A las afueras del pueblo, al final de un camino polvoriento se divisaba una vieja y amplia casona. En ella vivían dos hermanos, solitarios y extraños. Rosa tiene una cara desagradable con una nariz ganchuda y una mata de pelo blanco; lamenta, mientras teje, las oportunidades que se le escaparon de poder casarse. Pedro tiene un rostro feroz, que se transforma en amable cuando lee. A lgunas veces se sientan a ver antiguas fotografías y compartir recuerdos. En esas estaban una noche de tormenta cuando creyeron oír pisadas que se acercaban, el corazón les dio un vuelco y echaron a correr hasta llegar a una parte de la casa en la que pudieron encerrarse con llave. Los días transcurrían con normalidad a pesar de la extraña situación, aceptaron el perder una parte de su casa y hacer como si no hubiera pasado nada. Al cabo de unos días, observaron que los intrusos estaban acercándose cada vez más, con siniestras intenciones. Comenzaron a temblar y a sudar en frío. Juntos decidieron que su única solución era huir, abandonar la casa, sus recuerdos y su forma de vida. Cogidos de la mano salieron corriendo por la puerta, la cerraron mirándola tristemente por última vez y tiraron la llave a una alcantarilla sin pensárselo dos veces. Jorge A. Patón (S1D)