la invasión francesa en granada (1810-12)

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Año XIII
^ 1 3 0 de AbTil 4« 1910 .<-
N." 291
LA INVASIÓN FRANCESA EN GRANADA (1810-12)
( N o t a s hiistóricas: 1 6 - 3 0 Abril I8IO)
Con referencia al curioso manuscrito que conservaba el sobrino del
famoso Alcalde de Otfvar y que regaló al general Zayas de la Vega, dice
el inolvidable Gómez de Arteche, que <& principios de Mayo (1810) podfa Sebastiani vanagloriarse de la dominación tranquila de ambas provincias (Oranada y Málaga), y dirigir sus cuidados á la administración
del pafs para sacar de él todo el fruto que le hacfan codiciar el servicio
de su soberano y su misma y proverbial rapacidad» (El Alcalde de
Olivar).
Efectivamente, á últimos de Abril, y ft pesar de los graves acuerdos
^el Ayuntamiento que he extractado en el artículo anterior, los documentos oficiales acusan cierto sosiego. lia proposición del anciano caba.
Ilero Montes Martos, de que se dio cuenta el 7 de Abril, y otras muchas
fesoluciones de corporaciones y particulares, ningún resultado produjeron por lo pronto: la dominación francesa iba esquilmando el pais, acallándole, encarcelando y ajusticiando personas: consiguiendo qtae por
cansancio se disolvieran las espansiones del patriotismo. Un documento
••eferente á la famosa batalla de Bailen, que publica actualmente nú querido amigo y compañero Alfredo Caaabán, revela bien el estado de An<l*l«cla, y cómo trataban á este país y é sus hijos lo» invasores. Cuando
^« vuelta & Madrid José Bonaparte, expresó la tristísima impresión que
te había producido su viaje, «ofreció sería remunerado (este país) de loa
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perjuicios forzosaraento causados en la píismda ée un Exórcito triunfante
y numeroso; y trataéo con equidad «n la distribución de contribuciones»... Bailen envió dos comisionados á Madrid que expresaran al ministro Ángulo sus deseos, y éste en tono irónico y burlesco les dijo, «que
cómo sefcabíandeterminado á ir, llevando justamente las dos buenas recoraeiKtoiei<<(ne9, «(te Atiáftlaces y de Bftylen: que por ellos se hallaba perdida la Corte, Mancha y Castilla, con el acaloramiento de aquella maldita
batalla, ruina y perdición de España».. Ángulo despidió á los comisionados •de Bailen, presenciando la conversación varios empleados «entre ellos Laborda, sobrino del difunto Cabarrús, que criticó después la
conducta impolítica de aquel brutal ministro»... Ya vemos, que desde el
primer momento, la batalla de Bailen fué la preocupación constante de
Napoleón y de sus admiradores, preocupación que no se ha extinguido,
como he hecho notar diferentes veces en mis estudios 6 investigaciones
acerca di lá invasión.
Alg^o consiguió el cansancio y algo también las predicaciones de los
afrancesados, émtre los cuales habla en toda España personas de grandes
prestigios á Quienes se deben documentos tan notables como el que sigue,
dirigido á las autoridades dependientes de su jurisdicción, por el Ministro dé Justicia D. Maa««l María Cambronero. Dice así:
tEInóni^aéo por S. M. católica el señor D. José I del Ministerio de la
Jti8tíci« «a estas provincias apreciables, he creído conveniente el dar
principio á mis funciones cumpliendo el principal de mis deberes, y excitando tk celo de los magistrados para que á su vez cumplan lo que deben á los pueblos que tienen á su cargo. El acto más interesante de justicia, el mayor beneficio qne pueden hacer los jueces á sus conciudadanos, y él servicio mayor en su carrera al interés del reino y de la Patria,
M el borrar las falsas impresiones que un tiempo tan fecundo en engaft08 ha, podido dejar en sus cerebros, y sustituir las ideas verdaderas d«
k faeón y nuestro estado, después de la sumisión voluntaria á S. M. de
las cuatro ciitdades capitales y de todos los pueblos de las Andalucías,
cuando todos sus habitantes han gozado con la presencia angustn del
rey tus dnloes eBfwanzas de la prosperidad que resistían; cuando, por
ultimo, «I mgrado acto del juramento haya puesto á Dios por testigo de
IB sinceridad de las promesas qite han evitado sn ruina, es menester que
al magistrado aplique sus oficios á ilustrar la opinión de sus distritos »
Censura duramente el régimen político qué había prevalecido hasta
tfatoncés; entfinéra ias granees réntalas que para la tranquilidad, reor-
- IVl —
ganizacióu y fumento del país bubia de reportar la Oonstitucióu de Bayona, y aflade:
«Despuós de apartar los embarazos de la industria y del comercio !&•
terior permitiendo á cada uno la libre circulación de hornos, de molinos
y de cualquiera otro artefacto; derogado el funesto privilegio de los tanteos de los bienes y cuantos ejercían los setiores dé los pueblos con el tttule de jurisdicción y vasallaje; restituidos á las roanos acliras dolo» t»r
bradores los terrenos impoliticameute amortizados, sin perjuicio de 1«
subsistencia decorosa de los exregulares extinguidos; y libre úHiiDa*
mente la agricultura del gravoso voto de Santiago, ¿quién no deberá esperar el complemento de las mejoras del Estado? El Gobierno prepara,
en efecto, una refundición de todos nuestros códigos, tan monstruosos
por su número, como por la diferencia de sus planes, en un sólo Código
que ordene las reglas de la justicia, aprovechando cuanto haya de bueno
en nuestras leyes, y cuanto haya adelantado el saber y experiencia de la
nación más ilustrada. Tiene preparada la organización de los tribunales
de modo que la ciencia y la imparcialidad decidan siempre de todos nuestros derechos sin los males de las costosas dilaciones, y evitando las arbitrariedades y cohechos: trabaja en el sistema de contribuciones para
hacerlo sencillo y económico con el mayor alivio de los pueblos: adelanta
los medios de la educación hasta darle la perfección que producen el
nombre y la prosperidad de los Estados; y no hay ciertamente un solo
artículo de interés general en que el Gobierno no se propongfa el hacer
las reformas convenientes para llevar la EspaOa al alto grado deopotenl«ncia y poder que un rioo suelo, la nobleza del carácter d« sus habientes y todas las demás preporciones la permiten.
»Tal es, respetables jueces, el verdadero ouadro de los bienes hechos 6
preparados por la influencia benéfica de «n rey qo» cifra su interés y
BU gloria en la ventura de esta preciosa monarquía. La guerra intestio*
ha dilatado el cumplimiento de sus vivos deseos; mas, por fortuna, la
pBs y la bondad del rey para con todos, sin excepción alguna, allanando
'«8 barreras que impedían el bien, le hacen ya seguro y preMBttn á
'ueatro celo la ocasión lisonjera de tener una gran parte en la repwpación de nuestra Patria. I^a generosidad del soberano, el voto püWico y el
"lelo mismo, premiarán vuestros servicios.
Sevilla 9 de Febrero de 1810.»
He tomado estos fragmentos y extracto del curiosísimo artículo átü
«rédito litevato D. Carlos Cambronere, Loa afmnctsadog.
