LUNA NEGRA La abuela María está de pie, frente a la ventana de la

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UNA
NEGRA
La abuela María está de pie, frente a la ventana de la acogedora y espaciosa cocina con la intención de bajar la persiana. Vive sola, enviudó el mismo día que su hija Patricia cumplió los doce años. Su marido, al que todo el mundo llamaba
«el bicho», murió en extrañas circunstancias cuando se ahogó en el río Barbate después de los festejos. Su matrimonio
fue una amarga experiencia, por lo que María Lucena no se
ha planteado, ni por asomo, convivir con otro hombre.
Suavemente retira la cortinilla y mira hacia un cielo limpio, libre de nubes; una leve brisa traída por el viento de Levante las ha barrido todas. A lo lejos, se vislumbra la sierra
de los Alcornocales, custodiada por el majestuoso monte Picacho que se muestra iluminado por una luna enorme, casi
llena.
Falta una noche para que la luna llena visite la pequeña población de Alcalá de los Gazules, cuando en la televisión, a punto de finalizar las noticias, María escucha a la presentadora diciendo que el veinticuatro de diciembre a las
veintiuna horas se producirá un eclipse total de luna. Un fenómeno excepcional que durará una hora y media.
—¡Dios mío, Luna Negra en Nochebuena! ¡Apiádate de
los Lucena, protege a mi hija Patricia y a mis nietos, que mañana estarán aquí! —añade santiguándose solemnemente;
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una en la frente para alejar de ella los malos pensamientos,
otra en la boca para no pecar de palabra y una más grande
en el pecho para que la cruz de Cristo proteja su cuerpo de
las malas acciones.
Con la mano aún temblorosa, se sienta en la mesa camilla, donde ha cenado al calor del brasero eléctrico, coge el
vaso de agua y bebe hasta apurarlo…
Unos dicen que la maldición de la Luna Negra es una
leyenda, otros que son supersticiones, lo cierto es que la mayoría de los habitantes de Alcalá de los Gazules no le da importancia; para María Lucena es diferente. En sus casi setenta años de vida, dos grandes desgracias han ocurrido en su
familia: la violenta muerte de su cuñado Juan de Dios y el
ahogamiento de su marido. Ambas, acontecidas en noche de
luna Negra.
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MIGUEL GILARANZ
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A LEYENDA
Cuenta una leyenda en Alcalá de los Gazules que el rey de
Granada, allá por mediados del año mil doscientos, entregó
la ciudad al califa Yazula, siendo éste un personaje tirano y
opresor para con sus súbditos.
Los más ancianos del pueblo narran a sus nietos que Catalina, una joven cristiana de dieciséis años, de melena negra y muy rizada, fue encerrada en las mazmorras del castillo. Yazula, hombre maduro, obeso y repulsivo a quien por
supuesto la joven no amaba quería obligarla a convertirse al
Islam y desposarla. La resistencia de Catalina fue tal que una
noche, aprovechando un descuido de sus captores, consiguió
escapar y ocultarse en el bosque de los alcornocales, cercano a la población. Yazula, enfurecido, hizo apresar a sus padres y hermanos condenándoles a una muerte lenta y dolorosa si la joven no cejaba en su negativa de aceptar al califa
como esposo.
Para persuadir a Catalina y obligarla a regresar, el califa
ordenó prender fuego al frondoso bosque ayudándose de un
fuerte viento de poniente que, de no cesar, en pocos días reduciría a cenizas lo que la naturaleza había tardado centenares de años en crear. Esa noche, tumbada en una gran piedra
totalmente lisa, la joven lloró y lloró a la luz de la luna llena
hasta que, agotada, quedó dormida. Entre sueños, un gran
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alcornoque la tomó entre sus ramas y levantándola varios
metros sobre el suelo hizo que contemplara cómo las llamas,
azuzadas por el viento de poniente, arrasaban todo lo que encontraban a su paso, quejigos, chaparros, madroños... todo
ardía sin control.
El crepitar de los acebuches y lentiscos ardiendo y el
olor del humo intenso de los brezos la despertaron.
