida de las mujeres por sobre la de los hombres. De esta forma, las estimaciones permiten predecir una esperanza de vida de 83,9 años para las mujeres y de 77,6 años para los hombres en el quinquenio 2025-2030 (promedio para el total de la población 80,7 años) (Senama, 2011). La evolución de la población en Chile se caracteriza por un ritmo permanente de envejecimiento, expresado en una tendencia a la disminución de la población más joven (producto del decrecimiento en la fecundidad y el consiguiente descenso en la tasa de natalidad) y un aumento de la proporción de la población mayor. La interacción de ambos fenómenos también ocasiona una reducción de la tasa de crecimiento de la población en Chile (Senama, 2011). Si bien es cierto la esperanza de vida ha aumentado para la población en general, las mujeres viven en promedio más años que los hombres (aproximadamente 6 años en nuestro país). Sin embargo esta evolución presenta matices relevantes de ser analizados. En primer lugar, el período de análisis presenta variaciones en la tasa de masculinidad de los adultos mayores, medida ésta como la cantidad de hombres por cada 100 mujeres. En efecto, esta proporción es variable y presenta un comportamiento similar a una sinusoidal, comenzando en 1980 con 76 adultos mayores hombres por cada 100 mujeres. Luego, esta proporción continúa disminuyendo hasta 1990, momento en el que se presenta un quiebre en la tendencia, aumentando la proporción de hombres. Se estima que este aumento en el índice de masculinidad debería alcanzar su peak en 2025, momento en el que estabilizaría en una cifra cercana a 82 (Senama, 2011). Por otro lado, si se analiza la evolución de la población total de adultos mayores de 60 años se observa algo similar al comportamiento observado en las esperanzas de vida, esto es, un aumento sostenido de la población existiendo siempre una brecha favorable a las mujeres. El fenómeno del envejecimiento global de la población, ocurre simultáneamente con el aumento significativo de las personas con mayor nivel de dependencia (mayores de 79 años). Este mayor nivel de dependencia se desprende en particular de una mayor incidencia de problemas de salud, con resultado de limitaciones a la funcionalidad y su consecuente aumento en el costo de vida producto de un aumento en el consumo de medicamentos (Senama, 2011). II. Las personas mayores y el mercado del trabajo Un primer paso para tener una aproximación a los ingresos que los adultos mayores pueden generar es observar la posición relativa en la que se encuentran en el mercado del trabajo, tanto desde el punto de vista de la tasa de participación en la fuerza de trabajo como desde el desarrollo específico de alguna actividad generadora de ingreso. La voluntad real de una persona de un individuo de desarrollar una actividad económica por la cual pueda recibir un ingreso, más allá de que la esté desarrollando efectivamente o se encuentre desarrollando una actividad económica, es lo que transforma a una persona en un integrante de la fuerza de trabajo. En general, las personas que no forman parte de la fuerza de trabajo (inactivos) no lo hacen por que el desarrollo de otro tipo de actividades se los impiden (dueñas de casa y estudiantes), por estar temporal o permanentemente incapacitados para desarrollar actividades (generalmente personas con discapacidad mental y/o física) y personas que han cesado (temporal o permanentemente) de buscar trabajo luego de largos períodos de búsqueda. Con estos elementos en mente, el gráfico refleja sistemáticamente la menor participación en la fuerza de trabajo de las mujeres en relación con los hombres, (70,8 v/s 42,3% total en 2009), circunstancia que se repite en todos los segmentos etarios. Ello que se explica en gran medida por la alta proporción de mujeres que se desempeñan como amas de casa. Un segundo elemento que ha analizar es el hecho de que la participación en la fuerza de trabajo tiende a disminuir con el paso de los años, tanto para hombres como para mujeres, llegando a cifras por debajo al 10% en el segmento etario de 80 y más años. Sin embargo, esta tendencia no es sistemática. En efecto, particularmente en el segmento etario de personas entre 60 y 64 años la proporción de personas en la fuerza de trabajo ha ido aumentando sistemáticamente desde 1990 a 2009 pasando de 60,3 a 74,5% en el caso de los hombres y de 17,1 a 29,3 en el caso de las mujeres. Este fenómeno no se produce en los más jóvenes lo que sugiere que el aumento de la fuerza de trabajo en los mayores no se produce por oscilaciones temporales de demanda en el mercado del trabajo, sino que más bien por un cambio estructural en