Aulicino – El sonido y la furia

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Fuente: Clarín.com » Edición Sábado 15.05.2004 » Revista Ñ
CLASICOS: HAMLET
El sonido y la furia
Las continuas reposiciones de "Hamlet", de William Shakespeare, no hacen más que confirmar que
es uno de los personajes más fascinantes y enigmáticos de la literatura mundial. Más allá de toda
duda, sus dilemas tienen una demoledora vigencia que se analiza aquí.
Jorge Aulicino
El poeta y crítico norteamericano Erza Pound, un decidido enemigo de lo que él llamaba la "fioritura", y
cuyo canon literario incluía la poesía latina y provenzal y excluía notoriamente la literatura isabelina y los
románticos, anotó al paso que William Shakespeare estaba "fuera de la discusión". En otros ensayos, se
refiere a él como "el autor de Hamlet".
Que Pound, casi un fascista (lo fue políticamente) en la defensa de un idioma literario "pegado al hueso" no
incluyera en su crítica lúcida y salvaje del isabelismo a Shakespeare, y que éste fuera para él "el autor
deHamlet" da una idea del peso específico del lenguaje del Bardo y permite una inferencia: si hay algo en el
barroquismo de Shakespeare que consigue la indulgencia de Pound, eso se concentra en Hamlet.
Hamlet es precisamente un personaje construido con muchas palabras. Específicamente, con sus propias
palabras. De los alrededor de 4.000 versos de la obra que lleva su nombre, unos 1.500 los dice Hamlet. Ha
sido tal la fascinación que este discurso ejerció durante 400 años —un discurso que pasó por el cedazo
analítico de la crítica clásica, del romanticismo, del psicoanálisis y hasta de la criminología— que la
tentación de reescribirlo acosó a muchos. Aquí, últimamente, al joven dramaturgo Luis Cano, cuyoHamlet
de William Shakespeare puede verse actualmente en Buenos Aires.
Hamlet nació hacia 1601 sobre las tablas. Dicen que, interpretada en el invierno de 1603 en Richmond,
donde se alojaba temporalmente la corte, fue la última obra de Shakespeare que vio Isabel I, bajo cuyo
reinado Inglaterra, un país cultural y políticamente insular, se convirtió en potencia. Isabel murió el 24 de
marzo de ese año. La primera versión de Hamlet se publicó en 1602, y difiere bastante de lo que conocemos.
Era una edición pirata, basada en hojas sueltas recopiladas por los actores de la compañía de Shakespeare y
probablemente de otras compañías. Esa edición, que por lo pronto tenía unos 1500 versos menos que la
actual, y donde las escenas estaban ordenadas de otro modo y muchos personajes se llamaban de otra
manera, se conoce como "el primer cuarto". "Cuarto" viene del formato del libelo, impreso sobre pliegos
doblados en cuatro. El "segundo cuarto" fue impreso (con la aprobación del autor, al parecer) en 1605, para
algunos, pero se da por más seguro 1604, por lo que se puede decir que este año la obra literaria
llamada Hamlet cumple cuatro siglos.
Hamlet, un hecho singular en la literatura, no fue un invento. Shakespeare lo descubrió y dotó de genio.
Estaba en la antigua tradición oral danesa. En el siglo XII, Saxo Grammaticus la escribió en latín. En la
Gesta Danorum, aparece por primera vez Hamlet, llamado Amleth. Se narra su historia en los libros tercero
y cuarto de la Gesta. Amleth habla, y habla bastante. Y se muestra tal y como lo conocemos. Consumada la
incalificable carnicería que la obra de Shakespeare reflejaría en el quinto acto, explica a los daneses: "Para
ocultar mi propósito de la venganza y para velar mi ingenio, falsifiqué un aspecto decaído; fingí estupidez;
planeé una estratagema". Esto significa que Amleth nace a la literatura, con Saxo Grammaticus, fingiendo,
representando un papel, para ganar tiempo. El punto crucial será que, convertido en Hamlet, y de un modo
inexplicable, se pierde en ese papel, que ya no es el de estúpido, sino el de loco. Tal vez Polonio, el servil
ministro de la tragedia de Shakespeare, haya dado en la tecla: "Hay método en su locura", dice Polonio.
Hamlet, el de Shakespeare, habría sucumbido a la fascinación de ese "método". Como sea, en ese mantenerse
en un plano de ficción, en esa dilación para abandonar el papel de loco y maestro del doble sentido, nacieron
los ríos de tinta que hasta hoy intentan explicar uno de los mayores enigmas de la literatura.
