Comunidad de Madrid Presidente Excmo. Sr. D. Ignacio González González Consejera de Empleo, Turismo y Cultura Excma. Sra. Dña. Ana Isabel Mariño Ortega Directora General de Bellas Artes, del Libro y de Archivos Ilma. Sra. Dª. Isabel Rosell Volart Secretario General Técnico Ilmo. Sr. D. Alfonso Moreno Gómez _____________________________________ Edita Comunidad de Madrid Consejería de Empleo, Turismo y Cultura Dirección General de Bellas Artes, del Libro y de Archivos Subdirección General del Libro Edición: 01/2012 27º Concurso de cuentos Bibliotecas Públicas Comunidad de Madrid Cuentos premiados Sumario SUMARIO Presentación ....................................................................................................... 2 Hasta 7 años El pajarito y la niña. Carla Quintana Revuelta .......................................................... 4 Las zapatillas perdidas. Andrea Espin Sequera ......................................................... 5 ¡Me sirve! Jose Luis de la Parte Juan ...................................................................... 6 De 8 a 11 años La nube de Sonia. Aitana García de la Higuera ......................................................... 8 Los ojos de poeta. Mario García Obrero................................................................. 11 El lobo cuenta la verdad. Lucía Caparroz Nieto ....................................................... 12 De 12 a 14 años Alejo. Patricia Elosúa Feliciano ............................................................................. 14 El viaje del anillo. Laura Mingo Pérez .................................................................... 17 El último viaje. Carla Arrollo Gómez ..................................................................... 19 De 15 a 20 años Compañeros de camino. David Santiago Hernández Vázquez ................................... 25 Dragones. Daniel Alonso Torres ........................................................................... 27 En el jardín ya no hay hadas. Clara Ayala Mora ...................................................... 29 A partir de 21 años Una tónica y un bitter. Laura León Vázquez .......................................................... 33 Vértigo. Francisco García Oblanca ....................................................................... 35 Inesperado otoño. Juan Pablo Arellano Conejo ....................................................... 37 1 Presentación PRESENTACIÓN 2 La Dirección General de Bellas Artes, del Libro y de Archivos convoca desde hace 27 años el Concurso de Cuentos de las Bibliotecas Públicas de la Comunidad de Madrid. El principal objetivo es fomentar e incentivar la experiencia creativa entre niños, jóvenes y adultos a través de la escritura y dar la oportunidad de una visibilidad a quienes se inician en ella. Nos agrada ofrecerles ahora la publicación digital de los textos ganadores de la XVII edición de nuestro Concurso celebrado durante 2012 con quince relatos correspondientes a las cinco categorías de edad. Queremos agradecer también la participación de todos los profesionales que han formado parte del jurado para la selección de los textos. En nuestra labor continua de promoción y fomento de la lectura a lo largo de tantos años, esperamos que el Concurso siga siendo un estímulo para futuros participantes y para acercar el placer de leer a todos los ciudadanos. Hasta 7 años 3 Hasta 7 años 27º Concurso de cuentos EL PAJARITO Y LA NIÑA. CARLA QUINTANA REVUELTA 4 Erase una vez un pajarito que volaba muy alto y muy deprisa, volaba tan alto, tan alto, y tan deprisa, deprisa, que un día se cayó al suelo y se hizo mucho daño, no se podía levantar porque tenía una alita malita, y el pajarito desesperado por levantarse, como no podía, empezó a llorar porque tenía miedo de que le pisara alguna persona. Pasaba por donde estaba el pajarito una niña preciosa y muy buena de unos siete años de edad, cuando vio al pajarito le dijo: -No te asustes de mí pequeñín, que no te voy a hacer daño. Y el pajarito le dijo: -¿De verdad que no? La niña le contestó: -Pues claro que no, y si quieres te llevo a mi casa y te cuido, para que se te cure tu alita. -Vale, dijo el pajarito. La niña le cogió con sus manitas pequeñas, con muchísimo cuidado para no hacerle ningún daño, el pajarito se dio cuenta de que le cogía con mucho cuidado y se tranquilizó, y hasta se durmió en las manitas de la niña, mientras que iban a su casa. La niña lavó al pajarito, curó sus heridas con un poquito de betadine, que es lo que a ella le daban sus padres cuando tenía heridas, y le dio pan mojado con leche para comer. Así estuvo cuidando todos los días la niña al pajarito, de forma que e l canario, que era de esa especie el pajarito, se curó del todo y ya podía volar. La niña estaba contenta y triste a la vez, contenta porque el pajarito ya estaba curado, y triste, porque tenía miedo que el pajarito se fuera porque ya podía volar. Pero el pajarito preguntó a la niña: -¿Quieres que me quede contigo a vivir y también te acompañe al cole todos los días? La niña le contestó: -¡Sí! y otra vez sí y también otro sí, sí y sí. Así que el pajarito acompañaba al colegio a la niña todos los días, yendo en su cabecita, o en su hombro y se escondía en su cartera cuando estaba en el cole para que la profesora no le viera, y vivió para siempre feliz con su amiga. COLORÍN COLORADO ESTE CUENTO SE HA ACABADO. Hasta 7 años LAS ZAPATILLAS PERDIDAS. ANDREA ESPIN SEQUERA Erase una vez una niña llamada Miriam, tenía el pelo corto y marrón, sus ojos también eran marrones. Era una niña simpática y alegre. Tenía 4 años. Vivía con sus hermanos y padres en una casita, en un bonito pueblo, y tenía muchos animales: una perra llamada Sunnay, una gata llamada Luna y cuatro pájaros. Una noche después de cepillarse los dientes, ponerse su pijama favorito y de que su hermana le leyera su cuento preferido, se quedó dormida. Al rato de quedarse dormida empezó a soñar con toda clase de monstruos. Estos monstruos se escondían cada uno en un lugar distinto de su habitación. No eran monstruos malos, solo eran un poco revoltosos. El que se escondía en el armario era morado, solo tenía un ojo, orejas de trompeta y ponía caras graciosas. El que se escondía debajo de la cama era verde con forma de calcetín, tenía tres ojos, las orejas y la cola de ratón y era muy enfadica y gruñón. Y el último v ivía en el juguetero, escondido porque era muy tímido y asustadizo, parecía un plátano y era de color azul. De repente sonó un golpe muy fuerte en la habitación y al despertarse Miriam, los monstruos desaparecieron porque también se asustaron por el ruido. Ya era de día y Miriam f ue a ponerse sus zapatillas para bajar a desayunar, cuando vio que sus zapatillas preferidas habían desaparecido. Entonces gritó ¡¡ Mis zapatillas han desaparecido!! ¿Se las habrá llevado el monstruo del armario? ¿Se las habrá llevado el monstruo de debajo de la cama? ¿Se las habrá llevado el monstruo del juguetero? Buscó por toda la habitación, debajo de su cama y hasta buscó dentro de su hucha, pero no las encontró y como esas eran sus preferidas no se quiso poner otras. Bajó por fin a desayunar, y su madre la regañó porque no podía bajar descalza, entonces subió para ponerse unas zapatillas viejas. Al subir las escaleras escuchó un extraño ruido en su habitación, entró sigilosamente pensando que alguno de los monstruos estaría allí comiéndose sus zapatillas…Y de repente encontró a su perra masticando sus zapatillas. Miriam pensó: ¡Oh! ¡¡Me hubiera gustado que hubiese sido un monstruo!! 5 27º Concurso de cuentos ¡ME SIRVE!. JOSE LUIS DE LA PARTE JUAN 6 A un niño le servía todo. Un día su padre iba a tirar un cartón y el niño le dijo: “¡esto me sirve, esto me sirve!” y se construyó una casita. Al día siguiente, su madre iba a tirar una caja de metal y el niño le dijo “¡esto me sirve, esto me sirve!” Y se fabricó un coche. A la semana siguiente, su hermano iba a tirar unas botellas de plástico y el niño le dijo “¡esto me sirve, esto me sirve!” Y se construyó un remolque. Al final se fue de viaje a Alemania con su coche remolcando su casa y se quedó a vivir allí. De 8 a 11 años 7 De 8 a 11 años 27º Concurso de cuentos LA NUBE DE SONIA. AITANA GARCÍA DE LA HIGUERA 8 Sonia tenía dos aficiones y una larga y bonita melena negra que siempre recogía en una coleta. Sus aficiones eran pintar y mirar las nubes. Todos los lunes y miércoles asistía a una academia de pintura y daba vida con sus pinceles a unos tristes lienzos blancos como nadie podía hacerlo. Y, cómo no, le encantaba pintar las nubes. Pintarlas bien, conseguir su movimiento y su textura era su mayor reto. También solía mirar las nubes con frecuencia, cada tarde, después de salir del instituto o de la academia (según qué día fuera) iba por un atajo que solo ella conocía, atravesando el bosque, hasta llegar a un claro que, en cierto modo, era suyo. Allí se liberaba de todos los problemas y contemplaba las nubes, sus formas, sus idas y venidas. El tiempo pasaba muy rápido mientras ella observaba ese otro mundo de ensueño. Un día Sonia se despertó y supo que ese día iba a ser especial. No sabía por qué, pero algo dentro de ella lo preveía. En el instituto no ocurrió nada fuera de lo normal, pero cuando llegó a la academia, la profesora les comunicó que habría un concurso y que cada uno tendría que preparar un cuadro en los siguientes días para presentarlo. Eso era sorprendente, pero lo que