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Con todos estos antecedentes, no se extrañará que nuestro Ayuntamiento, en la segunda quincena de Abril, se redujera á seguir pagando
las obras de defensa del Cerro de Santa Elena, cuyo gasto diario pasaba
de 4.000 reales; que entregara al ejército otras 1.000 fanegas de trigo
del Pósito Pío; á pagar el primer equipo del batallón de Cazadores de
Montafia y á facilitar más camas (1.211 nada menos) del vecindario, á
pesar de llamar la atención sobre el desorden y destrozo que habían tenido las tropas en este asunto; á apremiar otra vez á los deudores del
impuesto de los 5 millones; á imponer una contribución por el barrido
de las calles, y á amueblar la casa del general gobernador D'Auguerau.
Bien es verdad que acordó derribar los balcones y guarda polvos de
madera, que aun quedaban muchos, y tuvo que seguir engañando á los
plateros que facilitaron alhajas y piezas de plata, y que pedían con razón
que se les pagara ó se les devolviera lo suyo.
¡Devolver!... ¡Cualquiera podía averiguar dónde estaban las joyas y alhajas de los buenos plateros granadinos!...
FRANCISCO DF, P .
VALLADAR
AL6N56 CANG EN CÁDIZ
Constituye la actualidad artística, el pretendido descubrimiento de un
auto-retrato de Alonso Cano, en el Museo de Cádiz, de cuyo tema ha
dado cuenta, en discreto artículo, el director del Diario de Cádix señor
Joly. No obstante ser autorizadas y de nuestro respeto las opiniones del
Sr. fiarcia y del veterano pintor Gómez Moreno, á quienes se alude en
aquel escrito, no nos parece obra de Cano la pintura de que se hace mérito. Sin duda, será retrato del famoso artista; pero no pintado por él
mismo. Ciertos descuidos, desdibnjos y otros detalles que se advierten
en el trabajo, resultan impropios del maestro: próximos al retrato se admiran cuadros originales, como la Aparición de la Virgen á San Francisco^ lienzo que ocupa el frente de la sala del antiguo (donde se custodia desde que fué exclaustrado de los Capuchinos de Sanliicar); fácil es
la comparación, en la que no se verá ninguna semejanza y en la cual
podrán reconocer los inteligentes cuánta diferencia hay entre las manos
de los frailes con las del supuesto auto-retrato.
Ahora bien; que sea éste verdadera efigie de Alonso Cano, dése por
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indiscutible, mas como debido á los pinceles de un artista mediocre, tal
voz de la escuela sevillana, según el Catálogo del Museo (1).
En el dicho catálogo está el cuadro eu litigio con el número 119. ¿Cómo ha venido á parar al Museo? Lo ignoramos. ¿Cabe suponer que viniera con las pinturas sacadas de los conventos? Creemos que no, por
no mencionarla D. José Nicolás Enrile en la lista de aquéllas, que inserta en su Paseo artístico, Cádiz 1843. ¿Débese á un donativo particular? Es más lógico; pero teniendo en cuenta que no ha figurado el retrato de Cano en ninguna de las galerías particulares que hubo en Cádiz.
¿Desde qué fecha pertenece al Museo? Por lo pronto podemos asegurar
que con posterioridad al «fio 1867, pues un curioso catálogo que poseemos no lo incluye y solo se menciona en el impreso por la Academia en
el año 1876.
De las galerías de cuadros, de propiedad particular, que existían en
el Puerto de Santa María y en la Isla de León vinieron á Cádiz, por el
ano 1811, lo más granado de ellas, á fin de evitar que pudieran ser sustraídas por los franceses, que ya habían sacado de Sevilla las mejores
pinturas. Así estuvo en Cádiz el supuesto boceto original de la Santa
Catalina de Murillo, de la familia de Van Halen y otros lienzos de mucho de valor, de los vecinos del Puerto, Vezarron, Quintana, Ivópez Martínez, Cohén, Marqués de la Cafiada, Bamlrez y otros, y de San Fernando, del Marqués de Urefia.
(I) El Sr Barcia dice que el retrato que le conserva en el Museo del Prado, pintado por VeUzquez y que se ha supuesto ser Alonso Cano, es Montañés, el famoso escultor, y habla de un retrato de Cano que vio en casa de un fotógrafo y que tenía un letrero escrito en la parte superior del cuadro. Barcia, apoyándose en sus estudios y en
los datos facilitados por el Sr. Gómez Moreno, resume sus observaciones diciendo «que
hay que rechazar como apócrifo todo retrato de Alonso Cano que no concueixle con
*»te» (el del Museo de Cádiz); advirtiendo que antes, recogiendo la observación que en
el Catálogo antiguo de la Academia gaditana se lee, describiendo el retrato, estoe»; «Parece recordar algo el retrato de Alonso Cano hecho por Velázquez, que existe en el Museo de Madrid», exclama: «jPor cierto que es de admirar aquí el poder de la imaginación
y de la distancia al encontrarse rastros de semejanza entre este escultor y el retratado
por Velázquezl....
Advertir* también que el Sr. Quintero, el distinguido artista y arqueólogo, dijo á Bar«»•: «Entre los papeles de la Academia no he podido encontrar ninguno referente á él
(•1 cuadro), y debió venir en grupo con otros procedentes de conventos. Entre los aficionados antiguos, pasa como pintado por Pacheco».
Serla muy interesante conocer la opinión del erudito académico Sr. Sentenach y la
^•1 Sr. Romero de Torres, estudiosísimo é inteligente arqueólogo que acaba de hacer el
Catálogo de lo* monumentos de Cádls.—V.
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Yarios de estos cuadros, por donacióu ó venta, pasaron á nuestra Academia de B&Has Artes, entre otros un Cristo^ estilo Cano^ y un San Jerónimo atribuido á Rivera, que hoy se conservan en el Museo, enriqueciéndose además la citada Corporación con numerosos legados del conde
de Maule, Vadillo, etc., cultos gaditanos que poseían notables pinturas
de distintas épocas.
En valde hemos procurado averiguar si en las galerías de Cádiz figuraba el hoy famoso retrato de Cano. Por cierto daremos, después de haber revisado lo pertinente al caso, que no estuvo en ninguna de aquéllas.
En la de D. José Murcia (adquirida luego por D. Manuel Llera) había
una Magdalena de Cano. Kn el gabinete de D. Sebastián Martínez de
Pinillos (coleccionista afortunado; estaba una Dalila, tamaño natural,
de Alonso Cano y el cuadro que representa Un Príncipe de la casa de
Austria, á caballo, que ahora se custodia en el Museo, por donación de
Md. Lacroix, y un Niño en el lecho, de Cano, que so encuentra en el
retablo mayor de la iglesia parroquial de Ntra. Sra. del Rosario.
Dicha galería pasó á los Sres. Casado de Torres y Viola ¿Violato', que
la Tendieron para el Extranjero.
D. Pedro O*0rouley poseyó una cabeza del Venerable Breda original
de Alonso Cano y un Santo Cristo que se consideraba del mismo autor,
y Llera, Campana y Martínez de Bengoa contaban con cuadros de gran
precio entre los que no se halla el que buscamos.
Y he aquí que en la colección del Conde de Maule, la más numerosa
(300 cuadros), y de la que se llevaron varias obras á la Academia, tampoco figura el retrato del escultor. El San Francisco, que suponía Maule
del Oreco, está en el Museo; la mayor parte de esta galería particular fué
adquirida por mi abuelo D. José Casanova y Malarín, (q. e. p. d.) y se
conserva en Marchena, no obstante las reiteradas y valiosas ofertas que
mi tía D.* Mal'fa del Carmen Casanova y Pevidal ha recibido para enagenarla. Maule tuvo en su casa el cuadro que representa la cabeza de un
niño de nueve años, de forma colosal, de Alonso Cano, que por sus bien
entendidas proporciones atrae la mirada de los inteligentes.
