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Prólogo: explorar nuestros límites
«Se buscan hombres para viaje peligroso. Salario bajo, frío
agudo, largos meses en la más completa oscuridad, peligro
constante, y escasas posibilidades de regresar con vida. Honores y reconocimiento en caso de éxito.»
Este fue el anuncio que insertó Ernest Shackleton en The
Times en 1914, para reclutar a los 27 hombres que formarían la expedición que debía atravesar el Polo Sur.
He iniciado el prólogo con este anuncio, porque a pesar
de que estuvieron más de dos años perdidos en el Polo Sur y de
que la expedición fracasó, Shackleton fue un emprendedor
y el espíritu que aportó a su empresa tiene mucho que ver
con los riesgos que deben aceptar los emprendedores durante el inicio y desarrollo de sus proyectos: Será un viaje peligroso…
Los proyectos empresariales de los emprendedores tienen características diferenciales, pero todos sin excepción
tienen una gran afinidad con el contenido del anuncio de
Shackleton; una idea, desarrollo del proyecto, búsqueda de la
financiación, aceptación de los riesgos, una enorme soledad
y mucha capacidad de sacrificio.
El emprendedor nunca sabrá de lo que es capaz si no toma
la decisión de explorar sus propios límites. ¿Qué existe más
allá de nuestro horizonte? Para saberlo es preciso viajar hacia
él, aceptar los riesgos, las angustias, el agotamiento y también
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el miedo, ese miedo al que hemos de ser capaces de mirar fijamente a los ojos para vencerlo.
Es muy probable que si a lo largo de la vida hubiera
aceptado los consejos de las personas que me quieren, mi
vida hubiera sido muy aburrida y probablemente estaría sumido en una permanente depresión. Sus buenos deseos consistían en recomendarme que tuviera un trabajo seguro, con
horario y sueldo fijos, con los fines de semana libres, uno de
esos empleos donde uno conoce los días de vacaciones que
tendrá a lo largo de toda su vida, e incluso lo que percibirá,
probablemente, el día de la jubilación.
Sin embargo y con gran preocupación de todos ellos, escogí otro rumbo, el de la creación de empresas, el de las
competiciones de motor por África y el de las regatas en solitario por el océano Atlántico. Es decir, las antípodas.
La seguridad profesional suele ser una trampa, una prisión de donde resulta imposible salir a tiempo.
Una inquietud, un sueño, debe materializarse. Soñar sin
actuar conduce a la frustración permanente. Sin acción,
nunca habrá reacción.
La pasión y el instinto suelen arrastrarnos hacia universos
inimaginables. La exploración permanente de los límites proporciona experiencias que han influido y formado el carácter
de muchas personas, entre ellas, el de Albert Bosch.
El viaje del emprendedor, es la historia de aquellas personas que son capaces de dejarse arrastrar por su instinto, su
pasión, añadiendo también una buena dosis de reflexión.
Sus vidas nunca serán grises. Podrán tener más o menos éxitos, podrán sufrir fracasos, pero lo habrán intentado y eso
les proporcionará una experiencia y una formación de gran
utilidad.
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Prólogo: explorar nuestros límites
Un emprendedor no debe tener como objetivo esencial el
resultado económico, ello debe ser la consecuencia de un
trabajo excelentemente realizado. El éxito inicial es la creación del proyecto y su sostenibilidad económica. Albert
Bosch ha pasado por todo esto, ha conocido la angustia que
produce la responsabilidad de tener que tomar decisiones en
donde, además de poner en riesgo el proyecto empresarial,
se corre el peligro de perder la vida. Un error en el cálculo
sobre la altura de las grandes dunas de Mauritania, un error
a la hora de escoger el rumbo adecuado en el océano de arena del desierto del Teneré, un error al cruzar una grieta en la
nieve del McKinley, un error a la hora de asegurar el arnés
en una pared del Everest y… En ese instante el resultado del
«proyecto» ya no tiene ninguna importancia.
Albert Bosch ha sido un emprendedor que ha pasado su
vida explorando qué había más allá de sus límites. Ahora,
como empresario, consejero y excelente deportista, ha acumulado una enorme experiencia que ha decidido trasladar a
este libro impregnado de enseñanzas y de respuestas sobre la
interrelación de las experiencias personales de alta intensidad y la vida empresarial.
