Paralaje Nº 8 (2012) / Dossier Ignacio Gordillo _____________________________________________________________________________ LA ESCISIÓN ENTRE MORAL Y POLÍTICA COMO PRESUPUESTO DE LA CRÍTICA POLÍTICA Y EL LUGAR DEL ARTE MODERNO COMO PROMESA DE UNIFICACIÓN Ignacio Gordillo* RESUMEN El presente artículo tematiza las condiciones del surgimiento y desarrollo de la crítica política burguesa a través de su relación dialéctica con el poder Absolutista según la visión de Reinhardt Koselleck. Por último, se recoge brevemente el pensamiento ilustrado de Schiller para reflejar el componente estético de esta crítica y, luego, su papel constructivo en cuanto solución a la escisión entre las necesidades políticas y los ideales morales, escisión que se hallaba presupuesta en el origen mismo de la crítica. Descriptores: Ilustración– crítica– política– moral– arte * Especialista en Filosofía Política y Profesor Universitario en Filosofía por la Universidad Nacional de General Sarmiento. E-mail: [email protected] 5 Paralaje Nº 8 (2012) / Dossier Ignacio Gordillo _____________________________________________________________________________ LA AUTONOMÍA KOSELLECK DEL MUNDO BURGUÉS A PARTIR DEL ABSOLUTISMO SEGÚN Reinhardt Koselleck publicó en 1959 su libro Kritik und Krise, reelaboración de la tesis doctoral que había presentado unos años antes en la Universidad de Heidelberg. En esta obra, el autor se dedica a analizar las condiciones socio-políticas en las que se gestó la Ilustración y, para ello, intenta dilucidar la unidad y coherencia del desarrollo de la Ilustración dentro del Estado absolutista, dando una especial atención a la función política que desempeñaron el pensamiento y aspiraciones de la burguesía en ese contexto. En los capítulos del libro trabajados aquí, Koselleck desarrolla el modo en que la burguesía fue conformando un ámbito público propio que se contrapuso paulatinamente al poder político de la monarquía absolutista y, al mismo tiempo, cómo logró autoconciencia de sí misma a través de una crítica que, en definitiva, preanuncia y desencadena la crisis política que le permitiría alcanzar el poder. Al final de este proceso, el autor da cuenta en su análisis del componente estético dentro de la crítica retomando la figura de Schiller. La tesis de Koselleck es que la Ilustración se desarrolla a partir del Estado absolutista; en principio como consecuencia interna suya y, luego, como el elemento que provocaría su derrumbamiento al convertirse en enemiga de éste. Por eso, el autor procura, en primer lugar, caracterizar la estructura política del absolutismo en tanto lo considera punto de arranque político de la Ilustración. El Estado Absolutista clásico nace como respuesta a las guerras religiosas en la Europa de los siglos XVI y XVII, y sólo con la superación de éstas alcanzaría su fisonomía plena. En el contexto de las guerras civiles, las pretensiones de este sistema político se expresaron mediante la doctrina de la razón de Estado, la cual permitió desplegar todo un campo de acción dentro del cual la política podía desarrollarse con plena libertad frente a la moral. Así, según Koselleck, en medio de la anarquía generalizada de la época, el Estado Absolutista supo erigirse como respuesta concreta para alcanzar la paz, situándose por encima de los partidos en disputa. Debido a que los partidos religiosos extraían su fuerza de un ámbito ajeno al poder monárquico, los soberanos sólo podían dominar quebrando el primado de la religión para someterlos a su autoridad: “el soberano absoluto no reconocía ninguna instancia superior a él sino a Dios, cuyos atributos, por lo demás, tomaba sobre sí en el campo político e histórico”1. El deber histórico del rey era devolver la paz interior a su pueblo y en el cumplimiento de dicha función se legitimaba su dominio. Esta responsabilidad absoluta del monarca por el mantenimiento de la paz exigía, al mismo tiempo, la dominación igualmente absoluta sobre todos los sujetos, e incluso la presuponía, pues sólo en cuanto todos se le someten por igual, él puede hacerse plenamente responsable. De este modo, el monarca pudo invadir el ámbito personal de los súbditos, hasta ese momento comprometido con un sistema de responsabilidades más laxo y diverso. 1 KOSELLECK, R., Crítica y crisis del mundo burgués, Ed. RIALP, Madrid, 1965, p. 30. 6 Paralaje Nº 8 (2012) / Dossier Ignacio Gordillo _____________________________________________________________________________ En este nuevo contexto producido por la guerra civil y el advenimiento del absolutismo, a los hombres les fue imposible conciliar su conciencia (fiel a sus convicciones religiosas) con las acciones “necesarias” para poder sobrellevar el control del soberano, lo cual derivó en una separación entre lo interno y lo externo. En efecto, para vivir el hombre debe arrinconarse en las secretas moradas de su corazón, donde es su único juez; mientras que en lo que respecta a sus acciones externas, se somete al juicio del soberano. En resumen, para superar el problema de las guerras religiosas del siglo XVII, el Estado absolutista se ubicó por fuera del ámbito del análisis moral tradicional, pero tal “eliminación de la moral del seno de la política no iba dirigida contra una moral profana o mundana, sino contra una moral religiosa con pretensiones políticas”2. La escisión entre política y moral El pensador paradigmático que desarrolló una teoría moderna del Estado que se