Abel Snchez

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Abel Sánchez
Miguel de Unamuno (1864-1936)
Si te interesa, tienes esta obra a tu disposición en el siguiente sitio web:
http://www.bibliotecasvirtuales.com/biblioteca/LiteraturaEspanola/unamuno/abelsanchez/index.
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1. Algunas notas biográficas.
- Nace en Bilbao, hijo de un comerciante acomodado; en Madrid cursa Filosofía y
Letras.
- En 1891 obtiene la cátedra de griego de la Universidad de Salamanca, de la que llegó
a ser rector.
- Miembro del PSOE entre los años 1894-1897, se distancia del socialismo tras sufrir
una crisis religiosa.
- Por razones políticas, es destituido como rector en 1914; crítico con la Corona y
opuesto a la dictadura de Primo de Rivera, es desterrado en 1924 a Fuerteventura, de donde
logró huir a Francia algunos meses después.
- Regresa a España en 1930 y se le restituye el cargo de rector en Salamanca.
- Crítico también con la República, se pone al lado de los militares sublevados al
estallar la Guerra Civil.
- Tras revisar su posición política, muere en su casa en Salamanca, sometido a arresto
domiciliario, el 31 de diciembre de 1936.
2. Rasgos definitorios de la personalidad de Unamuno es su carácter polémico y
combativo, con un estilo tan poderoso y singular como áspero y vehemente, tan expresivo
como vigoroso. Se trata de uno de los pocos casos en los que el ser humano y la literatura que
escribe se parecen mucho. Muy conocido es su enfrentamiento con el general Millán Astray en
la inauguración del curso académico el 12 de octubre de 1936, que le ocasionó el arresto
domiciliario en que le encontraría la muerte. Estas fueron sus palabras:
Acabo de oír el grito necrófilo y sin sentido de “¡Viva la muerte!” Esto me suena
lo mismo que “¡Muera la vida!” Y yo… he de deciros con autoridad en la materia que
esta ridícula paradoja me parece repelente… Este es el templo de la inteligencia. Y yo
soy su sumo sacerdote. Vosotros estáis profanando su sagrado recinto…Venceréis,
pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no
convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo
que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en
España. He dicho.
(Citado por Blanco Aguinaga, Rodríguez Puértolas y Zavala en Historia social
de la literatura española, vol. II)
Su intensa actividad intelectual se refleja en su obra literaria, donde el lector encuentra
preocupaciones de toda índole, que desbordan lo literario: inquietudes políticas, sociales;
singularmente, de tipo filosófico, religioso y existencial. Todo ello fue ampliamente tratado en
sus ensayos, pero no sólo en ellos, también en sus novelas, su teatro y su poesía.
El lenguaje unamuniano, especialmente después de la crisis espiritual de 1897, momento en
que las preocupaciones políticas dejan lugar a las de orden religioso y moral, se vuelve
contradictorio y paradójico, lleno de retruécanos y disquisiciones, agónico, en lucha, según
expresión suya. Sus dudas existenciales, la incertidumbre religiosa, son desde este momento
fuente e impulso de su creación literaria. Por ello, la búsqueda de Dios, el deseo de encuentro
con lo divino, es frecuente en sus textos, aunque sin hallar una respuesta racional que dé
satisfacción a sus ansias sentimentales; la búsqueda religiosa se convierte así en agonía, en
lucha para escapar a la muerte ineludible.
La preocupación por los problemas sociales y políticos de su tiempo no le abandonó
nunca. Inquieto por la situación de España, desea una regeneración moral del país a partir de
un fondo espiritual que debe servir incluso para españolizar Europa. Unamuno rechazará el
comunismo (por materialista) y al fascismo (totalitario, antiliberal y antiintelectual), siempre
desde su actitud liberal radical y de defensa de la libertad de conciencia.
