Campo de Montiel Entre el Islam y el Cristianismo

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RECM
Extra
1
Campo de Montiel
1213
Entre el Islam y el Cristianismo
Pedro R. Moya-Maleno y David Gallego Valle (coords.)
CAMPO DE MONTIEL 1213:
Entre el Islam y el Cristianismo
Ficha Catalográfica
Campo de Montiel 1213: Entre el Islam y el Cristianismo. Actas del Congreso
del VIII Centenario del inicio de la Conquista Cristiana del Campo de Montiel
(1213-2013) /
Pedro R. Moya-Maleno y David Gallego Valle (coord.)
Revista de Estudios del Campo de Montiel / Vol. 1 Extra (2015).–
Almedina: Centro de Estudios del Campo de Montiel, 2015.
170 x 227 mm.
304 pp.
Volumen Extra, 1
ISBN: 978-84-608-2844-0
ISSN electrónico: 1989-595X
ISSN papel: 2172-2633
III. Centro de Estudios del Campo de Montiel
© De los contenidos: los autores.
© De la edición:
Centro de Estudios del Campo de Montiel -CECM
Plaza Mayor, 1
13328 - Almedina
Ciudad Real, España
[email protected]
Este libro ha sido editado para ser distribuido. La intención del CECM es que sea utilizado lo más ampliamente posible y que, de reproducirlo por partes, se haga constar el título, la autoría y la edición.
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Imprime:
Consejo Asesor
Dr. Jesús Molero
Dr. Pedro R. Moya-Maleno
D. David Gallego Valle
Maquetación
Pedro R. Moya-Maleno
Campo de Montiel 1213:
Entre el Islam y el Cristianismo
Actas del Congreso del VIII Centenario del inicio de la Conquista Cristiana del Campo de Montiel (1213-2013)
Pedro R. Moya-Maleno
David Gallego Valle
(coords.)
REVISTA DE ESTUDIOS DEL CAMPO DE MONTIEL Extra 1
Colabora
Índice
Págs.
PRESENTACIÓN
1
El Congreso
3
Actas
David GALLEGO VALLE
Del emirato a la conquista cristiana: propuesta de reconstrucción del paisaje
histórico del Campo de Montiel (ss. IX-XIII) .................................
9
Ángela MADRID MEDINA
Los orígenes de la presencia de la Orden de Santiago en el Campo de Montiel
55
María del Pilar CALZADO SOBRINO
Documentación de la Orden militar de Santiago durante la conquista cristiana:
el fondo documental de Uclés en la Edad Media .................................
75
Pilar MOLINA CHAMIZO
Reconquista y Repoblación en el Campo de Montiel. Los primeros espacios para
el culto cristiano. Capillas, iglesias y parroquias (siglos XIII-XIV) ......................
89
Pedro R. MOYA-MALENO
Procesos de reconquista, repoblación y abandono medievales en el Campo de
Montiel: la aldea fortificada de Peñaflor .................................
111
Beatriz ARIAS SÁNCHEZ
Las dehesas del Campo de Montiel en la Edad Media .................................
171
Carlos CAMPAYO GARCÍA, Pedro R. MOYA-MALENO y Ángel D.
BASTOS ZARANDIETA
Territorio y comunicaciones bajomedievales en el Alto Valle del Jabalón durante
el siglo XIII: experimentalidad y propuestas .................................
189
Honorio J. ÁLVAREZ GARCÍA, Luis BENÍTEZ DE LUGO ENRICH, Jaime
MORALEDA SIERRA y Enrique MATA TRUJILLO
El castillo de Terrinches. Avance de resultados de la investigación arqueológica
233
Págs.
Miguel TORRES MAS y Luis BENÍTEZ DE LUGO ENRICH
El castillo de los Baños de Cristo: una fortificación estratégica en el mundo
bajomedieval del Campo de Montiel .................................
265
Carlos J. RUBIO MARTÍNEZ
El Campo de Montiel como demarcación territorial en la Edad Media. En torno a
la formación del Campo de Montiel .................................
279
Ángel D. BASTOS ZARANDIETA, Pedro R. MOYA-MALENO y Carlos
CAMPAYO GARCÍA
Arqueología del Castillo de Salvatierra o Cinco Esquinas (Cazorla, Jaén) y las
comunicaciones medievales con el Campo de Montiel .................................
289
Presentación
En el verano de 1213, una cabalga contra la frontera dirigida por el rey Alfonso VIII conquistaba el
castillo de Eznavexor (Villamanrique), tras el cual caerían la cercanas plazas de Alcaraz y de Riopar
(Albacete). Esta expedición fue consecuencia y culminación de la cruzada de las Navas de Tolosa
del año anterior, lo que permitía a la monarquía castellana iniciar el asalto definitivo al valle del Guadalquivir. Una ocupación que, no obstante, habrá de esperar a Fernando III para hacerse efectiva.
Esta emblemática fecha supuso por tanto el inició del proceso de incorporación del Campo de
Montiel a los dominios de la Corona de Castilla, que se completaría en 1227 con la toma del castillo
de La Estrella (Montiel). El reto de la feudalización de estas tierras fue asumido por la Orden de
Santiago por donación regia, lo que supuso que los freires se enfrentarán a la colonización de un
nuevo espacio fuertemente islamizado desde época omeya y que en el momento de la conquista
aún contaba con una importante red de fortalezas, así como con una población nada desdeñable,
que posteriormente tendría su reflejo en la histórica comunidad mudéjar que poseyó esta zona hasta
fines del Medievo.
A partir de este momento se fue produciendo un lento desarrollo repoblador por parte de la Orden
que abarcaría prácticamente todo el siglo XIII, transformándose el antiguo paisaje islámico en un
espacio de marcado carácter feudal. Fiel reflejo de este cambio sería la reactualización y levantamiento de una serie de fortificaciones para la defensa y articulación del territorio, así como de
todo un conjunto de pueblas que debían servir para atraer a los nuevos pobladores cristianos. No
obstante, desde el primer momento este proceso no debió resultar fácil, ya que desde el punto de
vista territorial los santiaguistas debieron enfrentarse a las aspiraciones territoriales del concejo de
Alcaraz que reclamaba gran parte de las tierras del Campo de Montiel como propias, así como en
lo religioso con el Arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada, quien choco con los freires en lo
tocante a la disputa por las rentas de las recién creadas iglesias de esta comarca.
A pesar de estas dificultades la Orden de Santiago fue consiguiendo un asentamiento pleno en
estas tierras a lo largo del siglo XIII, lo que le sirvió como plataforma para la conquista de la Sierra
de Segura completada en 1243, para posteriormente obtener una posición privilegiada para iniciar
el asalto al reino de Murcia, ya en el reinado de Alfonso X. Bien es verdad que a pesar de estos
avances, las nuevas posiciones cristianas de estos territorios se vieron puestas aprueba con la
extensión del conflicto de la revuelta mudéjar de 1264 así como por las razias de los benimerines
en la década de 1270.
A propósito de la efeméride del octavo centenario del inicio de la conquista del Campo de Montiel,
1213-2013, la Universidad de Castilla-La Mancha y el Centro de Estudios del Campo de Montiel,
se propusieron la celebración de un congreso para conmemorar la misma y reunir en la misma a
importantes especialistas sobre este periodo, tanto en lo relativo al estudio de las fuentes como a los
principales equipos arqueológicos que trabajan actualmente en la comarca en proyectos asociados
a la cronología que nos ocupa. La intención por parte del comité organizador era clara, la realización de una puesta al día de todos los conocimientos que se estaban extrayendo de las distintos
investigaciones, de cara a llenar un vació historiográfico que hasta la fecha no había sido abordado.
El congreso se celebró en la localidad de Montiel, entre los días 27 y 28 de abril de 2013. En
ese fin de semana, en un importante ambiente de camaradería e implicación de todos los equipos
científicos y asistentes, se realizaron las distintas sesiones y se llevaron a cabo numerosos debates
que ayudaron a enriquecer las aportaciones realizas en conferencias y comunicaciones. La guinda
a estos días de intenso trabajo fue la visita a la cercana fortaleza de Terrinches, recientemente
rehabilitada y convertida en centro de interpretación de la Orden de Santiago.
Las actas que presentamos en este monográfico, bajo el título Campo de Montiel 1213: Entre el
Islam y el Cristianismo, recogen las aportaciones de la mayoría de las conferencias y comunicaciones
que se expusieron en estas jornadas científicas así como alguna otra que se ha incorporado posteriormente. Todas ellas, a modo de volumen monográfico, constituyen también el primer número
extra de la Revista de Estudios del Campo de Montiel. Es satisfactorio comprobar la importancia de los
avances que desde los distintos ámbitos del conocimiento se han realizado en estos últimos años,
los que nos abre un nuevo periodo en la investigación superando definitivamente la visión de “un
territorio desolado y sin apenas población que se encontraron las huestes cristianas en 1213”, tan
manido por la historiografía tradicional.
El lector podrá encontrar en este volumen un total de trescientas cuatro páginas en la que se
incluyen once artículos que, desde distintas aportaciones y enfoques, intentan reconstruir el periodo
previo a la conquista, el proceso de ocupación del territorio, así como todo el desarrollo de la implantación feudal santiaguista en todas sus vertientes: administrativa, económica, religiosa, defensiva,
representación del nuevo poder de las órdenes militares, etc.
Este monográfico intenta recoger en un orden cronológico y temático las once aportaciones. Comienza con un intento de reconstrucción del territorio islámico previo a la conquista desde diversas
fuentes, para continuar con dos importantes estudios que desde la documentación escrita intenta
abordar los primeros momentos de la conquista y la implantación de la Orden de Santiago. El estudio de fortificaciones como las Terrinches o los Baños del Santo Cristo, aldeas amuralladas caso de
Peñaflor, la importancia de la red parroquial santiaguista, o el análisis y reconstrucción de las vías
de comunicación así como la fundamental vertiente ganadera de la Orden, sirve a las siguientes seis
investigaciones para intentar reconstruir el paisaje medieval de la comarca en el siglo XIII e inicios
del siglo XIV. Finalmente el lector podrá adentrarse en una propuesta de reconstrucción del Campo
de Montiel histórico, algo siempre complejo, para culminar este monográfico con una investigación
de las tierras más allá de Sierra Morena, íntimamente ligadas a esta comarca desde la antigüedad
por la caminería y por los diversos avatares políticos que sufrieron en la Edad Media.
No queremos finalizar la presentación de esta monografía sin dar las gracias a todas las instituciones que colaboraron en la realización de este congreso, tanto a la Universidad de Castilla-La
Mancha y al Centro de Estudios del Campo de Montiel como organizadores, así como al Ayuntamiento de Montiel por el patrocinio en lo económico y la cesión de instalaciones, y a la Diputación
Provincial de Ciudad Real, artífice de la impresión de toda la cartelería de este evento. Igualmente,
la colaboración de Caja Rural de Castilla-La Mancha.
David Gallego Valle
Pedro R. Moya-Maleno
El Congreso
Montiel 1213: Entre el Islam y el Cristianismo
Congreso del VIII Centenario del inicio de la Conquista Cristiana del
Campo de Montiel (1213-2013)
Montiel, 27/28 abril de 2013
Organización
Universidad de Castilla-La Mancha
Centro de Estudios del Campo de Montiel
Comité Científico
Dr. Jesús Molero
Dr. Pedro R. Moya-Maleno
D. David Gallego Valle
Patrocinadores
Excmo. Ayuntamiento de Montiel
Colaboradores
Excma. Diputación de Ciudad Real
El congreso, desarrollado en el Centro socio-cultural José Sánchez Mota
(Montiel, Ciudad Real), contó con 6 ponencias y 5 comunicaciones.
La UCLM facilitó el transporte de alumnos y congresistas así como concedió la convalidación de 0,5 créditos ECTS para sus alumnos de Grado y 1
crédito para los de Licenciatura.
Of. Villanueva de los Infantes
El congreso finalizó con una visita guiada al Centro de Interpretación de la
Orden de Santiago, ubicado en el castillo-torreón de Terrinches.
Intervención de ponente durante el congreso.
Visita al Centro de Interpretación de la Orden de Santiago (Terrinches).
Actas
Campo de Montiel 1213
pp. 9-53
Del emirato a la conquista cristiana:
propuesta de reconstrucción del paisaje histórico
del Campo de Montiel (ss. IX-XIII)
David Gallego Valle
Conjunto Arqueológico Castillo de La Estrella, Montiel
[email protected]
Recibido: 3-XI-2014
Aceptado: 19-I-2015
RESUMEN
El periodo de ocupación islámica en el Campo de Montiel (ss. VIII-XIII), ha sido una etapa
tradicionalmente poco conocida y que ha contado hasta la fecha con muy pocos datos debido a
la parquedad de las fuentes escritas y de los escasos estudios realizados. Este hecho contrasta
con las importantes evidencias toponímicas y arqueológicas que están apareciendo en la comarca
encuadradas en esta fase. En el presente estudio recogemos la metodología de trabajo que estamos
llevando a cabo de cara a reconstruir este espacio histórico en época islámica, lo que está permitiendo
tener ya importantes resultados que muestran una zona relativamente estructura y con una densidad
de fortificaciones poco común en comparación con otros territorios manchegos.
PALABRAS CLAVE: Campo de Montiel, Ocupación islámica, Metodología arqueológica,
Fortificaciones, Poblamiento.
ABSTRACT
The period of Islamic occupation in the Campo of Montiel (ss. VIII-XIII), it has been a traditionally
little known stage and that has possessed up to the date little information due to the parsimony of the
written sources and of the scanty realized studies. This fact confirms with the important evidences
toponímicas and archaeological that are appearing in the region fitted in this phase. In the present
study we gather the methodology of work that we are carrying out in order to reconstruct this
historical space in Islamic epoch, which is allowing to have already important results that show a
zone relatively he structures and with a slightly common density of fortifications in comparison with
other of La Mancha territories.
KEYWORDS: Campo de Montiel, Islamic Occupation, Archaeological Methodology, Fortifications,
Settlement Patterns.
David Gallego Valle
1. INTRODUCCIÓN
El periodo comprendido entre la ocupación musulmana del Campo de Montiel
a partir del año 711 y el fin de la conquista cristiana en la emblemática fecha
de 1227, ha sido hasta el momento una fase histórica que se ha movido en la
neblina debido a los pocos datos que la documentación escrita o la bibliografía
que se había aproximado a este tema. Para este periodo las fuentes islámicas son
muy parcas en cuanto a los datos que aportan sobre esta comarca, limitándose
a referencias muy someras y de compleja interpretación. Por otro lado no han
existido hasta la fecha estudios de conjunto sobre esta área desde el punto de vista
arqueológico, por lo que la información que proviene de este tipo de fuentes no
ha sido prácticamente tenida en cuenta hasta los últimos años. Todos este vacío
de información contrasta con la toponimia, ya que se conservan un gran número
de topónimos de origen árabe ligados a las principales poblaciones de la comarca,
fortificaciones, ríos o parajes, lo que nos habla de la profunda islamización que se
debió producir y que sobrevivió a la posterior ocupación cristiana. Además, las
evidencias arqueológicas que en los últimos años han ido saliendo a la luz, nos
hablan de un espacio bien estructurado en el periodo islámico y que contó con una
densidad de fortificaciones poco común para los territorios manchegos.
El objetivo del estudio que presentamos en estas páginas tiene una doble
vertiente. En primer lugar mostrar una propuesta de metodología de trabajo para
el análisis de espacios históricos donde su principal característica es el importante
grado de fortificación con que cuentan, como el caso de esta zona en la fase
islámica. El segundo será, a través del método aplicado, intentar arrojar luz sobre
este periodo, dentro del estado de la investigación en nos encontramos. Hay que
precisar que este trabajo se enmarca dentro del Proyecto de Investigación para el
estudio de las fortificaciones del Campo de Montiel en la Edad Media (ss. VIIIXVI), que se inició en 2012, auspiciado desde la Universidad de Castilla-La Mancha
y autorizado por la Dirección General de Cultura de la Junta de Comunidades de
Castilla-La Mancha, y que actualmente se encuentra en una fase de realización
avanzada.
Este texto está estructurado en varios capítulos con los que intentaremos ir
reconstruyendo la evolución histórica del Campo de Montiel en el periodo islámico.
En primer lugar presentamos un estado de la cuestión con los principales autores
que se han ocupado sobre esta comarca en el periodo islámico que, como veremos,
han basado sus estudios en las fuentes escritas y con un desarrollo de las de carácter
arqueológico muy superficial. En el apartado siguiente mostramos la propuesta de
nuestro método de trabajo, que combina tanto las labores de documentación sobre
fuentes escritas como los estudios arqueológicos de prospección a diversa escala,
además de análisis de paramentos en las fortificaciones con estructuras emergentes
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Del emirato a la conquista cristiana: propuesta de reconstrucción...
y finalmente las excavaciones arqueológicas que estamos acometiendo. En el
siguiente capítulo presentaremos nuestra propuesta de reconstrucción del paisaje
histórico del Campo de Montiel estructurada en tres grades marcos relacionados
entre sí: en primer lugar la reconstrucción de la evolución de los principales centros
de poder a lo largo de este periodo. Seguidamente abordaremos el estudio de los
centros secundarios con el conjunto de alquerías que configuraban el paisaje.
Finalmente analizaremos la camineria de esta zona que sufre una transformación
de los antiguos sistemas viales de época romana.
2. ESTADO DE LA CUESTIÓN
Si por algo se ha caracterizado los estudios sobre el Campo de Montiel en la
Edad Media y, más concretamente los datos aportados sobre el periodo islámico,
es por la parquedad y la continua repetición de la información de unos autores
a otros (Moya-Maleno, 2006). Prácticamente hasta los años sesenta del pasado
siglo XX, sólo se contaba con los estudios aportados por Madoz (1848) y Hervás
(1899), quienes se limitan a dar una visión muy sesgada de esta realidad y con un
discurso prácticamente basado en la leyenda, aunque permiten recoger algunas
noticias que analizadas desde la perspectiva actual son de gran interés, como el
caso del hallazgo de una posible necrópolis islámica en Puebla del Príncipe, junto
al paso del Camino Real de Cuenca a Granada (Hervás, 1899).
No existe prácticamente bibliografía específica sobre la fase islámica en
esta zona, por lo que tenemos que recurrir a aquellos autores que han tratado los
procesos de repoblación cristiana y dentro de la misma los que se han centrado
más específicamente en el estudio del proceso de implantación de la Orden de
Santiago, ya que en la mayor parte de los casos aportan ciertas hipótesis sobre
la estructuración previa del poblamiento antes de la implantación de la nueva
sociedad feudal.
Será ya a partir de la renovación de la historiografía medieval española, cuando
encontramos los primeros estudios rigurosos sobre nuestra zona, eso sí ocupando
un espacio secundario dentro de las grandes obras de investigación. El pionero será
el profesor Lomax, con un trabajo a propósito del litigio entre el azobispo Jiménez
de Rada y la Orden de Santiago (1959) por las rentas de las iglesias del Campo
de Montiel, en el que encontramos una importante nómina de lugares poblados
en el primer tercio del siglo XIII que deben relacionarse con asentamientos
islámicos previos. En segundo lugar su gran obra sobre los santiaguistas, donde
se intenta arrojar algo de luz sobre el periodo previo a la conquista y en especial
sobre el proceso de asentamiento de la nueva realidad feudal (1965). Dentro de
estas mismas líneas de investigación contamos con las tres grandes obras de Julio
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David Gallego Valle
González; la primera dedicada al reinado Alfonso VIII (1960), con un importante
volumen de datos sobre el periodo islámico; la segunda dedicada al proceso de
repoblación de las tierras de Castilla La Nueva (1975) y finalmente su última gran
aportación centrada en el reinado de Fernando III (1986). En esta misma línea no
se puede olvidar la obra de la profesora Rivera (1985) sobre el Priorato de Uclés,
especialmente interesante para nuestro estudio de cara al conocimiento de esta
comarca desde fines del siglo XII hasta bien avanzado el XIII.
Siguiendo los avances aportados por estas obras generales, Corchado (1971)
publicará su ya clásico Avance de un Estudio Geográfico-Histórico del Campo
de Montiel, siendo la primera obra centrada en nuestro espacio de trabajo que
dedicada una gran parte del estudio al periodo medieval. La importancia de la
misma se basa en la recogida de fuentes que realiza y su intento de reconstruir
la historia de los diversos lugares de la zona, tanto centros poblacionales como
diversos elementos del paisaje, pero sin realizar un estudio sobre el terreno de los
mismos. El problema que surge a partir de la publicación de este texto es que será
seguido por prácticamente todos los autores que desde entonces han tratado de
realizar estudios del Campo Montiel, sin realizar las necesarias revisiones críticas
sobre los datos que se aportan en el texto, muchas de ellas basadas en noticias
aportadas por los autores del siglo XIX.
En los estudios específicos sobre el Campo de Montiel en la Edad Media
ha sido la profesora Madrid y Medina, quien desde fines de los años setenta y
prácticamente hasta la actualidad ha sido un referente de la investigación en la
provincia de Ciudad Real. Aunque su tesis realizada a fines de los años sesenta
se centra en el Campo de Montiel en la Edad Moderna, ha publicado también
numerosos estudios sobre esta comarca para el período comprendido entre el
siglo XIII y el XV, fundamentalmente referidos a la Orden de Santiago (Madrid y
Medina, 2004).
Durante los años ochenta se realizan por parte de Ruibal los estudios de
prácticamente todas las fortificaciones de nuestra comarca: La Estrella (1984a),
Eznavexor (1984b), Alhambra (1985), Alcubillas (1986), San Polo y Peñaflor,
Albaladejo (1988), Terrinches (1988), Montizón (1996), Torre de la Higuera (1998)
y Puebla del Príncipe (2005). Estos trabajos son un buen punto de partida para
el conocimiento de estos recintos castrales, aunque son monografías muy breves
compuestos por una reseña histórica y la descripción arquitectónica de los restos
en superficie, destacando el levantamiento de las primeras plantas de los edificios.
Aunque no han tratado de forma monográfica el Campo de Montiel, no nos
podemos olvidar de los trabajos realizados por parte de los principales arabistas
españoles en los que encontramos referencias puntuales a esta comarca. En este
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Del emirato a la conquista cristiana: propuesta de reconstrucción...
sentido hay citar las obras de Huici, en especial la dedicada sobre los hechos de
armas de la reconquista (Huici, 1956). Fundamentales son también los de Vallvé
(1986), siendo el más interesante para esta zona el dedicado a la delimitación
de los territorios de al-Ándalus. La obra de Viguera aborda prácticamente todos
los periodos de la época islámica en España, pero nos interesa sobre todo sus
aportaciones desde la creación de las Primeras Taifas (2006). Finalmente no nos
podemos olvidar de la importancia de las investigaciones de Manzano, siendo
de gran relevancia sus aportaciones al conocimiento de las marcas del Califato
Andalusí (1991).
A partir de los años noventa y especialmente con la celebración del octavo
centenario de la batalla de Alarcos, se va a producir un nuevo impulso en la
investigación. Dentro de catálogo de la exposición realizada en 1995 encontramos
dos importantes capítulos que muestran el estado de la investigación en esos
momentos. El primero de Retuerce (1995: 81-98) centrado en el ámbito islámico,
pero especialmente en las tierras en torno a Calatrava La Vieja, y más concretamente,
el de Izquierdo (1995: 99-112), donde hace un recorrido por las tierras manchegas
en el siglo XII siendo el primero en hablar de la zona montieleña como un espacio
ciertamente poblado y bien fortificado. Dentro de esta misma efeméride, pero ya
en las actas del congreso científico celebrado para la conmemoración de la misma
(Izquierdo y Ruiz, 1996), hay que destacar los trabajos de Buresi y Guichard
(1996) sobre el espacio entre Sierra Morena y La Mancha en época islámica; el
De Ayala (1996) basado en el proceso de asentamiento de las órdenes militares
en el territorio manchego, donde se analiza de una forma muy somera y basada
en las fuentes escritas los antecedentes islámicos; y finalmente el estudio sobre
la implantación de la Orden de Santiago en el Campo de Montiel realizado por
Matellanes (1996).
La publicación de la obra Ciudad Real y su provincia (1996) supuso un cierto
avance para el conocimiento de nuestro ámbito de estudio, aportándose algunos
datos significativos. En el apartado dedicado al periodo islámico el profesor De
Juan (1996) lanza una hipótesis interesante, ya que vinculaba esta zona con la Cora
de Jaén y apuntaba a que la investigación de todo este espacio debía mirar más
al sur de Sierra Morena que a las tierras manchegas, como se había hecho hasta
entonces.
Años más tarde Matellanes presentará su Tesis Doctoral (1999) sobre la
implantación santiaguista en la Transierra castellano-leonesa. Dentro de esta
investigación encontramos dos propuestas científicas para esta comarca (Matellanes,
1999: 115). La primera es que estuvo bien estructurada desde época islámica en
torno a tres grandes centros de poder: Montiel, Eznavexor (Villamanrique) y
Alhambra. Seguidamente este autor plantea que la primera delimitación de este
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David Gallego Valle
espacio con datos fiables se produce en el siglo XIII, basada en la herencia de los
términos de los antiguos husun y completada con los deslindes entre las distintas
las órdenes de San Juan, Calatrava y Santiago, así como con el Concejo de Alcaraz.
El profesor Francisco Ruiz (2003) será el siguiente en aportar algunas ideas
interesantes para este periodo, especialmente sobre el “retraso” en la conquista
de toda la zona que se producirá como consecuencia de la batalla de Las Navas
de Tolosa en 1212. Este autor apunta a varios factores que pudieron paralizar el
proceso de conquista, como son que tras esta campaña el reino de Castilla sufrió
una serie de hambrunas y calamidades que les llevaron a firmar treguas con los
Almohades, a parte la muerte del monarca Alfonso VIII que conllevó las minorías
de edad de Enrique I y Fernando III.
Desde el ámbito de la Historia del Arte se publicó un importante estudio por
parte de Molina (2006) sobre la arquitectura religiosa de la Orden de Santiago
en la provincia de Ciudad Real. En el mismo se dedicaba una parte al análisis de
los primeros momentos de ocupación cristiana de las fortificaciones de nuestro
ámbito de trabajo, con una metodología que combinaba los datos arquitectónicos
y las fuentes escritas, y que le permitía aportar algunas hipótesis interesantes sobre
la importancia de la población mudéjar que quedó tras la conquista cristiana y la
influencia de ésta en las obras realizadas en este momento por los santiaguistas.
Posteriormente encontramos el trabajo de Palacios (2008) sobre las fortalezas
del Antiguo Reino de Toledo. Dedica un apartado a la investigación de los recintos
castrales del Campo de Montiel, primero desde el punto de vista de la realidad
islámica y posteriormente su transformación por parte de la Orden de Santiago. No
obstante en este trabajo, bien argumentado desde el punto de vista documental, no
encontramos un estudio arqueológico a pie de campo que ofreciese nuevos datos
desde el punto de vista de la realidad material de este espacio.
Las primeras publicaciones que aportaban algunos datos del periodo medieval
procedentes de excavaciones vinieron de los trabajos en los yacimientos de
Jamila (Espadas, 2000) y el castillo de Peñaflor (Espadas y Moya-Maleno, 2007),
ofreciéndose para ambos una cronología cristiana y sin que se pudieran evidenciar
la presencia de un asentamiento anterior de época islámica.
Las primeras intervenciones en las grandes fortificaciones propiamente dichas,
serán realizadas prácticamente todas por parte del equipo de Álvarez García y
Benítez de Lugo. Lo más interesantes para el periodo tratado en este estudio son
las excavaciones arqueológicas realizadas en el yacimiento de Villanueva de la
Fuente-Mentesa Oretana, tanto en el área de Los Toriles y El Callejón del Aire
7 como en el espacio cementerial situado junto al nacimiento del río Villanueva,
que vinieron a constatar la presencia tanto de na fortificación de origen islámico
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Del emirato a la conquista cristiana: propuesta de reconstrucción...
como de un importante zona de vivienda de hábitat (Benítez de Lugo et al., 2011:
336). Por otro lado los trabajos en el castillo de Terrinches pudieron constatar que
la fortificación conservada actualmente es de fundación cristiana, descartando la
existencia en ese solar de construcciones islámicas (Benítez de Lugo et al., 2013).
Más reciente ha sido el trabajo de Chavarría (2012) quien ha dedicado un
apartado al estudio de la toponimia islámica del Campo de Montiel, aportando
algunos datos interesantes sobre el origen del castillo de Eznavexor y especialmente
del entorno del río Azuer.
Finalmente, las investigaciones más recientes se están llevando a cabo
en el Conjunto Arqueológico Castillo de La Estrella de Montiel, que están
arrojando el mayor volumen de datos sobre el periodo islámico, tanto desde el
estudio del territorio asociado (Molero y Gallego, 2013; Gallego, 2014), como
de la identificación de paramentos (Gallego y Lillo, 2012) y de la excavación de
importantes niveles estratigráficos de esta cronología, cuya identificación veremos
más adelante.
3. PROPUESTA METODOLÓGICA PARA EL ESTUDIO DEL CAMPO DE
MONTIEL EN ÉPOCA ISLÁMICA
El estudio de cualquier espacio histórico conlleva determinar una metodología
que permita la reconstrucción del mismo en todas sus dimensiones. Para el caso
que nos ocupa, el Campo de Montiel entre los siglos VIII y XIII, las herramientas
de estudio debían centrarse en el análisis de un espacio donde las fortificaciones
son el principal material. Por ello hemos utilizado un método de trabajo que intenta
abarcar el uso de todas las fuentes de información disponibles. Fuentes escritas,
tanto de ámbito islámico como cristiano; fuentes arqueológicas, primarias y
secundarias; la prospección arqueológica, en sus distintos niveles; la aplicación de
las distintas metodologías arqueológicas para el estudio de los edificios históricos,
combinadas con el uso de herramientas informáticas que nos permitieran la toma
de datos y su representación, en especial la aerofotogrametría aplicada al estudio
de las grandes estructuras fortificadas; y finalmente los datos provenientes de la
excavación arqueológica.
3.1. FUENTES PARA LA INVESTIGACIÓN
Dentro de este apartado debemos distinguir por un lado las fuentes escritas o
documentales y por otro las fuentes de carácter arqueológico con que contábamos
al iniciar la presente investigación.
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David Gallego Valle
3.1.1. Fuentes documentales
Las fuentes documentales de origen islámico para el estudio del Campo de
Montiel son muy parcas y aportan una información poco relevante, tanto aquellas
crónicas previas al momento de la conquista como las obras de los geógrafos
musulmanes que durante los siglos bajomedievales intentaron reconstruir el
espacio de al-Ándalus. Anteriores a la ocupación cristiana hemos estudiado varias
crónicas contemporáneas al desarrollo del califato Omeya como son las de Ibn
Hayyan o la Crónica de Abderraman III. Esta última es especialmente interesante
debido al gran número de distritos que cita con sus gobernadores a la cabeza, así
como la descripción de algunas de las campañas del califa entre las que se cita
varias veces el lugar de las Lagunas de Ruidera (al-Gadur), que pudo constituir un
campamento estable y el límite norte de la Cora de Jaén por lo menos hasta el siglo
XI (Vallvé, 1989: 274). Hemos intentado localizar información en la descripción de
accidentes geográficos o la hidrología de la Península, donde hemos documentado
algunos datos relevantes, como en la obra de Al-Bakri en la que se menciona
como algunos afluentes del Guadalquivir o el propio río Guadiana nacen en la
región de Raymiyya, que para algunos arabistas como Vallvé (1989: 128) habría
que identificar claramente con el Campo de Montiel. Existen otras obras como
las de Al-Razi o Una Descripción Anónima de Al-Ándalus, que aunque son muy
interesantes para otros ámbitos geográficos cercanos, no aportan prácticamente
información para el nuestro.
Del momento de la conquista encontramos el principal texto para nuestro
ámbito de estudio como es la obra de Yaqut, donde se menciona explícitamente el
Campo y castillo de Montiel (Munt Gil). Esta comarca aparece descrita como un
distrito o balad, quizás dependiente de la ciudad de Baeza aunque no lo deja del
todo claro. El dato más relevante es que se cita el castillo de Montiel como cabeza
administrativa de toda esta zona, hecho que aprovecharán los santiaguistas tras la
conquista para la reorganización de todo el territorio.
Tras la ocupación cristiana encontramos algunas citas esporádicas enmarcadas
en las razias merinies en la Península, como la encabezada por Aben Yusuf en 1282,
en que se menciona el asedio al castillo de Montiel y Almedina, en el contexto de
conquistar Baeza. De tiempos de la Batalla de Montiel de 1369 contamos con la
crónica de Ibn Jaldún, en la que hace una nueva narración del hecho de armas
desde el punto de vista de las tropas granadinas y se nos describen los itinerarios
que desde el reino de Granada conectaban con el Campo de Montiel, que a grandes
rasgos vienen a coincidir con el trazado que hemos estudiado para el camino de
Cuenca a Granada.
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Del emirato a la conquista cristiana: propuesta de reconstrucción...
Las fuentes de origen cristiano encuadradas en el siglo XIII son a nuestro modo
de entender el mejor documento para estudiar el poblamiento islámico previo a la
conquista, debido a la importancia de la información sobre asentamientos e hitos
del paisaje que contienen. Las primeras con las que contamos son La Crónica
Latina de los Reyes de Castilla y la Historia de los Hechos de España, donde
hemos podido rastrear un importante conjunto de noticias sobre la estructuración
territorial de la zona con la que se encuentran las tropas cristianas, especialmente
en lo referente a los recintos castrales de primer orden así como otros elementos
fortificados secundarios.
Tas la conquista contamos con varios Privilegios Reales de donación de
las fortalezas y sus alfoces. La delimitación de estos últimos parecen ceñirse a
concepciones territoriales de la etapa anterior, como podemos ver por ejemplo en
los castillos de Eznavexor1 dado a favor de la Orden de Santiago en 1214, y el de
La Estrella, cedido a estos mismos freires en 12272, en el que se incluye también
el cercano castillo de San Polo.
Con apenas unos años de diferencia existen cuadro documentos excepcionales
para intentar documentar el poblamiento islámico de la zona, en los que
apreciamos su rápida adaptación a las estructuras feudales, mucho más palpable
tras completarse la conquista de la Sierra de Segura en la década de 1240. En los
mismos se citan centros fortificados, lugares de poblamiento de diversa categoría,
vías de comunicación, elementos geográficos importantes como vados e hitos
del paisaje bien conocidos por los contemporáneos. Creemos que muchos de los
asentamientos o la caminería citada en estas fuentes se corresponden con lugares
de creación islámica que se siguen usando tras la conquista, como hemos podido
comprobar arqueológicamente a pie de campo. Los dos primeros documentos son
los acuerdos jurisdiccionales de límites entre la orden de Santiago y las de San
Juan3 y Calatrava4. El tercero ha sido un documento sobre el pleito entre la orden de
Santiago y el Arzobispo de Toledo a propósito de las rentas de las iglesias del Campo
de Montiel5, donde se recoge un importante número de lugares poblados en 1238,
así como una gran nómina de iglesias que parecen tener una función triple: centros
de cobro de rentas derivadas del diezmo, elementos articuladores del territorio y
del proceso de repoblación, y finalmente como agentes de cristianización de las
antiguas aljamas islámicas sobre las que se asientan. Por último, se ha utilizado
1
Doc. de 1214, edit. González, 1960: 605-607, doc. 919.
2
Doc. de 1227, edit. Gonzalez, 1986: 267-268, doc. 223.
3
Doc. de 1237, edit. Lomax, 1965: 257-262, doc. 24.
4
Doc. de 1239, edit. Rivera, 1985: 375-377, doc. 172.
5
Doc. de 1238, edit. Lomax, 1959: 348-360, doc. 1.
17
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la confirmación de tierras realizada por Fernando III a la Orden en 12436, ya
estudiadas por parte Pretel (2008) al tratar las continuas reclamaciones de Alcaraz,
cuya información es fundamental para conocer los extremos este y sudeste de esta
comarca, citándose tanto lugares como elementos del paisaje que hoy en día se
manifiestan bastante alejados de su fisonomía medieval.
Otras fuentes relacionadas con los territorios de las Orden de Santiago, son
las obras de Rades y Andrada (1572) así como la de Chaves (1741), a parte de
la edición del Bulario de la Orden de Santiago publicado por Francisco Aguado
de Córdoba (1713). Además ha sido muy útil el vaciado de otros textos de
descripciones generales a la hora de planificar las prospecciones, como Las
Relaciones Topográficas de Felipe II (1575), el Catastro del Marqués de la
Ensenada (1749) y Las Descripciones del Cardenal Lorenzana (1784) o el Atlas
Geográfico de Tomas López (1804) (Campos, 2013).
Dentro de este estudio también ha sido fundamental el análisis de la toponimia,
en especial para una comarca como el Campo de Montiel donde se conserva una
gran variedad de topónimos de origen árabe, tanto en nombres de poblaciones
como para paisajes o elemento geográficos. Tenemos claro que en algunos lugares
los topónimos medievales han ido desapareciendo, en especial en aquellas zonas
con una fuerte transformación antrópica, conservándose mejor en aquellos espacios
de monte o con un aprovechamiento agrícola menor. Por ello hemos llevado a
cabo vaciados en la cartografía geográfica y catastral de carácter histórico, que
nos han aportado datos sobre items de poblamiento actualmente desaparecidos:
caminería de origen medieval, centro de extracción de materiales constructivos,
toponimia ligada a asentamientos reflejados en la documentación de la época, etc.
Con los datos obtenidos realizamos varios SIG a diferente escala de cara a poner
en los mapas actuales la información histórica con que contábamos y programar
las siguientes fases de trabajo de campo e interpretación.
3.1.2. Fuentes arqueológicas
Los datos provenientes de las fuentes arqueológicas son los principales para
poder reconstruir el periodo islámico en nuestra zona de estudio. Dentro de las
mismas debemos distinguir entre aquellos provenientes de la denominada como
Arqueología de Gestión –quizás de una forma muy poco apropiada debido al
importante bagaje de investigación científica que conlleva cualquier intervención
arqueológica como bien sabe cualquier profesional del gremio– y aquellos que
provienen de los proyectos de investigación propiamente dichos.
6
Doc. de 1243, edit. González, 1986: 254-257, doc. 705.
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La principal fuente de información es la proveniente de la realización de las cartas
arqueológicas de la comarca, dirigidas y realizadas en su totalidad por el equipo
de Benítez de Lugo (2011: 15s). Los datos que se aportan en estos documentos son
fundamentales, ya que son los principales estudios de prospección arqueológica
extensiva para este territorio, georreferenciado los yacimientos y aportando una
primera propuesta cronológica. No obstante, hay que tener en cuenta que la
finalidad última de estos documentos es la de la protección del patrimonio creando
catálogos del mismo, por lo que los datos sólo nos debían servir como punto de
partida de nuestra investigación, que obviamente ha tenido que ser desarrollada por
completo con trabajos propios de vaciado documental y prospección arqueológica.
La información contenida en las Cartas nos ha sido muy útil como base de nuestra
investigación en tres aspectos fundamentales: primero para conocer la propuesta
cronológica dada para cada recinto fortificado; en segundo de cara a localizar
asentamientos de cronología medieval que se ubican en el entorno inmediato de las
fortificaciones, tanto desde el punto de vista poblacional como de la explotación
de recursos constructivos o elementos viarios; por último para el conocimiento
de yacimientos de otras cronologías y de los que teníamos la sospecha de su uso
durante la Edad Media, por lo se han vuelto a investigar de forma exhaustiva y
dirigida, documentándose una ocupación en este periodo no detectada en trabajos
previos de corte más extensivo.
Un segundo grupo de informaciones está formado por los expedientes de
intervención arqueológica en los edificios militares –muy reducidos para nuestra
zona aún–, pero que contienen una información relevante para nuestra investigación.
Los primeros datos obtenidos provienen de las excavaciones sistemáticas en
Villanueva de la Fuente realizadas por el equipo de Benítez de Lugo, que aportaron
tanto las primeras evidencias constructivas como importantes estratigrafías para
el periodo islámico. Dentro de este término municipal se intervino también en
el castillo de Los Baños del Santo Cristo, aunque estos trabajos arrojaron unas
cronologías claramente cristianas y posiblemente, desde nuestro punto de vista,
ligada más con a las tierras de Alcaraz que a las del Campo de Montiel (Torres y
Benítez de Lugo, 2015).
