ENCUENTROS EN VERINES 2004 Casona de Verines. Pendueles (Asturias) LAS CORRIENTES ESTÉTICAS EN LA POESIA VASCA DE LOS AÑOS 90. UN PANORAMA. Jon Kortazar Juan Mari Lekuona (1927-), uno de nuestro poetas mayores, dando muestras de su incansable dedicación a la literatura, y abriendo nuevas sendas estéticas en cada uno de sus libros, publicó un poemario neobarroco en 1990: Mimodramak eta ikonoak [Mimodramas e iconos], un recorrido simbólico por las referencias culturales y religiosas de un pueblo vasco intrahistórico. Lekuona en un poema simétrico recreaba los sentidos ocultos de una tradición cultural. Era una mirada hacia atrás, una lectura de la historia del pueblo vasco, un buceo en las raíces de un pueblo. La estética simbolista queda clara en el planteamiento y sirve para realizar la descripción de una de las corrientes estéticas que han tenido más seguidores entre los poetas de los 90. En 1989 Koldo Izagirre, un importante escritor de la década, retomaba, tras años de silencio, el género de la poesía y publicaba el libro Balizko erroten erresuman [En el territorio de los molinos imaginarios]. El escritor ha trabajado en la línea de las vanguardias históricas y ha traducido a la lengua vasca a Maiakovski y a Salvat-Papasseit, lo que, sin duda, puede ofrecer algunas de las claves de su estética. En el libro, Izagirre propugnaba, desde la estética vanguardista y desde una posición crítica con el mundo establecido, una vindicación de la utopía, de la identidad nacional, entroncada en los momentos de futuro que llegarían con el cambio político. Las dos estéticas aquí mencionadas, la simbolista y la vanguardista, pueden simbolizar las dos maneras de hacer poesía que se han dado en la tradición europea, si hacemos caso a la teoría de Michael Hamburger. En su obra La verdad de la poesía establecía que la corriente simbolista y la corriente vanguardista han establecido los dos caminos por donde transcurre una de las tensiones que expresaba la tradición poética de la modernidad. Simbolismo y vanguardia, mirada hacia el pasado y mirada hacia la utopía identitaria, estilo esteticista y estilo directo, alegoría y línea clara, he aquí algunas de las tensiones que se han producido en la poesía vasca de los 90. Estas referencias pueden servirnos para delimitar una escritura sobre las tensiones y las estéticas que se producen en la literatura vasca actual y en la poesía de los 90 en especial – entendiendo por tal la realizada por los escritores que publicaron su primer libro entre 1990 y 2000. Hablamos de tensiones, porque ya ninguna descripción maniquea podría dar cuenta de una imagen plural y compleja, como es la que ofrece la poesía vasca actual. En el desarrollo de una expresión poética, la poesía vasca de los 90 se encontró con esos dos caminos en su horizonte de creación: podría seguir la senda vanguardista –y así lo hicieron algunos autores -, o podrían realizar la senda simbolista –y así lo entendieron otros. Pero, si atendemos a las teorías sobre el lenguaje poético expuestas por Jean-Marie Schaeffer (1999) en su artículo “Romanticismo y lenguaje poético”, nos encontraremos ante la descripción de una situación nueva. Desde el Romanticismo y el idealismo, la poesía ha supuesto que su lenguaje es una escritura de una dignidad especial, que mantiene relaciones privilegiadas con la “verdad”, y que se separa claramente del lenguaje corriente, hasta ser autónoma con respecto al cotidiano, de manera que crea un lenguaje específico en el que se establece una unión especial con la “verdad de las cosas”. En mi opinión, la lírica contemporánea pondría en cuestión la concepción romántica de la poesía, que, sin embargo, está presente en muchos de los poetas actuales, y por tanto seguir en la tensión entre poesía absoluta y política absoluta, como describe Hamburger esa tensión entre simbolismo y vanguardia, lleva a la poesía vasca de los 90 hacia un callejón sin salida. De hecho, los principales poetas que comenzaron a publicar en los años 90, optaron por una relación personal, de creación de la propia tradición, con la poesía. En el caso vasco, como veremos, el tema de la ruptura y la novedad en poesía viene caracterizada por una opinión puesta en circulación por Koldo Izagirre que propugna una continuidad natural entre los poetas, sin rupturas abruptas, en unas condiciones en que la literatura pequeña debe seguir un camino de colaboración entre escritores, y no de crítica y contestación. Esta colaboración y cordialidad entre las distintas promociones que se ha propuesto en los noventa ha producido, como primera consecuencia, una estética continuista, de manera que las voces más originales provienen de autores que desde la individualidad han desarrollado su obra poética. En mi opinión cabría resaltar las siguientes corrientes estéticas dentro de las creaciones poéticas de los años 90, atendiendo en cualquier caso, a las distintas voces que cada autor