9. Último aliento Ese tipo era demasiado fuerte para mí y al Sr. Logan tampoco parecía irle muy bien con él. Scott solo podía quedarse viendo lo que ocurría, al igual que yo. El Sr. Logan arrojó incontables golpes y sin causarle el más mínimo daño, mientras que el gigante venció a su oponente con solo un movimiento de su mano. Cuando estuvo fuera de combate, Scott entró en acción: puso su mano derecha sobre su sien, a un lado de su visor y disparó un rayo color rojo intenso, directo al pecho de Juggernaut (es cierto: parece salido de un libro de historietas, pero así sucedió). Al principio parecía afectarle, pero luego lo resistió como si se tratase de un chorro de agua o algo así. Comenzó a acercársele y lo hizo retroceder un par de vagones hasta llegar al frontal. Ahí se detuvo y el gigante lo agarró justo como lo hiciera con James momentos atrás y le quitó el visor con la otra mano. Por algunos momentos Scott no pudo controlar los rayos, haciendo cortes en varias partes del techo, abriéndose hendiduras como si fuesen mantequilla y el frente de ese vagón terminó más dañado que el resto. Luego, en un intento desesperado por controlarse, Scott apuntó hacia el frente sin dirección fija. Estábamos llegando a la estación del Bronx Zoo cuando Juggernaut arrojó a Scott hacia el andén. El tren siguió de largo sin detenerse, lo que me hizo tener un muy mal presentimiento. El Sr. Logan estaba inconsciente y Scott ya no estaba en el tren, por lo que solo yo podía hacer algo al respecto. Pero, ¿qué? Ese gigante era indetenible. 84 De pronto, escuché la voz del Profesor: “Quítale el casco. Solo así podré detenerlo, Jennifer”. Todavía estaba débil del último golpe que recibí, pero no podía dejarlo seguir. De lo contrario, nos mataría a todos. Una columna de humo, a unos cinco o seis kilómetros de distancia, llamó mi atención. Parecía estar en nuestro camino, pero preferí no pensar en eso, así que no le di importancia. Solo me dije a mí misma “¡Concéntrate, Walters! Debes quitarle el casco, ¡no te distraigas más!”. Me levanté con bastante dificultad y fui hacia Juggernaut. Él solo estaba de pie, mirándome desde el centro del primer vagón. Cuando estaba cerca de él, se puso en posición de embestida. “¡Eres demasiado necia, niña!”, rugió. “Puede ser”, contesté con arrogancia, “pero ‘la energía y la persistencia conquistan todas las cosas1”. Empezó a reírse, retorciéndose hasta quedar encorvado, como si le hubiesen dicho el mejor chiste del mundo. Después, levantó el rostro lentamente, mirándome con desprecio. “Eres demasiado ingenua”, siguió presuntuoso. “Para que eso pase, tienes que ganarme primero, y no creo que tengas ni la energía ni la persistencia para eso”. “No todo es fuerza bruta, lata de basura”, respondí con insolencia. ¡Lo había logrado! Con eso, hice que se lanzara sobre mí gritando, lleno de ira. Lo recibí con los brazos extendidos hacia adelante. Me arrastró varios metros hacia atrás con la fuerza de la embestida. La columna de humo que me distrajera momentos atrás parecía hacerse cada vez más grande. Agité la cabeza a la vez que me decía a mí misma “¡Concéntrate, demonios!”. Tomé el casco del gigante y comencé a tratar de girarlo como la tapa de un frasco de salsa. Para evitar que lo hiciera, me dio un fuerte golpe en el estómago. Por un 1 Cita de Benjamín Franklin. 85 instante casi me suelto de él, pero no lo hice, porque sabía que tenía que resistir como fuese. Me aferré a él y seguí aplicando fuerza, hasta que finalmente su casco comenzó a ceder. Con ambos brazos golpeó violentamente mis hombros. Apenas y podía soportar el dolor y casi me soltaba, pero seguí girando el casco del coloso. “Un último intento, Jennifer”, me dije alentándome. “Solo uno más”. Reuniendo las pocas fuerzas que me quedaban, hice un último esfuerzo, mientras que él me golpeaba violentamente en las costillas con el canto de sus manos. Luego del tercer golpe, finalmente me rendí y contraje los músculos de mis brazos para tratar de cubrirme los costados. Con lo que no contaba era con que el hacer eso me dio la fuerza que necesitaba para terminar de girar el casco como lo hiciera la primera vez. Puse tanta fuerza que terminé sentada en el techo del tren una vez se lo quité. Estaba segura de no haberlo logrado, pero no me había dado cuenta de que, de hecho, tenía el casco en mis manos. Busqué a Juggernaut frenéticamente con la mirada y lo encontré a unos metros de mí, dándome la espalda. Estaba arrodillado y no se movía. Con mucha cautela me acerqué a él, en caso que planease algo. Llevaba el casco en las manos, por si debía golpearlo con él, pero no hizo falta. Él solo balbuceaba incoherencias hasta que, finalmente, cayó inconsciente. Yo me dejé caer de rodillas, sintiéndome finalmente aliviada. De pronto, una mano en mi hombro me sobresaltó y me hizo arrojar el casco. Era Mac. “¡Me diste un tremendo susto, James!”, le grité un poco molesta. Él solo sonrió por unos instantes, hasta que finalmente respondió: “Lo lograste, Jenn”, mientras me daba un beso en la frente. Se veía 86 agotado y honestamente, yo empezaba a sentirme igual. Me tendió la mano para ayudarme a levantar. En ese mismo momento, el Sr. Logan se levantó, pero actuaba como si lo obligasen a ello y luego, sobresaltado, nos gritó: “Esto aún no termina. ¡Se cayó la vía!”, mientras señalaba hacia el frente. James y yo seguimos con la mirada hacia donde él señalaba. Pude ver la gran columna de humo que se elevaba y una enorme sección de las vías hundidas hasta casi caerse. Todavía estábamos lejos, pero era solo cuestión de minutos antes llegar a ese punto. “¡Tenemos que detener esta cosa!” se apresuró a decir el Sr. Logan mientras bajaba por el espacio entre los vagones. Por alguna razón, algo me hizo mirar a Juggernaut, quien parecía intentar moverse desesperadamente. En contra de toda advertencia de Mac, me dirigí hacia la punta del vagón a ver qué le pasaba a ese sujeto. Se veía exactamente igual que momentos atrás, cuando se desplomó, por lo que volteé a decirle que no había problema. Él se acercó a mí y tomó mi mano. “Hay algo que quiero decirte, Jenn”. Estaba a punto de preguntarle qué era cuando sentí que el gigante sujetó mi tobillo con gran fuerza. En un acto reflejo, empujé a James lejos de mí. Cuando miré al sujeto, tenía su vista fija en mí, llena de odio. Intenté zafarme, pero fue imposible. “¡Suéltame, cretino!”, le ordené. Él simplemente tiró de mí con un solo movimiento y me hizo dar violentamente de bruces, mientras la misma fuerza del impacto me hizo rodar sobre mi espalda hacia el extremo y caer al vacío. James intentó tomarme de la mano, pero ya era tarde. 87