EL REGISTRO DE PERSONAS JURÍDICAS: RÉCORD DIFÍCIL DE SUPERAR Gunther Gonzales Barrón Profesor de Derecho Civil y Derecho Registral de la Pontificia Universidad Católica del Perú, Universidad de San Martín de Porres, Universidad Inca Garcilaso de la Vega y Universidad de Piura El registro de personas jurídicas (civiles) ostenta un penoso récord de observaciones cuando se trata de modificar estatutos o inscribir directivas. Un elevado número de solicitudes son observadas por distintos defectos, reales o inventados. Algunos estimados hacen pensar que ese porcentaje se acerca al 100%, es decir, casi todos los segundos actos de las asociaciones y las cooperativas son denegados, por lo menos una vez. La explicación facilista diría que la comunidad jurídica (abogados, notarios) no sabe preparar los documentos legales de las asociaciones, y que ese conocimiento le pertenece en exclusiva a un grupo de registradores. Eso es tan falso como que los jueces son malos y los abogados son buenos, o viceversa. Sería bueno que el superintendente y su gerente del registro, digan algo sobre esta “marca olímpica”. Sin embargo, este problema no siempre existió. Hace veinte años, antes de la creación de la SUNARP, los reglamentos registrales no superaban la extensión de un pequeño folleto, y el propio registro de personas jurídicas solo tenía a su disposición cinco artículos en una norma de 1936. A pesar de ello, era un registro de escasa conflictividad. Realmente, eran pocas las resoluciones de la Junta de Vigilancia (última instancia, en ese entonces) que trataban este tema. Estos antecedentes me permiten extraer algunas conclusiones: Primera comprobación: El problema no son las normas, pues en una situación de orfandad legislativa, el tema pasó desapercibido. El cambio se produjo a partir de mediados de los 90’s, cuando se inaugura una calificación sospechosamente más rigurosa, pero que no ha traído más seguridad. Segunda comprobación: Por tal motivo, desde hace una década se pensó que las crecientes observaciones se solucionarían con emitir normas, reglamentos, directivas o precedentes en cantidades industriales. No obstante, el problema sigue igual o peor. Por tanto, el reglamento del registro de personas jurídicas “no lucrativas”, del año 2009, y sus cientos de artículos, complementado con las decenas de precedentes, no ha dado resultado positivo. En buen romance, la solución tampoco pasa por el exceso normativo. Tercera comprobación: Hace poco he leído una opinión parcializada (chamba es chamba) en defensa de las declaraciones juradas, por cuanto “simplifican el procedimiento”. No sabemos de qué simplificación se habla, cuando casi todas las solicitudes de inscripción terminan en una esquela de observación o tacha. ¿Facilidad para qué? ¿para no inscribir?, o, ¿Facilidad para mentir? El tema es tan grosero, que las subsanaciones van modificando las actas y las declaraciones “a gusto del registrador”, es decir, la esquela de convocatoria no es lo que se manifestó a los asociados, sino lo que se necesita decir para complacer el formalismo extremo del registro. En suma, el sistema de las declaraciones juradas no ha impedido las observaciones en masa, y más bien, ha facilitado y propiciado el fraude. Esta última es una constatación empírica irrefutable. Cuarta comprobación: Es llamativo que el reclamo de “simplificación” la hagan aquellos que son los primeros en observar minucias con el deliberado propósito de no inscribir. La Sala Transitoria del Tribunal Registral puso esta pica en Flandes: “en ningún caso dicho funcionario (registrador) debe entretenerse en el control de cuestiones simplemente formales, o de redacción u ortografía, lo cual no presta ninguna utilidad en orden a la seguridad jurídica, pero sí ocasiona un alto costo de desprestigio del Sistema Registral. El control de legalidad del registrador no es un filtro de minucias o de detección de erratas” (Resolución N° 1362-2009SUNARP-TR-L, de 03 de septiembre de 2009). Curiosamente, este importante pronunciamiento nunca se volvió precedente, y las razones las explicaré en un próximo artículo. Por otro lado, la Sala Transitoria aceptó las declaraciones juradas, pero siempre dentro del respeto de la lógica, la historia, el sentido común y los hechos notorios. Esa postura es única e inmodificable. Nunca se inscribió “asambleas universales de personas jurídicas multitudinarias con dos asociados hábiles”, como se ha pretendido en tiempo reciente bajo la pasividad generalizada de un sector del registro. Quinta