reclama para su obra. La corriente simbolista, la palabra metafórica como base de la poesía, la acumulación de la estética, el recurso a lo sublime, estarían presentes en la obra de Jose Luis Padrón, principalmente y en la obra sensible de Mirari García de Cortázar. Son dos obras de concepción distinta, pero las dos obras permanecen cerca de una concepción simbolista de la poesía, adorno en el lenguaje, exploración de los sentimientos, cercanía al poesía de la experiencia. Quizás la poesía de Felipe Juaristi, que ha ofrecido con respecto a Jose Luis Padrón, algunas marcas de proximidad (prólogos y comentarios elogiosos a sus libros) puede representar una fuente de influencia. Más en la concepción de la poesía que en la elaboración del texto. Desde luego, no es un estilo inamovible. Por ejemplo, Jose Luis Padrón se ha decantado en su último libro, Zure bila itsasoa bidaliko dut [Mandaré al mar tras ti] de 2002, por una deriva hacia el mundo de la imagen –que, por supuesto, no estaba ausente en su transcurrir poético- y el estilo surrealista. Cercana a esta estética de la analogía puede considerarse una poesía del barroquismo del lenguaje, que busca en la expresión, y sólo en la expresión, en el estilo, las bases de la poética, y la creación de un mundo, que se supone estético, basado en la utilización de un lenguaje lejano a la lengua común. Quizás la obra de López Mugertza explica mejor que otras esta tendencia general en las lenguas minoritarias, en la que el autor utiliza un estilo barroco, en un cierto prurito lingüístico, donde la lengua toma el lugar de la comunicación normal. La poesía de la experiencia –tal como se entiende en el campo literario español- mantuvo una vigencia importante en la poesía vasca, sobre todo, al comienzo de la década. Poesía de la intimidad, de la reflexión sobre el yo, fingimiento, poesía reflexiva y búsqueda de una línea clara en la expresión. Anotamos ya que la línea más simbolista se vio influida por esta tendencia. Pero, sabiendo que existe una zona en que ambas pueden confundirse, está claro que el predominio de una u otra corriente –y cuestiones de cronología, la experiencia es un influjo que aparece sobre todo, al comienzo de la década y parece pertenecer más a los seniors- puede decantar a los autores hacia uno de los lados de los poetas de los 90. Puede encontrarse esta tendencia en la obra de Rikardo Arregi, y marcado por un tono más beat y de literatura de carretera, se encuentra también en la obra de Pako Aristi. En la crítica vasca, tan dada a las confusiones, suele afirmarse que toda poesía proviene de la experiencia, y que por tanto, no cabría hablar de una corriente, ni de una estética de la experiencia. La confusión consiste en equiparar una misma palabra que responde a dos significados distintos en diferentes órdenes. Bien puede aceptarse –siempre con reservas- que la experiencia vital resulta una de las bases para la creación de la poesía. Pero, “poesía de la experiencia” en el terreno del estudio de la poesía responde a una estética que puede definirse acorde a una serie de rasgos definibles. Evidentemente, no es lo mismo hablar de experiencia en el lenguaje cotidiano, y de “poesía de la experiencia” en el lenguaje técnico de los estudios de poesía. Porque, una misma sensación experiencial, puede expresarse de acuerdo a estéticas distintas. Es en la formulación de la experiencia donde aparecen los rasgos estéticos donde pueden distinguirse estéticas distintas, tratamientos alejados de un mismo tema. Rikardo Arregi optó por una mayor presencia del esteticismo. Ciertamente después apareció lo que se ha dado en llamar realismo sucio, que está ya presente en Pako Aristi y su formulación de una poética de la vida diaria de la sociedad. Una tercera composición de poesía puede, con todas las salvedades del caso, al ser esta ponencia un resumen de una década de creación poética, reunirse en torno a la vanguardia y a la poesía del inconformismo, de la expresión vanguardista y de la elaboración poética de la expresión cotidiana desde las bases ideológicas del elemento identitario. Realmente existen demasiados rasgos en esa definición que acabamos de realizar. En la práctica la historia puede ser más fácil de contar. Está claro que la figura de Harkaitz Cano es una clave para entender la literatura vasca de la década de los 90. Posiblemente es el autor que con más ambición ha presentado un perfil de escritor y de animador cultural. Su poesía, como veremos más tarde, permanece en torno a la consideración vanguardista de la imagen, ha creado una poesía de la deshumanización de la ciudad, con un lenguaje que debe mucho al surrealismo. Pero entre Maiakovski y Bukowski, su obra literaria se ha decantado hacia la expresión de un realismo sucio, en la última parte de su libro Norbait dabil sute-eskaileran [Alguien anda en la escalera de incendios] (2001), y por tanto hacia una poesía de línea más clara. Sus