En el castillo de Terrinches, sobre el que intervino nuevamente el equipo de
Benítez de Lugo, se acometió la primera intervención que combinaba la excavación
completa del recinto del castillo, que solo conservaba la torre del homenaje y el
antemural, con un primer estudio arqueológico de las fábricas de la fortaleza. No
obstante, el uso continuado del edificio había transformado sensiblemente las
estructuras conservadas y prácticamente había hecho desaparecer por completo la
estratigrafía arqueológica (Álvarez et al., 2015).
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David Gallego Valle
En la población de Villanueva de los Infantes se realizaron trabajos de
excavación en las aldeas de Jamila y Peñaflor, ambas situadas cronológicamente
en un contexto ya cristiano según sus investigadores. La primera está más
relacionada con un pequeño centro de población y de explotación del territorio.
En cuanto a la segunda, se trata de un recinto fortificado que conservaba parte
del trazado de la muralla y, lo más interesante hasta el momento, se han excavado
varios enterramientos de una necrópolis de rito cristiano (Moya-Maleno, 2015; Id.
y Monsalve, 2015).
Finalmente en el Conjunto Arqueológico Castillo de La Estrella de Montiel,
es donde se está llevando a cabo la intervención que más datos está aportando
para el conocimiento del periodo medieval en el Campo de Montiel. En el mismo
se realizó el estudio de paramentos de la fortaleza que permitió documentar una
evolución constructiva desde el siglo IX hasta el XV. Desde el punto de vista de
la prospección se realizó un completo barrido intensivo de toda su superficie,
localizándose varios sectores de poblamiento y un registro cerámico con una
importante fase prehistórica y, dentro de la Edad Media, con una secuencia similar
a la de las fábricas de la fortaleza. Tras estos trabajos se han desarrollado varias
campañas de excavación en el sector de la villa medieval, donde se ha localizado
el templo gótico de Nuestra Señora de La Estrella (ss. XIII-XV) con la necrópolis
asociada, así como un conjunto de viviendas de origen islámico y la necrópolis de
esta cronología en la que se han exhumado una decena de enterramientos.
3.2. TRABAJOS DE PROSPECCIÓN ARQUEOLÓGICA
Dentro de una investigación como la que estamos desarrollando, los estudios
de prospección arqueológica a diversa escala han sido fundamentales. En la misma
hemos aplicado un método que ha combinado la prospección extensiva de todo
el Campo de Montiel, que aún sigue en proceso de completarse, la prospección
intensiva en el entorno de las fortificaciones y sistemas viales, y la prospección
intensiva de carácter total dentro de los recintos fortificados. Hay que matizar,
como ya exponía el profesor Retuerce (1994: 102), que es fundamental que estos
trabajos se lleven a cabo por un equipo compuesto especialmente por arqueólogos
especialistas en el periodo medieval, de cara a entender correctamente la realidad
material del espacio estudiado.
En el caso de la prospección extensiva se comenzó una vez que habíamos
volcado los datos provenientes de los estudios anteriores dentro de un SIG, que a
su vez comparamos con diversas cartografías históricas. Con toda esta información
estamos llevando a cabo unos trabajos que nos están permitiendo reconstruir
el espacio histórico de la comarca en época medieval, aportando nuevos datos
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Del emirato a la conquista cristiana: propuesta de reconstrucción...
para los yacimientos previamente conocidos como por ejemplo la identificación
de una fase de ocupación en los Castillejos en Torre de Juan Abad dentro del
periodo islámico, o documentado más de una treintena de nuevos asentamientos,
reconstruyendo en ambos casos su secuencia de ocupación a partir del referente
cerámico, que para estos estudios se ha demostrado como fundamental (Retuerce,
1994). De esta forma hemos podido avanzar en el estudio de los principales centros
de población dentro de la fase islámica y posteriormente de la cristiana, así como
en la red de fortificaciones secundarias y la distribución del poblamiento a lo largo
de toda la Edad Media. Finalmente estamos empezando a detectar la evolución de
la caminería desde la época romana hasta el fin del medievo, apreciándose notables
cambios en los trazados de los caminos o el uso prioritario de unos u otros en cada
fase, constatándose la importancia del Camino Real de Cuenca a Granada o el
Camino Real de Andalucía durante el periodo islámico.
Dentro de nuestro trabajo era fundamental el estudio del entorno de las
fortificaciones, ya que claramente todo el poblamiento está articulado en torno
a las mismas. No obstante, delimitar el área de influencia de una fortificación
o de cualquier otro elemento de articulación político administrativo es bastante
complejo, por lo que se ha optado en este trabajo por delimitar un espacio
desde el punto de vista geográfico y cultural, teniendo en cuenta la jerarquía de
poblamiento de cada recinto castral, siguiendo modelos ya aplicados en otras
zonas peninsulares (Gómez, 2006: 47). Por ello hemos realizado una prospección
intensiva en el entorno de estos grandes centros que nos ha permitido documentar
otros elementos defensivos desconocidos hasta ahora como las atalayas al norte de
Eznavexor, la presencia de alquerías en la vega del Guadalén, como la de Cernina o
el poblamiento islámico a los pies de la Torre de la Higuera. Además, hemos tenido
un cuidado especial en intentar identificar elementos de explotación del territorio,
tanto desde el punto de vista del sustento de la población, como recursos para la
construcción de los castillos como canteras o caleras, teniendo en este último caso
un especial cuidado en determinar la cronología de estos elementos mediante el
referente cerámico, ya que muchos han tenido un uso continuo prácticamente hasta
el fin de la Edad Media.
Finalmente, dentro de los trabajos de prospección, hemos realizado análisis
intensivos en los conjuntos fortificados. Hemos tenido que tener en cuenta que
la tipología de los recintos militres del Campo de Montiel es muy diversa, por lo
que la planificación de las labores de muestreo de materiales arqueológicos en su
interior la hemos adaptado a cada caso particular. No obstante, la localización de
todas las fortificaciones en puntos elevados y con grandes pendientes, ha hecho
que hayamos tenido que tomar con cautela los resultados obtenidos en zonas de
acumulación de materiales, muchas de ellas ligadas a derramaderos naturales o
21
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torrenteras. Dentro de cada recinto castral, tras realizar una prospección visual
previa del yacimiento, delimitamos distintos sectores de trabajo que a su vez fueron
subdivididos en el caso de ser áreas de especial interés, tras lo cual se prospectaron
intensivamente realizando barridos por parte del equipo arqueológico. La división
de los sectores ha tenido un carácter artificial, basada en el conocimiento que
teníamos de la complejidad estructural de cada castillo. Gracias a los resultados
de estos trabajos hemos podido documentar, por ejemplo, en el caso del castillo de
Eznavexor la primitiva puebla o una zona de fundición en el extremo sudoeste del
mismo, ya en una suave loma próxima al arroyo de Las Aliagas.
3.3. LECTURA DE PARAMENTOS
El estado de conservación que presentan las fortificaciones de nuestra comarca
es muy dispar, estando la mayor parte de las estructuras verticales bien en estado
de ruina bien ocultas por importantes colmataciones de tierra, algo que complica
en muchos casos la correcta lectura de los paramentos (Caballero, 2009: 157). Por
ello hemos tenido que adaptar el método de la Arqueología de la Arquitectura a las
circunstancias de cada caso, algo que no ha impedido a nivel general realizar un
correcto análisis cronotipológico de las construcciones.
El primer paso en los trabajos era realizar los necesarios estudios previos
recogiendo toda la información de fases de documentación anteriores (Brogiolo,
1988). Seguidamente llevamos a cabo la necesaria prospección visual de las
estructuras del edificio (Tabales, 2000: 48-49), registrando tanto los sectores,
ámbitos constructivos, lienzos, torres, etc. Tras ello se levantaron las plantas del
edificio mediante un sistema de ortofotogrametría aérea con drone y estación total,
además de la creación de ortofotos de los alzados para la lectura de los paramentos.
Con toda la información reunida se realizó el estudio estratigráfico y tipológico
(Caballero, 2009: 146) en cada una de las fortalezas en que estamos trabajando.
En una primera fase del análisis documentamos las distintas actividades
constructivas que se daban en cada edificio, obteniendo su secuencia constructiva.
Seguidamente debimos dotar de temporalidad cada grupo de actividad, usando
los datos provenientes de combinar el estudio de las tipologías y materiales de
las fábricas, ya que como se ha demostrado en otras zonas, como es el caso de la
región granadina del Zenete (Martín, 2003: 220) o ya en el área alicantina (Azuar,
2009) se pueden asociar el uso de una u otra técnica constructiva a determinadas
fases históricas.
Finalmente, una vez obtenidos todos los datos del análisis estratigráfico
y tipológico, era necesaria la confrontación de los mismos con las fuentes
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históricas, la bibliografía especializada y la cronología de los materiales cerámicos
documentados en las prospecciones intensivas en cada castillo. Con toda esta
información hemos reconstruido las secuencias constructivas en cada fortificación
intentando identificar fases constructivas coetáneas en los recintos castrales del
Campo de Montiel, lo que nos ha permitido identificar una última fase islámica
similar tanto en el castillo de La Estrella como en el de Eznavexor. Además
hemos comparado las mismas con comarcas históricas próximas como el Alto
Guadalquivir, las tierras albacetenses y levantinas o el Campo de Calatrava, de cara
a encuadrar nuestros momentos edilícios dentro de las grandes fases medievales
por las que pasó nuestra comarca.
3.4. EXCAVACIÓN ARQUEOLÓGICA
La excavación arqueológica permite complementar los datos obtenidos en las
anteriores fases de trabajo, ofreciendo un importante volumen de datos que sirven
para contrastar y validar las interpretaciones preliminares. Estas intervenciones la
podríamos resumir en tres grandes tipos, como ya planteamos en algunos trabajos
anteriores de estudio de la comarca pero dentro del ámbito medieval cristiano
(Gallego y Lillo, 2013).
En primer lugar serían necesarias intervenciones con sondeos puntuales en las
grandes fortificaciones de cara a conocer áreas complejas dentro de los recintos
murados, así como la realización de estas catas tanto en recintos fortificados como
en los pequeños centros de poblamiento, de cara a tener estratigrafías cerradas en
que encuadrar los registros cerámicos.
En segundo lugar, a una escala algo mayor, sería necearía la excavación
intensiva y completa de algunos pequeños yacimientos como, por ejemplo, las
atalayas en torno a Eznavexor o los Castillejos de Montiel en el vado del río
Lorigón.
Finalmente, con trabajos muchos más amplios, la excavación en área de los
grandes yacimientos en que fuera posible y enmarcados en gran parte de los casos
en proyectos de puesta en valor de estos asentamientos, caso de las ya realizadas
en Villanueva de La Fuente, o las que nuestro equipo está realizando en Montiel,
donde se ha comenzado a sacar a la luz un barrio islámico con ocupación desde
el siglo X hasta la conquista, que está permitiendo tener estratigráficas muy claras
con materiales cerámicos bien encuadrados cronológicamente.
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4. PROPUESTA DE RECONTRUCCIÓN DEL ESPACIO HISTÓRICO DEL
CAMPO DE MONTIEL (ss. IX-XIII)
El espacio histórico del Campo de Montiel en época islámica ha carecido
prácticamente de estudios, como veíamos anteriormente, que nos permitieran tener
una visión por lo menos aproximada de la estructuración y del poblamiento de estas
tierras en este periodo. Es más, la mayor parte de los trabajos, nos hablan de un
territorio totalmente desestructurado, complejo de encuadrar incluso dentro de los
grandes distritos musulmanes en que se dividían los territorios peninsulares. Hoy en
día podemos precisar que la comarca debió estar bien configurada territorialmente
por lo menos desde el periodo Omeya y que contó con una red de fortificaciones a
diversa escala que estructuraron este espacio hasta la conquista cristiana, ya en el
primer tercio del siglo XIII.
Aunque algunos autores como Serrano (2013: 51-84) apuntan a que la
configuración del espacio del Campo de Montiel hay que buscarla a partir de la
ocupación santiaguista de la zona, compartimos más los argumentos de Matellanes
(1996) quien apunta a que este territorio estaba ya bien estructurado en época
islámica en torno a las fortificaciones de Montiel, Alhambra y Eznavexor y
que, tras la conquista cristiana, los poderes feudales aprovecharon este sistema
administrativo previo para configurar el espacio, algo que explicaría el éxito
santiaguista en la rápida organización de la zona.
Dentro de este trabajo nos parecía necesario por lo menos intentar encuadrar
el Campo de Montiel dentro de las demarcaciones islámicas peninsulares, a
pesar de lo parco de los datos que hemos podido rastrear en las fuentes de este
momento. Está claro que esta zona debió situarse dentro de la Marca Media, en su
extremo meridional, siendo más complejo determinar si perteneció a las coras de
Toledo, Calatrava o a la de Jaén. En el estado de la investigación actual intuimos,
especialmente por la configuración de la caminería de estas fases, que formó
parte de la de Jaén hasta por lo menos la desaparición del estado Omeya (Vallvé,
1986: 274), aunque siempre teniendo en cuenta lo poco definido que estuvieron
estos distritos en muchas ocasiones. Los límites de esta demarcación, que algunas
fuentes como ya vimos denominan como Raymiyya, tendría su límite septentrional
en las Lagunas de Ruidera (al-Gudur) mientras que el por el este, Balazote ya
pertenecería a la cora de Tudmir, al oeste el actual Campo de Calatrava habría que
incluirlo en la Cora de Calatrava o en la de Toledo, ya que estas últimas muchas
veces estuvieron unidas Por el sur la delimitación sería mucho más compleja,
aunque lo que sí está claro es que estos territorios limitarían con las tierras de
Segura, también dentro de la cora giennense, quedando la población de Santisteban
del Puerto en el límite sur del Campo de Montiel o al norte de Segura, algo que no
podemos determinar en la actualidad (Vallvé, 1986: 274s) (Fig. 1).
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A partir de la caída del Califato
Cordobés en y el surgimiento de las
primeras taifas, sería más complejo
determinar la adscripción de este
territorio a uno u otro de estos
reinos, quedando localizado en un
primer momento entre los reinos
de Toledo, Jaén y Granada. A partir
de las invasiones norteafricanas de
fines de los siglos XI y XII, y hasta
la conquista del territorio cristiano,
este espacio estuvo bien configurado,
constituyendo un balad en la órbita
Fig. 1: Localización de Campo Montiel en
del reino de Baeza y con centro en la
Castilla-La Mancha. Elaboración propia.
fortificación de Montiel (Matellanes,
1999: 208) siendo especialmente
intensa la ocupación musulmana durante esta última fase, como hemos podido
constatar con los datos arqueológicos.
Una vez establecidos los marcos generales de delimitación de este espacio
dentro de los territorios peninsulares en época islámica, intentaremos reconstruir a
través de la documentación arqueológica, la estructuración de esta comarca desde
la conquista musulmana hasta la posterior ocupación cristiana la batalla de Las
Navas de Tolosa, limitándonos todo lo posible al espacio con que contamos para
esta publicación. No obstante no hay que olvidar que nuestra investigación se
encuentra aún en proceso, por lo que las interpretaciones que planteamos en este
texto deberán ser confirmadas o revisadas conforme avancen nuestros estudios.
4.1. LOS GRANDES CENTROS DE POBLACIÓN FORTIFICADOS
Antes de comenzar a analizar la evolución de este espacio en el periodo
islámico, debemos tener en cuenta que estamos en un área claramente rural,
donde no existen grandes urbes en esta fase que centralicen el poblamiento. Las
mudum más cercanas serían Alcaraz, posiblemente más vinculada hacia las tierras
albaceteñas y murcianas, y Calatrava, ya en la órbita de los territorios meseteños.
Estamos aún lejos de conocer de una forma exhaustiva cómo debió ser el
proceso de asentamiento de los nuevos conquistadores islámicos en el Campo
de Montiel, aunque al tratarse de una zona con continuidad poblacional durante
la Tardo Antigüedad, se debió producir una ocupación de los principales centros
de origen ibero-romano, algo similar a lo ocurrido en toda La Meseta, como son
25
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Fig. 2: El Campo de Montiel en época islámica. Elaboración Propia.
26
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Alhambra, Villanueva de la Fuente (Mentesa Oretana) y la siempre compleja de
interpretar Almedina (Fig. 2).
En el caso de Alhambra, importante nudo caminero aún en estos momentos,
está bien constatado que no se produce un abandono de la ciudad con la caída
del Imperio Romano, ya que existe una clara ocupación visigoda como se ha
podido comprobar en la excavación de necrópolis de Las Eras, de ritual cristiano
que aportaron importantes ajuares de este periodo (García Bueno, 2006). Más
compleja de interpretar sería la instalación de los nuevos pobladores islámicos,
aunque debemos de suponer que en estos primeros momentos se aprovecharían las
antiguas estructuras defensivas con que contaba la población.
Para Almedina este periodo es prácticamente imposible de interpretar por las
fuentes arqueológicas, ya que no se cuenta con ningún tipo de intervención que
aporte estratigrafía sobre las fases de ocupación. No obstante no creemos que
este lugar estuviera abandonado en el momento de la llegada de los contingentes
musulmanes, ya que parece que un conjunto de tumbas aparecidas en la Loma
de San José en fechas recientes y destruidas parcialmente por un movimiento
de tierras, habría que encuadrarlo dentro del periodo Alto Medieval (Benítez
de Lugo, 2011: 17-19). Incluso en nuestra opinión, el topónimo del municipio,
claramente vinculado a una madina, hace más referencia a lo que se encuentran los
conquistadores islámicos a su llegada que a que esta localidad se convirtiera en un
centro de poder de entidad durante la fase islámica.
El último gran centro de población y posiblemente el más importante en
este momento debido a su situación junto a la Vía Augusta es Villanueva de la
Fuente (Mentesa Oretana). Los principales datos de este periodo los aporta la
Arqueología de la Muerte, ya que en la parte baja de Los Toriles se ha excavado
un área de enterramiento con una ocupación ininterrumpida desde el siglo VI al
XI, lo que nos permite intuir que esta urbe debió tener una cierta pujanza al inicio
del proceso de islamización (Benítez de Lugo et al., 2011). Es más, durante estos
primeros momentos parece que aún siguió en uso la antigua muralla de época
ibero-romana, ya que posteriormente, muy probablemente en época Omeya como
veros a continuación, se construirá un gran recinto fortificado en una cota algo más
alta dentro del cerro donde se asienta la población.
Con la consolidación del Estado Omeya y el desarrollo del mismo a partir
del siglo IX, se va a producir un primitivo momento de fortificación islámico que
hemos podido constatar en varios núcleos fortificados de nuestro ámbito de estudio.
Este proceso parece estar relacionado con un control más efectivo del territorio y
de las vías de comunicación, en un contexto de inseguridad a nivel general por
las continuas rebeliones que se producen contra el poder cordobés por parte de
27
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Fig. 3: Vista de la maqbara islámica de Villanueva de La Fuente (Mentesa Oretana) (Benítez de
Lugo, et al., 2011: Fig. 26).
las tribus bereberes asentadas en la Marca Media (Izquierdo, 2002: 78). Con este
panorama aún está por determinar si las rebeliones producidas en la zona del Alto
Guadalquivir (Salvatierra, 2006: 107-109) afectaron a nuestro ámbito de estudio,
como así pudo ser por la cercanía de estos territorios y el importante contacto
viario con que estaban unidos.
Este momento es aún complejo de interpretar en el caso de Alhambra o
Almedina. Sólo el referente cerámico aporta algunas pistas de la ocupación de
ambos solares en este periodo. Para la primera se puede registrar la presencia
de algunos materiales de esta cronología en las laderas de la actual población,
especialmente producciones características de este periodo como cerámica a
torneta de pastas oscuras y la presencia de algunas piezas con decoración pintada
(Castillo, 1996), sin que podamos detectar este tipo de piezas en el cerro que ocupa
actualmente el castillo. Para la segunda todo es aún más complejo, localizándose
algunos materiales a torneta que son complejos de precisar si son emirales o por el
contrario aún de adscripción visigoda.
En Villanueva de Fuente es donde podemos registrar la presencia de una posible
estructura defensiva de este periodo en la excavación del Callejón del Aire 7. En la
misma se aprecia, a pesar de la complejidad de estructuras superpuestas, una gran
construcción cuadrangular a base de sillares dispuestos a tizón, estando ligado
el uso de estos materiales a un proceso de expolia de un gran edificio romano,
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Fig. 4: Planta del castillo de La Estrella de Montiel. Elaboración propia.
hecho común en gran parte de las construcciones de este periodo (Azuar, 2009:
18-19). No obstante toda esta zona es de difícil interpretación debido a lo reducido
de la intervención en este espacio, ya que sólo se ha exhumando un área muy
reducida de este complejo defensivo. Más clara es la existencia de un poblamiento
musulmán en este asentamiento, como se ha podido estudiar con la excavación de
la maqbara que está en pleno uso en este momento, como muestran los estudios
de C14 realizados, donde existen un importante conjunto de enterramientos con un
ritual plenamente islamizado (Benítez de Lugo et al., 2011) (Fig. 3).
Es en este periodo cuando se comienza a configurar la fortaleza de La Estrella en
Montiel, aunque es difícil de identificar aún esta fase en todo el recinto amurallado.
Dentro de este momento hay que encuadrar la construcción de la Torre 7 de planta
cuadrangular y la base conservada en el Lienzo 5, ambas estructuras posiblemente
ligadas a reforzar el acceso en la zona más débil y donde debía situarse la puerta de
entrada (Fig. 5). Su aparejo, nuevamente con piezas dispuestas a tizón, en este caso
sillarejo, es muy similar al localizado en Villanueva de la Fuente en esta misma
fase. Ambas fábricas son similares a la arquitectura bereber que se documenta en
toda la Marca media entre los siglos IX y X, abarcando parte del Emirato e inicios
del Califato Cordobés, con piezas dispuestas a tizón y una modulación en altura
que no supera los 50 cm (Zozaya, 2002), y que tiene paralelos por ejemplo en
Cuenca en su castillo o en la zona alta de Albarracín (Figs. 4 y 5).
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David Gallego Valle
Fig. 5: Vista de la Torre 7 en el castillo de La Estrella, con la fábrica a base de sillarejo puesto a tizón.
Elaboración propia.
Con la consolidación del Califato Omeya a partir de mediados del siglo X
y hasta principios del XI, hemos podido detectar dos procesos que marcarán
profundamente la estructuración de esta comarca. En primer lugar constatamos
una reorganización del poblamiento a favor de la aparición de los primeros husun
como son los de Eznavexor y Montiel, que a partir de estos momentos parece que
sustituyen a Villanueva de la Fuente y posiblemente a Almedina como centros
de poder, quedando al margen de esta reorganización Alhambra, que mantendrá
su importancia como nudo caminero y de control de la estratégica zona de las
Lagunas de Ruidera. En segundo lugar hemos podido documentar un potente
momento constructivo en nuestra zona, ligado posiblemente a un gran programa
edilicio que emana del poder central cordobés (Malpica, 2003: 77). Este esfuerzo
hay que encuadrarlo en tiempos del califa Abderramán III y especialmente a partir
del reinado de al-Hakam II (Valdés, 2003: 125s), pero que en nuestro caso creemos
que no se trata de obras que se propicien directamente desde el poder central,
sino más bien edificaciones promovidas por poderes locales que se convierten
en tributarios del mismo, lo que permite un importante control administrativo,
económico y militar de estos territorios interiores (Acien, 1992: 268).
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Tanto el castillo Montiel como el de Eznavexor presentan unas connotaciones
que los vinculan con husun primitivos con todas las características administrativas
y de defensa del territorio que conlleva esta terminología. Desde el punto de
vista etimológico estas dos fortificaciones conservan en su toponimia el prefijo
hisn- y Munt- respectivamente, que como bien ha estudiado Acién (2002) están
claramente ligadas a una construcción con estas funciones. En cuanto las tipologías
constructivas, para las estructuras vinculadas a este periodo, encontramos en
ambas fortalezas la configuración de una planta rectangular de cierta sencillez que
se adapta a la topografía del terreno. Asociadas a estos trazados comenzamos a
apreciar las innovaciones de la arquitectura militar Omeya, ya que se introducen
torres de flanqueo macizas equidistantes entre sí, poco salientes, que permiten una
mejor defensa vertical ante el ataque frontal a las mismas (Valdés, 2003: 130), pero
en las que no encontramos aún fosos, innecesarios por los farallones existentes,
salvo en el frente oriental de Eznavexor (Fig. 6).
La técnica constructiva utilizada en ambos casos es la mampostería aunque
con diferencias en cuanto a su disposición en el paramento, trabada con un mortero
cal de gran calidad que permite diferenciar muy bien estas fábricas, que dejan atrás
el uso de barro en la trabazón típico de periodos anteriores (Azuar, 2009: 28-29) o
de obras posteriores cristianas con argamasas mucho más pobres en el uso de las
cales. En cuanto a la disposición en obra, en Eznavexor la mampostería es mucho
más irregular e intenta seguir una regularidad en las hiladas que no consigue en la
Fig. 6: Planta del castillo de Eznavexor. Elaboración propia.
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mayor parte de los muros. Por el contrario en La Estrella, con piezas dispuestas en
espina de pez (Fig. 7), apreciamos un trabajo más elaborado. Este tipo de obras,
como la detectada para el caso de Montiel, tiene similitudes en todo el Sharq alÁndalus, p.e. en la Mezquita-III de la Rábita de Guardamar o algunas fábricas de
la ciudad de Valencia (Azuar, 2009: 36) o Murcia (Navarro, 2011: 87-88), todas
ellas encuadrados en la segunda mitad del siglo X. En La Meseta encontramos
construcciones similares encuadradas en fábricas de este periodo en la Alcazaba de
Cuenca o en el núcleo de los paramentos del castillo de Gormaz (Zozaya, 2007).
En cuanto a la identificación de esta fase en el posible hisn de Alhambra, es más
complejo de estudiar. En todo caso, como hemos podido apreciar en el referente
cerámico, sabemos que el poblamiento se localiza claramente en el núcleo urbano
actual, aunque no podemos determinar si en estos momentos contó o no con una
cerca defensiva. Más claro es la primera ocupación islámica del actual cerro del
castillo, posiblemente a modo de atalaya o apoyo defensivo de la población, donde
hemos podido localizar las típicas producciones en verde y manganeso de este
periodo (Escudero, 1988-1990).
Fig. 7: Vista del Lienzo 2 del castillo de La Estrella con la fábrica de mampostería a espina de pez.
Foto David Gallego Valle.
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El final la fase Omeya es complejo de estudiar dentro de nuestro ámbito, ya
que aún no hemos podido constatar el proceso histórico que sufrió el Campo de
Montiel entre la caída del Califato Cordobés y la invasión de al-Ándalus por parte
de los almorávides. Esta zona queda, como dijimos anteriormente, en un territorio
limítrofe entre las taifas levantinas, la de Granada, Jaén y Toledo. Desde el punto de
vista de los datos arqueológicos con que contamos para interpretar este periodo tan
complejo, podemos precisar que el registro cerámico apunta hacia una continuidad
poblacional con la fase anterior, lo que descarta el abandono de los husun califales
que se producen tras la fitna en otras regiones como el Sharh al-Andalus (Azuar,
1998: 29-43). Es más, en las excavaciones realizadas en las laderas del castillo
de La Estrella de Montiel, correspondientes al Área 2 del Sector 1, se ha podido
documentar un conjunto de viviendas en la que el registro cerámico apunta a su
uso durante este periodo.
Con la caída de la ciudad de Toledo en 1085, el Campo de Montiel va a entrar
lentamente en la órbita de la frontera del reino castellano. Este proceso se acentuará
con la toma por parte de Alfonso VII de la ciudad de Calatrava en 1147, quedando
expuesta toda esta zona a futuras incursiones y algaradas. Ante este panorama se
documenta en al-Ándalus un importante esfuerzo constructivo promovido por la
entrada en la Península Ibérica de los imperios norteafricanos, que en un primer
momento estuvo ligado a los almorávides quienes, según algunas interpretaciones
(Acien, 1995: 29-41), llevaron a cabo un programa de construcciones hasta
mediados del siglo XII, del que no sabemos su alcance con exactitud debido a la
complejidad de identificar el registro arqueológico de este momento. A partir de
la invasión almohade y durante la segunda mitad de esta centuria, se va a producir
extensión general de las fortificaciones almohades en la mayor parte de las zonas
dominadas por los mismos (Torro, 1998: 411), que afectará tanto al ámbito urbano
como a un importante programa edilicio de fortalecimiento de husun y construcción
de estructuras defensivas en algunas alquerías (Bazzana et al., 1982). Además, es
en este periodo cuando asistimos a una revolución constructiva propiciada por la
generalización de las estructuras en tapial, técnica que permite agilizar las obras y
ahorrar enormemente en los costes asociadas a las mismas (Gurriarán y Sáez, 2002).
Finalmente, existe un importante desarrollo poliercético con las introducción de
complejos programas defensivos en las los recintos urbanos y la generalización de
las torres poligonales (Valdés, 2003: 130).
Este proceso lo documentados en los recintos militares de nuestra comarca,
tanto en los principales centros de poblamiento, principalmente en Eznavexor y
La Estrella, como en algunos recintos castrales secundarios, como podemos ver
en El Salido. Hay que precisar que la intervención de estos poderes conllevó un
importante esfuerzo que conllevó el mayor apogeo constructivo en esta zona
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durante la fase islámica, convirtiendo todo este espacio en un iqlim o distrito
bien estructurado dentro de un ambiente fronterizo y militarizado, cada vez más
centralizado en la fortaleza de La Estrella en Montiel. No obstante, como en otros
muchos casos de fortificaciones de este periodo, no hemos podido determinar si las
construcciones identificadas para este momento en nuestra área pertenecen a obras
almorávides o almohades.
El castillo de Eznavexor tuvo una importante intervención a fin de configurar un
espacio rectangular de más de 3.000 m². Está asociada a las estructuras levantadas
mediante tapial hormigonado con modulaciones basadas aún en el codo rasasi
(Graciani, 2009) que no superan los 75 cm de altura de los cajones. Este esfuerzo
conlleva la construcción de nuevas torres rectangulares de flanqueo rematadas en
una terraza defensiva, que se localizan en los flancos norte y sudeste, así como del
forro de las antiguas murallas de mampostería; esto hace que algunas zonas del
muro norte alcancen los 3 m de anchura. Además, en el frente oeste, se levanta la
Torre 7, que parece fue una albarrana para la defensa del albácar localizado en esta
zona. Por otro lado, en el Sector 3 de la fortaleza, correspondiente a los terrenos
meridionales al pie de la misma, se detecta un pequeño arrabal posiblemente
destinado a la transformación metalúrgica (cercano ya al arroyo de Las Aliagas
debido a la necesidad de agua que se necesita para esta actividad), donde hemos
documentado una gran cantidad de escoria así como una pequeña área de vivienda
cercana, con un importante referente cerámico de este periodo (Fig. 8).
Algo similar ocurre en Montiel, con un importante programa constructivo
asociado nuevamente a obras realizadas en tapial hormigonado, con torres y
lienzos muy similares a los de Eznavexor y que van a forrar las antiguas estructuras
del periodo Omeya. En este caso la mayor parte de las evidencias conservadas
se centran en el frente noreste, donde documentamos el forro de la obras de
mampostería de la Torre 1 y de los Lienzos 1 y 2, así como la construcción ex novo
de la Torre 5 para la defensa de un pequeño portillo.
En Villanueva de la Fuente no hemos detectado construcciones defensivas
de este el período Taifa-Norteafricano (siglos XI-XII). No obstante, dentro de la
excavación de Los Toriles se identificó un ámbito de vivienda asociado a unas
posibles tenerías o una fragua (Benítez de Lugo et al., 2011: 313) que aunque muy
alterado en su estratigrafía creemos se podría encuadrar en este momento, tanto
por la disposición de uno de los pavimentos en espiga similar al documentado por
ejemplo en una vivienda de este periodo en Murcia (Navarro y Jiménez, 2011:
101), como por el material cerámico recogido que pudimos estudiar, especialmente
por el importante conjunto de restos de bacines de vidriados en tono amarrillo
pálido con trazos el almagra, que apunta a una cronología entre los siglo XII e
inicios del XIII.
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Fig. 8: Vista de la Torre 7, posible albarrana, en el castillo de Eznavexor. Fotografía David Gallego
Valle.
En el caso de Alhambra podemos precisar que el cerro del castillo siguió
ocupado, aunque de una manera similar a los periodos anteriores, documentándose
un importante referente de materiales cerámicos de este periodo con restos
de ataifores con pastas de color amarillo así como algunos restos de piezas
esgrafiadas. Para el conjunto urbano contamos con materiales similares localizados
principalmente en las laderas de la zona oeste, pero no hemos podido detectar, al
igual que los casos anteriores, ningún rastro de fortificación adscribible a esta fase,
aunque sí se cita en la Relaciones Topográficas la presencia de una fortificación
interna y de una posible cerca (Campos, 2009: 81-82). Caso similar encontramos
en Almedina, donde sí tenemos un importante registro cerámico para este periodo,
pero no hemos podido detectar prácticamente rastro del recinto defensivo que
debió tener en este momento.
Dentro de esta última fase, encuadrable entre fines del siglo XII y el inicio
de la conquista cristiana de esta zona en 1213, posiblemente a raíz de la batalla
de Alarcos de 1195, parece que existió un último esfuerzo constructivo por
parte de los almohades para refortificar la frontera desde el Guadiana hasta el
sur de Sierra Morena (Azuar y Ferreira, 2014). Este proceso está bien reflejado
estratigráficamente y tipológicamente en los castillos de Eznavexor y La Estrella,
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donde se construyen nuevas defensas que cortan o se adosan a las fábricas de tapial
hormigonado del periodo anterior. En ambos se construyeron dos importante torres
huecas de tapial (la Torre 3 en Eznavexor y la Torre 1 en Montiel) abiertas por
la gola, que refuerzan la defensa de las entradas principales. Poseen una métrica
que ya alcanza los 0,81 m de altura asociadas a la introducción del codo mamudi
(Graciani, 2009) con agujales rectangulares empotrados en el cajón inferior y una
composición mucho más depurada en los hormigones que lo forman. Obras muy
similares documentamos en la Sierra de Segura, caso de las torres de Santa Catalina
en Orcera (Salvatiera, 2006: 40-43), en el Campo de Calatrava por ejemplo en el
castillo de Miraflores (Molero et al., 2014) o en Jaén en las fortificaciones de
Giribaile (Castillo, 2010) o en el conocido castillo del Ferral (Azuar y Ferreira,
2014), todos ellos en zonas cercanas a la frontera de este momento (Figs. 9 y 10).
4.2. FORTIFICACIONES SECUNDARIAS Y ALQUERÍAS
El estudio de las fortificaciones secundarias es mucho más complejo que
el de los grandes centros de población, principalmente porque muchas de ellas
Fig. 9: Vista del frente noreste del castillo de La Estrella con la Torre 1, a la izquierda de la toma,
levantada en la última fase islámica. Fotografía del autor.
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Fig. 10: Vista de la zona noreste del castillo de Eznavexor, donde debió situarse la puerta de entrada,
con la Torre 3 a la izquierda de la imagen dominando el acceso. Fotografía del autor.
prácticamente han desaparecido por completo o están situadas bajo los recintos
fortificados cristianos. En otros casos, las poblaciones actuales que se han
desarrollado al amparo de las mismas las han absorbido y no permiten obtener el
importante referente cerámico.
En nuestros trabajos arqueológicos en el Campo de Montiel hemos podido
constatar, como ya tratamos brevemente en otra publicación reciente (Gallego,
2014), que existió un conjunto de pequeñas fortificaciones que servía de apoyo
a los grandes centros y que se situaban normalmente en zonas estratégicas, la
mayor parte de las veces en cotas elevadas. En efecto, la mayoría están dispuestas
en espacios claves para el desempeño de las distintas funciones para las que se
concibieron: control de las vías de comunicación y de los pasos naturales que
atraviesan las mismas, elementos de refugio ocasional para los pobladores de las
alquerías cercanas y finalmente como puntos de control de los principales recursos
económicos de la comarca. Su morfología es muy variada, siendo muy complejo
encuadrarlas dentro de las distintas tipologías propuestas para estos recintos
(Zozaya, 2008: 32-33). Por todo ello aún no estamos en condiciones de aportar
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un marco claro de ocupación en las distintas fases islámicas, donde están aún por
completar las prospecciones intensivas en las mismas.
Desde el punto de vista del control de los caminos, la principal fortificación
sería la de Albaladejo, que se sitúa en una cota desde la que se tiene un dominio
visual importante tanto del camino Real de Andalucía, que discurre en la vega al
sur del mismo, como de parte del trazado de la vía que unía Montiel con Segura de
la Sierra. De la fortificación islámica poco se puede rastrear ya que la obra actual
es totalmente cristiana, pudiendo detectarse los restos de una inhumación excavada
en la roca con una orientación sudeste, de clara filiación islámica. El referente
cerámico es prácticamente inexiste, salvo por algunas piezas con acanaladuras o
con vidriados en tonos verdes manganeso y amarillos, que hemos podido recoger
en la ladera oriental sobre la que se asienta la fortaleza (Fig. 11).
Una función similar debió tener el castillo de Alcubillas, pero en este caso de
control de la vía de Mérida al Puerto de Almansa. La fortificación está igualmente
absorbida por las obras del edificio cristiano, pero en este caso el registro cerámico
es más claro como ya se detectó en estudios anteriores al nuestro (Ruibal, 1986;
Retuerce,1994: 117), apareciendo piezas de cronología tanto de época Omeya
como de la fase norteafricana.
Importante dentro de esta red secundaria debió ser también la fortificación de
El Salido, localizada controlando el vado del río Azuer que atravesaba el camino
Fig. 11: Vista de la posición general del castillo de Albaladejo. Fotografía del autor.
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que desde Úbeda se dirigía hacia Toledo pasando por Alhambra. En este recinto,
a parte del referente cerámico de este periodo, se ha conservado los restos de una
cerca de mampostería sobre la que se elevaba un cuerpo de tapial que se ha perdido,
con una fábrica muy similar a la que documentamos en los zócalos de mampuestos
para asentar las tapias hormigonadas de los castillos de Montiel y Eznavexor.
Posteriormente esta muralla será cortada en parte para la construcción de una
torre cuadrangular de clara fábrica cristiana, lo que permite obtener claramente
la secuencia estratigráfica de este recinto constructivo. Muy similar es el caso de
Peñaflor, en la órbita de esta misma vía, donde tanto la construcción de la cerca
defensiva similar a la del Salido como el referente cerámico con algunas piezas
pertenecientes a ollas con las típicas acanaladuras, nos hace pensar que pudo tener
algún tipo de ocupación durante este periodo aún por determinar claramente (Fig.
12).
En la zona de Las Lagunas de Ruidera, hemos podido constatar como existen
varias pequeñas fortificaciones que controlan este espacio de vital importancia por
sus recursos naturales, citándose en el siglo X la presencia de un campamento
militar en esta zona denominado Mahallat al-Gadr (Vallve, 1986: 274) que a día de
Fig. 12: Vista de la fortificación de El Salido. Fotografía del autor.
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hoy no podemos identificar, pero que creemos se podría localizar en el entorno de la
ermita de San Pedro, en Ossa de Montiel. En este punto debió situarse el principal
núcleo de población de este espacio, que amortizo un importante asentamiento
visigodo del que aún se aprecian varios elementos relacionados con la fundición.
Dentro de la fase islámica hemos documentado en las cercanías varios sillares de
un gran edificio, descontextualizados, pero con decoración epigráfica árabe. Es
más, sobre el cerro que se levanta al norte de la ermita se localiza un asentamiento
fortificado en altura denominado Cuesta Almagra, con restos de una fortificación
cuadrangular y con materiales de clara adscripción islámica. Por otro lado, en el
cerro de Los Almorchones se documenta también una fortificación con materiales
de esta cronología y que controla un gran espacio en el centro del espacio de
Las Lagunas. Finalmente la Algecira del Guadiana, de la que se tiene constancia
documental desde el siglo XIII, se trata de un pequeño recinto fortificado que
aprovecha una pequeña península en el interior de las lagunas para asentarse,
conservando a nivel superficial los restos de un foso así como un pequeño muro de
cierre, siendo difícil de identificar los materiales cerámicos debido a la vegetación
que la invade (Fig. 13).
