La Revolución traicionada

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La Revolución traicionada
Dos ensayos sobre literatura, cine y censura
Centro Universitario de Estudios Cinematográficos
Dirección General de Televisión Universitaria
La Revolución traicionada
Dos ensayos sobre literatura, cine y censura
Eduardo de la Vega Alfaro
Universidad Nacional Autónoma de México
México, 2012
© La Revolución traicionada: Dos ensayos sobre literatura, cine y censura
Universidad Nacional Autónoma de México
entro Universitario de Estudios Cinematográficos
C
Adolfo Prieto 721, Col. Del Valle, México 03100 DF
Dirección General de Televisión Universitaria
Circuito Mario de la Cueva s/n, Ciudad Universitaria, México 04510 DF
rimera edición, 2012
P
Fecha de edición: 15 de octubre 2012
© Eduardo de la Vega Alfaro
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Vega Alfaro, Eduardo de la.
La revolución traicionada : dos ensayos sobre
literatura, cine y censura / Eduardo de la Vega
Alfaro. -- México : UNAM, Centro Universitario
de Estudios Cinematográficos : Dirección
General de Televisión Universitaria, 2012.
168p.
ISBN 978-607-02-3763-8
1. México – Historia -- Revolución, 1910-1920
-- Literatura y revolución. 2. México – Historia
-- Revolución, 1910-1920 -- Cine y revolución. I. t.
Fotografías de portada: El compadre Mendoza (Fernando de Fuentes y Juan
Bustillo Oro, 1933) y La sombra del caudillo (Julio Bracho, 1960).
D.R.© 2012, Universidad Nacional Autónoma de México
Ciudad Universitaria, Coyoacán, México 04510 DF
ISBN: 978-607-02-3763-8
Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio
sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.
Impreso y hecho en México
Contenido
Prólogo
Juan Bustillo Oro y Mauricio Magdaleno:
teatro y cine revolucionarios (1931-1934)
Vidas un tanto cuanto paralelas
Nuevas experiencias estéticas
Un drama atrozmente censurado
Un magistral relato fílmico
Coda
Literatura, cine y censura: el caso de
La sombra del caudillo (Julio Bracho, 1960)
La génesis de una gran novela
Un texto de inspiración expresionista
Genealogía de un gran film
La mecánica de la censura (I)
La mecánica de la censura (II)
La estrategia discursiva de un cineasta maldito
Coda
Bibliografía
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Prólogo
Al celebrarse en 2010 el Centenario del Inicio de Revolución Mexica-
na, lo que entre muchas otras cosas implicó la exhibición y realización
de películas nacionales y extranjeras referidas a dicha etapa histórica,
tanto El compadre Mendoza como La sombra del caudillo se consolidaron como clásicos indiscutibles del cine mexicano y latinoamericano. No resulta casual que ambas películas hayan sido iniciativas de
Juan Bustillo Oro y Julio Bracho, dos de los más brillantes exponentes
del teatro de vanguardia en nuestro país y a su vez militantes comprometidos, respectivamente, con el vasconcelismo y con el movimiento a
favor de la autonomía universitaria, sucesos ocurridos a fines de la turbulenta década de los años veinte del siglo pasado. Gracias a la gran actriz Diana Bracho, sabemos con plena certeza que entre su padre, Julio
Bracho, y Juan Bustillo Oro, hubo siempre un mutuo aprecio y respeto (se consideraban a sí mismos, con justa razón, “los intelectuales” del
medio cinematográfico de su época), lo que no deja de resultar lógico
a más de significativo, como tratamos de demostrar a la largo de estas
páginas. Pero lo que sin duda llama más la atención es que ambos dramaturgos convertidos en cineastas se hayan visto seducidos por abor-
9
Eduardo de la Vega Alfaro
dar en el plano artístico un tema punzante para el sistema político
emanado de la Revolución Mexicana: la matanza de Huitzilac, asunto
que Bustillo Oro y Bracho trataron, cada cual por su lado aunque en
diversos momentos y a manera de catalizador para ejercer la crítica
contra dicho sistema, en la obra teatral San Miguel de las Espinas y
en el film La sombra del caudillo, magistral adaptación de la novela
homónima de Martín Luis Guzmán. Tales atrevimientos terminarían
por confrontarlos con sutiles o abiertas formas de la censura oficial.
Sin embargo, la inteligencia y pasión artística que los caracterizó y en
buena medida hermanó les permitiría resistir, trascender o sublimar,
hasta donde la situación lo permitió, los obstáculos y prohibiciones
que un Estado autoritario, pero muy bien disfrazado de democrático,
les puso en el camino. En el caso de Bustillo Oro, la reacción ante la
censura pudo ser inmediata gracias a que logró promover y colaborar
en la filmación de El compadre Mendoza, excelsa versión fílmica del
relato homónimo de Mauricio Magdaleno, su gran amigo y compañero de andanzas teatrales y militancia vasconcelista. En contraste,
Bracho debió padecer hasta su muerte el peso de una oprobiosa prohibición contra La sombra del caudillo, pero ello no logró doblegar
del todo su espíritu y pasión por el arte convirtiéndose en un notable
ejemplo de lucidez y resistencia intelectual.
Son, pues, muchos los vasos comunicantes entre las dos partes
que conforman este libro, mismo que no pretende otra cosa que aportar algunos nuevos datos y enfoques al incesante debate en torno a la
historia del cine mexicano, ello en función del hallazgo de fuentes de
primera y segunda mano que así lo permitieron. El lector podrá justipreciar los alcances de tal objetivo.
En esta ocasión, agradezco encarecidamente a Javier Arath Cortés,
Martín Luis Guzmán Ferrer, Diana Bracho, Federico Serrano-Díaz,
Javier Morett, Alberto Elena, Francisco Hernández Lomelí, Ignacio
Mireles, Eduardo Patiño Díaz, Celia Barreintos Álvarez, Elisa Lozano,
Raúl Miranda y Leopoldo Gaytán, su desinteresado apoyo en las dife-
10
Prólogo
rentes fases y diversos aspectos que conformaron la elaboración del
presente trabajo. Como siempre, Rosario Vidal Bonifaz me ayudó en
labores de investigación y copiado de materiales hemerográficos, lo
cual amerita un crédito especial. También deseo dejar patente mi profundo agradecimiento a Armando Casas, José Felipe Coria y Ernesto
Velázquez Briseño por su marcado interés para que este libro pudiera
ser editado por dos instancias de la UNAM, alma máter de Bracho y
Bustillo Oro.
En lo que vale, estos ensayos están dedicados, por partida doble,
a Enrique Saldívar Guerra y Benjamín del Arco, entrañables amigos
desde la cada vez más lejana época en que compartimos nuestro gusto
por la música de Los Beatles a más de múltiples vivencias y anécdotas
como alumnos de la Escuela Nacional Preparatoria núm. 9 y a quienes,
luego de un largo periodo de distanciamiento debido a nuestras respectivas inmersiones profesionales y familiares, tuve la dicha de reencontrar gracias a los prodigios de internet.
11
Literatura, cine y censura:
el caso de La sombra del caudillo (Julio Bracho, 1960)
La génesis de una gran novela
Sin “formación de causa”, uno de los recursos típicos de la época para
deshacerse de la manera más expedita de los enemigos del gobierno
en turno, el lunes 3 de octubre de 1927 un grupo de políticos encabezados por el general Francisco Roque Serrano Barbeytia era pasado por
las armas en los alrededores del poblado de Huitzilac, Morelos. Por su
parte, el jueves 6 de noviembre siguiente, en el panteón de Coatepec,
Veracruz, moría fusilado el general Arnulfo R. Gómez luego de haber
andado “a salto de mata” por aquella región del país. Con tales fallecimientos quedó cerrado el capítulo de una rebelión que, enarbolando
la bandera de la “No reelección”, pretendió en vano atajar el ascenso
de un nuevo periodo presidencial de Álvaro Obregón Salido, sin duda
uno de los más brillantes estrategas del Ejército Constitucionalista, la
facción militar y política triunfante en la llamada Revolución Mexicana iniciada en 1910 por Francisco I. Madero y retomada por Venustiano
Carranza en 1913 para derrocar al usurpador Victoriano Huerta. Al conocerse la matanza de Huitzilac se dice que en el Castillo de Chapultepec, residencia oficial del presidente de la República, un engreído
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Eduardo de la Vega Alfaro
Obregón, quien perfilaba su retorno al más alto cargo político del país
por vía de la reelección y de la prolongación del nuevo periodo presidencial de cuatro a seis años, tomó su sombrero y espetó: «Bueno,
señores [...], a esa rebelión se la llevó la chingada».1 Aparte de las diferencias políticas y hasta personales ocurridas a esas alturas en el seno
de la élite gobernante de esa época, los brutales crímenes ocurridos
en Huitzilac y Coatepec deben entenderse a la luz de la soterrada pero
no menos intensa disputa entre Obregón y Calles para asumir, a nombre de sus respectivas bases sociales (la mayoría del campesinado en
el caso del primero y la mayoría de las organizaciones obreras por lo
que respecta al segundo), la hegemonía en la conducción del Estado
posrevolucionario y en la consolidación de un renovado sistema presidencialista.2
Desde la lejana ciudad de Madrid, donde un par de años atrás había llegado para instalarse en calidad de exiliado luego de la también
1
Cf. Jean Meyer, et al., Historia de la Revolución Mexicana Volumen 11, Estado
y sociedad con Calles, 1924-1928, p. 141. Estudios recientes acerca de la rebelión
encabezada por Serrano y Gómez (véase sobre todo: Pedro Castro, A la sombra de un caudillo. Vida y muerte del general Francisco R. Serrano, p. 173 y ss.)
