VICTOR CODINA EVANGELIZAR 500 AÑOS DESPUÉS Evangelizar 500 años después, Diakonía, 14 (1990) 33-46; Cuarto Intermedio 5 (1987) 34-51 Con ocasión de los 500 años de la primera evangelización de América Latina, Juan Pablo II ha lanzado la consigna de una nueva evangelización, nueva en su ardor, en su método y en su expresión. A medida que pasa el tiempo, surgen interrogantes sobre el significado de esa nueva evangelización: ¿en qué consiste realmente? ¿en qué debe diferenciarse de la primera? ¿Qué es evangelizar? Basándonos en la Evangelii nuntiandi (EN) de Pablo VI, la carta magna sobre la evangelización, señalemos los rasgos más importantes de la misma. Evangelizar es la razón esencial de la Iglesia, constituye su identidad (EN 14). La Iglesia, lejos de replegarse sobre sí misma, ha de abrirse, puesto que existe para evangelizar. Pero, ¿ en qué consiste evangelizar? ¿es simplemente enseñar el catecismo, predicar, administrar los sacramentos? Para Jesús, evangelizar es anunciar la buena noticia de la cercanía del Reino de Dios (Mc 1.,15). Evangelizar es, pues, anunciar que el Reino de Dios comienza a realizarse ya en nuestra historia. Y el Reino de Dios no consiste únicamente en la liberación del pecado por la gracia de Dios. Ni es solamente la liberación definitiva de la muerte (la resurrección de los muertos y la vida eterna), sino también la liberación de los males históricos y estructurales (la justicia histórica). La evangelización implica un claro anuncio de Jesús, en quien se nos ofrece la salvación (EN 27), una denuncia de todo cuanto se opone al Reino (EN 30-38), una transformación de la realidad (EN 18-20) y el testimonio coherente del propio evangelizador (EN 21). De ahí se siguen los principios fundamentales de toda evangelización: coherencia entre teoría y praxis en el evangelizador; integralidad de la evangelización; respeto a la dignidad y libertad del evangelizando; prioridad de los pobres; libertad profética para denunciar todo lo contrario al Reino de Dios; referencia a la Iglesia como comunidad evangelizadora. Consecuentemente, la evangelización es al mismo tiempo necesario y difícil: la Iglesia debe convertirse continuamente al Reino, para poder evangelizar como Jesús. La primera evangelización La evangelización de América Latina constituye uno de los capítulos relevantes de la historia de la Iglesia, no desprovisto de luces y sombras. (Puebla 6 y 10). La historia nos recuerda' las figuras señeras de obispos, misioneros y santos: luchadores por la justicia y evangelizadores de la paz, como Antonio de Montesino s, Bartolomé de Las Casas, Juan de Zumárraga, Vasco de Quiroga, Juan del Valle, Julián Garcés, José de Anchieta, Manuel Nóbrega y tantos otros que defendieron a los nativos ante conquistadores y VICTOR CODINA encomenderos, incluso hasta la muerte, como el obispo Antonio Valdivieso (Puebla 8); santos, como Toribio de Mogrovejo, Rosa de Lima, Martín de Porres, Pedro Claver, Luis Beltrán (Puebla 7). También nos recuerda las originales síntesis de evangelización y promoción humana de las misiones franciscanas, agustinas, dominicas, mercedarias, jesuitas (Puebla 9). Sin embargo, en la primera evangelización hubo también fallos, alianzas con poderes terrenos, una visión pastoral incompleta y la fuerza destructora del pecado (Puebla 10). La Iglesia tuvo que encararse con desafíos para los que apenas estaba preparada: distancias inmensas, escasez de recursos humanos y económicos, diversidad de religiones, costumbres y lenguas. A ello se suma el hecho de tener que evangelizar en una contradictoria unión con una conquista violenta. Las leyes de la evangelización entraron en crisis. Iban juntos el Evangelio y la conquista, la cruz y la espada, el Reino de Dios y el Reino de Castilla. El nombre de Dios sirvió para cubrir los más flagrantes latrocinios, las matanzas más atroces. La misma Iglesia que desde los púlpitos predicaba el amor y el respeto conculcaba los derechos más elementales de los indígenas. La fraternidad que los misioneros pregonaban contrastaba con la rapacidad de los conquistadores, también cristianos. La conquista espiritual de las almas encubría: de hecho la codicia del oro; el bautismo hacía hijos de Dios y súbditos del rey de España; la libertad de los hijos se compraba a costa de la propia libertad. En definitiva: existió una terrible confusión entre fe y guerra, entre la mística y la depredación. Evangelizar y conquistar resultaron sinónimos. No se trata aquí de hacer un balance exhaustivo de la primera evangelización. Ni queremos caer en el anacronismo de reprochar a los primeros evangelizadores de no haber alcanzado cotas que la humanidad ha tardado siglos en conseguir. Lo dicho nos permite trazar los rasgos característicos de las tres corrientes teológicas y pastorales de la época, que explican las diversas posturas en la primera evangelización de América Latina. 