Fig. 13: Sillar con decoración epigráfica árabe localizado en las cercanías de la ermita de San Pedro
(Ossa de Montiel). Fotografía del autor.
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Otros recintos fortificados adscribibles a este periodo son los de Cabeza del
Buey, que se localiza en la mayor cota de todo el Campo de Montiel y que domina
un amplio territorio, estando asentado sobre un gran oppidum ibérico. A falta de
excavaciones, es difícil diferenciar en superficie las estructuras de cada una de las
fases históricas por la gran colmatación de derrumbes entre los que sí se aprecia
la presencia de teja curva y cerámica con vidriados de clara adscripción islámica.
Similar es el caso del cerro Castellón en Castellar de Santiago, que controla los
pasos del trazado de la antigua Vía 29 en la estratégica zona de Torre Alver y
Navas de la Condesa, donde constatamos la presencia de un gran yacimiento
protohistórico que dificulta asimismo la visualización de las fases medievales.
De menor envergadura son los Castillejos de Torre de Juan Abad o el Gollizno,
que sirven de atalayas de Eznavexor, o Los Castillejos en Montiel que controlan
el paso del camino Real de Cuenca a Granada por el río Lorigón. En todos
ellos conservamos algunos restos de estructuras medievales que amortizan los
asentamientos protohistóricos, por lo que hay que ser muy exhaustivo en el trabajo
de campo para localizar los materiales islámicos.
A parte de los centros fortificados que hemos estudiado hasta el momento,
existieron en esta comarca un conjunto de alquerías que aún estamos en proceso
de conocer plenamente desde el punto de vista arqueológico. Gran parte de estos
lugares ocupan los solares de antiguos asentamientos rurales de época tardorromana
y tendrán una pervivencia que llegará en algunos casos hasta la conquista cristiana
de la zona, proceso bien estudiado por Zozaya (2008: 23-24) en otras zonas
peninsulares. No obstante existen otros núcleos prácticamente de fundación ex
novo que se suelen localizar en torno a las principales vías de comunicación de este
periodo, muchas veces en las proximidades de los cauces más importantes, como
son los ríos Jabalón, Lorigón, Guadalén, Azuer y en el del río Villanueva. Por
otro lado, hemos detectado también una vinculación de este tipo de asentamientos
con algunos manantiales o fuentes naturales. Es el caso de Fuent Plana, Fuente
de la Higuera o Fuente del Puerco, reflejados en las fuentes del siglo XIIII que
ya vimos. Finalmente, hay que precisar que en conjunto todos esos asentamientos
presentan una problemática especial para su estudio debido a que los trabajos
agrícolas han arrasado gran parte de las mismas, quedando en superficie sólo el
referente cerámico descontextualizado. Veamos algunos ejemplos.
En torno al trazado del camino Real de Cuenca a Granada se localiza, por
ejemplo, la alquería de Huertas de León en el término de Montiel cercano al río
Lorigón, que parece aglutinar el poblamiento del establecimiento tardo-romano
del cercano yacimiento de Los Torrejones. Este asentamiento no presenta, al igual
que prácticamente todos los estudiados, restos de fortificación, pero sí algunas
trazas de muros en aquellos puntos no alterados por la agricultura.
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Para el caso del camino Real de Andalucía, que recorre el valle a los pies de
Albaladejo, Terrinches y Villanueva, encontramos varios asentamientos de esta
cronología como son los La Cañada, Villar de Casa Paterno y quizás, aunque aún es
complejo de precisar, una pequeña alquería que diera lugar al posterior desarrollo
de la población de Terrinches a partir de la conquista.
En el área de influencia del castillo de Eznavexor localizamos nuevamente
la presencia de algunas alquerías entre las que hay que destacar la de Cernina, al
noreste la fortaleza; la de Las Eras asomada a un promontorio y que dará origen a
la población de Torre de Juan Abad; la que existió en el entorno de la ermita de la
Virgen de la Vega y de la que se recuperó una estela de mármol con epigrafía árabe
o, por poner un último ejemplo, el yacimiento de Fuente de los Ángeles al sudeste
del casco urbano de Castellar de Santiago y que será el germen de este municipio.
Ligadas a la vía de comunicación de Mérida al Puerto de Chinchilla, podemos
destacar la alquería que dio lugar a la fundación de Fuenllana, de la que hemos
podido recoger sólo materiales cerámicos en el cerro donde se asentaba la antigua
fortaleza cristina, hoy desaparecida. Al sudeste de esta población se localiza el
despoblado de Torres, donde existe una importante secuencia de ocupación durante
toda la Edad Media.
Finalmente, por no extendernos en este apartado, citar las alquerías en el entorno
del hisn de Alhambra como son las de La Calera o El Lobillo, bien conocidas en el
momento de la conquista ya que sirvieron de hitos para delimitar los territorios de
la Orden de San Juan y la de Santiago en 1237.
4.3. PRINCIPALES SISTEMAS VIALES DE USO EN ÉPOCA ISLÁMICA
Si por algo se ha caracterizado el Campo de Montiel a lo largo de su historia,
ha sido por tratarse de un espacio de obligado paso tanto entre las comunicaciones
de la Meseta con la Alta Andalucía, como por las que provenientes de la zona
occidental de la Península se dirigían hacia territorios levantinos (Moya-Maleno,
2011). Aunque la primera configuración viaria de este espacio se produce
claramente en época romana, ya que por esta zona confluyen tanto la Vía Augusta
(Benítez de Lugo et al., 2012) como los trazados de las vías 29 y 30 del Itinerario
de Antonino (Carrasco, 1990), durante el periodo islámico existió un importante
conjunto de espacios viales (Franco, 2005: 41) de entidad propia que articularon
todo este espacio y permitieron estructurar el poblamiento en torno a los
principales centros de población (Fig. 2). No obstante, como ya tratamos de forma
sintética en otros trabajos (Gallego, 2014), se percibe una clara basculación de las
comunicaciones principalmente hacia las tierras levantinas herederas de la antigua
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Vía Augusta, lo que marcará de una forma muy especial tanto las construcciones
como la cultura material de esta comarca en estos siglos de ocupación islámica y,
posiblemente, será uno de los factores que retrasen la conquista de este espacio
al no estar atravesado por las rutas seguidas dentro de los avances castellanos del
siglo XII, más centradas en el camino de Córdoba a Toledo por el paso del Puerto
del Muradal.
El trazado de la Vía Augusta, de vital importancia para esta zona en la etapa
romana, a nuestro parecer discurre por la actual Vereda de los Serranos que desde
Mairena cruza entre los términos de Terrinches, Santa Cruz de los Cáñamos
Albaladejo, Montiel y Villanueva de La Fuente, como ha demostrado el equipo
de Benítez de Lugo (2012) con una reciente excavación arqueológica. Tras la
conquista musulmana, el itinerario principal para cruzar el extremo meridional del
Campo de Montiel desde la Alta Andalucía y en dirección a Levante, era el actual
trazado del camino Real de Andalucía, que transita a los pies de las poblaciones
de Terrinches, Albaladejo y Villanueva de la Fuente, donde se une nuevamente
a la antigua vía romana. Este cambio de ruta da sentido tanto a la situación de
la fortificación de Albaladejo, como al conjunto de alquerías de las que hemos
hablado anteriormente.
Otra de las rutas principales sería el Camino Real de Cuenca a Granada, que
atraviesa la comarca de sur a noreste y permitía unir las coras de Ilbira y la de
Jaén con la de Santaver. Este trazado ha sido ya bien estudiado por Plaza (2010)
con el que coincidimos en sus aportaciones. Tras el cruce de Sierra Morena, este
itinerario se desgaja de la Vía Augusta al sur de Puebla del Príncipe a la que
atraviesa para dirigirse hacia Montiel con la denominación del camino vecinal
entre ambos municipios, cruzando el río Lorigón en el vado controlado por la
atalaya de Los Castillejos. A su llegada a Montiel atraviesa el paraje de Las Minas,
para posiblemente desdoblarse en dos pequeños ramales, cruzando el primero el
Vado del Jabalón a los pies del castillo de San Polo y el segundo dirigiéndose
hasta el castillo de La Estrella atravesando el río Segurilla, volviéndose a unir en
las cercanías de Villahermosa. Desde este último tramo se dirige hacia Ossa de
Montiel donde abandona la comarca (Fig. 14).
De cierta entidad debió ser también el antiguo trazado de la Vía 29 de época
romana, pero que ahora va a sufrir una importante modificación para coincidir con
el trazado del camino de Ubeda a Toledo (Corchado, 1963). Aunque a grandes
rasgos conserva el uso de su trazado de su este a oeste procedente de la zona de
Caracuel hasta su llegada a Puebla del Príncipe, desde esta última varía el mismo
para transcurrir por las cercanías del castillo de Eznavexor hacia Alhambra,
pasando a nuestro parecer por Almedina y no por Cózar como proponía Corchado
(1963), para dirigirse posteriormente al norte pasando por El Salido o Peñaflor
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Fig. 14: Vista del camino Real de Cuenca a Granada a su paso por el vado del río Lorigón y, al fondo
remarcada digitalmente la atalaya de Los Castillejos. Fotografía del autor
entre otros lugares, convirtiéndose en una vía alternativa para unir las tierras del
Alto Guadalquivir con Toledo.
La principal vía que cruzaba de oeste a este el Campo de Montiel era el Camino
de Mérida por Calatrava hasta el Puerto de Almansa, cuyo trazado se adentraba en
la comarca por el noreste hasta alcanzar el Puerto de Vallehermoso hasta atravesar
el Jabalón por el puente de Torres, donde discurre coincidiendo con el camino de
Cózar a Montiel. Al llegar a esta última giraba hacia el sudeste por el camino de
Alcaraz, hasta que se unía a la Vía Augusta para llegar a Villanueva de la FuenteMentesa Oretana.
No queremos dejar de mencionar dos importantes vías para la estructuración
de la comarca. La primera era el camino que procedente del Campo de Calatrava
accedía al Campo de Montiel por el castillo del Tocón hasta Alhambra y
posteriormente se dirigía a las Lagunas de Ruidera, que creemos que coincide
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con la Cañada Berviana citada en el deslinde del castillo de Alhambra en 12157.
La otra, menos conocida en la actualidad, era el camino de Montiel a Segura de
la Sierra por La Puerta, que en la actualidad se encuentra prácticamente perdido
pero del que hemos podido localizar un pequeño tramo en las cercanías del río
Guadalmena, donde se conserva el Puente de Vandelvira, a partir del que estamos
pudiendo reconstruir su trazado y comprender la presencia de fortificaciones ya
cristianas como las de Terrinches o El Poyato.
Finalmente debemos mencionar que estos caminos principales debieron tener
ramificaciones o trazados secundarios convirtiéndolos en complejos “espacios
viales” como bien ha estudiado Franco (2005) en sus trabajos sobre caminería
de época islámica, por lo que estamos documentando cada vez más pequeños
itinerarios en las pequeñas variantes que cruzan las principales sierras o rutas
alternativas.
5. CONCLUSIONES
Dos eran los objetivos principales que nos planteábamos en esta ponencia.
En primer lugar proponer una metodología de trabajo específica para el estudio
de espacios medievales fuertemente castralizados, como el caso del Campo de
Montiel en época islámica. Y en segundo lugar, mostrar los primeros resultados
obtenidos para la reconstrucción de este territorio en esta fase su historia. En el
caso del primero hemos mostrado cómo es fundamental tanto el uso de las fuentes
escritas, tanto islámicas como cristianas, que se deben combinar en todo momento
con las distintas metodologías del trabajo arqueológico, consiguiendo unos
resultados ciertamente interesantes para nuestra comarca de la que no teníamos
información para este periodo histórico. Por otro lado los resultados que está
arrojando nuestra investigación nos permiten ir retirando la visión de un espacio
prácticamente vacío y desestructurado, mostrando un territorio que contó con
centros poblaciones fortificados de cara a la estructuración del territorio y, a un
nivel inferior, con pequeños recintos defensivos secundarios destinados a controlar
tanto la importante red viaria de la zona, como a servir de protección a las distintas
alquerías diseminadas por el territorio.
Estamos pudiendo constatar, aunque debemos seguir trabajando hasta completar
el estudio de la totalidad del territorio del Campo de Montiel, que nos encontramos
ante un espacio muy singular en el periodo islámico en comparación con otros
territorios manchegos aledaños como La Mancha o el Campo de Calatrava, ya
7
Doc. de 1215, edit. González, 1960: doc. 983.
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que tuvo una fuerte influencia tanto de los territorios de la Alta Andalucía, a los
que posiblemente perteneció durante buena parte de este periodo, y de las tierras
Levantinas, de donde cada vez estamos constatando más influencia en todos los
ámbitos que se pueden rastrear a través de la cultura material.
Esta basculación del territorio hacia las tierras occidentales puede ser una de las
razonas por las que este territorio se mantuvo al margen de los grandes conflictos
en los siglos de ocupación islámica. Primero parece que quedó al margen de las
tensiones entre la levantisca Toledo y el poder Omeya cordobés, más vinculado
a las cercanas tierras del Campo de Calatrava por donde discurría la vía que unía
ambas urbes. En segundo, sufrió menos que los cercanos territorios manchegos los
avatares fronterizos durante el siglo XII, lo debió suponer una mayor estabilidad
en el poblamiento. De hecho, la repoblación cristiana se orientó a reconducir las
antiguas alquerías y fortificaciones más que a ocupar tierras yermas. De ahí que la
presencia mudéjar sea importante en los siglos bajomedievales o que la Orden de
Santiago tardara relativamente poco tiempo en estructurar de nuevo el territorio
para satisfacer sus intereses políticos y económicos.
Finalmente, debemos mencionar que la prácticamente ausencia de las
fuentes escritas de los territorios del Campo de Montiel en época islámica, da un
importancia capital a las fuentes arqueológicas, tanto por los datos provenientes
del estudio de la tipología de los materiales cerámicos como la investigación de los
paramentos, de cara a poder avanzar en el futuro conocimiento del pasado de esta
comarca durante la ocupación musulmana.
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Los orígenes de la presencia de la
Orden de Santiago en el Campo de Montiel
Ángela Madrid Medina
CECEL-CSIC
Recibido: 1-VII-2013
Aceptado: 8-X-2014
RESUMEN
En la campaña militar de 1213 el rey Alfonso VIII conquistó los enclaves estratégicos de Eznavexor y
Alhambra, que en principio fue entregada al conde Álvaro Núñez de Lara. Ambos formaron parte del
Campo de Montiel, de la orden de Santiago, cuya presencia en el territorio es bastante temprana. En
la presente comunicación se establece esta presencia y se aporta la documentación correspondiente
sobre la entrega de los mencionados lugares.
PALABRAS CLAVE: Orden de Santiago, Campo de Montiel, Alfonso VIII, Enrique I, Eznavexor,
Alhambra, Álvaro Núñez de Lara.
ABSTRACT
In the military campaign of 1213 king Alfonso VIII conquered the strategic enclaves of Eznavexor
and Alhambra, which in principle was given to the count of Álvaro Núñez de Lara. Both were part
of the Campo de Montiel, of the order of Santiago, whose presence in the territory is quite early.
The present communication sets this presence and provides documentation about the delivery of the
mentioned places.
KEYWORDS: Order of Santiago, Campo de Montiel, Alfonso VIII, Enrique I, Eznavexor, Alhambra,
Álvaro Núñez de Lara.
1. LA ORDEN DE SANTIAGO
En el último tercio del siglo XII el terreno estaba abonado con una serie de
condiciones propicias para el nacimiento de la orden de caballería de Santiago, la
que llegó a ocupar una mayor extensión en España, siendo el Campo de Montiel su
territorio más compacto. Una de las órdenes militares españolas que, ciertamente,
tiene afinidades con el resto de sus hermanas, las órdenes de Calatrava, Alcántara
Ángela Madrid Medina
y Montesa. Pero con características propias que la aproximan también a la orden
hospitalaria de San Juan de Jerusalén o de Malta.
El contexto en el que nace la orden de Santiago era sin duda propicio por
diferentes motivos. Por un lado en el siglo XII la figura del gurrero arrogante y
belicoso va a dar paso al caballero. Y la caballería ya no es sólo la manera de
combatir de los nobles, sino que se convierte en una forma de vida, en un código
de conducta, por lo que podemos hablar, incluso, de un modo de ser caballero.
Aparece de esta manera un ideal de caballería del que van a participar
plenamente los santiaguistas, que por supuesto constituyen una milicia de élite
altamente cualificada, para la defensa de la fe cristiana, el rey, el territorio y el
cuidado del bienestar de la comunidad. Pero que también desde unas obligaciones
religiosas, con sus votos de pobreza, castidad (conyugal en el caso de Santiago)
y obediencia, y unos compromisos caballerescos consideran estos freires que
tienen una importante función en la paz, practicando los valores de justicia,
lealtad, generosidad y hasta cortesía. Y a partir de este complejo entramado van a
estructurar sus diferentes dimensiones.
De otra parte los santiaguistas contaron con el precedente de experiencias
previas, como las órdenes de Jerusalén instaladas en la Península. Siendo así que,
aunque se pueda hablar de una presencia de las mismas con anterioridad, las órdenes
del Hospital, del Santo Sepulcro y del Temple se asientan aquí definitivamente a
partir de un original testamento de Alfonso I el batallador, fallecido en 1134, por el
que deja como herederas a dichas órdenes.
Y no sólo eso, también precede a la orden de Santiago la territorialmente
más próxima y ya hispánica orden de Calatrava, que desde el primer momento
va a contar con el favor real, a lo que parece en detrimento de los templarios.
Y es que en los monarcas castellanos se muestra una clara preferencia por las
órdenes de caballería propias, que, por otro lado podrían controlar mejor. Es lo que
igualmente puede apreciarse cuando se platea el traspaso de los bienes del Temple
a los hospitalarios, una vez suprimida aquella orden.
La orden de Santiago, como sabemos, nace con el apoyo de Fernando II
de León en 1170 como cofradía, convertida pronto en milicia de caballeros de
Cáceres, al frente de los cuales estaba Pedro Fernández (Lomax, 1965; Martín,
1974; De Ayala, 2003: 120-125). En 1171 la orden de Cáceres estableció un
acuerdo con el arzobispo de Santiago, convirtiéndose en milicia religiosa y
cambiando la denominación de estos freires, que pasaron a adoptar el nombre del
apóstol. Ese mismo año el monarca castellano Alfonso VIII mostró su interés por
los santiaguistas, a los que donó en su reino el castillo de Oreja.
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La confirmación de la Orden no se hizo esperar, llegando de la mano del papa
Alejandro III en 1175. Una confirmación en la que el pontífice reconociendo el
carácter supraterritorial de Santiago, puesto que las principales fortalezas de la
milicia se encontraban en Castilla, incluida Uclés –que pasó a ser cabeza de la
Orden–, la desvincula de la sede compostelana, pasando esa vinculación a la Sede
Apostólica.
Por lo demás los santiaguistas desde sus orígenes contaron con canónigos
regulares bajo regla de san Agustín, aunque en la suya se aprecie también una
influencia benedictino-cisterciense. Lo que no deja de ser una peculiaridad, con un
aspecto muy novedoso en relación con el monacato tradicional, consistente en que
desde los primeros momentos sus freires seglares pudieran contraer matrimonio,
suavizando así el voto de castidad con la llamada castidad conyugal. En lo que
pudo influir el hecho de que los fundadores de la Orden cuando la crearon podrían
estar ya casados.
De todas maneras no es la única de las órdenes de caballería españolas que
sigue la regla de san Agustín, que no debemos olvidar es la tercera de las órdenes
mendicantes. La mucho más modesta orden de San Jorge de Alfama, establecida en
Tarragona, se rige por la misma. Al igual que la orden de San Juan de Jerusalén. Y
dentro de la variedad de funciones que las órdenes han venido desarrollando, desde
la base religiosa hasta la actividad militar y repobladora, en estas tres órdenes la
preocupación humanitaria se convierte en un fin, de mayor o menor transcendencia.
Coinciden también en una vocación internacional y hasta en una actividad naval.
En cualquier caso en la orden de Santiago, en un corto espacio de tiempo y aún
antes de la muerte de Pedro Fernández, ya apreciamos una estructura institucional
y jurídica bien definida y algunos de los rasgos a los que antes me he referido. Y
donde llama la atención una interesantísima actividad docente, que desarrollan en
alguna iglesia pero, sobre todo, en el monasterio de Uclés, como ya destaqué en el
VIII Centenario de la conquista de Alcaraz (Madrid, 2013: 232ss).
En La Orden de Santiago en Francia Benito Ruano nos da cuenta, dentro de
lo que él llama un designio universalista, de la presencia de la misma en el país
vecino desde 1183 con bienes al norte de París donados por Felipe Augusto, que
pasaron a constituir la encomienda de Étampes. A lo que se añadió la encomienda
de Orion, con hospital de peregrinos desde el siglo XII, que no será el único en
territorio francés (Benito Ruano, 1977).
No es que otras órdenes militares no sintieran una preocupación asistencial,
que, al fin y al cabo, son también órdenes religiosas. De la misma forma que otras
contaron igualmente con hospitales (Madrid, 1999: 239-242). Sin embargo, entre
las españolas, por la abundancia, proyección en el tiempo y proporciones, destaca
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considerablemente la de Santiago. Con una marcada vocación humanitaria, que
los santiaguistas llevarán a cabo con el rescate de cautivos, no sólo en el periodo
medieval, y con la fundación de un elevado número de hospitales, de los que el
de Cuenca ha venido funcionando ininterrumpidamente desde fines del siglo XII
hasta la actualidad.
Siendo así que desde su origen los caballeros de Santiago van a definir de forma
clara y rápida este proyecto, que inicialmente se recoge en su regla confirmada por
el papa Alejandro III. Con un aspecto muy novedoso en la época, la redención de
cautivos.
Porque si en la bula fundacional de 1175 se contempla que los santiaguistas
debían dedicar especial atención a los pobres y a los huéspedes, en la bula de
1187 se habla de la obligatoriedad no sólo de alimentar a los pobres con las
limosnas recogidas en los hospitales, sino también de liberar cautivos. Para lo que
destinarían, además, las ganancias que les proporcionara el botín obtenido en las
empresas militares (Echevarría, 2007: 469s; Madrid y Marín, 2010: 78s).
Por lo que a enfermerías y hospitales se refiere (asunto del que me he ocupado
en varias ocasiones –Madrid, 1997, 1999 y 2004a–), con anterioridad a 1213 los
santiaguistas contaban ya con una importante red. Unos pocos de sangre, es decir,
para caballeros heridos en combate, pero en su mayoría dedicados a atender a los
pobres, enfermos, peregrinos y cautivos. Y que se extendían no sólo por la Península,
con especial implantación en La Mancha y en el Camino de Santiago, por razones
obvias, sino también fuera de España. Hospitales que fueron evolucionando según
las necesidades del momento, como el de Toledo y el de Cuenca.
2. LA IMPALTACIÓN DE LA ORDEN DE SANTIAGO EN EL CAMPO DE
MONTIEL
El Campo de Montiel, cuyo nombre aparece en época temprana, y cuyos límites
ya han sido estudiados por varios autores (Matellanes, 1999: 115-124), surge por
iniciativa real y a cargo de la orden de Santiago, que a partir de las donaciones
recibidas se va a encargar de la repoblación del extenso territorio, con todo lo que
conlleva, desde la gestión de recursos a la dotación de un armazón jurídico, con
unas estructuras sociales, religiosas y culturales (Madrid, 2004b).
Las donaciones de los monarcas en los primeros momentos fueron dirigidas
todavía a veces a caballeros particulares, como ya ocurriera en zonas más
septientrionales. Los receptores son personajes de la importancia de Álvaro Núñez
de Lara o de Suero Téllez de Meneses, a quien se entregó el castillo de San Felices,
en las Lagunas de Ruidera, y La Ossa en término de Alcaraz. En ambos casos
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con estrecha vinculación al monarca, a los que éste quiere agradecer los servicios
prestados. Pero que también lo están con la orden de Santiago, a la que finalmente
irían a parar esos lugares.
Y es que en estos primeros tiempos de la Orden Alfonso VIII está realizando un
importante avance, con algún descalabro también para Castilla como el de Alarcos
(1195), en que va a contar con la colaboración de importantes caballeros. Es el caso
de sus alféreces, militares experimentados, como Gonzalo de Marañón, Gómez
García de Roa, Diego López de Haro, así como los condes Fernán Núñez de Lara
y Álvar Núñez de Lara (De Salazar Acha, 2000: 201). O con los miembros de otra
importante familia, los Téllez de Meneses, muy ligados a la Orden de Santiago.
Porque mientras tanto las órdenes militares hispánicas iban ganando peso,
aunque las órdenes de Jerusalén, especialmente las de San Juan y el Temple, se
implicasen en el proceso que hemos dado en llamar Reconquista. Sin embargo,
la quizá un poco provocada devolución de Calatrava en 1157 por parte de los
templarios al rey Sancho III, que a comienzos del año siguiente el monarca
entregaría a Raimundo de Fitero para su defensa, supuso un cierto desprestigio
para el Temple, llegando algunos de sus miembros en esta dinámica a pasarse a
la nueva orden. Siendo así que, pese a la participación de los templarios en 1212
en las Navas de Tolosa, elogiada por Rodrigo Jiménez de Rada, aquellos ya no
pudieron expansionarse por los territorios al sur del Tajo.
Por lo que a la orden de San Juan de Jerusalén se refiere, cuando en época
todavía temprana, a principios del siglo XII, los hospitalarios empiezan a recibir
posesiones en España aún no se habían militarizado. Por otro lado tenían que
compatibilizar el envío de apoyo económico a Tierra Santa con la colaboración
en la Península, sin desatender sus fines propios. Sin embargo, al menos los
hospitalarios castellanos con su prior Gutierre Armildez al frente, en su momento
participaron también en la batalla de las Navas de Tolosa. Como hicieron en 1248
en la toma de Sevilla.
Por ello recibió también esa Orden importantes donaciones. Aunque es posible
que, centrada en las funciones humanitarias y en sus vínculos internacionales, se
sintiese más cómoda en el territorio castellano en que finalmente se estableció,
lejos de la frontera.
Sin obviar en cuanto a sus motivaciones esa probable inclinación del rey por
las recién constituidas órdenes españolas, sin compromisos en el exterior, bajo
su control y de probada eficacia que, en última instancia lo llevó a favorecer la
expansión de éstas al sur del Tajo, frente aquellos caballeros individuales y a las
órdenes de caballería de Jerusalén.
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Las preferencias reales entre las distintas órdenes militares se van a poner de
manifiesto en el testamento de Alfonso VIII de 8 de diciembre de 1204, en que deja
a los caballeros de éstas, aparte de otros bienes, sus armas ofensivas y defensivas.
Con una división significativa. Mientras que a los de Santiago y Calatrava les
legaba respectivamente un tercio, de la otra tercera parte, dos tercios iban a parar a
la orden del Hospital y un tercio a la del Temple.
En cuanto a la orden de Santiago, que pronto alcanzó su madurez y desarrolló
con rapidez su extenso programa, uno de los mayores problemas a los que nos
enfrentamos en relación con el Campo de Montiel es el de situar el momento en el
que ya podemos hablar de su presencia en estas tierras. Y ello debido a la escasez de
documentación sobre la época que estamos abordando. Por lo que soy consciente de
que cualquier conclusión al respecto sería, cuando menos, imprudente y arriesgada
y sin ese soporte de documentos un mínimo dato puede dar al traste con todo un
montaje argumental.
En principio, pues, sobre cuándo podemos contar ya con la presencia de la
orden de Santiago en el Campo de Montiel hay datos sueltos y algunas teorías,
según se estudie el asunto desde uno u otro territorio, con hipótesis que hasta
podrían ser complementarias.
Por un lado se ha venido considerando, no sin fundamento, que la aparición de
los santiaguistas en el Campo de Montiel no sería anterior a las Navas de Tolosa.
Y ello teniendo en cuenta la cabeza de frontera en que a lo largo del siglo XII se
había convertido Alcaraz y que podría integrar abundantes aldeas y castillos de esa
Sierra y de este Campo.
No obstante, sin negar, la importancia de dicha frontera, no creo que debamos
descartar a priori que los caballeros de Santiago prestaran tempranamente su apoyo,
con un avance hacia el sur descendiendo hasta el posterior Campo de Montiel.
Si bien es cierto que no podemos hablar aún de una presencia articuladora del
territorio, como tampoco tenemos todavía constancia de ninguna encomienda.
Por ello, y en parte también por la lógica de la evolución que experimenta y la
estrategia que siguen los santiaguistas, no he descartado, a raíz de los indicios con
que contamos, la posiblidad de la presencia de la orden de Santiago en el Campo
de Montiel, especialmente en su parte oriental, con anterioridad a la batalla de las
Navas de Tolosa (Madrid, 2013: 234-239). Ni siquiera con anterioridad a la batalla
de Alarcos.
No solamente algún cronista, el historiador contemporáneo Manuel Corchado
apuntan en ese sentido, sino también historiadores y archiveros de la propia Orden
del siglo XVIII, como Bernabé de Chaves y José López Agurleta. Y, por supuesto,
esa escasa documentación contemporánea a los hechos.
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Así, cuando el 12 de julio de 1215 el rey Enrique I otorga la carta de concesión
y confirmación al maestre de Santiago García González de Algecira del Guadiana –
que Corchado localiza a partir de la delimitación de términos de la Ossa de Montiel
hasta Algecira y San Felices (Corchado, 1971: 38)–, explica que Algecira ya estaba
en poder de la Orden treinta años antes:
«quod freires milicie Sancti Iacobi de Vcles tenueran prius per triginta annos et
eo amplius Algezira de Guadiana. Id circo facio cartam concessionis, confirmationis
et stabilitatis uobis donno Garcia Gonçalui, instanti magistro et uniuerso fratrem
de Vcles conuentuii…concedo itaque uobis Algeziram predictam cum suis terminis
et cum pertinenciis suis… quibus ante illam tenueratis ut illam iure hereditario
habeatis»1.
Chaves, prior de San Marcos de León, a quien le fue encomendado que del
Archivo General de los santiaguistas sacara copias autorizadas de las donaciones
reales, recoge un privilegio de Alfonso IX por el que el monarca «concediò à la
Orden, y à su Maestre Don Fernando Diaz, [que lo fue desde el año de 1184 hasta
1186] que hiciesse guerra en el Campo de Montiel à los Moros, dandole dicha
conquista, por ser el territorio tan vecino à Uclès, y tierra de Ocaña» (De Chaves,
1975: fol. 16 v.).
Cronología en la insiste López Agurleta, también freire de la Orden de Santiago
y archivero de Uclés, que siendo presbítero y subprior de este monasterio fue uno
de los autores del Bulario de la Orden de Santiago. Afirma López Agurleta en sus
Annales de la Orden de Santiago que estando bajo control la Ribera del Tajo,
«quedaba asegurada y libre la tierra, que se incluye desde Alarcón a Calatrava,
que es todo el Priorato de Uclés y parte de Montiel, (el rey) dio disposición para
que se fuese poblando, quitados de medio (sic) algunos Castillejos de Moros. Y
en este tiempo debe ser (se refiere a 1177) quando a D. Fernando comendador
Maior de Castilla se le concedió la conquista de tierra de Montiel, y no quando era
maestre año de 1185 en que tenía conquistada alguna parte»2.
Por todo cual consideramos que al menos ha de tenerse en cuenta la posibilidad
de que la orden de Santiago, que demostró una gran actividad desde su fundación,
tuviera presencia en el Campo de Montiel en época bastante temprana, anterior a
la batalla de las Navas de Tolosa en cualquier caso.
1
AHN, Códices L. 1046. Libro I, fol. 66-67.
2
AHN, Códices L. 337, sin foliar, año 1185.
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3. LA ENTREGA DE ALHAMBRA AL CONDE DON ÁLVARO NÚÑEZ DE
LARA
3.1. AVANCES TERRITORIALES DE LA ORDEN DE SANTIAGO
Después del éxito obtenido en las Navas de Tolosa por Alfonso VIII y su
coalición, la campaña de 1213 se salda con importantes conquistas, cayendo no sólo
Alcaraz, el 23 de mayo, sino también, ya en el territorio que nos ocupa, Eznavexor
y Alhambra, dos de las fortalezas más importantes del Campo de Montiel, con un
decisivo valor estratégico (Pretel, 2013: 98-110).
El monarca se había propuesto hacerse también con Baeza. Pero, según López
Agurleta (continuando con fuentes de la orden de Santiago), las dificultades con
las que se encontró debido a la falta de víveres y la esterilidad de los campos, a
causa de una prolongada sequía, le hizo desistir del proyecto, pactando treguas con
los moros con el fin de consolidar lo que ya tenía en su poder.
Los santiaguistas entonces, nuevamente según Agurleta, volvieron desde
Baeza a lo de Alcaraz y Sierra de Segura, retirándose a Uclés por Alarcón. El
maestre, en aquellos momentos García González de Arauzo, el octavo de ellos,
siguió a Alfonso VIII hasta Burgos «y alli el 7 de maio (de 1214) le otorgó carta
del Castillo de Feznavexor, que le havia dado quando se recobro el año antes, y
carta tambien allí el 3 de junio (de 1214) del Castillo de Alhambra con sus aldeas
y terminos»3.
El que en la campaña de 1213, que comenzó a fines de febrero, se hicieran
con estas fortalezas se debía sin duda a su valor y a lo que para el rey y la propia
orden de Santiago representaban. Pero, además, hay que tener en cuenta el camino
que frecuentemente se recorría, atravesando Sierra Morena por el Puerto de San
Esteban (Prieto, López Carricajo y Corchado, 1971). Lo que, con estas conquistas
les aportaba seguridad, más aún por la posición meridional de Eznavexor.
3.2. EL DERECHO PRIVILEGIADO
Con las primeras conquistas empiezan a sucederse las donaciones dentro del
Derecho de la época, que es un Derecho privilegiado. Y ello afecta directamente al
Campo de Montiel, que se va formando con privilegios otorgados por los reyes y por
los maestres de la orden de Santiago. Referentes a concesión de términos, fortalezas,
tierras y exenciones tributarias a los nuevos pobladores, privilegios de villazgo, un
fuero común y hasta establecimientos por los que sus pueblos deben regirse.
3
AHN, Códices L. 337, año 1214.
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A lo largo de este proceso nos vamos a encontrar con monarcas que tienen un
especial protagonismo en la recuperación, constitución y articulación del territorio.
Es el caso de los reyes Alfonso VIII y Fernando III, aunque también otros como
Enrique I, de interés en el caso que nos ocupa.
De la misma manera que algunos maestres están indefectiblemente unidos
al Campo de Montiel. Es el caso del legendario Pelay Pérez Correa, el gran
colaborador de Fernando III. Como lo sería después el infante don Enrique de
Aragón y de Sicilia, el más importante legislador de la Orden. Incluso el que es
más conocido a través de la literatura don Rodrigo Manrique.
Pérez Correa no sólo destaca en el Campo de Montiel por sus acciones militares,
sino también por la concesión de un fuero para el territorio. Y si en el siglo XIII
otros maestres prefieren otros fueros, breves con frecuencia, el gran dominio del
fuero de Cuenca es el Campo de Montiel.
El de Cuenca es un fuero extenso que recoge el derecho de la frontera castellana,
con una notable influencia del derecho romano. Pelay Pérez está muy implicado,
empeñado incluso, en la colonización del territorio y para atraer población otorga
en 1243 el famoso fuero a Alhambra y a Montiel (en realidad le concedió tres
fueros), desde donde pasó a Cózar y a Alcubillas en 1275.
Por tratarse de comunidades de villa y tierra se adoptó un solo texto y la aldea
que se independizaba seguía usando el texto de su antigua villa. Por tanto, cuando
Montiel o Alhambra recibieron el fuero de Cuenca éste se implantó en todo el
territorio (Madrid, 2004c: 243). Con lo que el ordenamiento jurídico fue un factor
nada despreciable para que el Campo de Montiel se convirtiese en el más compacto
de la orden de Santiago.
3.3. LAS CONCESIONES
3.3.1. Eznavexor
El castillo de Eznavexor o Torres de Xoray, situado en el llamado Estrecho de
las Torres entre Villamanrique y Torre de Juan Abad y que algunos han llegado
a confundir con el de Santiago de Montizón, que sería su heredero, también en
término de Villamanrique, fue reconquistado en la campaña de 1213, en la que
cayeron además los castillos de Dios, de Dueñas y Alcaraz.
Alfonso VIII mediante un privilegio rodado a principios de mayo de 1214, en
Burgos, dona a la orden de Santiago y a su maestre García González el castillo de
Eznavexor, con todos sus términos y pertenencias a perpetuidad. Y tal y como se
aprecia, aclara, no sin satisfacción, que es al tercer año de la victoria de las Navas.
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La muerte del monarca ese mismo año quizá impidió recoger muchos de los frutos
de su actuación.
Gestión en la que no se trata sólo de considerar sus conquistas por el norte
o de la apertura de las puertas hacia sur, dejando preparado el terreno para los
avances de Fernando III, sino de la creación de la Universidad (Estudio General)
de Palencia, la primera de las españolas y una de las más antiguas de Europa,
aparte de su interés por la actividad hospitalaria de la orden de Santiago.
De la entrega de Eznavexor conozco dos copias. Idénticas en lo sustantivo.
Con la pequeña diferencia que en el pergamino4 el día de la data es el 7, lo mismo
que recoge Agurleta. Mientras que se refiere a que el día es el 6, de mayo de 1214,
Bernabé de Chaves. Que es la fecha que aparece en el texto del Tumbo Menor de
Castilla que incorporamos aquí bajo el título:
«De Eznauexore que dio el rei don Alfonso a la Orden. XXXII.
(Chrismón, alfa y omega). Qvoniam ea que a regibus et principibus terrarum in
helemosina larguiuntur litterarum debent memorie concordari ne post diuturnitate
temporis obliuioni tradentur. Id circo per presens scriptum tam presentibus quam
futuris notum fieri uolo quod ego Aldefonsus, Dei gracia, rex Castelle et Toleti, una
cum uxore mea Alienor regina et cum filio meo donno Henrico, libenti animo et
uoluntate spontanea, pro remedio anime mee et parentum meorum nec non et salute
propria, facio cartam donationis, concessionis et stabilitatis Deo et ordini milicie
beati Iacobi et uobis donno Garsie Gonçalui, eiusdem Ordinis instante magistro
uestrique successoribus et uniuerso eiusdem ordinis fratrem conuentui, presenti et
futuro perpetuo ualituram.
Dono itaque uobis et concedo castellum illud quod dicitur Feznauassore [sic],
quod ego acquisiui per Dei clemenciam a paganis, iure hereditario, in eternum
habendum et irreuocabiliter omni contradictione penitus procul mota perhenniter
possidendum pacifice et quiete cum ominibus terminis suis, montibus, nemoribus,
aquis, riuis, pratis, pascuis et omnibus pertinentiis suis.
Siquis uero hanc cartam infringere uel diminuere in aliquo presumpserit, iram
Dei omnipotentis plenarie incurrat. Et regie parti mille aureos in cauto persoluat et
dampnum uobis super hoc illatum retituat dupplicatum.
Facta carta apud Burgis, era Mª CCª Lª IIª, VIª die madii, tercio uidelicet anno
postquam ego, dictus rex A(defonsus) Almiramomeninum, rege Marrocos, apud
Nauas de Tolosa campestri prelio superaui, non meis meritis, sed Dei clemenciam
et meorum auxilio uasallorum.
Et ego predictus rex A(defonsus), regnans in Castella et Toleto hanc cartam quam
fieri iussi manu propia roboro et confirmo. R(odericus) toletane sedis archiepiscopis
et Hyspaniarum primas confirmat.
4
AHN, Órdenes Militares. Carp. 214, nº 2
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(1ª col.) J(ohanes), calagurritanis episcopus, confirmat. Oxomenis episcopus
confirmat. Rodericus, segontinus episcopus, confirmat. Tellius, palentinus episcopus
confirmat. Giraldus, secobiensis episcopus, confirmat. Dominicus, abulensis
episcopus. Mauritius, burgalensi electus confirmat.
(Entre las columnas 1ª y 2ª signo rodado donde se lee:) ADEFONSI REGIS
CASTELLE SIGNUM. Aluarus Nunii, alferiz regis. Gonçaluus Roderici,
maiordomus curie regis.
(2ª col.) Didacus Lupi de Faro confirmat. R(odericus) Didaci confirmat. Lupus
Didaci confirmat. Rodericus Roderici confirmat. W(illelmus) Gonçalui confirmat.