adecuaba a la situación histórica de la guerra civil en Europa fue Thomas Hobbes. Partiendo de ese contexto, él supo buscar un fundamento sobre el cual edificar un Estado que garantice el orden a través de una doctrina que se encuentre por encima de los grupos en disputa, en vez de apoyar a un sector en particular3. Para lograrlo, se interrogó acerca de las causas del conflicto con la idea de que existía una base común en las diferentes facciones. Hobbes desarrolló, entonces, una antropología individualista que se correspondía con la situación de los individuos de la época, cuyos vínculos sociales, políticos y religiosos se habían tornado problemáticos. En su análisis, concluye que la humanidad se halla dominada por al ansia de poder, pero la posibilidad de que ésta ocasione una guerra y el temor ante una posible muerte también generan en el hombre el deseo de paz. El problema reside en que la paz, aunque sea deseada como supremo bien, no pueda ser garantizada. Koselleck sostiene que, para superar la conflictiva relación del hombre de la época entre su interioridad y las acciones exteriores, Hobbes renunció al empleo usual de la palabra “conciencia” y la reemplazó por el concepto de opinión, el cual se halla desprovisto de toda significación religiosa. Mediante esta resignificación, la conciencia es convertida en una convicción subjetiva, es decir, sólo un punto de vista u opinión privada. Hobbes construyó así un sistema conceptual extra-religioso que le permitió situarse por encima de los partidos y analizarlos conjuntamente. De este modo, pudo observar el desequilibrio existente entre los propósitos de los partidos (guiados por sus ideas teológicas-morales) y las prácticas por las cuales buscaban realizar esos fines. La convicción interna que poseían todos los sectores les otorgaba el mismo derecho a reivindicarla como obligatorias universalmente; por ende, no se trataba sólo de una 2 Ibíd., p. 37. En este sentido, Hobbes afirmaba al final del Prefacio de Elementa philosophica de Cive que sus ideas “han sido dichas no por parcialidad, sino en persecución de la paz y por alguien a quien es justo perdonarle algo debido a un justo dolor por la presente calamidad de su patria”. HOBBES, T., Elementos filosóficos. Del ciudadano, Hydra, Buenos Aires, 2010, p. 122. 3 7 Paralaje Nº 8 (2012) / Dossier Ignacio Gordillo _____________________________________________________________________________ acción contra acción, sino también de una convicción contra otra. Tales convicciones provocaban acciones cada vez más radicales, con el objetivo de aniquilar al enemigo tanto externa como interiormente, ya que en última instancia, todo aquél que invoca a la conciencia quiere algo y esa convicción de cada uno de los grupos en disputa fundamenta su pretensión de exclusividad. A partir de la Reforma Protestante y el resquebrajamiento de las instancias religiosas, la conciencia individual asumió un rol preponderante como convicción ética universalista sin necesidad alguna de referencia externa. Es decir, no fue sólo el afán de poder lo que promovió la guerra, sino también una conciencia sin control. Entonces ¿cómo garantizar la paz en un contexto en el cual ya ninguna conciencia puede decir de modo inequívoco que es bueno o malo? Hobbes legitimará al Estado Absolutista como garantía de paz, ya que con su creación se sustrae a las convicciones privadas de su repercusión política. Sobre el interés público del Estado, sólo el soberano está capacitado para decidir atendiendo a intereses políticos, mientras que la esfera de la conciencia individual queda reducida al ámbito de lo moral. El rey se convierte en legislador y juez al mismo tiempo: Auctoritas, non veritas facit legem. En este orden estatal, la aceptación de la soberanía política absoluta del monarca por parte de todos los hombres es posible, ya que se califica como una necesidad moral racional. A través de las guerras, los hombres han experimentado el miedo a la muerte que los empujó a buscar refugio en el Estado. De allí que para este Estado, garantizar la protección de la vida constituya su deber supremo y su base de legitimación. Con el fin de lograr la paz, cada orden del soberano debe ser considerada un mandato moral. Pero ¿cómo se considerarán las órdenes del monarca una vez asegurada la paz? Aquí se ve como la solución de Hobbes adolece, a su manera, de la misma escisión que intentaba desterrar. Al interesarse sólo por la forma de las leyes que se deben obedecer y no por su contenido, reconfirma la separación entre conciencia externa y conciencia interna. La obediencia total a las leyes estatales sólo era posible si el súbdito continuaba separando la convicción de su acción, pues ello le permitía mantener a su conciencia exenta de meditar sobre el contenido de las leyes a las que debía obedecer. El aporte de Hobbes consiste en trasladar la escisión entre conciencia y política fuera la maquinaria del Estado; ahora es el individuo quien se divide entre hombre y ciudadano. No es necesario que él se identifique plenamente con las leyes políticas para que el Estado mantenga su poder, pero en cuanto hombre, su conciencia y convicciones siguen siendo el criterio último de su moral. Así, el hombre queda escindido en una parte privada y otra pública; las acciones y hechos están sometidos totalmente a la ley Estado, mientras que las convicciones íntimas pueden ser secretas4. “La escisión del hombre en la esfera privada y la estatal es un fenómeno constitutivo de la génesis del misterio. La Ilustración ampliará después de modo sucesivo el ámbito interior de la convicción, pero toda pretensión 4 “Hay también un culto público y un culto privado. Es público cuando lo realiza una república como si fuese una persona. Es privado el que exhibe una persona privada (…). El privado es libre en secreto, pero nunca carece de alguna limitación frente a la multitud, derivada de las leyes o de la opinión de los hombres.” HOBBES, T., Leviatán, Losada, Buenos Aires, 2003, p. 304. 