3. Las novelas de Unamuno. Su obra narrativa se sitúa en el contexto de la crisis
progresiva del Realismo, que va abriendo paso a nuevas tendencias. La narración convive
ahora con el ensayo, los aforismos, el lirismo intimista o la descripción paisajística, dando lugar
a una prosa impresionista, sugerente pero fragmentada, que no pretende reflejar
verosímilmente la realidad, sino disolverla entre experiencias subjetivas y cuestiones de
conciencia.
En Unamuno, esa ruptura con el Realismo (al que definió como “una estética cortical”)
se produce a través de una novela discursiva y filosófica, en la que la acción se encuentra muy
concentrada, reducida a la esencia, al desarrollo de los conflictos interiores de los personajes.
No hay descripciones, ni decorados, ni precisiones espaciales o temporales; nada de ello
interesa al autor, por lo que el lector se da de bruces con la interioridad atormentada del
personaje (sentimientos, pasiones), expresada a menudo en forma de monólogo o de diálogo
(con lo cual queda en un segundo plano el papel del narrador y la obra adquiere carácter
teatral).
Aunque Unamuno rompe con el Realismo, algunas de sus obras aún mantienen la
ilusión de realidad (Paz en la guerra, Abel Sánchez, La tía Tula, San Manuel Bueno, mártir),
mientras otras buscan expresamente romper esa ilusión (Amor y pedagogía, Niebla…). En
cualquier caso, se trata de búsqueda narrativas propias del comienzo del siglo XX: en Abel
Sánchez, Unamuno requiere al lector desde el prólogo de la obra, y en la nota preliminar él
mismo se convierte en editor de unos documentos hallados (la confesión de Joaquín) que
insertará en diversos momentos de la obra, que acaba siendo, en buena medida, una
autobiografía.
4. Abel Sánchez se publica en 1917. La obra es una revisión y reinterpretación del
conocido pasaje bíblico que tiene como protagonistas a Caín y Abel.
- En el prólogo, y refiriéndose a la escasa acogida que ha tenido la primera edición de
su novela, el autor se justifica diciendo que “al público no le gusta que se llegue con el
escalpelo a hediondas simas del alma humana y que se haga saltar pus”. Alude después a lo
que llama “la lepra nacional española”, el odio, la envidia, materia central de la obra. Al final
deja entrever su punto de vista: “He sentido la grandeza de la pasión de mi Joaquín Monegro y
cuán superior es, moralmente, a todos los Abeles. No es Caín lo malo; lo malo son los cainitas.
Y los abelitas”.
- Una nota preliminar explica las características de la novela: el relato se mezclará con
la confesión (entrecomillada) del protagonista. Ambos personajes aparecen identificados desde
la primera frase y pronto, apenas unos párrafos después, empezamos a conocer sus
diferencias, y la pasión que devora a Joaquín.
- Esa misma pasión acabará enfrentando a los dos amigos. El despecho se ha
convertido en envidia y después en odio. Así lo reconoce Joaquín en su confesión al final del
capítulo III: “Aquella noche nací al infierno de mi vida”, afirma.
- El regalo de bodas de Joaquín a Abel, en el capítulo V, es muy significativo. Piénsese
sobre ese simbolismo y analícense las metáforas con las que Joaquín describe la impresión
que le causa la noticia de la boda y el odio que anida en su corazón. En este mismo capítulo,
Joaquín se refiere a los defectos graves de la personalidad de Abel: ¿de qué se trata?
- Los capítulos VI y VII ofrecen nuevas metáforas para describir el odio de Joaquín.
Localícense. En estos capítulos aparece también un nuevo personaje, la que será esposa de
Joaquín; indíquense los rasgos que deberá reunir ésta.
- El capítulo VIII introduce el subtema de la “gloria artística de Abel”, una “granizada
desoladora en el alma de Joaquín”, y en el IX éste declara abiertamente a la que ya es su
esposa la naturaleza de la pasión que lo domina. Estúdiense los rasgos de la relación que se
establece entre ambos. Al final, ante un Joaquín desesperado, emerge otro asunto fundamental
de la novela, la religión; en referencia a Dios, afirma el protagonista: “Tendré que buscarle”.
