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TALLER DE PLAN LECTOR.
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ASIGNATURA
PROFESOR
ALUMNO:
LENGUA CASTELLANA
ROLANDO PÉREZ OMES
GRADO
FECHA:
1. En el libro „Peroratas‟ (Alfaguara) del escritor Fernando Vallejo, se incluyó un
escrito sobre Gabriel García Márquez, no publicado por „El Malpensante‟. En
éste, Fernando Vallejo arremete contra el estilo de García Márquez y “Cien
años de soledad”. El ensayo de Vallejo, rechazado por “El Malpensante” se
titula “Un siglo de soledad”. Léelo y construye un texto en el que defiendas o
ataques la posición de Fernando Vallejo.
UN SIGLO DE SOLEDAD
«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de
recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo».
En uso del derecho a malpensar que me confiere esta revista, voy a hacerte unas preguntas,
Gabito, muchos años después, sobre tu libro genial que así empieza. ¿Muchos años después de
qué, Gabito? ¿De la creación del mundo? Si es así, yo diría que tendrías que haberlo dicho, o
algún malpensado podrá decir que se te quedó tu frase en veremos, como una telaraña colgada
del aire. Pero si no es después de la creación del mundo sino «después de aquella tarde remota en
que su padre lo llevó a conocer el hielo», entonces algo ahí sobra. O te sobra, Gabito, el «remota»
pues ya está en «muchos años después», o te sobra el «muchos años después» pues ya está en
el «remota».
Pero no te preocupés por la sintaxis, Gabito, que con las computadoras y el Internet ¿hoy a quién
le importa? Al que te venga a criticar con el cuento de la sintaxis, decile que ésas son ganas de
malpensar, de joder, y mandalo al carajo, que vos estás por encima de eso. Soltales un «carajo»
de esos sonoros, tuyos, como los de tu coronel Buendía.
Y en efecto, la originalidad de tu frase inicial, así a algún corto de oído le suene sintácticamente
coja, es soberbia, y no está en la sintaxis sino en la escena luminosa que describes. Un viejo que
lleva a un niño a conocer el hielo, ¿no es una originalidad genial? ¿Cómo se te ocurrió, Gabito?
¿Cómo se dio el milagro? ¿De veras fue como lo has contado en repetidas ocasiones a la prensa,
una tarde calurosa en que ibas camino de Acapulco con Mercedes? ¿En qué ibas pensando
camino de Acapulco con Mercedes esa tarde calurosa? Aunque yo soy un pobre autor de primera
persona que a las doce del día no recuerdo qué desayuné, y no un narrador omnisciente como vos
que todo lo sabés, oís y ves, y que leés los pensamientos y nos podés contar lo que recordó el
coronel Buendía muchos años después, apuesto a que sé en qué ibas pensando esa tarde
calurosa camino de Acapulco con Mercedes. Ibas pensando en Rubén Darío, en su autobiografía,
en la que el poeta nicaragüense, muerto en 1916, cuenta que su tío abuelo político, el coronel Félix
Ramírez, esposo de su tía abuela doña Bernarda Sarmiento, lo lleva a conocer el hielo: «Por él
aprendí pocos años más tarde a andar a caballo, conocí el hielo, los cuentos pintados para niños,
las manzanas de California y el champaña de Francia». ¡Te plagió, Gabito, te plagió ese cabrón
nicaragüense! ¡Y con semejante frase tan fea! Y no sólo te robó el hielo y el grado de coronel, sino
hasta la expresión genial tuya de «muchos años después», pues el «pocos años más tarde» de
ese sinvergüenza ¿no viene a ser lo mismo, aunque al revés? Y después dicen que los
colombianos somos ladrones. ¡Ladrones los nicaragüenses! Cuando te acusen de plagio me
llamás a mí, Gabito, yo te defiendo. A cambio vos me vas a enseñar a ser autor omnisciente y a
leer los pensamientos. Como ves, ya empecé a aprender, vos me diste el ejemplo, ya sé en qué
ibas pensando camino de Acapulco con Mercedes esa tarde calurosa en que se te ocurrió lo del
hielo: en ese nicaragüense ladrón. Pero explicame ahora la segunda frase de tu libro genial:
«Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de
un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes
como huevos prehistóricos». ¿Huevos prehistóricos? ¡Prehistóricos serán los tuyos, güevón! No
hay huevos «prehistóricos». Los huevos son del Triásico y del Jurásico, o sea de hace doscientos
millones de años, cuando los pusieron los dinosaurios, y nada tienen que ver con la prehistoria,
que es de hace diez mil o veinte mil. Los bisontes de las cuevas de Altamira y de Lascaux sí son
prehistóricos. Sólo que los bisontes no ponen huevos. ¿O en el realismo mágico sí? En esto de los
huevos prehistóricos sí metiste las patas, Gabito. ¡Por no consultarme a mí! ¿Qué te costaba, si yo
también vivo en México, llamarme por teléfono desde Acapulco? Yo tengo en México dos o tres
libros de paleontología con unos huevos de dinosaurio fosilizados, magníficos, muy útiles para tu
creación del mundo y de tu Macondo.