anunció a continuación era…¡impresionante! - El ganador expondrá su cuadro junto a los cuadros de los otros ganadores de otras academias que tiene la cadena por Europa. Esa exposición estará en París, en Londres, en Roma y en Nueva York. Y los pintores tendrán la oportunidad de acompañar a sus cuadros en esta gira. Os deseo mucha suerte a todos. – dijo Lorena, la profesora, sonriendo. Cuando pasó al lado de Sonia, le susurró: -Sé que puedes hacerlo, Sonia. Tienes mucho talento. Lo que estaba pasando era increíble, más algo en su interior advertía que todavía quedaban sorpresas. Cuando la clase acabó, salió corriendo hacia el claro del bosque. Allí, dejó su mochila y se tumbó en la mullida hierba, que funcionaba como un colchón verde. Sacó de la mochila un frasco de galletas casi vació y se comió las últimas mientras se fijaba en las formas de las nubes. Ese día tenía suerte, había bastantes nubes, aunque no tantas como para cubrir el cielo por completo y eso estaba bien, pues, si el cielo estaba lleno, no se podían ver bien las nubes porque se mezclaban y, si no había nubes, Sonia se aburría mirando el monótono cielo azul, al contrario que otras personas, que disfrutaban de un cielo despejado. Eso pensaba mientras examinaba una nube ni muy grande ni muy pequeña, un poco esponjosa pero no demasiado y de un tono rosado. Le pereció bonita, hizo como que la cogía en su imaginación y, guiñando el ojo, hizo como que la cogía con la mano y la metía en la caja de galletas. Cuál fue su sorpresa cuando la nube apareció en el De 8 a 11 años bote, revolviéndose y girando, todavía con el tono rosado. Dudó un segundo, y luego la tocó con la punta del dedo. Estaba fresca, y le hacía cosquillas. Atónita, guardó con cuidado el frasco en la mochila y pensó qué debía hacer. Se le ocurrió ir a su casa, como siempre, y no decir nada sobre eso. Ya pensaría después qué hacer con la nube. Se puso a andar, mirando a un gato blanco con una bonita mancha negra en el lomo caminar sobre los tejados. De pronto, el gato resbaló y estuvo a punto de caer, de no ser porque se agarró con una pata al canalón. No aguantaría mucho más. El gato resbaló un poco, deslizándose un poco más al borde, y maulló pidiendo ayuda. El primer impulso de Sonia fue pedir ayuda, pero no había nadie más en la calle y si corría a otra tardaría bastante y el gato podría caer. Debía hacerlo ella. El gato estaba demasiado alto como para alcanzarlo, y no había ninguna escalera cerca. Sin saber por qué, solo siguiendo su instinto, sacó de la mochila el frasco donde había guardado la nube, lo destapó y vació un poco debajo de donde estaba colgado el gato. Justo entonces, el gato cayó, pero aterrizó en una blanda y rosada nube y salió ileso. El gato dirigió una mirada agradecida a Sonia y luego se escabulló rápidamente por un callejón. Sonia siguió caminando, aparentemente tranquila, pero por dentro estaba muy excitada. ¡Lo que le estaba pasando era extraordinario! Siguió caminando y, al torcer la calle, se encontró con una madre con un carrito de bebé. La madre intentaba hablar por teléfono, pero no lo conseguía porque el bebé no dejaba de llorar. La madre intentaba por todos los medios que el bebé callara, y parecía cansada y nerviosa. Cuando la madre se alejó, buscando un lugar más silencioso, Sonia se acercó y vertió un poco de la nube del frasco en la mano, y, otra vez solo siguiendo su instinto, lo frotó suavemente contra la frente del niño, susurrándole en bajo. Él dejó de llorar poco a poco y empezó a adormecerse, hasta quedar profundamente dormido. Sonia aprovechó para marcharse rápida y silenciosamente, pero vio que la madre suspiraba aliviada al ver que el bebé se había dormido y que retomaba la tan importante conversación por teléfono. Siguió su camino, contenta de haber ayudado dos veces y se preguntó si habría una tercera, pues la nube del bote empezaba a disminuir. En efecto, la tercera ocasión para ayudar vino pronto. Tras caminar algo más, llegó a una calle en la que el sol pegaba tan fuerte que Sonia pensó que, como mínimo, las farolas se iban a derretir, y eso si no se derretía ella. Mientras marchaba por la calle que a ella le parecía un desierto se encontró con un pobre perro casi desmayado por el calor, con la lengua fuera y los ojos cerrados, jadeando y buscando alguna sombra en la que poder descansar. El perro cayó al suelo desmayado por el calor y Sonia se acercó con el frasco en la mano. Lo destapó y vertió un poco en la boca del perro. La nube, para esta ocasión, agua, tuvo el efecto deseado. El perro abrió los ojos y se levantó. Ya no estaba sediento y restregó su hocico contra la pierna de Sonia, era su modo de agradecer. Acto seguido, corrió hacia otra calle con más sombra. Sonia anduvo hasta su casa sin encontrarse con ningún otro problema, y eso la alivió, pues no quedaba mucho de la nube y quería usar algo para ella. Al llegar a su casa guardó el frasco con la nube en un lugar secreto. En los días siguientes pintó un cuadro para el concurso y no se lo enseñó a nadie. Puso en él mucho empeño, pero siempre le parecía que faltaba algo. No conseguía que le salieran bien las 9 27º Concurso de cuentos 10 nubes. Una tarde, en su cuarto, encontró la solución. Con lo del concurso, se había olvidado por completo de la nube, pero, buscando una cosa, lo encontró y se le encendió una luz. Al día siguiente, cuando fue a la academia, se llevó el bote con la nube. Cuando se puso a pintar las nubes, vertió lo último de la nube en la paleta, Con cuidado usó la nube como pintura, y la extendió por el lienzo. La nube se agitaba dócilmente, casi imperceptible, con un tono rosáceo, sobre la tela. En los días siguientes, retocó un poco el cuadro y lo acabó. Lorena, la profesora, se llevó los cuadros, todos cubiertos por una tela blanca, para que no se vieran, a quién sabe dónde para que los jueces los vieran y eligieran mejor, el que haría la gira. En los meses siguientes no hubo ninguna novedad, aunque todos estaban ansiosos por saber qué cuadro era el elegido. Pero un día, Lorena anunció: -Los jueces han decidido ya qué cuadro y su autor harán la gira, y me han pedido que os lo diga. – Hizo una pausa para observar, satisfecha, los rostros atentos y expectantes de los alumnos. – El ganador, o mejor dicho, ganadora. Los chicos volvieron a sus cuadros, decepcionados, en cambio, las chicas se removieron en sus asientos, nerviosas – bueno, que la ganadora es…, todos la miraban impacientes, es…¡Sonia del Olmo! Algunos suspiraron resignados, otros la felicitaban. Sonia no acababa de creérselo: ¡viajar, otra de las cosas que le encantaban! ¡Iba a viajar a París, a Londres, a Roma y a Nueva York! ¡Era alucinante! Las siguientes semanas fueron de preparación: maletas, billetes de avión, despedidas, etc. Hasta que llegó el día. Durante el viaje no dejaba de pensar en París. Había estado allí cuando era pequeña, pero no se acordaba muy bien. También pensaba en los compañeros que habían ganado en otras academias. ¿Cómo serían? También pensó en la nube. Por fin llegaron a París, y a Sonia le pareció una ciudad preciosa. Después de unos días, llegó la inauguración de la exposición, en la que los pintores mostrarían sus cuadros y la gente los podría ver. Llegó el momento de destapar el cuadro. El corazón de Sonia latía más rápido de lo habitual. Cuando apartó la tela blanca, dejó al descubierto un hermoso paisaje de montañas nevadas y un extenso y frondoso bosque iluminado por la luz de un atardecer, y en el cielo anaranjado destacaban unas nubes algo esponjosas pero no demasiado, que de forma casi imperceptible se removían y que tenían un tono rosado. Un chico llamado Tom se acercó y observó extasiado el bonito cuadro. Cuando examinó las nubes, le pareció ver, sucesivamente, un gato blanco con una mancha negra en el lomo, un bebé dormido, un perro tendido en la sombra y, finalmente, una chica de pelo negro recogido en una coleta, tumbada en la hierba mirando las nubes. De 8 a 11 años LOS OJOS DE POETA. MARIO GARCÍA OBRERO “Hojas ya caídas que vuelven a caer” Así era como empezaba el poema que Jorge y sus amigos leyeron ayer en clase. Jorge era un niño estudioso, tenía ojos muy grandes, no se le escapaba nada y una boca muy sonriente de color chupachus. A Jorge no le gustaba la poesía, decía que era un rollazo y que no entendía nada. Pero una mañana se levantó y cuando hacía la cama vio que alguien gritaba ¡No te vayas, quédate con nosotros! Jorge muy extrañado se sentó en su cama y de repente sonó ¡Toma! ¡Qué bien! Jorque se levantó y se dio cuenta ¡¡¡de que hablaba su cama!!! Y cuando desayunaba vio que en la leche había palabras. Cuando llegó al colegio vio a las flores charlando, a un lápiz que se iba a jubilar y a sus amigos borradores despidiéndose de él. En el recreo vio a las palabras que salían volando de las ventanas de las clases para jugar al pilla-pilla en el recreo. Jorge pensó que estaba volviéndose loco y cuando terminaron las clases se lo dijo a Carlos, su profesor. Carlos le dijo: Esto es lo mejor que te puede pasar, ves todo con los ojos de un poeta. Jorque pensó mucho en la respuesta de su profesor. Poco a poco le empezó a gustar la poesía y siguió viendo el mundo con ojos distintos. Más tarde empezó a escribir y ahora todos le conocemos como El que escucha a las flores. Este es un poema que escribió nuestro amigo: “Quien mira bien el mundo, mira con ojos de poeta Mira a la vida como una madre Y a las palabras como hermanas