Albert Bosch ha escrito un libro excelente, de gran utilidad que, entre otras cosas, nos enseña a reflexionar sobre
los peligros, pero también sobre las ventajas de intentar un
objetivo empresarial.
Cuando lo he leído, me han llamado la atención muchas
frases por su claridad y elevado contenido. Entre ellas he
querido destacar la definición que hace la Real Academia
Española de la Lengua para el término «Aventura»: «Empresa de resultado incierto o que presenta riesgo».
Albert Bosch también advierte a todos aquellos que se
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decidan a arrancar un proyecto empresarial: «el emprendedor que no sepa ser feliz en la incertidumbre, sufrirá mucho,
no será eficaz y además se estresará y estresará a su equipo».
Pero a pesar de todo cuanto he relatado en mi prólogo,
deseo terminarlo con otra frase del propio Albert: «El gran
error está en no intentarlo».
Juan Porcar
Consejero delegado del Grupo Alesport
Presidente del INDESCAT
(Associació Catalana de la Industria de L’Esport)
Premio al mejor dirigente del año 2008 (Asociación
Catalana de Dirigentes del Deporte.
Primer piloto español en el Rally Dakar (1982),
12 participaciones, 2 veces clasificado
entre los 10 primeros (auto)
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Érase una vez… un aventurero
Se había planteado un gran reto... Sabía que le supondría
muchos sacrificios y arriesgarse a un gran fracaso, pero no
era una persona que quisiera hacer sólo lo que tocaba. Su
inquietud le empujaba a lanzarse a aquella aventura incierta
que todo su entorno le decía que era casi imposible de lograr.
Con muchas dudas y fundados temores, pero haciendo
valer su convicción de que tenía que probarlo, decidió finalmente meterse a fondo en su proyecto y estableció un plan
de acción para ponerse en marcha de inmediato.
Los preparativos fueron complejos y, en más de una ocasión, la angustia y las dudas sobre el paso que se disponía a
realizar estuvieron a punto de hacerle renunciar. Pero se había impuesto perseverar y avanzar hacia su meta, a pesar de
que tuviese que pagar un alto precio por el intento. Había
llegado a un punto en el que sabía que ya no podría vivir con
la sensación de frustración hacia sí mismo por no haber tenido el coraje de probarlo. Él quería hacerlo. Estaba convencido. Y hubiese sido un acto de cobardía personal el hecho
de escoger alguno de los otros caminos más fáciles y seguros
que tenía por delante, en lugar de seguir la ruta de sus deseos más sinceros.
De repente, se encontró inmerso en la gran aventura de
su vida. Ya no había marcha atrás. Dinamitó los puentes al
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cruzar los últimos ríos y ya sólo podía tirar hacia adelante,
costase lo que costase.
A menudo se encontraba muy solo ante aquel reto que,
en demasiadas ocasiones, le superaba. Si bien, poco a poco,
se fue rodeando de gente que confiaba en su liderazgo y en
el viaje que se había propuesto, había tantas incertidumbres
por delante que sólo él podía aprender a convivir realmente
con ellas, él era el único que en ningún momento podría
desentenderse del proyecto si este iba mal.
Vivía en una situación de riesgos constantes que le habían hecho cometer errores importantes en demasiadas ocasiones, lo que parecía dirigirlo hacia un estrepitoso fracaso.
Pero su compromiso era muy alto y no tenía plan B por si
todo se iba a pique.
Además, su ambición por conseguirlo era tan fuerte que
le ayudó a enderezar la tendencia en más de una ocasión, a
pesar de que las circunstancias parecían indicar que era del
todo imposible.
Por el camino perdió el soporte de gente en la que confiaba, y se encontró una vez tras otra a muchos críticos con
su actitud tozuda ante un entorno y unos resultados tan
poco alentadores. Pero él notaba que todo aquel panorama
tan duro le iba haciendo más fuerte, y que si había sido capaz de salir de situaciones delicadas, también tendría la suficiente fortaleza para continuar hasta el final, aunque acabase fracasando.