disposición de las personas mayores a participar de alguna actividad por la que puedan percibir ingreso. Las razones de este cambio de voluntad escapan de la escala de este estudio, sin embargo se puede señalar tentativamente al menos dos causas íntimamente ligadas: la expectativa de una sobrevida mayor y la necesidad de complementar ingresos permanentes (pensiones) con ingresos adicionales (Senama, 2011). III. Envejecimiento y cuidado El cuidado es una actividad específica que incluye todo lo que hacemos para mantener, continuar y reparar nuestro mundo, de manera que podamos vivir en él tan bien como sea posible. Ese mundo incluye nuestros cuerpos, nuestro ser y nuestro ambiente, todo lo cual buscamos para entretejer una compleja red de sostenimiento de la vida (Fisher y Tronto (1990), citado en Tronto (2006), pág. 5). Esta definición incluye tanto la posibilidad del autocuidado como la de cuidar a otros, sin contar su dimensión afectiva, pero no lo equipara a una actividad mercantil cualquiera. Asimismo, incorpora tanto la perspectiva de quienes otorgan como de quienes reciben cuidado. Teniendo presente la amplitud y diversidad de actividades que abarca el trabajo de cuidado, y la historicidad de su contenido como la redefinición de los roles del estado, el mercado, la familia y la comunidad en relación al cuidado, el nuevo papel del estado debiera traducirse en diversas políticas públicas que aborden la educación y cuidado preescolar e infantil en su totalidad, la atención a los adultos mayores, la reducción de brechas en el acceso al empleo de hombres y mujeres, las políticas de reducción de pobreza, etc. Hablar de cuidado significa referirse a un fenómeno muy complejo, sobre cuyo concepto aún no existe consenso y en los debates resulta claro que las diversas manetas en que lo entienden los diversos actores. Estos debates se vinculan estrechamente a distintas posiciones sobre el reconocimiento y valorización del trabajo no remunerado de las mujeres y su aporte a la sociedad. Para una mayor comprensión de este concepto véase de Carol Thomas, “Deconstruyendo los conceptos de cuidados”, en Carrasco, C., Borderías C. y Torns, T. (eds.) 2011), especialmente págs. 145-160. De allí que al momento de plantear políticas públicas en el ámbito del cuidado se enfrenten concepciones distintas y múltiples desafíos y los objetivos puedan ser diversos. A modo de ejemplo, se han mencionado los siguientes: “…dar un salto en el desarrollo de las destrezas y capacidades infantiles mediante intervenciones tempranas … críticas para el desarrollo cognitivo y que pueden disminuir las desigualdades sociales; velar por el bienestar de las personas adultas mayores vulnerables y dependientes ...;potenciar las opciones vitales de los familiares a cargo del cuidado; estrechar las brechas de oportunidades entre mujeres y hombres; contribuir a ampliar las posibilidades de empleo de las mujeres …; disminuir la pobreza y la vulnerabilidad de los hogares a caer en la pobreza, al incrementar la capacidad de las mujeres de menores ingresos para buscar trabajo de mejor calidad … ; favorecer la sustentabilidad del financiamiento de la protección social” (Sojo, 2011, págs. 8-9). En resumen, ¿qué tipo de políticas de cuidado se podrían pensar? a) Políticas destinadas a proveer servicios de cuidado a losa) Políticas destinadas a proveer servicios de cuidado a los niños a través de guarderías y jardines de infantes, políticas que deben ser coherentes con las políticas educacionales, pues las escuelas pueden ser también un buen proveedor de servicios de cuidado. Esto implica contar con una cobertura temporal compatible con la actividad laboral de los padres. b) Políticas de conciliación familiar y laboral, para hombres y mujeres. Éstas pueden consistir en incentivos a lasempresas para compatibilizar los tiempos de trabajo y desplazamiento con las responsabilidades familiares. c) Políticas que refuercen los permisos laborales por maternidad, enfermedad de los hijos y adultos mayores, incorporando a los varones como usuarios de estos permisos. d) Servicios de atención de los adultos mayores, vinculados a los servicios de salud y otras instituciones que participen en su cuidado e integración social. e) Políticas de salud para asistir a enfermos crónicos, discapacitados o personas en situación de dependencia. IV. Cuidadores de cuidado Hoy, más que nunca antes, los abuelos están asumiendo el rol de padres de los hijos de sus hijos. Si Usted es un abuelo que recientemente tomó sobre sí esta responsabilidad, o si está considerando criar a su nieto o nietos, Usted no está solo. Cuando circunstancias imprevistas les impiden a