Suerius Tellii confirmat. Petrus Ferrandi, merinus regis in Castella, confirmat.
Petrus Poncii, domini regis notarius, confirmat. Didaco Garsie, existente
cancellario. Petrus scriptor scribe iussit»5.
Por lo demás entre los confirmantes aparecen personas sobradamente conocidas.
Tal es el caso de Diego López de Haro, personaje fundamental en las Navas de
Tolosa. O Suero Téllez, así como su hermano el famoso obispo de Palencia Tello
Téllez de Meneses. Junto al no menos famoso obispo, en este caso de Burgos,
don Mauricio, tan relacionado con Fernando el santo y con la construcción de la
catedral de aquella ciudad.
3.3.2. Alhambra
El caso de Alhambra documentalmente da para más, resulta más complejo y ha
creado mayor confusión. Especialmente en lo que se refiere a si el rey entregó el
castillo directamente a su alférez Álvaro Núñez de Lara o si éste lo recibió a través
de la Orden. Teniendo en cuenta siempre que no se trata de una donación, sino que
la entrega se realiza en precario, es decir en prestimonio vitalicio.
Hemos de tener en cuenta también que el documento que viene siendo utilizado,
aunque no es el único, es el de las afrontaciones o delimitación de términos, con
un alfoz muy extenso en torno a la fortaleza. Más conocido por las confirmaciones
posteriores.
Hasta entonces era frecuente que los reyes contaran con la aristocracia laica
y las jerarquías eclesiásticas en su proyecto de conquista y colonización del
territorio por el que van avanzando. Se trata de personajes vinculados a ellos y
pertenecientes a determinadas familias de magnates, a los que vemos desfilar por
la documentación colaborando con el monarca, recibiendo concesiones y haciendo
5
AHN, Códices L. 1046 Libro I, fol. 68-69.
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donaciones ellos mismos. También por parte de la orden de Santiago en los
comienzos de su presencia en el Campo de Montiel.
Así el ya mencionado Suero Téllez de Meneses, que intervino en la batalla de
las Navas, a quien Enrique I por los servicios prestados le entregó el castillo de San
Felices en las Lagunas de Ruidera, con todas sus pertenencias, además de La Ossa,
en término de Alcaraz (Madrid, 1988: 351-368).
Por lo demás, Suero Téllez, procedente de Tierra de Campos, aunque del tronco
de los Meneses de Toledo, era hijo de Tello Pérez de Meneses y de Gontrodo García
y hermano de Alfonso Téllez de Meneses y del obispo de Palencia don Tello.
Incluso Villanueva, que había pertenecido antes a la Orden, es dada por la
misma, en capítulo general celebrado en Uclés en marzo de 1232 a Ordoño Álvarez,
que era oriundo de Asturias, con palacio en Oviedo. Colaborador de Fernando III
intervino en la conquista de Córdoba (1236):
«Pero González… maestre de la Orden de la Cauallería de Sanctiago, en uno
con el cabillo general e con otorgamiento de los XIII freires, damos e otorgamos
a uos don Ordon Áluarez Villanueua, aquella que pobló la Orden en término de
Montiel. E assí uos la damos con todo el sennorío que y auemos e deuemos auer e
con todos fueros e con callonnas e con homezillos e con la meatad del heredamiento
que nos pertenesce a la uodega de Uillanueua e con la meatad de los molinos e con
la meatad de la quinta e con todos aquellos derechos que la Orden hy a e deue auer,
fueras end la ecclesia que retenemos pora nos. Et uos de esto que nos uos damos e
de todos los otros bienes que Dios uos diere en Uillanueua que dedes el diezmo a
la nuestra Orden.
Et todo esto uos damos e uos otorgamos por en uuestros días, por el aiuda que
fiziestes quando la poblamos e por otras aiudas muchas que nos fizieses e faredes
cabadelant.
Et dámosuosla en esta manera: que después de uuestros días que esto que uos
damos e todo los otros bienes que uos y fizierades, que todo finque liure e quito a
la Orden sobredicha.
Et nos que uos demos freyre qual uos quisiéredes que metades hi por uuestra
mano, que recuda a uos con todos uuestros derechos e que non uos quisiéredes que
uos camiemos en freyre, que uos lo camiemos a fauor de uos, que recuda otrosí a
uos con todos uuestros derechos…»6.
6
AHN, Códices L. 1046. Libro III, fol. 273-274.
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pp. 55-73
66
Los orígenes de la presencia de la Orden de Santiago...
La orden de Santiago, finalmente, la recuperó en 1248, mediante privilegio de
Alfonso X, siendo todavía infante (Madrid, 2004b).
Por lo que se refiere a Alhambra, el rey Alfonso VIII estando en Burgos
concedió este lugar con sus términos a la orden de Santiago el 3 de junio de 1214
(De Chaves, 1975: fol. 16 v.). Lo que desde Cuellar va a confirmar el 1 de mayo
de 1215 Enrique I:
«De Alfambra, que dio el rey don Enric a la Orden. XXIX.
(Crismón, alfa y omega). Per presens scriptum notum sit omnibus hominibus tam
presentibus quam futuris quod ego Henricus, Dei gratia rex Castelle et Toleti, facio
cartam donationis, concessionis, confirmationis et stabilitatis uobis comiti donno
Áluaro, dilecto meo, diebus uite uestre omnibus ualituturam (sic). Concedo imquam
uobis et confirmo positionem et donationem castelli de Alfambra, quod freires
milicie sancti Iacobi uobis dederunt ad populandum, pro remedium anime nestre,
ut illud habeatis omnibus diebus uite uestre cum suis terminis. Cum montibus,
fontibus, pratis, pascuis, riuis, ingressibus et egressibus.
Et post decessum uestrum iam dictum castellum de Alfambra predictis ordinis
milicie sancti Iacobi fratribus reddatur.
Siquis uero hanc cartam infringere uel diminuere presumpserit, iram omnipotentis
Dei plenarie incurrat et regie parti mille aureos in cauto persoluat et dampnum
super hoc illatum restituat duplicatum.
Facta carta apud Cuellar prima die madii. Era Mª CCª LIIIª. Et ego rex Henricus,
regnans in Castella et in Toleto, hanc cartam quam fieri iussi manu propia roboro
et confirmo. Rodericus toletane sedis archiepiscopus et Hyspaniarum primas
confirmat.
(1ª col.) Giraldus, segobiensis episcopus, confirmat. T(ellus), palentinis
episcopus, confirmat. J(ohanes), calagurritanis episcopus confirmat. Melendus,
oxymenis episcopus, confirmat. R(odericus), segontinis episcopus, confirmat.
G(arcias), conchensis episcopus, confirmat. D(ominicus), avulensis episcopus
confirmat D(ominicus), placentinis episcopus, confirmat. M(auricius), vurgalensis
episcopus, confirmat.
(Entre las columnas 1ª y 2ª signo rodado donde se lee:) HENRICUS REGIS
CASTELLE SIGNUM. Comes donnus Aluarus, alferiz regis, confirmat. Gonçaluus
Roderici, maiordomus curie regis, confirmat.
(2ª col.) Comes Fernandus confirmat. Gonçaluus Nunni, confirmat. Lupus Didaci
confirmat. Rodericus Didaci confirmat. Alfonsus Telli confirmat. Martinus Moniz
confirmat. Guillelmus Gonzalui, confirmat. Guillelmus Petri confirma. Ordonius
Martin, maior merinus, confirmat.
Rodericus Roderici, existente cancellario. Dominicus Aluari, scripsit»7.
7
AHN, Códices L. 1046. Libro I, fol. 62-63.
67
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Ángela Madrid Medina
En Maqueda, el 8 de enero de 1217, Enrique I concede otro privilegio a Álvaro
Núñez de Lara confirmando el anterior. Insiste en los servicios prestados por el
conde y la utilidad de esta fortaleza para la defensa de la frontera del reino, cuyos
términos, extensísimos, había poblado don Álvaro con gran esfuerzo. Añadiendo
una delimitación de los mismos. De esta confirmación hace años consulté una
copia en el archivo municipal de Alhambra. La versión que ahora incorporo, por
más desconocida es la del Tumbo Menor de Castilla también:
«Del término de Alfambra que dio el rey don Enric. XXX.
(Chrismón, alfa y omega). Per presens scriptum notum sit cunctis ac manifestum
quod ego Henricus, Dei gracia rex Castele et Toleti, pro multis et gratis strenuisque
seruitiis que patri meo donno A(defonsus), felicis memorie, exhibuistis et mei
exhibere cotidie non cessatis, facio cartam donationis, confirmationis, concessionis
et stabilitatis uobis comiti donno Aluaro ad opus Alfambre, castelli uestri, quod
uobis olim dedi perpetuo ualituram.
Dono itaque eidem castello uestro Alfambre uidelicet quod ex donatione mea ad
defensionem et utilitatem regni mei et ad salutem anime nostre, in sarracenorum
frontaria populastis mediantibus multis laboribus, omnis terminos istos scilicet
a iam dicto castro: usque ad Puteum Cerui, ad eodem Puteo Cerui usque ad
Coscoiosam Maiorem. Et deinde usque ad Coscoiosam Minorem. Ad ipsa autem
Coscoiosam usque ad cerrum Petregosum. Et deinde ad Pennam Rubeam. Et
deinde usque ad Sotellum, quod iacet in riba riuuli Guadiana. Ab ipso autem
Sotello usque ad Moraleiam, cum utraque parte riuuli iam dicto. Et deinde usque
ad cannadam Beuiani. Et inde sicut tendit ad calcadam (sic) Montelli, quod est
castrum sarracenorum. Ad eodem uero calcadam usque ad Roidera. Et inde quo
modo uadit ipsam calcadam usque ad Azuel. Et deinde ad Fonte Planum. Ab ipso
autem Fonte usque ad Moraleiam. Et deinde usque ad Carrizosam. De Carrizosa
usque ad portum de Perales. Et deinde ad sarram (sic) de la Mesnera. Et inde usque
ad Argamasellam de Pilas Bonas, cum omni Campo del Tocón, que iacet in termino
prefati castri Alambre (sic). Et deinde usque Puteum Cerui.
Totum autem istud cum omnibus locis superius nominatis dono et concedo
castro prenominato et hominibus in eodem conmorantibus ut illud pro terminis suis
habeant et iure hereditario in pace possideant et quiete.
Dono itaque usque eidem quod uno quoque grege quem infra predictos terminos
inuenerint pascendo uel uenando de grege accipiant duos carneros de cuniculario,
quatuor pelles de losario, quatuor cuniculos cum suis pellibus prout in defesa
incautata. In qua nec pascant nec uenentur. Et istud fiat annunciati.
Siquis uero hoc priuilegium meum infringere uel in aliquo loco ausu temerario
diminuere persumpserro (sic), iram Dei omnipotentis pelnarie incurrat et cum Iuda
Domini proditore penas sustineat infernales et regie parti mille libras auri in cauto
persoluat et dampnum quod super predicto castro intulerit restituat dupplicatum.
Facta carta apud Maquedam, VIº idus ianuarii, era Mª CCª quiquagesima quinta.
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Los orígenes de la presencia de la Orden de Santiago...
Et ego Henricus, regnans in Castella et in Toleto, hanc cartam quam fieri
iussi manu propia roboro et confirmo. Rodericus toletane sedis archiepiscopus,
Hyspaniarum primas confirmat. Comes donnus G. confirmat. Tellius, palentinis
episcopus, confirmat. Donnus L. Didaci confirmat.
(Entre las columnas 1ª y 2ª signo rodado donde se lee:) HENRICUS REGIS
CASTELLE SIGNUM. Comes dompnus Aluarus, alferiz regis, confirmat. Gonçaluus
Roderici, maiordomus curie regis, confirmat. Martinus Munioni, maiordomus curie
regis, confirmat.
(1ª col.) Didacus, domini regis cancellarius, confirmat. Mauritius, burgalensis
episcopus confirmat. Melendus, oxomenis episcopus, confirmat. Rodericus,
segontinis episcopus, confirmat. Geraldus, secobiensis episcopus, confirmat.
D(ominicus), abulensis episcopus confirmat. Comes dopnus Fernandus confirmat.
(2ª col.) Dompnus R(odericus) Didaci confirmat. Donnus W(illelmus) Gonçalui
confirmat. Ordonius, maior merinus in Castella, confirmat.
Martinus Ferrandus confirmat. Stephanus scriptor cancellario precipiente
scripsit»8.
A la muerte de don Álvaro Alhambra volvió a la orden de Santiago. Todavía
quedaban unos años para que Fernando III, el 15 de marzo de 1227 donara al
maestre Pedro González los castillos de San Polo y La Estrella de Montiel (Madrid,
2004b: 151), que acabaría convirtiéndose en cabeza del Campo.
3.3.3. El conde don Álvar Núñez de Lara
El conde don Álvaro Núñez de Lara era un personaje de primera fila,
perteneciente a una de las más importantes familias castellanas. Linaje que
sobrevivió a crisis política, económica y social del siglo XIV, con proyección en la
centuria siguiente y gran protagonismo de algunos de sus miembros.
También en el Campo de Montiel con su rama de los Manrique como sucedió
con el maestre don Rodrigo y, aunque es el más conocido, no sólo él. Otros
miembros de la familia estuvieron al frente de encomiendas, caso de su hijo el
poeta Jorge Manrique, trece de la orden de Santiago y comendador de Montizón.
Rodrigo Manrique de Lara, tercer conde de Paredes, fue precisamente
comendador de la encomienda Alhambra y La Solana, «que es vna de las mejores
del partido del Campo de Montiel» (De Salazar y Castro, tomo II, 1697: 357),
desde 1485 al menos hasta 1511, según nuestra documentación. Aunque De Salazar
afirma que hasta su muerte en 1536 (Ibid.: 359).
8
AHN, Códices L. 1046. Libro I, fol. 63-66.
69
Campo de Montiel 1213
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Por lo que a don Álvaro se refiere era hijo, parece que el segundo, del conde
Nuño Pérez de Lara, que fue alférez de Alfonso VII, el emperador, y de la condesa
Teresa Fernández de Traba, luego reina de León. Bien porque Alfonso VIII deseara
consolidar una paz entre los Lara y Diego López de Haro o porque ambos linajes
buscasen alguna alianza se concertó un matrimonio doble entre los hermanos
Gonzalo y Álvaro respectivamente con dos hijas del señor de Vizcaya.
Como consecuencia el conde casó con la condesa doña Urraca Díaz de Haro,
hija de Diego López de Haro, señor de Vizcaya, y de doña Toda Pérez de Azagra.
Posiblemente en 1208, año en que don Álvaro sustituyó en la alferecía mayor a su
suegro. A partir de entonces nuestro personaje vivió momentos de esplendor.
Fue en efecto don Álvaro, según la Historia genealógica de la casa de Lara,
señor de Lara, Lerma, Villafranca de Montes de Oca, Vusco, Ameyugo, Velacanes,
Nájera, Belorado, Pancorbo, Cañete, Alarcón, Tordeblanco, San Leonardo, Tariego,
Cerezo, Amaya, Castroverde, Palazuelos, Alhambra y Muratiella.
Además de alférez del Rey de Castilla, como más arriba decíamos, y
mayordomo del Rey de León (1217-1218), conde desde 1215 y procurador del
Reino y del Rey (1217).
Acompañó a Alfonso VIII en la batalla de Alarcos (1195) y en las Navas de
Tolosa, aunque
«no se trata únicamente de permanecer junto al Rey en el combate, enarbolando
su bandera, sino también de conducir tras ella al ejército a la victoria. De hecho
Álvar Núñez de Lara, alférez en la batalla de las Navas de Tolosa, no acompañó
al rey en el combate, sino que mandó la vanguardia. El propio Rey se lo recordaba
poco después… cuando justifica una donación porque en la batalla de las Navas
mantuvo su estandarte como un valiente varón» (De Salazar y Acha, 2000: 202).
«D. Álvaro se arrojò varonilmente al palenque, violentò su cavallo à que le
saltasse, y seguido de los Cavalleros que le asistian, fueron rotas las cadenas,
y entrando por alli las tropas Castellanas, atacaron con tal resolucion à los
enemigos, que conocieron inutiles todas sus defensas» (De Salazar y Castro, tomo
III, 1697: 53).
Si como militar su actuación es muy destacable, la actividad política puede
resultar más polémica. A diferencia de la postura adoptada por otros destacados
nobles de la época, Álvaro Núñez de Lara a la muerte de Alfonso VIII en octubre
de 1214 no apoyó la regencia de la primogénita del monarca, doña Berenguela, ante
la minoría de edad del heredero, su hermano Enrique. Con capacidad y experiencia
de gobierno ya antes del nacimiento de su hermano doña Berenguela había sido
jurada heredera en 1188 en la Curia de Carrión.
Campo de Montiel 1213
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Los orígenes de la presencia de la Orden de Santiago...
Acaso el conde adoptó esta postura por entender que supondría una dificultad
para el gobierno de Castilla el hecho de que doña Berenguela fuera reina de León,
por su matrimonio con Alfonso IX. Finalmente ella cedió, obteniendo Núñez de
Lara no sólo la regencia de Castilla sino también la tutoría del joven monarca.
La prematura muerte del rey el 6 de junio de 1217 llegó cuando las tensiones
entre el regente y sus opositores, los Téllez, los Girón y hasta los Haro, partidarios
de doña Berenguela, habían alcanzado un punto álgido.
Por lo que en los últimos tiempos de su vida a Álvaro Núñez de Lara le
sobrevino el declive, al no aceptar como rey a Fernando III, a favor de quien su
madre había renunciado al trono de Castilla. Si bien es cierto que al final de sus
días recuperó el favor real.
Murió don Álvaro en Toro en 1219 según De Salazar y Castro (fol. 62), de
hidropesía (acumulación anormal de líquido seroso). Dentro de la escasez de
documentos sobre su biografía, en el Calendarium Romanum de la orden de
Santiago aparece una reseña del día 7 de marzo, sin indicar año, como se hace en
esta documentación, en la que simplemente se lee: Obiit domnus Comes Alvarus9
(murió el conde don Álvaro). Tras su fallecimiento el conde fue enterrado en el
monasterio de Uclés. No dejó descendencia legítima, aunque fuera de matrimonio
tuvo cuatro hijos habidos con doña Teresa Gil de Osorno, también mujer de linaje.
Fueron éstos Rodrigo (que conquistó Alcalá), Fernando, Nuño y Gonzalo. Todos los
cuales usaron el apellido Álvarez de Lara (De Salazar y Castro, tomo II, 1697: 63).
En cuanto a la orden de Santiago Álvaro Núñez de Lara no es alguien ajeno a
ella, como vemos por el hecho de haber sido enterrado en el monasterio de Uclés.
Fue caballero de la misma, en la que ingresó, posiblemente, al final de su vida.
Incluso le hizo varias donaciones, siempre en compañía de su mujer.
Es el caso de la villa de Castroverde, que le había entregado el 1 de noviembre
de 1214 Alfonso VIII10 y que él, como siempre en compañía de su mujer doña
Urraca, el 18 de mayo de 1217 pasa a la Orden11. Y en esa misma fecha procede a la
donación de otras dos villas, la de Paracuellos y la de Muratiellas12, movimientos
que nos hacen pensar que dichas donaciones pueden estar relacionadas con un gesto
de gratitud al haber sido aceptado por los santiaguista como uno de sus freires.
9
AHN, Códices L.1004, fol. 143 v.
10
RAH, Colección Salazar y Castro, M-8, fol. 23 y 23 v.
11
Ibidem, M-8, fol. 21 v. y 22.
12
Ibidem, M-8, fol. 22 y 23.
71
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Por lo demás, el importante enclave de Alhambra, de enorme valor estratégico
en la línea defensiva que se estaba configurando con Eznavexore, como vemos, no
lo disfrutó demasiado Núñez de Lara y al haberlo recibido en precario, por lo que
no podía ser heredado, pasó a su muerte a la orden de Santiago, que comenzaba
con ello a consolidarse en la zona. A partir de ahí la creación del Campo de Montiel
era ya algo imparable.
FUENTES
AHN, Códices L. 337. Annales de la Orden de Santiago de José López Agurleta.
AHN, Códices L. 1004. Contiene el Calendarium Romanum de la Orden de Santiago.
AHN, Códices L. 1046. Libro I.
AHN, Códices L. 1046. Libro III.
Archivo Municipal de Alhambra.
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Documentación de la Orden militar de Santiago
durante la conquista cristiana:
el fondo documental de Uclés en la Edad Media
María del Pilar Calzado Sobrino
Doctora en Historia
Recibido: 3-XII-2013
Aceptado: 2-IX-2014
RESUMEN
El Archivo General de Uclés contiene la documentación correspondiente a las encomiendas de la
Orden militar de Santiago en el campo de Montiel durante la Edad Media. Debido a ello, en primer
lugar, en este trabajo se realiza un breve recorrido por la historia medieval de este fondo documental.
En segundo lugar, se describe la documentación perteneciente a las distintas encomiendas medievales
de la Orden en el Campo de Montiel, a partir del Inventario elaborado por Juan Antonio Fernández en
1789, principal instrumento de descripción del Archivo General de la Orden.
PALABRAS CLAVE: Orden militar de Santiago, Archivo General de Uclés, Montiel, Encomienda,
Archívistica, Edad Media.
ABSTRACT
Ucles’ General Archive contains the documentary of the commanderies of Military Order of Saint
James in Montiel during Middle Age. So, first of all, this work studies medieval history of this
documentary collection. Secondly, it will be describe the documentary that belongs to the differents
medieval commanderies of the Order in the territory of Montiel, according to the Inventary written
by Juan Antonio Fernández in 1789, the main instrument of description of Ucles’ General Archive.
KEYWORDS: Military Order of St. James, Uclés’ General Archive, Montiel, Commandery, Archivist,
Middle Age.
Sumario: 1. Introducción. 2. El convento de Uclés y su archivo en época medieval. 2.1. Etapa inicial:
consideración del Archivo de Uclés como un tesoro (1174-1347). 2.2. Segunda etapa: Encomienda
de la Cámara de los Privilegios (siglos XIV y XV). 3. Las encomiendas medievales de la Orden
de Santiago en el campo de Montiel. 3.1. Encomienda de Alhambra. 3.2. Encomienda de Montiel.
3.3. Encomienda de Villanueva de la Fuente. 3.4. Encomiendas de Almedina y Eznavexore. 4.
Conclusiones y perspectivas.
María del Pilar Calzado Sobrino
1. INTRODUCCIÓN
El Archivo de Uclés constituye un valioso fondo documental para la historia
de la reconquista cristiana en el campo de Montiel, ya que en él se custodia la
documentación medieval relativa a la Orden militar de Santiago y el dominio que
ejerció en estas tierras.
El campo de Montiel surgió a medida que la Orden de Santiago colonizó sus
tierras, a partir del año 1212, tras la batalla de las Navas de Tolosa, victoria que
impulsó la conquista cristiana antes frenada por la derrota de Alarcos en 1195.
En los años sucesivos se fueron tomando importantes enclaves, que la Orden
convertiría en encomiendas, como es el caso de Exnavexore en 1213 o Alhambra
en 1214.
Este trabajo se ocupa, en primer lugar, de la historia del Archivo de Uclés que
durante los siglos medievales de reconquista custodió la documentación derivada
de las relaciones de la Orden militar de Santiago con las distintas instituciones
y personas, y, en segundo lugar, de la documentación que dicho archivo albergó
perteneciente al campo de Montiel.
Nos referiremos a la que puede denominarse etapa “prearchivística” del convento
de Uclés (comprendida entre los siglos XII al XV) es decir, la historia medieval del
archivo, anterior a la creación de un archivo establecido institucionalmente por el
monarca, lo que tuvo lugar a inicios del siglo XVI.
En cuanto a la articulación medieval del territorio, dentro del Campo de
Montiel la Orden de Santiago poseía distintas encomiendas, algunas de ellas
creadas durante el período medieval, de las que también se tratará.
Para ello, se tendrá en cuenta la organización del archivo en cajones que
presenta el instrumento de descripción más completo y exhaustivo del Archivo
de Uclés: el Indice de Juan Antonio Fernández, correspondiente al año 1789. En
cada cajón solía guardarse la documentación relativa a una encomienda o lugar
determinado.
2. EL CONVENTO DE UCLÉS Y SU ARCHIVO EN ÉPOCA MEDIEVAL
A pesar de trascender el marco espacial del campo de Montiel, para estudiar
el devenir histórico de su documentación, cabe ocuparse aquí de la Historia de
la fortaleza de Uclés a lo largo de los siglos XI y XII, marcada por las sucesivas
ocupaciones cristianas y musulmanas.
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Documentación de la Orden militar de Santiago...
Uclés se encontraba bajo dominio musulmán, formando parte de la cora
o provincia llamada de Santaver, cuando en el año 1085 fue ganada por los
cristianos, junto a la toma de Toledo. Sólo un año después, en octubre de 1086
fue reconquistada por los musulmanes como consecuencia de la batalla de Zalaca.
Esta plaza musulmana se consolidó con la derrota cristiana en la batalla de Uclés
en 1108.
De esta forma, Uclés estuvo en manos de los almorávides siete décadas, hasta
que en 1157 retornó a manos cristianas merced a una permuta por Alicum, entre
Alfonso VII y Muhammad ibn Mardanis, el rey Lobo de Murcia.
Ya en manos de la corona, habría que esperar sólo seis años para que el monarca
(Alfonso VIII, cuyo tutor era Fernando II de León) donase el castillo a una Orden
militar, en este caso la de San Juan de Jesusalén, para que defendiese el territorio
y consolidase el poder cristiano. La donación se hizo mediante un privilegio dado
con fecha 12 de diciembre de 11631.
Tanto la fortaleza como la villa de Uclés pertenecieron a la Orden de San Juan
hasta que el 9 de enero de 1174, debido a la imposibilidad de defenderlas, fueron
donados por Alfonso VIII a la Orden militar de Santiago2, cuyo germen había sido
la hermandad de los “freiles de Cáceres”, creada en 1170 por Fernando II tras la
reconquista de Cáceres.
La confirmación apostólica de la Orden llegaría unos meses más tarde, el 5 de
julio de año 1175, cuando el Papa Alejandro III dio una bula privilegio por la que
la aprobó y tomó a sus freiles y bienes bajo su protección3. Uclés ya se encontraba
entre estos bienes.
Desde entonces Uclés permaneció ya en manos cristianas, llegando a
convertirse en la casa principal de la Orden, lo que significó que allí se guardasen
los privilegios, bulas y donaciones (tanto reales, como pontificias y de particulares)
más importantes, así como documentos referentes a las distintas encomiendas y
lugares de Castilla, entre ellas las pertenecientes al campo de Montiel, durante casi
setecientos años, desde su creación en 1170 hasta su traslado al Archivo Histórico
Nacional en el año 1872, después de haber sufrido múltiples avatares históricos a
los que hay que unir su desamortización.
1
Libro de los privilegios de la Orden de San Juan de Jerusalén en Castilla y León, fol. 42 (según
Carlos de Ayala Martínez en Libro de Privilegios de la Orden de San Juan de Jerusalén en Castilla y
León (siglos XII-XV), pág. 255.
2
AHN, OOMM, Archivo de Uclés, carpeta nº 338, doc. nº 1. TMC, lib. 1, doc. nº 1, pág. 15-17.
3
Ibid. carpeta 1, doc. nº 4.
77
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María del Pilar Calzado Sobrino
2.1. ETAPA INICIAL: CONSIDERACIÓN DEL ARCHIVO DE UCLÉS COMO
UN TESORO (1174-1347)
Desde que comenzó a guardarse documentación de la Orden de Santiago en
Uclés, a finales del siglo XII, hasta mediados del siglo XIV, cuando se creó la
encomienda de la Cámara de los Privilegios, los documentos eran considerados
algo muy valioso, ya que demostraban la legitimidad del poder ejercido por dicha
Orden sobre los diferentes lugares.
Además, se guardaban documentos de carácter general de la Orden tan
importantes como las bulas fundacionales, privilegios y donaciones (tanto reales
como pontificias).
Debido a su valor, la documentación era guardada en un lugar dentro de la
sacristía del convento, junto con las demás riquezas y ornamentos litúrgicos, en un
armario construido en la pared para ello. Este lugar se indica en los documentos
como “armario thesauri”4 o como “tesoro de Ucles”5.
El primer instrumento de descripción de la documentación de Uclés, en el que
ya se incluían documentos relativos al campo de Montiel, pertenece a la segunda
mitad del siglo XIII: el Tumbo Menor de Castilla.
No se trata de un instrumento de descripción exhaustivo de la totalidad
del “archivo” existente, sino que el cartulario únicamente copió las escrituras
consideradas más relevantes, en un intento por proteger sus derechos ante la
posibilidad de destruirse los originales.
El cartulario recoge 305 documentos, estructurados en cuatro libros: el
primero contiene 58 escrituras expedidas por la cancillería regia, el segundo (110
documentos) y tercero (123 documentos) se destinan principalmente a documentos
de carácter particular (en su mayor parte donaciones a la Orden), y el libro cuarto
(14 escrituras) recoge documentos expedidos por la cancillería pontificia.
4
Ibid. carpeta 325, doc. nº9. Documento fechado en la era 1249 (año 1211) mediante el cual el Prior D.
Pedro concedió unas constituciones o estatutos al Hospital de Santa María de las Tiendas.
5
AHN, “Noticia del Archivo General de la Orden de Santiago”, Archivo de Uclés, carpeta 14, doc. nº
22, fols. 3-4. Documento correspondiente al Capítulo celebrado por la Orden en Mérida en el año 1310
en el que se indicó dónde debían guardarse las cartas o documentación existente dentro del convento de
Uclés.
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Documentación de la Orden militar de Santiago...
2.2. SEGUNDA ETAPA: ENCOMIENDA DE LA CÁMARA DE LOS
PRIVILEGIOS (SIGLOS XIV-XV)
A medida que la Orden crecía en tamaño y complejidad, la consideración de su
archivo como un “tesoro” resultaba cada vez menos eficaz.
En el año 1347, ante el aumento del volumen de documentación, principalmente
procedente de las donaciones de particulares dadas a lo largo del siglo XIII, en
Uclés se decidió crear una encomienda dedicada a la organización de sus escrituras.
El primer comendador de la Cámara de los Privilegios fue Diego de Orozco
y la sede de la encomienda estaba dentro del castillo de Uclés. La documentación
pasó a guardarse en tres cofres o arcas, que estaban cerrados con llave, según se
describe en la visita del año 14686.
En el año 1474 los Reyes Católicos obtuvieron del Papa la administración
temporal de la Orden militar de Santiago. Los monarcas mostraron gran interés en
la organización de su archivo, lo que años después se tradujo en la confección del
primer inventario del fondo documental, impulsado por la corona.
En la visita del año 14787 se indicó que las casas de la encomienda de la Cámara
de los Privilegios se encontraban dentro del castillo, aunque en condiciones de
conservación lamentables. Por ello, los cofres de la documentación se habían
llevado a una cámara del convento.
El estado ruinoso continuó, a pesar de las recomendaciones de los visitadores
para solventarlo. Así, en la visita de 14808 se indicó que las arcas con los documentos
se habían trasladado a la casa del comendador de la encomienda de la Cámara de
los Privilegios, ante el mal estado en que también se encontraba el convento en
general. Los visitadores ordenaron que fuesen devueltas, lo que se hizo con fecha
26 de julio de ese año9.
Catorce años después, en 149410, se hizo otra visita al convento, que indica
que la Cámara de los Privilegios se había cambiado de lugar, situándose en los
corredores altos del claustro. La visita da noticia de que a los tres cofres chapados
con hierro, existentes para guardar la documentación, se había añadido un cuarto y
un arca en la que se guardaba el sello de la Orden del Capítulo General.
6
AHN, OOMM, Archivo de Uclés. Libro de visitas del año 1468, 1233C, fols. 97-98.
7
Ibid. Libro de visitas del año 1478, 1063C, fol. 31.
8
Ibid. Libro de visitas de 1480, 1064C, fol. 67.
9
Ibid. carpeta 14, doc. nº 19, fol. sin numerar.
10
AHN, “Noticia del Archivo General de la Orden de Santiago”, Archivo de Uclés, carp. 14, doc. nº 22,
fol. 6.
79
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En la visita del año 1498 y, especialmente, en la del año 150011 la Cámara
de los Privilegios se sitúa en otro lugar: la llamada “sala vieja”, también en los
corredores altos del claustro.
El período medieval concluye en la Orden cuando en el año 1499 el maestrazgo
pasó definitivamente a la corona. Sólo unos años después, en 1505, el monarca
llevaría a cabo una gran reforma de su Archivo General.
3. LAS ENCOMIENDAS MEDIEVALES DE LA ORDEN DE SANTIAGO
EN EL CAMPO DE MONTIEL
En la organización que la Orden de Santiago llevó a cabo en el territorio del
campo de Montiel durante la Edad Media destacan las siguientes encomiendas:
• Encomienda de Alhambra.
• Encomienda de Montiel.
• Encomienda de Villanueva de la Fuente.
• Encomienda de Almedina.
• Encomienda de Eznavexore.
La documentación que corresponde a cada una de ellas para el período
medieval se ha recogido en los diferentes instrumentos de descripción, siendo
el Inventario del Archivo del Convento de Uclés12, elaborado en 1789 por Juan
Antonio Fernández, el más completo y el que aquí se utilizará.
La Orden de Santiago comienza su presencia en las tierras del Campo de
Montiel hacia el año 1212, año en que se da la victoria de las Navas de Tolosa.
Sólo dos años después comienza la colonización cristiana, en torno a los castillos
de Eznavexore, Montiel, Alhambra y Montizón, que darán lugar a encomiendas.
Entre los documentos que expiden, destacan los fueros dados para organizar los
núcleos de población surgidos.
3.1. ENCOMIENDA DE ALHAMBRA
El castillo de Alhambra, que en época de la dominación musulmana ya había
sido un importante enclave en la organización del territorio, junto con sus términos,
fueron donados a la Orden de Santiago por Alfonso VIII en el año 1214.
11
AHN, OOMM, Archivo de Uclés, Libro de visitas del año 1500, 1236C, fol. 33.
12
FERNÁNDEZ, J.A. Indice del Archivo de Uclés, 1789.
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Documentación de la Orden militar de Santiago...
En cuanto a los comendadores que tuvo durante el período de conquista
cristiana, en la documentación hay referencias a Fernando Arias de Galarza en
el año 1242, García Álvarez en 1246, Martín Ruiz de Villegas en 1280, Gómez
García en 1304, ya como comendador de Alhambra y del Bastimento del Campo
de Montiel, y Vasco Rodríguez en el año 1330.
En el Archivo General de la Orden de Santiago en Uclés se encuentran trece
documentos relativos a esta encomienda, guardados dentro del cajón número 51.
Los documentos están comprendidos entre los años 1214 y 176613. A ellos habría
que añadir los nueve documentos correspondientes a “Solana”14, villa y términos
añadidos a la encomienda de Alhambra a partir del año 1509, como indican las
dos provisiones reales dadas a tal efecto por Fernando el Católico en dicho año15.
Estos documentos están comprendidos entre 1509 y 1766, cuando se realizó una
descripción de los bienes, rentas y derechos en Alhambra y Solana.
Los documentos medievales de Alhambra son únicamente cinco16. Destaca el
primero, un privilegio rodado de Alfonso VIII y su esposa la reina Leonor, cuyo
original no se conserva, por el que donaron a perpetuidad a la Orden de Santiago
y a su Maestre, don García González, el lugar de Alhambra con sus términos, que
son descritos. Fue dado en Burgos, a tres de junio de 1214.
En los años 1215 y 1217 se dieron otros dos privilegios, expedidos por Enrique
I. El primero aprueba la donación del castillo de Alhambra a la Orden, en favor del
conde D. Álvaro Núñez de Lara para que lo poblase. El segundo privilegio asigna
términos al castillo, enumerándolos, y dice cuánto se debía pagar por el paso de los
ganados en dichos términos. Este documento atestigua el carácter ganadero de la
encomienda de Alhambra, con la existencia de vías pecuarias y dehesas.
El cuarto documento es un reconocimiento hecho en 1330 por dos particulares
sobre la obligación que tenían de reparar el molino que la Orden les había dado
durante sus vidas, situado en el río de Carrizosa. El quinto documento fue
expedido en 1480 y se trata de una confirmación dada por el Maestre, don Alonso
de Cárdenas, para confirmar a la encomienda y concejo de Alhambra distintos
privilegios reales y de los maestres concedidos con anterioridad.
13
AHN, OOMM, Archivo de Uclés, carpeta 51.
14
Ibid. carpeta 51-2, docs. 1-9.
15
Ibid. carpeta 51-2, doc. 1.
16
Ibid. carpeta 51, docs. 1-5. Los originales de los documentos 1 y 2, privilegios dados 1214 y 1215,
faltan en el archivo.
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3.2. ENCOMIENDA DE MONTIEL
Aunque la conquista de Montiel fue más tardía que la de otros enclaves de la
zona, pronto se convirtió en la encomienda más importante.
Junto con Alhambra, Montiel pasó a ser el principal núcleo de organización del
poblamiento en el campo de Montiel17, debido a la multitud de aldeas y parroquias
(más de medio centenar, destacando desde 1243 la iglesia conventual de Montiel)
que se crearon en su extenso término, y, sobre todo, a sus dos principales castillos:
el de la Estrella (en Montiel) y el de San Polo.
Las primeras noticias de la presencia de la Orden de Santiago en el campo de
Montiel corresponden al año 1181, cuando Lucio III dio una bula18 (cuyo original
se encuentra en el Archivo General de Uclés) por la que confirmó la donación del
castillo de Alcubilla a la Orden. Aunque el poblamiento se hizo efectivo ya en la
segunda década del siglo XIII,
Montiel se convirtió en el núcleo en torno al que se organizó la comarca, con un
importante comercio, merced a sus buenas comunicaciones. La principal actividad
desarrollada en las encomiendas creadas por la Orden a lo largo del siglo XIII
fue la ganadería extensiva. Así, en diversos documentos, entre los que destacan
los privilegios rodados expedidos por Enrique I y Fernando III de León y II de
Castilla19, se establecen donaciones de distintos territorios que contienen dehesas.
En cuanto al marco legal, el Maestre Pelay Pérez dotó con fecha 28 de abril de
1243 de un fuero a Montiel y su comarca, concretamente el fuero de Cuenca. Esto
facilitó el poblamiento y Montiel pasó a ser un núcleo urbano importante, como
evidencia un documento de compraventa de unas viviendas dado ante notario entre
Gómez Yañez y Juan Yañez Malaver, por trescientos cincuenta maravedís, con
fecha diez de abril de 130920.
Entre los territorios más importantes de Montiel destaca Ossa, dada por Enrique
I a Suero Téllez21. Se trataba de una heredad que pertenecía a Alcaraz. La Orden de
Santiago la recuperó mediante un acuerdo22, a cambio de la villa de Dos Barrios,
en el año 1259.
17
J. González, Alfonso VIII, pág. 356.
18
AHN, OOMM, Archivo de Uclés, carpeta 214, doc. nº 1.
19
Ibid. carpeta 214, docs. 3 y 5.
20
Ibid. carpeta 214, doc. nº 20.
21
Ibid. carpeta 214, doc. nº 3.
22
Ibid. carpeta 214, doc. nº 16.
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Documentación de la Orden militar de Santiago...
Fue a partir del año 1268 cuando Montiel y la Ossa establecieron una comunidad
de pastos, primer paso para llegar a convertirse en la misma encomienda.
El cajón número 214 del Archivo General de la Orden de Santiago en Uclés
contiene la documentación relativa a la “Encomienda de Montiel y la Osa”23. Se
trata de 59 documentos, fechados entre los años 1185 y 1769. Hay también dos
documentos sin fechar y otro añadido en el siglo XIX.
Los documentos pertenecientes al período medieval son 25, entre los que se
encuentran 9 expedidos por la cancillería regia:
• 1 privilegio de donación de Eznavexore24, dado por Alfonso VIII en 1214.
• 2 privilegios de donación de Enrique I25, ambos de 1216, que se refieren a
la donación de la Ossa y de Algecira del Guadiana a la Orden.
• 2 privilegios de Fernando III de León y II de Castilla26. El primero es de
1222 y está referido a la donación de la Osa a la Orden; el segundo es de
1227 y se refiere a la concesión de San Pablo y Montello, junto con sus
términos.