Mira bien quien mira Con ojos de poeta” 11 27º Concurso de cuentos EL LOBO CUENTA LA VERDAD. LUCIA CAPARROZ NIETO Cansado de mi mala imagen, decidí decir la verdad: 12 Había una niña con una capita roja inconfundible. Esta niña cantaba y bailaba, pero también corría por el bosque destruyendo las margaritas, cortando hojas, dando gritos a conejos, pájaros, ardillas y mariposas…tiraba los papeles en el río, nadie la quería, los animales se escondían al verla. Todo empezó un día que me crucé, por casualidad con ella, y la pregunté: ¿Adónde vas muchachita? Y ella me contestó: a casa de mi abuelita ¿quieres acompañarme? Y me agarró la cola, me arrastró mientras me decía que en casa de su abuela me iba a cortar el pelo. Me solté y corrí por miedo a que en lugar del pelo me cortara una pata. Recuerdo que un día, me pilló por sorpresa, y me pintó la cara con unos brillos, me puso una peluca y me ató a un árbol. Todos se reían de mí en el bosque. Yo quise darle una lección, su abuela, una persona muy buena, prometió ayudarme. Una tarde quedé con la abuelita en su casa, me invitó a un refresco y me dijo que hablaría con su nieta para que cambiara de comportamiento. Después de unos días, la abuelita me llamó para ir a su casa, ya que caperucita iba a llevarla unos pastelitos. Me peiné, me lavé y me fui contento pensando que todo se arreglaría. Cuando llegué, la abuelita salía a pasear a su perrito, me invitó a pasar y me dijo que la esperara diez minutos. Como estaba cansado, decidí esperar tumbado en la cama y me quedé dormido. Me desperté asustado al oír los gritos de la terrible niña entrando a casa: ¡¡abuelita, abuelita!! Al verme me dijo: no eres mi abuelita ¿quién eres? Me agarró las orejas y me dijo: que lindas orejitas tienes, pero sucias. Sacó un algodón y empezó a frotarlas, pensé que me dejaba sordo. Mirando mi hocico me dijo: que pelos más largos. Y me cortó los bigotes. Abriéndome la boca me dijo: que dientes más sucios tienes. Y me pasó una lija que me raspó hasta la lengua, qué dolor, grité y corrí. Ella me perseguía diciéndome que me iba a cortar las uñas y depilarme el lomo. Justo cuando la niña metía la cabeza en mi boca para atarme la campanilla, entró un leñador al oír los gritos. Me disparó y pude saltar por la ventana, salí huyendo y no regresé. Desde ese día no salgo de mi madriguera, solo para comer y para beber. Ahora que sabéis la verdad, espero que vosotros no hagáis como caperucita, y cuidéis la naturaleza. De 12 a 14 años 13 De 12 a 14 años 27º Concurso de cuentos ALEJO. PATRICIA ELOSÚA FELICIANO 14 Ya había estado a punto de morir varias veces, por eso no estaba preocupado. Confiaba en que algo o alguien iba a sacarme del agujero infernal que era mi celda, en Honduras. Me habían encarcelado unos cerdos policías, sin pruebas por la supuesta violación de una mujer a la que ni siquiera conocía, pero así es la justicia aquí. Si no hay pruebas y quieren quitarse el caso de en medio cogen a cualquiera de la calle, sea grande o chico, y lo encierran, y ya está, todos contentos. Me habían echado dieciséis años, y ya quedaban un par de semanas para que saliera, justo coincidiendo con la llegada de la primavera. Había estado pensando largamente en mis planes, en lo que pensaba hacer cuando saliera de este sitio inmundo. Tenía poco dinero ahorrado, poco, algo simbólico, lo suficiente para comprarme un carrito de perritos, e ir vendiendo mis productos por toda la ciudad. Una brisa se colaba por la ventana, con unos barrotes ya oxidados, pero imposibles de despegar (ya lo había intentado un par de veces), una brisa que olía a humo, a muerte, a fuego… A veces jugaba a pensar que todo esto era una broma, que de repente alguien me iba a decir “inocente, inocente”; nos hemos estado riendo a tu costa todo este tiempo. Pero nunca fue así, y ya hacía poco había asumido que el mundo no ha sido creado por Dios, sino por unos pocos que sólo velan por sus propios intereses. Eché un vistazo a lo que había sido mi cobijo durante esta larga estancia, unas pareces azul oscuro, pintadas así a propósito para darnos la sensación de estar en un sitio aún más pequeño, con grandes desconchones en las paredes. Del techo colgaban los restos de un ventilador de plástico blanco, que hacía mucho que había dejado de funcionar, del cual había despegado las alas para hacer un castillo de naipes, como único entretenimiento por aquí. Mi catre estaba en el suelo, apenas un colchón, sin sábanas, pero con una pequeña manta, que había obtenido al hacer trueque con Edgard, el narco que había compartido celda conmigo, hasta que le llevaron al módulo para presos problemáticos. Había escrito cosas en las paredes, mis pequeñas reflexiones sobre la vida, algo que por suerte me habían dejado conservar. A mí no me habían lavado la cabeza como a otros. Se habían limitado a dejarme en paz, como si no existiera, haciéndome caso omiso. El suelo, roñoso, olía a orina o bien de las ratas o bien mía, ya no sabía nada. Como únicas posesiones tenía mi colgante de cuando me casé con Misheila, a la que no echaba de menos para nada. A veces pensaba en ella, pero ya no sentía nada hacia esa mujer; tal vez algo de rencor, por dejarme ahí tirado, y fugarse con aquel hombre de negocios. Quizá lo conservaba porque me recordaba a mi vida pasada, a esa vida a la que nunca podría regresar, en un sitio estable, con un trabajo, con De 12 a 14 años familia y amigos. Pero el paso por la cárcel te deja marcado, como si tuvieras la lepra, y de repente nadie quiere saber de ti. Pensaba en todo lo que me había estado perdiendo en estos 16 años, mientras ese olor a quemado, a chamusquina, me quemaba la nariz. Me había perdido la infancia de mi hijito, Erik, que ahora tendría los 12 y lo único que pensaría de su padre es que no merece la pena ser como él, porque nadie se ha molestado en explicarle que yo no había violado a nadie, que estaba paseando por Comayagua cuando me detuvieron los agentes. También me había perdido todo lo referente a mi país, cómo estaban las cosas. Y había dejado a una madre enferma, que seguramente ahora estuviera muerta, pero nadie me había comunicado nada. Ahora podía oír claramente los gritos de terror y pánico de los otros presos, que supuse también habrían olido el humo. Yo estaba tranquilo, supongo que no tenía ganas de vivir, que no merecía la pena. Me miré en el trozo de espejo que era la segunda de mis pertenencias. Este me devolvió la imagen de un hombre devorado por el tiempo, ese tiempo que pasa dejando huella. Unos ojos entrecerrados me observaron, taladrándome con la mirada. A la gente nunca le gustaron mis ojos; decían que parecía que tenía el poder de mirar en el interior de la gente con ellos. En cierto modo así era, pero no por mis ojos, yo sabía ponerme en el lugar de los demás y saber cómo se sentían, cosa que aquí, en prisión, me había sido de gran utilidad, me había otorgado el respeto de la mayoría de los presos. Mi tez, antes morena, se veía un poco blancuzca. Aquí no nos dejan ver mucho el sol y yo últimamente no había estado muy sociable con nadie. Una barba descuidada empezaba a mostrar el paso del tiempo. Me daba mucha rabia que mis primeras canas me hubieran salido aquí. En ese momento me sentí indefenso, como un niño pequeño, y toda mi rudeza aparente se desmoronó. De siempre me habían dicho que los hombres nunca lloran, pero esta cárcel no deja indiferente a nadie, y una lágrima resbaló por mi mejilla derecha. Una lágrima de desesperación, de incomprensión, y de tristeza. De tristeza porque ahora caí en la cuenta de que iba a morir, de que nadie me iba a salvar, de que había perdido toda mi vida, por un delito que ni siquiera había cometido. En ese instante sentí odio hacia los que manejan el mundo, a los que les da igual la destrucción de cientos de familias, que dejan sin nada, en la calle, engañándoles como a chinos, con tal de poner una nueva plantación de petróleo. Notaba el calor, de hecho el calor abrasaba ya, y empecé a oír los gritos desgarrados de mis colegas al otro lado del patio. Nuestro módulo era el más alejado del fuego, pero de todas maneras, llegaría. Uno nunca olvida cuando escucha a alguien morirse abrasado, es una conmoción que te llega al alma, que te parte en pedazos, y yo distinguí el grito más fuerte de Luquitas, apenas un chiquillo, que exhalaba su último aliento. Sentí cólera y rencor por los que le habían metido aquí. Había muerto, y había vivido aún menos que yo, ni siquiera había perdido la virginidad. El humo empezó a entrar en mi agujero, apenas un poco, pero los ojos me empezaron a escocer, y me eché al suelo, respirando lo menos posible. Me pegué a la puerta y una mano de alguien me 15 27º Concurso de cuentos 16 agarró el brazo con fuerza. Le dije a la nada: “Aguanta amigo, aguanta, pronto nos sacarán de aquí”. No lo pensaba de verdad, en realidad ya sabía que tenía la muerte encima. El humo entraba a raudales, no podía respirar, tosía, tosía, lloraba, gritaba de angustia, sentía calor, calor por todas partes, un calor que quemaba. El fuego llegó a mí. Sentí como me abrasaba la pierna. Solté un alarido de dolor e intenté sacudírmelo de encima. Me quité los pantalones, pero el fuego ya había traspasado la camisa, así que me la quité también. El fuego me quemaba el pelo, la cara, los brazos y las piernas. El fuego me quemaba el corazón. Pensé en mi nombre, Alejo, que significaba “aquel que protege” y en la paradoja de mi vida, que no me había podido