Sin Tregua - Carlos Pazos.com

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Pazos sin tregua.
Martí Peran
Estoy escribiendo porque no sé qué hacer de mí. Clarice Lispector
Carlos Pazos no está en ningún sitio. La crítica local, como tantas otras
veces frente a tantos otros artistas, prefiere acomodarse en la consabida
apelación a la heterodoxia del personaje y de su obra para ahorrarse
demasiados esfuerzos. Desde luego que es un artista conocido y aplaudido;
pero apenas existen trabajos sobre su labor que no se resuelvan en la
reproducción cansina de numerosos tópicos (outsider, desobediente,
malcriado, fetichista, melancólico, kistch,..) sin el mayor esfuerzo por interpretar
esos mismos lugares comunes en marcos generales y contextuales de mayor
alcance. Desde luego, no caeremos en la presunción de afirmar que eso sea
tarea fácil; pero sí estamos seguros que la obra de Carlos Pazos, en otros
contextos, ya habría sido objeto de numerosos análisis minuciosos. Nuestro
propósito ahora, probablemente con muy poca cautela, va a consistir en
ensayar una lectura de ese tipo, aunque sea para que los posibles detractores
de nuestro punto de vista se vean en mejores condiciones para aportar a su
vez unas aproximaciones corregidas y más ambiciosas.
La lectura que queremos proponer se organiza en cinco episodios. Para
facilitar el seguimiento de nuestra argumentación presentamos ahora unos
someros enunciados al modo de índice. En primer lugar nos ocuparemos de
repasar sucintamente las dificultades padecidas por la crítica cuando abordan
la obra de Carlos Pazos, siempre en lo márgenes de las categorías
establecidas (arte conceptual, pop,…). Con este ejercicio, acompañado con las
propias confesiones del artista sobre su supuesta genealogía, intentaremos
situarlo en un determinado paradigma de la neovanguardia1. El paso siguiente
consistirá en precisar la posición de Pazos dentro de ese paradigma, lo que
nos habrá de permitir reconocer su trabajo en el marco de una estética del
silencio. Conocedores de la ambigüedad de esta expresión intentaremos
concretarla en tanto que deseo de nada frente a la pérdida de la ingenuidad y
frente a la constatación de la imposibilidad de la imagen de constituirse en
realidad. Se trata así de un silencio que crece como efecto de la crisis de la
representación que atraviesa a toda la neovanguardia. Llegados a este punto,
nos aplicaremos en el análisis de las distintas estrategias de ocultación con las
que Carlos Pazos ejecuta su deseo de nada y que es posible vincular
respectivamente con las políticas de la identidad (silenciada mediante una
máscara narcisista), las poéticas objetuales (ensamblando souvenirs
despojados de su tiempo real) y el gusto por lo abyecto (declinado ahora como
fetiche). Estas tres líneas, a nuestro entender, articulan todo el ruido con el cual
Calos Pazos construye su silencio: decir que ya no queda nada por decir; o
parafraseándolo libremente: ayer ya no está y hoy ya está aquí pero es como si
no hubiera llegado.
1
Utilizamos el término en la perspectiva que quedó acuñada a partir del trabajo ya clásico Teoría de la
Vanguardia de Peter Bürger (Península.Barcelona,1992). La neovanguardia comprende pues aquellas
líneas de acción que de algún modo rehabilitan las expectativas de la vanguardia histórica en cuanto a
restablecer la identidad arte-vida y cuestionar la institución arte y sus convenciones.
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1.
Carlos Pazos, un desertor de los estudios de arquitectura, hijo
acomodado de una familia amarada por el difuso clima franquista y
novecentista que caracterizó a buena parte de la burguesía local de la
posguerra, se dio a conocer tímidamente en los primeros años setenta, en el
contexto de las prácticas conceptuales2; sin embargo, su empatía con el grupo
era poco más que estrictamente generacional. Carlos Pazos sólo fue un artista
conceptual en la medida que se utilice el término para señalar todas las
propuestas más o menos radicales que capitanearon la renovación del arte
catalán entre mediados de los sesenta y los últimos setenta. En esta tesitura,
no es de extrañar que su ubicación en las retrospectivas posteriores sobre el
arte conceptual se resienta al añadir a Pazos en su catálogo, tajante al afirmar
que, en realidad, no estaba para nada interesado en ese arte “pesadísimo” y de
“estética vietnamita”3. En la misma dirección puede interpretarse la simpatía –
aunque discreta – que Pazos siempre manifestó por el arte de Antoni Tàpies,
auténtico paladín de las críticas al conceptual por ingenuo e infantil4. El
epígrafe de arte conceptual, en realidad, es muy ecléctico para el contexto
local. En su interior, como sugeríamos, tienen cabida distintas poéticas pobres,
efímeras u objetualistas que, de formas distintas, se opusieron a las
convenciones del modernismo abstracto y del realismo, todavía imperantes
entonces en todo el territorio español. De ahí que incluso unas prácticas
cercanas a un lenguaje Pop también pudieran, en cierta medida, ser
contempladas dentro del generoso epíteto de “arte conceptual”. Esta es en
realidad la zona ambigua donde se instala habitualmente a Carlos Pazos, en la
hibridación extraña entre conceptual y pop que, al parecer, sirve de comodín
para ubicar a artistas ciertamente “resbaladizos” de los años setenta (junto a
Pazos, también el trabajo del entonces Albert Porta, Jodi Galí, algo de Silvia
Gubern, e incluso otro artista tan huidizo como Angel Jové)5.