8 Paralaje Nº 8 (2012) / Dossier Ignacio Gordillo _____________________________________________________________________________ dirigida hacia lo estatal permaneció velada, por el momento, en las sombras del secreto”5. Para Koselleck, entonces, esta dialéctica entre Ilustración y secreto que engendra la rebelión contra el absolutismo se encuentra en las raíces mismas del Estado Absolutista, como herencia de las guerras religiosas. A partir de su división, el verdadero hombre como tal se halla de modo inevitable fuera del control estatal, puesto que mientras cumpla con sus deberes de obediencia como súbdito, el soberano se desinteresará de su vida privada. Esto mismo constituye, según Koselleck, el punto de arranque específico de la Ilustración, pues ella vendrá a llenar este espacio vacío que el Estado Absolutista desiste de controlar. El otorgamiento al individuo de un ámbito interior fue una consecuencia del nuevo orden estatal del absolutismo y, al mismo tiempo, lo que terminó produciendo su derrumbamiento6. La neutralización de los asuntos morales en la conciencia por necesidades del orden político fue lo que luego impulsó la secularización de la moral. El desplazamiento de esa moral hacia la política será una cuestión esencial del siglo XVIII. A medida que el recuerdo de la guerra civil religiosa que justificaba al poder absolutista quede atrás, la Razón de Estado comenzará a ser percibida por los individuos como algo inmoral. Paradójicamente, Hobbes no pudo sospechar que justamente la separación entre moral y política que él proclamo para fortalecer al Estado y superar la guerra civil, tendría como corolario la ruina del absolutismo. Durante la Ilustración, se considerará inaceptable esta separación entre hombre y súbdito, pues el hombre también debe realizarse plenamente y expresarse también a nivel estatal. En suma, la neutralización política de las luchas religiosas y la limitación de las guerras a la condición interestatal, permitieron la apertura de un ámbito social en cual pudo desarrollarse la burguesía. Sobre este trasfondo de seguridad y estabilidad, la fe filosófico-histórica en el progreso moral adquirió evidencia histórica; mientras que el propio desarrollo del mundo moral prescribía la emancipación del orden autoritario. El desplazamiento del juicio privado a la esfera pública La irrupción del pensamiento burgués que parte desde el ámbito interno, al que había sido circunscripto por el poder Absolutista, puede describirse para Koselleck considerando cada paso hacia fuera como un paso hacia la luz, un paso de “ilustración”: “La Ilustración emprende su marcha triunfante al mismo tiempo que va ensanchando el ámbito privado interior hacia el campo público. Sin renunciar a su carácter privado, el ámbito público se convierte en foro de la sociedad (…). La sociedad, por último, llamara a las puertas de los 5 KOSSELECK, R., op. cit., p. 67. HABERMAS, J., Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública. Gili, Barcelona, 1981, pp. 124-125. 6 9 Paralaje Nº 8 (2012) / Dossier Ignacio Gordillo _____________________________________________________________________________ detentores del poder político, para exigir aquí también apertura y publicidad y solicitar libre acceso”7. Para ilustrar este desplazamiento de fronteras entre lo público y lo privado, Koselleck analiza, en primer término, la obra de John Locke, a quien califica de padre espiritual de la Ilustración burguesa. En su obra de 1670, Ensayo sobre el entendimiento humano, el filósofo inglés distinguía tres leyes conforme a los cuales los ciudadanos debían regir su vida: primero, la ley divina promovida por la Revelación; en segundo lugar, la ley civil o estatal que por su poder coactivo brinda seguridad; y, tercero, la ley específicamente moral, denominada The Philosophical Law8. Con esta clasificación, Locke realizó una revisión fundamental de la relación de las leyes estatales con las morales; mediante la aparición de esa tercera clase de ley, la ley de la opinión pública o the law of the opinion or reputation, que posee una asombrosa autoridad, aunque no reconocida formalmente. Para Locke las leyes morales eran aquellas que surgen en el ámbito interior de la conciencia y conservan, por ende, el poder espiritual del juicio moral. A diferencia de lo que se establecía en Hobbes, ahora Koselleck sostiene respecto de la obra lockeana que “las opiniones de los ciudadanos sobre la virtud y el juicio no permanecen ya (…) dentro del campo de las creencias y pareceres privados; por el contrario, los juicios morales de los ciudadanos poseen de por sí un carácter de ley”9. Como consecuencia de esta postura, Koselleck afirma que la moral de las convicciones se ve ampliada en un doble sentido. En primer lugar, las leyes de la moral ya no se limitan a nivel individual, sino que reciben su obligatoriedad de un tácito y secreto acuerdo de