—¡Oh, luna llena! ¡Oh, reina de la noche, haz que sople el viento húmedo del sur y sofoque estas llamas que queman mi corazón!
—¡Oh, luna llena! Dame fuerzas para enfrentarme al
malvado Yazula y a cambio te ofrezco mi amor y mi alma.
La luna atendió las plegarias de Catalina y el húmedo
viento del sur sofocó el destructor incendio. La joven comprendió que sus súplicas habían sido escuchadas y con los
primeros rayos del día marchó hacia Alcalá, donde solicitó
ser recibida por el que dijo sería su futuro esposo. Inclinada
ante el malvado, accedió a la boda con dos condiciones que
fueron aceptadas sin tapujos por el soberano del lugar: la primera suponía la puesta en libertad de sus familiares y de todos aquellos que, confinados en las mazmorras, veían cómo
la vida se les escapaba día a día, destruidos por el hambre y
la humedad. Además pidió para todos los liberados caballos
y víveres suficientes para abandonar la comarca en dirección
Norte, hacia los campos de Castilla.
La segunda petición se refería a la ceremonia nupcial, la
cual debería llevarse a cabo el día siguiente a la próxima luna
llena, momento en el cual la joven abrazaría el Islam.
Yazula, entusiasmado por el cambio de actitud de su futura esposa, liberó a todos los presos, les entregó pertrechos
y vituallas suficientes para varias semanas de camino.
Leonor, madre de la desdichada Catalina, lloró desconsoladamente al alejarse para siempre de su hija y ante
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la desgracia de convertirse en la esposa de tan degenerado
tirano.
—¡No llore, madre!
—Que no llore dices, con el puñal que tengo clavado en
el corazón…
—No llore digo, porque la luna está conmigo y pronto
yo estaré con ella.
Tras la marcha de su familia, la joven, acompañada por
su futuro marido y el mayor de los hijos de éste, subieron a
lo más alto del castillo, la «Torre del Homenaje», para desde
allí ver marchar a la comitiva de los cristianos liberados. Catalina, presa del más amargo de los dolores, no pudo ocultar
su desdicha y, de rodillas, lloró desconsoladamente.
Fanil, el hijo primogénito del califa, al presenciar el dolor de la joven, se dirigió a su padre con estas palabras:
—¡Oh, gran Yazula, orgullo del mismísimo Profeta! ¿Por
qué te empeñas en esta boda con una cristiana tan joven?
¿Por qué incumplir la sabia costumbre de contraer matrimonio con mujer de edad la mitad más siete que la tuya?
—Querido Fanil, hijo y digno sucesor mío, ciertas son
tus palabras, pero a mis cincuenta y cuatro años, ¿por qué
contraer nuevo matrimonio con esposa de treinta y cuatro,
pudiendo hacerlo con una joven cuya edad es la mitad de la
que marca la tradición? A mis años, quiero llenar mis manos
de sangre de infieles y yacer con jóvenes vírgenes; ¿por qué
aceptar unas tradiciones que no me interesan?
Fanil, consternado por las palabras de su padre, consoló a Catalina y la ayudó a incorporarse mientras ésta ocultaba su rostro cubriéndolo con sus manos y pidiendo para sí
la ayuda, protección y amparo de la Virgen.
Era la víspera de la boda. Una majestuosa luna llena iluminaba la población de Qalat at Yazula, «el Castillo de Yazula». El califa estaba exultante de alegría, por fin tomaría
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por esposa a la bella Catalina; después, cuando finalizasen
los esponsales, podría yacer con ella.
Durante la noche, la joven cristiana se arrodilló frente a
su ventana y rezó. Poco a poco, la luna llena se fue cubriendo por una gran sombra negra hasta que desapareció y la oscuridad cubrió los campos y las sierras gaditanas.
«¡Ha llegado la hora!», pensó Catalina al contemplar
cómo la luna se ocultaba.
A la mañana siguiente, los sirvientes del califa fueron a
preparar a su amo para la ceremonia; debieron derribar la
puerta de sus dependencias porque ésta había sido cerrada
desde el interior.
Le encontraron muerto, se había ahorcado, colgado de
una de las vigas de su dormitorio. Fue necesaria la fuerza de
varios hombres para descolgarle y situarle sobre su lecho.