- En el capítulo XI, mediante un diálogo entre Abel-Abel y Caín-Joaquín, se plantea
abiertamente la revisión del tema central de la novela, con indicación expresa de los dos textos
de referencia: el relato bíblico (Génesis, IV, 1-16) y el drama de Lord Byron (1788-1824) Caín:
a Mystery (1821). Véase cómo interpreta Joaquín el relato bíblico y, en consecuencia, el origen
de su odio hacia Abel: “No hay canalla mayor que las personas honradas”, dice.
-El capítulo siguiente se centra en la lectura del Caín byroniano: ¿qué efecto produce
en el espíritu atormentado de Joaquín?
- El Caín pintado por Abel contribuye a aumentar su reputación a la vez que atiza el
fuego de la pasión de Joaquín, una pasión no correspondida, que despierta indiferencia en el
odiado: “Ser odiado por él con un odio como el que yo le tenía era algo, y podía haber sido mi
salvación”.
- En el capítulo XIV, a propósito del homenaje a Abel, Joaquín exalta de nuevo la figura
bíblica de Caín. Véase qué argumentos expone para interpretar el cuadro hasta llegar a
exclamar que aquella pintura es “un acto de amor”. En su discurso, Joaquín a Caín con otra
figura bíblica, Satán, a través de la obra de John Milton (1608-1674), El paraíso perdido (1667):
¿quién es Satán en el relato bíblico? Véase una muestra de la obra miltoniana en los
materiales complementarios. Al final, Joaquín reconoce a su esposa que no ha logrado vencer
al demonio que lo corroe: en buena medida, la novela es el esfuerzo de Joaquín por liberarse
de su pesadilla interior, la búsqueda de un remedio que lo cure (que no ha sido, al menos, la
heroicidad de elogiar públicamente a su odiado Abel).
- El capítulo siguiente nos ofrece un nuevo paso en esa búsqueda, pero antes Joaquín
hace una rápida y precisa descripción de la técnica pictórica de Abel. ¿Qué destaca de ella? A
continuación el enfermo probará otra medicina: ¿cuál? En el interesante diálogo que sigue
Joaquín desnuda de nuevo su interior y pide respuestas lógicas, argumentadas, pero, en lugar
de eso, ¿qué encuentra?
- Joaquín vuelve a desnudarse interiormente en el capítulo XVII, ahora ante Helena, su
prima y esposa de Abel. Fracasa en su intento (ni siquiera le sirven las alusiones a las
relaciones que mantiene Abel con otra mujer) y su situación se vuelve patética, humillante.
- El comienzo del capítulo XXI ilustra perfectamente la evolución de la novela:
“Huyendo de sí mismo, y para ahogar, con la constante presencia del otro, de Abel, en su
espíritu, la triste conciencia enferma que se le presentaba…” En esa huida, Joaquín prueba un
nuevo remedio: ¿cuál? ¿Logrará este otro pasatiempo curar la enfermedad de Joaquín? Lo que
sí le procura son nuevas discusiones sobre temática religiosa, subrayadas con un juego de
palabras, un retruécano al final del capítulo XXII. Localícese.
- Conocemos en el capítulo XXIII lo sucedido con el aragonés pobre y con Federico
Cuadrado, todo por boca del segundo, Éste compara al aragonés con otro personaje bíblico,
Jacob. Véase por qué. En cuanto a sí mismo, Cuadrado expone las causas de su odio. ¿Qué
paralelismo se puede establecer entre ambos y Joaquín?
- El buen entendimiento que se produce entre el hijo de Abel y Joaquín alumbra en éste
proyectos de venganza. ¿En qué consisten?
- El capítulo XXV muestra las confidencias que hace el discípulo a su maestro
(“estamos solos, nadie nos oye…”). Éstas tienen que con la concepción de la pintura de Abel,
su carácter y objetivos (“no vive más que para su gloria”), la relación con su hijo, las razones de
su matrimonio, y una obsesión, “pintar el alma de Joaquín”… Extráigase una síntesis de la
visión que Abel hijo tiene de su padre.