todos los ciudadanos que conforman la society. Es decir, los ciudadanos no se conciben únicamente como subordinados al poder estatal, sino que conjuntamente ellos constituyen una sociedad que posee leyes propias, en paralelo a las estatales. La segunda gran transformación es que la moral burguesa no se reduce a un campo de las creencias, sino que también se encarga de juzgar el valor moral de las acciones prácticas y así penetra en la vida pública. El acto enjuiciador y las opiniones privadas de los ciudadanos se elevan a la categoría de ley en virtud de la capacidad de censura que poseen. Así, la separación entre la esfera privada y pública va desapareciendo, pues la autocertidumbre del ámbito moral interno radica en su capacidad de alcanzar el ámbito público, donde las opiniones se revelan como leyes10. Para Koselleck, el propósito de Locke con esta obra era poner en evidencia el surgimiento y la naturaleza de las leyes que ya predominaban de hecho en la vida social de la época. Más allá del origen o el contenido de las leyes (generalmente religioso), ellas sólo recibían su validez a través de la aprobación de la sociedad burguesa. Para que 7 KOSELLECK, R., op. cit. p. 94. “Las leyes a las cuales refieren generalmente los hombres sus actos, para juzgar de su ser rectas o torcidas, me parece que son estas tres: 1) la ley divina; 2) la ley civil, y 3) la ley de la opinión o de la reputación, si se me permite denominarla así”. LOCKE, J., Ensayo sobre el entendimiento humano. FCE, México, 2004, p. 336. 9 KOSELLECK, R., op. cit., p. 97. 10 HABERMAS, J., op. cit., pp. 126-127. 8 10 Paralaje Nº 8 (2012) / Dossier Ignacio Gordillo _____________________________________________________________________________ los ciudadanos no caigan en el error o la injusticia, la sociedad debía pronunciar constantemente sus juicios que, al evolucionar, lograrían esa superación continua de sí mismos en la que consiste su normatividad propia. Así como la razón se consagra en instancia suprema mediante el eterno proceso de la crítica, también las opiniones morales de los ciudadanos se convierten, para Locke, en leyes dotadas de obligatoriedad general a través de la continua ejecución de la censure. De este modo, señala Koselleck, “la crítica, subordinada a la razón, y la censura, subordinada a la moral, convirtiéronse para la autoconciencia burguesa del siglo XVIII en una actividad idéntica, que, además, se fundamentaba y justificaba a sí misma”11. El rasgo común de ambas es el veredicto o judgement, que al dividir al mundo en lo bueno o malo, lo verdadero o falso, eleva al ciudadano a la categoría de suprema instancia enjuiciadora. Con la introducción e interpretación lockeana de la Philosophical Law, el ámbito interno de la conciencia individual, antes subordinado a la política absolutista, se carga de sentido político. “Las acciones públicas no sólo se hallan sometidas a la instancia estatal, sino también, y al mismo tiempo, a la instancia moral de los ciudadanos. Con ello, Locke formuló la irrupción decisiva en el seno del orden político absolutista, expresado en la relación protección-obediencia: la moral no es ya una moral formal de obediencia, ni está ya subordinada a una política absolutista, sino que surge frente a las leyes estatales”12. Para Locke, además, esta legislación moral posee una eficacia mayor que la del Estado, aunque también sea completamente distinta. Mientras que la legislación estatal alcanza su realización directamente a través del poder coercitivo, la legislación moral opera indirectamente mediante la presión ejercida por la opinión pública. La philosophical law carece de fuerza sólo aparentemente, pues si bien opera sólo mediante la alabanza y la censura, es la más eficaz en sus resultados frente a las instancias estatales y religiosas ya que a su juicio están sometidos todos los ciudadanos sin excepción. La moral burguesa es un poder que, aunque actúe sólo intelectualmente, por sus consecuencias y repercusión es de carácter político. Así es como los ciudadanos desarrollaron su propio reino moral y mostraron su exigencia de soberanía mediante la polarización entre moral y política aunque evitando, al mismo tiempo, todo posible conflicto directo con el Estado. La institucionalización de la crítica y el papel del arte La République des Lettres y las logias de la francmasonería fueron, según Koselleck, las dos formaciones sociales que suministraron sus rasgos fundamentales a la época de la Ilustración europea, ya que Ilustración y secreto surgieron juntos desde el principio, como “mellizos históricos”. En ambos casos, se trata de respuestas específicas al sistema absolutista. 11 12 KOSELLECK, R., op. cit., p. 101. Ibíd., p. 102. 