La vinculación de Carlos Pazos con el pop es evidente, pero ha de
precisarse en muchos puntos. El propio artista afirma que sus primeras fuentes
fueron “el pop y el povera 6” y ciertamente hay muchos paralelismos entre sus
trabajos y, por ejemplo, la serie Bunk que Eduardo Paolozzi reedita en 1972.
Sin embargo, los trabajos de Carlos Pazos cuando se da a conocer en 1971
(Anell, Abrillantador, Les enfants terribles,…) están mucho más cerca del objeto
surrealista – a lo Meret Oppenheim- que del arte pop purista norteamericano o
de los intereses – junto a los objetos de gran potencial evocativo, el interés por
la tecnología y el maquinismo- que articularon al Independent Group británico
de Ricard Hamilton. El pop que interesa a Carlos Pazos es, en realidad, el más
2
Participa en la”Mostra d’art Jove” (Granollers,1971), considerada por la crítica como un evento que
facilitó la cohesión del conceptual catalán.
3
Véase la entrevista de Albert Macià a Carlos Pazos en Idees i actituds. Entorn de l’art Conceptual a
Catalunya, 1964-1980. Centre d’Art Santa Mònica.Generalitat de Catalunya, Barcelona, 1992. p.188.En
la misma entrevista, Pazos afirma que “unca seguí la obra de Kosuth que me resultaba tan didástica y
aburrida como el ensayo filosófico de un Althusser…”.
4
Naturalmente, nos referimos a la célebre polémica entre Tàpies y el Grup de Treball de 1973. El
episodio puede reconstruirse en Grup de Treball. Museu d’Art Contemporani de Barcelona. Barcelona,
1999.
5
Ver al respecto la fallida exposición El llegat del Pop a Catalunya. Museu d’Art de Girona. Girona,
2004.
6
Albert Macià, ob. cit. p.188.
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“sucio”7, el derivado de Duchamp y el neodadaismo y que apunta hacia Warhol,
Rauschenberg y el nouveau réalisme francés. La temprana fascinación por
esas referencias la expresa explícitamente en trabajos como Ponga un Warhol
en su vida (1973), una pequeña obra absolutamente acorde con los preceptos
del pop de segunda generación que, a pesar de todo, en casi nada parece
preceder los trabajos inmediatamente posteriores de Carlos Pazos, resueltos
en el ámbito de la acción y centrándose ya en su propio cuerpo e imagen8.
Estos pocos datos, a nuestro entender, son suficientes para relativizar la
conexión de la obra de Pazos y los trabajos de Richard Hamilton y del pop
inglés que se conocen relativamente en Cataluña gracias a iniciativas como la
de Lanfranco Bombelli en la galeria cadaqués9. En realidad, Carlos Pazos,
oscila entre una constelación de modelos un tanto difusa, debida a las
dificultades para acceder a una exhaustiva información de lo que acontece en
el exterior, pero también a causa de un consciente gesto de incomodidad
personal frente a cualquier arte enmarañado en los avatares teóricos y políticos
del momento. Sus intereses crecen en otra dirección. La sombra de Duchamp y
Warhol, reconocida en ese pequeño trabajo 1973, será lo que le permitirá
hacerse un hueco personal dentro de un paradigma neovanguardista de un
perfil bien distinto tanto de la severidad y el compromiso conceptual, como del
optimismo del pop ocioso y decorativo, estilo gauche divine, que por entonces
estaba a punto de triunfar.
