Riquezas y ostentación

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Riquezas y ostentación
Por la Plaza van caminando, despacio, paseando, el abuelo y el nieto. Saboreando
aquella belleza sublime, fuera del tiempo y del lugar. Magníficas torres,
inscripciones, ornatos y dibujos se mezclaban en perfecta armonía, resaltando el
conjunto.
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Abuelo, que magnificencia, que maravillas, cuanto arte…
Sí, el hombre sabe también crear, o mejor, complementar la obra divina…
Todo esto es para recrearnos, para disfrutar…
Sí, pero hay que saberlo apreciar, pues para muchos todo esto es el gasto
inútil de unos fantasiosos…
Abuelo, si hay algún pero, este sería la desorbitada riqueza, y hay mucha
hambre en el mundo…
¿Te refieres al problema social?
Sí, creo que no está en el orden cristiano tanta riqueza. Cristo pregonó la
pobreza… Atacó duramente a los ricos… No comprendo…
Todo lo que expones ya se ha dicho anteriormente. Pero antes de meternos
en discutir el problema de las riquezas de la Iglesia y el hambre en el
mundo, te aclararé eso que has dicho del “ataque” de Cristo a los ricos.
Siempre hemos de considerar a los hombres, ricos o pobres, como hijos de
Dios. Dios condena el “mal” uso de las riquezas, no a las riquezas en sí y
mucho menos al hombre “rico”. Concretamente la Iglesia acoge a todos,
ricos o pobres, dedicando, como madre que es, su mayor atención al que
más lo necesita, sin descuidar al otro. La Iglesia atiende al necesitado con
preferencia, pero nunca en exclusividad y mucho menos de forma excluyente.
Es decir, o al menos así lo entiendo, que los bienes tienen la bondad o
maldad que se les quiera dar.
Exacto, como todo. Así mismo la pobreza evangélica no es carecer, sino
desprenderse de los bienes, no “apegarse”. Un “rico” puede vivir “pobre”,
austeramente y un pobre vivir “fastuosamente”.
Para estudiar el problema que nos hemos planteado será necesario
circunscribirlo adecuadamente. Que son los bienes y que es el hambre, o
que son las necesidades vitales del hombre.
Los bienes, como sabes se dividen en fungibles y no fungibles, es decir que
su destino es su destrucción por el consumo o su permanencia, a pesar de
su consumo. Has de notar, que cuanto menor sea su duración, más
necesario y urgente es su necesidad. El alimento, tiene menor duración que
el vestido, pero es más necesario.
Después tenemos los bienes no fungibles, en los que podemos catalogar las
obras de arte. ¿Cuál es el fin de una obra de arte? Sin lugar a dudas, su
consumo. ¿Y cual es su consumo? El disfrute de ello, de su belleza, como la
de los otros bienes es su utilidad. Las Meninas, en el Prado están
cumpliendo el ciclo económico que se les da a las obras de arte, su
consumo. Y este consumo es la contemplación de su belleza por el pueblo.
Atención a este concepto. Cumple su objetivo “social”.
Y ya tenemos una solución al problema “social” de la riqueza, la de un bien
muy especial. Ningún científico, economista, sociólogo, moralista, ni siquiera
los políticos toman como solución al problema social, al de la falta de
recursos de la sociedad, enajenando bienes patrimoniales. Los bolcheviques,
en los años veinte del pasado siglo, cuando mayor era la penuria en Rusia,
no se les ocurrió vender las joyas del Ermitage. En otra escala, y desde
luego a una muy menor, es como si tú das un euro a un menesteroso.
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Puede que coma ese día, pero al siguiente tendrá hambre. No se ha
solucionado el problema.
Pero son los políticos los que airean esta faceta.