Cada vez se sentía más feliz, porque entendía que el
fracaso no era el no conseguir el objetivo, sino el no intentarlo.
Intuía que iba por el buen camino a pesar de que los
análisis de la situación aportaban resultados confusos y con16
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Érase una vez… un aventurero
tradictorios. Muchas veces tomaba decisiones que no parecían del gusto de todos, pero él pensaba que era el mejor
camino a seguir.
Después de mucho tiempo luchando, cuando la situación
llegó a un punto excesivamente crítico, y ya parecía del todo
seguro que las cosas acabarían de la peor de las maneras,
sucedió un hecho que le abrió claramente las puertas de la
esperanza.
Fue entonces cuando todo lo que había estado haciendo,
todo el sufrimiento acumulado, toda la lucha pasada y todos
los errores cometidos viraron a su favor y le dieron una fuerza increíble para poder avanzar con pasos seguros hacia un
resultado, excelente para los objetivos iniciales, que se había
marcado tanto tiempo atrás, cuando esta meta era sólo un
sueño imposible.
Había tenido éxito, y eso se notaba en casi todas las vertientes de su vida. Ahora muchos de los que le habían tratado de loco o inconsciente decían que era un héroe. Otros le
envidiaban. Muchos le reconocían la gesta realizada. Y ahora le sobraba gente para poder formar equipo en otras fases
del proyecto.
De repente, se dio cuenta de que todo aquello para lo que
luchaba había dado sentido a su vida. Pero sólo él, y nadie
más que él, sabía también que aquel éxito era solamente una
parada en el trayecto. Ahora estaba más consolidado y todos le respetarían mucho más; pero para mantener lo que
había conseguido, todavía eran necesarios muchos más esfuerzos. Y también había aprendido a conocerse muy bien, y
entendía perfectamente que aquel carácter inconformista
que le había llevado a lanzarse a la aventura extrema en una
ocasión no había desaparecido por el hecho de haber alcan17
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zado su objetivo. Por la cabeza le rondaban ya nuevas metas,
a las cuales, sabía con certeza que no se podría resistir. Se
había convertido en un verdadero aventurero. Era todo un
emprendedor.
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La aclimatación
Este es un libro que reflexiona y promueve una actitud emprendedora ante la vida en general, aunque está dedicado
especialmente a los empresarios como colectivo que tiene un
papel fundamental en la sociedad, gracias a su espíritu inquieto y a un carácter luchador que les lleva a sacar adelante
sus proyectos. Afrontando siempre caminos llenos de peligros, oportunidades, éxitos, fracasos, incertidumbres y un
sinfín de dificultades que, como expondremos más adelante,
les asemeja a unos verdaderos aventureros. Unos personajes
inmersos en una sociedad muy compleja que tiende demasiado a menudo al conformismo y a la comodidad, antes que al
esfuerzo y a plantearse nuevos desafíos. Una sociedad que
pocas veces valora el sacrificio sincero, o aplaude el tan escaso éxito, pero a la que sí le gusta cebarse en el fracaso.
Aquí los protagonistas son los «emprendedores», no los
«gestores de empresas». Estos últimos me merecen, evidentemente, todo el respeto del mundo. Sin embargo, aunque
realizan una labor clave en las organizaciones, y comparten
el mismo entorno profesional que los primeros, difieren de
ellos en algunos factores esenciales que no los hacen ni mejores ni peores, pero sí distintos.
Utilizo en este libro el término «empresario» para referirme al verdadero emprendedor de un proyecto, bien porque lo haya iniciado él, bien porque haya continuado un ne19
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gocio familiar, o bien porque lo haya comprado en una fase
determinada.
Sean del tamaño que sean; facturen lo que facturen; den
o no trabajo a mucha gente; existan desde hace meses, años o
generaciones; posean toda o parte de la sociedad; sean sólidas corporaciones con gran reconocimiento, pequeñas empresas o incluso autónomos, todos los empresarios poseen
unos rasgos comunes que les hacen especiales. Y seguro que
uno de los que quizá mejor define este eje común entre todos
ellos sea: el compromiso absoluto.