La pregunta universal sobre Hamlet es: ¿por qué no actúa? Esto es, por qué demora la venganza que le
demanda el espectro de su padre en el primer acto. La pregunta de Hamlet (para decirlo de entrada) podría
ser: ¿por qué debería actuar? Ante esta devolución, la respuesta natural sería: porque tu padre ha sido
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asesinado por tu tío, quien usurpó el trono y se acuesta con tu madre para oprobio del reino y de la memoria
de un monarca legendario. O porque el amor debería imponértelo. O porque la justicia lo reclama. O, en
última instancia, porque te lo ha pedido tu padre. Lo que es igual a decir: el asesinato de tu tío contaría con la
aprobación de la humanidad entera.
Ante semejante demanda, Hamlet no puede menos que sentirse un cobarde. Y lo dice. Sin embargo, es
consciente del tamaño de su empresa. No es solo una cuestión familiar: "¡El mundo está fuera de quicio!
¡Oh, suerte maldita, que haya nacido yo para enderezarlo". En la primera línea que le toca recitar formula su
desafío: cuando el usurpador lo llama "mi hijo, mi heredero", responde: "Menos que vuestro hijo y más que
vuestro heredero". Hamlet es el rey. Pero es un rey que debe luchar por su trono; en tanto, debe interpretar
otro papel. Y ya que esto es lo que le toca en suerte, interpreta su propio tembladeral. Para desconcierto de la
humanidad, Hamlet no piensa que deba asumir la tarea de vengar a su padre y subir al trono llevado por el
relámpago de su sangre. Los hechos le imponen separar las razones del corazón de las razones políticas. Y
crea con ello la mayor confusión que la literatura recuerde.
La crítica del siglo XVIII vio la incongruencia de Hamlet como una incongruencia de dramaturgo del propio
Shakespeare. Voltaire señaló que hay en la obra "trazos sublimes", pero calificó el conjunto de "extravagante
y bárbaro". En el prólogo de su traducción al español, Leandro Fernández de Moratín anotó que las bellezas
y defectos de Hamlet "forman un todo extraordinario y monstruoso". El inglés Samuel Taylor Coleridge
escribió: "Se equivoca (Hamlet) creyendo que el ver las cadenas es romperlas; demora la acción hasta que es
inútil y muere víctima de circunstancias accidentales". En Hamlet —dice Coleridge— hay "una grande, casi
enorme actividad intelectual, y una aversión proporcional a la acción". Goethe pensaba de modo parecido: la
de Hamlet es la tragedia de un alma "pura, noble, encantadora" pero incapaz de llevar a cabo "la gran acción"
que se le impone.
En el siglo XX, el estadounidense-británico T. S. Eliot indica que la crítica ha errado en poner la mirada en el
personaje. "Debemos admitir —señaló, retomando la crítica clásica— que Shakespeare abordó un problema
que probó ser demasiado para él. Por qué lo intentó es un enigma completamente irresoluble; bajo la
compulsión de qué experiencia intentó expresar lo inexpresablemente horrible, jamás podremos saberlo.
Tendríamos que comprender las cosas que Shakespeare mismo no comprendía". Eliot no vacila en volver a
la senda de Voltaire: esta tragedia es "un fracaso artístico". Curioso es que un poeta que ha sabido poner lo
clásico en el marco de lo moderno no haya reparado en que esa razón oculta, imposible de develar, es el
signo del arte contemporáneo.
En tanto, la rara conducta del príncipe hacía las delicias del psicoanálisis. Sigmund Freud expuso su opinión
en media carilla de excelente escritura; su discípulo Jacques Lacan le dedicó en cambio una serie de charlas
cuya transcripción ocupa más de cien páginas. Hay en el moroso desarrollo de Lacan claves que no parecen
conducir a ninguna parte, intercaladas con buenas observaciones. Si, para Freud, Hamlet no puede matar al
tío porque éste ha realizado lo que está reprimido en el inconsciente de Hamlet (ya lo saben, el deseo de
acostarse con la madre), Lacán crea un galimatías para demostrar que Hamlet no encuentra su deseo.