11 Paralaje Nº 8 (2012) / Dossier Ignacio Gordillo _____________________________________________________________________________ En el punto culminante del poder absolutista (el reinado de Luis XIV en Francia) se ubica el nacimiento del nuevo agrupamiento social. Este se hallaba compuesto por grupos diversos: comerciantes y banqueros; exiliados religiosos; intelectuales y filósofos; funcionarios procedentes de la burguesía. La característica común a todos ellos era su condición de despojados o excluidos de cualquier decisión política dentro del Estado. Estos hombres, aunque construían la imagen intelectual y espiritual de la nación o bien soportaban económicamente las cuentas del Estado mediante, no podían intervenir en las decisiones estatales en cuanto eran considerados meros súbditos. Sobre la base de esta nueva comunidad se formó una esfera de intereses extraestatal: la societé. La tensión originada por la creciente importancia social de este sector y la imposibilidad de poder expresarse políticamente, determinó su devenir histórico. Desconectados de la política, los hombres de sociedad se reunieron en lugares “apolíticos” tales como las Bolsas de comercio, cafés, academias, clubs, salones, sociedades literarias, etc. Tales instituciones, creadas bajo la protección del Estado Absolutista, conformaron una institucionalización en segundo término cuya fuerza política no podía desplegarse libremente, por lo que en principio sólo ejercían un influjo político indirecto. Las instituciones de la nueva capa social poseían, entonces, un poder político potencial debido a esa influencia que tenían sobre la política y legislación estatal. La pugna entre el Estado y la nueva sociedad se manifiesta en cuanto el orden estatal comienza a sentirse amenazado por la actividad autónoma de estos grupos, censurándolos y desplazándolos nuevamente al ámbito privado de donde provenían. Según Koselleck, la masonería fue la única institución que consideró esta pretensión absolutista de soberanía del Estado y tomó medidas para evadirse de ella. El secreto, en apariencia tan contradictorio con la Ilustración, permitió encubrir el sentido político de ésta. “Las logias han rodeado de secreto y elevado a la categoría de misterio (…) al ámbito espiritual interior extraestatal, que compartían con las demás sociedades burguesas”13. En la Republique des Lettres se da un proceso de creciente ataque al Estado y, nuevamente, la delimitación entre moral y política es central en tanto fundamento de la crítica eficaz, aparentemente apolítica. La Crítica se institucionaliza separada del Estado para librarse de su influjo pero, luego, sobre la base de esta separación, se extiende al mismo Estado y lo somete a su veredicto, neutral e inofensivo sólo en apariencia. Estas instituciones, en el marco del absolutismo, supieron hacer una virtud de su necesaria falta de autoridad legal, al concebirse a sí mismas como quienes monopolizaban lo “moral”. 13 Ibíd., p. 124. Más adelante, Koselleck resume el modo en que la evolución del mundo burgués, en relación dialéctica con la estructura del sistema absolutista, sólo podía continuar desarrollándose a través del secreto: “La libertad en el reino interior secreto, en el alma del ciudadano individual que Hobbes tuvo que desterrar del Estado absolutista para poder deducir su concepto de soberanía, la libertad que luego, en Locke, habría de condensarse en una normatividad filosófica independiente del Estado, esta libertad burguesa, en fin, sólo podía ser realizada en el seno del Estado absolutista a condición de que siguiese limitándose en el futuro a un ámbito interior secreto. La burguesía moderna surgió, sí, del ámbito interior secreto de una moral de las convicciones de carácter privado y se consolidó en las sociedades privadas; pero éstas siguieron limitadas en el futuro por el secreto” (Ibíd., p. 134). 12 Paralaje Nº 8 (2012) / Dossier Ignacio Gordillo _____________________________________________________________________________ Como caso ejemplar del componente estético de la crítica, Koselleck recurre a la figura ilustrada de Friedrich von Schiller (1759-1805). En su conferencia de 1784 titulada El teatro como institución moral ante la Real Sociedad Alemana de Mannheim (de la cual era miembro), el poeta y filósofo alemán situaba al teatro como un ámbito de expresión de los valores morales de la burguesía. “El dominio del teatro empieza donde termina la esfera de la ley secular”14. Así, trazaba una línea conceptual que separaba el terreno de las leyes mundanas estatales respecto de la nueva jurisdicción de carácter escénico. Según Koselleck, la contradicción que expresa la separación entre escena y Estado, provoca la creencia de que aquella puede resolverse en el futuro a través de la sustitución de la vieja legalidad y el emplazamiento de la nueva. Por lo tanto, es importante resaltar que en esta época, este tipo de sentencias no se limitan a ser meditaciones estéticas; por el contrario, “el arte aparece aquí como antípoda del poder político existente a la sazón. Él es un síntoma de la estructura intelectual y espiritual del siglo XVIII, que redujo a todo el mundo a la condición de escenario de fuerzas polarizadas entre sí”15. La literatura de los ilustrados expresaba este conflicto a través de conceptos que se contraponían y excluían necesariamente a otros: razón y revelación, progreso y decadencia, libertad y despotismo, etc. La importancia de la jurisdicción teatral se obtiene en relación recíproca con las leyes mundanas, pues la insuficiencia de estas leyes políticas determina de modo decisivo el carácter moral de la representación en escena. Como dice Schiller: “la mismísima insuficiencia e inestabilidad de la ley política (…) determina asimismo toda la influencia del teatro”16. En el escenario se muestra la injusticia de las leyes políticas imperantes, mientras que, al mismo tiempo, las leyes morales que reinan allí son políticamente inoperantes, pero tienen razón. La escena teatral se convierte entonces en una instancia de juzgamiento que divide lo que es justo de lo injusto; juicio que también abarca a los gobernantes. “En el instante en que la