- Antonia advierte a su marido del sacrificio de Joaquina, su hija. ¿De qué se trata? El
padre, sin embargo, propondrá a la joven un sacrificio muy distinto. ¿Qué motivos lo mueven a
ello? Véase al respecto los primeros párrafos del capítulo XXIX, ilustrados con referencias a
personajes bíblicos. Analícense. Adviértase la comparación entre las dos sangres femeninas
(la de Helena, turbadora; la de Antonia, redentora). A continuación, el narrador describe con
una rápida pincelada el ambiente que reina en ambos hogares, el de Abel y Helena y el de
Joaquín y Antonia. Localícese.
- En el capítulo XXXI Joaquín expone sus intenciones sobre las dos obras que prepara.
Analícense los propósitos que impulsan a cada una de ellas.
- “La envidia es una forma de parentesco”, afirma Joaquín, en diálogo con su yerno, en
el capítulo XXXII. Explíquese esa frase a la luz de su contexto.
- Con el nieto en los brazos, Antonia exclama; “Dios quiera que no riñan en ti dos
sangres”. Explíquese el sentido de esta frase. Complétese esta explicación con esta expresión
de la angustiada abuela: “… que no te retraten, que no te curen! ¡No seas modelo de pintor, no
seas enfermo de médico!”
- Sin embargo, el niño será también motivo de enfrentamiento entre Abel y Joaquín, y
Unamuno lo convertirá en testigo privilegiado del desenlace de la novela para ambos. De paso,
y a modo de testamento, Joaquín (y con él Unamuno) formula su convicción de que España es
una tierra de odios, patria del cainismo, donde la envidia tiene su asiento. Próximo ya el final,
debe notarse la sinceridad cruel e implacable con que el protagonista, harto de odio, se dirige a
Antonia y declara cuáles han sido sus verdaderos sentimientos hacia ella.
Textos complementarios:
1. Adán abrió los ojos para ver un campo,
parte arable y cultivada, con gavillas esparcidas
acabadas de segar; en la otra parte, pastos y miajadas;
y en medio hay un altar, como hito limitáneo
y rústico o montículo de césped, donde pronto
del cultivo ve llegar sudado a un segador
trayendo sus primicias: verde espiga, jalde haz,
juntado todo sin cuidado. Un pastor después,
más bondadoso, los caloyos trae de su rebaño,
escogidos, los mejores; inmolándolos entonces,
sus entrañas y su grasa, salpicadas con incienso,
en la leña las coloca y todo rito cumple necesario.
Tal ofrenda pronto el fuego favorable de los cielos
la consume en llama súbita y grata humareda;
mas no la otra, falta como estaba de sinceridad.
Así rabió en lo interno aquél y, mientras departían,
lo golpeó con una piedra en mitad del torso,
arrancándole la vida; éste, pues, cayó y, lívido,
dejó escapar el alma con gruñido y sangre pródiga.
(John Milton: El paraíso perdido. Libro XI, versos 429-447. Editorial Círculo de
Lectores)
2. Unamuno desarrolla desde el capítulo XIV el proceso de ahijamiento de Abelín, un
proceso con implicaciones simbólicas obvias. Por un lado, Joaquín adquiere la garantía de
perpetuación a través de su discípulo/hijo Abelín (suele llamarlo “hijo”), quien será depositario
de sus saberes y actuará como futuro biógrafo suyo; y por otro, despoja a Abel de esa misma
garantía, la de la continuidad filial. Para la completa consumación de sus planes, Joaquín utiliza
a su hija rogándole que se case con Abelín para así “curarse”. Es el sacrificio que el padre
exige a Joaquina en el ara de su patología moral y la joven lo concede. Emparejados, pues, los
vástagos de Joaquín y Abel, Unamuno puede llevar a término la idea del Caín de Byron de que
la mezcla de las sangres de Caín y Abel atenuaría la virulencia de la estirpe del primero. Y, así,
hace que nazca un retoño, Joaquinito. Sin embargo, la presencia del nieto, más que dulcificar
el sentimiento de Joaquín, lo acrecienta, puesto que el pequeño prefiere la compañía más
divertida de su abuelo, cumpliendo de ese modo una fatalidad, la de la simpatía ineluctable del
pintor. Este último desaire anticipa el desenlace dramático, la muerte de Abel y la imposibilidad
de la reconciliación o el perdón. Sólo un año después, habiendo desaparecido su odiado Abel,
espejo y medida de sí mismo, sumido en una “honda melancolía”, reconocerá Joaquín su culpa
y pedirá a los suyos justo aquello contra lo que ha luchado toda su existencia: que lo olviden:
“¿Me olvidará también Dios? Sería lo mejor, acaso, el eterno olvido. ¡Olvidadme, hijos míos!”.