En otras galerías de que tenemos nota, tales como las de D. Joaquín
Bubio, D. Manuel Holgado Carrero, D. Adolfo do Castro, I). Manuel
Saenz de Tejada, D. Joaquín Marenco, D Manuel Fernández (una Ascención y un San José, de Cano), Dean D. Antonio Riimón de Vargas (San
Francisco, de Cano), D. José A. Lozano, ni en otras menos importantes
hállase referencia del precita lo auto-retrato del escultor y pintor honi» y
prdz de Qranada.
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En él (íictanieti do la seooión de Pintura de la Academia de Bellas
Artes, referente á veinte y cinco cuadros, remitidos por el Excttio. Ayuntamiento, aprobado por la Academia eu sesión de 28 de Febrero de 1875
y en la ampliacitSn al voto particular presentado por Castro en la raisma
sesi(5n, tampoco se dice nada del auto-retrato, aunque se citan un Niño
Jesús, que la Comisión de monumentos califica de Alonso Cano y la Academia como dudoso, y un Retrato de Cano, copia de un retrato que representa á Miguel Ángel; un Calvario de Cano, según la Comisión y de
Escuela flumenca de parto de la Academia, y un bosquejo de una Virgen
atribuido al mismo, que el académico D. Carlos Fernández calificó de
una cosa que no es cuadro.
La Academia posee un documento interesantísimo que se refiere al
pintor granadino. Por el afio 1859, el académico D. Adolfo de Castro
cedió á la Corporación para sn Biblioteca el memorial que Alonso Cano
presentó al Reij Felipe IV, en queja de los agravios que había recibido
del Cabildo de Granada y pidiendo ser repuesto en una plaza de Racionero. De este documento nada dicen Palomino ni Cean Bertnúdez y
ofrece datos curiosos é ignorados.
Legado por su tfa D." María de los Dolores Casanova Pevidad y Messia de la Cerda (q. e. p. d.) posee el autor de estas líneas un buen CTIRflro de Cano.
Representa á la Virgen, el Niño Jesús y el Espíritu Sanio con ana
9b>ria de ángeles, pero en una actitud tan original que solo por esedtítaíl« "puede atribuirse la obra á un genio del arte. El colorido es bellísimo,
y el módeio de la Virgen el mismo de otros lienKos de Cano, eoii los que
86 ha confrontado. Es cuadro de reducidas dimensiones y procede del
^Ofide de Maule.
Nuestro querido amigo y respetable conTecino el erudito antictiario
D. José Luis Sola y Albareda, que cuenta con una magnifica elección
dfe obras de arte, posee un hermosísimo Ecce-'Hotno en talla policroma,
<Je Alonso Cano, auténtico: admirable escultura que puede consideniíse
"ie las mejores de EspafSa y digna de ser vulgarieada por la fbtografÍR
en las principales Revistas que se dedican á los estudios de la eStéti<w.
Dicha escultnra mereció por su conservación un premio á D. José Fernandez M»c(aB, en la Exposición Regional celebrada en Cádiz en 1880.
En la colección Casanova, de Marchena, que antes se hallaba en la
«oío larga de la casa que hoy ocupa la Asociación de Caridad, existía
"ina Oración del Huerto, Un Cristo, TTn niño Jesús. Un San Francis*^y Cabex(^ de San Francisco de Paula^ atribuidos 6 Cano.
— 176 Harto numerosas resultan las obras de Cano que hubo en Cádiz, pero
á este particular diremos que es por desgracia cosa general atribuir con
escasos fundamentos tal ó cual pintura al autor de más renombre, siempre que el cuadro ofrezca carácter de época en consonancia con la de los
pintores.
Si fueren de Murillo cuantas pinturas se le adjudican, vendríamos á
saber que pintaba á cuadro por minuto y no nos quedaríamos cortos en
el cálculo. No todos los cuadros de Cano que se citan son originales: los
más de ellos tratan de imitar su estilo, ó copian sus mejores invenciones.
En la excelente revista LA. ALHAUBRA que en Granada dirige con tanto
acierto el cultísimo cronista de aquella ciudad, mi querido compafiero
don Francisco de Paula Valladar, se han publicado diversos y eruditos
trabajos respecto al famo&o pintor y escultor granadino. Entre ellos merecen especial mención unas notas de D. Elias Felayo, en las cuales dá
cuenta del auto-retrato de Cano, que Gómez Moreno supone original y
que debe ser el de Cádiz.
Mas en dicha pintura, según el libro de Estilos y ceremonias citado
por Pelayo, había un dístico...
Si factis se quisque Cani, me faciego, sieme Pictor, el efiggies, Arehetypum que Cario.
El Sr. Gómez Moreno en su estudio acerca de Cano —Boletín del Centro Artístico, 1896—dice: En un retrato que hizo Cano de sí mismo puso
un curioso granadino el dístico (arriba copiado) que traducido libremente
es así; Como cada uno se representa en sus propios hechos, así yo me
hice en tales términos, que la obra está diciendo que yo soy el pintor y
el retratado Cano.
Ahora bien, si el retrato de Cádiz es el original de Cano, ¿por quó está
exento de la inscripción latina?
Entre los papeles de la Academia de Bellas Artes deben existir los antecedentes del auto-retrato y al menos, la noticia de su procedencia; más
como no pertenecemos á dicha Corporación vedado queda revolver sus
archivos y bibioteca y nos precisa cerrar este artículo sin el dato más interesante y oportuno.
SANTIAGO C A S A N O V A .
Cronista de Cádiz y su ProvinciR.
— 177
I
LA MUSA DEL AMOR
Para «![ muy ilustrado escritor y lütrato, tv
estimado amigo, ])• francisco de f. Valladar.
En la diestra un laúd, cuyo cordaje
vibrador, tiene mágicos destello»;
envuelve su figura en tules bellos
de transparente y Túlgido oleaje.
Venus, la diosa, al matinal celaje
le salpica de perlas los cabellos;
miran sus ojos y al influjo de ellos
le rinden los Tiritos su homenaje,
Cruza el Empireo; las sabrosas mieles
ofrece del amor; del que sujetas
quedan rimas de eróticos rondeles;
mientras que al son de líricas saetas
teje con frescas rosas y laureles
la corona triunfal de los poetas.
ENRIQUE VÁZQUEZ DK A L D A N A .
De los novelistas andaluces
«LA DIOSA» DE R/\MON /\. URB/\NO
(F"r»gtm»rito)
Cuando Peralba dirigióse, por la plaw, al
templo en construcción, comeniaron á detonar en el vacío los cohetes Toladores, nuncios
de la proyectada fiesta.
¡Cuan espléndida era la mafiana!... La rutilante espada del sol, mortificaba con sus
mandobles al suelo maturanense.
La chicharra canUba su grave trémolo oculta en las ramas de la arboleda; y los arrieros
subían la calzada, caballeros en sus mulos,
llevando el paBuelo & guisa de cogotera, suspendido por el ala posterior
del chapeo.
Cerca ya del lugar en que se al«aba la fábrica de la capilla, observó
Fausto que, delante de la obra, agrupábanse muchas gentes, por encima
de cuyas cabexas asomaban varios quitasoles, llevados, indudablemente,
por manos femeniles.