política, eliminada de manera dualista, es sometida al veredicto moral, se transforma el juicio moral en (…) crítica política. El espectáculo dualista que se ofrece en la escena es sólo, considerado moralmente, un juicio, pero visto desde el punto de vista fáctico, es una crítica dirigida contra el Estado (…)”17. Koselleck afirma entonces que la escisión de la realidad entre el campo moral y un campo político, tal como lo había aceptado el absolutismo, constituye el presupuesto previo para la aparición de la crítica política. La capacidad moral de juicio propia de la escena sólo está asegurada si se halla liberada del brazo de la ley secular. La ley del Estado “termina” en el proscenio pero, luego, el contenido de este arte se extiende y la somete a su crítica. La escena teatral desempeña un rol de denuncia política a partir del enfrentamiento entre el arte moral y el Estado, y sirve para expresar, además, una 14 SCHILLER, F., “El teatro como institución moral” (traducción de Luz María Quiroga). Molino de Letras, México, nº 10, Noviembre de 2010. 15 KOSELLECK, R., op. cit., p. 183. 16 SCHILLER, F., op. cit. 17 KOSELLECK, R., op. cit., p. 185. 13 Paralaje Nº 8 (2012) / Dossier Ignacio Gordillo _____________________________________________________________________________ legalidad alternativa a la estatal. “La crítica política no radica pues, tan sólo en el veredicto moral en cuanto tal, sino que está ínsita ya en la separación consumada de una instancia moral, por un lado, y una instancia política, por el otro (…). En esta separación se encierra ya la crítica al Estado”18. La crítica política se basa en este dualismo entre la política y la moral (que Schiller representa en la escena teatral) y, al mismo tiempo, lo consuma. La escisión dualista del mundo es, en su misma historicidad, presupuesto previo y consecuencia de la crítica política. El carácter político de la crítica constituye un hecho histórico fundamental del siglo XVIII (también llamado el siglo de la Crítica) que fue advertido por los mismos contemporáneos. Según Koselleck, la clase de crítica que aparece en la conferencia de Schiller de 1784, se hallaría ya al final de este proceso de crítica contra el Estado incentivado por la comunidad intelectual. La denuncia a los políticos se hace cada vez más explícita y así se hace patente la necesidad de una acción directa. De tal modo, la crisis que se ocultaba en la Crítica, se pondrá de manifiesto. Al final del proceso de la Ilustración, la crítica, que en principio se separó del Estado para poder imperar sin trabas, quebró esos límites en virtud de la nueva autoridad obtenida por la burguesía. En definitiva, la consumación de la crítica ilustrada significaba una clara pretensión de soberanía sobre el Estado. La potencia del mundo burgués que buscaba legitimarse se consiguió arrebatando, bajo la apariencia de un acto moral, el poder político a los reyes y erigiéndose ante la sociedad como su nuevo representante y educador. En este sentido, vale la pena concluir este artículo explorando la concepción de Schiller sobre la relevancia del papel del arte en la formación de los hombres y ciudadanos con el fin de mejorar la sociedad de su tiempo, a través de un texto posterior al que analiza Koselleck en su libro. La promesa política del arte en el mundo moderno según Schiller Friedrich von Schiller fue una figura esencial dentro del romanticismo alemán, movimiento intelectual que advirtió tempranamente los aspectos perjudiciales del mundo moderno. En su texto de 1795, Sobre la educación estética del hombre, el filósofo y poeta alemán enuncia la importancia de la formación estética dentro de un programa político19. Tal como advierte el mismo Schiller, si se considera el convulsionado contexto político europeo en el que redactó esta obra, atravesado fundamentalmente por la Revolución Francesa, la temática del arte parece ser algo insubstancial. Además, señala que el mundo se halla dominado por el afán material que le resta valor al mérito 18 Ibíd., p. 186. Según Habermas, estas cartas “constituyen el primer escrito programático para una crítica estética de la modernidad”. HABERMAS, J., “Excurso sobre las cartas de Schiller acerca de la educación estética del hombre” en El discurso filosófico de la modernidad. Taurus, Madrid, 1989, p. 56. 19 14 Paralaje Nº 8 (2012) / Dossier Ignacio Gordillo _____________________________________________________________________________ espiritual del arte. Sin embargo, Schiller justifica su propósito afirmando que la humanidad “para resolver en la experiencia el problema político, precisa tomar el camino de lo estético, porque a la libertad se llega por la belleza”20. Es decir, el arte es considerado un medio para que la humanidad se forme para alcanzar la verdadera libertad política en el Estado; así, lo estético se erige como anticipación y resolución de lo político. En principio, el Estado dentro del que se encuentra el hombre por necesidad natural, es decir, como hombre físico, no es elegido libremente por su razón y, en consecuencia, no logra satisfacerlo en el aspecto moral. A medida que el individuo comienza a reflexionar sobre su condición, los fines últimos de la razón determinan su personalidad. Así, un pueblo que finalmente ha alcanzado su “mayoría de edad”, pretende transformar ese Estado natural en un Estado moral. Sin embargo, el hombre físico es el realmente efectivo y el hombre moral es sólo problemático, por