Hay una escena, la de la calavera y la fosa, que los críticos de todas las épocas han considerado extraña y
bella, o desproporcionada e inexplicable. Es aquella en la que Hamlet salta a la tumba donde se acaba de
depositar el cadáver de Ofelia y desafía a Laertes, el hermano de la desafortunada, quien a su vez se ha
arrojado en llanto en la tumba de su hermana. ¿A qué desafía a Laertes? A medir cuál es el dolor más grande,
si el del hermano o el de alguien que sólo amó (y esto es traducido, correctamente, en pretérito indefinido) a
Ofelia. "Cuarenta mil hermanos, sumando su amor, no podrían llegar a amarla tanto", dice Hamlet. En esa
escena, simplemente conmovedora, Hamlet le indica a Laertes algo que ya se sabe (ha matado a Polonio y a
dos más): que no es inofensivo. "Quita tu mano de mi cuello —dice—; aunque no soy violento, hay en mí
algo peligroso que no conviene excitar". Poco después, le confesará a su amigo incondicional, Horacio: "Sus
alardes de angustia dispararon mi arrebato". Parece que no es aquí tampoco donde Hamlet encuentra su hora,
sino donde ve amenazado su don teatral, o donde decide ponerlo a prueba, exagerando su dolor hasta que lo
convierte en cierto y verdadero. Esta sutileza impar de Shakespeare hace de esa escena, mutatis mutandi, la
quintaesencia de la obra, del arte teatral y de la ficción en general. El actor se ha perdido en su papel. Hamlet
se convierte para siempre en Hamlet. Aquel que finge lo que siente en realidad.
En las escenas siguientes, veremos que lo que se resuelve es la cuestión trágica, al modo moderno. Hamlet ya
no es un príncipe danés de la alta Edad Media; no es el Amleth de Saxo Grammaticus, quien, sólo porque se
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encuentra aislado, sin amigos, debe planear una estratagema. Hamlet es un príncipe que hubiese contado con
el favor de muchos de haber degollado a su tío en la primera escena, pues, como dice un soldado, "algo huele
a podrido en Dinamarca". Pero —es una lectura posible— necesita hacer de la venganza un hecho político.
Para eso, aprovecha la visita de una compañía de actores, les pide introducir en la obra que van a representar
en el castillo algunas estrofas, y logra que, ante esta tragedia modificada, el rey se turbe y se delate. Hace
esto porque quiere estar seguro (al fin y al cabo, lo que él sabe se lo ha revelado un fantasma) y porque busca
que a los demás tampoco les quepa la menor duda. La escena pude ser vista como la representación de un
juicio. Hamlet pone a Horacio de testigo de su experimento. Y el rey en efecto se perturba ante la
representación de su propio asesinato y se retira con los nobles. Es cierto que Hamlet puede matarlo en ese
momento. No lo hace, y en rigor evita hacerlo. Esto, parece, porque aún le resta hablar con su madre. En ese
encuentro muestra que no sólo domina el arte de la representación, sino también el de la injuria. "Vuelve a la
cama de ese rey flácido —le dice a la reina— y, mientras te pellizque con sus dedos inmundos y te llame su
paloma, dile que no estoy loco, sino que finjo estar loco. ¿Cómo podría una reina bella, gentil y prudente
ocultarle esto a un sapo, a un murciélago, a un gato viejo?" Y es durante ese duro diálogo cuando entra en
acción: mata a Polonio, oculto tras un tapiz, creyendo que es el rey. Luego es enviado al exilio, se deshace de
sus mendaces acompañantes, encomendándolos a la muerte, regresa y se produce la escena del cementerio.
El desenlace es otra locura razonada de Hamlet: va a un duelo deportivo con Laertes, aunque tiene un
sombrío presentimiento. Y aquí decide sobre la tragedia en un juego de palabras insoslayable:
"Horacio: Si hay aprensión en tu espíritu, no vayas"
"Hamlet: Nada de eso. Desafío los presagios. Hasta en la caída de un pájaro interviene la providencia. Si es
ésta la hora, no está por venir; si no está por venir, es la hora. Y si no es ésta, llegará algún día. Todo consiste
en estar preparado. Como nadie sabe qué deja, ¿qué importa dejarlo antes?"
Nadie muere en la víspera, dice el adagio. Hamlet ha decidido desde el comienzo. No es el estereotipo de la
duda: presiente cuál es el destino y resuelve desafiarlo. En tanto, ha tejido la trama que hará de cualquier
cosa que ocurra un hecho singular. Ha abierto el lugar del carácter en la historia de lo inevitable. Ha
combatido la infamia con las artes de un Maquiavelo. Ha escenificado su amor y su vacío. Ha ganado su
tiempo. En su agonía, dice a Horacio: "Si en tu corazón fui alguien, afronta el mundo áspero para contar mi
historia". Si en tu corazón fui alguien... Y el resto, claro, es silencio. O como alguien parafraseó: literatura.
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