“Duchamp acentuaba, Warhol constataba”, escribe Pazos años más
10
tarde , poco después de afirmar, con la misma rotundidad, que “el arte de los
demás me cansa; el mío me agota”11. El cansancio de Pazos está azotado de
melancolía; la misma que puede reconocerse, precisamente, en el ready-made
duchampiano y que después “constata” la repetición industrial y seriada de
Warhol. En ambos casos se escenifica la imposibilidad de lo auténtico a pesar
del esfuerzo –“agotador”- de la producción. Ni la producción estética del readymade al conducir los objetos a la esfera estética, ni la producción de Warhol al
conducir la creación hacía la reproducción técnica, consiguen una presencia
original: “El objeto no puede llegar a la presencia, permanece envuelto en la
sombra, suspendido en una especie de limbo inquietante entre ser y no-ser”
que es lo que otorga “el último sentido del ready-made y la repetición
warholiana (…),el desgarro de la actividad productiva del hombre”12. El
paradigma de la neovanguardia que enlaza a Duchamp con Warhol – bien
distinto del que se soluciona a través del minimalismo- crece en esta
constatación de la naturaleza enteramente arbitraria y contingente de la
categoría del arte, siempre resuelta en el interior de un discurso, pero incapaz
de revelar o hacer aparecer nada realmente. Toda producción es, en realidad,
7
L. R. Lippard. El Pop Art. Destino.Barcelona,1993.p.15
En 1974 Pazos realiza la acción “Modelos de escultura” en la Sala Vinçon, presagiando de algún modo
su célebre trabajo de 1975 “Voy a hacer de mi una estrella”.
9
Ver Galeria Cadaqués. Obres de la col.lecció Bombelli. Museu d’Art Contemporani de Barcelona.
Barcelona, 2006.
10
C.Pazos. Garabatos y Zarpazos. Libro para colorear. Universitat de Barcelona. Barcelona, 2004.
p.200. La cita corresponde al año 2000.
11
Idem. p.186
12
Giorgio Agamben. El hombre sin contenido. Altera. Barcelona,1998. pp 106 y 111. Aunque parezca
anecdótico, nos parece ahora interesante acentuar el explícito interés que Pazos ha declarado por el
“limbo” (ver la entrevista con Pablo Ramírez en Carlos Pazos. Un elefant als llimbs. Centre d’Art Santa
Mònica. Generalitat de Catalunya. Barcelona, 1993. p.71)
8
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un already-made13 sin fondo, una ficción tentadora pero que sólo contiene
vacíos; un precipicio hacia nada. El archiconocido silencio de Duchamp es un
modo de responder a esa constatación; en su lugar, Warhol resuelve este
encuentro fallido con lo real mediante la más literal parodia del nihilismo
capitalista: si lo real no puede ser representado sino sólo reproducido, entonces
que la reproducción sea siempre exactamente la misma, “porque cuanto más
mira uno a la misma cosa exacta, más se aleja el significado y mejor y más
vacío se siente uno”14 . Carlos Pazos no optara por el silencio literal sino por un
vacío tan voluptuoso como el warholiano, pero con una peculiaridad: será él
mismo el objeto del deseo inalcanzable, el original imposible.
2
Cuando Carlos Pazos es interpelado sobre su formación inicial no duda
en afirmar que, sustancialmente, “no quería ser artista, no quería nada; ser
nada, ser star15. Más adelante deberemos volver a esta curiosa identificación
entre el “ser” y el “star” ya que ofrece una clave suficientemente elocuente para
interpretar la célebre serie Voy a hacer de mi una estrella (1975). Lo que nos
importa acentuar ahora es esta explícita confesión de su atracción por nada, lo
que lo convierte en uno más de los “acompañantes” de Bartleby, -el personaje
de Herman Melville que tozudamente se instala en la afirmación I Would prefer
not to [preferiría no hacerlo]-, toda una legión que Enrique Vila-Matas catalogó
recientemente16. La referencia a Enrique Vila-Matas no es para nada azarosa ni
arbitraria. El escritor y Carlos Pazos –así como otros autores de la misma
generación que de antemano podrían parecer muy ajenos a Pazos17 comparten, para continuar parafraseando a Vila-Matas, el “mal de Montano”18;
es decir, la paradoja de utilizar la literatura, u otro dispositivo lingüístico, para
afirmar que renuncian a cualquier tentación de decir algo. Esta peculiar
patología es lo que, con anterioridad, avanzábamos bajo el epígrafe de una
estética del silencio.
La estética del silencio ha sido tematizada en numerosas ocasiones19.
Su origen ha de entenderse como una respuesta inmediata a la imposibilidad
de continuar aspirando a una representación objetiva del mundo que, por ende,
podría permitir reconciliarse con él. En consecuencia, se trata de una actitud
que crece bajo la fractura de la supuesta correspondencia entre el lenguaje y
las cosas que cancela la modernidad y abre todas las brechas de la llamada
crisis de la representación. No se trata pues de un silencio “perfecto”,
concebido como una táctica ascética en la que se renuncia al lenguaje para
garantizar un acceso a la verdad, sino de un silencio “imperfecto”20, cargado de
13
Usurpamos el concepto de Abigail Solomon-Godeau. “La fotografía tras la fotografía artística” en
Brian Wallis (ed).Arte después de la modernidad. Nuevos planteamientos en torno a la representación.
Akal. Madrid, 2001. p.76
14
Andy Warhol / Pat Hackett. POPism: The Warhol’60s. Harcourt Brace Jovanovich. New York, 1980.
p.50.