1. Corriente llamada esclavista. Parte del hecho de que el amerindio es un ser naturalmente inferior, subhumano, al que, en todo caso, hay que humanizar. Además los indígenas son idólatras, dan culto al demonio. Esto justifica la santidad de la conquista. Es una guerra santa, una cruzada. Oviedo afirma: "La pólvora contra los infieles es incienso para el Señor". Para otros, los amerindios vivían bajo la tiranía de señores injustos -incas, aztecas...-, de los que los españoles les liberaban. En todo caso, la conquista, si era un mal, era un mal necesario para la evangelización. De este mal sacaba Dios bienes. Y esto justificaba la conquista. La postura más radical y extrema la representó el teólogo y consejero de Carlos V, Juan Ginés de Sepúlveda, el cua l justificó las guerras contra los amerindios y elaboró una apología de la esclavitud, inspirada no en el Evangelio, sino en Aristóteles. En ella defendía que es legítimo someter a los indígenas, porque son seres inferiores, que hacen la guerra, realizan sacrificios humanos y prácticas sexuales aberrantes, y no tienen propiedad privada. Cuando desde mediados de agosto de 1550 hasta abril del año siguiente se produce en la capilla del convento de San Gregorio de Valladolid el duelo dialéctico entre Sepúlveda y Las Casas, hacía trece años que el Papa Paulo III había declarado en la Bula Sublimis Deus que los amerindios eran seres humanos y que, como tales, no se les podía privar de su libertad y del dominio de sus cosas. VICTOR CODINA 2. Corriente centrista. En consonancia con la doctrina papal, el dominico de Salamanca Francisco de Vitoria, fundador con Francisco Suárez del derecho internacional, defendió que los amerindios eran dueños legítimos de sus tierras de propiedad. Niega que ellos carezcan del uso de razón y afirma que el Papa no tiene sobre ellos autoridad alguna, mientras sean paganos. Por esto critica al Papa por haber concedido a los reyes de Castilla (y a los de Portugal) la propiedad de los territorios descubiertos. Tampoco los cristianos pueden apoderarse de sus bienes. Por otra parte, los indígenas no están obligados a creer en Cristo, cuando se les anuncia, ni pecan por no creer en él. Las guerras contra los aborígenes sólo se justificarían si ellos violasen el derecho de gentes y negaran a los españoles el derecho a predicar la fe. Su teoría de la guerra justa deja, pues, un portillo abierto a la guerra por razones de Estado. Esta postura se aparta totalmente de la de Sepúlveda, pero no llega a la de Las Casas. Vitoria era un intelectual y le faltaba la vivencia del exterminio de los amerindios que poseía su hermano en religión Bartolomé de Las Casas. 3. Corriente liberadora. Está representada por Las Casas, aunque otros obispos y misioneros le siguen. Critica la conquista y el sistema de las encomiendas como ilícito. Para él, la evangelización presupone una concepción igualitaria de todos ante Dios y una actitud de respeto y no violencia con el indígena. La evangelización, que ha de ser racional y no violenta, debe proponer el Evangelio de forma tranquila y agradable, persuadiendo al entendimiento y atrayendo a la voluntad. El evangelizador- ha de ser coherente, "porque debe presentarse a sí mismo como ejemplo de sus palabras, de modo que enseñe más con la praxis que con la palabra". En cambio, evangelizar vio lentamente "inducirá al hombre a no querer oír las verdades que pertenecen a la fe y a despreciar todo lo que se le diga". "Sujetar primero a los pueblos infieles por las armas; para que enseguida oigan la predicación de la fe y abracen la religión cristiana, es contrario al modo que observaron los antiguos santos padres en todas las edades". Y .por tanto, la guerra contra los amerindios son sacrílegas, injustas y tiránicas. Sólo queda una salida: restituirles todo lo que se les ha arrebatado con la guerra y dejarles vivir en paz. Las Casas describe al amerindio como un prójimo diferente, pero con igualdad de derechos ante Dios, gente no ingobernable ni incivilizada, sino prudente y muy religiosa. La postura de Las Casas, aunque en teoría fue la que prosperó ante la Corte española frente a la de Sepúlveda e influyó en las Leyes Nuevas de 1542, en las que se prohibía la esclavitud y la opresión del amerindio, en la