señalan, por ejemplo, la posibilidad de que, tras cerrarse el juego pretendidamente democrático, el primero de ellos hubiera planeado, a su vez, mandar
asesinar a Obregón y Calles aprovechando una ceremonia oficial a la que ambos asistirían. En otras de sus excelentes biografías, Álvaro Obregón. Fuego y
cenizas de la Revolución Mexicana (pp. 347-380), el mismo Pedro Castro hace
un análisis complementario sobre la matanza de Huitzilac, pero ahora desde
la perspectiva de los victimarios. Una impactante versión novelada sobre las
reacciones ante la masacre de Huitzilac en el Castillo de Chapultepec puede
verse en el primer capítulo («Tu cuelga, Pancho») de El Jefe Máximo, de Ignacio Solares.
2
Un fino análisis de la situación sociopolítica de ese momento histórico puede verse en el primer capítulo del libro En una época de crisis (1928-1934), de
Arnaldo Córdova, volumen 9 de La clase obrera en la historia de México, pp.
7-36. Y sobre las nuevas modalidades adquiridas por el sistema presidencialista durante los gobiernos de Obregón y Calles. Véase Eliseo Mendoza Berrueto,
El presidencialismo mexicano. Génesis de un sistema imperfecto, pp. 82-89.
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Literatura, cine y censura: el caso de La sombra del caudillo
fallida rebelión dirigida por el general Adolfo de la Huerta, el periodista y escritor Martín Luis Guzmán venía siguiendo con suma atención, a
través de la prensa, los acontecimientos que terminaron con la muerte
de Serrano y Gómez. Esos hechos sangrientos lo motivarían a escribir
la que sería una de sus grandes obras novelísticas: La sombra del caudillo, cuya primera edición sería publicada en noviembre de 1929 en la
capital española bajo los auspicios de la editorial Espasa-Calpe, que
tenía una sucursal en México, ello después de que el escritor la había
dado a conocer, en septiembre de ese mismo año, por entregas, en dos
diarios estadunidenses (La Opinión, de Los Ángeles, California, y La
Prensa, de San Antonio, Texas) y en El Universal de la ciudad de México.3 Nacido en Chihuahua, Chihuahua, el 6 de octubre de 1887, Martín
Luis Guzmán había fraguado una de las trayectorias más intensas y
brillantes en las lides político-literarias del país. Tras haber hecho sus
primeros estudios en Tacubaya, Distrito Federal, había emigrado con
su familia al puerto de Veracruz, donde, con un condiscípulo y a la temprana edad de 14 años, funda el periódico quincenal Juventud, germen
de sus futuras labores en la prensa nacional y extranjera. En 1904 ingresa a la Escuela Nacional Preparatoria y cuatro años después se inicia
como redactor del diario El Imparcial y se incorpora al célebre Ateneo
de la Juventud; en 1909 comienza sus estudios en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, mismos que interrumpe de manera abrupta para
ocupar el puesto de canciller en el Consulado de México en Phoenix,
Arizona, donde seguramente lo sorprende la revuelta encabezada por
Francisco I. Madero contra la prolongada dictadura porfirista. Al año
siguiente Martín Luis Guzmán vuelve a México y retoma su carrera de
3
Cf. Rafael Olea Franco, «Martín Luis Guzmán. Las dos versiones de La sombra del caudillo», La Jornada Semanal (núm. 772). Con un detallado estudio
introductorio de Juan Bruce-Novoa, una de esas versiones periodísticas de
la novela fue publicada por el Instituto de Investigaciones Bibliográficas
de la UNAM en 1987 como parte de las conmemoraciones por el Centenario del
natalicio del escritor chihuahuense.
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Eduardo de la Vega Alfaro
abogado; de manera simultánea trabaja de bibliotecario en la Escuela Nacional de Altos Estudios y es nombrado delegado de la Convención Nacional del Partido Liberal Progresista, con lo que da inicio a su
carrera política. Durante el sangriento episodio de la Decena Trágica
funda, con otro grupo de maderistas, el periódico El Honor Nacional,
opuesto a la dictadura militar de Victoriano Huerta, y publica un libro
sobre esos hechos intitulado Febrero de 1913. En septiembre de ese año
viaja hacia Nueva Orleans vía Veracruz; dos meses después ingresa a
México por Ciudad Juárez y, en Culiacán, se incorpora a la Revolución
en el movimiento comandado por Venustiano Carranza como integrante del Estado Mayor del general Ramón F. Iturbe. A principios de
1914 forma parte, durante breve tiempo, del Estado Mayor del general
Álvaro Obregón y sale rumbo a Chihuahua comisionado por Carranza. En marzo de ese mismo año pasa a las órdenes de Francisco Villa,
quien, en agosto, lo nombra representante oficial de la División del
Norte durante la entrada de las Fuerzas Constitucionalistas a la capital
del país, acto simbólico del derrocamiento de Huerta. En septiembre
es nombrado coronel, testimonia la llegada de los constitucionalistas
y, por desacuerdos con su otrora jefe Carranza, es encarcelado en la
penitenciaría. Un mes después es liberado por órdenes de la Convención de Aguascalientes, ahora opositora al bando Constitucionalista,
y asume tareas como asesor del general José Isabel Robles, nombrado
secretario de Guerra y Marina del Gobierno de la Convención, presidido por Eulalio Gutiérrez. Durante un breve periodo es nombrado
secretario de la Universidad Nacional de México y director de la Biblioteca Nacional.
Tras la derrota de las huestes villistas en el Bajío, en 1915 Martín
Luis Guzmán se exilia por primera vez en España, donde, entre otros
artistas e intelectuales mexicanos, coincide con Alfonso Reyes y Diego
Rivera, quien pinta un retrato cubista inspirado en su figura. En Madrid, Guzmán publica el folleto La querella en México y se inicia en la
crítica y el comentario sobre cine compartiendo con Reyes el seudó-
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Literatura, cine y censura: el caso de La sombra del caudillo
nimo de Fósforo en el semanario España, editado por José Ortega y
Gasset. El mismo Reyes señalaría que:
Creo que nuestra pequeña sección cinematográfica (Frente a la
pantalla) inauguró la crítica del género en lengua española, y
acaso fue uno de los primeros ensayos en el camino que hoy está
abierto a todos —abierto aun cuando no sea, claro está, merced
a nosotros—: muchos pudieron también descubrirlo por cuenta
propia.4
En los escasos artículos sobre cine elaborados por Martín Luis
Guzmán para España se revelaba ya una mirada penetrante acerca del
entonces novedoso fenómeno cultural plasmado en las pantallas. Por
ejemplo, el autor fue capaz de distinguir con absoluta claridad la diferencia abismal entre las películas procedentes de Estados Unidos,
Italia, Francia y Dinamarca, destacando que estas últimas eran
siempre una sorpresa, la nota más pura y fina. Aparte el gran
talento con que en ellas se crean tipos definitivos, sacados de la
más humilde realidad (el chiquillo en El fantasma del batelero,
Nordisk Film), nada ha podido igualarlas hasta ahora en el empleo sabio, espontáneo, no estudiado, de los bellos escenarios de
la naturaleza.5
Por desgracia, Martín Luis Guzmán abandona para siempre aquel
trabajo periodístico de crítica cinematográfica pionera toda vez que,
4
Cf. Alfonso Reyes, Martín Luis Guzmán y Federico de Onís, Frente a la pantalla, p. 7. Un interesante y bien documentado estudio sobre los textos de
Reyes y Guzmán puede encontrarse en el libro Lo que vio Fósforo, de Manuel
González Casanova.
5
Alfonso Reyes, et al., Frente a la pantalla, op. cit., p. 58.