Semejante renuncia a la perduración es el signo supremo de la derrota de Joaquín y el
acatamiento de su castigo.
Una derrota que, en las últimas páginas, se sitúa en el contexto de una dolencia
colectiva, conmutando la historia de un individuo en alegoría de una sociedad, la española. No
es otro el sentido de estas palabras del personaje: “¿Por qué nací en tierra de odios? En tierra
en que el precepto parece ser “Odia a tu prójimo como a ti mismo”. Porque he vivido
odiándome; porque aquí todos vivimos odiándonos”. Un pesimismo histórico y social que se
contrarresta con la petición subsiguiente de Joaquín: “Pero… traed al niño”, al que pedirá
perdón. La España futura, representada por sinécdoque en el niño inocente, debe redimir a la
España dividida y enfrentada y en ella tenía puesta Unamuno, al menos en 1917, la esperanza
de un futuro menos sombrío. Esperanza que se vio vastamente defraudada.
(Domingo Ródenas, prologo a su edición de Abel Sánchez, San Manuel Bueno, mártir,
Cómo se hace una novela y otras prosas. Editorial Crítica.)
3. Para una conciencia como ésta, torturada por la envidia, Unamuno entendió que era
necesario un asedio narrativo especial. No le satisfacía un acercamiento externo y superior, por
ejemplo el de un narrador omnisciente, al complejo proceso mental del personaje. Ni tampoco
una mirada externa aunque testimonial… En Abel Sánchez es preciso que el personaje focal,
esto es Joaquín, asuma, al menos en parte, la enunciación y dé él mismo forma lingüística a su
tragedia. El sentido de esta necesidad técnica puede rastrearse en un ensayo de 1905,
“Soledad”, donde Unamuno reflexiona sobre el episodio de Caín y Abel y disiente de quienes
habrían querido “asistir a las conversaciones entre Caín y Abel y haber presenciado la escena
que precedió a la muerte de éste por aquél”. A diferencia de éstos, curiosos de la dimensión
teatral (diálogos y acciones) del crimen, a él le interesa el monólogo secreto del fatricida, los
gañidos y murmullos de su conciencia. “Yo habría deseado oír a Caín a solas, cuando no tenía
a Abel delante”. Y para oírle, “era preciso que él no me viera ni supiera que yo le oía, porque
entonces me mentiría”. En efecto, trece años después encontrará la fórmula para oír el
murmullo íntimo de Caín/Monegro sin que éste se sepa escuchado, para “sorprender los ayes
solitarios” y sinceros de su corazón: hacer que Caín se confiese, no ante otro hombre sino ante
sí mismo, en las páginas de un diario que titula, con ecos de San Agustín y Rousseau,
Confesión. Unamuno pone a Caín cara a cara frente a un espejo y lo empuja al difícil ejercicio
del autoanálisis mediante la escritura, tan difícil que acaba siendo, en la novela, inviable:
Joaquín es incapaz de interpretarse a sí mismo.
(Domingo Ródenas, prologo a su edición de Abel Sánchez, San Manuel Bueno, mártir,
Cómo se hace una novela y otras prosas. Editorial Crítica.)
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