La noticia corrió como el viento por toda la comarca, a
la que habían acudido cientos de invitados para los festejos
de ese día. Unos lloraban de dolor, los menos; la mayoría lo
hacía de alegría celebrando la muerte del tirano.
Catalina recibió la noticia en sus aposentos, frente a la
misma ventana donde había contemplado la noche anterior
cómo la luna había desaparecido.
Dos de las esposas de Yazula le anunciaron el suceso.
Catalina se levantó y, sin mediar palabra, se dirigió a la Torre del Homenaje, seguida de sus dos «guardianas» ataviadas con túnicas que les cubrían de los pies a la cabeza y el
rostro oculto por un velo que impedía ver sus semblantes.
Al llegar a lo más alto de la Torre, Catalina miró al horizonte donde vio por última vez a su familia, se santiguó y, sin
mediar palabra, se arrojó al vacío, hacia una muerte segura.
Desde ese día, al eclipse de luna llena se le llama «la luna
Negra». Desde entonces, juglares y trovadores cuentan la historia de la infeliz Catalina, una joven Cristiana de dieciséis
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años, de negro pelo y grandes rizos, que llegó a un acuerdo
con la luna para salvar algo más que la vida de su familia y
de un puñado de cristianos.
¿Por qué se arrojó Catalina desde la Torre? Dice la leyenda que, a cambio de la muerte del malvado Yazula, acordó con la luna dos cosas: la primera, descender hasta lo más
profundo de los infiernos para asegurarse que el califa nunca regresaría al mundo de los vivos. La segunda, que todas
las noches de Luna Negra vagaría por entre el mundo de los
mortales y se llevaría consigo a todo aquel que tenga el corazón negro.
Generación tras generación, con eclipse o sin él, se ha
mantenido la leyenda de que en Alcalá de los Gazules, las noches de luna llena, aquéllos que tienen el corazón negro se
sienten turbados, temerosos sin saberlo, inquietos porque
quizás Catalina venga en su busca. Otros por el contrario,
contemplan la luna llena con felicidad y regocijo porque sienten, también sin saberlo, que la joven les protege de aquéllos
que tienen el alma negra.
Pero la historia no termina aquí; al poco tiempo, Fanil,
proclamado nuevo califa y avergonzado por todos los actos
de su padre, tomó varias decisiones trascendentales para sus
vasallos: se convirtió él y a toda su familia al cristianismo,
cesando así las batallas con los cristianos. Colmó de escombros y tapió todas las mazmorras del castillo. Por último,
cambió el nombre de la ciudad pasando de llamarse Qalat at
Yazula a Alcalá de los Gazules, que era como sus súbditos se
referían al castillo y a la familia que lo gobernaba.
Desde entonces hasta nuestros días, la leyenda continúa
viva de una u otra manera. Unos han afirmado haber visto en
noches de luna llena deambular por las calles de Alcalá a una
joven de pelo negro y grandes rizos. Otros aseguran haber
oído rezar a una joven a los pies de la Torre del Homenaje,
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pero cuando intentaron averiguar la procedencia de las plegarias, una sombra se escabulló ocultándose entre las ruinas.
Los hubo incluso que han atestiguado que una noche cualquiera, sin luna y sin eclipse, notaron junto a ellos la presencia de la joven Catalina instantes antes de realizar una
mala acción, viéndose obligados a desistir y arrepentirse de
sus perversas intenciones después que un escalofrío recorriese su cuerpo.
María, la abuela de Clara, se encuentra entre los que creen que la joven cristiana vendrá a buscar a todo aquel que
tenga el alma negra la víspera de luna llena, y le llevará con
Yazula.
Los alcalaínos normalmente no quieren hablar de este
asunto. Los que creen en la leyenda no lo dicen y el resto de
la gente lo considera una historia más, un cuento para que
los niños pasen un poco de miedo una noche de campamento
o simplemente para que se coman la fruta. En el caso de María y la familia Lucena es diferente, ella cree firmemente y
motivos tiene para ello.
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MIGUEL GILARANZ
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