eso, si la razón destruye de manera revolucionaria el Estado natural para implantar un orden acorde a su legislación, está arriesgando la existencia real de la sociedad por un ideal social meramente posible21. La cuestión es, entonces, lograr que la sociedad física no cese ni un momento de existir en el tiempo, mientras la sociedad moral se forma en la idea; ya que no sería lícito arriesgar la vida del hombre en pos de salvaguardar su supuesta dignidad. Schiller explica esta perspectiva antirrevolucionaria mediante una analogía: “Cuando el relojero tiene que componer un reloj, detiene el movimiento de las ruedas. Pero el reloj viviente del Estado no puede suspender su marcha; hay que componerlo sin pararlo, y cambiar la rueda sin interrumpir el movimiento de rotación. Precisa, pues, buscar un sólido apoyo que mantenga la continuidad social y la haga independiente del estado natural que se trata de deshacer”22. Lógicamente, para Schiller, esa base y formación que se necesita para superar las tensiones políticas del momento no se pueden hallar en ninguno de los dos caracteres extremos del hombre; físico o moral. Se trata, entonces, de quitarle al carácter físico el capricho, para hacerlo concordar con leyes; y restarle su libertad ideal al carácter moral, para poder relacionarlo con las impresiones. Se necesita, en definitiva, de un tercer carácter que supere las dicotomías y sea una especie de garantía sensible de las ideas de la moralidad. Sólo de ese modo se puede capacitar a un pueblo para que lleve cabo la transformación del Estado según principios morales sin destruir repentinamente todo lo anterior. 20 SCHILLER, F., “La educación estética del hombre” en Escritos sobre estética. Tecnos, Madrid, 1991, p. 101. 21 Para un breve análisis de la evolución de la obra de Schiller y el impacto que tuvo en ella el devenir de la Revolución Francesa, véase RAMOS VARELA, M,. “La filosofía de la historia y el contexto de educación estética” en Rivera García, A. (ed.): Schiller, arte y política, Editum, Murcia, 2010, pp. 31-48. 22 “La educación estética del hombre”, ed. cit., p. 104. 15 Paralaje Nº 8 (2012) / Dossier Ignacio Gordillo _____________________________________________________________________________ Según Schiller, para contar con la conducta moral del hombre como algo infalible, es preciso que esa conducta sea natural y, a la vez, que sea “impulsada” de algún modo a obrar de manera propiamente moral. No obstante, desde una visión antropológica completa, se puede apreciar que el ser humano está requerido tanto por la ley moral de la razón como por la ley física de la naturaleza; es decir, se halla entre el deber y la inclinación, y su facultad de elección procura igualar los efectos de ambas. Por su parte, el Estado, al que Schiller denomina hombre “puro” en cuanto es la objetivación de los sujetos agrupados en él, posee dos alternativas para lograr el equilibrio y coincidencia del hombre en el tiempo y en la idea. Una opción consiste en que este hombre puro oprima al empírico, es decir, que el Estado anule la individualidad. La segunda, es que el individuo se convierta en Estado, o sea, que el hombre efectivo se ennoblezca hacia la idea. Sin embargo, Schiller sostiene que una educación es defectuosa si el carácter moral sólo puede prevalecer sacrificando lo natural y, también, que un orden político es imperfecto si sólo logra alcanzar la unidad suprimiendo la multiplicidad. Por lo tanto, la solución consiste en que el pueblo que procure transformar el Estado de necesidad en un Estado de la libertad posea cierta totalidad de carácter. En relación con esto, Schiller señala que los hombres de su época, al igual que ha sucedido antes con todos los pueblos civilizados, se alejan de su naturaleza por abusar de sutilezas intelectuales. Como buen representante del romanticismo, él contrasta esta alineación del mundo moderno con la imagen de unidad y plenitud ofrecida por el mundo de la Grecia antigua. Allí, en aquel “hermoso despertar de las fuerzas espirituales”, los sentidos y el espíritu no tenían sus dominios estrictamente cercados o divididos; pues ningún disentimiento los separaba ni los obligaba a definir hostilmente sus respectivos campos23. Por otra parte, describe de manera premonitoria la escisión que reina en la vida moderna: “Hasta tal punto está fragmentado lo humano que (…) dan ganas de afirmar que las fuerzas del ánimo se manifiestan, en la experiencia, separadas y divididas, como la psicología las separa y divide en la representación; vemos no ya sujetos aislados, sino clases enteras de hombres que desenvuelven tan sólo una parte de sus disposiciones, mientras que las restantes, como órganos atrofiados, apenas se manifiestan...”24 En definitiva, para Schiller la causa esencial de esta distancia entre el individuo de la polis con respecto al mundo moderno reside en que “aquel recibió su forma de la naturaleza, que todo lo junta, y éste recibió la suya del entendimiento, que todo lo separa”.25 La cultura moderna es la responsable de este proceso ya que, por un lado, al ampliarse la experiencia y el pensamiento se hizo necesaria una estricta división de las ciencias y, por otro, la mayor complejidad de las necesidades sociales requirió la 23 Para otra comparación schilleriana entre “lo griego” y “lo moderno” y la consideración de la sensibilidad estética que corresponde a cada uno de ellos, véase SCHILLER, F. Poesía ingenua y poesía sentimental. Nova, Buenos Aires, 1963. 