RUPTURA Y REBELDÍA: INTERACCIONES DE IDENTIDAD, GÉNERO Y SEXUALIDAD EN “A LONG LINE OF VENDIDAS” POR CHERRÍE MORAGA Lindsay Johnson Según Cherríe Moraga, escritora chicana y mujer de la tercera generación feminista, la sexualidad es un aspecto de la identidad femenina que ha sido profundamente ignorado a causa de su potencial como un medio de liberación (100). Para la mayoría de latinas, sin embargo, la búsqueda y expresión de una identidad sexual representa una lucha de las ideologías culturales dominantes que se han afianzado por más de 2000 años debido a la heterosexualidad patriarcal. Tradicionalmente, la institucionalización de esta heterosexualidad, unida con la estructura de la Iglesia y la familia, ha impuesto un rol de servilismo y pasividad para la mujer. Por desafiar esta distinción sumisa, las mujeres—especialmente latinas, pero aquí específicamente, chicanas—son clasificadas como traidoras, “malinchistas.” Este ensayo intenta desarrollar dos temas principales presentes a lo largo del ensayo autobiográfico, “A Long Line of Vendidas,” por Moraga: (1) la figurativa reconstrucción espiritual de lo físico—es decir, del deseo sexual y (2) la dualidad entre pertenencia y traición como un medio para sostener y apoderar esa sexualidad. A través de la persistencia del privilegio masculino, la herencia de represión sexual y espiritual ha existido en gran parte sin una verdadera oposición literaria en la comunidad chicana. Con su trabajo, Moraga se apropia de esta represión por su propia expresión libre; así que este ensayo analiza su derecho a la pasión, visibilidad e inclusión en una sociedad que la ha rechazado como una transgresión. El ensayo de Moraga se embarca en su intento de figurativamente construir—y más adelante, reconstruir—el cuerpo femenino al examinar el trato preferente dado a su hermano. A lo largo de su niñez, Moraga y su hermana fueron designadas las encargadas fieles de su hermano y su pandilla de amigos. Sin vergüenza, su hermano combinó los dos nombres de sus hermanas en uno para hacer alarde de su opinión hacia ellas como seres sin distinción individual, cuerpos cuyas identidades no son importantes. Moraga misma expresa su resentimiento por el derecho físico y psicológico de su hermano cuando escribe, “Their cocks . . . that was all that seemed to arbitrarily set us apart from each other” (84). En pocas palabras, Moraga aclara que su obediencia y esclavitud eran simplemente asuntos de ser mujer. De ahí, su identidad como escritora creativa y activista lesbiana refleja casi divinamente su deseo de enlazarse con los principios—tanto literales como figurados—del cuerpo y espíritu, los que nacen de la mujer. Moraga establece esta idea del privilegio del hombre en conjunción con su crítica de la autodegradación de la mujer: “As obedient sister/daughter/lover she is the committed heterosexual, the socially acceptable Chicana. Even if she’s politically radical, sex remains the bottom line on which she proves her commitments to her raza” (96). En este sentido, la mujer contribuye a su esclavitud hacia el hombre porque emerge, ostensiblemente, como la única Confluences (2012) - 15 - 16 Lindsay Johnson manera de reclamar su sexualidad y su cuerpo. Históricamente, el acto de degradarse se deriva de una necesidad de “reparar el daño” o compensar por un pecado más grande que se extiende más allá del presente—un tema desarrollado más adelante pero tipificado frecuentemente en anécdotas de la mujer nacida con una tendencia a traicionar. Para Moraga, la agravación de su realidad sumisa es que su madre fomenta este desequilibrio de los géneros porque ella intenta recrear desesperadamente el servilismo al hombre que la había definido a ella durante su vida. En este sentido, la madre tiene que mantener intactas las dinámicas tradicionales de la familia que privilegian al hombre. Muy curiosamente, “she wants to believe that through her mothering, she can develop the kind of man she would have liked to have married, or even have been,” mientras la hija sucumbe a “the same forces that confine the mother” (94). Así, por someter a la hija a la preferencia del hijo, la madre ahora forja su propio sentido de poder y autoridad pero a la vez se posiciona contra otra mujer—una traición en sí. Entonces, entendemos que la mujer ha perpetuado históricamente su papel como criada pasiva porque ella se hace dependiente del hombre. Aquí el concepto de complicidad resulta ser relevante, especialmente con respecto a las dinámicas étnicas entre la mujer morena y el hombre blanco. En este sentido, la mujer mantiene algún tipo de conciencia cómplice