15
Potser no volia ser artista. Temps d’Art. Barcelona, 2005, p.6
16
E. Vila-Matas. Bartleby y compañía. Anagrama. Barcelona, 2000.
17
Nos referimos a pensadores como Félix de Azúa, quien evocó el clima de esa generación “alienada
espiritualmente” en la Historia de un idiota contada por él mismo. Anagrama. Barcelona (1986) y Diario
de un hombre humillado. Anagrama. Barcelona (1987)
18
Enrique Vila-Matas. El mal de Montano. Anagrama. Barcelona, 2002.
19
Nos limitamos a mencionar los trabajos de Franco Rella. El silencio y las palabras. Paidós.
Barcelona,1992 y de Sergio Givone.Storia dell nulla. Laterza. Roma-Bari, 1996.
20
Ugo Volli. Apología del silenzio imperfecto. Feltrinelli. Milán, 1991.
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ruido y rumores mediante los cuales se expresa ese “desgarro” que atraviesa
toda actividad productiva, condenada a engendrar la contingencia del readymade o la reproducción “exacta” y “vacía” del pop. Los modelos para ilustrar
este ruidoso silencio podrían ser numerosos, especialmente en el ámbito
literario (desde Hoffmanstal y Mallarmé hasta Beckett y Thomas Bernhard),
pero quizás sea interesante mencionar aquí a Marcel Broodthaers; al menos
por lo que representa añadir su nombre a la secuencia Duchamp-Warhol con la
que definíamos el paradigma que abriga a la estética del silencio. Para ello, lo
que nos interesa ahora de Broodthaers no es tanto el enorme potencial de su
trabajo en cuanto a deconstrución de todas las mediaciones que afectan a la
idea del arte, sino su peculiar atracción por nada; tal y como se expresa en el
imposible texto de La Pluie (1969), tan sorprendentemente cercano a la acción
del propio Carlos Pazos sacudiendo inútilmente el polvo de un piano en un loop
infinito21; o los elogios de Broodthaers, de nuevo, a favor del pop y el nuevo
realismo como demostraciones de la única y escuálida “trascendencia” posible:
“volviendo a poner los pies en el suelo” y permitiendo al hombre “reintegrarse
en lo real” mediante la literalidad del “hallazgo puro” de objetos sin fondo22.
Este es el ruido más siniestro – aunque Broodthaers lo optimiza- que crece en
la estética del silencio: el triunfo de la literalidad que impide decir nada; apenas
a uno mismo. En efecto, como intentaremos plantear a continuación, en el
caso de Carlos Pazos, este decir nada que organiza la poética del silencio,
toma al propio sujeto como objeto de su reflexión. Al modo de su admirado
Scott Fitzgerald – “me conozco mi mismo, pero eso es todo”23 – o como
también expresara Warhol – “si se quiere saber todo acerca de Andy Warhol,
simplemente miren la superficie de mis cuadros y películas y a mi, y ahí estoy.
No hay nada detrás”24- Carlos Pazos entiende su quehacer como el intento de
realizarse y contarse a sí mismo, aunque ninguna de las dos operaciones
consiga más que rumorear intentos fallidos. Le gustaría no hacer nada;
ahorrarse ese “cansancio” de intentar “contar algo”25, pero no puede sustraerse
de contar al menos, con una nostalgia de cupletista, que nada de lo que querría
detener permanece en las imágenes o en los objetos que produce.
3
En 1975 Carlos Pazos realiza la célebre serie Voy a hacer de mi una
estrella que expondrá al año siguiente en la Sala Vinçon. El trabajo consta de
veintiuna fotografías en las que el propio Pazos aparece ataviado acorde a los
parámetros hollywodienses como una estrella cinematográfica bañada de
glamour. La crítica quedó un tanto perpleja ante este gesto tan lejano de los
presupuestos conceptuales pero, a pesar de todo, pudo salvar la papeleta
interpretando el trabajo como una crítica explícita a los arquetipos consumistas
impuestos por la industria del star system26. La lectura, naturalmente, parece
21
Nos referimos al personaje que encarna Pazos en la película Pianito (1999) de Jordi Colomer
Marcel Broodthaers. “Como la mantequilla en un sándwich” (1965), reprod. En Marcel Broodthaers.
Munseo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Madrid, 1992. p. 72.
23
F. Scott Fitzgerald. A este lado del paraíso (1920). Alianza. Madrid, 2003
24
Gretchen Berg “ Andy: My True Story”. Los Angeles Free Press. 17 marzo 1963. Citado en Hal Foster.
El retorno de lo real. Akal. Madrid, 2001. p. 132 nota 6.
25
Carlos Pazos “Algo que contar, no un espacio que ocupar” (1995), en Garabatos y Zarpazos. ob cit.,
p. 111.