— 178
-
til pasaje aquel era sumamente risueño: al fronte, divisábase una lejanía de montes, cuyo arbolado, recibiendo la intonsa lus; solar, proyectaba dura sombra sobro el terreno en que prevalecía.
Brillaban, en toda la falda de la cordillera las casas rústicas, como
bandada de palomas blancas posada en aquella agreste serranía.
Segiín íbase la vista dirigiendo á la cuenca del río, cristalina sierpro
que se arrastraba muy cerca de los álamos blancos, y á cuya vera estaba elevándose el templo, descubríanse harineros-molinos, que salpicaban
las márgenes de aquel breve caudal de agua bullidora.
Por entre la nube do curiosos que circundaba la obra, de cuya altura,
engalanada con banderas multicolores, sobre las que campeaba una gran
cruz de madera, brotaban los traviesos cohetes, adelantó Peralba cautelosamente el rostro y admiró á su sabor aquella reunión de sonoras maturanenses, de que parecía ser diosa, coronada de cabellos de oro, una
joven alta de piel blanquísima y arrebolada por las mejillas; de azules
ojos y de morbideces y plenitudes propias de una diosa robusta y en sazón, análoga >á la Venus d« Milo y desemejante á la de Médicis: un remedo humano, una representación viva de la mitológica Matura, deidad
de los frutos que brindan de consuno su madurez y sus exquisiteces.
Nieves (que no era otra aquella mujer incomparable) alzaba en alto
un quitasol rojo de seda, cuyos reflejos le arrebolaban el rostro. A Peralbar se le antojó aquel quitasol, un palio.
La familiaridad de Fausto con Virgilio, resucitó en la memoria de
aquél un instante poético de h Eneida, en que el héroe del poema clásico, oculte por uní nube (y no de curiosos), descubre á Dido, cuando
ésta llega al pagano templo, cuya obra dirige.
El cisne de Mantua comparó á Dido con Diana, cuando de sus oreadas ^gaiúa,\ cazaba en las riberas del Eurotas, ó en las cumbres de Délos, resaltando por su belleza suprema entre aquella miríada de ninfas.
Pero Fausto, que mirando á Nieves, no hallaba á mano términos justos
de com[M»ración, pareció como si se complaciera en repetir in mente, el
bello! trozo latino, que tanta analogía guardaba con aquel momento
real.
RAMÓN A. URBANO.
179 —
PINTORES BELGAS
/\ntonio Wiertz
Líis futuras Historias de la Pintura Belga y los futuros Léxicos de la^
Artes Plásticas dedicarán á Antonio Wiertz unas líneas que dirán no
mucho más ó menos do lo siguiente: «Fuó uno de los artistas cuyQ renombre gozó de brillantísimo apogeo durante su vida, pero, no tardó en
llegar al perigeo después de su muerte. Nació en üinant el aflo 1806. Se
trasladó á Amberes para estudiar en la Acadensia y, gracias á sus progresos escolares, obtuvo el premio de Roma el afio 1832. Algún tiempo
despuós expuso en París su cuadro «Los griegos y los troyauos disputándose el cuerpo do Pratoclo», sin lograr la indiferencia del público.'Más
tarde se fijó en Lieja, donde se le cedió un templo caduco y desmantelado
para que pintara sus vastísimos lienzos. Al fin se instaló en Bruselas»
deslumbrando á sus contemporáneos por la vastedad material de sus producciones y por el sentido filosófico que de ellas emanaba, así como por
la audacia del colorido, en el que no dejó de ser un innovador. El Gobierno le regaló un estudio, como expresión de homenaje nacional, y lo
transformó en Museo de sus obras á la muerte del artista, acaecida en
1865».
Como epílogo de esta sucinta noticia biográfica, figuraría la lista de
sus obras más notables.
Indudablemente, Wiertz no merece el olvido casi absoluto ni el despjrecio casi profundo que fué la reacción lógica de la admiracián idolátrica
con que le distinguieron las generaciones procedentes. Pero así ha8Í4o>
así es y así será en la historia del arte y de sus cultivadores. Aquello».
artistas que se conquistaron la fama de sus contemporáneos, casi siempre la han conducido consigo á la tumba. Por el contrario, los diacutidos,
los rechazados, los denigrados, en sus días, han recibido los elogios referentes de la posteridad.
Arrinconando disgresiones, diré que la personalidad acredita dos cualidades inconfundibles: talento, desigualdad y orgullo sin igual. Se dís•aca la primera en los lien/.os agrupados bajo el techo del Museo Wiertz,
gracias á un ostusiasmo tan inconmensurable como efímero. Sirven de
testimonio á la segunda dos frases escritas por el pintor en las puertag
— 180 —
de su estudio. UQ cuarteróu de la hoja izquierda dice^ «Orgueii^ Veítü
qui inspire les grandes oeuvres et blesse 1' amour-propre d' autroui »
Formando pendant, un cuarterón de la hoja derecha dice: «Modestiei
masque qui flatterl' amour-propre d' autroi pour s' attirer 1» louange».
Hasta he pensado que dichas frases son las obras maestras de Wiert/o
auuque he pensado que tan paradojal afirmación sería desmentida por los
admiradores y discutida por los negadores del artista. Lo cierto es que
poseen ua valor innegable, pues son el espejo donde se retrata un carácter y un espíritu.
Wiertz rió á Bubens en Amberes, y soñó con igualar á Rubebs; vio á
Miguel Ángel en Roma, y soñó con superar á Miguel Ángel. Ambos
creadores ejercieron una influencia directa sobre su personalidad, al exaltarle su deseo febril de gloria y de grandeza. Wiertz leyó á Homero lleno
de entusiasmo, y el gran vagabundo griego ejerció una influencia refleja
sobre la producción del pintor, imbuyéndole el sentido de lo colosal y de
lo solemne. El genio naciente del joven artista belga fué realzado y á la
vez ahogado por estos tres genios maduros, pues sus fucultades emotivas
se desarrollaron en detrimento de sus medios de expresión, bajo el peso
de la triple influencia mencionada.
Por exigencias de su ideal, es su musa la musa de los pintores y de
los poetas heroicos. Sus vastas epopeyas le obligan á abarcar proporciones
mateiiales desmesuradas. Gomo Wapers y como Keyser, sus compatriotas
y colegas coetáneos, no pone límites á las agrupaciones de gente. Pero
como carácter y como tendencia, vive bien alejado de ellos. Wapers pulsa
la lira de lo tierno y de lo elegiaco; Keyser derrama un sentimentalismo
fiofio y afeminado. Guando el espectador se coloca ante sus lienzos, jamás
se le conmueve una sola fibra, jamás le sacude la emoción estética. Porque todos esos personajes, producto de un sentimiento tan raquítico de
fondo como hinchado de forma, parecen actores colocados tras las candilejas para declamar paupérrimas soflamas ó parecen figurantes de comparsa teatral que ni siquiera saben fingir lo que no sienten. Cuadros
existen de estos.dos pintores donde aparecen veinte y cinco cuerpos, pero
no se descubre ni una sola alma. Por el contrario, Wiertz traza figuras
atlóticas y vigorosas, descomunales héroes, gigantes épicos, bajo cuyas
frentes se adivina un espíritu.
Y estos personajes, dotados de una vida falsa, pero al fin de una vida
que sería inútil buscar anto los lienzos do sus otros dos colegas coetáneos, siembran tragedias, reparten horrores y distribuyen cataclismos,
poseídos de una puerilidad elevada ó de una elevación pueril.