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Eduardo de la Vega Alfaro
en febrero de 1916, decide regresar a América e instalarse en Nueva
York, ello a fin de poder dedicarse a escribir en la revista El Gráfico e
impartir clases de español y literatura en la Universidad de Minnesota.
Sin embargo, puede darse por hecho que continuó gustando del cine
por lo que seguramente conoció y admiró las grandes películas expresionistas alemanas, de cuya estética del claroscuro se serviría para
desarrollar el estilo de algunas de sus futuras novelas.6 Del permanente interés de Martín Luis Guzmán por el cine también da cuenta su
libro Islas Marías, que, como se señala en la misma publicación, fue
concebido como “guión para una película” a partir de “un asunto analizado y expuesto con base documental”.
En 1919 Martín Luis Guzmán regresa a su país y asume la sección
editorial de El Heraldo de México, diario fundado por el militar liberal
Salvador Alvarado. Luego de una serie de nuevas andanzas revolucionarias publica A orillas del Hudson (1920), libro de ensayos; comienza a fungir como secretario particular de Alberto J. Pani, Ministro de
Relaciones Exteriores del gobierno encabezado por Álvaro Obregón;
asimismo, forma parte del Comité Organizador de las Fiestas del Centenario de la Consumación de la Independencia (1921). Un año después
funda el periódico vespertino El Mundo y es elegido diputado por el
Partido Nacional Cooperatista (PNC) a la XXX Legislatura del Congreso
de la Unión para representar uno de los distritos de la capital del país.7
6
Martín Luis Guzmán Ferrer, nieto del escritor, recuerda que, «en efecto, disfrutaba mucho del cine; en Nueva York, cuando tenía tiempo, le encantaba
llevarme a los estrenos». Carta enviada a Eduardo de la Vega Alfaro, 16 de abril
de 2011.
7
Un dato curioso: en su Filmografía del cine mudo mexicano. Volumen 2 19201924, Aurelio de los Reyes señala que en noviembre de 1922 se filmó el documental Diputados del Partido Cooperatista, cinta producida por dicha organización política que registraba la reunión en el Parque Lira de los “diputados
electos por Tacubaya y los candidatos a regidores para el año próximo para la
municipalidad”. Es muy probable que Martín Luis Guzmán haya sido uno de
los que posaron en aquella ocasión ante la cámara cinematográfica.
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Literatura, cine y censura: el caso de La sombra del caudillo
Dicho partido, fundado en agosto de 1917 por el extraordinario tribuno
Jorge Prieto Laurens e integrado en su mayoría por representantes de
la clase media urbana y de ideología liberal, fue una de las más importantes organizaciones políticas durante el gobierno de Álvaro Obregón y alcanzó mayoría justamente en aquella legislatura.8 A partir de
septiembre de 1923, el PNC quedó convertido en uno de los principales
obstáculos en la decisión de Obregón para apuntalar la candidatura
oficial del general Plutarco Elías Calles a la Presidencia de la República. En calidad de destacado militante, Martín Luis Guzmán protagoniza durante noviembre de ese año un intercambio epistolar con el
general Francisco R. Serrano, por entonces secretario de Guerra y Marina, acerca de un incidente ominoso: la denuncia de un grupo de diputados “cooperatistas” ante la evidencia de que el general Arnulfo R.
Gómez, a la sazón jefe de la guarnición de la plaza de ciudad de México, es el autor intelectual de los planes para asesinar en plena Cámara
de Diputados a Prieto Laurens y varios de sus correligionarios, todos
ellos declarados simpatizantes del general Adolfo de la Huerta, principal opositor de Calles. Tal episodio pasaría a formar parte de uno de lo
mejores momentos dramáticos de La sombra del caudillo así como de
su versión fílmica. Al estallar la frustrada rebelión delahuertista, Guzmán pone al servicio de esa causa el aparato editorial de El Mundo, se
alinea por completo al grupo político encabezado por Prieto Laurens
y ese hecho determinará la necesidad de exiliarse nuevamente. Amenazado de muerte por el gobierno obregonista, en diciembre de 1923
viaja de manera precipitada rumbo a Estados Unidos; en Laredo está
a punto de ser fusilado por órdenes directas de Francisco Serrano pero
el jefe de la plaza, un tal Hurtado, decide perdonarle la vida.9 Luego de
8
Elementos para una historia del Partido Nacional Cooperatista pueden encontrarse en: Jorge Prieto Laurens, Cincuenta años de política mexicana. Memorias políticas.
9
La narración del episodio de Laredo, referida por Martín Luis Guzmán al historiador Eduardo Blanquel en mayo de 1971, apareció en Proceso.
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Eduardo de la Vega Alfaro
un viaje por Europa y de vivir un año en Nueva York, en 1925 se instala
de nueva cuenta en Madrid, donde retoma con pasión su actividad
periodística en los diarios El Debate, Ahora y Luz.
En los ratos libres que le deja la intensa labor para aquellos diarios madrileños, Martín Luis Guzmán comienza a hacer el esbozo de
una serie de relatos basados en su muy cercana y directa participación
en diversos momentos clave de la Revolución Mexicana; incluso, uno
de ellos, Bajo la sombra de Pancho Villa (episodios de la Revolución
mejicana), había ido apareciendo en forma seriada en las páginas de
El Debate, diario católico fundado en Madrid por el historiador mexicano Carlos Pereyra y su esposa María Enriqueta Camarillo, y sería
el antecedente de El águila y la serpiente. Como declaró Guzmán a
Emmanuel Carballo:
Estaba escribiendo [en 1927] la primera parte de una trilogía novelada que pintaría a la Revolución convertida en régimen de gobierno. La primera etapa se encararía con la etapa de Carranza, la
segunda con la de Obregón y la última con la de Calles. Llegaron
a Madrid por esos días los periódicos mexicanos que relataban la
muerte del general Serrano [...]. De pronto me vino la visión de
cómo esos acontecimientos podían constituir el momento culminante de la primera de mis novelas. Abandoné el trabajo y con
verdadera fiebre me puse a escribir La sombra del caudillo [...].
Todos los personajes que allí aparecen, son réplica de personajes
reales.10
A la luz de los hechos habrá que interpretar las palabras de Guzmán de la forma siguiente: a principios de octubre de 1927 se encontraba redactando la versión final de El águila y la serpiente, novela
1 0
Emmanuel Carballo, 19 protagonistas de la novela mexicana, citado en La
sombra de Serrano.
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Literatura, cine y censura: el caso de La sombra del caudillo
ubicada en el periodo de dominio de Venustiano Carranza, tarea que
debió interrumpir de manera abrupta para redactar “con verdadera
fiebre” los capítulos de La sombra del caudillo; una vez terminada
(o muy avanzada) esta última, en mayo de 1928 el autor comenzó a
publicarla por entregas en los diarios antes mencionados. El caso es
que, como ya apuntamos, La sombra del caudillo aparecería en noviembre de 1929, probablemente cuando Guzmán ya había asumido
la dirección del diario madrileño El Sol o estaba a punto de hacerlo.
A mediados de la década de los años treinta del siglo pasado, la novela fue publicada en Chile por la editorial Ercilla. Ambas ediciones
se conocieron en México en forma un tanto clandestina ya que, por
obvias razones, el texto nunca fue del agrado oficial durante los años
del “Maximato Callista” hasta que, tras el retorno de Martín Luis
Guzmán al país, hecho ocurrido en abril de 1936 gracias a la amnistía
decretada por el gobierno de Lázaro Cárdenas tras la expulsión de
Calles, poco a poco empezó a circular en México sin restricciones
de ninguna especie, sobre todo gracias a una segunda edición publicada en 1938 por Espasa-Calpe. En aquel nuevo contexto, la novela de
Guzmán se confirmó como un medio de aguda crítica al “Maximato
Callista” y, en tal sentido, contribuyó a apuntalar al modelo político
implantado por el cardenismo, mismo que privilegió a la institución
presidencial por encima de los cacicazgos de toda índole.11
Un texto de inspiración expresionista
A más de otras afluentes que incluso se remiten a La república de
Platón,12 ya desde su título mismo La sombra del caudillo es un rela11
Un detallado análisis del significado de tal proceso puede encontrarse en Arnaldo Córdova, La formación del poder político en México, p. 35 y ss.
12
Cf. Jorge Aguilar Mora, El silencio de la Revolución y otros ensayos, pp. 45-73.