26
Alexandre Cirici. “Fer-se una estrella. Una crítica visual del star system”.Serra d’Or. Núm 225, 1978.
pp.47-49
22
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lícita a primera vista y en ese mismo momento; pero hoy, con la perspectiva de
conocer toda la evolución del trabajo de Carlos Pazos, es posible revocarla
sustancialmente.
La serie de fotografías de 1975 no era un trabajo aislado. Si en la acción
Modelos de escultura, realizada el año anterior, ya se detecta una cierta dosis
de exhibicionismo, estetizándose así mismo mediante la recreación
performativa de distintas esculturas clásicas, ahora esta nueva y rotunda
“exposición” de si mismo ya no es explorativa sino conclusiva: el modelo a
emular ya no es ningún atleta de pastorales sino la estrella cinematográfica. Así
pues, los veintiún autorretratos no ironizan críticamente unos determinados
arquetipos sino que parece que forjan la imagen de un deseo. Carlos Pazos
construye una imagen para sí mismo que se complementará con otros trabajos
inmediatos, especialmente con la acción The Floor of Fame (1978) y los
numerosos objetos de Conocerle es amarle en 1977 (el single Carlos Pazos
canta, el sello Como si fuera esta noche la última vez,…). Con esta misma
perspectiva, la fotografía de 1976 Estoy penetrando en tu vida sugiere
claramente una doble dirección: un seductor Carlos Pazos pretende
hipnotizarnos con una atrayente imagen de sí mismo, pero el principal
destinatario de este proceso de seducción es el propio Carlos Pazos, sometido
a una transformación operada por el propio deseo de reconfigurarse como una
estrella. Lo imprescindible ahora es precisar el significado de este querer ser
“estrella”.
La voluntad de ser una “estrella” es, en realidad, una forma de diluirse en
una imagen. Si recuperamos esa curiosa afirmación de Pazos que
identificaba su inicial deseo de nada con ser “star” y la cotejamos con otro
peculiar aforismo suyo de 2001 según el cuál “Ser es STAR”27 , vemos como
una regla de tres muy simple obliga a identificar a su vez “nada” y “star”. Una
“estrella” es la expresión de la ausencia de original. Es la representación de
nada, de la ausencia misma de realidad, el lugar de la cual ha sido ahora
ocupado por un artificio, una pura imagen. No es una crítica a la industria del
espectáculo sino un gesto de hastío, un episodio del mal de Montano de
alguien que, al optar por practicar un arte de la vida, se ve abocado a hacer un
arte de nada. “La técnica no me interesa, mis constantes son yo y más yo. El
ego por encima de todo”28; pero cuando esa necesidad de “exhibirse” no
encuentra un “original” lo construye de nada, mediante un enorme artificio,
como imagen hiper-embellecida de si mismo y, de algún modo, para huir de sí
mismo. La “estrella” Pazos no es tanto el producto de un esfuerzo por construir
un personaje como un modo de ocultarse tras él, de acallarse y de ocultarse de
sí mismo. Sí forja la imagen de un deseo, pero el de la inacción o el deseo de
nada. El tedio que produce la tensión entre “ser y “estar” se disuelve en la
construcción de una imagen ”star”. En realidad, se limita a seguir la que ya se
intuye en las series de Warhol a partir de las estrellas del cine o del rock: “vista
la singular realidad de la imagen que el fenómeno estrella cinematográfica
implica, la lógica está no en retratar a la persona, sino a su imagen”29. El
glamour de las estrellas, de Marilyn, de Elvis o de Pazos que quiere hacer de sí
27
Carlos Pazos. “¿Ser o estar?. Ser y estar. Ser STAR”, en Garabatos y Zarpazos. op cit. p. 228.
Citado en Julià Guillamón. “El gabinete del Dr. Llopis”. Espais Obrats. Diputació de Barcelona.
Museu d’Art Contemporani Barcelona. Barcelona, 2003, p.223.
29
Michael Luthy. “El retorn aparent de la figuració”. En Andy Warhol. Fundació Joan Miró. Barcelona,
1996. p.31
28
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una estrella, aparece como una suerte de episodio de dandysmo en tanto que
impostación de una belleza propia que substituya la ausencia de belleza
original; como una imagen exquisita, inútil y diletante que permita
“desaparecer” tras ella. Frente al spleen que obliga a asistir a una continua
huida del original, del momento de la belleza o del sentido, se impone la
expresión de ese vacío ocupándolo con la imagen más literal pero todavía
atractiva: la imagen “estrella”. La auto-estetización como “estrella” permite
exponer una diferencia, una distinción; pero no como acto afirmativo sino como
medio de desaparición tras una literalidad atractiva y seductora. También
Marcel Duchamp lo empleó reiteradamente, y no sólo multiplicando su
identidad mediante la creación de Rrose Sélavy, sino con los mismos readymade, un “jueguecillo entre mi y yo (…) para alejarme de mí mismo”30.