- iéi Wiertz es un atormentado de su arte. Entusiasta y laborioso, extraOo
y contradictoriu, filósofa á ratos y á ratos humorista, se vale del pincel
para representar sus clarividentes concepciones metafísicas, pata expre*
sar los matices y cambiantes de su ser. £n un cuadro, se burla de la
muerte, y en otro, condena la pella de muerte; en un lienzo se ríe de la
vida, y en otro^ ensalza el triunfo de la vida. Su alma errática de libélula^ sometida á subesivás ináueacias, liba ora en los pintores góticos, ora
fekl los italianos, pasa de lo exótico á lo indígena, se remueve sin cesar
para avanzar, vacilar, retroceder, avanzar, pararse y avanzar de nuevo.
Con frecuencia, su inspiración se aleja del terreno reservado á su arte
y le fuerza á explicar lo inexplicable y á decir lo indecible mediante
abstracciones que mue&tt'ata la t)equeñez de la pintura de programa. É[
pensador profundo y el sentidor sentimental, que se cobijan en su espíritu, traicionan al pintor, quien se empeña en exteriorizar por medio de
lineas y de colores, lo que pertenece al dominio de otras manifestaciones
espirituales, y aspira á que sus cuadro? hablen cual si fueran libros.
Cuando el illtohto íiácasa, lo que sucede no pocas veces, la producción
parece hueca y extravagante. Pe aquí la desigualdad de su producción,
que á ratos logra conmover y á ratos hace sonreír.
Tales consideraciones surgen al recorrer, sin entusiasmo, las salas del
Museo de Wiertí, Bn firuselas. tíuntb á cuadros elcelentes; los hay pé-^
Islmos. Abundan los interesantes, pero en vano se rebuscan algunos qué
revelan vulgaridad ó discreción. Bien es verdad, que los atributos de
vulgar y discreto no tenían perdón para el altivo artista. El amor A lo
lúgubre se codea con la expresión de lo raro, ya realizado por coloraciones inéditas en su tiempo, ya revestidos con énfasis empalagosos.
Allí, se destaca Patrocles^ monumental é inconmensurable. Allí, un
solo marco cobija el Rtlrato de dos muchachas, colocadas frente á frente,
como expresión sintética de la distancia que separa la muerte de la vida:
Una muestra la belleza de la carne femenina sin pudorosos velos, la otra
ofrece el espectáculo de un descarnado esqueleto Allí, no faltan algunos
Cuadros efectistas, ocultos tras biombos y bastidores de madera, que e»
preciso mirar á través de un agujero practicado en el tabique, como ai
fueran figuras de diorama ó vistas estereoscópicas. Allí, asoma en un
Ángulo del muro la cabeza de un perro, vigilante en su perrera, para dar
la ilusión de un can de carne y hueso.
Tal es el artista cuy^ Qrf ullo, por lo descomunal, corre parejas con las
vast^H prflporcionee n^fttenale? <|e sus cuadros. Varias anécdotas lo corro-
— 182 —
boran. Un día, cuando tenía veinte afios tan solo, einbobalicábase ante
un Rubens del Museo aiuberense on el momento que su profesor, Mathieu van Bree, recorría las salas sirviendo de cicerone al Príncipe do
Orange. Como el alumno siguiese cubierto, el maestro le aconsejó se destocase ante uno de los vencedores de Waterloo. Wiertz repuso con vivacid a d : - ¡No me he quitado el sombrero por Rubens, y voy á hacerlo por
un príncipe! —Y siguió encasquetado.
Varios aflos más tarde, cuando el joven ambicioso había conquistado
un renombre por sus talentos, el monarca belga so propuso condecorarle
por su famoso Paírocles. El pintor rehusó la recompensa, porque, como
ól ráismo decía: «el rey no era un Miguel Ángel».
Mucho más tarde aún, cuando la madurez de su edad le había hecho
razonador, el soberano decidió visitar su estudio, en donde lo otorgaría
un título de nobleza. El encargado de trasmitir la noticia á Wiertz, recibió, estupefacto, la respuesta siguiente: «Dígale á S. M., que lo lamento
mucho, pero me es imposible concederle la audiencia que do mí solicita».
Estos rasgos y otros muclíos que harían la lista inacabable, retratan
dé cuerpo entero al pintor cuya altivez inconmensurable le dictó el siguiente pensamiento: «La modestia es un refinamiento del orgullo».
JOSÉ SUBIRÁ.
Amberet, Marzo de i g i o .
V I A T B S
CORTOÍS
VIDA
MILITAR
gegunda parte
III
(Continuación)
Yolvanios á Málaga y á la noche de mi mala idea de curiosear y echar
mi cuarto á espadas en sitio extraño y desconocido.
Pasé los umbrales de la timba malagucfla, afectando tranquilidad y
frescura, y hálleme cara á cara con un sefior muy compuesto y almibarado, que al aparecer yo se quitó el sombrero, dedicándome á la vez uT,a
amable y atractÍAa sonrisa, como si hubiera topado do reponte con el mejor de sus amigos.
—«^,Cómo está usted?—me dijo con gran solicitud, tendiéndomela
mano mientras seguía interesándose por tortos los individuos de mi famili».'—Tome asiento y descanse».
— 183 —
Yo miraba á mi desconocido interlocutor, algo sorprendido, porque no
contaba con tan grato y particular recibimiento. Miraba, mientras me
reponía un poco, la catadura del buen señor que aunque irreprochablemente perjefíado, nada tenía de simpático. Llevaba las manos, qua exhibía descaradamente sobre la mesa, cuajadas de sortijas, y por si ai'in
era poco,^en la pechera de la camisa y corbata también hacia obstentación de la riqueza de su equipo.
Me hallaba cortado y sin saber qué replicar á sus frases hospitalarias
y expresivas. Por allí no parecía un alma, y yo solo empezaba á sentir
serios reparos y algo como miedecilio interior que de buen grado me hubiera impulsado á salirme á la calle. La funesta vanidad, siempre lo mismo, me mantenía de pie, fijo en el suelo, como si allí hubiera eckado
raíces.
«—Adn es temprano—siguió mi interpelante—pero si quiere usted
••ecrearse un rato, se tirarán los ases para usted solo... Así eos podemos
entretener hasta que se forme la partida, que no tardará en llegar... Vieiie aquí muy buena gente; lo mejor de Málaga; ya verá usted, ya verá
usted que bien le tratamos».
Yo qne ni tenía mucho que jugar ni nunca me había gustado otra
<^08a que ponerme cerca de la suerte, para mirarla de reojo y ver de disr
^'utar de alguno de sus veleidosos favores, me excusé como pude, dada
^6z más pesaroso do haber dado lugar á tan embarazosa escena Nada
•ne atrevía á contestar y aquello empezaba á ser molesto é insoíteDlble.
*íiraba con horror al tío que tenía delante, más alto que un pino, ooael
'P«lo escaso y tefiido á trechos, con los ojos entornados porlenfermedad ó
"''^ueterla, redondo de cara,flojode mejillas, húmedo defeocaia,provista
^^ unos labios del taraafio de chorizos, y en medio de este repulsivo aspecto cada vez más encaritiado conmigo y con mayores ganas de que yo
'"'e divirtiera. Me creí secuestrado y juzgué lo mejor para salir del apuro,
Síriesgar algo y huir del salón, lo antes posible.