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Eduardo de la Vega Alfaro
to de marcada influencia expresionista. Brillante síntesis de la maquiavélica forma en que Obregón y Calles manejaron las rebeliones
opositoras encabezadas por Adolfo de la Huerta, Francisco Serrano
y Arnulfo R. Gómez, la novela resultó también, y sobre todo, un testimonio del desencanto de Guzmán ante la evidencia de que, tras la
intensa lucha revolucionaria que había proclamado como sus principales banderas el “Sufragio efectivo” y la “No reelección”, México
se perfilaba de nueva cuenta por el camino de la ominosa dictadura
militar, ahora bajo el peculiar sello que por ese entonces le estaban
imprimiendo los caudillos sonorenses. Para el intelectual de clase
media y hombre de fuertes convicciones liberales desde 1911, cuando
militó en el Partido Liberal Progresista, la represión contra las diversas formas de oposición encarnadas por De la Huerta, Serrano y Gómez representaba para Guzmán el inevitable retorno al oscurantismo político que había prevalecido en el país durante buena parte del
siglo XIX pero, sobre todo, a lo largo y ancho del prolongado gobierno
de Porfirio Díaz.13 De ahí su preocupación por los acontecimientos
históricos ocurridos entre octubre y noviembre de 1927 y el consecuente trabajo febril que invirtió en la redacción de la novela que,
aunque escrita con un tono realista por lo que se refiere a la descripción de los hechos que desembocaron en la matanza de Huitzilac,
está imbuida del fatalismo que caracterizó a la gran mayoría de las
13
En su ensayo «Notas sobre la novela de la Revolución Mexicana» (La Cultura en México, suplemento cultural de Siempre!, Carlos Monsiváis apunta
que: «Martín Luis Guzmán es un escritor poblado de tesis y condenaciones.
La sombra del caudillo, quizá su mejor obra, es entre otras cosas un rechazo
cultural: Guzmán no acepta el tipo de hombre que ha creado la Revolución,
lo considera básicamente un bárbaro, una irrupción. Así los describa con admirable eficacia, jamás entenderá sus acciones. Para Guzmán la historia de
México es la búsqueda de una sentencia condenatoria. Descripción, inmersión en los métodos del aparato represivo y en la inevitabilidad de la ambición
en un medio corrupto. La sombra del caudillo enjuicia la política mexicana,
sus organismos de poder, sus instituciones y el aplastamiento que segregan».
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Literatura, cine y censura: el caso de La sombra del caudillo
obras expresionistas, principalmente a las películas adscritas a dicha
corriente desde el triunfo internacional de El gabinete del doctor Caligari (Das Kabinet des Dr. Caligari, 1919), la obra maestra de Robert
Wiene, estrenada en la ciudad de México el 8 de diciembre de 1921,
por lo que es muy probable que Guzmán haya podido verla.14 Cabe
aquí apuntar que la masacre ocurrida en Huitzilac tuvo tan diversas
como terribles secuelas: de acuerdo con las profusas investigaciones
de Federico Serrano-Díaz, tras el aberrante crimen colectivo los simpatizantes de Serrano fueron acosados y perseguidos por elementos
de la policía y el ejército; muchos de ellos también resultaron muertos o debieron huir del país. Incluso, en 1937, en pleno gobierno de
Lázaro Cárdenas y mientras Calles estaba en el exilio, hubo presiones
de la familia Serrano para que el caso se reabriera, cosa que ocurrió.
Y aunque nunca se hizo de debida justicia, resulta claro que aquel
crimen de Estado fue durante muchos años una “piedra en el zapato”
para los militares que estuvieron involucrados en el hecho.15
El fatalismo de cuño expresionista se advierte desde las primeras páginas de la novela cuando, en tono premonitorio de los trágicos
acontecimientos que vendrán después, se dice:
14
También es posible que Guzmán haya acudido a ver otros ejemplos del expresionismo germano estrenados en la capital del país antes de exiliarse de
nuevo debido a su simpatía por la rebelión delahuertista; tales serían los casos de Redención (Der müde Tod, Fritz Lang, 1921), El otro yo (Der JanuskopfEinie Tragödie am Rand der Wirklichkeit, Friedrich W. Murnau, 1920), La
vuelta a las tinieblas (Der Gang in die Nacht, Murnau, 1921), etc. Las fechas
de estreno de todas esas cintas en México pueden encontrarse en la Cartelera Cinematográfica 1920-1929, de María Luisa Amador y Jorge Ayala Blanco.
Por lo demás, habría que destacar el notable influjo que el cine y las técnicas
cinematográficas en general ejercieron en la prosa de Guzmán, tema que ha
llamado la atención de algunos estudiosos como J. Patrick Duffey. Cf. De la
pantalla al texto. La influencia del cine en la narrativa mexicana del siglo
veinte, pp. 13-25.
15
Cf. Armando Ponce, «El nieto del general Serrano los rescata de la sombra a
la que lo condenó la historia oficial, a 70 años de su asesinato», en Proceso, 28
de septiembre de 1997.
91
Eduardo de la Vega Alfaro
Estaba el Ajusco coronado de nubarrones tempestuosos y envuelto en sombras violáceas, en sombras hoscas que desde allá
teñían la noche, con tono irreal, la región clara donde Rosario y
Aguirre se encontraban. Y durante los ratos más y más largos, en
que se cubría el sol, la divinidad tormentosa de la montaña señoreaba íntegro el paisaje: se deslustraba el cielo, se entenebrecían
el fondo del valle y su cerco, y las nubes, poco antes de blancura
de nieve, iban apagándose en opacidades sombrías.
Más adelante, el encuentro entre Aguirre y el Caudillo en el Castillo de Chapultepec está descrito así:
Tenía el joven ministro de la guerra puesto el sombrero, el bastón
en la mano, la cartera bajo el brazo. El Caudillo, con sombrero
también —él por su hábito de no descubrirse sino bajo techo—,
lo envolvía en su mirada a un tiempo seria y risueña, impenetrable e irónica. Los dos acababan de dar tres o cuatro paseos de un
extremo a otro de la terraza; flotaba aún en su entorno ritmo de
pasos cuyo ruido había ido a perderse, juntamente con la luz, en
la penumbra de las habitaciones ricamente amuebladas. Y ahora
los dos, apoyados en el parapeto, conversaban.
En este caso, el consiguiente diálogo sostenido entre ambos personajes, clave en la trama de la novela en la medida que marca los
inicios de la eventual ruptura política de dos viejos amigos y correligionarios, se verá envuelto en la metafórica ausencia de luz aludida
en la frase que reza «en la penumbra de las habitaciones ricamente
amuebladas». La última conversación entre Aguirre y Jiménez en las
oficinas de este último estará marcada por gestos y actitudes que expresan el tono mortecino, sombrío y turbio imperante en ese momento, también clave en la narración:
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Literatura, cine y censura: el caso de La sombra del caudillo
El ministro de gobernación recibió a su colega de gabinete con
gesto frío —con la frialdad que desde hacía meses le mostraba,
y que esta vez disimuló menos aún que otras—. Porque Jiménez, pareciendo tortuoso, era directo, y pareciendo falso, era
leal. En el acto mismo de estrecharle Aguirre los dedos, que él
tendió apenas, se hizo más torva su catadura: se le acentuó
el ensombrecimiento de las miradas bajo la curva defectuosa de
los párpados, bulbo sobre el ojo [...]. Vibraba en la voz de Aguirre sinceridad de sobra para desarmar las dudas de cualquiera.
Pero Hilario Jiménez, candidato presidencial, era todo menos
cualquiera. Bajo el dominio de la desconfianza, su alma, al contrario de lo que debía esperarse, iba poniéndose más y más turbia conforme Aguirre aparecía más y más transparente.
Acorde con esa estética expresionista, ya casi para finalizar la novela se va impregnando de tintes cada vez más ominosos y lúgubres.
La atmósfera política que priva en torno a la rebelión encabezada por
Aguirre y manipulada desde la capital por el Caudillo se define así:
«En otros términos, ocurría todo como si en el drama profundo que estaba desarrollándose los personajes no obraran de propia iniciativa —obedientes a sus impulsos, su interés, su carácter—, sino que sólo siguieran,
simples actores, los papeles trazados para ellos por la fuerza anónima y
multitudinaria. Los obligaba ésta, desde la sombra, a aprender su parte, a ensayarla a realizarla». El espacio donde, ya prisionero, Aguirre
ha pasado la noche previa a su traslado hacia la ciudad de México, se
describe de la siguiente forma: «El cuarto donde se hallaba no tenía,
aparte de puerta, hueco alguno. La oscuridad era casi absoluta. Sólo
en la región donde las hojas de madera se acercaban al piso la luz del
día alumbraba como finísima regla de horizontalidad brillante». Por
último, el fusilamiento de Aguirre y sus 12 acompañantes ocurre en un
sitio escarpado y en medio de un clima crepuscular que, de manera
repentina, se transmuta en la densa tiniebla que sólo será disipada por
93
Eduardo de la Vega Alfaro
la escasa luz que emanará de los faroles del auto que, con su aparición
en plena carretera, permitirá que el malherido Axkaná González, inspirado en el caso de Francisco Javier Santamaría (único sobreviviente
de la masacre ocurrida en Huitzilac) y evidente alter ego del autor de
la novela, salve la vida.