con su propia represión porque le permite superar no sólo su género sino también su raza. Según Yvonne Yarbro-Bejarano, profesora de estudios chicanos/as en Stanford University, “A Long Line of Vendidas” significa una exploración de “textual dismemberment of the female body in order to reimagine it in the space of lesbian desire” (181). Con su exploración de memorias y sentimientos, el servilismo a las figuras masculinas en la vida de Moraga crea una fundación sobre la que una conexión sexual es sistemáticamente negada a ella en el espacio heteronormativo. Como se ha mencionado antes, la negación de esta identidad sexual se origina de la imagen arquetípica de una mujer traicionera. Ejemplos como éstos abundan en la mitología religiosa y su discurso en que el origen de la mujer, Eva, es sinónimo del pecado. “Traitor begets traitor,” y de este modo, un mito de “the inherent unreliability of women . . . carved into the very bone of Mexican/Chicano collective psychology” existe en todas las generaciones de mujeres chicanas (93). En consecuencia, las chicanas que pretenden conseguir su propio sentido de autonomía sexual no tienen éxito “if [they] do not put the man first” (95). Y, es evidente que cualquier tipo de autonomía femenina que no considere como protagonista a la mujer, contradice la noción de la autonomía en sí. A partir de ahí, la mujer experimenta esta represión sexual y la interioriza por resistir su sexualidad. De hecho, Moraga trata de encontrar a Dios—un espíritu asexual y sin cuerpo pero todavía engendrado como hombre tradicionalmente—para recuperar su propio poder sexual. Es decir, el mero acto de tener relaciones sexuales connota y conlleva a la subordinación de la mujer, así que ella se separa de esa sensualidad. “[I]n order not to embody the chingada, nor a femalized, and therefore perverse, version of the chingón, I became pure spirit—bodiless,” (111) escribe Moraga. Por eso, ella intenta evitar y disciplinar la impureza de su sexo a través de su religión. Y si la institución de la iglesia es una expresión del control de la sexualidad de la mujer, seguramente la heterosexualidad es otra más. Género y sexualidad 17 Con este pensamiento, Moraga examina más intensamente esta negación sexual que está arraigada en las dinámicas sexuales del hombre-mujer pero que se origina en el padre chicano: He, too, like any other m an, wants to be able to determ ine how, when, and with whom his wom en—mother, wife and daughter— are sexual. For without m ale-imposed social and legal control of our reproduction function, and the so cial institutionalization of our roles as sexual and domestic servants to men, Chicanas might very freely “choose” to do otherwise, including being sexually independent from and/or with men. (102) Entonces, la mujer es forzada a separarse de lo físico—lo carnal, lo sexual—para comprometerse completamente a su gente. Aunque esta separación representa su complicidad con su propia represión, Yarbro-Bejarano nota que todavía tenemos que, “not only [recognize] how we have denied and repressed the unacceptable parts of ourselves—the female, the dark or the queer side—but also [empower] ourselves through their reclamation” (195). Por eso, se puede reconocer la existencia de una represión femenina, pero esta comprensión es solamente una faceta de la lucha; también hay que llevar este reconocimiento al foro político. El rescate de una identidad apoderada sexualmente, sin embargo, es todavía resistida por la dicotomía falaz entre pertenencia y traición. A raíz de la iglesia y su narración del pasado, se puede ver la herencia de una traición femenina macerada en una mitología y tradición mexicana. El símbolo más prominente y tal vez convincente de esa traición sexual es el de La Malinche, peyorativamente nombrada “La Chingada” o “La Vendida.” Su relación con Hernán Cortés, el conquistador blanco de España, lo ayudó a asegurar la conquista española de México. Ella, unida con todas las mujeres de México, eternamente sufre del estigma y peligro asociado con esta historia distorsionada del mito y leyenda, avivando una interpretación retorcida del pasado. Moraga afirma su sentido de impertinencia y traición de su gente parcialmente a causa de su preferencia sexual. Su sexualidad, tanto el abrazamiento como la radicalización de ella, “challenges the very foundation of la familia” (102). Es decir, su lesbianismo fundamentalmente desobedece las normas culturales de una sociedad patriarcal en que el padre chicano preside su mujer y sus hijos. Por eso, Moraga misma contradice la mujer chicana tradicional. Ella admite abiertamente