La gestión pública y el aparato del Estado ¿ Ha significado la Revolución Bolivariana un ciclo de transformación política del estado y desestructuración de las relaciones que el capital impone, o por el contrario los ejes de ruptura han sido recapturados por la inercia estado-céntrica haciendo inocuo el proceso de cambio institucional? La respuesta al anterior problema no es sencilla, y no lo es porque el Estado es un espacio de disputa política y hegemónica que refleja en su interior las batallas sociales que se visibilizan en el exterior, así los factores de poder que operen a su interior se configuren y operen desde tramas invisibles y sea el actor hegemónico quien en apariencia se visibilice como portador del control total del aparato. El metarrelato de izquierda ha presentado el problema de la transformación del Estado como un problema de “destrucción del viejo aparato de dominación burguesa”, como si fuera un acto teatral en el que se abre y cierra la cortina, y no un complejo proceso de rupturas ininterrumpidas, de flujos y reflujos, de avances y retrocesos. Todas las inercias burocráticas, de corrupción e ineficiencia, pretenden ser endosadas a la vía venezolana al socialismo, la cual al “acceder pacíficamente al Estado”, dejó intacto el viejo aparato. Sin embargo, a pesar de que el acceso al poder y la construcción del gobierno revolucionario, se da en Venezuela a partir del proceso electoral de 1998, un balance y análisis sobre el juego estratégico incurriría en un claro error si interpreta la Revolución Bolivariana como un ejemplo de transición pacífica hacia la toma del poder. Las condiciones de ruptura revolucionaria del orden puntofijista están tejidas por profundas expresiones de violencia insurreccional y de masas, como lo denotan los levantamientos populares del Caracazo, la intensa movilización y lucha durante la década de los 90’, las insubordinaciones cívico-militares de 1992 hasta la insurrección cívico militar del 2002 que retoma el poder después del golpe de derecha y restituye al presidente Hugo Chávez al frente del gobierno revolucionario. Podemos afirmar que el juego estratégico de derrota del viejo orden se dio a partir de un extenso y profundo proceso de insubordinación cívico-militar. Entonces el fondo del asunto no está en las vías de acceso al poder, revoluciones como la Nicaragüense o la Cubana, fueron nítidas expresiones de acceso insurreccional al poder, sin embargo comportaron las mismas inercias y problemáticas de burocratismo e ineficiencia que hoy presenta el aparato de estado liderado por la vanguardia nacional popular revolucionaria Bolivariana que intenta dirigirlo en clave de transformación y ruptura. Se replantea así el problema del poder como un lugar, como una esencia que se acumula, por el contrario se nos presenta como una relación móvil y escurridiza, el poder revolucionario Bolivariano logra transformar importantes esferas de la legalidad como en efecto se ha hecho en Venezuela con la Constitución Bolivariana y su ropaje de leyes, se toma el control de las Fuerzas Armadas como condición de reproducción del poder revolucionario, así este factor sea una disputa abierta y permanente, pero el factor móvil de la legitimidad sigue en juego, tanto al interior del aparato de Estado como hacia el exterior del conjunto social. En este terreno, no estamos solos en el tablero de juego, el adversario político también juega y apuesta, nos desgasta, nos debilita esferas de legitimidad, gana adeptos, confunde a nuestros afines, despliega su inmenso aparato de industria cultural y nos plantea la pelea en la hegemonía por el modelo aspiracional de amplias franjas de la población, ganándoselas hacia la validación de su modelo de vida. La burguesía es fiel al principio político de que el poder no se regala y juega desde todas las vías a introducir al conjunto social en un ciclo de restauración contra revolucionaria. Todo lo anterior tiene un impacto innegable en el límite a la ruptura del viejo Estado y la configuración de nuevas relaciones y formas democráticas de gestión pública. Pero sería cínico colocar la carga de los problemas burocráticos, en la inercia del aparato de estado y la estrategia del adversario político. Es menester reconocer el peso de la cultura política que como revolucionarios materializamos en el día a día de nuestros actos. La cultura política democrática, vehiculizadora de relaciones y prácticas sociales de alto contenido ético y