Sí, los políticos de segunda línea. Los de primera saben que tiene poca base
el argumento y se lo dejan a los otros, que pueden usar las mentiras de la
demagogia sin peligro, pues de todas formas dependen de los “lametones”
que les den a los jefes…
Pero Cristo le dijo al joven, en el Evangelio “vende lo que tienes, dalo a los
pobres y sígueme…
Exacto. Pero Cristo dio la solución al problema moral del Joven, no la
solución al problema económico. El joven rico, para solucionar su problema
moral, para aspirar al Apostolado como seguidor de Cristo, tenía que
desprenderse de sus bienes. San Antón así lo hizo, pero no solucionó el
problema de los pobres en Egipto, ni siquiera de su localidad, aunque sí su
problema espiritual, su problema personal.
Entonces…
Desde el punto de vista económico, terrenal, mundano, si alguien vende sus
bienes, lo que hace en realidad es traspasar el problema a otro. No es la
solución.
Es decir, que el consumo de los bienes fungibles y no fungibles, es su
consumo; concretamente el del pan, comerlo y el de las obras de arte su
exposición para el consumo “social” del mismo por desarrollo económico en
general.
Hay otros bienes que debemos clasificar como “medio fungibles”: las
viviendas. Sí, hay entre otras necesidades las de la vivienda. Este bien tiene
una duración más larga, más extensa en el tiempo. El ser humano tiene
necesidad de ella. Y una necesidad de primera magnitud que debe
satisfacerse con urgencia. Como ves hay muchas necesidades, en las que
metemos absurdamente las que nos creamos y que no son “necesarias”.
Pero la principal necesidad, la más urgente salvo la alimentación, es la
necesidad de cultura. El hombre necesita saber, para desarrollarse como ser
humano, como ser social, y por su capacidad intelectual, como necesidad
personal. El conocimiento le dará armas para desenvolverse en la vida, en la
sociedad, ser útil en la comunidad.
¿Tenemos la solución?
Pues sí y desde hace muchos años se conoce. No es precisamente la
solución de Malthus, ya criticada por sus contemporáneos, ignorando la
capacidad del hombre para superar crisis y necesidades. Ignorando los
medios, los procedimientos, las políticas… Malthus ignoraba, o no quiso ver
las granjas, los cultivos intensivos, la maquinaria, las técnicas, las
habilidades, etc. Malthus no vio las cadenas de producción, los frigoríficos,
las nuevas energías… Malthus no fue un economista visionario, pero desde
luego tampoco fue un poeta.
Hoy domina la “cultura de la muerte” como se le puede llamar ahora al
aborto, a la eutanasia, a cerrar los ojos. Hoy hay menos hambre que hace
siglos, pero sí es mayor la diferencia entre pobres y ricos. Y los pobres alzan
su voz. Ponemos como solución la destrucción, la muerte, el encogerse de
hombros, …, El destruir bienes para mantener los precios,…, es la cultura de
la muerte.
La solución es pues, dar la caña de pescar, enseñar a manejarla. Pero nunca
dar el pescado: que lo trabaje, que se las ingenie para conseguirlo. Con
palabras duras, ya San Pablo lo dijo: El que no trabaje, que no coma
Esta solución es muy concreta, pero tiene sus partes: las necesidades
urgentes, a corto plazo y las necesidades futuras, a largo plazo.
Las necesidades urgentes, es esa limosna del euro que ya hemos hablado.
Son, desde luego los comedores de la Iglesia, de Caritas para miles de
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necesitados. Sí, la Iglesia atiende a estos muchos miles y para ello se
necesita Capital. Una gran parte del “Tesoro” de la Iglesia se va en estas
necesidades. Tal vez más allá de las posibilidades de la propia Iglesia,
paliadas con el “voluntariado”, que también son Iglesia.
Y tenemos, por otra parte, la solución a largo plazo: los hospitales, las
Iglesias, los Seminarios, las Escuelas, las Universidades, restaurando la
salud de cuerpo y alma por un lado y proveyendo de personas idóneas para
conducir la Sociedad por el camino de la prosperidad, de la felicidad. Sí,
queremos la felicidad en la tierra, ese es el fin de la Iglesia, la felicidad aquí
y allá.
Y como decía don Andrés Manjón, no hay felicidad, no hay paz, si no hay
pan. Y no estoy volviendo al principio. Las soluciones son el final de los
problemas.
Antonio Rosales
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