24 “La educación estética del hombre”, ed. cit., pp. 112-113. 25 Ibíd., p. 113. 16 Paralaje Nº 8 (2012) / Dossier Ignacio Gordillo _____________________________________________________________________________ separación en clases y oficios. Según el filósofo alemán, esta fragmentación del hombre fruto del avance de la cultura también ha sido extendida por los gobiernos puesto que, ante el aumento de la complejidad de la sociedad, se han construido sistemas burocráticos alienantes. El aparato estatal objetivado permanece extraño respecto de los ciudadanos, pues se limita a clasificarlos con fines administrativos y así pierde toda visión directa y real de los hombres. Por otro lado, Schiller también comprende que la división del trabajo en el mundo moderno es una consecuencia racional de progresos de la humanidad. Alcanzado ya cierto grado de saber en la sociedad, hay un punto en el que se debe sacrificar la totalidad de la esencia y buscar la verdad por sendas distintas y separadas. Con esa formación unilateral se gana la verdad para la especie, por eso quienes la reciben serán como “mártires” sacrificados en pos de ese bien universal. En efecto, la tensión de las fuerzas espirituales produce hombres extraordinarios, pero sólo cuando se logren armonizar se podrán encontrar hombres felices y perfectos. Schiller sostiene que el Estado de su época no puede lograr tal unificación pues es, en parte, causante de ese mal y más que poder realizar esa humanidad mejor necesita fundarse en ella. El problema es que, como ya se dijo, los hombres-ciudadanos también se hallan alienados. Todo intento de transformar al Estado fracasará “mientras esa división interior en el hombre no haya desaparecido y su naturaleza no esté lo bastante desenvuelta para ser ella la artista de la nueva obra y garantizar la realidad de las creaciones políticas pensadas por la razón”26. Desde la perspectiva de Schiller, el centro de la cuestión reside en que, a pesar de que la Ilustración y sus conocimientos sean públicos, para que las leyes de la razón reinen en la sociedad debe haber un cambio en el ánimo de los hombres. Es decir, para lograr una ilustración plena no basta sólo con el entendimiento, sino que también se requiere formar un carácter especial. Por eso, él considera que una tarea primordial del mundo moderno es educar la facultad sensible como modo de hacer eficaces en la vida los progresos del saber y, además, para contribuir a la mejora del conocimiento mismo. Lo que parece encontrarse aquí es un círculo vicioso, pues todo progreso en lo político debe originarse en la nobleza de carácter, pero la condición del hombre no puede mejorarse debido a que él se halla sometido a un Estado defectuoso e inmoral. Por lo tanto, para engrandecer el carácter es necesario “un instrumento que no nos da el Estado; habrá que abrir manantiales de cultura que se mantengan frescos y puros en medio de la mayor podredumbre política”.27 Aquí, entonces, el arte es concebido como un eficaz instrumento de transformación política puesto que sirve para sensibilizar a gran cantidad de hombres respecto de los nuevos valores de la burguesía; y es de destacar, además, el hecho de que la experiencia estética sea autónoma. En este sentido, tal como concluía Koselleck en su estudio, para un representante de la intelectualidad burguesa como Schiller, el arte burgués junto la ciencia poseen una legalidad interna diferenciada de la ley estatal imperante. “El legislador político puede, 26 27 Ibíd., p. 120. Ibíd., p. 125. 17 Paralaje Nº 8 (2012) / Dossier Ignacio Gordillo _____________________________________________________________________________ sí, cercar los dominios del arte y de la ciencia, pero no reinar en ellos; puede proscribir al amigo de la verdad, pero la verdad subsiste; puede rebajar al artista, pero no falsea el arte”.28 Incluso cuando repetidas veces en la historia, filósofos y artistas se sometieron al poder imperante; la verdad y la belleza de las obras se abren camino hacia la luz con su propia fuerza. Aún si domina la arbitrariedad estatal y la humanidad pueda perder su dignidad, la autonomía del arte la salva y conserva en sus obras monumentales. *** 28 Ibíd. 18 Paralaje Nº 8 (2012) / Dossier Ignacio Gordillo _____________________________________________________________________________ BIBLIOGRAFÍA HABERMAS, J., “Excurso sobre las cartas de Schiller acerca de la educación estética del hombre” en El discurso filosófico de la modernidad (trad. Manuel Jiménez Redondo), pp. 56-62, Taurus, Madrid, 1989. Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública. Gili, Barcelona, 1981. HOBBES, Thomas, Elementos filosóficos. Del ciudadano, Hydra, Buenos Aires, 2010. Leviatán, (trad. Antonio Escohotado), Losada, Buenos Aires, 2003. KOSELLECK, Reinhardt, Crítica y crisis del mundo burgués (trad. Rafael de la Vega). RIALP, Madrid, 1965. LOCKE, John, Ensayo sobre el entendimiento humano. FCE, México, 2004. RAMOS VARELA, Manuel, “La filosofía de la historia y el contexto de educación estética” en Rivera García, A. (ed.): Schiller, arte y política, Editum, Murcia, 2010, pp. 31-48. SCHILLER, Friedrich, “El teatro como institución moral” (trad. Luz María Quiroga). Molino de Letras, México, nº 10, noviembre de 2010. “La educación estética del hombre” en Escritos sobre estética. Tecnos, Madrid, 1991. Poesía ingenua y poesía sentimental. Nova, Buenos Aires, 1963. 19