Entre estas y otras aparecieron ea el palenque tres ó cuatro puntos,
que al recordarlo hoy puedo asegurar sin temor de equivocarme, que d«"'«n pertenecer á la servidumbre del establecimiento, porque alguo© iba
8»o sombrero y otro enjugándose las manos con un paQualo. i > '
Ocuparon los asientos de la mesa como quien está en su casa, no sin
invitarme todos á que siguiera su ejemplo. Yo, hecho un bol©, reaegaba
'^ mi estampa y de la nociva oficiosidad, que me exponía & talestwinoea,
llovido por la necia arrogancia y presunción que tanto nos oompromete
— 184 - á menudo. Me disculpé de tomar asiento y entre atragantes y bochornos
eché mano al bolsillo del chaleco, dispuesto & no quedar de mala manera,
costárame lo que me costara.
Puse un luciente Amadeo á un siete de oros, que ya estaba sabré la
mesa. Contra la costumbre en los sitios en que se juega, todos hablaban
á la vez en animado coloquio.
Se hicieron otras modestas posturas.
«¡Juego!»—murmuró el banquero, oficiando con cierta cómica solemnidad. Era el tal, juzgo inútil expresarlo, el caballero de las ricas preseas.
A las dos cartas apareció bajo sus suaves dedos, la mía, ó sea otro flamante siete de copas.
«¡Admirable, magnífico!» Pensé envalentonado, mientras hice sefiasal
estupendo Macallister para que pusiera las diez pesetas de mi propiedad,
que ni aán ture el gusto de tocar con mis manos pecadoras, en el albur,
asi creo que eso se llama, que aán quedaba por tirar.
Convertidos los duros en cMtro, si me ayudaba la suerte, formé el
súbito propósito de tomar las, de Villadiego y reírme á mis anchas de la
cara que pondrían el banquero y sus secuaces...
Mas ¡oh falibilidad de las cosas humanas y cuan lejos estáis, muchas
veces, dé acomodaros é nuestros vanos deseos!
No sé cómo fué: mi carta vino y sentí un espeluzno de alegría, precursor de otro de rabia y despecho. Repito que no puedo explicar lo que
sucedió: si aprovechando la entrada de otros seSores, que dieron lugar á
ligera interrupción; si al revoleo causado por un «entré8> que anunció
con voz apenas perceptible el bandido de las sortijas; si á la intervención
de los mismos demonios que quisieron darme aquel bromazo; el hecho
cierto y positivo fué, y en esto oo hay la menor duda, que al llegar IR
hora de liquidar todos los que habían seguido mi suerte, cobraron puntualmente, menos yo que me quedé con la mano extendida, aguardando
en balde mis veinte pesetas que se habían evaporado sin saber por
dónde.
Quedó la mesa limpia en un dos por tres y casi á la vee cayeron nue*
vas cartas sobre el tapete.
J^lgo creo que dije tímidamente, pero nadie so dignó parar mientes en
mis fondadas querellas. Me sentía colorado como un morrón: la vergüenza, el bochorno de verme estafado y el temor de llamar la atención na*
tuvieron en tortura, hasta que convulso, poseído de mal disimulada lr«i
ANDANTES
POESÍAS
ALBERTO A . CIENFVEGOS
Pro/ogo^Francisco
'ViHaesp&sa.
FUELLO E D I T O R IlusliracJones
cJ^
libros
Una portadti de Moya del Pino
-186 -.
adoptó el partido de salirme á la i-alle, jurando y perjurando que nunóa
jamás me volvería á ver en trance análogo.
Pasó mucho tiempo, y fresco y tranquilo, pensaba aun en mi aventura con encendimiento de sangro 6 invencible curiosidad de saber por
qu6 regla matemática me birlaron las consabidas pesetillas, delante de
mis incipientes bigotes.
MATÍAS MÉNDEZ VELLIDO.
(Conlinuará)
Hasta el balcón ante el espacio abierto,
en vaga florescencia misteriosa,
del negro valle, del frondoso huerto
suben mil sueños de color de rosa.
No empana nuestra dicha ni una nube,
¡oh amor, el alma defallece en una
dulce agonía, y por el cielo sube
á través de los álamos la lunal...
Kl cigarro... El caf¿ .. Sobre la seda
del cielo azul, dormita la arboleda...
Un misterio inefable cae sobre
nuestras almas absortas... Y en la albura
del mantel se deslíe con dulzura,
el fulgor de la lámpara de cobre .,
JOSÉ D U R B Á N .
fíD JAl^tlON DE Tin HljQAmBÍ(A
y los a r t i s t a s o a t a l a n e a
^^^ Página arthlicade *La Veu de CofeiÍMWí/o», trata en su i'iltimo
"fimero (28 de AbriP, de un proyecto iniciado por un grupo de artistas
^stalunes, que merece sinceros elogios: de construir una artística vitrina,
^"6 reservando el jarrón de los peligros á que está expuesto en su actual
colocación en la Sala de las Dos Hermanas del palacio árabe, permita
verlo y estudiarlo cómodamente, sin que quede oculta, como ahora sucede, parte de la magnífica obra de cerámica andaluza.
I-iOs iniciadores de la idea, han sido el notable artista y escritor Mi8«el ütrillo, el inteligente artista Segura y el distinguido arquitecto Au•^«t, qne en su reciente viaje á Granada y á las poblaciones donde.hay
'^ftbricag de cerámica moderna y coleccipnes de obras de cerámica anti3
— 186 —
g^a, bftn beeho estudios interesantísimoB, de los que resulta algo muy
agradable para Oranada. Dice Utriilo, que la industria artística antigua
va (tMÁpareciendo de modo extraordinario, con excepciones muy honro8M, entra las que menciona á los hermanos Morales, de Granada, en
cnyftfAbrica del Albayzín se decoran las piezas de cerámica al estilo antiguo.
Utriilo ha beclto también un entasiasta elogio del inteligente arquitecto director de la conservación de la Alhambra D. Modesto Cendoya,
que dedica todo su esfuerzo y toda su erudición á preservar aquel monumento magnífico de profanaciones y desdichas; que consagra sus desTelos á conservarlo, devolviéndole todos sus verdaderos caracteres á
pesar de la escasez de medios de que dispone.
La idea de construir la vitrina, surgió allf mismo en la Sala de las
Dos Hermanas y en interesante conferencia que Utriilo, Segura y Audet
tuvieron con Cendoya, admirando el prodigioso jarrón, y dice la Página
artística de *La Ven de Catalunya», que apenas iniciada la idea son ya
muchas las cantidades ofrecidas y que dentro de corto plazo se construirá de hierro artístico y cristales, la vitiina.
La lista de los donativos y los nombres de ios donantes se publicarán
en la Página.
Enviamos nuestro afectuosísimo saludo á Utriilo y á los artistas que
con tanto entusmsmo han acogido la idea.
A L A L U Z DE LA LUNA
para pederico J^avas.
¿Hecuerdat hermano, Is noche que nos conocimos? Fué en un círculo
j nos presentó Solsona. Allí hablamos de literatura, allf me contaste tu
tu vida, tus propósitos, tus trabajos.
Yo «aionces, con cerca de dos aflos menos, estaba hecho un nifio; tenía dl«5 á «i«te, y casi... casi no comprendí, ó m^or dicho, no me di
cwnta al motaento de todo; luego he ido reconstituyendo nuestra conversación, y tú, mi hermano, porque nuestro padre espiritual es el arte,
te has ido agrandando ante mí como el recuerdo en suefios de una cosa
no tÍBt», y que entonces la creó la imaginación con todas sus perfecciones.