• 3 privilegios de Alfonso X27. El primero es de 1252 y en él se concedió a la
Orden la feria anual de Montiel. Los dos últimos son de 1255, y en ellos se
confirman las donaciones de la Ossa, dadas por Enrique I y Fernando III.
• 1 mandamiento de Alfonso X28. Fue dado en 1263 y se refiere a un pleito
sobre señalamiento de términos.
Cabe mencionar la existencia de dos bulas29: una de Lucio III, del año 1185,
por la que confirmó a la Orden de Santiago la donación del castillo de Alcubillas
que había hecho el rey don Alfonso, y otra de Inocencio IV, dada en 1245, mediante
la que confirmó las donaciones de San Polo y Montiel hechas a la Orden en 1227.
23
Ibid. carpeta 214.
24
Ibid. carpeta 214, doc. nº 2.
25
Ibid. carpeta 214, docs. 3 y 4.
26
Ibid. carpeta 214, docs. 5 y 6.
27
Ibid. carpeta 214, docs. 11, 14 y 15.
28
Ibid. carpeta 214, doc. nº 17.
29
Ibid. carpeta 214, docs. nº 1 y 10.
83
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María del Pilar Calzado Sobrino
3.3. ENCOMIENDA DE VILLANUEVA DE LA FUENTE
Desde el principio, la encomienda de Villanueva de la Fuente fue disputada
entre el concejo de Alcaraz y la Orden de Santiago, debido a su abundancia de
recursos naturales, principalmente acuíferos.
En el año 1232 la Orden de Santiago cedió Villanueva de la Fuente en
prestimonio vitalicio a Ordoño Álvarez30, en agradecimiento por la labor realizada
en favor de su poblamiento; aunque en esta cesión se indicó que la Orden debía
seguir percibiendo el diezmo y conservaría su iglesia.
Sólo once años después, en 1243, Fernando III devolvió el lugar a Alcaraz, que
persistía en sus reclamaciones. En este acuerdo entre la Orden y Alcaraz se fijaron
los límites de la encomienda de Villanueva de la Fuente y se confirmaron una serie
de aldeas que pertenecían a los santiaguistas, entre las que destacan Villanueva,
Villafranca, Albaladejo, Terrinches, Gorgogi (que la Orden entregó a Alcaraz),
Almedina, Torre de Juan Abad, Peñaflor, Almedina, Criptana, Miguel Esteban y
Villarrubia, entre otras muchas.
En el año 1286 se conformaría la hermandad santiaguista del campo de Montiel,
formada por muchos de estos lugares.
En ese mismo acuerdo de 1243, Fernando III donó la iglesia de Villanueva a
la Orden de Santiago31. Tal fue la importancia del conflicto que el propio pontífice,
Inocencio IV, dio una bula32 en 1245 confirmando la resolución tomada por el
monarca dos años antes.
Sólo cinco años después, en 1248, Villanueva pasó a manos de la Orden
nuevamente, merced a una donación hecha por el infante don Alfonso33. Un nuevo
cambio se dio en el año 1275, que duró hasta 1281, ya que hay documentación que
indica que el lugar perteneció nuevamente a Alcaraz.
A lo largo del siglo XIV los problemas entre éste concejo y la Orden continuaron,
como muestra la comisión de Clemente V de 1312, dirigida al arzobispo de Toledo,
para que fuese juez en el conflicto34.
30
AHN, OOMM, Sección de Códices, 1046 b, libro III, doc. nº 31, págs. 273-274.
31
AHN, OOMM, Archivo de Uclés, carpeta 365, doc. nº 4.
32
Ibid. carpeta 365, doc. nº 3.
33
Ibid. carpeta 365, doc. nº 5.
34
Ibid. carpeta 365, doc. nº 12.
Campo de Montiel 1213
pp. 75-87
84
Documentación de la Orden militar de Santiago...
El cajón nº 365 del Archivo General de Uclés contiene la documentación
correspondiente a la encomienda de Villanueva de la Fuente35. Se trata de 21
documentos fechados entre los años 1239 y 1745. Hay un documento sin fechar y
otro posterior al inventario de 1789 al que nos referimos, ya que está expedido en
1799 y fue añadido con posterioridad.
El cajón contiene 13 documentos medievales, que son los siguientes:
• 2 privilegios de donación36 dados por Fernando III a favor de la Orden
de Santiago en 1239 y 1243; y una sentencia37 del monarca del año 1243
sobre el pleito entre el concejo de Alcaraz y la Orden.
• 1 privilegio de donación38 dado en 1248 por el infante Alfonso (futuro
Alfonso X) a favor de la Orden.
• 1 provisión39 de Alfonso X dada en 1263 para que se cumpla lo ordenado
en un privilegio dado por su padre Fernando III. Únicamente se conserva
su cubierta.
• 1 privilegio de donación40 del año 1310 dado por Fernando IV a la Orden.
• 1 privilegio de donación41 de Enrique II dado en 1369 por el que el monarca
entregó a la Orden un lugar y sus términos.
• 1 privilegio de confirmación42 de Juan I dado en 1379, por el que confirmó
el de su padre Enrique II.
• Dos escrituras de compraventa de distintos lugares dadas en 1307 y 1316,
y una copia de la primera de ellas43. Fueron otorgadas por particulares a
favor de la Orden de Santiago o de personas pertenecientes a ella; la copia
o borrador fue dada en 1307.
• 2 documentos pontificios44: una bula de Inocencio IV del año 1245 en la
35
Ibid. carpeta 365.
36
Ibid. carpeta 365, docs. nº 1 y 4.
37
Ibid. carpeta 365, doc. nº 2.
38
Ibid. carpeta 365, doc. nº 5.
39
Ibid. carpeta 365, doc. nº 6.
40
Ibid. carpeta 365, doc. nº 11.
41
Ibid. carpeta 365, doc. nº 7.
42
Ibid. carpeta 365, doc. nº 8.
43
Ibid. carpeta 365, docs. nº 9, 10 y 13.
44
Ibid. carpeta 365, docs. 3 y 12.
85
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María del Pilar Calzado Sobrino
que confirma la sentencia dada por Fernando III en 1243; y una comisión
de Clemente V del año 1312 para que el arzobispo de Toledo fuese juez
de una causa de litigio entre el concejo de Alcaraz y la Orden de Santiago.
3.4. ENCOMIENDAS DE ALMEDINA Y EZNAVEXORE
Sobre las encomiendas de Almedina y Eznavexore hay escasos datos. Ambas
pertenecen a época medieval pero no constituyeron enclaves importantes de la
Orden dentro del Campo de Montiel.
Almedina estaba ya poblada desde época islámica, por lo que la Orden militar
de Santiago poco tuvo que ver en su poblamiento. En la documentación aparece
como un lugar perteneciente a Montiel en el año 1243.
Cuando le fue otorgado el fuero a Montiel45, con fecha 22 de marzo del año
1268, en el documento aparece Gonzalo Martínez como comendador de Almedina,
lo que indica que el lugar se había convertido ya en una encomienda. En el
Archivo General de Uclés no existe ningún cajón dedicado a los documentos de la
encomienda de Almedina, como ocurre para la mayoría de las encomiendas.
El lugar de Eznavexore pasó muy pronto a pertenecer a la Orden de Santiago,
mediante un privilegio real dado con fecha siete de mayo de 1214 por Alfonso
VIII y su esposa Leonor, junto con su hijo Enrique, por el que donaron a la Orden
de Santiago y a su Maestre García González el castillo de Eznavexore46. Es muy
probable que este lugar jugase un importante papel en la toma del castillo de
Montiel, en el año 1227. Una vez lograda esta empresa, Exnavexore comenzó su
decadencia y llegó a despoblarse a finales del siglo XIII. Después de este momento
apenas se conservan noticias de él. A medida que Exnavexore decaía, cobró auge
un lugar cercano: Montizón, que le sustituyó como núcleo articulador al sur del
Campo de Montiel.
La Encomienda de Eznavexore, al igual que la de Almedina, no cuenta con un
cajón destinado a su documentación en el Archivo General de Uclés. El privilegio
de donación de su castillo, dado por el monarca a la Orden de Santiago, se encuentra
dentro del cajón destinado a la documentación de la Encomienda de Montiel y la
Osa47.
45
CHAVES, B. Apuntamiento (…), fol. 42 v.
46
AHN, OOMM, Archivo de Uclés, carpeta 214, doc. nº 2. El documento original está fechado el 7 de
mayo, aunque la copia del TMC indica el día 6 de mayo.
47
Ibid. carpeta 214.
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86
Documentación de la Orden militar de Santiago...
4. CONCLUSIONES Y PERSPECTIVAS.
El final de la Edad Media significó para el archivo de Uclés el preludio de una
etapa de cambios, orientados a lograr una mayor organización y disposición de sus
documentos.
La corona, que ya ostentaba el mayorazgo de la Orden, decidió en 1505 dar
unas disposiciones48 dirigidas al prior de Uclés y al comendador de la Cámara
de los Privilegios sobre el archivo. Fernando ‘el Católico’ ordenó construir en el
convento una cámara para la documentación y una cajonería de madera adecuada.
Con ello, concluyó el período “prearchivístico” en el que se había encontrado
el archivo de Uclés a lo largo de los siglos medievales; y se inició un período
“archivístico” (que se prolongaría hasta la Desamortización de la Orden y posterior
traslado de los documentos al Archivo Histórico Nacional en el año 1872).
Por fin, después de más de tres siglos desde su creación, el fondo documental
de Uclés respondía a las características propias de un verdadero archivo. Tenía
ahora una organización adecuada (con instrumentos de descripción completos,
el primero de ellos el Inventario de Diego de Torremocha49, elaborado en 1505),
un cargo de archivero creado como tal y la consideración del archivo como una
institución (no como un “tesoro”, como había ocurrido en época medieval).
Las encomiendas medievales de la Orden de Santiago en el Campo de Montiel
no ocuparon un lugar principal dentro de la estructura interna de los santiaguistas, lo
que se demuestra por su dependencia del priorato de Uclés y, a partir del año 1246,
de Segura de la Sierra. No llegó a existir una organización o poder verdaderamente
fuerte en la estructura interna de la Orden en estos lugares del Campo de Montiel,
lo que llevó a la creación del Común del Campo de Montiel en 1286.
En la Edad Moderna la organización del territorio por parte de la Orden se hizo
más compleja, por lo que se diversificaron y aumentó el número de encomiendas
(así como el volumen de documentación correspondiente a las mismas), pasando
a ser las siguientes: Encomienda Mayor de Castilla, Encomienda de Alhambra y
Solana, Encomienda de Carrizosa, Encomienda de la Membrilla, Encomienda de
Montiel y la Osa, Encomienda de Bastimentos del Campo de Montiel, Encomienda
de segura, Encomienda de Torres y Cañamares, Encomienda de Villahermosa,
Encomienda de Montizón y Encomienda de Villahermosa de la Fuente.
48
AHN, “Noticia del Archivo General de la Orden de Santiago”, Archivo de Uclés, carp. 14, doc. nº 22,
fols. 7-12. Transcripción de dos cédulas reales dadas con fecha tres de marzo del año 1505.
49
AHN, OOMM, Índice nº 1. Inventario antiguo del Archivo General de la Orden de Santiago formado
en virtud de provisión de Fernando el Católico por D. Diego de Torremocha.
87
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pp. 75-87
Campo de Montiel 1213
pp. 89-109
Reconquista y Repoblación en el Campo de Montiel.
Los primeros espacios para el culto cristiano.
Capillas, iglesias y parroquias (siglos XIII-XIV)
Dra. Pilar Molina Chamizo
Museo de Ciudad Real
Recibido: 29-XI-2013
Aceptado: 16-III-2014
RESUMEN
Las primeras capillas, iglesias y parroquias del Campo de Montiel nacieron a partir de la segunda mitad
del siglo XIII, vinculadas a las antiguas fortalezas que la Orden de Santiago había reconquistado a los
musulmanes, con un marcado carácter militar propio de los primeros momentos de la repoblación.
PALABRAS CLAVE: Orden de Santiago, Fortalezas, Repoblación, Conflictos jurisdiccionales
1243, Primeras parroquias.
ABSTRACT
The first chapels, churches and parishes in the territory of Montiel were born from the second half of
the thirteenth century, linked to the ancient fortresses that the Order of Santiago had reconquered by
the muslims, with a strong own military character of the first moments of the repopulation.
KEYWORDS: Order of Santiago, Fortresses, Repopulation, Jurisdictional conflicts 1243, First
parishes.
INTRODUCIÓN. EL CAMPO DE MONTIEL DURANTE LA
RECONQUISTA Y LA REPOBLACIÓN. CONDICIONANTES
HISTÓRICOS, SOCIALES, DEMOGRÁFICOS Y POBLACIONALES
Para poder comprender la génesis de los primeros espacios para el culto cristiano en el Campo de Montiel, es fundamental no perder de vista el contexto histórico,
demográfico y económico en el que dicho movimiento constructivo se enmarca.
En primer lugar no debe pasarse por alto la huella dejada por siglos de ocupación
musulmana, cuya principal manifestación fue evidentemente la construcción de
castillos y fortalezas, así como, sin lugar a dudas, el establecimiento y la acepta-
Pilar Molina Chamizo
ción paulatina de unos modos de edificación propios. Esta idiosincrasia terminaría
siendo asimilada por los cristianos preexistentes, para algunos autores muy escasos (González, 1975: 19; Corchado, 1984: 67), que aportarían también determinados saberes y tradiciones constructivas propias de su acerbo cultural. En segundo
lugar, a partir del siglo XIII, La reconquista de este territorio llevada a cabo por la
Orden de Santiago dio paso a un largo proceso repoblador, teniendo como punto
de partida precisamente esos espacios fortificados recién recuperados, en los que
se debieron realizar las naturales obras de adaptación constructivas para amoldarse
a las necesidades prácticas y espirituales de sus nuevos poseedores.
El campo de Montiel, desde la antigüedad, ha estado condicionado por su posición fronteriza, peculiaridad que llevaría aparejada una gran inestabilidad en el
poblamiento. La inseguridad determinó, a lo largo de su historia, y sobre todo en el
momento que nos ocupa, la necesidad de fortificar el territorio, construyendo una
red de castillos, torres defensivas, etc., que aseguraran esta línea de frontera (Blázquez, 1898: 59s; González, 1975: 34). A este primer condicionante se une la propia
naturaleza de estas tierras inhóspitas, con una vocación eminentemente agrícola,
marcada por constantes variaciones climáticas que dificultaban enormemente el
establecimiento de núcleos poblacionales estables (Corchado, 1971: 11-13). A partir del siglo VIII comenzó a perfilarse poco a poco un paisaje de fortalezas, algunas
construidas aprovechando antiguos fuertes romanos, con predominio, como en el
resto de la provincia de contingentes bereberes, teniendo como eje fundamental el
actual pueblo de Montiel. Alhambra fue uno de los primeros núcleos fortificados,
al igual que Eznavexore (en el término de la actual Torre de Juan Abad) y Montiel,
en la que ya desde este momento se construiría el Castillo de la Estrella (González,
1975: 277). Existe constancia de pequeños contingentes defensivos en Albaladejo,
Alcubillas, Almedina, Carrizosa, Castellar de Santiago, Fuenllana, La Membrilla
del Tocón, Peñaflor o Montizón. Paralelamente en el territorio de Calatrava podríamos citar una situación semejante siendo en este caso la ciudad de Calatrava
la Vieja y Alarcos, los núcleos más célebres (Ruibal, 1884: 35-51). Igual significación alcanzarían Consuegra y Peñarroya en el posterior dominio de la Orden de
San Juan (Molero, 2000: 116; Benítez de Lugo et al., 2007: 87).
En el siglo XII una nueva fuerza militar modificó la trama de poder dominante
en este territorio durante casi cinco siglos: la Orden de Santiago. Su nacimiento y
el de la mayoría de las órdenes militares europeas están íntimamente relacionados
con las peregrinaciones a Tierra Santa y con las Cruzadas (Linage, 2000: 10411046). Entre las causas que explican este fenómeno medieval suelen señalarse el
enraizado belicismo social de la época, el crecimiento demográfico, el afán expansionista de la Iglesia católica y el exacerbamiento del sentimiento religioso, todo
ello recogido y utilizado en su favor por el papado. Suele considerarse también
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Reconquista y Repoblación en el Campo de Montiel...
como factor desencadenante la invasión de las tropas turcas a Jerusalén en el año
1071, cuya principal consecuencia fue la ruptura de relaciones entre Oriente y
Occidente, dificultando el desarrollo normal de las peregrinaciones (Ruiz, 1995:
116-119). En el concilio de Clermont celebrado en al año 1095 bajo el pontificado
de Urbano II, se proclamó la primera cruzada prometiendo la salvación eterna del
alma para los que dieran su vida luchando contra el Islam. En 1187 Saladino tomó
Jerusalén despertando la ira europea y el temor ante la cercanía de la presencia musulmana en España. Las órdenes militares se convirtieron en un aliado de primera
mano para los monarcas castellano-leoneses, posibilitando la reconquista y posterior repoblación del territorio. Los caballeros de las órdenes militares europeas,
unían el ideal ascético con la mentalidad caballeresca. Eran los “Miles Christi”,
los soldados de Cristo que darían su vida por la Fe, ensalzados por los teólogos
del momento como san Bernardo (Chaves, 1741: fol. 2). La falta de hombres y la
inexistencia de concejos que apoyaran las contiendas en los territorios de frontera,
como el que nos ocupa, determinaron el progresivo poderío alcanzado por este
ejército militante. De esta forma el
1 de agosto de 1170, bajo la protección del monarca leonés Fernando
II, se creó una nueva orden militar
denominada Orden de Santiago.
Muy pronto alcanzaría el reconocimiento de otros reyes hispanos así
como la preceptiva confirmación
de Roma. En muy poco tiempo, el
empuje militar de esta institución
dio sus frutos, comenzando a ocupar el territorio hacia el año 1186.
Sin embargo estos esfuerzos se
vieron truncados con la derrota sufrida por el rey castellano Alfonso
VIII en Alarcos el 19 de julio de
1195, provocando que los musulmanes volvieran a retomar las posiciones perdidas (Fig. 1).
Fig. 1: Iglesia de Santo Domingo de Guzmán. TeTras la victoria de las Navas
en el año 1212 se inició el proceso de reconquista definitiva de los
territorios situados al sur del Tajo,
dando paso a la repoblación. Los
caballeros santiaguistas retomaban
rrinches. Relieve de Santiago Apóstol. Siglo XVI.
La presencia de los símbolos propios de cada orden
militar, como aparato propagandístico, es una referencia frecuente en muchas de las obras arquitectónicas, escultóricas, pictóricas e incluso en ornamentos
litúrgicos documentados en los libros de visita de los
siglos XV y XVI.
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poco a poco las fortalezas musulmanas del Campo de Montiel imponiendo su doble impronta militar y religiosa. En el año 1217 el castillo de Montiel permanecía
todavía en manos musulmanas, habiendo caído ya los de Alhambra, Eznavexor y
Alcaraz. El asedio comenzó en 1225, determinando la creación de un castillo padrastro, llamado san Polo en las fuentes, enfrentado al de la Estrella desde el que
dirigir las operaciones (Lomax, 1984: 170). En el año 1243 la Orden de Santiago
poseía ya todo el territorio así como la Sierra de Segura. El Campo de Montiel, a
partir de este momento, adquirió su verdadera personalidad, convirtiéndose en un
importante centro de operaciones para las expediciones bélicas contra los últimos
territorios en poder de los musulmanes, situados ya por debajo de Sierra Morena.
El atractivo que ofrecían las tierras del sur recién conquistadas determinaba la pérdida de numerosos efectivos que marchaban hacía Andalucía dificultando la repoblación de las tierras manchegas (Ibid.: 116). Por eso los santiaguistas pusieron en
práctica tácticas de atracción de pobladores, ofreciendo protección y concediendo
numerosos privilegios y exenciones a todos aquellos que poblaran las tierras a
cambio de poner en producción unas tierras que no debían abandonar ni ceder sin
el consentimiento de sus señores.
Pero, a pesar de la escasez de fuentes que aporten datos demográficos para
los primeros momentos de la repoblación, ¿es posible determinar con exactitud
la procedencia y naturaleza de los nuevos pobladores? Es éste un tema de gran
importancia pues ayudaría a clarificar la autoría así como las características formales y estilísticas de las obras de construcción iniciadas a partir de este momento.
Muchos historiadores coinciden en apuntar que, tras las persecuciones experimentadas por los mozárabes en los momentos de invasión almorávide, este contingente
demográfico, muy “arabizado”, se trasladaría hacía el norte, pudiendo regresar a
la provincia de Ciudad Real en el siglo XIII (Corchado, 1984: 67; Castro, 1991:
42). Manuel Corchado vincula este retorno con la gran abundancia de topónimos
de origen árabe que persisten en el Campo de Montiel, indicando que de otra forma
este fenómeno «no tendría explicación si la totalidad de sus habitantes hubieran
procedido de terrenos muy alejados [...]» (Corchado, 1971: 18). Este contingente
terminaría siendo absorbido por los nuevos pobladores cristianos que, procedentes
de las tierras del norte peninsular, llegarían a estos lugares, constituyéndose poco
a poco en el grueso poblacional.
Además de mozárabes y cristianos, es necesario analizar la presencia de mudéjares y moriscos, entendiendo los primeros como musulmanes no convertidos al
cristianismo que permanecieron en la zona después del siglo XIII y los segundos
como musulmanes convertidos al cristianismo en distintos momentos históricos.
Muchos investigadores han considerado que, tras la batalla de las Navas de
Tolosa, la mayor parte de la población de origen musulmán, huiría hacía el norte
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de África, dejando las tierras de la Mancha muy despobladas (González, 1976:
127-133; Corchado, 1971: 15-20). Concepción Abad Castro retoma esta idea como
punto de partida para hacer algunas precisiones de gran interés (Abad, 1991: 5280). En primer lugar apunta la posibilidad de que la gran mayoría de los emigrantes
musulmanes pertenecieran a las élites económicas, debiendo pesar en su marcha
el deseo de cumplir con los preceptos coránicos que prohíben a los creyentes permanecer en tierras de infieles. Por el contrario, aquellos musulmanes que vivieran
mas precariamente, movidos también por un menor nivel de fidelidad al islam,
preferirían no marchar y mantener sus escasos bienes. Entre estos últimos Abad
apunta la posibilidad de incluir a bereberes y conversos al islam de ascendencia
cristiana, en su mayoría dedicados a labores agrícolas. En cuanto a su cuantía, esta
investigadora indica la dificultad para determinar cifras anteriores al siglo XV,
puesto que los mudéjares que habitaban los territorios de la Orden de Santiago no
se incluyeron en las listas de repartos de servicio y medio servicio, por lo menos
hasta el año 1447, pues los reyes habían renunciado a recibir dichos servicios en el
año 1285. Según esos mismos repartimientos sabemos que en Montiel, en el año
1495, se constata la existencia de 145 mudéjares, cifra que iría disminuyendo poco
a poco en años sucesivos hasta el año de 1499 coincidiendo con las revueltas del
Albaicín y de las Alpujarras.
La convivencia entre musulmanes y cristianos no fue fácil. En 1264 se conocen ya noticias de las primeras revueltas mudéjares en la zona granadina y murciana. Francisco Ruíz insiste en la necesidad de distinguir entre “tolerancia” y “convivencia”. En los siglos centrales de la Edad Media y en los primeros momentos
de la repoblación, siguiendo el mismo legado dejado en estas tierras por el Islam,
los cristianos, sin olvidar su posición de superioridad, desarrollaron cierta permisividad que posibilitó la presencia de mudéjares en el devenir diario de los nuevos
lugares, aunque sin poder evitar el surgimiento de ciertas tensiones (Ruiz, 2002:
160-163). Pero la tolerancia, basada en la esperanza de la conversión, fue dando
paso a una progresiva intransigencia, cuya principal consecuencia sería las sublevaciones de Granada y el consiguiente edicto de conversión forzosa a partir de
1501. Un número considerable de antiguos musulmanes, convertidos en moriscos,
fue repartido en el territorio de Montiel, provocando un malestar creciente entre
los cristianos viejos. Esta situación se iría acrecentando poco a poco, sobre todo
durante el reinado de Felipe II, preparando la expulsión definitiva en el año 1609.
Sirva como dato la existencia en la Solana en el año de 1572 de casi cien casas de
moriscos, dedicándose a labrar la tierra, recoger leña y trabajar el esparto1.
1
AMSOL, 1521-1575.
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Por lo que se refiere a las profesiones más habituales desarrolladas por los
mudéjares en los primeros momentos de la repoblación suele apuntarse su dedicación a la agricultura y a la construcción. Lógicamente la necesidad urgente de
reparar y construir nuevas fortificaciones exigiría emplear abundante mano de obra,
cristiana y musulmana, llegando en algunos lugares del territorio peninsular a gozar los maestros alamines y carpinteros mudéjares de cierto reconocimiento social
(González, 1975: 371s; Abad, 1991: 90s). Esta situación cambiaría drásticamente
tras la conversión forzosa, como se puso de manifiesto en las Cortes de 1573 con
la prohibición a los moriscos de tener cargos públicos, o desarrollar oficios de
alarifes o alamines.
Con estos nuevos contingentes poblacionales, a partir del siglo XIII, la Orden de Santiago fue creando unas incipientes redes administrativas, fomentando
la aparición de villas y aldeas a la sombra de las fortalezas, asegurando las vías de
comunicación, estableciendo una base de explotación agrícola y ganadera, todo
ello bajo un sello indiscutiblemente religioso. Montiel se configuró como cabeza
de Partido al amparo del fuero de Cuenca, proceso que culminaría ya en el siglo
XIV con el nacimiento del Común de Montiel, entidad de carácter económico cuyo
principal objetivo fue distribuir pechos, pedidos y otros servicios de los maestres
entre sus miembros (Lop, 1992: 206). Eclesiásticamente esta compleja estructura se reforzó con el nacimiento de la vicaria, localizada también en Montiel, de
la que dependerían todas las nuevas parroquias, dependientes en última instancia
del maestre y del priorato de Uclés. Esta extensa red parroquial, fue fundamental
desde los primeros momentos, puesto que, a través de ella, sobre todo en las zonas
rurales, se aseguraba la presencia institucional de la Iglesia, aunque planteaba no
pocos problemas. Desde el primer momento surgió la necesidad de buscar edificios y espacios que pudieran adaptarse al culto cristiano, entretanto que pudieran
edificarse nuevas iglesias (Ruiz y Abad, 2002: 146s). Esta circunstancia determinó
por ejemplo la transformación de mezquitas en iglesias así como la adaptación de
espacios en las fortalezas tomadas a los musulmanes para atender a sus moradores
y a los primeros pobladores que habitaban las pueblas nacidas bajo la protección
de sus murallas.
A la larga, el número de parroquias creadas en el territorio de Castilla La Mancha durante esta primera etapa llegó a ser excesivo, llegando algunas a tener tan
pocos feligreses que, antes de la llegada del siglo XV, se extinguirían, en favor
de las nuevas iglesias construidas a partir de finales de esa centuria (González,
1975: 252). Este fenómeno vertebrador es similar al desarrollado por la Orden en
el resto de sus dominios peninsulares (Sánchez, 2000: 1556). En el año 1493 tras
la absorción definitiva de las órdenes, esta infraestructura sería utilizada como
punto de partida para las posteriores actuaciones llevadas a cabo por los Reyes CaCampo de Montiel 1213
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tólicos, facilitando un indiscutible desarrollo económico que, unido a un evidente
crecimiento poblacional, determinaría el inicio de una nueva fase de esplendor
constructivo en todo el partido.
La Orden de Santiago se convirtió en la administradora de un amplio territorio,
dotando a sus dominios de un nuevo y especial señorío jurisdiccional, determinando una nueva redistribución de poderes distinto al existente en la zona antes de la
conquista musulmana. Esta nueva circunstancia fue motivo de una fuente inagotable de conflictos, siendo el más significativo el entablado entre los santiaguistas
y el arzobispado de Toledo (Aguado, 1719: 94-126). Para comprender este último
es necesario tener presente tres elementos: el origen de la Orden de Santiago, la
protección manifestada por los monarcas hispanos en los primeros momentos de
la Reconquista y por último su estrecha dependencia papal. En 1175 Alejandro
III concedía la bula fundacional al primer maestre de la orden, D. Pelay Pérez
Correa. En este documento existía una concesión de particular importancia para el
futuro de las iglesias del campo de Montiel: el Pontífice concedía a la orden todas
las rentas, diezmos y derechos eclesiásticos de todas aquellas iglesias que fueran
nuevamente levantadas en los territorios “desiertos” arrebatados a los musulmanes
(Torres, 1992: 222s; Ruiz y Lop, 2002: 157-159). En contrapartida la orden garantizaría la manutención de sus beneficios eclesiásticos y fábricas parroquiales. Es
el llamado sistema de “iglesias propias”. No obstante, en aquellos lugares donde
hubiera constancia de la existencia previa de iglesias fundadas antes de la invasión
musulmana los caballeros santiaguistas deberían respetar todos los derechos del
arzobispo de Toledo, lo que suponía entregarle religiosamente los correspondientes diezmos. Esta concesión supuso un claro apoyo a la repoblación, propiciando
la llegada de nuevos vecinos a los lugares yermos. Estos pobladores necesitarían
clérigos de la orden y edificios adecuados para garantizar la administración de los
sacramentos y la recristianización del territorio, mas aun si tenemos presente que
en la zona existiría un importante contingente de población musulmana que permanecería en los asentamientos cristianos durante muchos años, conviviendo con
los cristianos, y por qué no, convertido a la nueva religión. El culto divino, en una
sociedad eminentemente religiosa, debía garantizarse a toda costa y esa era una
solución rápida y segura. La llegada de nuevos pobladores requería atender sus
almas y para ellos se necesitarían nuevos templos.
Pero los arzobispos de Toledo no vieron aquella solución de la misma manera,
temiendo perder derechos ancestrales. El sueño de los sucesivos diocesanos consistía en restaurar el esplendor y poderío alcanzado durante el periodo visigodo.
Pero para lograr ese objetivo era fundamental no solo conformarse con recuperar
las iglesias fundadas antes de la invasión, sino también apropiarse de las de nueva
creación, y por ende, de todos sus beneficios económicos. El enfrentamiento era
95
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inevitable. Los monarcas y papas intentaron mediar en el conflicto, pero a la larga
la balanza se inclinó del lado de la orden de Santiago en detrimento de los arzobispos (González, 1975: 356s). En el año 1231 D. Rodrigo Jiménez de Rada había
reclamado sus derechos de propiedad sobre las iglesias fundadas en el territorio
santiaguista. En su petición acusaba a la orden de apropiarse de iglesias fundadas
antes de la llegada del invasor (Aguado, 1719: 94).
La situación se hizo tan insostenible en años posteriores que Fernando III,
en un intento de terminar con tantas disputas, elaboró un documento en el año
1243, de gran valor para nosotros, pues en él se incluían dieciocho iglesias como
preexistentes a la ocupación musulmana y por tanto, obligadas a pagar el diezmo
de un tercio de todas sus rentas al arzobispo de Toledo. Las otras dos partes se
entregarían a la orden. La lista incluía: Alhambra, Torres, Odes, Santiago, la Torre
de Juan Abad, Santa Marina, Terrinches, Torres de la Frontera, Catena, El Puerto, la Membrilla y Almedina (Aguado, 1719: 126). El resto de las iglesias serían
consideradas como de nueva creación y por tanto bajo dominio absoluto y único
de los de Santiago. El arzobispo en todas ellas mantenía el derecho de convocar
sínodos, consagrar iglesias, santos óleos, crisma, altares y oratorios, tanto si fueran
de nueva fundación como anteriores a los musulmanes. Así pues se le concedía el
derecho a velar por cuanto tocase a la administración de los sacramentos y la “cura
de ánimas”2. Respecto a las iglesias de nueva fundación el arzobispado no tenía
que participar en los costos de su edificación y mantenimiento, quedando la orden
con esa obligación. Podría pues, como patrono, presentar clérigos y disfrutar de
sus rentas. También se concedía a la orden tres iglesias conventuales, entre ellas la
vicaría de Montiel (Fig. 2).
LOS PRIMEROS ESPACIOS PARA EL CULTO CRISTIANO EN EL
CAMPO DE MONTIEL: FORTALEZAS, CAPILLAS E IGLESIAS
Como señalaba el profesor Julio González uno de los principales problemas
con los que se encuentra el historiador medieval es la falta de edificios medievales
que han llegado hasta nuestros días en las tierras castellano manchegas (González,
1975: 244-246). Este fenómeno, en parte, podría deberse a la misma naturaleza
de los materiales empleados en su construcción: tierra, argamasa, mampuesto y
ladrillo. Además, para González, el verdadero movimiento constructivo fue tardío
debiendo esperar a la victoria de las Navas y al fenómeno de repoblación que le
sigue. Esta peculiaridad nos obliga a buscar vías paralelas de documentación a la
hora de intentar reconstruir este primer momento constructivo y la tipología de
2
AHN, OO.MM. Uclés, carpeta 214/25.
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IGLESIAS PARROQUIALES (1243-1515)
Fig. 2: Iglesia del Campo de Montiel. En esta figura se incluyen las iglesias existentes antes de la
llegada de los musulmanes, según la sentencia de 1243. Junto a ellas se añaden los lugares con iglesia
plenamente asentadas en los primeros años del siglo XVI.
unos edificios hoy desaparecidos. Así, en primer lugar, es fundamental recurrir a
los libros de visitas de la Orden de Santiago custodiados en la sección de órdenes
militares del Archivo Histórico Nacional. En las más antiguas, pertenecientes a los
últimos años del siglo XV podemos hallar noticias esporádicas sobre el estado de
esas primitivas iglesias, además de permitirnos constatar la evidencia de su destrucción paulatina. En segundo lugar, para establecer semejanzas, es interesante
buscar otros paralelos constructivos semejantes más o menos coetáneos pertenecientes tanto a otros territorios santiaguistas como a lugares de las órdenes milita97
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res de Calatrava y San Juan (Guerrero, 1969: 112-119). Por último la arqueología,
mediante el desarrollo de excavaciones rigurosas, puede sacar a la luz los restos
todavía conservados en aquellos lugares donde las fuentes nos indican que en su
día estuvieron estos templos, aportando un volumen de datos hasta el momento
impensables.
En los momentos más cercanos a la repoblación del Campo de Montiel por la
Orden de Santiago, es incuestionable la unión de las fortalezas y el espacio de las
primitivas iglesias. No puede olvidarse que estamos en años todavía muy cercanos
a la contienda y el temor a posibles incursiones musulmanas procedentes del sur
peninsular desaconsejaba romper un sistema defensivo de eficacia probada. Se
mantienen castillos, torres y fortalezas, vigilando y fomentando la repoblación.
En los núcleos de población más antiguos las primeras iglesias fueron espacios
habilitados dentro de los mismos castillos para atender a un modesto número de
feligreses, llegando a alcanzar en algunos casos un papel administrativo importante, actuando como verdaderas parroquias, hasta que la progresiva pacificación del
territorio, unida a un considerable aumento demográfico, determinará la construcción de nuevos templos exentos, surgidos en ocasiones muy cerca de las fortalezas,
a partir de la segunda mitad del siglo XIV, como preámbulo del posterior fenómeno de crecimiento de las nuevas villas encuadrado ya en el reinado de los Reyes
Católicos (Molina, 2006: 366s).
A modo de prototipo puede considerarse el caso de Montiel, con dos castillos,
el de la Estrella, de origen árabe y el san Polo, construido por los cristianos durante
la reconquista para facilitar el asedio de la alcazaba musulmana. El castillo de la
Estrella, dada su situación en el centro rector del territorio, permaneció habitado
durante varios siglos, siendo visitado frecuentemente por los enviados de la Orden
de Santiago para comprobar su estado de conservación. Las noticias más antiguas,
se recogen en una visita general realizada en al año 1468, donde los visitadores
nos describen por vez primera, aunque de forma fugaz, la fisionomía general de
este edificio:
«[...] e luego, frontero desto esta una boveda grande en que esta una capilla de
señor Santiago. Al un cabo esta una sancristania, e al un cabo desta boveda esta
una atahona con todo su adereço. Par de la dicha sancristania estan troxes para
harina, e otro troxe en que avia hasta dosientas fanegas de trigo; dentro desta
capilla esta una camara pequeña en el suelo de un cubo; asy la capilla como la
camara tienen sus puertas buenas; e delante desta capilla esta un portal fecho a
colgadiço, cubierto de teja e madera, en que se asienta una fragua para tiempo de
nesçesidad»3.
3
AHN, 1478: 224.
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Evidentemente en el momento en que se hace esta visita, a finales del siglo XV,
además de la Vicaría, existían ya en Montiel otros dos templos: la iglesia de Nuestra Señora de la Estrella, situada en la ladera del cerro y la nueva iglesia de San Sebastián, siendo esta última la que ostentaba en ese momento el título de parroquia.
El castillo todavía estaba habitado, como lugar de residencia del alcaide, aunque
su función prioritaria ya no era defensiva, sino de almacenamiento del trigo de la
encomienda. La iglesia había sido transformada en almacén de cereales, e incluso
en forja. Puede apreciarse la peculiaridad de este edificio, habilitado en las mismas
dependencias de un castillo de origen musulmán, reutilizando sus cámaras, lo que
le conferiría ciertamente un carácter singular. Sin embargo es interesante señalar
algunos elementos formales que luego se desarrollarán años mas tarde en la mayoría de las nuevas iglesias parroquiales y en muchas ermitas de la zona como las
“sancristanias” o sacristías, espacios para guardar los objetos del culto y para facilitar el cambio de ropa al oficiante. Otro elemento característico es la predilección
por el portal a colgadizo, levantado sobre pies derechos de madera, protegiendo la
entrada, cubierto a teja y madera, con pares a un agua como si se tratara de la nave
lateral de una iglesia de planta basilical (Nuere, 1989: 178). Sería éste un claro
indicio de la presencia de mano de obra de tradición hispano-musulmana, aunque
sus mejores ejemplos deban esperar hasta bien entrado el siglo XV, cuando en los
nuevos templos exentos erigidos ya en los centros urbanos la madera se convierta
en la principal protagonista de los cerramientos de portales, extendiéndose su uso
al interior de las naves con la predilección por los artesonados de clara raigambre
mudéjar.
En la visita de 1494 los enviados de la Orden de Santiago nos aportan más
datos. Hablan de la existencia de un altar en el que se veneraban dos tallas, una de
Nuestra Señora y otra de Santiago. También describen una tabla pintada con san
Cristóbal. El troje mencionado en 1468 se situaba cerca del altar mayor, permaneciendo la tribuna a los pies del edificio. Junto a esta última describen la mencionada
cámara dentro de un cubo que ejercía las funciones de campanario4. Esta situación
de relativo abandono no gustó a los visitadores de la Orden, quienes recriminaron
por ello al alcaide, ordenándole que, a la mayor brevedad posible, deshicieran los
trojes, sacando el trigo para depositarlo en un lugar más conveniente. Se le ordenó
también reparar los muros cercanos a la torre, enmaderar el portal y, en definitiva,
conseguir devolver a aquel espacio su antaño estado, como lugar consagrado al
culto divino. Pero cuatro años más tarde, en la visita de 1498 observamos que nada
de lo ordenado se había cumplido5. En este caso los visitadores insistieron en los
4
AHN, 1494: 435-440.
5
AHN, 1498: 234-244.
99
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mandatos de 1494, añadiendo la necesidad de levantar un murete de yeso y ladrillo
desde la portada hasta el muro frontero, abriendo una nueva puerta. De esta forma
se intentaba separar el espacio de la iglesia del almacén. Esta actitud de los visitadores se mantuvo firme en años posteriores, ya bien entrado el siglo XVI, siempre
con la idea de reanudar el culto en aquel espacio para que la villa no se olvidara de
su anterior importancia. En 1507 se contrató al maestro de obras Alonso de Alarcos
con la misión de reparar tanto la capilla como algunas otras zonas de la fortaleza,
por una cantidad de 34.500 maravedís6. En 1511 por fin tenemos constancia de que
la tan deseada división del espacio en dos mitades se había realizado, sirviendo una
para iglesia y otra para almacén de trigo7. En esta ocasión los visitadores insistían
en la necesidad de fortalecer sus muros, reforzando el portal, para lo que encargaron la tasación de los reparos a diferentes maestros, destacando la realizada en
los años treinta por Francisco de Luna, maestro favorito de la Orden, en aquellos
momentos afincado en Villanueva de los Infantes8.