Pero aclarame aunque sea otra frase, la tercera, Gabito: «El mundo era tan reciente que muchas
cosas carecían de nombre y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo». Si vos estás
escribiendo en español –una de las contadas «lenguas de civilización» de que habla Toynbee, y
que ha producido la máxima obra literaria, el Quijote, después de la cual sigue la tuya, si no es que
es al revés–, ¿no se te hace que se te fue un poquito la mano con eso de que muchas cosas
carecían de nombre y que para mencionarlas había que señalarlas con el dedo? ¿No hay ahí una
inadecuación entre la lengua tuya, la del narrador (así sean tan genialmente pobres su léxico y su
sintaxis), y el mundo que describes? Para mí que te hubiera quedado mejor tu libro en protobantú o
en una lengua de la Amazonia. Pero claro, en protobantú nadie se llama Aureliano Buendía con
nombre y apellido, ni mucho menos tiene grado de coronel. Gabito: ¿No se te hace raro que en
Macondo muchas cosas no tengan nombre pero las personas sí? Y para colmo con grado militar.
En un mundo tan primitivo, Gabito, tan recién bañado por el primer aguacero cual es el caso de
Macondo, ¿de dónde salió la jerarquía militar? Pues donde hay un coronel hay generales y
mayores y cabos. Pero esto no es un reproche, Gabito, yo a vos te tengo buena voluntad. Nada
más te lo recuerdo por si algún cabrón malpensado algún día te lo saca a relucir, estés preparado y
sepás qué responder. Respondele: «Animal, ¿no ves que estamos ante el realismo mágico? Por
eso es mágico. Si las cosas tienen explicación, ¿dónde está la magia? ¿Qué chiste hay pues?».
De todas formas, Gabito, si cuando escribías tu creación del Universo me hubieras consultado
sobre este asunto de los nombres de los personajes, yo te habría aconsejado que para evitar
malpensamientos de cabrones los señalaras con el dedo. Además eso de llamar a los personajes
cada vez que se mencionan con nombre y apellido en realidad no es manía tuya, es de Rulfo y de
Mejía Vallejo: Pedro Páramo, Pedro Canales, Anacleto Morones, Fulgor Sedano, Susana San
Juan... Vos que sos tan imaginativo y genial ¡qué vas a copiar a ese par de güevones!
Ahora bien, si no querés señalar a tus personajes con el dedo, pues mencionalos siempre con
nombre y dos apellidos para que te distingás de ellos. Por ejemplo: Mauricio Babilonia Asiria, Pietro
Crespi Rossini, Pilar Ternera Mesa. Con este cambio tu comienzo te quedaría así: «Muchos años
después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía Iguarán habría de recordar
aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo». Mejora mucho en originalidad.
Incluso el «Iguarán» lo podés cambiar por «Iguana»: el coronel Aureliano Buendía Iguana. Suena
más paleontológico, más a huevo prehistórico.
Llegados a este punto, Gabito, te quiero preguntar una última cosa, pero si no me la querés
contestar no me la contestés: ¿De veras plagiaste a Balzac? ¿O eran elucubraciones sin
fundamento de ese guatemalteco envidioso de Miguel Ángel Asturias? ¿Te acordás con la que
salió ese güevón? Que dizque vos sacaste a tu coronel Aureliano Buendía del Baltazar Claës de
La búsqueda del absoluto de Balzac, quien arruina a su mujer tratando de fabricar oro pero en vez
de oro sólo fabrica un diamante. ¡Cómo lo ibas a plagiar si tu coronel Aureliano Buendía no fabrica
diamantes sino pescaditos de oro! El tono, claro, de las dos novelas, la tuya y la suya, se parece
mucho. Ustedes dos escriben como comadres chismosas, en prosa cocinera. Pero eso está bien
para el tema de ambos. Además, ¿quién te puede probar Gabito que le robaste a Balzac el tono?
Robarle un autor a otro el tono es como robarle un hombre a otro el alma. Y si a ésas vamos,
también a vos te lo robó Salvador Allende. Ah no, fue su sobrina, ¿cómo es que se llama?
En fin, Gabito, para terminar porque ando corrigiendo unas pruebas y muy apurado, una última
inquietud, ahora sobre el título de tu libro genial. ¿Por qué le pusiste «Cien años de soledad» en
vez de «Un siglo de ausencia» como el bolero? Yo hubiera preferido «un siglo» ya que estás
hablando en números redondos y que tuviste el acierto de que no fueran ciento uno o noventa y
nueve, lo cual es otra genialidad. ¿Cómo se te ocurrió? Claro que «años» me suena mal. «Año»
me suena a «caño», «coño». Yo sería incapaz de poner la palabra «año» en el título de un libro
mío. La eñe es fea letra, hay que desterrarla del idioma. En cuanto a la soledad, mejor cambiásela
por «ausencia», pues en español «Soledad» también es nombre propio, y así algún malpensado
puede pensar que tus «Cien años de Soledad» son los cien años que doña Soledad lleva sola:
doña Soledad Acosta viuda de Samper, doña Sola, doña Solita, ¡ay!
Gabito: No te preocupés que vos estás por encima de toda crítica y honradez. Vos que todo lo
sabés y lo ves y lo olés no sos cualquier hijo de vecino: sos un narrador omnisciente como el
Todopoderoso, un verraco. Y tan original que cuanto hagás con materiales ajenos te resulta propio.
Vos sos como Martinete, un locutor de radio manguiancho de mi niñez, que con ladrillos robados a
la Curia se construyó en Medellín un edificio de quince pisos propio. E hizo bien. Las cosas no son
del dueño sino del que las necesita. Además vos también estás por encima del concepto de
propiedad. Por eso te encanta Cuba y no lo ocultás. El realismo mágico es mágico. ¡Qué mágica
fórmula!
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