Creo no equivocarme si digo que llevar a cabo un proyecto empresarial requiere siempre un elevadísimo grado de
compromiso que, necesariamente, todo miembro del colectivo emprendedor debe tener. A diferencia de cualquier otra
profesión, aquí no se puede desconectar cuando se quiere;
no se puede cambiar de trabajo si uno no está motivado, si
las cosas no van bien o si se puede ganar más en otro sitio;
no se puede culpar a alguien de más arriba, porque ya no lo
hay; y sobre todo, no se puede marcar una línea clara entre
lo que es la vida personal y la empresarial.
Si un empresario logra llevar su barco al buen puerto del
éxito, todos los esfuerzos habrán valido la pena. Pero si el
oleaje era demasiado alto, los vientos excesivamente fuertes
o la ruta escogida resultó estar infestada de piratas, él difícilmente podrá saltar al agua, porque el primer día se regaló
a sí mismo una cadena con la palabra «compromiso» grabada y con ella se ató al timón de la nave. Luego, aunque el
barco salga en muy mal estado de todas las inclemencias,
tendrá que continuar navegando con él sin demasiadas o
ninguna alternativa. Y si se hunde, muy probablemente se
irá a pique con él, y serán muy pocos los que conseguirán
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La aclimatación
volver a subir a flote, salvarse y recuperar la energía, confianza e ilusión suficiente para algún día fletar otra nave.
Con demasiada frecuencia el empresario ha sido injustamente valorado por la sociedad. Mucha gente aún tiene en
la mente consciente o subconsciente la imagen del empresario como la de un señor con esmoquin y sombrero de copa,
que se fuma un gran puro mientras con la otra mano sostiene una copa de coñac, y cuyo deporte favorito es especular
y explotar a los trabajadores.
No digo que todos los empresarios sean unos santos; y
seguro que habrá bastantes que no merecen demasiado respeto. ¿Pero acaso cada colectivo no tiene sus manzanas podridas particulares? ¿Todos los policías, jueces o políticos
son corruptos porque hay unos cuantos que actúan al margen de la ley? ¿Todos los funcionarios son unos vagos porque hay unos cuantos que aplican la ley del mínimo esfuerzo? ¿Todos los trabajadores son unos inútiles porque hay
algunos que no se responsabilizan ni implican en serio en su
trabajo?
A veces parece que, exceptuando algunos premios y reconocimientos aislados, un empresario siempre tiende a ser
mal visto por la opinión pública. Si gana mucho dinero, que
suele ser el caso de una minoría, acostumbra a crear recelos,
envidias o incluso comentarios agresivos sobre lo escandaloso de ganar tanto, o sobre si gana más que algún otro, o
sobre el dudoso proceso que le ha llevado a esos resultados.
Y si no gana mucho o llega a fracasar en su proyecto, resulta
que era un inepto, con nula visión de los negocios, que nunca debería haberse dedicado a eso y, sea por el motivo que
fuere, pasa a formar parte de una especie de grupo de apestados porque un día tuvo la osadía de arriesgarse a hacer
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algo en lo que creía, con la intención de crear riqueza para sí
mismo y para mucha otra gente, y le fue mal.
Ojalá tuviésemos en nuestro país muchísimos empresarios como Amancio Ortega (Inditex-Zara), Isidoro Álvarez
(El Corte Inglés), Isaac Andic (Mango), Felipe de Benjumea
(Abengoa), Esther Koplovich (FCC), Antonio Pont (Borges),
Rosa Tous (Tous), etcétera. O también, muchos como Bill
Gates (Microsoft), Steve Jobs (Apple), Richard Branson
(Virgin), Anita Roddick (The Body Shop) o Ingvar Kamprad
(Ikea). Y ojalá tuviésemos un tejido todavía mayor de empresas pequeñas y medianas que fuera más sólido y más potente.
Sería genial tener muchísimos emprendedores que ganasen dinero, y con ello diesen trabajo a gran cantidad de gente, aportando en general, y gracias a su iniciativa y ambición, mucha riqueza y bienestar a nuestra sociedad.
Pero, como ocurre siempre, para que existan muchos casos de éxito es necesario que haya muchísimos intentos
y, por supuesto, un enorme número de fracasos por el ca­
mino.
