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OTRAS VOCES
Madama Butterfly
en Guadalajara
E
l Festival Cultural de Mayo 2009, recortado por causa
de influenza mayor, cerró sus actividades por medio
de tres representaciones de la ópera de Giacomo Puccini
Madama Butterfly, los días 3, 5 y 7 de junio. Se reseña la
representación del viernes 7. Desde la galería del teatro
Degollado, abierta de vez en vez, por obra y gracia de
Protección Civil del gobierno del estado, los panoramas
suelen captarse desde otras dimensiones.
El impacto sonoro fue marcado por un protagonismo, en
Cio-cio-San, de Svetlana Ignatovich, ceñido en estricto
apego a la medida musical sostenida con una voz de fácil
emisión, homogénea en color y presta a la justa medida
de un discurso señalado por fraseo amplio, un declamado
conciso y de dicción italiana más que
aceptable, junto a un control el rangos y
en soltura de registro, aunque más austero
en técnica que arrebatado a la medida
de las emociones. Como actuación,
el trabajo de Svetlana tuvo su punto
culminante al término del aria central
del acto II (‘Un bel dì vedremo’). De allí
hacia la conclusión su canto fue exultante
aunque pálido en expresividad dramática.
Para la memoria de Guadalajara, no hizo
olvidar las actuaciones de María Luisa
Tamez (quien paraba la escena en ‘Trionfa
mio amor…’) en 1983 y en 1986, ni
de la más cercana, 1992, una joven y
hasta cierto punto desconocida Cristina
Gallardo-Domas.
como Carlos Arturo Mendoza en el tío Bonzo. Los coros,
decentes, aunque sin mayores solturas en dinámica, afinados,
pero poco duchos en el primer acto, en donde la anómala
escena contribuyó a errores en entradas.
El director escénico Olivier Tambosi, de Austria, despojó
de drama el hilo de la trama para mostrar tarjetas postales
de una Nagasaki en donde las colinas del libreto de Giacosa
e Illica naufragaron por los remanentes de un tsunami, dado
el nivel casi intransitable de unas aguas omnipresentes,
que hicieron temer por una caída de los intérpretes. ¿Qué
sentido?, ¿Por qué desmembrar un drama con personajes
plenamente trazados por el texto y por la música en
marionetas a la espera de la “marca” del concertador? Hizo
de Pinkerton un borracho (con Jack
Daniel’s al vuelo) sin oficio ni beneficio.
Está bien que es el epítome del cinismo
imperialista, pero no ese bobalicón ideado
por Tambosi; la muerte de Butterfly fue
seguramente por el dengue hemorrágico,
pues no se vio, de espaldas, el hara-kiri;
la sirviente adquirió los dones de un
lama tibetano, con cabeza rapada, antes
que resguardar con su charlatanería
—dicho en el texto— los silencios de la
abandonada geisha; la época, 1905, fue
trasladada a un paradisiaco Japón-Estados
Unidos-Sumatra de la posguerra, con
vituallas de la modernidad estadounidense
al mejor postor visual: un refrigerador
omnipresente a lo largo del Acto II (se
reincorporó el Intermezzo como tal, sin
caída de telón), además de negar en lo plástico lo expresado
por los personajes: un hijo de capelli biondi, aunque moreno,
y los míticos tres agujeros en el osho, para avistar el barco
Abraham Lincoln, sólo dicho pero no mostrado. Cada quién
sus gustos.
“¿Por qué desmembrar
un drama
con personajes
plenamente trazados
por el texto y por la
música
en marionetas a la
espera
de la ‘marca’ del
concertador?”
José Luis Duval (B. F. Pinkerton) transmutado por el
director de escena en un turista, con cámara y veliz, antes
que un teniente de la Armada gringa, ofreció un actuación
deslavada, de escasa potencia y descuidada en prestación
histriónica. A su lado, un tonante Goro, Manuel von
Senden, alemán, de superior impacto escénico, hizo ver más
escuálidas las notas cantadas por el tenor mexicano. Suzuki
(Valentina Kutzarova) cumplió, sin mayores relieves. No
tanto Marco Nístico (Sharpless), de sonido “apretado”
—stretto— , volumen modesto y carente de armónicos, poco
hizo por componer un cónsul de aplomo vocal. Del resto,
muy mal Luis González, en el cuasiepisódico Yamadori, así
El trazo escénico contuvo instantes de fuerza plástica, en
el tris de una monotonía señalada por la ceremonia de
descalzarse, bucear en el estanque, mojarse y salir de cuadro,
pero con traiciones en la iluminación de la escena nocturna,
previa al Intermezzo, que no fue tal. La Orquesta Filarmónica
de Jalisco (OFJ), sin novedades en el frente: cuerdas sucias
pro ópera
en afinación, secciones inarmónicas, metales desafinados
y pifiantes, alientos-madera ríspidos y carentes de control
dinámico. El concertador Johannes Wildner, austriaco,
se limitó a leer la partitura por encima, olvidándose de las
acciones en el escenario (Acto I), sin ritmo ni cualidades
extra en normar un discurso fluido (demasiado lento al inicio
del Acto II, apresurado en el coro de los mosquitos y de
plano sin considerar a los cantantes en el terceto PinkertonSuzuki-Sharpless, con un tempo que ahogó líneas de canto)
o en integrar cada uno de los factores necesarios para una
dirección operística pucciniana: precisión, soltura, medida
musical y respiro al unísono con las acciones dramáticas.