Las últimas noticias recogidas en los libros de visitas pertenecientes ya a la
segunda mitad del siglo XVI nos indican que no se realizaron cambios importantes en el estado de la fábrica de este edificio. Cada vez se hacía más difícil
intentar mantener en pie tanto la bóveda destinada a iglesia como el resto de la
fortaleza. En las Relaciones Topográficas de Felipe II todavía nos la describen
como “iglesia muy principal” (Viñas y Paz, 1971: 347). Con el paso de los años,
inexorablemente, el abandono definitivo de la fortaleza provocó su ruina y con ella
la desaparición de la antigua iglesia, cuyo origen, a la luz de los datos aportados
por estos libros, no fue la de una pequeña capilla u oratorio secundario, sino la de
una verdadera parroquia, constreñida dentro de los muros de una fortaleza. Su papel de “Iglesia principal” fue asumido transitoriamente ya en los albores del siglo
XIV por un nuevo edificio bajo advocación de Nuestra Señora de la Estrella o del
Castillo, construido en la ladera del mismo cerro en el que se asentaba la fortaleza,
ocupando una situación intermedia entre ésta y el posterior núcleo urbano que comenzaba a desarrollarse fuera de sus murallas (Ibid.: 348)9. De esta nueva iglesia
lamentablemente tenemos muy pocos datos. En la visita realizada en 1494 tan solo
se menciona que se situaba en la falda del fuerte10. En las Relaciones Topográficas el edificio aparece prácticamente en ruinas, aunque los vecinos reconocen que
fue antiguamente “iglesia mayor de la villa” haciendo más de setenta años que la
6
AHN, 1507: 198-213.
7
AHN, 1511: 385-386.
8
AHN, 1535: 445-455.
9
AHN, 1494: 432.
10
AHN, 1494: 432.
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100
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parroquialidad había cambiado, esta vez al nuevo edificio de san Sebastián, construido dentro de la villa (Ibid.).
Por estos mismos años existiría cerca del castillo el conjunto conventual de
la llamada Vicaría de Montiel, bajo la advocación de Santiago. Constaba de un
claustro, una iglesia así como del resto de dependencias necesarias para el desarrollo de la vida de los frailes santiaguistas. Por desgracia su destrucción tuvo
lugar durante los enfrentamientos habidos entre el maestre don Álvaro de Luna y
Rodrigo Manrique durante la primera mitad del siglo XV, quedándonos tan solo
su memoria en las breves noticias conservadas en los libros de visita de la orden.
Con el tiempo parte de sus edificios volvieron a reutilizarse, transformándose en
la ermita del Santo Cristo ya en época barroca. En el ábside de una de las capillas
de este edificio todavía puede observarse la presencia de elementos constructivos
hispano-musulmanes, como unas ventanitas bajo arcos de herradura. En este caso,
sería de gran ayuda la realización de alguna campaña de excavación arqueológica
para esclarecer la tipología de estas primeras construcciones religiosas.
Otro ejemplo de gran interés para analizar la tipología de estos primeros espacios de culto vinculados a las fortalezas puede encontrarse cerca de Montiel, en la
vecina Membrilla. Según las fuentes, en el castillo del Tocón, existió una iglesia
llamada de Nuestra Señora del Espino. Tomás López, en 1795 recoge la tradición
sobre la antigüedad de este santuario y el origen del culto a una pequeña imagen
mariana vinculada a la conversión de un cautivo musulmán tras la reconquista de
la fortaleza (López, 1795: 366). También llamada en las visitas de la Orden de Santiago Nuestra Señora del Castillo, describiéndola como una edificación realizada
en mampostería, de una sola nave, cerrada con una cubierta de madera de pino,
perteneciente a la tipología hispano-musulmana llamada de “par y nudillo”. En el
altar mayor, dentro de un tabernáculo, se veneraría la imagen de la Virgen (Castellano, 1990: 241-252). Al igual que vimos en el caso de la iglesia de Santiago en
Montiel, este edificio pasó a convertirse en ermita ya en el siglo XIV al construirse,
en las cercanías de la fortaleza, un nuevo edificio bajo la advocación de Santiago el
Viejo, que asumiría funciones parroquiales hasta la definitiva construcción de una
nueva parroquia denominada de Santiago el Nuevo a finales del siglo XV (AHN,
1480: 153) (Fig. 3).
En Alhambra, uno de los lugares más importantes del Campo de Montiel, considerada en los momentos primeros de la reconquista la segunda cabecera del territorio, la tradición narra la existencia de una primitiva capilla construida dentro del
castillo. Según la visita de 1480, ésta se encontraba por entonces en buen estado,
situada encima de la bóveda correspondiente a la puerta principal de la fortaleza.
Como imágenes veneradas en ella se citan tres esculturas: una de la Virgen, otra de
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Fig. 3: Ermita del Santo Cristo de Montiel. Restos antigua vicaria de Santiago. Particularmente interesantes son las ventanillas bajo arco de herradura situadas exteriormente en el ábside semicircular
perteneciente a la nave de la epístola.
Santiago y una tercera de san Francisco11. En épocas muy tempranas esta capilla
fue sustituida por un primer templo parroquial levantado sobre las ruinas de una
construcción romana, cuya naturaleza fue totalmente transformada al construirse
sobre ese mismo lugar la nueva iglesia de san Bartolomé a partir del año 1525
(Hervás, 1890: 44-52)12.
Además de las iglesias y capilla situadas en las fortalezas de Montiel, Membrilla y Alhambra, también existen noticias de la existencia de una antigua iglesia
vinculada a una torre defensiva en La Solana. Muchos autores relatan la construcción de una torre defensiva en el lugar durante la Edad Media, destinada a proteger
el tránsito de los pastores sorianos (Hervás, 1890: 494-496; Corchado, 1971: 160;
Madoz,1987: 296). En el año 1185 consta que la torre, junto con una fuente y un
pequeño asentamiento poblacional estaba en manos de la Orden de Santiago. Tras
un breve periodo de cesión al conde don Álvaro Núñez de Lara, el lugar retornó
11
AHN, 1480: 160.
12
AHN, 1499: 279.
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a la Orden, quedando bajo el dominio de la poderosa villa de Alhambra, dando
origen a su encomienda (Romero, 1949). En las fuentes originales contamos con
algunas referencias en los libros de visita de la Orden de Santiago, como las recogidas en la visita realizada en el año 1468, en la que los visitadores increpaban al
comendador por haberse apoderado de este edificio, fortificándolo para instalar en
él su residencia:
«[…] tiene una torre de cal y canto que solía ser de la yglesia; y tienela agora
el comendador, e fortaleçiola; y esta torre tyene el muro bien ancho y maçiço fasta
tres tapias en alto, y ally esta la puerta que suben a ella por un escalera ancladisa;
esta puerta está forrada de cuero; esta torre tyene quatro sobrados de madera, y
sube un escalera de uno a otra; y el mas alto esta cubierto a dos aguas de teja e
madera; y ençima del sube un muro de la torre acreçentado, de cal y canto, fasta
dos tapias e media de alto que fiso aser el dicho comendador, y ansi mismo los
suelos de la torre. Esta torre tyene un cortyjo alrededor de tapias de tres tapias en
alto, con su puerta, y dentro esta razonablemente aposentado para conplimiento de
la torre»13.
Siguiendo esta relación, también debe tenerse presente el caso de Torrenueva.
Las fuentes antiguas hablan del origen de este asentamiento al reunirse los
habitantes de varios lugares cercanos bajo la protección de una pequeña atalaya
o torre defensiva (García, 1992: 122s). En la visita realizada por la Orden de
Santiago a la villa en el año 1515, se menciona la existencia de una “ermita
de Santiago el Viejo”, construida en el lugar fortificado que antaño ocupara la
población. El edificio contaba entonces con una única nave rectangular, construida
con materiales muy modestos, cubierta nuevamente con armadura de madera de
pino. En su capilla mayor se daba culto a una imagen de la Virgen y a otra de
Santiago apóstol14. Hacía 1440, fecha de la concesión del privilegio de villazgo
por el infante don Enrique de Aragón, esta antigua parroquia quedó relegada a la
categoría de ermita dependiente de un nuevo templo parroquial denominado de
Santiago el Nuevo.
Por último merece la pena destacar el peculiar caso de Fuenllana, cuya fortaleza, tras perder su primigenia función militar, fue lentamente transformada en
templo parroquial. Por las sentencia de 1243 sabemos que en esa fecha este lugar
contaba con una iglesia abierta. Según recogen las Relaciones Topográficas, en el
siglo XVI los vecinos tenían constancia de que su primitiva parroquia de santa Catalina se construyó sobre las ruinas de un antiguo castillo árabe en los últimos años
de la reconquista (Viñas y Paz, 1971: 261). Las primeras noticias recogidas en las
13
AHN,1468: 71 y 72.
14
AHN, 1515: 157-178.
103
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visitas nos describen un edificio con planta de una sola nave, sostenida sobre arcos
fajones, cubierta con armadura de madera de pino. En el altar mayor se veneraba
una imagen de la Virgen. En estos momentos el edificio comenzaba ya a ser ampliado, ordenando los visitadores que se levantara una tribuna de madera en el hastial correspondiente al lado del oeste15. En 1498 se describen tres elementos más:
en primer lugar una cámara junto a la tribuna con una chimenea; en segundo lugar
un portal, realizado en madera, sobre pies derechos sobre los que descansaba una
armadura a colgadizo, realizada con tirantes y ripia atravesada; en tercer lugar un
campanario aprovechando una torre del castillo16. Durante la primera mitad del siglo XVI se realizarían nuevas reformas que no afectarían básicamente a la esencia
constructiva de esta iglesia, destacando la construcción de un nuevo campanario,
la apertura de una sacristía más amplia a espaldas del presbiterio y una pequeña
tribunilla “para colocar los órganos” situada cerca de la tribuna principal17. En
1515 tenemos constancia de la construcción, junto al presbiterio, de una capilla de
enterramiento, llamada de Santiago apóstol, costeada por Diego Martínez y Teresa
Hornos, su esposa. De ella actualmente quedan restos en las ruinas de la fortalezaiglesia, permitiendo incluir su tipología dentro de un estilo “tardo-gótico”, muy
estimado en la zona en estos momentos, dejando de lado la tradición constructiva
hispano-musulmana predominante en el resto del edificio18. Esta primitiva estructura experimentaría una total transformación a partir de los años treinta del siglo
XVI, dirigiendo las obras la familia de los Hurtado, maestros canteros de la zona,
suponiendo la aceptación definitiva de las nuevas corrientes estéticas procedentes
del norte de España (Molina, 2007: 275s).
La existencia de estos primeros espacios de culto vinculados a castillos y fortalezas en los tiempos inmediatos a la repoblación, no es un fenómeno exclusivo del
Campo de Montiel, pudiéndose encontrar ejemplos similares en algunos lugares
de los territorios vecinos a los santiaguistas pertenecientes a las órdenes de Calatrava y San Juan (Benítez, Molina y Álvarez, 2007: 102). Actualmente el parque
arqueológico de Calatrava la Vieja, situado en el término municipal de Carrión de
Calatrava, conserva restos de una antigua iglesia cuya construcción, fechada entre
los años 1150 y 1157, ha sido atribuida tradicionalmente a los caballeros templarios. El proyecto, sin duda mucho más ambicioso que en la mayoría de las iglesias
que nos ocupan, contemplaba la edificación de un templo de una sola nave, con
ábside ultrasemicircular al interior y poligonal al exterior de nueve lados, posible-
15
AHN, 1494: 613-615.
16
AHN, 1498: 182.
17
AHN, 1511: 319-327.
18
AHN, 1515: 408-430.
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mente con una cubierta abovedada. Pero el abandono de la fortaleza provocada por
la amenaza de la llegada almohade determinó que el proyecto se dejara en sus inicios, a la altura de los cimientos. A partir de 1157 los nuevos defensores calatravos
construyeron sobre ella otro nuevo edificio en época bajo medieval (Ruibal, 1984:
Fig. 4: Reconstrucción hipotética de la planta de la iglesia del Castillo de Calatrava la Vieja. Parque
Arqueológico Alarcos-Calatrava la Vieja. Puede apreciarse el primitivo ábside templario alrededor
del que se levantó la iglesia calatrava.
111-116). Constructivamente presenta muros de mampostería con verdugadas de
ladrillo, conservando en sus paredes interesantes restos de dibujos, realizados con
incisiones, representando naos, estrellas y animales, pertenecientes a épocas posteriores (Fig. 4).
El castillo de Calatrava la Nueva, dentro del término de la actual Aldea del
Rey, construido según la mayoría de los historiadores sobre el antiguo castillo de
Dueñas, fue donado a la orden de Calatrava en 1191 iniciándose pronto las obras
de reforma que debieron pararse al llegar los almohades, provocando su abandono.
Tras la batalla de las Navas en 1212 se intensificaron las obras de construcción
del nuevo castillo, realizándose el traslado definitivo desde Calatrava la Vieja en
el año 1217. Según la tradición desde la antigua sede se trajeron los cuerpos de
los caballeros muertos en la defensa de Calatrava así como la antigua imagen de
Nuestra Señora de los Mártires, colocándose en una primitiva capilla, hoy desaparecida, en el llamado Campo de Mártires, cuyo suelo, sobre el que se vertería tierra
traída de los Santos Lugares, daría a los fieles el privilegio de alcanzar indulgencia
plenaria (Hervás, 1890: 271).
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En el Campo de San Juan se levanta el castillo de Peñarroya, perteneciente al
término municipal de Argamasilla de Alba. En el extremo sureste del patio de armas de esta fortaleza se conserva hoy en día una construcción pequeña abovedada,
conocida como Ermita del Despeñadero. Tradicionalmente ha sido considerada
como la primitiva capilla en donde estuvo depositada la imagen de Nuestra Señora de la Encarnación. Pequeño cuarto construido en mampostería, cubierto con
bóveda de medio punto ligeramente deformada por el sur. El espacio antaño debió
estar unido a la fortaleza por el lado Oeste, pero toda esta parte lo mismo que el
patio de armas sufrió una gran transformación cuando se construyó el espigón de la
presa del embalse de Peñarroya. Además fue objeto de una fuerte restauración no
documentada en los años setenta del siglo XX (Benítez, Molina y Álvarez, 2007:
102-103) (Fig. 5).
Vistos estos ejemplos podemos concluir que muchos de los primeros espacios
para el culto cristiano construidos en el Campo de Montiel y en otros territorios
provinciales pertenecientes a órdenes militares, en los tiempos más cercanos a
la repoblación, estuvieron claramente vinculados a los castillos y fortalezas conquistados a los musulmanes. En algunas ocasiones su tipología nos acerca a sencillas capillas, de tradición hispano-musulmana, construidas reutilizando algunas
Fig. 5: Vestigios de la Iglesia del Despeñadero. Castillo de Peñarroya. Argamasilla de Alba.
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estancias de las mismas. Pero también en otros casos la entidad de las iglesias
descritas por las fuentes supera esa naturaleza, identificando claramente edificios
ciertamente importantes que ocupan gran parte de los castillos. En tercer lugar,
puede detectarse la presencia de construcciones religiosas, construidas en el siglo
XIV fuera del recinto de los castillos, pero muy vinculadas a ellos, por lo general
en las laderas de los mismos. En estos dos últimos casos, como queda patente en
las fuentes originales, muchas iglesias ejercieron tempranas funciones parroquiales, prolongando esta condición en algunos casos hasta bien entrado el siglo XV. A
partir del reinado del emperador Carlos, culminó un proceso de crecimiento económico y demográfico iniciado durante los últimos años del reinado de los Reyes
Católicos, determinando la construcción de nuevas parroquias. Las jerarquías de
la Orden de Santiago intentaron durante los primeros años del siglo XVI mantener
viva la memoria de aquellos primeros lugares de culto, como lo demuestran los
distintos mandatos contenidos en los libros de visita. Algunos, gracias a esa labor
protectora, pervivieron cierto tiempo convertidas en ermitas o en iglesias de segundo orden, conviviendo con los nuevos (iglesia de Santiago en la fortaleza de Montiel). En algunos casos (iglesia de Santiago el Viejo de Membrilla) incluso se llegó
a proponer la coexistencia de dos parroquias abiertas simultáneamente. El inicio
de las grandes obras de construcción de edificios civiles y religiosos en el Campo
de Montiel centralizó todos los esfuerzos económicos de la Orden, terminando por
olvidar las primitivas capillas e iglesias, arruinándose poco a poco debido a la falta
de interés por su mantenimiento. Finalmente, en muchas ocasiones las dignidades
eclesiásticas adoptaron la decisión de trasladar los restos de difuntos, ornamentos,
imágenes sagradas, lápidas, memorias, altares y demás objetos consagrados a las
nuevas parroquias, aconsejando enterrar todo aquello que por su estilo o calidad
pudiera provocar actitudes indecorosas por parte de los fieles.
No quisiera terminar este artículo sin mencionar que, afortunadamente, recientemente se ha abierto una nueva vía de investigación, basada en la arqueología,
que sin duda puede ayudar a completar el conocimiento de estos primeros espacios
para el culto cristiano en el Campo de Montiel. Las campañas de excavación realizadas por la Universidad de Castilla La Mancha en estos dos últimos años, centradas en las proximidades de la fortaleza de Montiel, prometen aportar valiosas
pistas que nos ayuden a configurar con la mayor rigurosidad y precisión posible la
verdadera naturaleza de estas peculiares construcciones pertenecientes a los últimos momentos de la Edad Media.
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Procesos de reconquista, repoblación y abandono
medievales en el Campo de Montiel:
la aldea fortificada de Peñaflor
Pedro R. Moya-Maleno
Universidad Complutense
Proyecto Arqueológico ‘Entorno Jamila’
[email protected]
Recibido: 10-I-2015
Aceptado: 9-VI-2015
RESUMEN
Este artículo sistematiza y completa la información existente acerca de Pennaflor, una aldea
fortificada de Reconquista y Repoblación medieval en el Campo de Montiel (Villanueva de los
Infantes, Ciudad Real). De una parte, se pone de relevancia sus características específicas; y, por otro
lado, su poblamiento y sus transformaciones posteriores hasta el abandono, en comparación con otros
casos de la zona, sirven para conocer mejor la evolución de las estrategias de conquista, repoblación
y reordenación cristiana en el Alto Jabalón y en el Campo de Montiel.
PALABRAS CLAVE: Pennaflor-Peñaflor, Orden de Santiago, Alcaraz, Campo de Montiel,
Repoblación, Dehesa.
ABSTRACT
This paper systematizes and complete the information about Pennaflor, a fortified medieval village
of Reconquista and Repopulation in Campo de Montiel region (Villanueva de los Infantes, Ciudad
Real). On the one hand, it serves to underscore its particular characteristics; and, secondly, this
settlement and its subsequent transformations to abandonment, in comparison with others in the
area, serve to understand the evolution of the strategies of conquest, repopulation and Christian
reorganization in Upper Jabalón and Campo de Montiel.
KEYWORDS: Pennaflor-Peñaflor, Order of Santiago, Alcaraz, Campo de Montiel, Repopulation,
Pastureland.
Pedro R. Moya-Maleno
Como arena, el silencio sepultará las casas.
Como arena, las casas se desmoronarán.
Oigo ya sus lamentos. Solitarios. Sombríos.
Ahogados por el viento y la vegetación.
La lluvia amarilla
J. Llamazares
1. INTRODUCCIÓN
A pesar de que desde finales del siglo XX se ha entrado en un cambio de ciclo
en la investigación de la comarca histórica y geográfica del Campo de Montiel son
muchas las carencias que tanto historiadores como arqueólogos tienen pendientes
de resolver en esta parte de la Meseta Sur, desde las primeras culturas hasta la propia evolución del mundo rural en los últimos siglos. Pero, es más, diversos factores
también han sido decisivos para que dichas lagunas se hayan cebado en ciertas
épocas históricas; agentes tan controlables como aleatorios: el origen y afinidades
científicas de los investigadores, las facilidades institucionales, la evolución de las
propias disciplinas, el material a estudiar y, por qué no, la propia casualidad de los
hallazgos (Moya-Maleno, 2006).
Si bien en lo que a etapas prehistóricas o romanas se refiere los datos con los
que contamos son cada vez más precisos y técnicos (inter alia Benítez de Lugo et
al., 2011b; Moya-Maleno, 2011), por ejemplo, poco o nada se conoce del mundo
visigodo más allá de las necrópolis de Alhambra (Serrano y Fernández Rodríguez,
1990). A medio camino, un breve repaso histórico e historiográfico de la etapa
medieval de la altiplanicie que nos concierne, evidencia que se trata de un Pasado
todavía mal conocido y en buena parte construido sobre un puñado de fuentes históricas y de retazos arqueológicos.
En concreto, la historia medieval islámica y cristiana del Campo de Montiel
se ha reducido a una interconexión de hechos narrados en las fuentes archivísticas
con las grandes infraestructuras militares aún en pie –castillos y torres– e hilvanada con los datos arrojados por algunos hallazgos fortuitos y prospecciones poco
exhaustivas. En consecuencia, tal y como se ha puesto de manifiesto (Gallego,
2015: 11-15), lo que conocemos de fenómenos tan importantes de esta etapa del
Campo de Montiel, como su islamización, su conquista cristiana y su reordenación territorial posterior, es un discurso generalista salpicado por hechos bélicos o
administrativos puntuales y en el que es difícil concretar las características de los
distintos asentamientos y sus pobladores durante varios siglos antes y después del
paso del primer milenio.
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Sin embargo, el cambio de la tendencia está ya iniciado y esta etapa medieval
del Campo de Montiel podrá salir del atraso científico. A los cada vez más numerosos trabajos archivísticos (Ruiz Gómez, 2003; Matellanes, 1996, 1999 y 2000;
Calzado, 2015), se están uniendo estudios arqueológicos puntuales y territoriales
surgidos de seguimientos de gestión (Benítez de Lugo, 2011; Id. et al., 2011a),
obras de remodelación (Álvarez et al., 2015) y proyectos de investigación formales. Ejemplo de estos últimos son los que intervienen en el castillo de La Estrella
de Montiel (Gallego y Lillo, 2012 y 2013; Gallego, 2014 y 2015) y los que estamos
llevando a cabo en sendos proyectos arqueológicos ‘Entorno Jamila’ (Alto Jabalón) y ‘Santa Catalina’ (Fuenllana).
En nuestro caso, son Jamila y Peñaflor –al Sur de Villanueva de los Infantes–
dos yacimientos que, sin poseer la potencia icónica ni la trascendencia de grandes
asentamientos o fortalezas, están arrojando resultados arqueológicos que nos permiten señalar textos irreales (Melero, 2005: 144), reconsiderar lo dicho para el medioevo en esta zona y comarca, así como realizar análisis desde ópticas alternativas
y novedosas (Campayo et al., 2015; Moya y Monsalve, 2015). Estos yacimientos
albergan datos fundamentales para enriquecer y/o reformular la evolución histórica desde la conquista cristiana; por ende, también ahondan en el papel desempeñado por los actores involucrados en este escenario, algunos principales –como la
Orden de Santiago, la villa de Alcaraz o el Arzobispado de Toledo–, y otros, aunque aparentemente secundarios, los protagonistas: los pobladores del Alto Jabalón.
Si bien el edificio columnado de Jamila es un hápax en su género y presenta
fases igualmente relevantes1 es, sin embargo, el núcleo de Peñaflor el que, al haber
constituido una pequeña aldea de repoblación cristiana en la zona, tiene una mayor
variedad de datos para replantear las características y transformaciones de este
contexto cronoespacial medieval.
La aldea medieval de Peñaflor se situó en el denominado como cerro “Castellón” o “Castillón” (883 m.s.n.m.), a unos 3 kilómetros al Sureste de Villanueva
de los Infantes, en el centro de la comarca del Campo de Montiel. En concreto,
este cerro es el pico occidental y algo más elevado de una meseta mayor sobre la
margen derecha del río Jabalón. Esta ubicación le confiere ser un espolón asilado
–sólo comunicado por un estrechamiento o istmo al Este, su flanco más accesible– y estar sustentado por una plataforma rocosa de una decena de metros que
aporta fuertes pendientes en sus laderas Sur y Oeste. El Castillón se alza a unos 30
metros a modo de terraza y es uno de los balcones que circundan el valle del Alto
Jabalón, una cuenca de más de 2 km de ancho que puede considerarse un corredor
1
Abordaremos el estudio de Jamila en próximos trabajos (Moya-Maleno, e.p.).
113
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Pedro R. Moya-Maleno
Este-Oeste y verdadero agente de cambio y de unión a lo largo de la Prehistoria e
Historia en esta zona (Figs. 1 y 2).
El aspecto actual del cerro ha debido degenerarse mucho respecto al de la Edad
Media. Se trata de una formación geológica en deterioro constante por la acción
natural y antrópica. Por un lado, los frágiles estratos de arenisca y arcillas que
lo componen sufren los efectos de la erosión, la oscilación térmica y las lluvias
torrenciales esporádicas, un fenómeno cercano a la solifluxión. Por otra parte, los
animales y el aprovechamiento como cantera han conseguido unas laderas excesivamente cónicas y surcadas por grandes cárcavas hasta romper el nivel geológico
y horadarlo con todo tipo de zapas.
La profundidad y tipo de investigación de las ocupaciones humanas en el cerro
Castillón ha venido determinada por la etapa cronológica estudiada por los historiadores y arqueólogos que allí han intervenido. Como ya hemos señalado en otras
ocasiones (Espadas y Moya-Maleno, 2007; Moya-Maleno, 2006: 103; Id., 2013:
354s), las excavaciones arqueológicas de los años 80 aquí (Espadas et al., 1986 y
Fig. 1: Aldea fortificada medieval de Peñaflor y otros yacimientos intervenidos en el Proyecto Arqueológico ‘Entorno Jamila’ contextualizados en la comarca santiaguista del Campo de Montiel.
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Fig. 2: Foto aérea del espolón amesetado (cerro Castillón) en primer plano desde el Sur. Villanueva
de los Infantes al fondo. Foto: Emilio García-PAEJ, 2014.
1987; Poyato y Espadas, 1988) se centraron en los horizontes prehistóricos –calcolítico fundamentalmente–, por lo que el contexto medieval era poco más que un
peaje arqueológico hasta llegar a las fases deseadas. Mientras, las etapas históricas
del yacimiento –paradójicamente las más recientes y perceptibles a nivel de superficie–, han quedando reducidas a una puesta en conocimiento de A. Ruibal (1987)
y a los datos esporádicos que vienen aparejados a la documentación medieval y
moderna (inter alia González González, 1960: §983; Madrid, 1989; Id., 2004).
Sólo a partir de 2004, al intervenir de urgencia en la necrópolis, fue cuando
alertamos de la existencia de un núcleo de población medieval que nos permitiría
comprender la evolución histórica en esta parte del valle del Jabalón en sus más
diversos ámbitos, desde la topografía geoestratégica hasta la realidad humana, en
un proceso de cambio tanto del contexto más inmediato como dentro de momento
sociopolítico de la Península Ibérica. En este sentido, y pasada una década desde
esa intervención y gracias a otra excavación realizada en 2013, está siendo posible
ampliar lo ya señalado en referencia al propio yacimiento y a sus pobladores, así
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como afirmar la trascendencia del mismo para reinterpretar la conquista, colonización y reordenación cristiana del Campo de Montiel (Espadas y Moya, 2007;
Moya-Maleno y Monsalve, 2015; Moya-Maleno y Hernández, 2015).
Por tanto, a continuación pretendemos complementar algunos aspectos antropológicos y urbanísticos de la Pennaflor plenomedieval y bajomedieval no abordados en trabajos recientes (Moya-Maleno y Monsalve, 2015; Moya-Maleno y
Hernández, 2015), e, igualmente, afrontar otras características relativas al contexto
y evolución del poblamiento de esta aldea fortificada: orígenes y razón de ser, la
presencia e incidencia de los pobladores en el medioambiente o los fenómenos de
despoblación posteriores. El trabajo arqueológico y documental en Peñaflor también nos permitirá proponer nuevas hipótesis acerca del proceso de reconquista,
repoblación y abandono de otras aldeas del Campo de Montiel similares y coetáneas a la del cerro Castillón. En última instancia, corregir algunos fallos cometidos
por nosotros mismos.
Lo que subyace del estudio de este yacimiento es que no sólo favorece profundizar en su evolución a lo largo de tiempo. También rehabilita la posibilidad,
como ya defendiera Manzano (1988), de hacer Historia Medieval más allá de la
macrohistoria de grandes conquistas y castillos, más allá de los cartapacios documentales, esto es, abordar la vida de la mayoría de los pobladores del territorio.
No se trata de deslegitimar unas fuentes y puntos de interés y encumbrar otros,
sino de la necesidad de trazar otras lecturas históricas transversales del contexto
social, económico y religioso con un enfoque micro, meso y macro, desde lo más
inmediato a lo comarcal, de forma sincrónica y diacrónica.
2. EL ORIGEN DEL POBLAMIENTO DE PEÑAFLOR
El inicio y final de Peñaflor como núcleo de poblamiento se desconoce. Dejando de lado el asentamiento Calcolítico del cerro Castillón –sin otra ocupación en
épocas prehistóricas, romanas o tardoantiguas posteriores–, definir con precisión
el origen del núcleo medieval de Peñaflor es a día de hoy imposible. La falta de
datos directos al respecto, bien por su inexistencia, descontextualización (MoyaMaleno y Hernández, 2015) o por carencia de investigación, limita nuestro dictamen a horquillas de tiempo construidas sobre términos post quem y ante quem.
Dichos hitos son, en primer lugar, la ausencia o presencia de alusiones a Peñaflor
o alguna de sus elementos y, en segundo término, los datos arqueológicos que, de
una forma u otra, nos aproximan a la cronología inicial de esta aldea fortificada.
Por un lado, la principal fuente para determinar el poblamiento medieval, ha
sido la documentación archivística que ha pervivido hasta nuestros días. La priCampo de Montiel 1213
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mera mención de la que tenemos constancia no data de 1215, como señalé por
error recientemente (Moya-Maleno y Monsalve, 2015: 257), sino de 1232, cuando
le concende a Álvaro Núñez de Lara la mitad de la pobla de Peñaflor (González
González, 1960: §983).
Esta fecha queda englobada –y, por tanto, coincide– dentro las horquillas cronológicas que nos aportan los análisis de C142 realizados sobre individuos inhumados en su necrópolis, testimonios inequívocos de una etapa de poblamiento:
Prueba
Nº
Laboratorio
Muestra
BP
(Fecha sin
Calibrar)
Cal AD (1σ)
Cal AD (2σ)
Tipo
1
Ua-34997
Hueso Humano
CSN’04·A1·UE7·X
870±35
1057-1219
(68,2%)
1044-1252
(95,4%)
AMS
2
CSIC-2125
Hueso Humano
CSN’04·A1-2·UE4·VI
780±40
1223-1271
(68.2%)
1170-1285
(95,4%)
Std.
3
CNA2695.1.1
Hueso Humano
CSN13·15·5000·XVI
784±31
1224-1266
(68,2%)
1193-1281
(95,4%)
Std.
Fig. 3: Tabla y representación gráfica de las muestras de 14C correspondientes a la necrópolis de
Peñaflor analizadas hasta el momento.
2
Calibrado con OxCal 4.2, de la Oxford Radiocarbon Accelerator Unit.
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Se han desarrollado tres pruebas de radiocarbono sobre individuos distintos
procedentes de las dos excavaciones de las necrópolis de Peñaflor (Fig. 3). Dos de
ellos podemos determinar que se hallaron sin alteraciones tafonómicas (nos 1 y 3);
la segunda de las muestras había sido removida de su emplazamiento original, pero
se trata de una alteración que, estimamos, tampoco afecta de forma significativa
al 14C.
No hay duda que la cercanía entre ambos rangos de calibración ofrece una
probabilidad relativamente similar entre sí, centrada entre mediados del siglo XI y
finales del XIII, pero creemos puede afinarse más.
Por una parte, la cronología de la necrópolis sería del siglo XIII si atendiéramos a la coincidencia del rango a 1σ, pero se trata de un dato sólo con un
68% de probabilidad como máximo. Del mismo modo, si se observa la amplitud
de las horquillas de la primera y segunda muestra aún a 2σ –220 y 120 años
respectivamente– podríamos incluso llevar su existencia en sus márgenes más
antiguos, al 1044 en el escenario más temprano (nº 1). Pero, aparte de que tampoco
parecería lógico forzar la cronología de esta necrópolis cristiana y adelantarla
hasta mediados del siglo XI, la relación estratigráfica directa existente entre ambos
individuos excavados en 2004 (nos 1 y 2) nos permite concretar algo más. Como ya
describimos (Espadas y Moya-Maleno, 2007: 383-386), el hecho de que la prueba
nº 2 fuera secuencialmente más antigua que la primera, en tanto que reducción
postdeposicional de huesos para dejar sitio y dar sepultura a un varón en posición
primaria –la prueba nº 1–, permite desechar las cronologías más tempranas de éste
y las más tardías de la nº 2. Esto es, podemos centrar la vida y muerte de dos de los
individuos en 90 años, entre el 1170 y el 1260 d.C., y en plena consonancia con la
muestra nº 3 (Fig. 3).
Por ende, y a expensas de futuras analíticas, la data de finales del siglo XII
podría fijar límite temporal de referencia en el que la necrópolis estuvo plenamente
operativa y, con ella, su poblado adscrito, si bien a tenor de estos resultados también
pudo desarrollarse hasta el último tercio del siglo XIII.
3. ¿ALQUERÍA MUSULMANA, MOZÁRABES, ORDEN DE SANTIAGO
O ALCARAZ?
Una de las cuestiones más interesantes a este respecto es determinar la procedencia de los pobladores de Peñaflor. Se trata de una cuestión compleja tanto
por todo lo concerniente a la etnicidad y las manifestaciones identitarias de los
propios pobladores, como por otros dos factores intrincados, en general, en este
tipo de disyuntivas: la escasa información arqueológica y de fuentes existentes al
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respecto del hecho fundacional así como las alusiones contrapuestas e interesadas
de la documentación jurídica más cercana al primer momento de ocupación. A ello
hay que sumar la frecuente estrechura de miras de los investigadores, incapaces de
desquitarse de clasificaciones cronológicas y culturales prototípicas y estancas y
que no dan cabida a fenómenos de aculturación mixtos o transculturales (Manzano, 1988: 89-91; Moya-Maleno, 2008a).
Una retrospectiva sobre lo dicho hasta ahora acerca del origen de Peñaflor
nos muestra ya un tema polémico en el que, con las lógicas reservas, debemos
decantarnos. Si bien, como ya hemos avanzado, abogaremos por una colonización
cristiana ex novo por parte de la Orden de Santiago o algún noble a principios del
siglo XIII o incluso a finales del siglo XII, el análisis de las fuentes arqueológicas
de una parte y de los textos por la otra han llevado recientemente a distintos investigadores a plantear otras teorías que debemos tener en cuenta.
3.1. ¿ALQUERÍA MUSULMANA?
En primer lugar, se ha sugerido recientemente Peñaflor como una alquería islámica en función de algunas cerámicas de superficie (Gallego, 2015: 20)–. También, resulta llamativo que otros poblados menores musulmanes bien conocidos
acabaran denominándose a la postre con tal topónimo de Peñaflor, como la que
controlaba el camino entre Jaén y Baeza (Salvatierra y Castillo, 1992).
Por el contrario, hemos de señalar que, a tenor de los restos arqueológicos
excavados y observados en Peñaflor, a día de hoy no hay indicios que apunten la
existencia de tal asentamiento islámico.
Si el rito de inhumación musulmán es una de las características excluyentes
que definiera tal población (inter alia De Juan et al., 1988: 42; Rodríguez Untoria,
2010; Benítez de Lugo et al., 2011a), podemos asegurar que hoy día no tenemos
sospecha de ello en Peñaflor. Como ya hemos avanzado en otro trabajo (MoyaMaleno y Monsalve, 2015: 277-287, figs. 20-24), se trata de una necrópolis cristiana adscrita de forma clara y organizada a un planteamiento urbano previamente
diseñado. Tanto la disposición de los finados –decúbito supino y con los pies hacia
el Este– como la tipología de las tumbas (Fig. 4) responden a un rito de inhumación bien conocido en el mundo medieval hispánico y en zonas aledañas3.
3
Necrópolis altomedieval de La Codoñera (Estercuel, Teruel), la de Ifach (Calpe, Alicante) o Toledo. Se
trata de una tipología de tumbas habitual desde la Antigüedad, como demuestran las tumbas visigóticas
de Alhambra (Serrano y Fernández, 1990; Benítez de Lugo et al., 2011b: 95), que también están siendo
rescatadas en la iglesia medieval al pie del castillo de La Estrella de Montiel (Gallego, c.p.).
119
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Fig. 4: Tipología de tumbas de la necrópolis de Peñaflor documentadas hasta el momento.
Una conclusión similar es posible extraer del análisis de los paramentos conocidos hasta el momento, los correspondientes a distintos tramos de la cerca (MoyaMaleno y Monsalve, 2015): no estamos ante una arquitectura militar típica califal
o almohade (Fig. 5) (Varela, 2002: 327s; Márquez y Gurriaran, 2008). Por otro
lado, aunque no es imprescindible su existencia, la frecuente presencia de yeso
como material constructivo en alquerías andalusíes (Salvatierra y Castillo, 1992)
es un testimonio que, de momento, no hemos localizado en éste de Peñaflor. Tampoco hemos detectado más restos o indicios en los alrededores que apunten hacia
tal cronología y, de hecho, creemos que hay mejores terrenos y opciones para haber ubicado una alquería de vocación agroganadera que en este espolón del cerro
Castillón.
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Fig. 5: Sistema constructivo del tramo Noroeste de la cerca de Peñaflor, exhumada en los años 80
del siglo XX.
No obstante, con ello no queremos negar alguna de las evidencias que pudieran argüirse. Más bien, en todo caso, debería considerarse normal la presencia de
cerámicas de tradición islámica pero sin implicar ello inequívocamente un asentamiento musulmán. En todo caso sólo hemos de pensar en un contacto comercial
natural, más aún mediando treguas duraderas, entre los pobladores cristianos de
Peñaflor y sus vecinos andalusíes de la zona para encontrar materiales de unos y
otros en sendos ámbitos de frontera. O incluso la presencia de “moros de paz” –
muchos conversos– que acudían a estas plazas por razones mercantiles, laborales
o huyendo de la intolerancia almohade (González González, 1982: 199). De estar
enterrados estos tornadizos en la necrópolis de Peñaflor bajo rito cristiano sería
difícil identificarlos.
3.2. ¿ASENTAMIENTO MOZÁRABE?
En segundo lugar, otra teoría altamente sugestiva podría señalar un temprano
poblamiento cristiano en Peñaflor o, es más, mozárabe. El pleito interpuesto en
Letrán el 20 de junio de 1238 por el arzobispo de Toledo, Ximénez de Rada, contra
la Orden de Santiago por detentar iglesias que supuestamente ya estaban en pie
cuando la Orden incorporó estos territorios a sus dominios, así como la fundación
de otras nuevas sin el consentimiento del toledano (Fig. 6), menciona la de Peñaflor entre ellas (Chaves, [1750]: 191; Lomax, 1959: § 1, 348-360; Moya-Maleno y
Monsalve, 2015: fig. 2)4.
4
Bulario de la Orden de Santiago, Fols. 160-162.
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Fig. 6: Aldeas pobladas con iglesia y despobladas en liza en la sentencia de Fernando III en el pleito
entre Alcaraz y la Orden de Santiago (Chaves, [1750]: 191; Pretel, 2008: 245s). No incluimos las que
se ubican en otros territorios ni los núcleos cuya existencia intuimos en la zona pero desconocemos
su ubicación exacta, como La Zarza o Cañamarejo.