Quiero desde aquí reivindicar el valor fundamental del
papel que tienen los emprendedores en nuestra comunidad.
Ellos son el verdadero motor de arranque y mantenimiento
de nuestro estado de bienestar.
También quiero descargar a los empresarios de la posible
culpa que se les pretende otorgar por algunos de los males
más preocupantes de la sociedad capitalista actual. Vaya por
delante que yo pienso que el capitalismo ha sido el sistema
que más progreso y libertad ha aportado a la humanidad en
toda su historia. Parafraseando lo que Churchill opinaba sobre la democracia podríamos decir que el capitalismo «es el
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peor de los sistemas económicos, con la excepción de todos
los demás que se han intentado». Sin embargo, ello no excluye que no tenga importantes defectos que, entre todos, debamos corregir o erradicar directamente. Pero no vale aprovecharse y jactarse de todo lo bueno que el capitalismo nos
aporta en forma de libertad y bienestar cuando las cosas van
bien, y culparle luego de todos los problemas que tenemos
cuando algo se tuerce. O como mínimo, no vale acusar a la
parte empresarial de ser los malos de la película cuando hay
una crisis, y no reconocerles una parte importante del mé­
rito cuando todo va viento en popa. Aquí todos tenemos
nuestra parte de mérito, nuestra parte de responsabilidad
y nuestra parte de culpa.
Además, el hecho empresarial, a pesar de que en nuestra
época moderna está más claramente definido, es algo que ha
existido en todas las sociedades desde que dejamos de ser
monos y empezamos a razonar. Siempre ha habido personas
que emprendían proyectos privados que, con el objetivo de
obtener unas ganancias y crear valor, colaboraban de manera notable a hacer cosas nuevas, a crear riqueza para la comunidad, a avanzar por nuevos caminos y, en definitiva, a
progresar, que es uno de los aspectos que más nos ha destacado como especie.
Si ahora, con la perspectiva que nos aportan tantos años
de pertenecer al sector del mundo definido como capitalista,
nos damos cuenta de que a pesar de ser uno de los países
más desarrollados, más felices, con más esperanza de vida,
con más bienestar, con más libertad y, probablemente, con
más futuro, vemos que hay cosas que se deben eliminar, corregir o mejorar, hagámoslo. Pero no vale la demagogia barata de criticar, propagar sueños idealistas y no tener plan
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alguno para poder actuar. Para hacer evolucionar nuestro
sistema actual hacia un modelo todavía mejor en lo económico, más sostenible con respecto al medio ambiente, con
un bienestar más equitativo tanto dentro del propio territorio como, y sobre todo, entre los países más pobres, que
aproveche lo bueno del capitalismo para lograr una sociedad más y mejor desarrollada, será imprescindible contar
con la parte empresarial. Y si no, ¿quién creéis que podrá
liderar la acción para avanzar hacia esa dirección? ¿Los gobiernos quizá? Me temo que, siendo muy optimistas, de los
gobernantes sólo podemos esperar, o debemos exigir, que
sirvan para debatir y marcar tendencias, crear marcos regulatorios adecuados y establecer normas y políticas que permitan evolucionar hacia una sociedad futura más responsable, sostenible y próspera para todos.
La raza humana siempre ha querido progresar, y los que
pertenecemos a la zona económica y técnicamente más desarrollada del mundo, tenemos la obligación de usar todo lo
conseguido hasta ahora, aprender de todos los errores cometidos, e impulsar una evolución para que el planeta sea todavía mejor y más sostenible para las futuras generaciones. Y
para ello todos tenemos nuestra porción de responsabilidad:
los intelectuales, artistas y medios de comunicación tienen
que informar, provocar e influir en la reflexión y en las tendencias a tomar; los trabajadores tienen que aportar la productividad necesaria para que todo pueda funcionar; los
servicios públicos tienen que proporcionar el complemento
necesario para la seguridad, salud, formación y calidad de
vida de nuestras sociedades; los políticos ocuparse de la regulación, control y liderazgo imprescindible para que todo
cuadre (a ser posible, con honradez); y los empresarios tie24
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nen que arriesgar emprendiendo proyectos para que todo se
mueva.