por Francisco Arvizu Hugues
C
on una memorable escenificación de la ópera Madama
Butterfly de Puccini, concluyó el 12º Festival Cultural
de Mayo (FCM) que se realizó en tierras jaliscienses. Antes
de levantarse el telón para la primera de tres funciones, vi
sobre las taquillas del Teatro Degollado un letrero que decía
“Localidades agotadas”, refrendando un par de cosas que
nuestros funcionarios culturales parecen desconocer: a pesar
de cuantos pretendan verla como un espectáculo elitista,
pocos géneros hay tan vigentes como la
ópera, generadora de pasiones que no
distingue clases sociales, y que cuando
es presentada con calidad y ésta es una
constante, el público podrá ver menguado
su presupuesto por crisis económicas
y pandemias, magnificadas o no, pero
arrasará con el boletaje.
“sin músicos ni cantantes, la ópera no es más que cartón y
trapos”, me recordó un amigo. Para deleite de la mayoría
de cuantos asistimos —nunca falta un inconforme—, el
concepto llevado al máximo escenario tapatío es el resultado
de una innegable labor de equipo. La escenografía de
Bernhard Rehn no podía ser más sencilla y atractiva: un
espejo de agua sobre el cual flotaba el mínimo espacio en que
Cio-Cio-San aguarda a Pinkerton aislada de su entorno, el
cual cambiaba cromáticamente gracias a la diestra y delicada
iluminación diseñada por Jesús Hernández.
Más que objetar la dirección escénica de Olivier Tambosi,
que trocó al marino norteamericano descrito por Illica y
Giacosa en un anodino turista gringo, deploro que optara
por la fallida estructura de la primera versión de esta
partitura. Al igual que aquella, la Butterfly atestiguada
ahora ofreció un solo intermedio, enlazando los actos II y
III en uno solo, innecesariamente tedioso, aún a pesar de
un bien seleccionado elenco, enturbiado acaso por la voz
papaloteante del Yamadori confiado a Luis González.
Mejor sonó el Bonzo de Carlos Arturo Mendoza; tal como
en sus buenos tiempos de rockero, Manuel Von Senden
alardeó de volumen entonando a Goro;
Marco Nístico hizo un Sharpless cuyo
mejor momento debió escucharse hace ya
algunos ayeres y Valentina Kutzarova
ofreció una correcta y sensible Susuki que
más parecía hija del Dalai-Lama.
“El público podrá ver
menguado
su presupuesto por
crisis económicas
y pandemias,
magnificadas o no,
pero arrasará con
el boletaje”
Decir que aquí la gente no viene a la ópera
porque no tiene dinero, por la influenza
o cualquier otro pretexto, no es más que
una falacia para justificar lo injustificable:
cuán malo será lo poco que hemos visto
recientemente por estos lares que, mientras
Bellas Artes siga indefinidamente cerrado,
uno piensa más de tres veces en lanzarse rumbo a cualquier
otro recinto con acústica e isóptica inadecuados, ya no
digamos hasta al Politécnico o el Centro de las Artes, que
han acogido a aficionados que, por entusiastas que sean, no
dejan de ser diletantes.
No faltará quien, por sus logros, diga que hacen más que la
Compañía Nacional de Ópera (CNO), ¿y cómo no?, si ésta
no cuenta anticipadamente con un presupuesto operativo,
tal como funcionan sus pares en el mundo civilizado o como
—toda proporción guardada— intenta hacerse en el FCM,
cuyo Director General, Sergio Alejandro Matos, ya anda
muy adelantado maquinando qué presentará el año próximo.
Su declaración de que veríamos “uno de los eventos estéticos
más hermosos que se han montado en el Degollado”
despertó suspicacias. Por buenos que sean los creativos,
pro ópera
Si bien fue un poco fría en lo actoral,
Svetlana Ignatovich lució unos firmes
agudos e impresionante caudal sonoro
que le valieron sendas ovaciones a su
protagónico, y si alguien ha puesto en duda
cuán profesional, solvente y disciplinado
es José Luis Duval, debió escuchar la
corrección con que siguió cantando tras
el resbalón que lo tiró al agua durante la
primera función.
Ya parece que el coro de la CNO, tan orgulloso de sus
conquistas sindicales —que no artísticas— iba a andar
ahí, chapoteando en escena como lo estuvo el ensamble
preparado por Gerardo Rábago.
La peor parte se la llevó el concertador invitado, Johannes
Wildner: si la Orquesta Filarmónica de Jalisco sonó “al límite
de lo aceptable” durante la primera función, para la segunda
los gallos, pifias y emplastamientos hacen suponer que si
ésta no ha mejorado a pesar de los esfuerzos por renovar
su plantilla, el problema no está en los músicos, sino en las
aplastantes limitaciones de un titular que si no tiene idea de
qué hacer con la batuta, mucho menos sabe qué hacer con
sus atrilistas. o
por Lázaro Azar
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