Naturalmente, todavía hay otro gran exhibicionista que tampoco crítica al
espectáculo sino que lo practica para aplacar sus desgarros psicológicos: el
denostado Salvador Dalí que Carlos Pazos no tiene inconveniente en celebrar:
“Ese es el Dalí que me interesa. El Dalí precursor de la figura del artista como
espectáculo y del espectador como fan. Un Dalí que, y no me pongan grandes
problemas teóricos, conecta con Duchamp”31.
En el mismo momento que Pazos realiza la serie Voy a hacer de mi una
estrella, Cindy Sherman realiza también sus primeras series de autorretratos;
pero, a diferencia de Pazos, Sherman se somete a una mirada ajena – a veces
orientada desde la misma industria de la moda y el espectáculo- que socava su
esfuerzo por controlar la identidad32. Carlos Pazos, por el contrario, comanda
perfectamente la construcción de su personaje, de su imagen. Mientras Cindy
Sherman, en sus trabajos entre 1975 y 1982, se sitúa en la investigación de la
identidad como algo que puede deconstruirse analíticamente; Pazos trabaja la
identidad como algo que puede construirse/ocultarse metódicamente, como
hicieron el dandy baudelaireano o la identidad múltiple de Duchamp. Pazos y
Sherman operan quizás en el gran marco de reflexión sobre las políticas de la
identidad que tanto interesa a determinada neovanguardia; pero sus
respectivas posiciones son muy distintas a pesar de que puedan compartir
escenario33. En el trabajo de Carlos Pazos no es posible reconocer un
cuestionamiento de la identidad como algo dado; o una crítica de la reducción
de la identidad a estereotipos que ficcionalizan el yo; todo lo contrario, la
construcción de una identidad exhibicionista y narcisista remite a una
necesidad de vivir bajo un simulacro que distraiga a la vida, que la soporte
como pretexto para ocuparse en la producción de una imagen suficientemente
preciosa para disimular la atracción por nada. Al fin y al cabo, el disimulo
(eironeia) es la ironía que permite distanciarse de aquello que perturba; pero
también, por eso mismo, es el lenguaje del melancólico, de aquella “voluptuosa
búsqueda de la inacción”34 que el mismo Pazos reconoce en la acción Bonjour,
melancolía (1980) y, sobre todo, respetando incluso las convenciones
iconográficas en la representación del saturnismo, en Milonga (1980).
30
Citado en Calvin Tomkins. Duchamp. Anagrama. Barcelona,1999.p.179
Carlos Pazos. Garabatos y zarpazos. ob cit. 298. La reflexión la realiza en el marco de un coloquio
sobre la figura de Dalí durante el Año Dalí (2004), un contexto en el que también participa en la
exposición Dalimitar. Museu de l’Empordà. Figueres, 2004.
32
Puede consultarse Cindy Sherman. Rizzoli. New York, 1993.
33
La vinculación entre ambos ya fue reconocida al presentar conjuntamente sus trabajos en
Micropolíticas. Arte y cotidianedidad 2001-1968. Espai d’Art Contemporani de Castelló. Castellón, 2003.
34
Carlos Gurméndez. La Melancolía. Espasa. Madrid, 1990. p.13
31
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4
Cuando en 1989 Carlos Pazos presenta una antológica de su trabajo en
la Sala Metrònom de Barcelona35, organiza su producción en los capítulos
“Nostalgia del tiempo no vivido” (para el periodo 1975-1980) y “A cuentas con la
memoria” (para los años comprendidos entre 1981 y 1989). Ni la división ni los
epígrafes que utiliza son arbitrarios; efectivamente, tras una estancia en Nueva
York durante 1980 y 1981, la producción de Carlos Pazos padece un
importante viraje hacía el collage y el assemblage, utilizando un abanico de
objetos que todavía pertenecen a un universo diletante, pero que abre unas
coordenadas distintas de sus anteriores juegos identitarios.