solidaridad social, no se decreta, se gana como aprendizaje social en los largos procesos de lucha, pero además se consolida en el diseño de arquitecturas transparentes y funcionales de la gestión pública, donde el conjunto del sistema se rebalancea hacia el control social directo y no hacia la gestión tecnocrática estado céntrica. El tiempo político de polémica social y de intento insurreccional de las derechas, ha creado pretextos a nuestro interior para limitar un avance mucho más radical hacia el tan urgente modelo del estado comunal. Las tramas invisibles de la tecnocracia y sus prácticas bizarras de captura criminal e ilegal de la renta, boicotean y hacen colapsar la dirección revolucionaria que empuja hacia el poder popular; frustran la tan anhelada aspiración de protagonismo real del pueblo hecho sujeto. Pero la aspiración de transformación del estado y modernización de la gestión, también fue un libreto intentado por la burguesía neoliberal de finales del siglo XX, un intento que tenía el trazo del capital claro está, pero que identificaba en la paquidermia estatal un peso inmenso e imposible para cualquier estrategia de desarrollo nacional. Surge así la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (COPRE). Esta comisión fue el intento criollo de reforma administrativa del estado que en toda América Latina impuso la estrategia neoliberal. Buscaba racionalizar procesos, acabar la macrocefalia estatal y crear un nuevo balance del sistema, no hacia la sociedad y lo comunal como busca el sistema socialista, sino hacia el mercado, donde la famosa mano invisible proveería el maná vital. El fondo de la estrategia si bien estaba precedida de la modernización y la búsqueda de eficiencia, buscaba el desmonte del estado garante de los derechos económicos y sociales, así para lograrlo, tuviesen que incurrir en prácticas políticas pre modernas de cierre de las libertades civiles y políticas, vistiéndose con el ropaje del terror de estado. La burguesía no tiene problema en combinar modernización económica e institucional como pre modernidad política, su violación al libreto ilustrado de la modernidad es una práctica congénita de toda su clase en el mundo. En relación a la COPRE, José Ignacio Cabrujas afirmó “Sí creo que no es del todo cierta esta convocatoria del estado a su propia reforma. Pero sería un necio si no me percatara de que, por algún motivo, el país ha comenzado a vislumbrar que en la reforma del estado está su supervivencia….El país se atascó. Eso es un hecho. El país está saturado de vicios que provienen del estado. Probablemente lo que sucede es que es muy difícil en Venezuela percibir la noción de estado. En Venezuela hay gobierno….y de vaina. El gobierno es el primer agresor del estado”. Pero la COPRE como buena piel de cordero no pudo ocultar la ferocidad del lobo, la profundidad de la crisis económica desbordó el intento modernizante de la burguesía, la política de ajuste estructural y reducción brusca del gasto público copó la escena política, la apuesta burguesa olvidó que en la ecuación del poder el pueblo era un factor, dando como resultante que el esfuerzo reformista y modernizante se desbordó en clave de revolución. Después de 14 años de revolución, sería necio, infantil o malintencionado afirmar que no ha cambiado nada en la relación social llamada estado; de hecho contamos con una arquitectura y una práctica garantista de los derechos por parte de un estado social, este es nuestro saldo. Pero el supra-estado se ha reforzado, no ha comenzado su tránsito hacia la desestructuración, éste en su perpetuación, visibiliza y profundiza las taras del poder. Pero la hegemonía en el control del aparato de estado, hoy está en manos de los revolucionarios, razón suficiente para no caer en la infantil y cretina postura burguesa de olvidar los factores constitutivos de la ecuación del poder; no olvidar que es el pueblo el factor sustantivo y su configuración como movimiento y contrapoder es la única garantía para que la arquitectura funcional de gestión democrática a crear, tenga el éxito como destino. Debe quedar claro, que la consigna de “eficiencia o nada”es, ante todo, un problema político, no sólo funcional y operativo; el fortalecimiento de un sujeto social, portador de potencial de ruptura y transformación es la única garantía que permitirá el avance hacia la geometría del poder que se nos quedó perdida en los afanes del para ya. Powered by TCPDF (www.tcpdf.org)