los padres cumplir con sus deberes paternos, los abuelos suelen tomar la tarea de criar a sus nietos. La mayoría de los abuelos asume la responsabilidad de hacer de padres de sus nietos en un periodo de sus vidas que está típicamente reservado para el retiro, dejando atrás sus sueños de jugar y de visitar por recreación. Estos abuelos precisan apoyo y acceso a recursos comunitarios que los ayuden a sobrellevar las cuestiones de paternidad que surgen de su particular situación. También necesitan cuidar su propia salud y bienestar, para poder cumplir los desafíos y las demandas del ser padres. Hoy no existe un único aspecto de la situación de los abuelos que están criando nietos. Usted puede estar retirado o trabajando. Puede ser varón o mujer, divorciado, casado o viudo. Puede estar luchando con sus finanzas o tener recursos más que suficientes para afrontar los gastos y la diversión durante meses. Puede no haber terminado nunca la preparatoria o contar con un título universitario y aún más. De hecho, un “abuelo” no necesita ser un pariente biológico. Puede tratarse de una persona mayor que es amigo cercano de la familia, o un pariente mayor, como una tía o un tío, del niño que necesita cuidados paternos. Los abuelos pueden tener o no tener la guarda legal o la custodia, pueden haber adoptado o no a sus nietos. Para aquellos abuelos sin autoridad legal, las tareas paternas, tales como proveer al niño de seguro de salud, consentir un tratamiento médico o inscribirlo en una escuela, pueden resultar difíciles. ¿Qué motiva a los abuelos a criar a sus nietos? En general, los abuelos crían a sus nietos debido a uno o ambos padres de éstos han muerto o tienen problemas que les impiden brindar a sus niños un cuidado bueno, consistente y amoroso. De este modo, si Usted es un adulto mayor que está cuidando a su nieto o nietos, Usted está casi de seguro motivado para ello porque se interesa profundamente por sus nietos y desea hacer todo lo necesario para brindarles un entorno hogareño sustentable y seguro. Entre los ejemplos del tipo de problemas que puede padecer un padre cuyo hijo está siendo criado por un pariente mayor, se pueden incluir: dificultades de salud mental, impedimentos físicos, abuso de drogas y alcohol y/o encarcelación. Algunos abuelos crían a su nieto o nietos debido a la muerte del padre del niño a causa de un accidente, suicidio o enfermedad terminal. La razón también puede ser que la madre del niño se embarazó a edad temprana y carece de la responsabilidad o la estabilidad financiera necesarias para brindar cuidados a su hijo. Otras veces, la razón por la que los niños no están siendo criados por sus propios padres es que éstos los abandonaron, abusaron o descuidaron, y los tribunales han ordenado que se los retire del cuidado de sus padres. También podría ser debido a que el padre es soltero o divorciado y necesita ayuda por razones de estudio o de trabajo. A veces, la situación es temporal, como en el caso de crisis financieras o médicas específicas, descuido de los niños o abuso. A veces es permanente, como en el caso de muerte. Durante las situaciones temporales, cuando se brinda asistencia a tiempo parcial o a tiempo total, los abuelos generalmente tienen la esperanza de que los padres del niño van a superar la crisis y, eventualmente, van a retomar su rol legítimo de principal cuidador. Algunas situaciones, que en un principio se consideraban temporales, terminan siendo permanentes. Los abuelos generalmente toman el papel de cuidadores por amor a sus nietos y a su familia. La atención de los nietos también puede ser una necesidad: puede no haber más que extraños para ejercer ese rol, situación que a menudo se considera una opción inaceptable para un abuelo que elige criar a sus nietos. En estas situaciones, los sentimientos de amor incondicional de un abuelo se combinan con un sentimiento profundamente arraigado de responsabilidad y compromiso familiares. La intensidad con la que se da el cuidado de los abuelos hacia los nietos es fundamental para conocer la utilidad que se está produciendo por parte de cuida-dores y receptores de cuidados. Si la sociedad está organizada de forma que los niños pueden ser atendi- dos por sus padres de manera regular, el cuidado de los abuelos se presentará de modo más voluntario. En cambio, cuando los hijos no cuentan con otra salida que pedir ayuda a los padres para cuidar de sus hijos, el cuidado se convierte en una ‘responsabilidad laboral’, en lugar de una actividad de disfrute, calificable como ‘ocio’. V. Políticas públicas y cuidado El origen de la preocupación por este tema está en la incorporación masiva de la mujer al mercado