El interés por el objeto no es, desde luego, nada absolutamente nuevo
para Carlos Pazos. En 1976 ya participó en “Objecte. Primera antología
catalana de l’art i l’objecte” en la Fundació Joan Miró; por otra parte, en el
contexto internacional, las prácticas pop y neodadaistas hacía ya un par de
décadas que habían despertado incluso un interés museográfico por el tema36
que generalizó el conocimiento de las poéticas objetuales. Pero los trabajos de
Carlos Pazos no participan, en realidad, de la ortodoxia del assemblage pop y
neorrealista, interesados explícitamente en el objeto industrial, el desecho y el
affiche. De algún modo, las prácticas objetuales más reconocidas lo hacen
como modalidades de la idea vanguardista de montaje; es decir, priorizando
una ruptura definitiva de la representación mediante la acumulación de
fragmentos incapaces ya de remontarse a su propio origen. Para decirlo con
Benjamin, en el montaje, el artista “no tiene nada que decir; solo quiere
mostrar; sin robar nada precioso ni apropiarse de fórmulas espirituales, se
ocupa de desperdicios; y no para hacer un inventario, sino para permitir que se
las haga justicia de la única forma posible: utilizándolos”37. Carlos Pazos, sin
embargo, sí hace inventario; los objetos con los que opera no son meramente
rescatados por sus valores plásticos para una nueva construcción (a la manera
mironiana) o por su facilidad para generar asociaciones poéticas (según la
fórmula daliniana), sino que el potencial evocativo de los objetos remite al
tiempo vivido, a la experiencia huidiza que no puede detenerse más allá de sus
huellas objetuales. El propio Pazos lo expone por aquel entonces de un modo
suficientemente explícito: “Slogan. Un objeto=un recuerdo”, para añadir de
inmediato “¡Maravillosa fidelidad, la de los objetos!”38. No se trata pues de una
poética del fragmento sino que parece, por el contrario, casi de una poética del
documento. De ahí que Pazos hable literalmente de “souvenirs”: “el recuerdo
es lo que has perdido, el souvenir lo que tienes”39. El fragmento procede de una
unidad perdida que ya no es siquiera conmemorada; con él solo pueden
ensamblarse nuevas construcciones que han de funcionar en sí mismas; el
“souvenir”, por el contrario, es un instrumento para un arte de la memoria; un
sustituto del instante perdido. La estrella era la pura imagen sin original y,
35
Carlos Pazos. No hay replay. Metrónom. Barcelona, 1989.
Recuérdense las muestras The Art of Assemblage (MOMA,1961), L’Objet (Paris,1962) o The Object
Transformed (MOMA,1966).
37
Walter Benjamin. “Das Passagen Werk”. Citado en Georges Didi-Huberman. “La imagen irrumpe: la
historia se desmonta, el tiempo remonta”. En Arte y Tiempo. Centre de Cultura Contemporània de
Barcelona. Barcelona, 2000. p.37.
38
Carlos Pazos. Garabatos y zarpazos. op cit. p.31 y p.38. Ambas citas corresponden a 1981.
39
Ibidem., p.111.
36
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ahora, el souvenir aparece como objeto sin fondo; dos modos de amputación
que conducen a casi nada.
En 1984, Pazos realiza la serie en papel “Regreso del país de nunca jamás”,
una serie de “cromos” donde se hacen conjugar una panoplia de imágenes del
mismo modo que se ensamblan recuerdos en los trabajos objetuales; en
ambos casos, ya sean dibujos u objetos, se sublima la experiencia intentando
objetivarla casi con un impulso fáustico – Detente instante, eres tan bello!- con
el que se intenta aplacar la evidencia de que No hay replay. La naturaleza
edípica del tiempo, esa insensatez por la cual cada instante es devorado por el
futuro inmediato, apenas si puede remediarse con el método Sindetikon40 – una
cola de uso doméstico, habitual en su infancia- que instruye las construcciones
del artista; una prueba más de la voluntad de Pazos de “reparar” lo perdido.
Pero, ¿en que consiste ese extraordinario pasado que exige esta colección de
souvenirs? La hipótesis es que no hay pasado; por eso “el miedo es libre”41.
Los trabajos de estos años están repletos de despedidas, de desamores, de
supuestas rutas por remotos desiertos,…pero, a fin de cuentas, “Que más da”
(1987); no son propiamente objetos que funcionen literalmente como anclaje a
experiencias reales. En realidad son nuevas raciones de soledad, producciones
de l’ennui abocado a contestar la nada de un modo tan intempestivo como
Bouvard y Pécuchet, acumulando sin rumbo. La diferencia reside en que la
ingenuidad que sufren los personajes de Flaubert los lanza hacia el vértigo de
las ciencias y las humanidades, mientras que Pazos, en su lugar, se aplica en
una muy concreta modalidad de paraísos artificiales : guitarras eléctricas,
noches de neón, osos de peluche y pieles de cocodrilo. Naturalmente, la lista
no es más que el correlato contemporáneo, filtrado por el pop industrial y la
cultura de los media, de los enseres que utilizara Des Esseintes en “A
rebours”(1884) para construir su particular torre de marfil, cámara de tortura o
espacio del onanismo. La utilización de los objetos articula, como decíamos, un
arte de la memoria; pero de la memoria de nada real o, en el mejor de los
casos, de la memoria del artificio. No se trata pues de evocaciones del pasado
añorado, sino de armamento para soportar el peso del tiempo. Los souvenirs
son el equipaje para desarrollar el ingenio “contra natura (à rebours)”, para
paliar “el aburrimiento que no es otra cosa [que] la disolución del dolor en el
tiempo”42. “Nostalgia del tiempo no vivido” rezaba el título que recogía los
trabajos de la época del star system; ya sin engaño, el mundo de las estrellas
era pues el mundo de la construcción artificial que ni siquiera lo representaba a
sí mismo, y “A cuentas con la memoria” (el título que acogía la producción entre
1981 y 1989) es, en consecuencia, una suerte de confesión de que no hay
recuerdos sino una chillona desobediencia frente al paso vacío de un tiempo
vacío. El mismo pavor frente al tiempo que ahora puede permitir que los ecos
de las viejas estrellas del cine o del rock se encarnen en “Lola de Huelva”
(1990). Cuando en 1992 Carlos Pazos se ve forzado a redactar una especie de
statement que resuma su poética objetual, la mención al recuerdo ya ha
desaparecido; lo importante, afirma ahora, es el esfuerzo para proyectar sobre
ellos nuestra creatividad artificiosa : “La cotidianeidad nos marca ciertas rutas
40
Con este titulo recoge Pazos sus trabajos de collage. Sindetikon. Carlos Pazos. Sala Amarica.