práctica fue arrollada por la insaciable codicia de los encomenderos. Tanto Las Casas en su diócesis de Chiapas, al sur de México, como los franciscanos en sus territorios de misión y más tarde los jesuitas en las famosas reducciones del Paraguay intentaron poner en práctica alternativas al sistema colonial y de la encomienda, para evangelizar al margen de los conquistadores. Sus intentos permanecen como testimonio de una evangelización auténticamente liberadora e inculturada. Consecuencias Puede afirmarse que ni la postura esclavista ni la misma centrista consiguieron respetar los principios de la evangelización auténtica. No hubo - coherencia entre el mensaje y el testimonio de vida. Faltó el conocimiento y el respeto a las distintas culturas y religiones. Faltó el diálogo y, sobre todo, faltó la denuncia profética frente a los horrores VICTOR CODINA de la conquista. Sólo la postura liberadora de Las Casas y de sus seguidores mantuvo la lógica evangélica. De ahí que de la primera evangelización se hayan seguido, de hecho, una serie de consecuencias negativas, que aun hoy, después de 500 años, pesan sobre América Latina: esquizofrenia entre fe y vida, clericalismo, pasividad, falta de inculturación, falta de confianza en el pueblo, escasas vocaciones indígenas... Evangelizar desde el poder opresor es totalmente antievangélico. Diríase que es un milagro de la gracia y de la fuerza de la Palabra el hecho de que, en medio de tantos fallos, la semilla germinase, creciese, diese abundantes frutos y se asimilase vitalmente. La pléyade de misioneros que dedicaron su vida al servicio del pueblo dio sus frutos. Y los amerindios fueron capaces de distinguir entre lo que los misioneros enseñaban y lo que los conquistadores practicaban. Comprendieron que el mensaje era de libertad y un día sacaron las consecuencias. Pero los errores de la primera evangelización no deben ocultarse. Hay que sacar lecciones de la historia: en una situación de opresión sólo una evangelización liberadora es evangélica de verdad. Retos de la nueva realidad En la Asamblea de Puebla (1979) los obispos latinoamericanos enumeraban los retos de cara a una evangelización. A nivel socioeconómico, una situación de pobreza e injusticia generalizada, debida a causas estructurales, que debe ser considerada como pecado (Puebla 27-40). A nivel político, continuos abusos de poder y poco respeto a los derechos humanos (Puebla 41-43). A nivel cultural, una continua agresión a las culturas autóctonas y un grave problema de educación (Puebla 51-62). A esto se añade la marginación de la mujer, el racismo, las . continuas migraciones, la guerra, el desempleo y el subempleo... Entrando en el ámbito religioso y eclesial nos hallamos ante una serie de desafíos, que, con el tiempo, acentúan su urgencia. El reto procede de distintos frentes: a) los gérmenes de increencia provenientes de la modernidad y del ateísmo secularista, que invade las grandes ciudades, las universidades y la juventud, y que se difunde a través del consumo y 1a TV; b) los gérmenes de increencia provenientes de la ideología marxista, que influyen como modelos de acción política y de cosmovisión global de la vida; c) la tentación de desesperanza ante la situación de injusticia y opresión, con una terrible sensación de impotencia; d) el indigenismo con su problemática de culturas y de religiones amerindias y afroamericanas, con la frecuente reivindicación de una vuelta al estado precristiano, ya que se sienten agredidos por una injusta imposición religiosa; e) las sectas, con su agresividad, su atractivo de grupo cerrado, cálido, protector de situaciones de inseguridad, de ideas sencillas y fuerte emotividad. Juntando todos esos desafíos, se percibe en América Latina el inmenso clamor de un pueblo que pide justicia, que exige poder vivir como personas. No es sólo el clamor de pan, justicia y libertad. Es un clamor total: el clamor por el Reino de Dios. El cuadro resultaría incompleto, si no mencionásemos los signos positivos que han ido surgiendo en el pueblo y que son acicate para una tarea auténticamente evangelizadora: la conciencia de su dignidad de persona, su deseo de participación política y social (Puebla 20), los esfuerzos en educación concientizadora (Puebla 23), la creciente VICTOR CODINA capacidad de organización (Puebla 20), la participación de los laicos en tareas eclesiales, las comunidades eclesiales de base (Puebla 96), la vitalidad de la religiosidad popular, que va adquiriendo dimensiones liberadoras (Puebla 109), la nueva reflexión teológica en perspectiva liberadora, el nuevo papel que está asumiendo la mujer en la sociedad y en la Iglesia, la entrega hasta la muerte de muchos cristianos por la causa de un pueblo crucificado. Es una irrupción de Dios en un continente a la vez pobre y esperanzado, joven y lleno de promesas. Es un nuevo alumbramiento. Modelos de evangelización Teniendo en cuenta la realidad descrita y la experiencia de la primera evangelización, también aquí cabe distinguir tres modelos de evangelización. Aun a riesgo de simplificar las cosas, es bueno intentar una tipificación de las posturas actuales respecto a la evangelización. 