Te propase dar un paseo, y en él recuerdo que tú te extaxiabm •»*•
^
187 —
rando á la luna y los huertos, que tú en silencio tejías UQ» ortcide de
arte, y acaso hasta podría asegurar, que tú lloraste aote Is maga» mole
de nuestra Catedral, al ver las fantásticas creaciones de la luua4ibuJMdo con su plata las sombras, al admirar sus bajo relieTes en BoArmolM,
obras ineritísinias de arte que extranjeros entendidos han qtMlido puffir
á peso de oro, pero cuando tu alegría interna llegó á su más sublime
grandeza, fu6 cuando pasamos al pie de un torreón moruno —momia de
aquellos siglos cu que los hijos de Mahonia alcanzaron gran prestigio
con su civilización—y recuerdo que entonces en tu semblante, lo mismo se dibujaba la tristeza que la alegría, entonces lloraste, riendo á un
mismo tiempo. Seguro estoy de que reconstituíste leyendas y las formastes en aquel momento, de que en aquella sublime locura de artista oiste
la voz do alguna Zoraida que te llamaba desde el ventanal, descansando
su seno sobre el alféizar marmóreo y en tanto que sus manos robaban
una ramita al ciprés que se eleva desde el jardín roscando la argamasa
del muro.
Desde entonces no dejo de pensar en aquel hermano que por todo
equipaje llevaba un saco de versos.
Recuerdas?...
JOSÉ VERA F£RNÁNI>EZ.
Uukdix, Abril 1910.
NOTAS BIBIvIOGRAFICAS
LOS amigos y admiradores del gran poeta portugués Orlando M«c§al,
que es joven, de alma purísima de artista y d« perfecto corazón de hom^>re de bien - como un crítico portufttés ha dicho,—han muniíto «n un
P«quefio y elegantísimo volumen, con el título María, las ipriment producciones poéticas de Marqal para ofrecerle público testimonio d» «daniración y afecto.
Mar9al es poeta de delicadísima dulzura; cuentista «legante, iogMoo
y realista; autor dramático muy aplaudido y elogiado, y orador de fáeil
y cultísima palabra.
Las poesías que el pequefto libro contiene, «versos de pceooce aantitnentalismo, indecisos balbucios de quien pretende desprender asas para
*oar>, como desdeflosamente—según el notable (uroli^uiata Atlmóéa,
— 188 —
dice—calificábalos Margal, son sin embargo espléndidas demostraciones
del talento del poeta, del genio plácido é inspirado del ilustre artista. Ho
aquí una de esas poesías, que no deben de traducirse, porque tienen el
aroma sagrado, delicadísimo, de la antigua y hermosa tabla castellana en
que escribía sus cantigas el sabio rey D. Alfonso:
N' esse campo verdejantc
cjrca de pequeños montes,
refrescado pelas fontes,
con raios de sol brilhante,
onde floriam as rosas,
bois pastavam mansamente,
e um rapacito contente
perseguía as mariposas,
n' aquella linda casinha,
bem perto de branca ermida
que fijamos á tardinha;
era ahi que en bem queria
passar toda á nossa vida,
ionge do mundo, María.
,
Margal, á quien agradezco efusivamente la afectuosísima dedicatoria
que de ese primoroso libro me hace, honrándome, merece, seguramente,
los entusiastas elogios de la crítica extranjera y portuguesa. Una á ellos
mi modestísima felicitación.
— Es prodigioso. Nuestro incansable colaborador y queridísimo amigo
Juan Ortiz del Barco {(5 Manuel Rodríguez Martín), nos sorprende con
un volumen de Crónicas motrüeñas de unas 500 páginas, casi en folio,
de apretada lectura, en que abunda la crítica documentada, como el eiii.
dito Cronista de Motril acostumbra, y en el que tan diversos asuntos se
tratan, como por ejemplo, el hallazgo de los manuscritos croquis de la
Casa Colegio de los Jesuítas; reflexiones sobre la falta de maestros por
espacio de diez afios; fundaciones del Cardenal Helluga y los Rui/, de
Castro, yictoria Ahumada y la famosa motrileBa «La Caramba».
No es posible dar idea de ese libro en unas cuantas líneas; ya lo liaró
como se merece, y recojo con mucho gusto, por mi parte, lo que dice respecto á la patria de «la Caramba», de quien Ángel Chaves, Díaz de Escovar y yo, hemos tratado. No sé si nació en Motril ó en Granada; no ho
visto la partida de bautismo; pero me parece que debió de ser motrileña,
y esto está conforme con lo que Díaz de Escovar dice: que se hizo aparecer como natural de Granada y que reformó sus apellidos. Además, esa
partida de nacimiento hallada por Ortiz del Bfirco en Motril, referente á
una ñifla á quien pusieron los nombres de María Antonia Vicenta, en ü
de Septiembre de l762, bien pudiera ser la de la discutida cómica, que
,-
189
-
fué en la escena cortesana y nmrió como Magdalena arrepentida^ como
(lijo entonces un periodista andaluz.
—Otros libros que merecen singular atención: La Diosa, novela moderna, de Ran\ón A. Urbano, el notablo novelista y erudito Cronista de
Málaga (copiamos un primoroso fragmento en este número); Verdes, negros, axnles, rojos, primorosos cuentos de Hamlet Gómez, el admirable
cuentista granadino á quien profeso amistad calinosísima desde que LA
A1.HAMBIU tuvo la fortuna de darlo á conocer (esta revista ha publicado
algunos de los cuentos de ese volumen); y La hija del ama, segunda
parte de «SeFioritines», y Cuentos y novelas cortas, de Bruno Portillo,
mi muy distinguido 6 ilustradísimo amigo é inteligente literato.
De todos ellos escribiré como se merecen.
—La elogiada casa editorial de Alberto Martín, Barcelona, ha continuado la publicación de la primorosa colección de tarjetas postalos con
los mapas particulares de cada una de las provincias de Espaíla. Es trabajo que honra al editor y de utilidad para difundir la cultura en nuestra Patria. Aun no se ha publicado la tarjeta con el plano de Granada y
que recomiendo á la Junta local de Instrucción primaria para que la
utilice para regalo á los niflos de las Escuelas. Cada plano, entre otras
muchas íitiles indicaciones geográficas tiene signos convencionales para
determinar la capital de la provincia, las cabezas do partido, los ayuntamientos, los limites de provincia y de partido, las líneas férreas y las carreteras. Cada tarjeta tiene también, en colores, y primorosamente estampado, el escudo de la provincia respectiva. Envío mi aplauso al seBor
Martín.
De la misma casa editorial hemos recibido los cuadernos 27 y 28 de
la Crónica de la guerra de África, en que se finaliza la narración de los
tristes sucesos de Burcelona durante la semana trágica, y los cuadernos
8 y 9 del Atlas geográfico pedagógico de España^ publicación importante
y digna de todo elogio, de la cual hemos tratado hace poco tiempo. Los
pedidos al editor, D. Alberto Martín, Concejo de Ciento, 140, Barcelona,—V.
CRÓiNICA GRANADINA
Conversaban hace pocas noches en Cádiz con los periodistas y los
amigos y admiradores, María Guerrero y Fernanilo Díaz de Mendoza,
— 190 —
y demostrando su carifio á la bella ciudad, dijeron, que en tanto que allí
han actuado tres veces, y una ó dos en Sevilla y Málaga, no han trabajado en las demás ciudades andaluzas, incluso Granada, que tanta fama
y renombre tuvo para los artistas de la escena eu otras épocas.