Diputación Provincial de Teruel. Museo Universidad de Alicante. 2000.
41
Título de una serie de trabajos de 1990. Pueden consultarse en Carlos Pazos. Un elefant als llimbs.
Centre d’Art Santa Mònica. Barcelona,1993.
42
Ernst Jünger. Sobre el dolor. Tusquets. Barcelona, 1995. p.30
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de objetos: el objeto encontrado, el objeto buscado. Interrogar la capacidad de
evocación de los objetos, hurgar en la satisfacción inmediata que producen los
más inverosímiles. Indagar en el disgusto de saber que quizás nos gustan los
que no nos gustan. Almacenar, clasificar y violentar objetos para fijar la baba
de nuestro recorrido”43. La vecindad con el objeto surrealista parece pues
mucho más llamativa que su posible cercanía con los materiales que se
utilizarían para el collage y el assemblage pop, cargados de azar en ocasiones,
pero habitualmente ajenos a la voluntad de vehicular y “perfumar” a la
subjetividad para ocultarla de nada.
5
La vulnerabilidad del cuerpo, sometido a toda suerte de posibles
desventuras, ha sido un tema muy recurrente en el arte contemporáneo. Carlos
Pazos, al desarrollar ese peculiar arte de la memoria que arrancaba de la
construcción artificial de sí mismo, también se sitúa en unas coordenadas
parecidas, pero para lamentar la enfermedad de estar sujeto inevitablemente al
tiempo vacuo. Las constantes referencias a un universo infantil, donde la
construcción artificial – dibujar, colorear, caligrafiar,…- podía resolverse sin
consciencia de abismo vital, se tornan dramáticas a medida que se adquiere
consciencia del cuerpo humillado por el paso inexorable del tiempo (¡El cuerpo
es una humillación! ¿Por qué no te cortas la cabeza?”, 1989).
La postura infantiloide que Pazos adopta a menudo, lo arrastra hacía lo camp y
lo kitsch, en tanto que exageraciones con las que detener al tiempo que
podrían vulnerar la hipocresía del buen gusto adulto; pero en otras ocasiones,
esa misma actitud – como sucede con Mike Kelley o Paul McCarhty – se
desliza hacía lo abyecto. Parece que hubieran episodios de adulto infantilizado
y otros, anunciados muchas veces como una sintomatología (“Naufragamos,
Peter Pan”; 1987), en los que al adulto no le queda más remedio que jugar a
una niñez perversa, proclive a lo obsceno y escatológico, deconstruyéndose a
sí mismo hasta exhibir un gusto por lo bajo y lo vil. Buena parte de los “Juegos
Reunidos” (los trabajos realizados a cuatro manos con Luis Ros desde la
segunda mitad de los noventa) son la mejor prueba de ello, pero desde mucho
antes se pueden rastrear elementos de esa naturaleza. En ocasiones, incluso
resuenan sugerencias a la decadente vileza del suicidio y del homicidio,
aunque sea con unos camuflajes que les otorgan una dimensión claramente
escenográfica – inventariando pistolas como joyas o multiplicando toda suerte
de navajas -. Lo abyecto es precisamente esa categoría que permite exponer
de par en par la estructura traumática del sentimiento de nada, reducido a la
evidencia de un “origen [y final] del mundo”44 situado en la entrepierna. Nada
fundamental hay por decir; aunque para expresarlo no quepa la menor tregua.
43
Redactado como propuesta de taller para el Círculo de Bellas Artes en 1992. (Carlos Pazos. Garabatos
y Zarpazos. op. cit. p. 89)
44
Nos referimos a la célebre pintura de Gustave Courbet. L’origine du monde, 1866
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