de trabajo, los cambios demográficos y los cambios culturales relacionados con la emancipación de la mujer. Esto representó un reto para los estados de bienestar de los países más desarrollados y, en general, para la provisión de servicios sociales por parte del estado en aquellos países de menor desarrollo relativo. Un analista de este tema lo describe así: “El cambio social más importante de las últimas décadas es sin duda la entrada masiva de la mujer en el mercado laboral (…) Para favorecer el empleo de las mujeres y la igualdad entre mujeres y hombres es crucial el desarrollo de los servicios sociales de cuidado de los niños y de otras personas dependientes. Desarrollar guarderías y otros servicios sociales es una fuente de creación de puestos de trabajo y permite a las madres trabajar. Esto es algo esencial tanto para los hijos como para la conciliación de la vida familiar y profesional” (Esping-Anderson y Palier, 2010, pág. 16). Batthyany (2009) plantea que el aumento generalizado de la tasa de actividad femenina, particularmente de las mujeres madres, conduce a reformular la pregunta acerca de las obligaciones familiares y la forma de compartirlas. Entonces: • ¿Quién asume los costos del cuidado de las personas dependientes, en particular de los niños y los ancianos? • ¿Cómo deben repartirse los papeles y la responsabilidad entre el estado, la familia, el mercado y la comunidad? Las diferentes respuestas que puedan darse a estas preguntas, la articulación de diferentes actores en el cuidado de las personas particularmente de los niños, es un elemento estructurante de la posición en las familias y en el mercado de trabajo, así como determinante capacidad de ejercer los derechos vinculados a su ciudadanía social. intervención y dependientes, de las mujeres de la efectiva “El cuidado o el tiempo de cuidado de las mujeres compite con el tiempo del ocio, de la participación política, de la actividad remunerada y demanda, por tanto, una comprensión de la variedad de vínculos con las políticas laborales, de protección y de cambio cultural” (Montaño, 2010, pág. 28). Se busca entonces, valorizar económica y socialmente el trabajo de cuidado, una labor que cae en el ámbito de lo privado, así como reconocer socialmente que el trabajo de las mujeres en el hogar tiene importancia para el funcionamiento y reproducción de la sociedad, y que debe ser realizado a través de una nueva manera que equilibre los aportes de los hombres y las mujeres, del estado y la sociedad. ¿Quiénes son los agentes que proveen servicios de cuidado? Los encargados de proveer los servicios de cuidado en una sociedad determinada son cuatro agentes: el estado, el mercado, la comunidad (sociedad civil) y la familia. Estos agentes pueden combinarse de distinta manera y el modo en que lo hagan, determinará diferentes formas de organización social de los cuidados y por consiguiente, una mayor o menor autonomía para las mujeres. Siendo el estado uno de estos agentes, las políticas públicas pueden incidir en los resultados y las formas de organización social de los cuidados según sean los objetivos que se propongan. Las crecientes necesidades de dedicación al cuidado no implican necesariamente que esas demandas vayan dirigidas principalmente hacia las mujeres. Referencias Senama (2011) “ Estudio de recopilación, sistematización y descripción de información estadística disponible sobre vejez y envejecimiento en Chile”, BOREAL Investigación – Consultoría Ltda, Diciembre. New York Presbyterian (s/a) “Abuelos que cuidan a sus nietos”, Cambios de roles y transiciones. CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) (2010), ¿Qué Estado para qué igualdad?, Conferencia Regional sobre la Mujer de América Latina y el Caribe, Brasilia, 13 a 16 de julio de 2010, capítulo 1, págs. 15 - 29. Pautassi, L. (2010), “Cuidado y derechos: la nueva cuestión social”, en: Montaño, S. y Calderón, C. (coord.), El cuidado en acción: entre el derecho y el trabajo, Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), Santiago de Chile, págs. 69-92. Montaño, S. (2010), “El cuidado en acción”, en: Montaño, S. y Calderón, C. (coord.), El cuidado en acción: entre el derecho y el trabajo, Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), Santiago de Chile, capítulo 1, págs. 13 – 61 Thomas, C. (2011) “Deconstruyendo los conceptos de cuidados”, en Carrasco, C., Borderías C. y Torns, T. (eds.), El trabajo de cuidados, Historia, teoría y políticas. Madrid, Los libros de la catarata, especialmente las págs. 145-160. ESTUDIO DE RECOPILACIÓN,TEMATIZACIÓN Y DESCRIPCIÓN DE INFORMACIÓN ESTADÍSTICA DISPONIBLE SOBRE VEJEZ Y ENVEJECIMIENTO EN CHIL