proteger ni a mí mismo. Y ahora me estaba muriendo. Ya no podía hablar, pero pensar, pensaba con una lucidez que jamás había tenido. Ya no siento mi cuerpo, ya no me duele nada. Estoy en un agujero, negro, muy negro, flotando, dándole un repaso a mi vida. Mi infancia, como he crecido, mi primer beso, mi primera novia, mi primera decepción, la primera vez que había hecho el amor, la primera vez que me pegaron, la muerte de mi padre, el nacimiento de Erik, la escapada de Misheila… Con el último aliento que me queda murmuro: “Erik, yo no fui, yo te quiero. Vive todo lo que no he podido vivir yo” ---CONDENADOS A ARDER VIVOS EN LA PRISIÓN DE COMAYAGUA “Cientos de madres e hijas permanecieron horas agarradas a la verja de la cárcel mientras el policía leía el nombre de los 470 supervivientes del fuego en la cárcel de Comayagua, Honduras. Diario El Mundo, 16 de febrero de 2012. De 12 a 14 años EL VIAJE DEL ANILLO. LAURA MINGO PÉREZ Estaba intentando esconderme de mi padre, que me buscaba ansioso para darme la asquerosa medicina que hacía que no vomitase. Él gritaba, mi madre gritaba, mi hermana roncaba, yo, me quejaba. Menudo inicio de vacaciones que íbamos a tener… El tráfico estaba a punto de estancarse, y ni siquiera habíamos salido de la ciudad. Hacía un calor insoportable dentro del coche. Por fin íbamos a ver a la abuela. Hacía ya meses que no íbamos a Orduña, y a mí, francamente, no me apetecía mucho ir, excepto por sus fabulosas croquetas. Yo siempre he sido de vomitar en la alfombra como los gatos, de ver la tele horas seguidas (de hecho, tengo el récord absoluto de mi clase) de leer tirada en mi cama, y cosas similares. Este verano no iba a ser una excepción, pues pensaba batir mi récord de nuevo. Las cuatro horas se me hicieron insoportables, me maree varias veces, y vomité todas ellas a pesar del supuestamente infalible remedio medicinal. Estaba enfadada y pringosa, con la frente empapada en sudor, y la camiseta roja rugosa, que se me pegaba al asiento trasero. Cuando llegamos estaba tan exhausta, que me derrumbé en el antiguo sillón de estampado espantosamente raído, de flores marrones y oscuras que odiaba profundamente. Yo, no soporto los viajes. Después de descargar las maletas y poner toda esa innecesaria ropa de invierno en sus respectivos cajones, tocaba comprar el pan entre diversos recados, y me encomendaron, a mí como de costumbre, la importantísima misión de ir a la plaza y hacerme con él. Aquello era lo único que me gustaba de Orduña, los paseos a la plaza. Era el único sitio en el que no estaban los incesantes berridos de mi hermana taladrando cada milímetro de tímpano que me quedaba intacto. Allí podías observar tranquilamente las vagas palomas que dormitaban con los ojos abiertos, el chorrito relajante de la fuente de piedra a la que había cogido tanto miedo desde que unos graciosillos pueblerinos dijeron que había cangrejos blancos dentro, los veteranos vecinos contando las historias que nadie escuchaba…Era el sito más interesante del mundo. Cuando caminaba a la plaza, vi en el suelo, clavado entre los adoquines, un anillo plateado con una rara piedra incrustada en el centro. No se me pasó por la cabeza ni mirar a los lados antes de cogerlo ni nada parecido, porque no era para nada una niña inocente y buena con las intenciones propias de un ángel, que busca a su dueño para devolverle la preciosa pertenencia, con las trenzas rubias ondeando al aire, y el típico delantal blanco y vaporoso hinchándose al viento. 17 27º Concurso de cuentos 18 Lo primero que hice fue ponérmelo en el anular. Me quedaba un poco grande pero me daba exactamente igual. Compré el pan y volví a casa corriendo, a tramos, porque tampoco es que sea una gran corredora. Todo se desarrolla con normalidad día tras día, hasta que mi madre anunciaba la hora del fatídico paseo diario a los manantiales que había en lo alto de la colina. Eso sí que lo odiaba con todas mis fuerzas. Pasados unos miserables días en aquel absurdo pueblo perdido en el valle, se anunció por todos los postes y farolas existentes, la feria anual de vacas. Algo así como una pasarela de moda bovina. Mi madre sentía tal emoción por ir, que nos obligó a todos a acompañarla a ver a esos estúpidos rumiantes sin preocupación alguna que fuera más allá de su cubo de comida. La feria se componía de varios puestos de madera que vendían productos de artesanía como quesos y cestas de mimbre seco, como la que teníamos en la terraza. En la plaza de toros, se pusieron vallas y argollas improvisadas, y se expusieron raras vacas albinas con barbas extrañamente largas y pardas. Entre demás animales como burros, gallinas, cabras, ovejas y mulas, me fijé en una vaca en especial. Tenía el lomo notablemente consumido, y la cadera, que rayaba la deformidad, se elevaba por encima incluso de su cabeza. Sentí miedo y compasión por esa vaca medio deforme. Parecía amargada y melancólica, estaba triste, y le ofrecí temerosamente mi mano. Para mi sorpresa, empezó a mirarla detenidamente, y luego, a lamerla con su lengua húmeda y larga. Dejé que lo hiciera durante varios minutos, pero parecía que no se cansaba. Lamía cada centímetro de mi palma, de mi dorso, de mis dedos…Se me quedó su imagen en la cabeza durante todo el día. Hubo más fiestas y ferias de animales y viajes a los manantiales, pero pasaron los días, y tuvimos que irnos otra vez a la ciudad. Me había encariñado de esa vaca con un sentimiento extraño. Sentía que me faltaba algo, que me lo había olvidado en Orduña. Mi hermana y yo, tuvimos que tragarnos las protestas durante otras cuatro horas y media de viaje de vuelta. Si nos portábamos bien nos habían prometido ir a comer fuera cuando llegásemos a Madrid. Fuimos a comer al McDonald’s. Mi hermana pidió ese menú infantil que llevaba juguetito, y me lo restregaba cada dos segundos porque yo no tenía uno. Agotador. Cuando fui a darle un buen bocado a la hamburguesa, me topé con algo extrañamente duro y frío. Escupí instantáneamente todo lo que tenía en la boca, al mismo tiempo que caía un objeto plateado y tintineante al sucio suelo del establecimiento. Era el anillo. De 12 a 14 años EL ULTIMO VIAJE. CARLA ARROYO GÓMEZ Hacía tiempo que la debilidad se había apoderado de su cuerpo, los brazos le temblaban y las piernas le amenazaban con derrumbarse en cualquier momento. Con la vista cansada y la mirada perdida, se levantó del sillón que había sido testigo de gran parte de su vida. Haciendo un esfuerzo para no derramar una lágrima que asomaba brillante en su ojo, se dirigió a la ventana, donde comenzó a contemplar el movimiento de la ciudad. Aunque nunca antes se había fijado, por una vez pensó en lo pequeñas que eran las personas comparadas con el mundo que las rodeaba. El cielo estaba cubierto por una densa capa de niebla, y Antonio sintió como su juventud se había disipado entre ella, reduciéndose a simples recuerdos. No había sentido nada igual en los ochenta años de vida que tenía, pero ahora todo era diferente, tenía el presentimiento de que la muerte le acechaba desde cada rincón, esperando el momento perfecto para atacarle y arrastrar su nombre al olvido. Volvió sobre sus pasos y se sentó de nuevo en el viejo y mullido sillón, mirando estremecido e intimidado cada rincón de la casa, recordando cada uno de los momentos que había pasado en ella. Desde que Pilar falleció, un año atrás, la casa parecía estar vacía y falta de alegría; cada centímetro de ella parecía pedir a gritos la vuelta de Pilar, pero quien más lo necesitaba era su marido. El anciano y envejecido hombre había perdido las ganas de vivir, ya nada parecía tener sentido sin ella, y cada día que pasaba, tenía más claro que su sonrisa solo había tenido un motivo, su mujer. Se acercó a una de las estanterías metálicas que había en el salón, hojeó algunos de los gruesos álbumes de fotos que había sobre esta y detrás de ellos vislumbró una caja metálica de color rojo. Cogiéndola, leyó en voz alta una suscripción que había en la tapa de esta, haciendo que sus palabras hicieran eco en la lúgubre y triste casa: “Mi último mensaje, mi último sueño junto a ti”. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Antonio, vertiendo sobre éste un cúmulo de recuerdos y veladas de amor, en las que fantaseaban juntos sobre el futuro que les deparaba. Abrió la caja y, temblando ante su descubrimiento, comenzó a leer la única y reciente carta que contenía aquella urna: “Querido Antonio; Probablemente cuando descubras esto, será demasiado tarde para que podamos leerlo juntos. ¿Recuerdas aquellas tardes en las que planeábamos un futuro perfecto?. Durante años, he ido anotando todos y cada uno de los deseos que nos habría gustado vivir juntos, y sorprendentemente, se han cumplido todos, exceptuando uno: ver el atardecer en Roma. Soy consciente de mi estado, porque te escribo desde el hospital, y sé que ha llegado mi hora…” 19 27º Concurso de cuentos 20 Antonio no pudo continuar con su lectura, ya que el nudo que se había formado en su garganta era superior a sus ganas de seguir leyendo el resto del contenido de la carta de su esposa. Pilar siempre había sido romántica y detallista, pero él nunca había imaginado que, en su estado, pudiese seguir siéndolo. Daría todo lo que estuviese en su mano, recorrería el mundo entero, y daría incluso su vida si pudiese volver a estar junto a ella. Se mantuvo varios minutos en silencio, mirando la carta, contemplándola y llorando mientras imaginaba a su mujer postrada en la cama, escribiendo un último mensaje al amor de su vida. Tras estos silenciosos minutos, retomó la lectura de la carta: “…y sé que ha llegado mi hora, pero me gustaría pedirte un último deseo y, ya que cuando leas esta carta, probablemente haya pasado a una vida mejor, donde el sufrimiento no exista, te pido que tú seas el encargado de realizar nuestro único deseo incumplido. Hemos vivido momento inolvidables; hemos viajado por medio mundo sin importarnos nada más que la persona que llevábamos al lado, hemos luchado por hacerles ver a los demás que nuestro amor era puro, y solo espero que disfrutes de un último viaje tal y como lo habrías disfrutado conmigo. Y, sobre todo, te pido que no permitas que la nostalgia se apodere de tu corazón, y que seas consciente de que yo estaré viéndote desde algún rincón de este mundo. Por último, debo decirte que espero haber sido para ti tanto como tú lo has sido para mí, espero haber llenado tu corazón y haberte hecho tan feliz como lo ha hecho tú conmigo. Adiós, Antonio; te quiere, tu mujer.” El anciano y cansado Antonio terminó de leer con los ojos derramando un mar de lágrimas, estaba más débil que nunca y sufría porque su amor no estaba junto a él. Sabía que tenía que viajar a Roma, que se lo debía a su mujer, pero sabía también que lo pasaría mal. Además era consciente, más que nunca de que la muerte se aproximaba a él dando grandes pasos, y que en cualquier momento, se le llevaría del mundo que le vio nacer. Llamó a Gregorio, el más íntimo amigo de la pareja; un caballero de los pies a la cabeza, elegante y amigo de sus amigos, además de bondadoso y amable. Él sabría darle consejo a Antonio sobre lo que tenía que hacer. Al otro lado del teléfono, una voz ronca pero a la vez dulce contestó: -Hola, Antonio ¿Qué tal vas? – preguntó a su viejo amigo con tono alegre. -Hola amigo, necesito que vengas a mi casa, tengo que enseñarte algo y pedirte consejo sobre ello. – Contestó serio Antonio. -Claro, sabes que estoy aquí para lo que necesites. Me pondré de camino y en un abrir y cerrar de ojos estaré allí. Ahora nos vemos, un abrazo. Colgó el teléfono, y en menos de diez minutos , el timbre de la puerta sonó intensamente. Gregorio era magnífico; el mejor amigo que se podía tener, si necesitabas de sus servicios, se esmeraba y hacía todo lo posible para ayudarte. Antonio abrió la puerta, y cuando su amigo le vio lo ojos, hinchados y afligidos, la cara de este cobró un gesto de preocupación y nerviosismo. -¿Qué ocurre, Antonio? ¿Qué es eso que me tienes que mostrar? ¿Por qué lloras? – comenzó a preguntar apurada y rápidamente Gregorio. De 12 a 14 años -Es Pilar, antes de morir, me dejó un último mensaje, un mensaje en el que me pide que viaje a Roma y cumpla el único deseo que soñamos y no se cumplió: ver un atardecer en la ciudad. – Contestó el hombre, rompiendo a llorar a continuación. Las palabras de Antonio sonaban agotadas y sin fuerzas. Una parte de su espíritu se había esfumado con la muerte de su mujer, y el resto se hacía añicos con cada día que pasaba sin ella. -Oh, entiendo. Pero…¿sobre qué me tienes que pedir consejo? -Gregorio, tanto tú como yo sabemos que tengo una cierta edad, y que en los últimos meses he perdido muchas facultades. Debo serte sincero, no puedo mentirte a ti, amigo mío, siento que mi hora está cerca, y no creo que viajar a Roma me convenga. Gregorio no pudo reprimir una lágrima ante el secreto de su querido amigo, la idea de perderle era insoportable, le apreciaba como a un hermano, y había vivido tantas cosas junto a él que no podía soportar la idea. Intentó consolarle y tranquilizarle diciéndole: -Sí, soy consciente de ello, pero también sé que tus sentimientos hacia Pilar eran incalculables e ilimitados, ella era la razón por la que tus ojos brillaban con ese resplandor, y sabes tan bien como yo que harías cualquier cosa que ella te pidiese, y eso también lo harás. En esta ocasión lo único que puedo hacer por ti es acompañarte en este viaje, apoyarte si te derrumbas y levantarte cuando te caigas. Ambos se abrazaron durante varios minutos, convirtiendo el salón en un lugar de recuerdos y amistad; Antonio lloraba por su mujer, y Gregorio lloraba porque veía a su amigo sufrir. -Un amigo como tú se merece el cielo. Este viaje será un reencuentro entre Pilar y yo, pero a la vez será una oportunidad de pasar tiempo juntos. ¿Cuánto tiempo estaremos en tierra italiana? – Preguntó su amigo, secándose las lágrimas que bañaban sus ojos. -Eso es decisión tuya, podemos estar allí el tiempo que necesites; dos jubilados como tú y como yo podemos permitirnos ese lujo. Podemos alquilar una casa en las afueras, de forma que salga más rentable. Hablaré con mi sobrino Raúl para que nos ayude a sacar los billetes y demás. Tras estas palabras un gran silencio se adueñó de la sala, y varios minutos pasaron hasta que Antonio propuso Almorzar. Pasaron varios días hasta que los billetes de avión estaban listos, y una gran casa alquilada. Se quedarían en Roma dos meses, conocerían bien cada rincón de aquel paraíso que Antonio y Pilar, años antes, habían soñado visitar. Antonio y Pilar habían sido una pareja encantadora, la química entre ellos era perfecta. Siempre habían compartido el pensamiento de que en el momento en el que te paras a pensar si quieres a una persona, has dejado de quererla para siempre, y asombrosamente, ninguno de ellos se planteó esa cuestión. Por otro lado, Gregorio siempre había admirado a la pareja, él nunca había amado de la misma forma con la que se querían Antonio y Pilar, por lo que siempre le hechizó ver y comprender la ternura que había entre ellos. Con el paso de los años, Gregorio se convirtió en el testigo principal de la relación; la persona que mejor conocía el amor de su amigo hacia Pilar y, por consiguiente, 21 27º Concurso de cuentos 22 conocía también el dolor que aguantaba éste, el anhelo con el que convivía, y la necesidad de realizar el viaje, para así expresar un último adiós a su amada. Tras una semana, llegó el día de ponerse rumbo a Roma. Las maletas pesaban, pero más pesaba el cúmulo de sentimientos y sensaciones que Antonio oprimía en su pecho. Sentados ya en el avión, a instantes de despegar, ambos amigos se miraron y se transmitieron seguridad y apoyo; los dos percibían el miedo que flotaba en el ambiente y el misterio y la intriga de no saber que les esperaba en la ciudad italiana. Antonio llevaba consigo la carta que Pilar le había escrito días antes de morir, y también llevaba una foto de esta, que pensaba portar consigo durante todo su viaje. Pasaron cerca de tres horas para que el avión llegase a su destino, y cuando llegó, Antonio y Gregorio, haciendo señas y mostrando un mapa al conductor, cogieron un taxi y se dirigieron a la casa que habían alquilado, donde dejaron todas sus maletas y descansaron una hora, para luego salir de ella y dar un paseo por los hermosos y verdes prados de alrededor; el aire desprendía un suave y agradable olor a lavanda, y de vez en cuando, los amigos veían pasar a jóvenes parejas paseando, que golpeaban el corazón de Antonio, haciéndole recordar momentos similares con su mujer. Recordaba aquel viaje a Kenia, en el que su juventud era radiante, y aquel otro a Dinamarca, donde ya lucían sus anillos de marido y mujer. En definitiva, Antonio sabía que no debía llorar porque aquello hubiese terminado, sino reír porque había sucedido; pero era inevitable añorar aquella juventud. Gregorio rompió el silencio: -Esta tarde podríamos ir al centro y visitar alguno de los monumentos que os gustaría haber visitado a Pilar y a ti. -Como quieras. Siempre me dijo que le llamaba la atención la Capilla Sixtina, la Fontana de Trevi y el Coliseo. – Contestó Antonio con seriedad. -¿Y a ti, qué te llama la atención? Tienes que pensar en ti. Además, tenemos tiempo de visitar todo, así que tú eliges. -Podemos visitar la Capilla Sixtina y cenar en algún restaurante cerca de allí. -De acuerdo. – Contestó Gregorio. Silencio de nuevo. Tal y como planearon, aquella tarde visitaron la Capilla Sixtina, y durante el resto de su estancia, visitaron otros monumentos como la Piazza di Spagna, la Fontana di Trevi, el Coliseo o el Foro Romano, que poco a poco, enamoraron a los amigos. El país parecía tener vida propia, en las calles, las mujeres, alegres y vivarachas, gritaban desde los balcones a sus hijos, avisándoles de que debían subir a comer, y los comerciantes, en sus puestos de fruta y verdura, vociferaban los precios de sus productos. La Piazza di Spagna aguardaba al final de su escalinata, una gran fuente, la Fontana de la Barcaccia, que daba al lugar un aspecto encantador y mágico, y el Coliseo, considerado una de las siete maravillas del mundo, embrujaba a todo aquel que lo visitaba. Así era todo Roma, fascinante y hechizador. La última noche antes de su regreso a España, cenaron en un restaurante próximo al Panteón, y pasearon por la ciudad recordando anécdotas de su juventud. Cuando dieron las seis, y el De 12 a 14 años atardecer se aproximaba, compraron café y se prepararon para ver la maravilla que Pilar había citado en su carta. Hacía calor, y la suave brisa que azotaba era agradable. Antonio y Gregorio pasaron una hora contemplando y admirando el ocaso, el fin del día; y al finalizar este, ellos siguieron contemplando las estrellas, durante toda la noche, bajo un manto negro en el que cada una de las estrellas que lo llenaban evocaba una sensación