No nos favorecen meuho, que digamos, estas palabras, pero hay que
decir, que, desgraciadamente, merecemos que nos censuren. Por imposible, abandonaron nuestra ciudad las compaBías de ópera, más ó menos
notables: las últimas temporadas, ó no pudieron llevarse á efecto ó no
llegaron á cumplirse las funciones anunciadas. Las últimas compaftías
de declamación, incluso la de Rosario Pino y Thuillier, la de Morano y
otras, se han ido muy poco satisfechas, y alguna haciendo ardorosas protestas de no volver, y ahora mismo, la de zarzuela y ópera que actúa en
el teatro Cervantes no termina el abono de treinta funciones (|ue anunciara... ¿Por quó este desvío para el teatro? No lo comprendo; lo digo con
completa sinceridad.
Si se quiere combatir la influencia, perniciosa para el arte, del «genero chico» en moda, el mejor medio es el de proteger y amparar las compaBías que se atreven á preferir las torturas del trabajo «grande» y las
privaciones de mayores ingresos, consecuencia ineludible de ese trabajo;
y se protege y se ampara, no solo asistiendo á los teatros, sino considerando nociva para la perfección artística la exigencia de que no se repitan las obras.
No hay compaflía de declamación, ópera ó zarzuela que pueda variar todas las noches el cartel y ofrecer un conjunto discreto, al menos,
á no ser que tenga un repertorio grande y dominado, y lleve todos los
elementos, incluso orquesta, si se trata de un espectáculo musical. ¿Q'i6
orquesta, ni aun las de Madrid, puede interpretar con perfección una
obra diferente todas las noches? De este modo, tan solo ha de conseguirse
que las audiciones sean pasables, á ratos, y deficientes en la mayor parte de las ocasiones. Y lo propio ha do decirse de una comedia, ó un drama La perfección respecto de estas obras habladas, es que el espectador
no se entere de que hay un artista, casi siempre anónimo, dentro de la
concha; que no haya vacilaciones en ningún movimiento escénico; que
los actores dominen la obra y no sea ésta la que pese sobre las facultades artísticas, coartándolas, de los actores, y esa perfección no se consigue sino después de muchos ensayos y de no menos representaciones.
Respecto del público, ¿qué juicio podrá formar de una obra por una
sola representación? Los que no hayan oído Lohcnyrin, por ejemplo, en
-
191
-
otros tofttroa, ¿qué concepto tendrán de esta dpera por la única audición
que de ella so dio en Granada, ha pocos años?.. Y lo propio piiode decirse de un drama ó una comedia que no sea motivo de risa y jolgorio,
si no que haga pensar al que atiende á la acción, á los personajes, á las
pasiones y afectos que éstos desarrollan.
Creo que el teatro volverá á ser en Granada lo que fu6, como me parece que ha de germinar de nuevo aquel espíritu de fraternal concordia
que hubo en los tiempos famosos del antiguo Liceo; que la barrera quo
separa hoy á la mujer del hombre se romperá, y que á los Casinos y Sociedades masculinas, sucederán las reuniones en que se declamaba, so
cantaba y se leían versos con honestidad y cultura exquisitas. El vicio,
ó los vicios, en aquella época se extendían menos, y el ingenio y la gra
cía de la mujer apartaban á muchos hombres de la mesa de juego y del
tugurio elegante y sugestivo...
El teatro no creo que pueda ser ni haya sido nunca escuela de costumbres; pero siendo lo que sea, influyó, é influirá en lo porvenir, en la
cukura y la ilustración de los pueblos. Lo que importa es, pues, que esa
influencia sea beneficiosa para la cultura y el arte, y como ha de haber
siempre teatros, pues no estamos en los tiempos en que se dieron pragmáticas para suprimir las representaciones teatrales, el mejor procedimiento de moralizarlo es protegerlo.
—Debo á la cariBosísima amistad de mi buen amigo y compaüero el
cultísimo escritor y cronista de Almería Amador Ramos Oller, un curiosísimo regalo: un tomo manuscrito titulado Escritos Inéditos de Fray
Juan de Echevarrias referentes d la supuesta Epidemia en Granada,
atío de 1804. No es este manuscrito el original de mano del tamoso autor
de loa Paseos; poseo yo desde hace aOos otro manuscrito firmado por el
P. Echevarría y los caracteres y la forma de una y otra letra no concuer"lan, ni lejanamente siquiera. Titúlase ese documento (13 hojas escritas
y una en blanco; tamafio cuarto), )$( Crítica imparcial del abiso al púf>lico, que se ha publicado con fecha IS de Octubre de 1804.
Sirve á todos estos escritos de argumento el edicto publicado por un
famoso general Moría (que intervino después en la guerra de la independencia), capitán general de Granada y que con mejor deseo que oportunidad, tomó precauciones contra la invasión de la fiebre amarilla y llevó
*cabo actos inauditos haciendo ingresar por fuerza en los laaaretoa que
estableció, á todo aquel que consideraba sospechoso de no gozar de completa salud. El asunto debió de ser muy escandaloso en su tiempo, á jus-
—192 —
gar por las referencias que he hallado en libros y papeles; entre aquéllos,
en las notables Memorias de im anciano, de Alcalá Galiano, el escritor
tan celebrado, y por lo que revelan estos versos, aparte la natural exageración:
Mientras más juntas más yerrros,
mientras más yerros más males,
pues con decretos fatales
nos traban como á unos perros:
vamonos por esos cerros;
huyamos la patria amada,
pues ya la miro asolada
no por la peste supuesta,
si, porque Moría la apesta
sin saber de peste nada...
Concuerdan con estos versos del manuscrito de Ramos 011er, estas
palabras en prosa del de mi propiedad: «A esto exhorta el autor del Aviso, que vayan los que se hallan enfermos al Lazareto voluntariamente, y
éstos son los efectos de la consumada ciencia del Sr. Solano (un médico),
la peste que en el pueblo hay es las tropelías con que los señores de las
Juntas se conducen, los vivos deseos de un premio extraordinario, la
alocución que han noticiado en todo el reino de Granada, la escasez de
víveres, hambres y carestía que de esto se sigue, y terror que en el Aviso ponen á todos que huyan del pueblo, no por la fiebre amarilla que saben que no hay, si no por huir de la peste que estos graves perjuicios
é intolerables vejaciones»...
De esto se deduce, que en todas épocas ha habido quien abuse del
mando y quien ejerza de tiranuelo sobre los demás.
—El jueves 28, dio su primera conferencia acerca de Los primeros
tratos y correspondencia entre los Reyes Católicos y Boabdil sobre la
entrega de Granada, en el Centro de Estudios históricos, el catedrático
de árabe de nuestra Universidad Sr. Gaspar y Remiro, unilizando varios
documentos históricos: un pacto secreto entre los Reyes Católicos y Boabdil y varias cartas del desdichado rey nazarita, procedentes del Archivo
de Hernando de Zafra, el sagaz secretario de Fernando é Isabel.
El Sr. Gaspar que fué muy aplaudido, continuará en otras conferencias
el estudio de esos documentos—V.
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'
En esta semana se pondrá á la venta.
A n r l ^ n t O C lí^ro de versos de Alberto Aharez Cienfuegos,
M l | U C l i [ l U ^ f con prólogo de Villaspesa, retrato del autor por
Mufloz Lncena y portada de Moya del Pino.
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