Genealogía de un gran film
A partir de unas declaraciones de Julio Bracho al periodista Francisco
Ortiz Pinchetti se infiere que el primer intento de adaptación al cine
de La sombra del caudillo puede remontarse al año de 1937.16 Bracho,
nacido en Durango, Durango, el 17 de julio de 1909, quien por entonces
contaba con notables antecedentes en el teatro de vanguardia y algunas experiencias en el medio fílmico gracias a su breve colaboración
en la realización de Redes (Fred Zinnemann y Emilio Gómez Muriel
1934-1935)17 y a sus trabajos como supervisor escénico de los diálogos en
16
Cf. Proceso, 17 de octubre de 1977; tiempo después el artículo sería incluido en
La sombra de Serrano, op. cit. Recuérdese que antes de ello, Juan Bustillo Oro
había hecho una paráfrasis de los crímenes de Huitzilac en la parte final de
San Miguel de las Espinas (editada por la Sociedad General de Autores Mexicanos dentro de la Colección Teatro Mexicano Contemporáneo), drama escrito y montado por él mismo en el teatro Hidalgo con un elenco de actores que
formaban parte del grupo Trabajadores del Teatro (en el que, como ya quedó
consignado y se verá más adelante, colaboraba Julio Bracho), y patrocinio de
la Secretaría de Educación Pública. Para más detalles de este caso, véase el
otro ensayo incluido en este mismo libro.
17 Sobre la participación y colaboración del futuro realizador de La sombra del
caudillo en el rodaje de este clásico del cine mexicano de la década de los años
treinta del siglo pasado hay, cuando menos, tres versiones un tanto contrapuestas. Según el mismo Bracho (en Cuadernos de la Cineteca Nacional, núm.
5), luego de que Strand viera la puesta en escena de Lázaro rió, obra de Eugene
O’Neill, lo invitó a ser el codirector de Redes pero finalmente fue sustituido
“por razones de salud”. En una nota aparecida en la revista Siempre! del 24 de
septiembre de 1969, Bracho señaló de forma explícita que su trabajo para la
94
Literatura, cine y censura: el caso de La sombra del caudillo
Ave sin rumbo (Roberto O’Qugley, 1937) y coargumentista y coguionista de Rapsodia mexicana (Miguel Zacarías, 1937), había conocido
la novela en 1936, «en una edición clandestina de la editorial Ercilla,
de Chile», esto según sus propias palabras. Conmovido por aquella
lectura de inmediato pensó en la posibilidad de adaptar la novela al
cine y pidió los derechos a Martín Luis Guzmán, quien se los dio «de
palabra. Y en un gesto de gran nobleza, me los mantuvo siempre, durante 25 años, a pesar de que otros se interesaron en adquirirlos». Fue
entonces cuando debió ocurrir lo que el artista duranguense declaró
a su vez para el respectivo testimonio aparecido en el número 5 de
la serie Cuadernos de la Cineteca Nacional. Luego de haber sido llamado para fundar el Teatro de la Universidad Nacional, hecho que le
permitió montar un ciclo de obras clásicas de Aristófanes, Sófocles y
Eurípides, Bracho fue convocado por el licenciado Luis Chico Goerne,
rector de dicha institución del 25 de septiembre de 1935 al 9 de junio de
1938, quien, seguramente enterado de su interés por todo lo relacionado con el arte fílmico, le solicitó:
ahora funde usted el cine de la Universidad. Cárdenas —prosigue Bracho— era entonces presidente [de la República] [...].
película había consistido en preparar a los intérpretes de las película, «para
ensayarles sus diálogos, y para “hacerme de ellos” a fin de que me fuera fácil su
manejo durante la filmación». Sin embargo, se separó de la filmación «entre
otras razones para venir a colaborar con el licenciado [Antonio] Castro Leal en
los trabajos febriles de la inauguración del Palacio de Bellas Artes, me sustituyó Emilio Gómez Muriel, que hasta ese momento había sido nuestro jefe de
producción». Y de acuerdo con los documentos incluidos por James Krippner
en el excelente libro Paul Strand en México, pp. 82-83; «Julio Bracho [...] no
parecía estar muy entusiasmado con el proyecto [de Stand]. Para marzo [de
1934] se hizo muy notoria la rivalidad entre ellos. Strand ya se había quejado
de Julio Bracho con Carlos Chávez en enero, y en marzo le informaba que
había vuelto a retrasarse para el rodaje y que había abandonado el proyecto de
manera intempestiva [...]. Unos días más tarde Carlos Chávez le contestó que
había hablado con Bracho y que éste había decidido quedarse a trabajar en la
ciudad [de México]».
95
Eduardo de la Vega Alfaro
Pensamos en [producir] una trilogía fílmica: la Independencia,
con sus héroes Hidalgo y Morelos; la defensa de la República
frente a la agresión europea, con Juárez. Y la Revolución, con
Madero. En otro orden se encontraba La sombra del caudillo;
desde aquella época la traía yo “entre ceja y ceja” [....]. Para la
realización de la trilogía buscamos, naturalmente, el apoyo
presidencial de don Lázaro [...]. Le apasionó de tal manera el
proyecto al presidente que ordenó de inmediato al que entonces se llamaba Banco de Crédito Popular para que nos lo refaccionara [...]. Nos citó el gerente de ese banco —una persona
muy querida por Lázaro Cárdenas— cuya ambición fundamentalmente era ser rector [de la Universidad]; y comenzó a manipular nuestro proyecto en función de sus propósitos, deseaba
el apoyo de [Mariano] Azuela, [Manuel] Moreno Sánchez y los
demás —que era intelectualmente muy fuerte— para que lo
lanzaran como candidato a la rectoría. Pero el grupo decidió no
respaldarlo y aquel licenciado nos bloqueó la idea a pesar de la
orden presidencial.
Gracias a los testimonios citados es posible suponer que más o
menos en un mismo tiempo coincidieron el primer interés de Bracho
por adaptar al medio fílmico la novela de Martín Luis Guzmán, y la
posibilidad de hacerlo como complemento de la trilogía histórica con
la que se tuvo pensado iniciar, ya desde entonces, las actividades de
producción cinematográfica en la Universidad Nacional, que fracasaron debido a las maniobras políticas por parte del ignoto funcionario
que dirigía el Banco de Crédito Popular. Cabe aclarar que en 1935, primer año del sexenio de Lázaro Cárdenas, dicha institución bancaria,
avalada por el Estado, había respaldado la producción de cuando menos dos películas de largometraje: ¿Qué hago con la criatura? y Más
allá de la muerte.
96
Literatura, cine y censura: el caso de La sombra del caudillo
Interesado desde su infancia por el arte, Bracho había abandonado
sus estudios universitarios de medicina, arquitectura y filosofía y letras18
para, luego de militar en el movimiento en pro de la Autonomía Universitaria (lo que años después se traduciría en una visión entre nostálgica y crítica de los principales personajes de su película Distinto amanecer) y de simpatizar con el vasconcelismo, pudo incorporarse al medio
teatral con una serie de actividades que lo llevarían a fundar, junto con
la actriz Isabela Corona (su primera esposa) y el pintor Carlos González, el grupo Escolares del Teatro, germen de lo que poco después sería
el Teatro Orientación. A partir de septiembre de 1931, Bracho se da a
conocer en el ambiente cultural del país al dirigir de forma audaz obras
de John M. Synge (Jinetes hacia el mar), Francisco Monterde (Proteo),
Franz Werfel (Maximiliano y Carlota) y August Strindberg (La más
fuerte), además de una obra escrita por él mismo: El lago sin luna.19 Por
ese tiempo conoce a Julio Saldívar, propietario de la hacienda pulquera
de Santiago Tetlapayac, Hidalgo, lo que le permitirá estar presente en
18
Los documentos oficiales respectivos indican que Bracho hizo estudios en el
Colegio Francés y que ingresó a la Escuela Nacional Preparatoria en 1922 cuando contaba con trece años; el 19 de diciembre de 1927 se le otorgó el certificado
para ser alumno de la Facultad de Medicina, pero el 30 de octubre del año
siguiente renunció a esa calidad para pasar a ser alumno “supernumerario” de
la carrera de Arquitectura en la Facultad de Bellas Artes, a la que se incorporó
formalmente el 15 de abril de 1929 adeudando tres materias (“Geometría descriptiva”, “Matemáticas aplicadas” y “Analítica y Cálculo”) para poder completar la currícula exigida por dicha carrera a los egresados de la ENP (véase Fondo Universidad Nacional. Expediente de alumnos, núm. 46170). Todo indica
que Bracho no acreditó materia alguna de Arquitectura y que prefirió tomar
cursos en la Facultad de Filosofía, Arte y Letras, donde, según un reportaje de
«Don Porfirio», permaneció tres años y «Su espíritu conoció las excelencias
del teatro clásico griego, francés y español. / Le apasionó como a todo el mundo en aquel entonces el teatro realista de Pirandello, el igual que encontró
bellezas sin límite en lo escrito por Bernard Shaw, Ibsen y Cocteau».