diferente a la pareja de amigos. Sin cansarse ni inmutarse, Antonio y Gregorio simplemente se dejaron llevar y disfrutaron del paisaje, respiraron el aire puro de la ciudad y ambos se trasladaron a otras épocas de su vida. Antonio se sentía satisfecho de haber viajado al lugar donde su mujer querría haberlo hecho con él y haber disfrutado de ese atardecer con su mejor amigo. Sin embargo, cada día se sentía más fatigado. Dormía poco por las noches, y en esos ratos en los que descansaba, el mismo sueño se repetía: Pilar se acercaba a él, junto a otra figura irreconocible, y su voz, firme y contundente, le decía: “Ha llegado tu hora, el momento de reunirte conmigo y vivir junto a mí por siempre”. Ante este sueño, Antonio mostraba indiferencia; se mostraba impasible ante la idea de abandonar este mundo. Su único deseo era ser feliz con su mujer. A la mañana siguiente, tras haber cumplido la voluntad de pilar con su amigo, Gregorio despertó inquieto, con un nudo en el pecho que le angustiaba y no le permitía respirar con tranquilidad. Se dirigió a la cocina, que se encontraba vacía y silenciosa. El rumor de los pájaros, cantando en el jardín, llenaba la sala. Gregorio se extrañó de que Antonio no estuviese ya despierto, pues siempre se despertaba antes de que amaneciese. La opresión del pecho de Gregorio aumentó, y esta vez se dirigió al baño, a ver si su amigo estaba allí. Tampoco. Gregorio comenzó a inquietarse, y las manos comenzaron a sudarle frenéticamente. Corrió hacia la habitación, donde la puerta estaba cerrada. Llamó con los nudillos y no recibió contestación; llamó a su amigo a gritos y este tampoco contestó al otro lado de la puerta. Entró con miedo de que su peor temor se hubiese hecho realidad. Había notado a su amigo muy débil, sin fuerzas, esperando algo que iba a llegar pronto. La puerta se abrió, y dejó al descubierto a Antonio, postrado tranquilo en la cama, plácido, manso y sereno. Gregorio zarandeó a su amigo con el pánico dibujado en su cara, su rostro comenzó a temblar, seguía zarandeándole, con la esperanza de que este respondiese y despertase, pero eso fue algo que no sucedió. Pasaron varios minutos hasta que Gregorio aceptó la muerte de su amigo. Cuando hubo desahogado su pena y había aceptado que su amigo se había ido, telefoneó al hermano de Antonio para informarle sobre ello. Trasladaron el cuerpo a España, donde el sufrimiento de las personas que apreciaban al anciano era inmenso. Un entierro triste y gris, con un fallecido que murió enamorado de la única mujer que había llenado su corazón; dos almas destinadas a permanecer por siempre juntas, dos personas que, con mirarse, se transmitían todo. Antonio, Alegre y lleno de júbilo; Pilar, romántica y bondadosa, un ejemplo claro del significado del amor. Habían amado y sido amados, habían dado y recibido. Recordar es fácil para el que tiene memoria, olvidarse es difícil para quien tiene corazón; Antonio supo recordar y no olvidar, muriendo de pena en el camino. 23 27º Concurso de cuentos 24 De 15 a 20 años De 15 a 20 años COMPAÑEROS DE CAMINO. DAVID SANTIAGO HERNÁNDEZ VÁZQUEZ Esta noche la ciudad está vacía. Tan solo quedan los restos de algunos encuentros al término de un fin de semana invernal. Al llegar la mañana la actividad se volverá frenética y un ir y venir de coches y gentes por todas partes devolverá tranquilidad a los amantes de lo urbano. Mientras, mi compañero y yo patrullamos la ciudad en la unidad móvil que nos fue asignada hace dos años. Él conduce, y yo, desde mi asiento, le observo cambiar las marchas mecánicamente y mirar por los espejos alternativamente mientras me cuenta animado como su vecina de apartamento ha ido a su casa a pedirle un par de huevos. -¡Vamos, todo un clásico! me dice. Me refiero a lo ir a pedir para iniciar algo conmigo, pero mira que pedirme un par de huevos… Yo sonrío mecánicamente y, mientras continúo observándole, mi mente se retira del momento y recuerdo cuando yo trabajaba en los colegios como “policía de educación vial”. Cada semana recorría las aulas de un solo colegio y me dedicaba a enseñar normas de circulación a los niños. Era un trabajo muy grato ya que los niños eran muy agradecidos. Además, absorbían toda la información que luego ponían en práctica en un circuito que les preparaba en el patio del recreo. Durante toda la semana pasaban por el circuito todos los alumnos, desde los de tres años hasta los de doce. Todos en la familia se preguntan cómo después de tantos años de servicio como policía aún estoy patrullando y no en una oficina echando barriga. Les digo que me va la calle y que yo no estoy hecho para estar rodeado de papeles todo el día. Entonces asienten a mi explicación como dándome a entender que lo comprenden pero sin comprender nada. Mientras seguimos patrullando viene a mi mente el día en que pasé a aquella clase de primero de primaria. Era la primera vez que iba a ese colegio, así que la profesora de los niños me presentó como el policía Manolo y me dejó con ellos. Me llamó la atención un niño de ojos grandes que estaba sentado junto a la ventana muy cerca de la mesa de la profesora. Tenía aspecto de tener frío ya que estaba algo pálido, incluso se había dejado el gorro para entrar en clase. Quise entrar en ambiente y ganarme la confianza de los chiquillos así que les estuve preguntando los nombres, y, aunque eran pocos alumnos no me puede quedar con el nombre de todos. Él se llamaba Carlos. Estuvimos charlando un rato, y antes de entrar en materia con las normas de circulación adaptadas a su edad, les estuve preguntando qué querían ser de mayores. Casi todos me contestaron al unísono. La mayoría de ellos querían ser futbolistas, profesores, policías, médicos, abogados. En medio de aquella tormenta de profesiones escuché un “nada”. Era Carlos, aquel niño de ojos 25 27º Concurso de cuentos 26 grandes y rostro blanco, el que había respondido de aquella manera. Sin estar seguro de haber oído bien volví a lanzar la pregunta, esta vez dirigida hacia él. -Tú, Carlos ¿qué quieres ser de mayor? -Yo nada – contestó. Y mientras contestaba se quitaba con mano torpe el gorro que le cubría la desierta cabecita. -Yo no voy a ser mayor… Desde aquel día una relación especial despertó entre Carlos y yo. Mi mente regresa al coche patrulla en que me encuentro. Sigo observando a mi compañero, en silencio. Me mira y me dice: -¿Qué te pasa, que estás empanao…? -Sabes, Carlos, me alegro de patrullar contigo – le contesto. -Yo también, compañero, yo también. De 15 a 20 años DRAGONES. DANIEL ALONSO TORRES Nadie me hace caso. Mi madre no deja de llorar. La abuela lee un libro muy gordo, sentada al sol, y de vez en cuando me acaricia el pelo, y me dice, pobrecita. Nadie quiere poner la radio, y las vecinas se han ido, así que la casa está en silencio. Me he cansado ya de vestir y desnudar a la Nancy, así que ahora estoy pintando un sitio muy bonito, con flores y con un río pequeñito donde pescamos papá y yo, solos. Como antes, como cuando el rey de la casa aún estaba calladito en su cuna. Papá dice que hay que pintar lo que queremos, verlo y olerlo para conseguirlo. A mi me extraña mucho porque mira que he pintado a papá paseando conmigo, solos los dos, pero no ha funcionado, siempre había que llevar a cuestas al pesadito de mi hermano. Yo tenía que ir andando, pero él siempre iba encaramado a los hombros de papá. El muy listo, porque se cansaba, decía. Mira, nunca se cansaba de quitarme mis muñecas, y esconderlas, que no sé que hacía él escondiéndose por ahí con mis muñecas. Y yo no podía tocar sus coches, ni ese tirachinas tan bonito que le regaló papá, claro que lo tocaba sin que nadie se enterase. Me guardaba los huesos de las aceitunas, y cuando nadie me veía, disparaba con el tirachinas; al principio no daba nunca en el poste del jardín, pero luego he ido aprendiendo a hacer puntería, ahora puedo dar a un pájaro volando. No lo sabe nadie, porque mi madre dice que las señoritas no juegan con tirachinas. Las señoritas, es un rollo, no pueden hacer nada de nada, solo vestir muñecas, jugar a las comiditas y ponerse lazos en el pelo. Un rollo. Pero mi hermano si podía. Él era el rey, podía hacer lo que le diese la gana. Creo que si él no hubiese nacido yo podría haberlo hecho todo, porque antes yo era la princesita de papá y de la abuela, y me dejaban hacer todo. Luego, cuando él salió de la cuna, se acabó. Todavía era la princesita, pero sin reino, ni mimos, ni nada. Qué bonito me está quedando el río, con las piedras que brillan, porque las he puesto un poco de amarillo y blanco, como si les estuviese dando el sol. A mi madre le gusta salir al campo a buscar flores, por eso los domingos siempre nos vamos a una finca de la abuela donde hay muchas flores, y mariposas, y unas piedras muy grandes, con muchos picos que sobresalen; son mi castillo. Allí ponía a mi Nancy vestida de princesita, y colocaba flores en el balcón, y preparaba comiditas para todos los invitados, peo el tonto de mi hermano siempre me estaba molestando, y jugaba a tirar bombas, y lo llenaba todo de piedras y de trozos de ese tanque que se desmonta. Es como jugar a la guerra, decía. Tú eres la princesa y yo voy a rescatarte de los malos. El muy idiota, yo no necesito que me rescaten. Por eso, cuando encontré dos escorpiones grandes, de esos que tienen la pinza cargadita de veneno, como dice mi madre, le llamé para que viese a mis dragones. El se burló, eso no son dragones, dijo. Me dio tanta rabia que cogí uno, el más grande, y se lo puse a mi 27 27º Concurso de cuentos hermano delante, venga pelea con mi dragón, tonto, le dije. Y entonces, no sé lo que pasó, pero mi dragón mordió al príncipe guerrero. Luego todo fue un lío, carreras y llantos. Mi hermano se ha quedado allí, entre la tierra, metido en esa caja con crucecitas y un niño Jesús dorado que se parece al niño de la señora Concha. Ahora voy a pintar la caja, era muy bonita y seguro que le va a gustar a mi madre. Mi abuela dice que ya volverá la alegría a la casa, que todo pasa, pero también dice que ya volveré a tener otro hermanito. Y eso me tiene muy preocupada y, sobre todo, que si nos tenemos que ir a vivir a la ciudad ¿Dónde voy a encontrar yo dragones? 