su sentido de rechazo y negación: “I feel at times I am trying to bulldoze my way back into a people who forced me to leave them in the first place, who taught me to take my whiteness and run with it” (87). Así, su raza, género y sexualidad presentan obstáculos al mismo objetivo—una identidad ya no en conflicto sino reconciliada con sí misma. Pero, si la negación de la heterosexualidad significa su traición, su identidad como lesbiana significa su deseo de pertenecer, de reconectarse con quien realmente regala la vida—la mujer. Esta pertinencia gira en torno a sus memorias de la piel de su madre, “the smell of a woman who is life and home to me at once,” un olor de que Moraga se da cuenta y declara, “it is as if I have spent the rest of my years driven by this scent toward la mujer” (86). 18 Lindsay Johnson La sincronización de su sexualidad y espiritualidad culmina en el epílogo del ensayo donde “the heart replaces the head and mouth and sex merge” (Yarbro-Bejarano 181). Moraga cuenta un sueño en que el exterior de la boca no puede ni contener ni sofocar el interior. Despúes del sueño, ella proclama explícitamente que la boca “will flap in the wind like legs in sex, not driven by the mind” sino dentro de “the same place where the vagina beats” (133). Ella continúa que hay múltiples hambres que no son exclusivas mutualmente—de la mente y el corazón, de la libertad y el sexo (123-124). “[T]he only hunger I have ever known,” escribe Moraga, “was the hunger for sex and the hunger for freedom and somehow, in my mind and heart, they were related . . . For the damage that has been done to us sexually . . . has penetrated our minds as well as our bodies” (124). Aquí, Moraga asegura que su sexualidad, al igual que su represión sexual, no es sólo física sino espiritual. Por esta razón, Moraga declara, “if the spirit and sex have been linked in our oppression, then they must also be linked in the strategy toward our liberation” (123). Según Juana María Rodríguez, la sexualidad de Moraga se materializa de maneras complejas, representando a una mujer que se compromete con “an act of becoming that never ceases” y que requiere un discurso sobre contextos múltiples, tanto heterosexuales como queer (6-7). Por lo tanto, la metáfora de la boca es en realidad una estrategia política para recuperar la gran fuente de poder que lleva la identidad de la mujer, una identidad que satisface el cuerpo y espíritu. Moraga afirma que “something more than hand-to-mouth survival” (126) tiene que ser el último motivo de la vida, y que el propósito de su ensayo se relaciona a “some profound and long overdue questions about [one’s] own psycho-sexual identity” (128). De verdad, su metáfora encarna lo material y lo metafísico—lo sexual y lo espiritual—para constituir todo el potencial humano en una identidad. En su totalidad, el ensayo de Moraga intenta poner el asunto del feminismo en diálogo con la sexualidad para reconsiderar y reconstruir la identidad de la mujer. Sus narrativas y su perspicacia fundamental señalan una ruptura hacia una temática más rebelde, incluso escandalosa a veces. Sobre todo, su ensayo demuestra la multiplicidad dinámica con la que Moraga abraza y atraviesa por las intersecciones de identidad, género y sexualidad. Ella condena el desequilibrio del poder dentro de la familia chicana, mientras examina las expectativas insuperables de la mujer en el conjunto de la sociedad chicana. A la vez crítica y contemplativa, su escritura cuestiona el papel del movimiento feminista cuyo discurso ignora la esfera de etnicidad muchas veces. Todavía, su crítica viene de una posición de solidaridad con la comunidad chicana y una añoranza profundamente arraigada para construir una trayectoria de liberación sexual y espiritual para la mujer. Ciertamente, con sus esfuerzos, la discusión de la cultura latina—tanto etnicidad como identidad—puede ahora incluir sexualidad, particularmente en un contexto queer. Lindsay Johnson, Saint Louis University. Undergraduate student. Género y sexualidad 19 ACKNOWLEDGEMENTS A world of thanks to Dr. Karen Secrist for all the guidance she has given me and all the support she has given this paper. OBRAS CITADAS Moraga, Cherríe.“A Long Line of Vendidas.” Loving in the War Years: Lo que nunca pasó por sus labios. Boston: South End Press, 1983. Impreso. Rodríguez, Juana María. Queer Latinidad: Identity Practices, Discursive Spaces. New York: New York University Press, 2003. Impreso. Yarbro-Bejarano, Yvonne. “The Lesbian Body in Latina Cultural Production.” Entiendes? Queer Readings, Hispanic Writings. Duke University Press, 1995. Impreso.