La propuesta encajaría en un contexto andalusí menos rígido y más plural de
lo que clásicamente se concibe5. En una sociedad compuesta por un heterogéneo
grupo de árabes y bereberes, por muladíes, judíos y mozárabes (Guichard, 1973),
no debe sorprendernos el alto grado de sincretismo entre las costumbres musul-
5
Se trata de un reduccionismo derivado del práctico silencio de las comunidades mozárabes en la
documentación archivística y arqueológica. Pero, al igual que el de las moriscas en las fuentes posteriores
o la misma carencia de testimonios arqueológicos de otras poblaciones históricas e prehistóricas
sobradamente conocidas estos silencios tampoco pueden interpretarse de forma inequívoca como prueba
de su inexistencia. Más bien son testimonio de los poderes socio-económicos de cada época, de los
procesos culturales y, por supuesto, del estado de las investigaciones histórico-arqueológicas, basados
frecuentemente en una ilusoria compartimentación histórica por “civilizaciones” (Manzano, 1988; sensu
Moya-Maleno, 2013: 69-77).
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manas y las tradiciones locales o anteriores, tanto en lo concerniente al mundo
simbólico como incluso en preceptos tan supuestamente canónicos como la alimentación (Granja, 1969 y 1970; Manzano, 1988; Vélez et al., 2003: 131 y 161;
Moya-Maleno, 2013: 47-49).
Por un lado, recientemen Aurelio Pretel (2011; 2013; 2015: 89) está sugiriendo
la presencia mozárabe en plazas de la zona continuidad de poblamientos anteriores
relevantes, como sucedería en el caso de Villanueva de la Fuente y Alcaraz a partir
del antiguo oppidum iberorromano de Mentesa. En urbes como Menteixa esta posibilidad sería más que probable, puesto que se trata de un punto bien comunicado en
la Península Ibérica y que fue sede episcopal (Blázquez y Delgado-Aguilera, 1907:
17 y 92s; Vives, 1963; Moya-Maleno, 2006: 98s). Por otro lado, también se han
puesto de manifiesto en esta zona y en otras del centro de la Meseta bolsadas de
población mozárabe y, lo que es todavía más interesante, de gentes que los propios
autores musulmanes definieron como ni arabófonos ni cristianos y que les plantaron batalla todavía en el siglo X (Chalmeta, 1976: 375, 430s. y 437ss; Barrios,
1982: 128; Bernal, 1998: 32 s.; Martín Viso, 2002: 56; Moya-Maleno, 2013: 47).
Igualmente, no se ha de olvidar la disyuntiva a colación de los despoblados
y repoblación que se plantea con las fuentes medievales, temas ya tratados por
distintos autores (Cabrillana, 1972a: 527s; Id., 1972b; Madrid, 2015: 60ss): ¿significan los repartos de dominios y las acciones repobladoras asignaciones previas,
la realidad de nuevas fundaciones o la reordenación y formalización de la instauración de un nuevo régimen por derecho de conquista en asentamientos ya poblados?
Sin embargo, el caso de Peñaflor es eminentemente diferente a este tipo de bolsadas preislámicas. De una parte, a diferencia de Alcaraz o de Mentesa, el asentamiento del Castillón no tuvo una entidad urbana precursora que pudiera dar cabida
a un grupúsculo mozárabe, generalmente asociado a familias pudientes. Por otro
lado, aunque pudiera especularse con que el topónimo Pennaflor estuviera inspirado en una posición encastillada sobre la roca del cerro Castillón a modo de isla
cristiana en tierra de moros6, hemos de descartar tal posibilidad: no se trata de una
zona serrana que permita el aislamiento y/o tolerancia de familias mozárabes más
o menos desperdigadas; no parece sensato pensar en una aldea completa cristiana
demasiado defensiva y visible dentro de una Al-Ándalus todavía fuerte y frente a
un hisn como Montiel o Almedina.
Por otro lado, el mencionado pleito del siglo XIII por el origen de los pobladores e iglesias de, entre otros lugares, Peñaflor, no señala fecha de su fundación,
Topónimos como Pennaflor, que aparecen como endónimo, tienen un origen incierto, puesto que los
avatares toponímicos son mucho más ricos y fluctuantes que los que una supuesta “matemática” filológica.
6
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pudiendo datar ésta de momentos inmediatamente posteriores a la cabalgada de
Alfonso VIII. De hecho, tampoco hay entroncamientos míticos con una población
preexistente en estas reivindicaciones, argumentos recurrentes en estos casos.
En este sentido, y con independencia del origen etimológico7, la abundancia
del topónimo Peñaflor en otros territorios peninsulares (Fig. 7)8 apunta hacia un
corónimo en su versión ya romanceada y literaria9. Se trata de una designación
recurrente en la época, como otros ejemplos que conocemos en la zona, véase La
Moralexa/Moraleja10. De hecho, buena parte de las torres y castillos denominados
Peñaflor aparecen en torno a los siglos XII y XIII, como los de las Bárdenas Reales, Huesa del Común, Cuerva o las fases cristianas del situado al Noreste de Jaén.
3.3. FUNDACIÓN CRISTIANA DE REPOBLACIÓN
Todo parece indicar que Peñaflor fue una fundación cristiana ex novo. Tal
conclusión coincide con las primeras noticias acerca de este lugar y con las conocidas disputas entre el Arzobispado de Toledo y el Concejo de Alcaraz contra
la Orden de Santiago durante la primera mitad del siglo XIII a fin de incorporar a
sus territorios de los núcleos del Campo de Montiel. Pero, ahora bien, más arduo
es deducir a partir de la documentación de la época el motor y la realidad de su
conquista y colonización y, más en concreto, cuál de ellos motivó el nacimiento de
Peñaflor –si el Concejo de Alcaraz, la Orden de Santiago u otro protagonista– y en
7
Se ha apuntado que en origen puede tratarse de una reducción lingüística del latín pinnam ‘ala, almena,
pináculo’ y del antropónimo germánico Froile o Fraude (García Arias, 2005: 78, 334 y 492), pero la
alusión a flor parece más un recurso literario.
Son numerosos los topónimos Peñaflor asociados a pueblos más o menos antiguos (Miñano, 1827:
489s; Salvatierra y Castillo, 1992). Véase, por ejemplo, la Pennaflor vallisoletana, mencionada en 12051209 (Agapito, [1906]: 28 §11-3; González González, 1960: 348, 438s y 469s §770, 810 y 838) y la
de la zona de Montes de Toledo, también a mediados del siglo XIII, en 1246 (Molénat, 1996: 123 nota
76). El mismo topónimo aparece en la zona del histórico puerto de La Losa en el plano de Tomás López
(1761), aunque no hemos podido reconocer a qué paraje o elemento concreto se refiere. Al Sur del castro
del Berrueco (El Tejado, Salamanca) existen también una Torre Peñaflor (MTN25 553c1) y una dehesa
homónima si bien no parece corresponderse a otro despoblado medieval en la ladera Oeste, el de Santa
Lucía en Medinilla (González Calle, 2002: 355-357).
8
Sirva de ejemplo también la aldea de Peñaflorida, en la zona de Barbastro y junto al río Cinca. Otros
topónimos medievales y próximos filológicamente podrían también considerarse dentro de este fenómeno,
al uso de otros del entorno, como el castillo de Sahelices-Sanfelices en el lugar de Rochafrida-Rosaflorida,
en las Lagunas de Ruidera (Madrid, 1988a y1998).
9
10
Moraleja es un topónimo recurrente, véase el anejo a Uclés (Rivera, 1985: 52). En nuestro contexto
hubo otras Moralexa/Moraleliam, en la zona de Alhambra y Argamasilla de Alba (González González,
1960: §1009; Ayala, 1995: 214; Corchado, 1971: 126). Se han confundido con frecuencia con la que estuvo
en el entorno o bajo la actual Villanueva de los Infantes –todavía sin localizar con certeza–, y germen de
la misma.
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Fig. 7: Distribución de algunos topónimos Peñaflor en la Península Ibérica: 1, Barro (PO); 2, Grado (O);
3, Carrocera (L); 4, Bardenas Reales (NA); 5, Peñaflor de Gállego (Z); 6, Huesa del Común (TE); 7, La
Puebla de Valverde (TE); 8, Peñaflor de Hornija (VA); 9, El Tejado (SA); 10, Berrocalejo (CC); 11, Cuerva
(TO); 12, Puebla de Don Rodrigo (CR); 13, Villanueva de los Infantes (CR); 14, Ubicación desconocida
(J); 15, Jaén (J); 16, Trasmulas-Pinos Puente (GR); 17, Obejo (CO); 18, Peñaflor (SE); 19, Peñaflor de
Argamasilla (entre Carmona y Fuentes de Andalucía, SE).
qué momento –si a finales del siglo XII o en algún momento entre las dos primeras
décadas del siglo XIII–.
El problema deviene por la existencia de dos potencias que se atribuyen la conquista y colonización y por el testimonio de dos iniciativas separadas en el tiempo
por la cesura almohade que se manifestó en la derrota de Alarcos (1195).
De una parte, desde su fundación en 1170, la Orden de Santiago avanza al Sureste de Uclés –Cuenca, 1177; Alarcón, 1184; Paracuellos e Iniesta, 1186– al tiempo que entra en escena en el Campo de Montiel (Espoille de Roiz, 1982: 211-215;
Rivera, 1985: 92-109 y 225; González González, 1982: 183-189; Ruiz Gómez,
2000: 432). Durante el maestrazgo de Fernando Díaz (1184-1186) se otorga un privilegio real por el cual se concede el Campo de Montiel a la Orden por derecho de
125
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conquista (Chaves, [1750]: 16ss; Corchado, 1971: 26; Ruibal, 2012: 75), lo cual ha
hecho pensar incluso en una primera incursión o caída de Montiel en torno a esos
años (Rades, [1572]: 17; Ruiz Gómez, 2000: 432); un panorama en consonancia
las constantes incursiones allende Sierra Morena durante el reinado de Alfonso
VII, como la campaña hasta Almería en 1147, y con ‘el de las Navas’ por Córdoba
hacia 1182 (Recuero, 1979: 173; Ruiz Gómez, 2000: 432-435). Sucesivamente se
documentan conquistas y donaciones: en 1187, una bula de Lucio III confirma la
donación de Alcabelam –Alcubillas– a la Orden de Santiago y ésta recibe también
de Pedro Fernández de Castro todos sus castillos, incluidos los de Santa Cruz –de
los Cáñamos– y La Solana (Madrid, 2004: 147).
Lo cierto es que a partir de entonces y hasta la victoria de Las Navas (1212)
poco se sabe de la presencia de la Orden en la comarca. Véase, por ejemplo, cómo
afectó a esta zona una razia en 1211 de 200 jinetes y 1.500 peones de Aragón y
Castilla contra Segura y otros castillos de la zona (Pretel, 2015: 89).
La cabalgada de Alfonso VIII en 1213 hasta Eznavexore y Alcaraz traerá de
nuevo una sucesión de conquistas y donaciones. Además de éstas caen, se confirman y otorgan Alhambra y sus términos –Salidiello, Alcobela, Argamasilla y
Moratalaz– (1214), el Tocón de Membrilla, Algecira de Guadiana y sus términos
(1215). Para 1217 ya se mencionan toda una serie de hitos alrededor de Alhambra, si bien no todos estaban poblados. Peñaflor, se halla junto al límite Sur11. Los
santiaguistas poseen para 1223 también Santiago –Montizón–, Paterna y Gorgogí
y aparece mencionada Belmonte –Villamanrique– (Ruibal, 1984; Ruiz Mateos,
1988; Matellanes, 1996: 402; Madrid, 2004: 148; Pretel, 2008: 102) (Fig. 6). En
este contexto se sitúan otras entradas en Montiel, algunas espinosas (1218) (López
Fernández, 2009: 50 y 63), y ya la definitiva en 1227 (Gallego, 2015: 17). El papa
Gregorio IX concederá libertad a la Orden para erigir nuevas iglesias, quedando
exentas de pagar diezmos. Sea como fuere, queda patente que para la mención de
Peñaflor en 1238, se trata de un núcleo más dentro de un contexto de la Orden de
Santiago.
En segundo término, otro posible protagonista de la fundación de Peñaflor sería el Concejo de Alcaraz y las gentes que éste lograra movilizar para tal empresa.
Esta teoría se ha sostenido con fuerza en la última década gracias a los detallados
estudios de A. Pretel (2008, 2011 y 2013). El investigador encuentra testimonios
archivísticos y toponímicos que vendrían a corroborar la veracidad de las reclamaciones del concejo en 1238 contra la Orden de Santiago.
11
Coscojosa Mayor, Coscojosa Menor, Cerro Pedregoso, Peñarrubia, Cotillo, La Moraleja, Calzada de
Montiel, Calzada de La Ruidera, Carrizosa, Puerto de Perales, sierra de la Mesnera y Pozo del Ciervo.
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En sentido estricto, el hecho de una iniciativa alcaraceña tampoco aportaría una
cronología clara a la fundación de Peñaflor, puesto que hallamos idéntica disyuntiva entre dos fases de conquista. Pretel (2008: 41s y 60, nota 143; 2015: 88s) aduce
una primera posesión cristiana de Alcaraz entre 1169 y 1172 por pacto con Muhammad Ibn Mardanis ‘el rey Lobo’. En este intervalo, aprovechando la donación
también de la plaza de Úbeda (Ibid.), los castellanos podrían haber desarrollado
una política de asegurar rutas y territorios colindantes entre sendos bastiones. Nada
impide que esta estrategia hubiera afectado al poblamiento del Campo de Montiel.
Tras la capitulación de los cristianos y la vuelta al orden islámico, este hisn
al-Karas sólo podrá ser protagonista de la colonización de la comarca tras la gesta
alfonsí de 1213. Según Pretel (2008: 9), Alcaraz habría sido la gran beneficiada de
esta cabalgada en tanto que recibiría buena parte de la altiplanicie campomontieleña. A partir de entonces, la villa alcaraceña desarrollaría una activa política de
poblamiento de forma autónoma o apoyándose en la nobleza, como vemos ocurrió
en 1216 con Suero Téllez en Ossa, «in termino de Alcaraz» (Ibid: 97-102). La
reclamación por la titularidad de aldea de Peñaflor y otros tantos núcleos décadas
después respondería entonces a una ocupación de facto por parte de los freires
de la jurisdicción de Alcaraz, bien dentro de las manifestaciones de poder de los
santiaguistas, bien por imponerse la realidad de no poder el Concejo controlar tan
amplio territorio (Ibid: 65-69 y 78s; Ayllón, 2008: 343).
*
Llegados a este punto, los datos actuales nos marcan decantarnos por una repoblación por parte de la Orden de Santiago o nobiliaria y a principios del siglo XIII.
En cuanto a la fecha, aunque Peñaflor bien podría encajar en la primera época
de conquista por hallarse en un escenario bélico ya desde las dos últimas décadas
del siglo XII y contar con cronologías absolutas que hacen posible la existencia de
un cementerio cristiano plenamente operativo en tal época (Fig. 3), la prudencia
invita a no adelantar la fecha del establecimiento del asentamiento de Peñaflor. En
primer lugar, por la escasas pruebas radiocarbónicas con la que contamos hasta el
momento. En segundo, porque a pesar de las alusiones documentales a donaciones
de castillos y aldeas, podríamos estar ante uno de los problemas recurrentes en
las noticias antiguas, en este caso medievales: que tales fuentes son testimonios
históricos en sí mismos «portadores de una determinada visión de la propia realidad» (Manzano, 1988: 41). Por tanto, el contraste entre los testimonios de las
concesiones y el silencio posterior hasta pasadas Las Navas de Tolosa podría estar
indicando que, o bien esta primera conquista del Campo de Montiel se limitó poco
más que a asegurar las plazas tomadas –y por tanto, difícilmente apta para fundar
Peñaflor– o que, directamente, se trataba de un reparto previo del territorio sin
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haberlo conquistado siquiera. Esto es, la época más propicia para fundar Pennaflor
será a partir de 1213, cuando ya se constituye toda una red de cabeceras cristianas
al Norte y Sur del Campo de Montiel que explotan sus territorios circundantes y
les pueden dar cobertura de todo tipo.
En cuanto al promotor de la colonización de Peñaflor, aunque hemos de reconocer la valía de la teoría de la repoblación por parte de Alcaraz, existen algunos
datos e inferencias que, consideramos, argumentan la autoría de la fundación de la
aldea fortificada por parte de la Orden o por algún noble con dicha tal concesión
por su parte:
1.- No hay datos concluyentes de la donación de los territorios del Campo de
Montiel a Alcaraz.
2.- Aun aceptando la legitimidad de Alcaraz sobre esta parte Oeste de la altiplanicie del Campo de Montiel (Pretel, 2015: 91ss), el hecho de que la villa reclame Peñaflor no quiere decir que fuera fundación suya, sino que se hallaba en su
territorio. Es posible también poner en duda la verdadera capacidad de Alcaraz de
promover y sostener aldeas en el Alto valle del río Jabalón.
3.- La fundación de Peñaflor podría situarse en la órbita de Montiel y así se
señalará cuando en 1232 se describe como pobla de Montiel (González González,
1960: §983). Peñaflor hubiera nacido toda vez que Montiel hubiera caído en manos
cristianas en una primera toma a finales del siglo XII, hacia 1218 (López Fernández, 2009: 50 y 63) o en 1227 (Gallego, 2015: 17). Quizás en 1217 a la par que
otras aldeas cercanas, como La Moraleja (Chaves, [1750]: 61r).
4.- La fundación de Peñaflor podría situarse en la órbita de Alfambra cuando la
Orden de Santiago confirma la donación de su castillo y término en 1217 al poderoso magnate Álvaro Núñez de Lara de forma vitalicia (González González, 1960:
§983; Sánchez de Mora, 2003: 251 y 678-702; Madrid, 2015: 67)12. Este privilegio
deja a Peñaflor a escasa distancia de la frontera Sur del término estipulado, marcado por los hitos entre Fuenllana y La Moralexa.
5.- Aunque de haber constituido Peñaflor parte del término de Alhambra resulta extraño no mencionarla en la donación de 1217, la repoblación alhambreña podría tener sentido si consideramos que la de 1232 de la mitad de la aldea a Álvaro
García Pérez podría estar dando a entender su vínculo. Esta última concesión implica que este núcleo ya había sido fundado previamente y que ya estaba adscrito a
12
La concesión de Alhambra era una interesante recompensa por haber sido alférez regio con Alfonso
VIII en una zona cercana en la que fue portador del pendón real en la batalla de Las Navas de Tolosa y
dentro de su manipulación como tutor-regente del siguiente rey, el joven Enrique I (Sánchez de Mora,
2003: 247s y 251).
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la Orden de Santiago. Por esta razón podría sospecharse que Núñez de Lara fue fiel
al mandato de 1217 de poblar el término –“ad populandum” (Aguado et al., 1719:
61; González González, 1960: §983; Sánchez de Mora, 2003: 238, 260 y 702; Madrid, 2015: 67)– e incluso en tierras inmediatas a sus sus fronteras en un contexto
con Montiel todavía musulmana. El territorio concedido le permitía también poner
en explotación las tierras, percibir la mayoría de sus tierras y asegurar su posición
dentro las guerras internas castellanas.
6.- La prolongación del territorio alhambreño hasta el valle del Jabalón tampoco es descabellada si tenemos en cuenta que coincide con el límite meridional de
los dominios que se proponen para el núcleo laminitano en la Antigüedad sobre el
que se asienta la posterior Alhambra (Moya-Maleno, 2008b: 571-577 y 584, fig.
3).
7.- Bien es cierto que cuando en 1232 se cede la mitad de la aldea, se señala
que el lugar se halla en término de Montiel (González González, 1975: 357). No
obstante, también podría tratarse de una mención geográfica genérica sin adscripción jurídica, o que, como en cierto modo es razonable, esa proa de Alhambra en
el Alto Jabalón se hubiera desgajado e integrado en Montiel toda vez que hubiera
sido tomado el castillo de la Estrella.
8.- La Orden de Santiago tenía potestad para fundar iglesias en su territorio
desde la bula de 1232, otorgada por el papa Gregorio IX. Este hecho puede llevar
el empeño de Ximénez de Rada por reivindicar las de la zona, entre ellas la de Peñaflor, incluso a un plano personal, como reclamaciones dentro de una estrategia
de unir estos territorios a otros bajo su titularidad en el Norte de Jaén (Ballesteros,
1936: 92ss; Rodríguez de Gracia, 2000; Pretel, 2015: 94).
9.- El vínculo fundacional de Peñaflor con Alhambra que sugerimos como segunda opción volvería a estar de manifiesto cuando, toda vez que se forma la encomienda de Carrizosa en 1387, se le integran dos antiguas plazas fortificadas que
no le serían ajenas: El Salido y la del Castillón. Jamila también se señala entre sus
posesiones (Porras, 1997: 249; Madrid, 2004: 160).
4. ESCENARIO BÉLICO: APROXIMACIÓN A LA VIDA DE UNA ALDEA
FORTIFICADA DE REPOBLACIÓN
Fueran tirios o troyanos los que fundaran Peñaflor, la cesión de 1232 de la mitad
de su pobla parece mostrar un núcleo ya formado y asentado. Su encastillamiento y
la reutilización de la necrópolis enfatizan la necesidad de datar la fundación de este
emplazamiento en un escenario bélico como el que, en verdad, se dibuja a finales
del siglo XII y principios del XIII en esta zona. Siendo prudentes, como hemos
129
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señalado con anterioridad, preferimos no albergar una fundación temprana al albur
de las primeras conquistas cristianas en la comarca a finales del siglo XII. Más bien
pensamos que ésta debió de darse en un momento entre 1213 y 1232, fechas en las
que suceden el primer avance cristiano definitivo sobre el Campo de Montiel y la
primera mención a Peñaflor: un momento en el que es patente que no estaba pacificado todo el territorio al Norte de Sierra Morena ni bajo un total control cristiano.
Esta estabilidad –salvando razias cada vez más distantes y otros lógicos problemas
de convivencia entre comunidades– sólo sucederá tras la caída de Salvatierra en
1226 y Montiel en 1227 (Gallego, 2015: 17). Aun habiéndose conquistado Montiel
en 1218 (López Fernández, 2009: 50 y 63), la inestabilidad fundacional y primer
desarrollo sería el mismo.
La morfología e idiosincrasia defensiva del asentamiento medieval del Castillón, aún con toda su modestia, responde a este escenario bélico. Tal y como
hemos descrito ya (Moya-Maleno y Monsalve, 2015: 261-276), la aldea muestra
intenciones defensivas tanto en su posición –encastillamiento a 883 m.s.n.m y 30
m sobre su entorno inmediato– como en su estructuras –cerca superior, necrópolis
aterrazada y aljibe interno–. También podría albergar un camino de acceso protegido y alguna torre, si bien no están confirmados arqueológicamente y se trata de
una hipótesis más sobre el terreno. Se trataría de una “repoblación de urgencia”
santiaguista, parafraseando a M.E. Espoille (1982: 212) en su estudio del limes
conquense unas décadas antes, en las que también se aprecia un modelo de poblaciones en alto y con cerca.
Este cerro es un punto clave en el territorio a tenor de sus recurrentes ocupaciones en distinta época, por lo que en esta etapa medieval tal factor también fue
decisivo para instalar aquí un asentamiento un interés estratégico en función de un
contexto geopolítico específico: la toma de posiciones de los cristianos frente a una
comarca todavía no conquistada y con la firme presencia islámica en Montiel. Tal
como ha estudiado F. Ruiz (2000: 407) en relación con este fenómeno, se trataba
más de demostraciones de una presencia efectiva del atacante para forzar, mediante la resistencia de un emplazamiento insidioso o mediante el hostigamiento de
cabalgadas y desmanes varios, la negociación en condiciones favorables.
Ya fuera una iniciativa de colonización desde Alcaraz o unos u otros santiaguistas, parece, en todo caso, que se trató de un plan sistemático y temprano de
colonización que llevó a instalar de nueva planta casi una veintena de comunidades
en el Campo de Montiel (Fig. 6). El sistema a utilizar sería el ya conocido para
otras zonas, cesiones de tierras y posesiones a nobles a condición de repoblarlos a
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cambio de obtener por ello interesantes réditos económicos o políticos13. En nuestro caso de Peñaflor es conocido que la Orden de Santiago recurrió en 1232 a don
García Pérez, alcalde del rey, con la mitad de Peñaflor (González González, 1975:
357). La misma disputa de Alcaraz con la Orden puede que también radicara en
esa misma atribución de funciones por los caballeros ante la incapacidad real de la
villa para repoblar territorios que les correspondieran por derecho.
Sociedad
La existencia de testimonios alusivos a la donación de la aldea de Peñaflor organiza una clara pirámide social con el titular de tal cesión en su cúspide. En este
caso, la Orden de Santiago en primer lugar y el mencionado García Pérez, se han
de entender como poseedores de estas aldeas en el más amplio de los sentidos. A
este respecto, es lógico considerar la importancia que para el grueso de la población debieron representar el Maestre santiaguista y los prohombres agraciados con
las cesiones.
Teniendo en cuenta que, de haberse producido, la presencia física en la aldea
de estos grandes personajes ha de considerarse meramente casual, hemos de pensar
en algún tipo más o menos recurrente de representantes y garantes de sus titulares.
Las características necropolitanas del asentamiento de Peñaflor tampoco parecen
evidenciar allí de un destacamento militar. En todo caso, la existencia de una iglesia en la aldea, cuestión ésta ya mencionada, sí podría apoyar la presencia continua
de algún freyre santiaguista al cuidado del culto, del edificio, de la población y
de sus propios intereses (Matellanes, 2000: 306-308). De hecho, si atendemos a
la propia Bula del papa Alejandro III de 1175 a la Orden de Santiago, para poder
reclamar una plaza, habría que considerar que el en lugar Peñaflor –o Jamila– deberían residir, cuanto menos, cuatro o más fratres para celebrar oficios diarios y
poder recibir sepultura (Ruiz Gómez, 2003: 178). Con todo, además de que se intenta proteger a los nuevos repobladores de los abusos de poder (Pretel, 2015: 97),
nada impide que antes o después esta acción de control fuera incluso itinerante y
recurrente desde las cabezas territoriales respectivas –Alhambra, Montiel o Carrizosa– en función de los tiempos y exacciones de turno.
El grueso de la población debió corresponder a un amplio espectro de hombres,
y mujeres, de todas las edades incluidos niños, vinculados a la explotación directa
del entorno y en las que caben otras actividades artesanales de índole doméstica
13
Como recogió D.W. Lomax (1965: 122), véase también en 1232 la cesión de la Orden de Villanueva
de la Fuente a Ordoño Álvarez en usufructo vitalicio, entre otras razones, por la ayuda prestada cuando la
poblaron.
131
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(Moya-Maleno y Monsalve, 2015:
293-295). A pesar de ser mayoría
constituyen un segmento opaco en
las fuentes escritas de la época, por
lo que los únicos testimonios que
tenemos aquí de ellos proceden de
la Arqueología. A este respecto, los
contextos alterados y todavía reducidos exhumados no impiden ya ir
dibujando el perfil socioeconómico
de esta comunidad.
Fig. 8: Parte de hebilla en bronce sobredorado
procedente del cerro Castillón hallada descontextualizada en 2013. Reconstrucción sobre piezas de
Calatrava la Vieja. Agradecemos a M. Retuerce el
poder comparar unas y otras piezas.
14
Los mismos enterramientos
directamente en tierra o roca y la
inexistencia de ajuares de tumbas
distantes entre sí indican un rito de
inhumación con poco más que un
sudario y, por ende, una extrema
sencillez en los ritos14. Tales características, unidas a la morfología y
evolución del yacimiento, permiten
inferir una comunidad rural agroganadera; pero ello no es óbice para
que también estuviesen operando
en este austero rito otros preceptos
religiosos de pobreza cristiana tanto
para el pueblo llano como los que
conocemos imperaron entre los freires santiguistas (Madrid, 2002: 87).
Sólo desde este punto de vista, o
bien respondiendo a la anteriormente mencionada presencia de personajes más pudientes entre los habitantes de Peñaflor, podría encajar el
Parece claro que los cuerpos se inhumaban desnudos, pues no hemos encontrado in situ ningún elemento
que denote vestidos o calzados (hebillas, remaches, etc.). Es de suponer que, como se ha comprobado en
otras necrópolis de esta época, los cuerpos desnudos se envolvieran en sudarios de lino o algodón, al uso de
tantas necrópolis medievales, como la de Ifach o Soto de Garray en Soria (Morales Hernández, 1991: 63).
Sin embargo, demostrar siquiera la existencia del sudario es también difícil por la dureza de los estratos
y, por otro lado, la acidez de las arcillas del terreno es tan agresiva que hace difícil incluso la datación por
radiocarbono de los huesos inhumados.
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registro de testimonios arqueológicos que denotan cierta posición social, como es
el caso de una hebilla de bronce sobredorado (Fig. 8). Esta pieza, aunque apareció
descontextualizada, está hecha con una técnica compleja (Perea et al., 2008) y
corresponde cronológicamente a este contexto del siglo XIII pues tiene paralelos
directos en Calatrava la Vieja (Barrio et al., 2009).
Aunque será difícil afinar mucho más en la procedencia geográfica y social de
los colonos de Peñaflor, su instalación hemos de enmarcarla dentro de la tónica
de la Repoblación de estos siglos XII y principios del XIII y mediante distintos
fueros y testimonios coetáneos que pueden ilustrar algo más el fenómeno repoblador (Ruiz Gómez, 2003: 94). De una parte, una población cristiana en expansión
demográfica (Barbero y Vigil, 1978; Mínguez, 1989) que se lanza a ocupar nuevos
territorios por mejorar sus opciones de subsistencia y/o imbuidos por fanatismo
religioso o fidelidad a sus señores (Martínez Sanz, 2007: 23-54). Por otro lado,
unos gobernantes –reyes, nobles, Iglesia y órdenes militares– con capacidad de
movilizar grupos humanos o de ofrecer condiciones ventajosas a los repobladores
ante la necesidad de asegurar los territorios conquistados así como ante la posibilidad de poner las nuevas tierras en explotación en tanto que inversión rentable a
corto-medio plazo.
Por lo que podemos apreciar, parece que dicho proceso de territorialización
seguiría una pauta clara: en un primer momento, cada pequeña aldea tipo Peñaflor
o Cernina son fundadas como política militar de hostigamiento. Esta función, ya
fuera real con razias al enemigo o simplemente como medida psicológica, debió
marcar sin duda el carácter y condiciones de los habitantes, sujetos a ser primera
línea tanto para los intercambios durante las treguas, como para la tensión siempre
latente y para combatir y gestionar botines en época de guerra.
Como ya hemos estudiado (Campayo et al., 2015), un mínimo acercamiento
a la visibilidad y las comunicaciones que afectan a Peñaflor confirman la posición
estratégica de la aldea; tanto en un análisis meso –una plaza de contacto y/o intimidación a unos 12 km de Montiel ante treguas como la de 10 años que acabó en
1224, 3 años antes de que cayera Montiel en 1227–, como en otro macro, controlando los pasos humanos y ganaderos entre la Meseta y Andalucía y el tránsito y
abastecimientos por el valle del Jabalón.
Por tal razón, la forma de atraer y fijar a los nuevos pobladores tiene que ver
con la concesión de facilidades y buenas condiciones por parte de los santiaguistas
o de otros promotores. Dirimir si acudieron pobladores meseteños del Norte o de
la Extremadura castellana como se ha podido observar en otras repoblaciones de
la Submeseta Sur (González González, 1982: 197) es aquí y hoy día prácticamente
imposible de determinar sin más fuentes escritas o análisis de isótopos.
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Aunque López Fernández (2004: 63 y 68s) considera la ausencia inicial de
testimonios escritos de fueros en esta zona como evidencia de una repoblación
fallida, en tanto que poco atractiva para los colonos, tampoco debemos de desdeñar
otros sistemas para lugares aparentemente sin fuero o incluso para los “despoblados”, puesto que podían contemplar ciertas cuotas de autogobierno. Se trata de una
forma que bebe en lo jurídico, entre otras fuentes, de la tradición consuetudinaria
clásica según la cual los “lugares abandonados” –no regulados– que no recibían
límites se organizaban por el derecho de los habitantes (Fron., Contr. VII 23-8.6).
Es más, fueros como el de Cuenca serán los empleados para estimular las repoblaciones de frontera –Alhambra, Montiel y Segura de la Sierra, 1243 (Porras, 1995:
62s; Pretel, 2015: 97)–; pero, por lo general, también hemos de pensar que eran
cláusulas de vida raramente registradas por escrito y que, con toda seguridad, eran
más sugerentes que las que debían tener en sus lugares de origen.
No es descabellado pensar para las plazas del Alto Jabalón y del Campo de
Montiel, como Peñaflor, en alicientes como la dotación de unos territorios en torno
a las aldeas para la supervivencia inmediata en condiciones ventajosas15, las exenciones habituales de tributos y servicios para los fronteros, etc. (López de Coca,
en Abbout, 2008: 502; Sánchez de Mora, 2003: 702) e, incluso, a normas al uso de
las que F. Ruiz Gómez (2003: 281s y 288) señala para lugares como Barcience en
1223; por ejemplo, el contrato ad complantandum ofrecía a los pobladores particulares la mitad de la propiedad de las viñas siempre y cuando estos las pusieran en
producción, cultivaran –plantar, cavar, podar, recabar y vendimiar– y entregaran
en renta una sexta parte de cada cosecha. Igualmente estaríamos ante la relajación
de los monopolios señoriales para poder construir molinos y hornos libremente
(Ruiz Gómez, 2003: 94).
Otros alicientes tenían que ver directamente con la guerra, puesto que se trataba de uno de los mecanismos de ascenso social más rápidos. Cada uno de los componentes de la hueste recibía en función del botín ganado, de los acuerdos previos
y del parecer de los cuadrilleros encargados del control de lo incautado: armas,
alhajas, enseres, ganado y cautivos (Ruiz Gómez, 2000: 419). Igualmente, aunque
no tenemos conocimiento de casos similares concretos en nuestro estudio, resulta
interesante pensar en que alguno de sus habitantes promocionara a caballero, paso
al alcance de todo aquel que pudiera mantener un caballo con silla y que participara en las mesnadas (Ruiz Gómez, 2003: 94). Este motivo podría estar detrás de los
testimonios de objetos de prestigio como la mencionada hebilla (Fig. 8).
15
Véanse medidas de la época como la adscripción a cada repoblador de un quiñón del territorio –
equivalente a una yugada frecuentemente– y una franja de huerta cercana al poblado (Madrid, 1993: 115;
Rodríguez-Picavea, 1993: 210).
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No es facil estimar la población de esta primera época de ocupación de Peñaflor a tenor de los escasos datos arqueológicos que tenemos del hábitat principal
–la meseta de Peñaflor– ni de la ubicación exacta de sus cerramientos. Un cómputo
aproximado podría establecerse a partir de dicha área cercada, según otros cálculos
realizados para sociedades preindustriales y prehistóricas de la Península Ibérica
(Sanmartí y Belarte, 2001: 167; Belarte, 2010). En este caso, la superficie susceptible de ser habitada en la ocupación medieval del Castillón la establecemos en torno
a las 0,34-0,47 has –100/130 m de largo y 28/32 m de ancho–, lo que nos daría un
cómputo teórico de 136/188 individuos habitando al mismo tiempo el lugar.
Otro de los testimonios para establecer el número de habitantes de Peñaflor podría ser el de sus propios cuerpos enterrados. Si bien se trata de un dato inequívoco,
el dispar estado de conservación del registro, el reducido número de la muestra obtenida hasta ahora, el amplio rango aportado por las cronologías absolutas –superior a una generación de 30 años– y la superposición y reducción de enterramientos
impiden aproximar una media de habitantes viviendo al mismo tiempo aquí.
De hecho, tampoco se pueden aplicar como un troquel estos y otros tipos de
cálculos para poblaciones de cualquier época (Belarte, 2010: 126; Monsalve y Durán, 2015) puesto que, además que haya que contar con la existencia de edificios
no domésticos –como la iglesia de Peñaflor que se reclama en 123816– y espacios vacíos para las rondas, basuras, refugio de ganado, etc., no tenemos que estar
siquiera ante un patrón de urbanismo ordenado. Téngase en cuenta, por ejemplo,
que en una albacara de apenas 0,1 ha pueden pernoctar 20 vacas con sus terneros
o, en su caso, 1.000 ovejas con sus corderos17.
Remitiéndonos a otros ejemplos del Medioevo y de la Edad Moderna en la
zona, lo que bien podríamos encontramos sería con entre cuatro y quince casas
de labradores, como las que había en el amplio término de Alhambra a finales del
siglo XVI (Viñas y Paz, 1971: §25: 38-40; Sánchez López, 2001: 229) o las que
todavía se ven en la abandonada aldea de Torres a escasos kilómetros del Castillón;
ahora bien, se trataría más de cabañas o modestas casas campesinas con pocas
separaciones y en las que sería frecuente la convivencia de animales y personas
(Martínez Sanz, 2007: 120). Más difícil si cabe es determinar el modelo de familia
en ellas predominante, puesto que, además de tratarse de una época de transición,
estamos ante un poblamiento a caballo entre familias nucleares propias de repo-
Respecto a la iglesia, la ubicación del templo de Peñaflor es otra de las incógnitas de su urbanismo.
No hay duda de su existencia, allí presente al menos entre 1238 y 1243 según las fuentes, pero su tipología
–que no tiene que responder a un gran edificio–; su localización, en la cima o en el cementerio, nos es
también desconocida.
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17
Datos obtenidos por observación directa en nuestra experiencia trashumante.
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blación –con una media de 4,75 personas por fuego– y otro de familias asentadas y
amplias, con varias generaciones conviviendo bajo el mismo techo e interrelacionadas entre sí (Loring, 2001: 32-34; Martínez Sanz, 2007: 114).
A este tipo de asentamiento podrían sumarse alguna que otra cortijada y población itinerante o diseminada –carboneo, jornaleros, etc.– que aportaría un importante cambio al paisaje económico, social y territorial habitualmente concebido
para esta época. Del mismo modo que ha señalado C. Ayllón (2008: 111-165) para
la zona de Alcaraz, hemos de observar las parroquias como Peñaflor como puntos neurálgicos para la organización civil y religiosa de los habitantes, tanto para
los propios del núcleo en el que se hallaba el templo, como para todos aquellos
habitantes diseminados en alquerías. Esta realidad se hace patente si se tiene en
cuenta la implicación de los freires o párrocos locales en las distintas vertientes
de la administración de los lugares, bien por derecho o por su nivel cultural. Ellos
eran los encargados de inscribir los nacimientos, matrimonios y defunciones de
los habitantes adscritos a cada parroquia; ellos refrendaban los acuerdos públicos
y las escrituras privadas; y los símbolos de los que los clérigos son los máximos
responsables son indispensables para todo tipo de ceremonias en un mundo en el
que es imposible distinguir entre lo cívico y lo religioso.
En última instancia ¿podría pensarse en la presencia de algún tipo de siervos
por castigo o cautiverio?
Economía
Las condiciones de subsistencia y actividades económicas de los habitantes de
aldeas de nueva planta como Peñaflor se han de valorar tanto por el contexto sociopolítico, por los condicionantes ambientales del entorno y por la propia capacidad
de los aldeanos de lograr su sustento. A día de hoy no existen datos suficientes que
puedan definir unas u otras características de forma definitiva, puesto que no se
han desarrollado las excavaciones necesarias en el espacio habitado ni otros estudios paleoambientales locales ni en la comarca para esta época. Por el contrario,
sí podemos reunir los distintos testimonios de los que tenemos conocimiento e
intentar hilvanarlos para esbozar un primer contexto.
Inicialmente, la ubicación e idiosincrasia de Peñaflor le confieren carácter defensivo y ofensivo de frontera, con sus ventajas e inconvenientes. Así, por ejemplo, el derecho de las cabalgadas determinaba que las plazas de frontera –como
la del Castillón– tenían que aprovisionar a los contingentes que pasaban, aunque
por ello también recibirían a su regreso un quinto del botín obtenido y, de haber
aportado algunos guerreros a la contienda (Ruiz Gómez, 2000: 419; Id., 2003:
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94), igualmente habría que tener en cuenta a las razias, al saqueo y a la guerra
como recurso para alguno de los habitantes de Peñaflor. Varios testimonios paleopatológicos ya detectados en la necrópolis, como fracturas, golpes contundentes e
incluso flechazos letales (Moya-Maleno y Monsalve, 2005: fig. 36) podrían estar
constatando esta actividad.
Sin embargo, el día a día de una aldea con todo tipo de individuos y con testimonios de trabajos vinculados a labores rurales (Ibid.), debe ser enfocado desde
otro tipo de perspectivas.