28 De 15 a 20 años EN EL JARDÍN YA NO HAY HADAS. CLARA AYALA MORA Es de noche, una risueña penumbra llena la habitación, Blanquita está tumbada en su cama. Somnolienta, abre su boquita, dejando escapar un tierno bostezo. -Mamá, tengo miedo. -¿De qué? -De la noche. -No puedes tener miedo. -¿Por qué no? -Porque hay unas hadas que te protegen todo el rato. -Mamá, las hadas solo pueden vivir en jardines. Mamá se va. Vuelve con una maceta del balcón. Se la enseña a Blanca. La niña sonríe. Mamá vuelve a irse y regresa, ha dejado la flor en el salón. Los mofletes de Blanquita relucen en la noche cuando sonríe, parecen pequeños globos carnosos. Presa del sueño, la niña se pelea con sus ojitos para que no se cierren. Mira a mamá. La observa. Desea atrapar cada minuto con ella, cada uno de sus movimientos. Mamá la arropa. Blanca saca su rechoncha manita desde debajo de las sábanas y acaricia a mamá. Lo hace suavemente. Desliza cariñosamente sus deditos por su piel. Sabe que a mamá no le gusta que le presionen fuerte. Mamá sonríe y su mirada se queda suspendida en el firmamento de su pequeño refugio compartido para regresar cuando escucha la profunda respiración de su hija. De repente, Blanca se despierta sobresaltada y abre los ojos rápidamente. En su carita se atisba una leve mueca de miedo. Respira agitadamente durante unos minutos. Serán las dos, las tres o quién sabe qué hora, pero ella se incorpora. Escucha atentamente en la oscuridad. Un llanto. Se oye un llanto sordo, el mismo llanto de siempre, el mismo sonido nervioso y angustiado que estremece el silencio cada noche. Blanca cae en la cuenta y respira pensativa. Mamá dice que la que llora es la vecina de arriba, que se ha hecho una pupa que nadie puede curarle. Como todas las noches, Blanquita pasa la noche pensando en su vecina, ojalá se cure. Finalmente, la madrugada se traga las lágrimas para dar paso a otro día más. Ese mismo día, al volver al colegio, en el ascensor, Blanca y mamá se encuentran con su vecina del piso de arriba. Repentinamente Blanca coge la mano de la vecina la da un beso. -Ojala te cures pronto. – exclama. Y coge la mano de su madre, atónita para salir alegremente del ascensor. Otra vez llega la noche. La misma escena de siempre. Mamá espera a que Blanquita se duerma y cierra la puerta. La pequeña vuelve a despertarse de madrugada. Esta vez, sus inocentes lágrimas 29 27º Concurso de cuentos 30 acompañan al ahogado llanto nocturno: está triste porque su beso no ha conseguido curar a la vecina. La noche siguiente pasa lo mismo, pero esta vez, Blanca, cansada de que su amiga lo pase mal y de que noche tras noche se repita la misma historia, se levanta decidida de la cama, sus pasitos, silenciosos, llegan hasta la puerta y, apoyándose en ella con la barriga, se pone de puntillas, alzando sus manitas y acariciando el picaporte con sus dedos regordetes. Parece que no llega. Pero, en uno de sus saltitos lo alcanza, y logra agarrar el picaporte, abriendo la puerta y abalanzándose hacia el otro lado. Violentamente, mamá, que está al otro lado de la puerta, la cierra de un portazo. Blanca se ha pillado el dedo. Lloros. Gritos. Papá, que ya ha llegado a casa, también parece enfadado. Gritos. Mamá agarra a Blanca. Papá también agarra a Blanca. Papá dice que no. Mamá grita que sí. Papá mueve mucho las manos. Mamá retrocede un poco. Papá sigue gritando. Blanca llora. Mamá se calla. Mamá se va. Vuelve con el bolso y se lleva a Blanca en brazos. Taxi. Hospital. Sala de espera. Pasillo. Escaleras arriba. Pasillo. Pasillo. Escaleras arriba. Pasillo. Escaleras abajo. Pasillo. Pasillo. Sala de espera. Doctor. Pasillo. Pasillo. Muchas escaleras. Muchos pasillos. Una puerta que gira. Taxi. Portal. Silencio. Blanca mira a mamá. Mamá mira a Blanca. -Vamos a desayunar. – Mamá se lleva a Blanca a tomar un chocolate a un bar. -No vuelvas a abrir… ¿Por qué esto es lo primero que dice mamá? Blanca calla y baja la cabeza. Sus labios se aprietan el uno contra el otro, empequeñeciéndose. Debajo de la mesa sus pies se balancean. -No quiero que vuelvas a abrir ¿me oyes? La cabecita de la niña asiente. Mamá paga y vuelven al portal. Mamá quiere mirar la hora. Estirar el brazo lentamente y con una cara extraña. Se da cuenta de que no lleva reloj. Mira al cielo, buscando una respuesta entre las nubes. Opta por rebuscar en su bolso hasta que encuentra las llaves. Las coge y se le caen. Sus dedos tiemblan. Por fin, abre. Una vez en casa, Blanca pregunta: ¿Por qué no quieres que abra la puerta? si ya estamos protegidas, mamá. -Blanca, hay veces que no. -Pero… -Sí, te dije que las hadas nos protegen. Pero las hadas no están siempre, así que es mejor cerrar la puerta ¿vale? -. Blanca abraza a mamá. Mamá abraza a Blanca. Esa madrugada vuelve a pasar lo mismo. Blanca vuelve a despertarse. Escucha los gritos de siempre. No se da cuenta de que esta vez se dicen más cosas con las manos que con las palabras. Al otro lado de la puerta todo pasa muy rápido. Lo suficiente para que, en un arrebato de papá, mamá caiga sobre la mesa y tire la maceta al suelo. La cerámica se rompe en mil pedazos y la tierra sepulta la flor por completo. Mamá cae. Papá se va. Se va para siempre. De 15 a 20 años A la mañana siguiente, Blanquita se levanta de la cama y, tras conseguir abrir, llega al salón. Sosteniendo entre sus manitas la quebrada flor, se acerca a su mamá, que está tumbada en el suelo. -En el jardín ya no hay hadas, mamá. – Pero mamá no contesta. 31 27º Concurso de cuentos 32 A partir de 21 años A partir de 21 años UNA TÓNICA Y UN BITTER. LAURA LEÓN VÁZQUEZ Darío era una de esas personas que piden una tónica mientras esperan. Detrás de su mirada plácida de tortuga, se escondía un comprador clandestino de primeras entregas de colecciones de quiosco. Acodado en la barra del bar, tarareaba la sintonía de la última vuelta ciclista a España. Así estrenaba las tardes al salir del trabajo. Subía una pierna al reposapiés de la barra, acariciaba con el pulgar su vaso resbaladizo y sentía que ya había conquistado la naturalidad. En realidad, Darío estaba esperando el momento de empezar a esperar a alguien. Desde una de las mesas de cerca de la ventana, Tina se entretenía haciendo sopas de letras. Comisqueaba como una ardilla los cacahuetes que el camarero le había puesto en un platito ovalado para que se pidiera otro Bitter Kas. A Tina le gustaba ese bar. Solo barrían por las mañanas y por las noches y, a esa hora de la tarde, el suelo estaba pegajoso, lleno de servilletas usadas, huesos de aceitunas y serrín. Además siempre tenían bitter y no ponían ninguna mueca rara cuando lo pedía. Tina miraba por la ventana cómo subía y bajaba la marea del tráfico de la tarde y de reojo hacia la barra donde estaba Darío con su tónica. Con un gesto pidió otro Bitter Kas. El camarero agarró una pajita para usarla de marcapáginas en la novela que estaba leyendo y que dejó en el hueco de debajo de la barra. Para él, ese hueco era como el de debajo de la escalera para algunos niños: el lugar de los secretos. Ahí escondía su pasión por leer y crear historias, ahí guardaba todos los mundos posibles. El camarero llevó el bitter a la mesa. “Le invita el señor”, inventó como si escribiera la primera línea de uno de sus relatos. Su dedo señaló con discreción hacia Darío. Tina quiso agradecer desde su mesa el detalle, pero él no miraba. De repente por la calle pasaron dos ambulancias seguidas y Darío volvió la cabeza hacia la cristalera que quedaba junto a la mesa de Tina. Ella aprovechó para sonreír y levantó su vaso de tubo con la bebida rojiza brindando con Darío. Aquel gesto inesperado desbarató la aparente armonía de Darío que bajó de golpe la pierna del reposapiés de la barra y esquivó la mirada de aquella mujer con sonrisa de baile de disfraces. Un trago de tónica le hizo recordar que la había visto por allí alguna otra tarde, con el mismo chaquetón de estampado descolorido y los mismos ojos negros enormes. Tina también se quedó desconcertada. Volvió la vista a su pasatiempo y rodeó con el boli una palabra que ya había marcado antes. 