1. Modelo espiritualista. Afirma que el mayor peligro para América Latina es el ateísmo, el secular o el marxista. Y se siente sobrecogido por la avalancha de las sectas. Para conjurar estos males, está dispuesto a usar todos los medios a su alcancetecnología, mass media- para llevar a cabo una gran cruzada que libere a la América Latina de los peligros que amenazan su fe. Entiende la evangelización como una nueva catequesis que destaque los valores de la trascendencia y fomente los movimientos de tipo espiritualista y pietista. Este modelo tiene el peligro de ser manipulado por el gran capital y de representar los intereses de la llamada civilización occidental. En este sentido empalmaría con .la vieja postura de Ginés de Sepúlveda. 2. Modelo centrista. Heredero de la corriente de Vitoria, cae en una gran perplejidad. Es consciente de los problemas sociopolíticos, pero tiene miedo a posibles abusos: reduccionismo sociopolítico, iglesia popular, manipulación de las izquierdas, infiltraciones marxistas, riesgo de fomentar la violencia. Pero tampoco se identifica con el modelo espiritualista, porque no responde al contexto real latinoamericano. Pretende mantenerse equidistante de los dos extremos. Busca una síntesis, pero con el riesgo de caer en parálisis y miedo o, en todo caso, de no generar el entusiasmo y el dinamismo pastoral necesario. 3. Modelo liberador. Quiere seguir la línea de Las Casas y de los grandes obispos y misioneros de la primera evangelización. Cree que el horizonte de la evangelización ha de ser el Reino de Dios, tal como Jesús lo anunció y realizó. Es profético y, como tal, no puede dejar de ser conflictivo. Pero cuenta en su haber con numerosos mártires, desde obispos como Romero y Angelelli a sacerdotes y religiosos, como Luis Espinal en Bolivia, Ignacio Ellacuría y compañeros en El Salvador, religiosas, catequistas, laicos, madres de familia, dirigentes de las comunidades de base. A la luz de todo lo expuesto sobre la evangelización, éste es el modelo verdaderamente coherente con el Evangelio y con la Tradición de la Iglesia latinoamericana, por más que tenga riesgos, si no se asume con profundidad. ¿Qué explica una evangelización liberadora? a) Contenido. Es el Evangelio del Reino que Jesús anunció. Un Reino integral, global, que se opone al antireino que domina en América Latina. No puede dejar de ser un VICTOR CODINA anuncio profético que parte de la situación actual de pecado estructural. Para un pueblo con hambre de Dios y hambre de pan, el problema más urgente no es el ateísmo, sino el pan, como ha repetido el Card. de Sâo Paolo, Evaristo Arns. Articular de forma coherente, sin dicotomías, fe y vida, fe y justicia, *es el reto de esa nueva evangelización. b) Modo. No puede ser desde arriba, desde el poder, sino desde el pueblo, a partir del pueblo, de su cultura, de sus necesidades, de su religiosidad, de forma sencilla, como buena nueva que se anuncia, no como ley que se impone. Ha de haber coherencia entre mensaje y mensajero. Ha de ser una evangelización dialogante, respetuosa, familiar, que haga de cada fiel un evangelizador de su propio medio. c) Destinatarios privilegiados. Han de ser los pobres, los indígenas, los sectores populares, los más marginados. Ellos son los primeros llamados al Reino. Su anuncio ha de llevar consigo una creciente liberación del pueblo. "La Iglesia tiene el deber de anunciar la liberación a millones de seres humanos, entre los cuales hay muchos hijos suyos; tiene el deber de ayudar a que nazca esa liberación, de dar testimonio de la misma y de hacer que sea total. Todo esto no es ajeno a la liberación" (EN 30; Puebla 26). Esto deberá concretarse más en el contexto de cada Iglesia local y de acuerdo con la diversidad de carismas. Pero sin olvidar nunca que la nueva evangelización debe evitar los errores de la primera y seguir la línea liberadora que hace 500 años algunos obispos y misioneros emprendieron con intrepidez evangélica. Extractó: JORDI CASTILLERO