iniciativas al montar el grupo Lubaki [Trinchera] y la editorial correspondiente, Kaiero, que fue absorbida por la editorial Elkar y que desapareció tras publicar dos números, hace que aparezcan junto a él otros autores en los que la implicación identitaria sea mayor, y la expresión vanguardista aparezca con mayor fuerza. Quizás puede hablarse en la obra de los acompañantes de Cano de una estética de la resistencia, como la define Bárbara Harlow (1993): defensa de la memoria colectiva y popular, la importancia del tema del cuerpo y la sexualidad, la crítica a las culturas occidentales y al orden establecido, convenciones surrealistas y expresión en largos poemas. Harlow defiende una poesía que trabaja por la liberación nacional, como si se compusiera una vanguardia... Ciertamente, la explicitación de la influencia de Joseba Sarrionandia y Koldo Izagirre ha definido un tipo de poesía, que puede tomar el nombre que más guste, pero la influencia del surrealismo me parece su mejor baza. De hecho, más de algún poeta ha expresado la opinión, la autopoética, de que ya no se hace literatura social con el lenguaje de la inmediatez, sino que se trabaja la imagen, la expresión surrealista y la alegoría... Cabría distinguir también a aquellos poetas que desde el tratamiento de la imagen se alejan del núcleo ideológico de la poesía de la resistencia. Me parece clave, en este sentido, el trabajo de Igor Estankona, cuyos comienzos de poemas son espléndidos en la concreción de las imágenes poéticas, que elabora un mundo de la cercanía y de la búsqueda de algo inasible y que puede mantenerse en silencio. La relación con el realismo sucio (tanto en la narrativa con la sombre de Carver, y más tarde de Auster, como en la poesía con Bukowski, al que se le ha traducido con cierta frecuencia al euskara) es una de las claves en que se ha movido la poesía vasca en la década de los 90, y más claramente en el segundo período del tiempo que citiamos. Evidentemente estaba presente en la poesía de Pako Aristi, como referimos antes, porque en este autor la fascinación por la literatura americana se combinó con un influjo de la poesía gallega de Manuel Rivas. Una poesía de la condición humana, llena de los guiños en los que se había desarrollado la generación beat. La influencia americana era anterior, por tanto, en Pako Aristi. Pero la aparición de “lo sucio”, por un cierto realismo en el tratamiento de los temas, y un cierto feísmo se ha ido desarrollando en la obra de otros poetas de menor proyección editorial. Como vemos las estéticas fundamentales (simbolismo, vanguardia, estética del realismo) se van desarrollando de forma horizontal, de forma que pueden aparecer, con mayor o menor intensidad en autores de diferencias notables en su escritura. Como estamos tratando una situación de conformación y emergencia no deben resultar extrañas la provisionalidad y la matización, la configuración de un mundo en cambio con referencias diversas en un mismo autor y creaciones distintas que tienen puntos de contacto en esa interrelación de estéticas vivas en la actual creación poética vasca. El hecho de que sea una poesía en formación explica también la debilidad de algunas propuestas y las relaciones cruzadas... La construcción estética de la identidad femenina no puede olvidarse en este panorama. Las obras poéticas de Miren Agur Meabe, tan unida a lo cotidiano, de Isabel Díaz, de Ana Urkiza, y en menor medida de Castillo Suárez representan la creación de un mundo simbólico que explora la conciencia femenina, que trae un nuevo discurso sobre el cuerpo y el erotismo... Al comenzar este panorama hablábamos de la heterogeneidad de propuestas, pero también señalábamos el mimetismo sobre las dos estéticas dominantes en la modernidad: el simbolismo y la vanguardia... En el fondo, hay una razón para explicar la situación de la poesía vasca de los 90: el seguidismo con el que han abordado el hecho poético y las influencias evidentes que aparecen en las obras. Por ello, son precisamente las personas que se muestran al margen de los grupos y de las estéticas uniformizantes las que han ocupado un lugar central en esta poesía: Rikardo Arregi, Juanjo Olasagarre, Karlos Linazasoro, Miren Agur Meabe, Harkaitz Cano... Y, desde luego, debemos referirnos al poeta que ha cambiado el panorama, por el éxito de su libro: Kirmen Uribe. Pero no sólo se trata de éxito. La relación con el público de este autor se ha debido, a mi parecer, a que ha sabido romper con la dinámica que se estaba creando entre el simbolismo y la vanguardia y ha propuesto una estética que podemos reconocer –con sus imprecisiones- bajo el nombre de postmodernidad. Una renovación silenciosa, sin debates, sin grandes rupturas, pero que desde la profundidad de la visión sobre la condición humana ha sabido expresar una forma nueva de decir: aquella que desde la claridad habla a la conciencia y a la sensibilidad de las personas...