33 27º Concurso de cuentos 34 Excitado con el cóctel de realidad y ficción, el camarero abrió una tónica frente a Darío y mientras se la servía le dijo: “Le invita la señora” y con una sacudida de cabeza señaló a Tina aprovechando que andaba enfrascada en la sopa de letras. Y como ella seguía sin mirar, Darío cogió su tónica, cruzó el bar hasta la mesa de Tina que, al verle llegar, se agarró a su bitter como a un salvavidas. “Gracias”, dijo agitando su vaso. Tina frunció el rostro hasta que se convirtió en una interrogación. Se miraron. Darío de pié y Tina sentada. Mientras, el silencio se acomodaba en la silla vacía junto a ella sin la coartada de una bebida para disimular. Tina sintió que se estaba ruborizando. Darío la veía ruborizarse y le preocupó que a él empezara a movérsele la ceja sola. Tina además pensó que le gustaba el pespunte de barba de Darío. Él se fijó en los cabellos finos de ella e imaginó su aroma a champú de lavanda o de limón. “Ahora, de verdad, ¿te apetece tomar algo más?” le preguntó al rato Darío. Al camarero no le importó que se fueran sin pagar. Los dos sonreían. Tina por las ganas de acercarse a su cuello para respirar lo que quedaba de su perfume mezclado con el olor al trasiego de todo el día. Darío porque presentía que había llegado el momento de empezar a esperar a alguien. A partir de 21 años VÉRTIGO. FRANCISCO GARCÍA OBLANCA Observo al instructor desplegar cuidadosamente la tela del parapente sobre la hierba del Pirineo. Después, revisando una a una las cuerdas extendidas en el suelo, viene hacia mí, comprueba mi arnés, se coloca a mi espalda y engancha nuestros amarres, comenzando a desgranar las últimas instrucciones: -Ya sólo nos queda esperar una pequeña brisa que nos ayude a despegar. Somos un equipo, en el momento en que oigas mi orden, corre, corre sin parar, nuestras carreras sincronizadas harán que el parapente se eleve y nos saque a volar. Cuando estemos en plena carrera, la tentación de sentarte será muy fuerte, pero no has de hacerlo, debemos de seguir corriendo hasta que no haya tierra bajo nuestros pies. Una vez en el aire, será el momento de acomodarnos en las sillas y disfrutar. ¿Entendido? -Sí, creo que sí. -Bueno, David, tú tranquilo, te cierro el casco y a esperar. ¿No tienes miedo, verdad? Me oigo decir que no, pero mi cuerpo es un flan que no para de temblar. Yo, el campeón del vértigo, intentando volar, amarrado a un desconocido y suspendido de este maldito artefacto al que llaman parapente. ¿Qué clase de broma macabra es esta? Entonces llega la orden. -Ahora, David ¡Corre! ¡Corre! Comienzo a correr ladera abajo, noto la mole del instructor galopando tras de mí, empujándome, corro como si me fuese la vida en ello. El asiento que llevo pegado a mi espalda me incita a sentarme, pero no lo hago, no debo hacerlo. De pronto ya no puedo correr, no hay tierra bajo mis pies, debemos estar volando, cierro los ojos, no quiero verlo, el terror me domina. Estoy suspendido en el aire y noto una silla pegada a mi trasero, intento acomodarme en ella, imposible, el miedo agarrota todo mi cuerpo, quisiera gritar, pero tampoco puedo. Vuelvo a oír la voz del instructor y parece que eso me tranquiliza: -Ya puedes instalarte cómodamente en tu silla. ¿Qué tal? ¿las vistas son preciosas, verdad? ¿Pero es que este maldito instructor no puede callarse nunca? Encima no consigo acordarme de su nombre. ¡Ah!, si, Felipe, se llama Felipe, me lo dijo en alguna de sus interminables peroratas. -Son preciosas, Felipe – vuelvo a mentir, porque mis ojos siguen cerrados. Él no para de hablar para intentar tranquilizarme, pero yo necesito un poco de silencio para recuperar el control de mi propio cuerpo. Creo que ni siquiera soy dueño de mis esfínteres, podría sentir que me voy patas abajo en cualquier momento y sería incapaz de evitarlo, no tengo ninguna 35 27º Concurso de cuentos 36 potestad sobre mí. A ver si logro serenarme un poco. Por fin he conseguido sentarme en la silla, ahora tengo que abrir los ojos, es parte del plan, no puedo fallar. Y el pesado éste que vuelve a la carga: -Qué maravilla de vistas ¿eh, David? ¿Qué sientes? ¿Es como esperabas? -Sí, es realmente precioso – miento de nuevo. ¡Qué palizas es éste tío! Además ¿por qué ese empeño en llamarme David? Mi nombre es Eloy. ¡Ah!, ya lo recuerdo, para el vuelo me inscribí con tu nombre, también era parte del plan. Y tengo que abrir los ojos, eso es importante, pero no puedo, no me obedecen, el pánico no me deja abrirlos. Entre esa maraña de miedos, deseos y sentimientos, a mi cerebro llega otra voz, una voz amiga, no la de éste pesado de instructor, ni la mía propia, sino la tuya David, te oigo claramente: -Por favor, Eloy, tranquilízate. Has logrado lo más difícil, estás volando, ya ha pasado lo peor, pero tienes que abrir los ojos. Necesito ver lo que tú ves, si no el plan no funcionará. Hermanito, hazlo por mí, supera tus miedos y abre los ojos. -¿El plan? Pero…tú no puedes saber nada del plan, el plan lo ideé yo porque tú estás… De pronto mis párpados se abren solos, un inmenso azul desgarra mis pupilas, puedo mirar hacia abajo. Las vistas son preciosas, es lo más cercano al Paraíso que podría imaginarme: todo es pequeño desde aquí arriba, las casas, las personas, el camping, el río; el conjunto parece perfectamente dibujado a una escala milimétrica, inmensamente diminuto, pero maravillosamente bello. Y lo más hermoso de todo es que sé que tú también lo ves, te siento, sé que estás aquí arriba, conmigo, a mi lado, te he recuperado. El pesado de Felipe insiste de nuevo, pero da igual, ya no le escucho. A mi interior llegan otros sonidos, lejanas voces procedentes de una fría sala de hospital, oigo a nuestra madre gritar: -¡Enfermera! ¡Doctor! ¡Que venga alguien por Dios! Mi hijo se ha despertado. -Doña Josefa ¿qué son esos gritos? ¿qué ocurre? ¿por qué está llorando? -Es de alegría, Carmen, es por mi hijo David que ha despertado, se mueve, habla, dice que está con su hermano gemelo en Castejón de Sos, volando en para…en para no sé qué. Qué maravilla oírle hablar, aunque sean incoherencias, pero habla, mi niño habla de nuevo. Por favor, avise al doctor, Carmen, que venga enseguida, tiene que ver esto. Ay, si tu hermano Eloy pudiese estar aquí, sería tan feliz como yo misma. -Hermano, no dejes que bajemos. Remonta, remonta, tenemos que seguir volando. ¡Subamos más arriba! ¡Más! Más! -David, David ¿me oyes? Soy yo, mamá, mamá. ¡Hijo mío, qué alegría! A partir de 21 años INESPERADO OTOÑO. JUAN PABLO ARELLANO CONEJO Soy podador. De altura. Estoy acostumbrado a ver el mundo desde arriba, muy arriba, enganchado a mi arnés y sintiendo la fuerza del árbol, su olor, su latido vital. Porque los árboles están vivos y eso lo olvidamos con frecuencia. A Rocío, mi novia, le gustaba decir que yo era peluquero de árboles. Supongo que le resultaba familiar aquello de retirar ramas rotas, como cuando vas a la peluquería y pides que te corten las puntas; eliminar un nido de procesionaria es dar un tratamiento anticaspa; unos cortes con precisión para dejar un árbol redondeado, igual que un buen corte de pelo. Si, cuando le conté a qué me dedicaba, me entendió perfectamente: ella era peluquera. Tal vez fue esa afición por la poda lo que nos unió. Rocío me dejó hace unas semanas. Por un tipo con coche de alta gama, uno de esos señoritingos de traje de marca y unas manos preciosas. Eso fue lo que me dijo: unas manos preciosas. Desde entonces, me miro las mías. Son fuertes, precisas, hábiles. Puedo sentir la fuerza de sus músculos, sus tendones flexibles, la sangre que corre deprisa por ellas y parece trasladarse a la savia del árbol. O de la savia a mi sangre, no sabría decir. Es como cuando Rocío, en aquellos primeros meses de magia, me miraba a los ojos. Sentía que toda ella entraba dentro de mí, o todo yo dentro de ella, porque éramos uno. Solo uno. Después que Rocío me dejara, la herida abierta de la rama recién cortada elevaba una hoguera que se encendía en mis tripas, que me abrasaba y se expandía por todos mis músculos. No sé porqué asociaba de ese modo tan cruel la savia de mis árboles con sus ojos, pero no me hacía ningún bien. Por aquellos días me planteé incluso dejar de podar, dedicarme a otra cosa, no volver a trepar el tronco, dejar de sentir como el aire se cuela entre las ramas, agita las hojas, y un olor primitivo te va envolviendo. Dejar un oficio tan peligroso y bajar a la tierra, ver el mundo desde abajo, como ella, como casi todos. Pero no sé hacer otra cosa. No quiero hacer otra cosa. Una mañana de invierno, el viento arreciaba entre los árboles mientras yo daba forma a una encina, mi árbol preferido. Disfrutaba de su aliento a madera robusta, de la rugosidad de su tronco, del tierno aroma que emanaba de toda ella.. De pronto todo a mi alrededor se fundió a blanco. Fue una sensación extraña, como si me sintiese caer, escuché el sonido de mis huesos quebrados impactando sobre el suelo. Cuando bajé decidí no regresar. Me interné en el bosque, y subí por la orilla de un río de aguas limpias. Comencé a ver árboles inmensos, de variedades desconocidas para mí, de corteza suave y olorosa, con ramas colosales, tapizados de flores que preñaban el aire de un aroma a perpetua primavera. Y una hierba verde, suave, como de bebé recién nacido cubría el suelo. Me sentí el hombre con mayor suerte del mundo. He aprendido de los elfos los cuidados 37 27º Concurso de cuentos 38 esenciales de este bosque encantado, mis habilidades en las alturas son extraordinarias, ya no necesito arnés para sujetarme, he olvidado a Rocío y vivo mis días feliz, encaramado a las ramas, sintiendo sobre mi piel los cálidos rayos del sol de ésta eterna primavera. Aunque desde hace un par de noches, la voz angustiada de mi madre turba mi sueño. La escucho llorar, siento el calor de sus manos en mi cara. Sus besos tiernos, su mano apretada a la mía. Y una palabra se ha instalado dentro de mi cabeza y no quiere abandonarme: desconexión. Las hojas del bosque han comenzado a tornarse amarillas y a caer, y eso es imposible en Rivendell. ¿De dónde sale este otoño?