Pero dejemos la filosofía económica y los grandes proyectos para salvar a la humanidad para otro tipo de libros,
y volvamos a nuestro tema, que es más concreto. Quiero
acabar esta introducción apuntando que, en mi opinión, ser
empresario no es sólo una elección profesional, sino una opción de vida. Si alguien decide montar una empresa sólo
pensando en que así ganará más o para ser su propio jefe o
para ser el dueño único de su agenda, se equivocará. Para
emprender es necesario creer en su proyecto y decidir ir a
por todas en el más amplio de los sentidos, ambicionando el
éxito, pero sin miedo al fracaso.
Por eso hay muy poca gente verdaderamente dispuesta a
ser emprendedora, ya que ello supone vivir una verdadera
aventura que implicará a casi todos los aspectos de su vida.
Estoy convencido que los empresarios son unos verdaderos aventureros de nuestra época; y los aventureros siempre
han sido los que, asumiendo riesgos y perseverando en sus
objetivos, han descubierto nuevos horizontes en la historia
de nuestras sociedades.
Por todo ello, desde mi doble condición de empresario y
practicante de actividades físicas extremas (o aventuras), me
he atrevido a plantear esta reflexión, en la que intento destacar estos factores intrínsecamente ligados a la figura del
emprendedor, haciendo constantes paralelismos al describirlos, con experiencias que he vivido directamente, tanto en el
mundo de la empresa como en las aventuras en las que he
participado.
Desde mi adolescencia, pasando por mi época de estudiante universitario, trabajador por cuenta ajena o empresa25
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rio, siempre he compaginado mi parte más responsable y
profesional con una destacada pasión por los deportes extremos. Así, con más esfuerzos y sacrificios de los que se
pueden ver a simple vista, consiguiendo casi siempre convencer a los patrocinadores para que me apoyasen en los proyectos más costosos, y arriesgándome ya no sólo en las aventuras en sí, sino también en las posibles complicaciones
personales o profesionales que conllevaba mi constante dualidad vital, he acumulado una enorme cantidad de experiencias intensas en ambas vertientes de mis actividades.
Pido disculpas por anticipado si abuso del «Yo» en este
libro. Supongo que todo autor tiene algo de egocéntrico o
exhibicionista cuando se plantea publicar algo; y desde luego, yo no creo ser una excepción. Pero en este caso, pienso
que el verdadero valor de lo que vais a leer es que se trata de
una reflexión hecha a partir de unas experiencias vividas en
primera persona. Los conceptos, anécdotas y ejemplos que
componen esta lectura no provienen de un consultor, un periodista, un investigador, un catedrático o un analista que
observa y se informa sobre una determinada temática para
escribir luego un libro. Aquí soy yo el que, en la faceta de
empresario ha encajado muchos errores y fracasos; el que ha
tenido que avalar operaciones de financiación de proyectos
en múltiples ocasiones; el que no sabía cómo solucionar innumerables situaciones críticas; el que ha conseguido también tener algún pequeño éxito; o el que vive a diario gestionando y afrontando mucho riesgo. Y aquí soy yo el que se ha
jugado la vida para escalar el Everest u otras cumbres tanto
o más complicadas; el que se ha pasado noches solo y perdido en el desierto, cruzándolo en moto, en coche, en bici o a
pie; el que ha estado aislado durante días en un glaciar re26
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moto de Alaska; o el que ha vivido muchas otras experiencias extremas.
Lo que aquí reflexiono será mejor o peor; será más o
menos acertado; será más o menos divertido; será más o menos de vuestro gusto, pero al menos os puedo asegurar que
no está extraído de un análisis teórico, y tiene como mínimo
la validez de haberse desarrollado desde la práctica y a partir de unas experiencias y vivencias reales.
Espero y deseo que todos los empresarios que lean este
libro se sientan identificados con todos o muchos de los conceptos que aquí se tratan. Y que a todos los que lo lean sin
ser empresarios les sirva para conocer y reflexionar un poco
más acerca de las motivaciones, actitudes y estilo profesional y de vida de éstos, para que así valoren un poco más el
papel que los empresarios tienen en el engranaje de nuestra
sociedad.
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