19
Datos pormenorizados sobre la vida y obra del artista oriundo de Durango
pueden encontrarse en Emilio García Riera, Julio Bracho (1909-1978), y Jesús
Ibarra, Los Bracho. Tres generaciones de cine mexicano, pp. 101-243.
97
Eduardo de la Vega Alfaro
el rodaje de algunas secuencias de Maguey, episodio del frustrado proyecto ¡Que viva México!, emprendido por el célebre cineasta soviético
Serguiey M. Eisenstein. Entre 1932 y 1937, Bracho se convertirá en uno de
los protagonistas de la renovación teatral en nuestro país, ello debido
a sus diversas colaboraciones y puestas en escena para organizaciones
o instituciones como Trabajadores del Teatro (también conocido como
Teatro de los Trabajadores), el Teatro Orientación y el ya mencionado Teatro de la Universidad Nacional, lo que incluyó la escritura y escenificación de obras de su autoría como El sueño de Quetzalma, La
mujer y el navegante, Sor Juana Inés de la Cruz y El tercer Orestes, así
como la puesta en escena de El Santo Samán, de Mauricio Magdaleno;
Los que vuelven y San Miguel de las Espinas, de Juan Bustillo Oro, y la ya
citada Lázaro rió, de O’Neal, a más de la traducción de la Antígona de
Sófocles en versión de Jean Cocteau, obra que obtuvo un gran éxito y fue
protagonizada por Isabela Corona. Aquí habrá que recordar que en 1933
Magdaleno y Bustillo Oro habían tenido destacada participación en el
incipiente cine mexicano con sonido en la cinta El compadre Mendoza,
realizada por Fernando de Fuentes, la excelente adaptación del relato
homónimo publicado por el primero de ellos durante una estancia en
Madrid en el diario El Sol, cuando ese medio aún era dirigido por Martín Luis Guzmán.20 También cabe apuntar que en ese mismo año la actriz Andrea Palma, seudónimo de Guadalupe Bracho, hermana de Julio,
debutó en el medio fílmico nacional con La mujer del puerto, dirigida
por Arcady Boytler. Ítem más: en 1934 Bustillo Oro debutó como director en el cine sonoro con la cinta Dos monjes, de marcada influencia
expresionista, en la que igualmente se inició en calidad de camarógrafo
20
Como quedó señalado en el otro ensayo incluido en este volumen, Bustillo
Oro y Magdaleno habían sido becados por Narciso Bassols para que probaran
suerte como dramaturgos en España, donde permanecieron de fines de julio
de 1932 a principios de abril de 1933.
98
Literatura, cine y censura: el caso de La sombra del caudillo
Agustín Jiménez, notable artista de vanguardia y futuro colaborador de
Bracho en la realización de La sombra del caudillo.21
A mediados de 1934, Bracho se afilia a la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), una organización artística antifascista
promovida por el Partido Comunista Mexicano, de la que, gracias a su
bien ganada fama como dramaturgo de vanguardia, llegaría a ser jefe
de la Sección de Escritores.
Luego de su experiencia en el Teatro de la Universidad, Bracho
volvió a colaborar en una nueva época del Teatro Orientación, para
el que, en junio de 1938, puso en escena la obra Anfitrión 38, de Jean
Giradaux. Un año después, fue propuesto por el cómico Roberto El
panzón Soto para debutar como director de cine con La marcha de
Zacatecas, obra que iba a ser producida por el Banco Obrero. Parece
ser que la repentina muerte del entonces gerente de dicha institución
evitó que el proyecto se llevara a cabo. Luego de otras experiencias en
el medio teatral, finalmente en mayo de 1941 Bracho pudo iniciar su
importante carrera de cineasta con la realización de la comedia ¡Ay
qué tiempos, señor don Simón!, basada en un argumento y guión de
él mismo con patrocinio de Films Mundiales, empresa promovida y
regenteada por Agustín J. Fink, acaso el productor más significativo de
la llamada Época de Oro del cine mexicano, que se suele ubicar en la
década de los cuarentas.
Gracias al sonado éxito de ¡Ay qué tiempos, señor don Simón!, entre 1942 y 1959 Julio Bracho realizó 31 cintas, de las cuales pueden destacarse Historia de un gran amor, La virgen que forjó una patria, Distinto amanecer, Crepúsculo, El monje blanco, Rosenda, La posesión,
Llévame en tus brazos, María la voz y Canasta de cuentos mexicanos.
Como ocurriría en otros casos, de manera paralela al deterioro de la
industria fílmica mexicana la carrera de Bracho había ido de más a
21
Antes de su participación en Dos monjes, Jiménez había sido stillman o fotógrafo de fijas en El compadre Mendoza y El fantasma del convento (De Fuentes, 1934), otras cintas influidas por el expresionismo alemán.
99
Eduardo de la Vega Alfaro
menos. A fines de los años cincuenta, el cineasta duranguense estaba
urgido de hacer cuando menos una película con la que pudiera recuperar parte del prestigio perdido luego de la realización de una buena
cantidad de obras “alimenticias”. Fue entonces cuando se dieron una
serie de circunstancias que favorecerían la posibilidad de realizar el
viejo proyecto de llevar a la pantalla una versión fílmica de La sombra
del caudillo.
En primer término, la idea se vería beneficiada por el hecho de
que, en diciembre de 1958, Adolfo López Mateos, el otrora destacado
líder juvenil vasconcelista y pariente del gran camarógrafo Gabriel
Figueroa Mateos, asumió la Presidencia de la República luego de una
meteórica carrera político-administrativa que, en un principio, había
incluido su labor como secretario de la Academia Mexicana de Cinematografía, fundada en abril de 1942 a iniciativa del licenciado Benito Coquet, entonces jefe de Educación Extraescolar y Estética de la
Secretaría de Educación Pública, y del líder sindical Enrique Solís;
en dicha institución de enseñanza fílmica, que según parece después
adquirió el nombre de Instituto de Artes y Ciencias Cinematográficas de México (IACCM), Bracho había fungido como director y profesor del taller de escritores cinematográficos. Tanto la simpatía por el
movimiento vasconcelista como el hecho de haber colaborado en
el IACCM fueron elementos que probablemente despertaron en Bracho la idea de aproximarse en algún momento a López Mateos para
darle a conocer su anhelado proyecto ya que aún contaba con los
derechos “de palabra” por parte de Guzmán para poder adaptar La
sombra del caudillo.
Vendrían después una serie de hechos y factores que terminaron
por hacer factible la añeja idea. A principios de 1958 Martín Luis Guzmán había recibido el Premio Nacional de Literatura y más o menos
un año después, coincidiendo con la publicación de su ya mencionado libro Islas Marías, le fue otorgado el Premio Literario Manuel
Ávila Camacho y asimismo fue nombrado presidente de la entonces
100
Literatura, cine y censura: el caso de La sombra del caudillo
recientemente fundada Comisión Nacional del Libro de Texto Gratuito, instancia con la que López Mateos y su secretario de Educación, el
brillante poeta y diplomático Jaime Torres Bodet, pretendieron hacer
realidad el anhelo de la campaña de José Vasconcelos consistente en
establecer una política de Estado que implicara, entre otras notables
reformas educativas, la donación de libros a los educandos de nivel
básico.22 Guzmán, quien por entonces también fungía como director
del semanario Tiempo, un órgano bastante identificado con los dictados del régimen en turno, quedó así posicionado en un área de mucha
influencia política y cultural que entre otras cosas de seguro implicaba trato directo con el primer mandatario del país. Tiempo después,
Bracho declararía a Emmanuel Carballo que fue precisamente durante
la entrega del Premio Literario Ávila Camacho concedido a Guzmán
que se acercó a López Mateos para exponer sus planes de filmar su
adaptación de La sombra del caudillo. Según la versión del cineasta,
el presidente le concedió la razón y le brindó todo el apoyo “moral y
financiero” para tal empresa, que sin duda iba a poner a prueba la ma-
22
Entre otras actividades, Torres Bodet había fungido como secretario particular de José Vasconcelos cuando este último fue rector de la Universidad
Nacional de México y destacó como periodista y cronista cinematográfico en
las páginas de Revista de Revistas, para la que colaboró con el seudónimo de
Celuloide entre agosto de 1925 y septiembre de 1926. Cf. Jaime Torres Bodet, La
cinta de plata (Crónica cinematográfica). El movimiento vasconcelista, en el
que militaron varios de sus amigos del célebre gupo Contemporáneos (Carlos
Pellicer, Jorge Cuesta y Salvador Novo), ocurrió justo en el inicio de su gestión
como secretario de la Legación mexicana en Madrid, pero años después fue
nombrado secretario de Educación Pública durante la última etapa del gobierno de Manuel Ávila Camacho (1943-1946), periodo en el que llevó a cabo
un primer ensayo de aplicación de muchas de las ideas que Vasconcelos había
avanzado durante su respectiva gestión en la misma SEP. Por lo demás, la
propuesta vasconcelistas de campaña consistente en que el Estado obsequiara
los libros a los educandos, ya había sido ensayada por él mismo durante su
extraordinaria gestión como secretario de Educación Pública (1921-1924) del
gobierno encabezado por Álvaro Obregón.
