Henry King Aunque según pasan los años aumentan las cosas de

Anuncio
Henry King
Aunque según pasan los años aumentan las cosas de las que no estoy seguro, si de algo tengo
cada día menos dudas –y me quedaban pocas hace ya mucho– es de que, entre todos los
cineastas americanos que empezaron a dirigir en los años 10 del pasado siglo, Henry King fue el
peor conocido y menos apreciado de todos ellos, no sólo uno de los mejores (...), sino quizá (...)
el que mejor supo defender su vida privada, evadirse de la vida “social” y sus diezmos
publicitarios, disimular su estilo, y guardarse sus ideas, opiniones y simpatías políticas para sí
mismo.
Estoy convencido de que Henry King no hacía un secreto de ninguno de estos aspectos, y de
que con respecto a sus ideas y creencias no tenía nada que esconder ni que declarar: no se
avergonzaría de ellas, que por lo demás serían conformes a las que se pueden esperar de un
hombre de su edad, origen e ingresos, en los Estados Unidos de los años 20, 30, 40, 50, 60… Ni
siquiera parece que cambiara, que escondiera una mayor inquietud social en los años de la Gran
Depresión. No imagina uno a Henry King con ninguna de las manías, a veces sorprendentes, de
John Ford, o las amistades, no siempre “convenientes”, de un William A. Wellman, un Raoul
Walsh, o un Frank Capra; nunca fue un venido a menos, como sí, con mayor o menor
dramatismo, la mayoría de los cineastas de su edad, ni quiso o necesitó hacer obras “privadas” –
como Ford, Borzage, McCarey– después de la II Guerra Mundial (lo que no impide que
resultase “confidencial” alguna de sus mejores y se intuye que más queridas películas); pero no
descendió a las proximidades de la serie B ni hubo de convertirse en su propio productor. No
imagino –ni la información disponible sorprende en ese aspecto– a Henry King como un
ferviente partidario de Franklin Delano Roosevelt y su New Deal, y eso que trabajar en la Fox y
llevarse bien con Darryl F. Zanuck condujeron al director de Jesse James (Tierra de audaces,
1939), en más de una ocasión, a apoyar implícita e indirectamente algunas de las políticas de
Roosevelt (...). Tampoco lo veo recaudando fondos para los republicanos españoles, durante
nuestra Guerra Civil, ni muy desmedidamente o prematuramente preocupado por los avances de
Hitler en Europa (...) ni por las presiones “aislacionistas” del Bund y otros lobbies germanófilos
en Estados Unidos. Seguramente, no le interesaban gran cosa los judíos, aunque se horrorizaría
moralmente al enterarse de lo que había sucedido con ellos en Europa; puede que le costara
creer semejantes atrocidades, le parecerían tan inconcebibles que tendrían que contárselo los
colegas que tomaron y filmaron los campos de exterminio (George Stevens, William Wyler,
Richard Fleischer, Samuel Fuller, Fred Zinnemann, Don Siegel). Era ya mayor para ser llamado
a filas en 1942, pero, pese a pilotar su propio avión prácticamente hasta sus últimos días, no
combatió, ni tampoco contribuyó ostensiblemente como cineasta al llamado “esfuerzo de
guerra”. En los 50, no intervino para nada, ni de un lado ni de otro, en la controversia creada por
las inquisitoriales persecuciones del HUAC del senador Joe McCarthy. Cabe imaginar a King
no especialmente descontento con Truman y ni con Eisenhower, que en todo caso serían, cada
cual durante su mandato, lo mismo que los anteriores y los siguientes, el Presidente de los
Estados Unidos de América.
Todo eso, conste, son meras suposiciones mías (...). No pienso mal ni bien acerca de Henry
King, en ese sentido, es decir, como ciudadano del mundo (dudo que nunca se sintiera así, sino
simplemente “americano”). No creo que pensara tener ninguna ideología política (lo cual no
impide tenerla, aunque sea conformista en extremo, o se tome por otro tipo de fe). Lo mismo
que no se creía un artista ni tenía una teoría del cine propia (y menos aún ajena) que aplicar a los
guiones que le encomendaban convertir en películas entretenidas y atractivas. Tampoco
cortejaría ni haría especialmente buenas migas con los escritores que trataban de recomponer
sus finanzas en Hollywood, ni con los refugiados europeos, ni antes ni durante la guerra o
incluso un poco después, del mismo modo que no se iría de copas con sus colegas más
bebedores, que eran muchos.
De sus películas cabe deducir que era creyente, e incluso profundamente religioso, lo que parece
ser un obstáculo más para valorarlo como cineasta entre algunos de los que no sienten o piensan
como él(...), pero sus películas no son prédicas ni sermones, ni caen en la hagiografía; una
elocuente prueba es, para quien sea capaz de mirarla sin anteojeras ni prejuicios, The Song of
Bernadette (La canción de Bernadette, 1943), que es, sin duda, una de sus obras máximas, y no
sólo por el inteligente guión de Franz Werfel. (Por cierto, era una de las dos películas de King
que Ford votó entre sus preferidas de toda la historia del cine).
Como muchos de sus colegas, Henry King parecía plantearse cada película, en función de la
época, los actores disponibles, la historia –más que el género, noción que parece del todo
extraña a King–, como un problema particular, que exigía, en consecuencia, una solución
específica y bien pensada. Hay cosas, evidentemente, que no iba a querer hacer (...), y
procedimientos estilísticos, dramáticos o narrativos que, podríamos jurarlo, no iba a emplear
nunca, así le retorcieran un brazo, por mucho que le presionaran (...), y no por una cuestión de
principios, sino de gusto. Hay recursos que, simplemente, no le parecían elegantes, honrados o
de buena educación. (...)
Casi toda la obra sonora de Henry King fue producida por la Twentieth Century-Fox, donde –
aparte de algunas discusiones– parece que se llevaba muy bien con Darryl F.
Zanuck (...). A pesar de ello (...) cabría preguntarse hasta qué punto King se plegaba al estilo de
la casa– como han pretendido muchos, me temo que para rebajarlo al menesteroso estatuto de
artesano bajo contrato –o bien, por el contrario, el muy peculiar estilo de la Fox (en una época
en que era fácil identificar visualmente si una película era Warner, Fox, Metro-Goldwyn-Mayer,
Paramount, RKO, Universal, Columbia…) tomaba por modelo el estilo “invisible” –
decididamente discreto, pero nada rutinario ni tan ortodoxo como se presume, con planos más
largos de lo normal y ocasionales movimientos de cámara muy llamativos; probablemente fuera
el menos “Griffithiano” de sus coetáneos, pese a haber rodado remakes de varias películas de
D.W.- de Henry King. (...).
Miguel Marías, en Henry King, Festival Internacional de Cine de San Sebastián / Filmoteca
Española, 2007.
Descargar