comprobación: Si un superintendente de registros públicos dice que “el papel aguanta todo”, entonces obviamente ha renunciado a su función de contralor de la legalidad y, en lugar de ello, pretende convertirse, sin ruborizarse, en un modesto “coloca-sellos”. Si ello es así, pues, entonces que diga la verdad con todas sus letras. Sexta comprobación: El registro no solo permite falsear las declaraciones juradas, sino también el contenido mismo de las actas de asamblea general. Parece que algunos registradores se olvidan de las famosas “reaperturas de acta”, que ahora permiten cambiar íntegramente la voluntad corporativa mediante el fácil agregado de un párrafo firmado. Con la reapertura, hoy por hoy, lo que es blanco pasa a ser negro, sin ningún inconveniente. ¿Eso no es facilitar la labor de los falsarios? Séptima comprobación: Los funcionarios del registro dicen que “no hay muchas falsificaciones”; sin embargo, en días recientes el Pleno del Congreso acordó formar un grupo de investigación de irregularidades en SUNARP, lo que incluye el ámbito registral. El primer requisito para salir de un problema es reconocer que tenemos un problema. Octava comprobación: Es paradójico que el registro, mientras incentiva la falsificación de las actas y las declaraciones juradas, pues cree en ellas “a pie juntillas”, sin embargo, en forma simultánea, se pone estricto e intransigente cuando califica los aspectos jurídicos de la convocatoria, quórum y los acuerdos. No sé para qué sirve tanta calificación intrínseca, realmente exagerada, cuando los documentos son fraguados. En otras palabras, el registro permite inscribir títulos falseados, pero “legales”; sin embargo, los auténticos, esos sí los observa como “ilegales”. ¿No sería racional que la calificación se concentre en establecer principios y reglas para buscar, primero, la autenticidad; y, en cambio, la legalidad intrínseca quede en manos, primordialmente, de la persona jurídica y su libertad de asociación? Hace poco leí la Resolución del Tribunal Registral N° 401-2012-SUNARP-TR-L, de 14 de marzo de 2012, en la cual se deniega la inscripción solicitada, por cuanto la asamblea acordó la prórroga de la directiva, pero en la agenda no se menciona la palabra mágica “prórroga”. Sin embargo, la convocatoria señala, entre los diversos puntos de agenda, “el acuerdo sobre un consejo transitorio”. Esto lleva a preguntarnos: ¿Cuál es la diferencia sustancial entre ambos términos? Si tenemos en cuenta que la prórroga busca mantener temporalmente una directiva más allá del período para el cual fue elegido; mientras que el consejo transitorio pretende cumplir, en la práctica, la misma finalidad, pues se busca la continuación de funciones luego del periodo normal de la directiva, entonces la conclusión es que ambos términos representan la misma idea. En el caso concreto, el problema latente es la falta de representatividad durante determinado lapso temporal. ¿Qué se gana con decir “prórroga”, “renovación”, “continuación”, “mantenimiento”, “consejo transitorio”, si en el Derecho las palabras no son importantes, sino los fines? Las diferencias son muy interesantes en la doctrina, pero en la realidad social se tiene que buscar la esencia de las cosas. Los particulares actúan para el logro de propósitos relevantes y lícitos, pero no pueden esclavizarse ni perjudicarse por el uso de una palabra mal dicha (sobre el particular, puede verse la Resolución de la Sala Transitoria del Tribunal Registral N° 546-2009-SUNARP-TR-L, de 30 de abril de 2009). Las salidas estrictamente formalistas, que impiden las inscripciones naturalmente válidas, son el incentivo perfecto para mentir y, de esa manera, “levantar las observaciones” por medio de las famosas declaraciones juradas o las reapertura de actas. Por tanto, el registro se convierte en la causa generadora de los propios fraudes, que luego ni siquiera intentará atajar. El rigorismo excesivo, e injustificado, produce la necesidad de falsear. Esto implica que existen dos fuentes del fraude: los delincuentes avisados que usan la opacidad del registro para concretar sus fines retorcidos, y el propio registro cuando exige imposibles o pide salidas ritualistas que no tienen justificación en una mayor seguridad. Los problemas de los ciudadanos requieren soluciones profundas, bien pensadas, y no frases retóricas, pero vacías de contenido, como la “simplificación” o “la importancia de las certificaciones”; o argumentos inconsistentes como “el reglamento lo dice y, por eso, ya no pienso ni existo”.