101
Eduardo de la Vega Alfaro
durez del sistema político mexicano.23 El 16 de abril de 1960, cuando la
película ya había sido realizada, Bracho dio al periodista Jaime Valadés
esta otra versión de la manera en que pudo filmarla, misma que puede
considerarse complementaria a la anterior:
Tres o cuatro veces estuvo a punto de hacerse el film y otras tantas fracasó el proyecto, como siempre sucede con obras no comunes y corrientes.
Al fin encontré el productor interesado, Ismael Rodríguez
—el único que estaba decidido a hacerla—, pero en eso surgió la
idea de Técnicos y Manuales de realizar una película a beneficio
23
Cf. La sombra de Serrano, op. cit., p. 67. Es muy posible que a pesar de que en
algún momento minimizó la significación de su otrora militancia vasconcelista, ello probablemente debido tanto a la manera algo pusilánime con la que
Vasconcelos reaccionó ante el asesinato de Germán de Campo como a la eventual reconciliación de aquél con Plutarco Elías Calles y a su consecuente giro
ideológico hacia la ultraderecha, López Mateos haya decidido apoyar la cinta
de Bracho para, a través de ella, reivindicar de alguna forma a ese movimiento
en el que había sido asesinado su maestro y gran amigo, el ya mencionado De
Campo, y en el que, a consecuencia de la represión, el futuro presidente había
resultado gravemente herido en la cabeza en alguna de las tantas refriegas
contra los militantes opositores al candidato oficial. Todo indica, incluso, que
la lesión sufrida en aquella ocasión se traduciría, con el paso de los años, en
el aneurisma cerebral múltiple que finalmente lo llevó a la tumba. Un sentimiento similar pudo haber operado en Julio Bracho, quien como ya dijimos,
también simpatizó con el vanconcelismo, y en Martín Luis Guzmán, amigo
de Vasconcelos desde la época en que ambos formaban parte del Ateneo de
la Juventud. En tal sentido, y pese a sus no pocos errores de documentación
y apreciación (como el de atribuir a Julio Bracho la realización de la cinta
“María Antonieta” —sic por Antonieta—, José Mario Martín Flores (en «La
sombra del caudillo, testimonio fílmico de una candidatura presidencial dos
veces censurada», ensayo incluido en Las miradas de la crítica. Los discursos
de la cultura hoy, pp. 235-255) acierta al señalar que «López Mateos promovió
la realización de [la película de Bracho] tal vez como una concesión sentimental de un vasconcelista reconocido, como él, hacia la victimización y el
desmembramiento de su propuesta de juventud».
102
Literatura, cine y censura: el caso de La sombra del caudillo
de la construcción de su clínica, el licenciado Federico Heuer,
director del Banco Nacional Cinematográfico, dijo que por qué
no hacían los técnicos La sombra del caudillo. Hablé con Ismael
Rodríguez, le expliqué. Entendió a la perfección y nos permitió
hacer la película, rompiendo el trato original. Tuve que realizar
10 meses de esfuerzos para llegar al set y filmar la primera escena
de La sombra del caudillo.
Se infiere entonces que luego de la aprobación presidencial para
que la cinta pudiera ser realizada, Bracho comenzó a buscar algún
productor que quisiera financiar el proyecto y, por fin, lo encontró en
Ismael Rodríguez, el genuino forjador del mito Pedro Infante y quien
todavía era uno de los cineastas mexicanos de mayor renombre nacional e internacional junto con Emilio Fernández, Roberto Gavaldón,
Alejandro Galindo y el mismo Bracho. Es de suponer que Bracho ya
tenía escrito el guión definitivo o cuando menos uno de sus primeros
tratamientos. Fue entonces cuando, al enterarse de los mencionados
propósitos de los agremiados a la Sección de Técnicos y Manuales,
Federico Heuer, también distinguido militante del movimiento vasconcelista y quien seguramente sabía del proyecto de Bracho y del correspondiente aval del presidente López Mateos, contrapropuso que
la cinta se hiciera bajo esa fórmula. No era ésta la primera vez que los
trabajadores adscritos al Sindicato de Trabajadores de la Producción
Cinematográfica (STPC) participaban en el financiamiento de una película, ni sería la última. Ya en 1952, en colaboración con la empresa
Cinematográfica Tele-Voz, regenteada por Miguel Alemán Velasco, el
STPC había intervenido en la producción de El rebozo de Soledad, dirigida por Roberto Gavaldón.
Parte de los referidos esfuerzos de Bracho para filmar la película
quedaron consignados en una serie de documentos de primera mano.
En el primero de ellos, firmado el 22 de mayo de 1959 por el diputado José Rodríguez Granada, entonces secretario general del Comité
103
Eduardo de la Vega Alfaro
Ejecutivo de la Sección de Técnicos y Manuales del Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica (STPC), se informaba a
Jorge Ferretis, director general de la Dirección de Cinematografía de
la Secretaría de Gobernación, la propuesta de la Asamblea General
de dicha sección de realizar
una película cuyos productos de explotación se destinarán para
fundar la clínica de los trabajadores agremiados [...]. [Igualmente] estimamos que como parte de nuestra obligación que la película a realizar no solamente produzca beneficios económicos
directos, sino que sea el medio para difundir el alto pensamiento
del escritor mexicano Dn. Martín Luis Guzmán, Premio Nacional de Literatura, cuya obra La sombra del caudillo deseamos
realizar cinematográficamente.
Considerando los altos valores y especial significación de la
obra del Sr. Guzmán, y seguros de realizar una película de interés
nacional, con el debido respeto solicitamos a esa H. Dirección
General de Cinematografía, a su digno cargo, la autorización correspondiente para filmar la mencionada obra de tan ameritado
escritor mexicano.
El 8 de junio Rodríguez Granada reiteró la petición de autorización, ahora con el argumento de que «uno de los requisitos que exige la
H. Comisión de Anticipos [del Banco Nacional Cinematográfico] para
otorgar financiamiento es precisamente presentar copia simple del
dictamen de la Dirección General de Cinematografía». Ante el nuevo
periodo de silencio por parte de la instancia dirigida por Ferretis, el
18 de junio Rodríguez Granada envió otra solicitud del dictamen de
autorización, mismo que, según consta en otro documento, firmado
por Carmen Báez, jefa del departamento de supervisión de la misma
Dirección General de Cinematografía, fue remitido a la Secretaría General de la Sección de Técnicos y Manuales seis días después, es decir,
104
Literatura, cine y censura: el caso de La sombra del caudillo
el 24 de junio. Dicho documento aclaraba que el dictamen contenía
“trece fojas”.
Pero todo parece indicar que, por misteriosas razones, el tan llevado y traído dictamen no llegó a manos de Rodríguez Granada ya
que en otro oficio, éste fechado el 22 de octubre de 1959, el mencionado líder sindical reiteraba por cuarta ocasión la solicitud del dictamen de autorización, aclarando haber entregado con anterioridad
«dos volúmenes de la adaptación de dicha obra realizada por nuestro compañero el Director Julio Bracho». Y de nuevo el argumento
principal fue que dicho dictamen era «el único detalle pendiente en
relación con los trámites que hemos realizado ante el señor Licenciado Federico Heuer». Para mayor confusión historiográfica del caso,
varios días antes, concretamente el 13 de octubre, una nota de Enrique Cervantes aparecida en Cine Mundial había hecho del dominio
público que:
Para llevar a la pantalla la adaptación de una de las mejores novelas que se hayan escrito durante cien años en México, se necesita
un millón y medio de pesos, y hoy, el argumento será presentado
a la Comisión de Anticipos del Banco Nacional Cinematográfico.
[...] dado el fin benéfico que se persigue, es seguro que la Comisión de Anticipos apruebe el préstamo, pues si falta el dinero no
podrá realizarse una película que tendrá una duración de seis
semanas como mínimo.
Como lo apuntara Emilio García Riera,
El periodista quiso decir, claro, que la filmación duraría seis semanas. A renglón seguido, entre paréntesis, una N. de la R. (nota
de la redacción) debida seguramente al director de Cine Mundial, Octavio Alba, hacía una advertencia que resultó profética:
«Novela peligrosa es La sombra del caudillo [...] de ahí la pregun-
105
Eduardo de la Vega Alfaro
ta que sale al paso: ¿Es aconsejable filmar esa obra?... Esa arma
tremenda que es la gran novela de Don Martín, ¿no será un arma de dos filos?... Y si no es arma filosa, si es un fusil, ¿no puede
dispararse el tiro por la culata en manos de Bracho?».24
La respuesta de Bracho no se hizo esperar. Al día siguiente, una
nota aparecida en el mismo medio y firmada por Octavio Alba contenía tronantes y poco modestas declaraciones del cineasta según las
cuales iba a realizar
la mejor película mexicana que se haya hecho en toda la historia del cine mexicano [...]. Siempre que he puesto el tiro en la
recámara de mi fusil [...], nunca me ha salido el tiro por la culata [...]. La Revolución Mexicana ha llegado, afortunadamente, a
un grado de madurez que puede hacer su autocrítica. Presentar
lacras de los gobernantes —desde el presidente hasta los diputados amordazados—, es una fase de su historia. Ese problema,
México lo ha superado. Y puede y debe presentarlo en imágenes.
Para lección de los nacionales y para lección, asimismo, de todos
los países de Iberoamérica, que verán en La sombra del caudillo
el propio drama de su país.
A ello, el autor de la nota agregaba que ese mismo día Bracho hablaría con el licenciado Federico Heuer
para apuntalar aspectos de la financiación del proyectado film,
del que el propio Martín Luis Guzmán dijo a Bracho: «Estaré
sentado a su lado durante la preparación, filmación y edición de
La sombra del caudillo». A lo que añadió Bracho: «Y espero que
también estaremos juntos el día del estreno».
24
Emilio García Riera, Julio Bracho (1909-1978), p. 105.
106
Literatura, cine y censura: el caso de La sombra del caudillo
Lo que parece ser una copia del primer tratamiento del guión basado en la gran novela de Martín Luis Guzmán, documento rescatado
por Diana Bracho del terrible incendio que destruyó el estudio donde
su padre conservaba muchos testimonios de su vida personal y profesional, quedó formalmente registrado el 27 de noviembre de 1959 en
las oficinas de la Sección de Autores y Adaptadores del STPC. Dicho
documento le atribuía la calidad de coautoría a Jesús Cárdenas, pero,
poco más adelante, Julio Bracho anotó de puño y letra que «Chucho
[Cárdenas] no escribió una sola página (ya me cansé de darle “crédito” a todos los que nunca colaboran efectivamente)». Esa versión del
guión iniciaba con la descripción de vistas panorámicas del Zócalo y
del Palacio Nacional, así como del arribo a ese lugar del diputado Axcaná González, quien desciende de un auto «con aplomo; no en balde es el amigo inseparable, insustituible e íntimo del general Ignacio
Aguirre, Ministro de la Guerra».
Tras un nuevo paréntesis de aproximadamente dos meses a partir de la cuarta petición de Rodríguez Granada, por fin el 23 de diciembre de 1959 Jorge Ferretis al parecer redactó, firmó y debió enviar
ese mismo día el dictamen que, pese a su brevedad (poco más de una
cuartilla escrita a máquina), ya contenía algunas indicaciones, una de
las cuales, la necesidad de agregar un prólogo explicativo, sería acatada por Bracho a la hora de la realización. He aquí el contenido completo de tal documento:
La adaptación cinematográfica de la novela mexicana de Don
Martín Luis Guzmán respeta el espíritu y la intención profundamente revolucionaria, la construcción dramática, la psicología
de sus personajes, y conserva la grandeza con que el arte liquida
hechos reales, por amargos que sean, de la historia de cualquier
pueblo.
Inspirada en sucedidos de diversas épocas de nuestra revolución, expresa el momento crítico y angustioso de la batalla que
107
Eduardo de la Vega Alfaro
toda revolución (y la nuestra no pudo eludir esa crisis saludable)
libra contra el caudillismo militar, para salir purificada a una vida
de civilidad e Instituciones: la que vive México desde entonces.
Como han transcurrido más de treinta años de algunos acontecimientos en que la película —y la novela— se inspiran, y como
los personajes no pretenden ser retratos de personas de nuestra
vida pública, sino arquetipos, pues la obra agrupa en un solo momento todo el panorama político que ofreció México entre los
años 1920 a 1928, no puede pensarse en la posible aplicación de
los Incisos I y II del Artículo 70 del Reglamento de la Ley de la Industria Cinematográfica; tanto más cuanto que los personajes de
la película, creados por el autor, responden a nombres también
inventados por él.
Conviene, sin embargo, recomendar que en la realización de
la película no se trata de caracterizar a los intérpretes buscando
parecidos físicos con tales o cuales hombres de nuestra vida pública, lo que, justamente, traicionaría la intención de Don Martín Luis Guzmán al escribir su novela, que es de fondo histórico
y de proyecciones políticas para el futuro, pero que no es una
recreación histórica.
Sería de recomendarse, por último, que en la pantalla aparezca un pequeño prólogo que exprese la intención real de la
novela y de la película, ya que el saldo ideológico es constructivo; y sobre todo para que la juventud —de México y de América
Latina— pueda valorar en sus justas proporciones a la lucha que
sostuvo la Revolución Mexicana para alcanzar el patrimonio de
la vida institucional que, para su futura grandeza, le legaron las
generaciones anteriores.
La película será autorizada para jóvenes y adultos.
Los respectivos incisos I y II del mencionado Artículo 70 (a su vez
referido a los “Ataques a la vida privada”) definían así tal situación:
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Literatura, cine y censura: el caso de La sombra del caudillo
«Cuando se exponga a una persona al odio, desprecio o ridículo, o pueda causársele demérito en su reputación o en sus intereses», y «Cuando se ataque la memoria de un difunto con el propósito o intención de
lastimar el honor o la pública estimación de los herederos o descendientes de aquél, si aún vivieren».
En la revista Zócalo del viernes 8 de enero de 1960 se decía que en
los primeros días de ese mes el Banco Nacional Cinematográfico había
hecho oficial su apoyo para la producción de la película de Bracho y
que él y José Rodríguez Granada, nombrado coordinador de la producción, ultimaban los detalles para dar inicio a la filmación, programada para el siguiente lunes, es decir, el día 11. Nuevos contratiempos
debieron surgir entonces ya que el inicio del rodaje de La sombra del
caudillo ocurrió hasta el 4 de febrero de 1960 y duró exactamente seis
semanas, pues concluyó el 18 de marzo. Finalmente, el sueño de Bracho, largamente acariciado, se había hecho realidad para poco después
convertirse en una terrible pesadilla que, en mayor o menor medida,
lo perseguiría por el resto de su vida.
La mecánica de la censura (I)
Luego de un proceso de posproducción digamos normal, el sábado 18
de junio de 1960 a las 11:00 am en el cine Versalles fue exhibida, en función privada, una copia de La sombra del caudillo, ello «en honor de
la Prensa y de los compañeros y técnicos que contribuyeron a la realización de este película», según rezaba la invitación oficial al acto, que
también anunciaba que la obra de Bracho había sido «especialmente
invitada al XII Festival Cinematográfico Internacional de Karlovy Vary,
Checoeslovaquia». De la crónica de esa proyección escrita por Lautaro González Porcel para el vespertino Últimas Noticias aparecido ese
mismo día habrá que destacar que se señalaba de forma explícita que
la duración del film alcanzaba tres horas y que Martín Luis Guzmán
109
La Revolución traicionada.
Dos ensayos sobre literatura, cine y censura
de Eduardo de la Vega Alfaro, fue editado por el
Centro Universitario de Estudios Cinematográficos
y la Dirección General de Televisión Universitaria
de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Su diseño, corrección y composición tipográfica
se realizaron en el Departamento de Publicaciones del Centro,
se utilizaron familias tipográficas Constantia y Myriad Pro.
Se terminó de imprimir el 11 de noviembre de 2012,
en los talleres de Impresos Editoriales FT, SA de CV,
Calle 31 de Julio de 1859, Mz. 102. Lt. 1090, Col. Leyes de Reforma,
Iztapalapa, México 09310, DF.
Se tiraron mil ejemplares. Impreso en offest:
interiores sobre papel Bond ahuesado de 90 g
y forros en Multiart semimate de 300 g.
Con la colaboración de Silvia Arce Garza,
Gabriela García Jurado,
la edición estuvo al cuidado de Rodolfo Peláez.
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