El asentamiento ex novo de la población en el cerro debió de suponer un esfuerzo importante para el contingente cristiano. Por ejemplo, la mera construcción
de los actuales restos de cerca o parapeto de la aldea –que intuimos en torno a 230
m (Moya-Maleno y Monsalve, 2015: 270-276)–, implica teóricamente un trabajo
para tres personas durante 21 días como mínimo18. Si a ello le sumamos levantar
el resto de espacios domésticos y de uso público, como la iglesia, o excavar en
la arenisca un gran aljibe subterráneo (Ibid.: 268-270), unido a todo lo que ello
conlleva sólo en la obtención y procesado de los materiales de construcción, debió
de implicar una ingente y concentrada inversión de esfuerzo y organización para
una comunidad de este tipo. Este aspecto refuerza que tal primer impulso hubiera
estado organizado por el instigador de la repoblación.
También los resultados parciales de nuestras excavaciones y otras fuentes históricas coetáneas y posteriores nos están permitiendo empezar a inferir la evolución del valle del río Jabalón y la inserción de estas comunidades en él.
Uno de los principales factores a tener en cuenta es el nicho climático en el
que se desenvolvió el asentamiento de Peñaflor, cuanto menos, en sus primeros
momentos de existencia. A grandes rasgos, hemos de señalar que los siglos XII y
XIII se hallan dentro del denominado como Pequeño Óptimo Climático Medieval,
un periodo de temperatura medias suaves en los que en esta zona de clima mediterráneo continental se manifestaría con insolación estival e inviernos fríos. El régimen de precipitaciones se concentraba durante el otoño y la primavera, estación
ésta última que vería heladas de forma infrecuente (González Martín, 2007: 27s).
La flora y fauna natural que se daría en este clima es la adaptada a soportar
temperaturas extremas en invierno y verano, un paisaje de monte mediterráneo
18
Cálculos realizados sobre la experiencia tradicional del trabajo con muros de piedra seca, según los
cuales, tres hombres podían construir con medios preindustriales unos 11 m de muro de 1m de grosor y
1,60 m de altura por día (Monesma, 2006: XI, § 2), esto es, 5,86 m3 por persona y día (Moya-Maleno, 2013:
143). En nuestro caso, téngase en cuenta la necesidad de otras personas obteniendo y acarreando piedra y la
construcción por tramos de la cerca, lo cual, por tanto, podría ocupar buena parte de la población en labor
o dilatar su construcción en el tiempo.
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abierto, quizás no muy distinto en su percepción a los que todavía quedan por
zonas de Ossa de Montiel o Ruidera por el Norte y, por el Sur, a las estribaciones de Sierra Morena por Castellar de Santiago (Planchuelo, 1954: 87-98; Pérez
Fernández, 1957: 15s; Quirós y Planchuelo, 1992: 320; Costa et al., 2001: 296s y
309-344). Una zona cercana al Castillón parecida podría ser, al otro lado del valle,
el paraje del Toconar y otros que escoltan esa parte de la carretera hacia Almedina.
De hecho, este paleopaisaje es el que se describe en las Relaciones Topográficas de Villanueva de los Infantes de 1575 (Campos, 1973: 121 §18):
«[...] Es tierra que a sido muy abundosa de leña y aora ay raçonable disposición
acabar sea muy presto sino se pone otro medio del que ay que van a ser falta […] El
monte más común son ençinas, robles, sabinas, enebros, romeros, jaras, madroños,
arçollos. Críanse liebres, perdizes en cantidad, conejos. Lobos muchos, y raposas.
Puercos, jabalís, benados, aunque pocos, corços pocos, gatos monteses pocos».
No hay duda de que este texto estaba mostrando la realidad del entorno de
Peñaflor, puesto que, todavía a mediados del siglo XVIII Peñaflor tenía categoría
de dehesa (Fig. 9).
Sin embargo, es precisamente esta realidad de dehesa aislada dieciochesca
(Fig. 9) la que hemos de considerar como el último estertor de un bosque vernáculo
cuya degeneración creemos tuvo su origen en la instalación de aldeas de repoblación como Peñaflor y otros asentamientos cercanos.
La primera parte de este fragmento de las Relaciones… muestra claramente
que para finales del siglo XVI la desaparición masiva del bosque ya es alarmante. Esta degradación –general y sin retorno hasta hoy día (Cruz, 1994; Fidalgo y
González, 2013: 58-61)– concuerda con distintos testimonios que condenan19 o se
lamentan de cortas indiscriminadas en la comarca20 desde los Austrias Mayores,
pero consideramos que dicho proceso de deforestación pudo desencadenarse ya
19
Véase distintas legislaciones al respecto de la Orden de Santiago de mediados del siglo XV: por
ejemplo, la Ley XIIII alusiva a «non quemar los montes e la pena dello e como se faga pesquisa sobre ello»
(Encinas, 1503: 177r y 187v); y la Ley XXXIII: «de pena extraordinaria contra los que cortan los árboles
[…] y que se pague por cada árbol la osadía de 60 mrs…» (Ibid., 178r y 196v), el sueldo de un escudero
de la época.
A finales del siglo XVI se afirmaba en Alhambra (§18) que «[…] es tierra abondosa de montes de
encinas y robles y retamas y marañas y otras matas y monte bajo de mata parda, de los cuales se proveen de
leña, aunque por la mucha desorden que en ello se tiene los dichos montes de cada dia van en disminución»
(Viñas y Paz, 1971: 34). Igualmente, en 1598 la dehesa del castillo de Peñarroya (Argamasilla de Alba)
estaba «bien tratada y no haber mucho cortas de leña en ella», pero en un puñado de años, en 1618, se cita
que «no hallaron encina ninguna que no estuviese dismarada, y quitadas todas las ramas de ella, sin dejar
corte, y guía». En 1752 buena parte de la misma tenía ya sólo monte bajo inútil para carbón y leña (Marín,
2007: 117). En general, tras las desamortizaciones del siglo XIX las talas fueron especialmente severas
(Del Valle Calzado, 1997, en González, 2007: 31).
20
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a raíz de la explotación agroganadera
y silvícola masiva del valle durante la
Edad Media.
La instalación de dehesas concejiles o de encomienda en el Campo
de Montiel aparece al tiempo que la
propia repoblación (Arias, 2015). La
progresiva necesidad de madera, tierra cultivable y pastos para satisfacer
las necesidades básicas de los nuevos
colonos, unido a otras posibles estrategias económicas tanto de maximización de los recursos como de asolamiento de cara a la población de
Montiel, supuso un nefando impacto
directo en el escenario ecológico cuya
Fig. 9: Dehesa de Peñaflor en el Catastro del
consecuencia más célebre creemos
Marqués de la Ensenada, 1754. Fuente: Campos,
inspiró el mencionado abandono del
2013: 176, fig. 1 (detalle).
poblado de Jamila en 1333 por los bapores del río (Campos, 1972: 117). Sin
olvidar otras causas puramente geopolíticas21, consideramos que en este episodio
tuvo mucho que ver la confluencia de dos sucesos de distinto origen pero directamente imbricados en la Naturaleza. De una parte, el incremento de los fenómenos
erosivos por la susodicha deforestación y, por otro lado, las consecuencias de estos
en una fase climática adversa como fue la Pequeña Edad del Hielo.
En primer lugar, es conocida la correlación entre la acción pastoril y agrícola
en la desertificación. José Agustín de Larramendi, ingeniero de principios del siglo
XIX, ya advirtió en La Mancha y en Sierra Morena cómo las comunidades locales
«contribuyen muchos a la destrucción de los montes […puesto que…] en las
faldas y laderas mientras están cubiertas de yerbas y arbustos, difícilmente se
forman torrentes y arroyadas; las hojas detienen y conservan parte de las lluvias,
y las yerbas y raíces oponiendo a cada paso un obstáculo disminuyen su corriente
natural, y la tierra tiene lugar de absorber una buena porción […]. Pero cuando
estas mismas faldas se rompen para sembrar, la tierra movida y suelta, en lugar
de oponerse a la corriente, aumenta el volumen de las aguas y a poco espacio que
andan se acumulan en tal cantidad, y adquieren una velocidad tan extraordinaria
21
No se puede perder de vista el escenario postconquista de la Orden de Santiago, ya fuera por
reagrupación de los asentamientos o por la absorción natural o inducida entre aldeas y núcleos mayores por
causas políticas o económicas (vid. infra).
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Fig. 10: Foto aérea de la zona palustre del puente Triviño tomada en el denominado vuelo americano
del año 1956. Montaje con retoque de los fotogramas 8015 y 8017.
Fig. 11: Inundación recurrente de cientos de metros en la ribera del río Jabalón a su paso por el puente
de Triviño y Peñaflor.
que descarnan hasta la peña viva, arrastran cuanto encuentran por delante
desquiciando peñas enormes y se precipitan al pié de las montañas, socavando y
formando quebradas y barrancos espantosos» (Larramendi, en González Martín,
2007: 39).
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Se trata, al fin y al cabo, de un proceso geomorfológico de solifluxión consistente
en el corrimiento constante por gravedad de las capas arcillosas de los cerros sobre
el valle.
Por otro lado, a partir de mediados del siglo XIV –y hasta el siglo XVIII– las
primaveras y los estíos comenzaron a ser más extremos –muy secos o frescos– y
los inviernos muy fríos, circunstancias que incidieron en el aumento y alternancia
de sequías, plagas de langosta, charcas foco de paludismo, humedad, hielos tardíos
y enfriamientos (Espoille de Roiz, 1982: 218; Mann et al., 1998; Jones y Briffa,
2001; Fagan, 2008). Estos hechos generales, ya constatados en la comarca (González Martín, 2007: 27-30; Villar Esparza, 2013: 34-41; Campos, 1986: 175-182;
Fidalgo y González, 2013), si los aplicamos a un valle arcilloso impermeable como
el del río Jabalón y progresivamente deforestado, pudo alterar drásticamente la
vida en el entorno. La mera repetición cíclica de lluvias torrenciales que, primero,
arrasan todo, que queman cosechas por inundación después, y que, finalmente,
dejan un fondo de valle endorreico y lagunar, remodelaron de tal modo el paisaje
que apenas un siglo después de repoblarse esta parte del valle convirtió al río Jabalón en un problema de salubridad y de paso, sólo aprovechable por los molinos
harineros de ribera.
Así se manifiesta en el siglo XVIII cuando Villanueva de los Infantes se lamenta de que «se allan las gentes sin poder transitar ni cruzar dicho Río Javalón
como oy sucede sin grave riesgo de los animales y otras gentes», una situación
derivada sin duda por la erosión ya que, según el maestro constructor encargado de
la reparación de sus puentes, al
«haber mudado el río su curso echándose fuera de la madre principal dejándose
los dichos puentes de modo que ni en tiempo de los mayores avenidas no pasa agua
por ella por causa de ser el terreno pantanoso y haberse cegado las madres con
la tierra que trae el río de otros mayores descensos haciéndose por dicha causa
intransitables a aquellos pasos en todos los tiempos por los grandes atolladeros
que hay en ellos con mucho perjuicio de todos aquellos inmediatos Pueblos [...]»
(Díaz-Pintado, 1987: 287s; Espadas y Moya-Maleno, 2008: 288).
Así se ha conocido el valle del Jabalón en el último siglo (Figs. 10 y 11) (Dirección
General de Obras Públicas, 1883: 78).
Este fenómeno de degradación puede ser deducido también a tenor de las evidencias arqueológicas. Por una parte, la ubicación en zonas hoy encharcables de
asentamientos rurales romanos tipo villae –a unos cientos de metros del río Jabalón
y todavía sin estudiar– y de lo que pudo ser el poblamiento disperso de Jamila,
en esas mismas primeras terrazas aledañas, redunda en el rápido empeoramiento del entorno ribereño tras la colonización medieval. La consecuencia inmediata
de estos encharcamientos ha sido bien conocida en las comarcas del Campo de
141
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Montiel, La Mancha y también en concreto en el valle del río Jabalón: terrenos
improductivos así como charcas pestíferas foco de fiebres tercianas y cuartanas
(Díaz-Pintado, 1988: 100; Molero, 2000: 130, nota 93; González Martín, 2007: 37;
Fidalgo y González, 2013: 58ss).
En segundo lugar, tal impacto vendría a ser también uno de los causantes de la
evolución del mencionado puente de Triviño, excavado por nosotros desde principios del siglo XXI. Este viaducto sobre el río Jabalón, y a tres kilómetros al Sur
de Peñaflor, parte de un puente romano inicial que, como se ha visto, quedó inutilizado al saltar las aguas la madre por el desbordamiento descontrolado del río,
especialmente hacia el Norte (Espadas y Moya-Maleno, 2008) (Fig. 10).
Perfilamos pues que el horizonte que contemplaron los primeros moradores de
la aldea de Peñaflor era totalmente distinto al de hoy (Pérez Fernández, 1957: 16)
y que, por cercanía y lógica, fueron sus habitantes los que debieron explotarlo con
mayor o menor impacto sobre el paisaje (Espoille de Roiz, 1982: 217; Martínez
Sanz, 2007: 141-146). Pero, sobre todo, la constatación arqueológica de este tipo
de trabajo podría venir de los restos del propio yacimiento. Así lo pone de manifiesto un primer análisis de los marcadores de actividad muscular de la población
exhumada en la necrópolis de Peñaflor (Fig. 12), puesto que estos apuntan a labores como la trilla, siembra, recolección, carga de pesos, descardado y lanzamiento
de objetos (Moya-Maleno y Monsalve, 2015: 293-295). La localización de una
almendra con cáscara también en la necrópolis (Fig. 13), aunque bien podría haber
llegado a Peñaflor vía comercial o incluso en época posterior –queda pendiente
datarla por C14–, pone sobre la mesa un panorama muy razonable: la existencia y
cultivo de almendros y de otros tantos frutales –membrillos, etc.– en las huelgas
de los arroyos y ríos cercanos, los cuales son muy propios del mundo andalusí y
cuya presencia es bien conocida en épocas siguientes (Campos, 1972: 121 §21).
Sin descartar la posibilidad de una explotación extensiva en algunas parcelas
de cereal, por ejemplo en la misma meseta en la que se aloja Peñaflor, quizás, más
bien, dadas las circunstancias geoestratégicas del asentamiento, debieron atender
también las riberas fluviales con huertas por una parte y, por otra, la apertura del
monte más inmediato para desarrollar la silvicultura, la roturación y una ganadería
que abasteciera el día a día y un mínimo excedente. Dicho doble ecosistema fluvial y montano también se debe considerar de vital importancia porque proveería
de pesca –barbos y lampreas a finales del siglo XVI (Campos, 1972: 121 § 20)–,
fibras vegetales –juncos, eneas, etc.– y recursos cinegéticos, tanto de caza mayor
como menor (Quirós y Planchuelo, 1992: 322-327).
A este respecto, la contante alusión a animales como lobos, cuyo exterminio
concienzudo con batidas tuvo lugar a partir de 1500 (Gómez, e.p.), debe ponernos
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Fig. 12: Principales lesiones y marcadores de actividad documentados en los individuos de la necrópolis de Peñaflor durante las campañas 2004 y 2013.
Fig. 13: Almendra documentada en el complejo estructural funerario nº 2 de la necrópolis de Peñaflor. Aunque datable a priori con posterioridad a 1197 por situarse encima de un individuo inhumado
hacia esa fecha como muy tarde, la idiosincrasia de los sedimentos de los cementerios y de los procesos erosivos del cerro Castillón merecen tratar su adscripción cronológica con prudencia.
143
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en situación de una sociedad medieval en la que los peligros para personas y ganado era real. Si bien es cierto que la etología del lobo le hace evitar el encuentro
con humanos, distintos factores recurrentes debieron posibilitar la existencia de
los habituales encontronazos y muertes en un medio tan privilegiado para el lobo
como el monte bajo y la presierra que caracterizan la comarca.
Por un lado, las sierras meridionales son foco de refugio y expansión lobuna
natural y también hemos de contemplar el propio desequilibrio que generaron los
repobladores invadiendo los territorios del lobo; a su vez, por otra parte y sin necesidad de crisis de herbívoros, en el Campo de Montiel también habría que tener
en cuenta la siempre atractiva presencia de ganados locales y otros trashumantes
desde antes de La Mesta22 y la conocida utilización por los lobos de los caminos humanos en una zona eminentemente caminera como ésta (Gil Cubillo, 1998:
128ss; Grande del Brío, 2000: 276; Landry, 2004: 173, 221 y ss; Moya-Maleno,
2012: 85ss; Guacci, 2013).
Si tenemos en cuenta otras noticias y leyendas datadas en el siglo XVI y más
adelante, los daños infringidos a comunidades como la de Peñaflor no sólo afectarían a la cabaña ganadera sino también de forma directa a las propias personas,
bien por muerte directa y desapariciones, bien por las lesiones infringidas y enfermedades trasmitidas, como la rabia. Véase, por ejemplo, las narraciones orales
de lobadas atacando a viandantes y llegando a las mismas paredes del pueblo en
inviernos crudos en la zona de Villamanrique (Villar y Zamora, 2011: 495-498).
Igualmente, en Cabezarados –al Oeste de la provincia de Ciudad Real–, se veneraba a Santa Quiteria porque
«[…] estando un día de fiesta en la dehesa boyal de esta villa Isabel Martín,
vecina de esta villa y un hermano suyo y otras gentes, salió un lobo rabioso de
repente y mordió al dicho mozo y le hizo muchas heridas y rabió y murió de ellas
[…]» (Campos, 2009: 262, § 52).
Todas estas circunstancias –así como otras propias de las duras condiciones de
vida en el mundo medieval (higiene, temperaturas, etc.)– debieron contemplarse e
incidir de una forma u otra en la vida de los habitantes de Peñaflor. Misión de los
historiadores y arqueólogos será ir poco a poco desgranándolas y calcular su grado
de impacto en las comunidades de repoblación de la zona.
22
Remarcamos aquí que el fenómeno trashumante trasciende a la Mesta y, de hecho, hay testimonios que
confirman su existencia entre territorios en manos de comunidades hostiles entre sí (Salmerón, 1777: 62;
Moya Maleno, 2011; Id., 2013: 49-51).
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5. FINAL Y REORGANIZACIÓN DEL TERRITORIO: BALUARTE Y
DEHESA
Peñaflor fue una aldea con iglesia que acabó desapareciendo al igual que otras
de los reinos hispánicos (Cabrillana, 1972a y 1972b), de comarcas aledañas –en
el área de Calatrava o las de Susaña y Villalgordo en la jurisdicción de Alcaraz
(Plaza, 2011: 57; Pretel, 2008: 139s, 218 y 220)– o de la misma Orden de Santiago
en el Campo de Montiel (Fig. 6). Lo interesante al respecto del asentamiento de
Peñaflor es que, a pesar de que el siglo XIII es una época tan trascendental como
oscura para el conocimiento del inicio y el devenir de Peñaflor, a inicios del siglo
XVI este lugar siguió siendo un referente dentro de la distribución del territorio de
esta parte del Campo de Montiel, ya fuera como plaza fuerte o como dehesa. Por
esta razón, llegados a este punto, hemos de plantear ¿cuánto duró el asentamiento
de Peñaflor como núcleo habitado con independencia de su categoría urbana?
Si nos atenemos estrictamente a las fuentes documentales, la vida de Peñaflor
fue efímera, apenas 11 años desde 1232 hasta 1243; menos si tenemos en cuenta
que las fechas que marcan este cómputo no implican que estuviera ya poblada
cuando se menciona por primera vez o que no llevara ya unos años despoblada
cuando en la sentencia de Fernando III en el pleito de la Orden de Santiago con
Alcaraz se señala a Peñaflor ya despoblado y sin iglesia (Chaves, [1750]: 191)23
(Fig. 6). Por su parte, Gallego y Lillo (2013: 813, nota 51) señalan a vuelapluma
que la cerámica de Peñaflor no va más allá del siglo XIV, afirmación que debe ser
tomada con cautela.
El abandono de Peñaflor no es fácil de desentrañar sin más referencias cruzadas
en las fuentes escritas y arqueológicas. De forma genérica, podríamos encontrar
distintos motivos para este final puesto que la aldea de el Castillón tiene indicios de
todos ellos y, de hecho, quizás todos ellos estuvieron operando para tal resolución:
• Emigración al entorno o a otros lugares por cuestiones económicas y de
salubridad y subsistencia
• Emigración político-económica por continuación de la Reconquista
• Emigración político-económica a centros históricos o a nuevos núcleos
del entorno
Un primer escenario tiene que ver con las pandemias del siglo XIV y las condiciones climáticas ya expuestas anteriormente. Además, de las pestes que asolaron
Europa, a finales del siglo XV y también del XVI tenemos sendos testimonios de
posibles cambios naturales a tener en cuenta. En una de las visitas de finales del
23
(A)rchivo (H)istórico (N)acional Uclés. Caja 326. Doc. 13.
145
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siglo XV el mayordomo de la iglesia dirá que La Moralexa se había poblado de
familias de la cercana aldea de Xamila, por lo podrido de ese lugar (Gómez, c.p.).
Posteriormente, en las Relaciones Topográficas de los Pueblos de España ordenadas recopilar por Felipe II se remarca que
«[...] en un sitio que se llama Jamila, que está junto al río xabalón, una legua
pequeña desta villa, estubo antiguamente poblado. Y los vecinos por ser aquel sitio
húmedo y enfermo a causa de los bapores del dicho río y prados, se pasaron a poblar a donde aora está esta villa [...]» (Campos, 1972: 117).
Así pues, tanto tomando al pie de la letra la leyenda del abandono mítico de
Jamila por la insalubridad del terreno, como si asumimos que esta narración personifica en los jamileños lo acaecido en Peñaflor –puesto que a día de hoy no hay
testimonio de un poblamiento concentrado como tal en Jamila (Moya-Maleno,
e.p.)–, la peste acaecida en el valle del Jabalón por la sobreexplotación y la Pequeña Edad del Hielo tuvo que tener consecuencias palpables para los habitantes
de Peñaflor. Una de ellas pudo ser la despoblación hacia lugares más salubres del
entorno, como la cabecera del río o a terrazas superiores y en llano24, un fenómeno
similar en origen y consecuencias al de otras poblaciones de La Mancha, como
Argamasilla de Alba25.
En segundo lugar, en el abandono de Peñaflor también pudo incidir, si no de
forma repentina, sí paulatina, una emigración hacia nuevas campañas y repoblaciones. La continuación de la Reconquista centró los esfuerzos de la Orden en los
asaltos a Córdoba y Murcia hacia 1243 parece conllevar el transvase de peones,
caballería villana y colonos a nuevos territorios, algunos tan interesantes y fértiles
como el valle del río Guadalquivir o el área murciana. De este modo, con un Campo de Montiel pacificado y sin el aliciente económico de la guerra (Rivera, 1985:
206; Ruiz Gómez, 2000: 419) –o movidos por la obligación misma de participar
en expediciones allende la frontera como en otros casos (Pretel, 2015: 93 y 101)–,
el crecimiento de las aldeas del Campo de Montiel pudo verse condicionado por la
salida paulatina hacia el Sur de los jóvenes y familias que hubieran estado destinados, por naturaleza, a engrosar el recambio generacional en Peñaflor.
Por último, sumándose a las anteriores circunstancias probablemente, se ha de
contemplar un fenómeno de sinecismo y absorción de distintos caseríos/alquerías
24
A tenor de nuestros trabajos a día de hoy en ambos yacimientos consideramos que la propuesta de
Gallego (2014: 166, nota 53) de que los habitantes de Peñaflor migraran hacia Jamila resulta poco razonable.
25
Argamasilla de Alba fue, según los testimonios de las Relaciones Topográficas... (Viñas y Paz, 1971: §2
y 16), el tercer y definitivo asentamiento después de los abandonos por insalubridad de la Moraleja y del el
Cerro Boñigal a causa de las salidas de madre y encharcamientos del río Guadiana.
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con algunos núcleos del entorno. De una parte, la influencia de los antiguos asentamientos hispanomusulmanes que resistieron la primera reorganización cristiana
del territorio, como Montiel o Alhambra26, seguirán ejerciendo de imán para los
pobladores del entorno. Si tomamos el ejemplo de Alcaraz, donde parece haber
una clara intención de quitar competidores y enriquecer esta villa a costa del poblamiento disperso de Repoblación (Pretel, 2008: 178), éste bien podría ser, a priori,
el caso de Peñaflor con Montiel o Almedina por proximidad.
Se trataría no sólo de un convencimiento de los propios habitantes de las aldeas
colindantes de trasladarse a un centro más potente sino que también pudo estar
acaeciendo una orden directa o una presión constante a las pequeñas aldeas. No
parece muy probable la existencia de movimientos forzados población que, como
se idealizó en el caso de Torre de Juan Abad y el castillo de Montizón en el siglo
XV, fueron dramáticos y acabaron en revueltas (Viñas y Paz, 1971: §37 533s).
Más bien podríamos estar ante un escenario de acoso y estrangulamiento de los
recursos. Tal fenómeno podría ser el que se sugiriere en el otro abandono mítico de
Jamila, el narrado por P. Madoz (1850: §XVI, 224) y F.M. Tubino (1870: 52s)27. Si
igualmente trasladamos lo ocurrido en Jamila a la aldea fortificada, estaríamos ante
una realidad de asfixia sobre el territorio vital de Peñaflor puesto que, de hecho,
el pozo del Cuajaznos [=Cacarucho] al que se refiere está más cercano a Peñaflor
–un kilómetro– que a la propia Jamila –dos kilómetros–.
No obstante, el hecho de que este tipo de literatura tenga cierto regusto a las
justicias poéticas del siglo XVII –tipo Fuenteovejuna (Lope de Vega) o El Alcade
de Zalamea (Calderón de la Barca)– y el mismo proceso histórico apuntan también
que hubo aldeas de nueva planta, igualmente fruto del proceso repoblador, que se
convertirán, en apenas un siglo, en centros pujantes y al alza, aglutinadores de la
población rural del entorno. Bien por dinámicas propias o por ser potenciados dentro de una estrategia político-económica específica, este auge hará retroalimentar
tal sinecismo hasta el punto de acabar por converger los territorios de sus anteriores aldeas hermanas, como, parece, ocurre en Peñaflor con Carrizosa y La Moralexa, y no a Montiel28.
26
No hemos de olvidar que otros antiguos puntos neurálgicos, como Eznavexore, cayeron rápidamente
en desgracia (Ruibal, 1984: 435s.; Gallego, 2015: passim).
27
Según esta leyenda (Villar Esparza, 1998: 19), el comendador de Montiel impedía abastecerse de
agua a los habitantes de Jamila en un pozo cercano. Ante las constantes humillaciones a sus mujeres, los
jamileños deciden rebelarse, pero acaban por trasladar su población a La Moraleja.
28
Antes de 1246 la Orden de Santiago prescinde de Montiel como cabecera administrativa, pues ésta se
traslada al castillo de Segura, más inexpugnable y en vanguardia (Lomax, 1965: 123). La decadencia de
Montiel frente a Villanueva de los Infantes ya será manifiesta cuando hacia 1468 la primera triplique en
vecindad a la segunda (Chaves, [1750]: 191v).
147
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Peñaflor no formará un territorio independiente sino que quedó asociada en la
territorialización de la Orden de Santiago dentro de una de las aldeas satélite de
Alhambra. Tras un silencio en las fuentes desde mediados del siglo XIII, Peñaflor
aparecerá en los textos medievales vinculada a Carrizosa, población a orillas del
río Carrizosa –actualmente río Cañamares–. La gran distancia de Peñaflor con
ésta, 14 km, no parece ser un problema y será parte de su encomienda. Este tipo de
jurisdicción dispersa no es extraña en la Orden pues, al fin y al cabo, las encomiendas son unas rentas a ser administradas por los comendadores –pie de altar, soldadas, diezmos, etc.– (Rivera, 1985: 94; Matellanes, 2000: 296ss). Pero, la condición
de Peñaflor de antigua pobla y, en cierto modo, el deseo de remarcar la jurisdicción
sobre el lejano Castillón hará intitularse a sus comendadores largo tiempo como
“de Carrizosa y Peñaflor”.
Aunque desconocemos si tal titulo fue ya la del primer comendador que recibió
la encomienda, don Pedro Díaz de Monsalve (1387-1409) (Porras, 1997: 336), la
primera mención a la encomienda de Carrizosa y Peñaflor data de 1409 (Corchado,
1971: 69; Madrid, 1980: 14s). Así se mantendrá hasta el siglo XVII29. De hecho,
incluso en algunos casos se hace mención al comendador adelantando la referencia
a Peñaflor antes que a la propia cabecera de la encomienda30.
Casi con toda seguridad unos y otros factores convergerán en un mismo proceso de desmantelamiento de Peñaflor como aldea propiamente dicha. El libro de
visitas de 1498 no enumera Peñaflor entre las parroquias y ermitas del Campo de
Montiel31 (Fig. 14). El hecho de no subsistir siquiera como ermita nos habla de la
total desacralización del edificio y, por ende, del olvido total de los difuntos allí
enterrados. También en la encomienda de Carrizosa, El Salido, otra aldea fortificada en alto del primer momento de Repoblación, parece abandonada ya a mediados
del siglo XIV.
No obstante, ello no significa que estemos ante un vaciado poblacional inmediato ni ante una ruina absoluta, estimamos, antes de mediados del siglo XVI. La
efímera vida de la aldea parece demasiado breve a la luz de los primeros datos ar-
29
Alfonso Rodríguez Malaver (-1415-1421), Pero Íñiguez (1429), Enrique Manrique de Lara (14781494), Juan Rodríguez de Villafuente (†1598), Juan Tejada (1602) (Salazar y Castro, 1697: §X 423-425;
Salmerón, 1777: 62; Escudero, 2003: 234; Madrid, 1980: 14s; Id., 1988b: 330; Molina, 1994: 24; Porras,
1997: 336).
«[…] Al Comendador de Peña flor y Carrizosa, 2 […]» (Encinas, 1503: 219r).
30
31
Nótese que, a pesar de la desaparición de la aldea como tal, estas postrimerías del siglo XV parecen
no desprender al valle del Alto Jabalón del mundo medieval y de estar fraguándose todavía la topografía
socioeconómica del futuro Campo de Montiel. Así se aprecia en la mención en dicho libro de visitas a la
existencia todavía de la vecina ermita de Santa María de Jamila (Madrid, 1989: 628) y a otras como San
Polo o Gorgojí, las cuales acabarán también por desaparecer.
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Fig. 14: Peñaflor (abandonado) y las parroquias y ermitas con advocaciones marianas en el Campo
de Montiel según el libro de visitas de 1498 de la Orden de Santiago recogido por A. Madrid (1989).
Parroquias: 1, Ntra. Sra. de Villahermosa; 2, Sta. María de Cañamares; 3, Sta. María de Villanueva
de la Fuente; 4, Ntra. Sra. de Puebla de Montiel (Puebla del Príncipe); 5, Ntra. Sra. de Torre de Juan
Abad. Ermitas: 6, Santa María del Castillo (Membrilla); 7, Santa María de Jamila (Villanueva de los
Infantes); 8, Santa María de Mairena (Puebla del Príncipe); 9, Santa María de Luciana (Terrinches);
10, Fuensanta (Terrinches); 11, Santa María La Blanca (Ruidera); 12, Santa María del Salido (Montiel); 13, San Polo (Montiel); 14, Santa María de de los Monasterios (Cañamares); 15, Ntra. Sra. de
Gorgojí; 16, Santa María de La Carrasca (Carrizosa); 17, Ntra. Sra. de la Vega (Torre de Juan Abad).
Sombreado: Territorio aproximado del Campo de Montiel un siglo después, en las Relaciones Topográficas de Felipe II (Viñas y Paz, 1971).
queológicos y de la propia crítica de fuentes. Alargar la vida de Peñaflor no implica
negar la evidencia –que la aldea acabara despoblándose–, pero sí permite entender
la Historia de una forma menos drástica y sectorial que de lo que habitualmente se
contempla.
De forma relevante, el amplio espectro de edades y sexos documentados en la
necrópolis y la reutilización de tumbas en la necrópolis de Peñaflor, reduciendo
149
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a antiguos finados seniles para inhumar a otros nuevos también adultos (MoyaMaleno y Monsalve, 2015: 278-287) muestra una población completa y arraigada
al lugar y la presencia de grupos familiares con dos o más generaciones de enterrados en el mismo espacio funerario. Unos enterramientos y filiación que tienen que
ver con su enraizamiento al lugar y a los derechos de pertenecía al grupo (ZadoraRío, 2012: 84s; Vigil-Escalera, 2013).
Además, teniendo en cuenta los trabajos en torno a la memoria colectiva y a
la Antropología de la Muerte en sociedades preindustriales (Halbwaschs, 1950),
cabe hipotetizar que bien pudieron pasar unos 120 años, el equivalente a cuatro
generaciones desde la primera noticia de abandono que tenemos en 1243. El mero
cómputo medio de una generación en el mundo preindustrial –30 años32–, y las
horquillas de tiempo estimado transcurrido para la secularización del espacio necropolitano –para que los descendientes de los últimos habitantes de Peñaflor se
olvidaran de atender el culto a sus ancestros– permiten sugerir la ocupación algo
menos desolada y efímera.
Asimismo, igual que hemos reseñado en el caso de la confusión –cuando no
politización– del término populare, la categoría de despoblado también hay que
observarla desde el punto de vista de los intereses particulares de uno de los litigantes por zanjar las reclamaciones borrando del mapa políticamente a comunidades que, casi con toda seguridad, allí seguían. Incluso, carecer formalmente de
iglesia no indica la interrupción del culto, puesto que ha sido normal la existencia
de ermitas y antiguos templos desacralizados con ritos recurrentes y hasta misas de
campaña con altares improvisados para atender a los fieles que indefectiblemente
han ocupado y explotado el medio rural hasta hace unas décadas (Bustio y Casado,
2006).
Es más, la desaparición de Peñaflor y de otras aldeas en alguna enumeración
en las fuentes escritas coetáneas, además de poder responder a las circunstancias
anteriores, puede deberse a razones desconocidas para nosotros hoy día. Éste sería
el caso, por ejemplo, de la no mención en 1243 de las aldeas vecinas de Fuenllana
o de La Moraleja, cuando, como ésta última, a todas luces no sólo debió estar operativa –conquistada ya en 1217 (Chaves, [1750]: 61r)33– sino en plena expansión
como núcleo primigenio de Villanueva de los Infantes. Quizás simplemente no
eran objeto de litigio.
32
Una composición sefardí señala que «Cuando ya tiene años trenta / los creancies lo apretan, / se‘sconde
detrás de las puertas, / las colores se lé pierden» (Weich, 1993). Véase esta cuestión en el mundo antiguo
en Moya-Maleno, 2013: 266s y 463.
33
B. Chaves señala que conquistada, aunque consideramos que se trataría de una fundación ex novo
cristiana de Repoblación.
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También, de una forma u otra, las funciones de baluarte y dehesa que aparecen
asociadas a Peñaflor a partir del siglo XV permiten inferir algún tipo de poblamiento residual en El Castillón.
Por un lado, sus estructuras defensivas debieron estar operativas hasta inicios
del XVI como poco y así se constata en diversos documentos alusivos a Infantes
que marcan el lugar como su baluarte. Primero, como plaza vinculada a Alhambra
y a la encomienda de Carrizosa y, a partir de 1421, vinculada a la nueva villa de
La Moralexa-Villanueva del Infante. Este hecho es lógico si tenemos en cuenta el
llano indefendible donde se ubica la actual capital del Campo de Montiel. La importancia de la fecha de 1421 tiene que ver con la independencia de La Moraleja
que rubrica el 10 de febrero el infante Don Enrique:
«[…] por quanto nos fue dicho que en este dicho Lugar no hay fortaleza alguna
para vos defender, é que por ello algunas veces havedes padecido e sofrido algunos
daños, e que tenedes comenzado un Cortijo e una Torre el qual fariades para vos
defender […] e mandamos e tenemos por bien que labredes la dicha vuestra Torre
e Cortijo a vuestra costa, e fagades fortaleza para vos defender; e dadamosvos
licencia para que echedes sisa razonable en vuestro comprar e vender en esa dicha
vuestra Villa para ayuda con que fagades la dicha fortaleza» (Chaves, [1750]: 61r).
Dicho privilegio –algo farragoso en este punto– menciona explícitamente la
necesidad de dotar a La Moraleja, otrora aldea de Montiel, de una fortaleza, puesto
que en puridad Peñaflor dependía de Alhambra/Carrizosa34. Sin embargo, el hecho
de que el documento también señale que ya hay comenzado un “cortijo” o “torre”,
nos pone en la pista de la utilidad lógica y natural del baluarte de Peñaflor para La
Moraleja. Tal vínculo será definitivo al concederse igualmente: «[…] por termino,
exido, que guardedes una legua en derredor por donde dicen vuestras labores»
(Ibidem). Peñaflor, apenas a tres kilómetros de Infantes, quedará dentro de esos
casi seis que se le conceden a La Moralexa y, con ello, su función defensiva quedará plenamente adscrita a la nueva villa35.
En una visita de finales del siglo XV a Villanueva del Infante, ante los visitadores de la Orden de Santiago y el comendador, el alcalde dirá tener la villa una
fortaleza que llaman de Peñaflor, que esta la parte del Sur de ella (Gómez, c.p.),
cuestión que todavía hemos de corroborar. Todavía a principios del siglo XVI Hernando Colón ([1517]: 126 §4504) cita que Infantes tenía el «castillo de Peñaflor»
a un cuarto de legua.
34
Consideramos con ello también erróneo que se identifique a Peñaflor con la Puebla de Montiel que se
menciona en algunos textos, puesto que se trataría de la actual Puebla del Príncipe (contra Ayllón, 2008:
278 y 412).
Como veremos más adelante otra cuestión será dirimir la propiedad o rentas de la dehesa de Peñaflor.
35
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La posición y pasado de Peñaflor no eran nada desdeñables para un contexto
político todavía inestable. Por un lado, como muestra la propia reglamentación de
la Orden de Santiago, mantener estos baluartes era una obligación de los comendadores para con la defensa de la frontera misma36 ante el musulmán de Granada;
por otro lado, las guerras intestinas castellanas. El hecho de que se la reseñe en
pie años después de que Álvaro de Luna mandase derribar en 1446 las cercanas
fortificaciones de Fuenllana y Alcubillas, sugiere, más que una prácticamente imposible participación activa de Peñaflor del lado del Condestable en alguno de los
episodios bélicos castellanos del siglo XV contra Rodrigo Manrique y parte de los
Fajardo (Torres Fontes, 1978; Porras, 1997: 253; Madrid, 2004: 170s), una importancia menor frente a sendas plazas derribadas37.
Otra cuestión a dirimir es si estas guerras implicaron una nueva refortificación
del Castillón o la presencia de un contingente estable allí. Sin descartar esas posibilidades, imposibles de demostrar con los datos actuales, también podemos pensar
en otras alternativas. Una de ellas está ligada al otro gran papel –económico– que,
de forma paralela, parece desempeñar Peñaflor. A partir de mediados del siglo XV
Peñaflor también aparecerá en la documentación asociada a una dehesa que, como
se aprecia en la inspección de 1478 del comendador de Carrizosa –Enrique Manrique–, le aportaba 6.000 maravedíes (Madrid, 1988b: 330). Estas dehesas serán
una parte más de la concentración y acaparamiento de todo tipo de tributos y rentas –hornos, molinos, portazgos, censos, pastos o paso de animales– que harán del
cargo de comendador un puesto para compensar favores económica y socialmente
(Rodríguez Llopis, 1986: 303), como se manifiesta en la propia figura del hijo del
célebre Jorge Manrique (Madrid, 1988b)38 o en la de Alonso Ballesteros Saavedra
Siendo Maestre Don Enrique (1440 aprox. se establece en el Capítulo General que «[…] Obligados son
los comendadores de anparar y defender la tierra y vasallos de la Orden señaladamente en la frontera de
los moros onde es menester defender también y en tiempo de paz sino de guerra. Por ende establecemos
que todos los comendadores que tienen castillos fronteros de modosos que moren ende residente […] e
no parta de ay sin liçencia que nos manifiestamente veamos y entendamos que es grande […]» (Encinas,
1503: 146r §LIII).
36
37
Siendo estos territorios dependientes del Maestrazgo de Santiago no es posible que una pequeña
plaza como Peñaflor se posicionara en contra de la postura de la Orden y todavía menos la villa que
debía agradecer su libertad al mismo infante y maestre Enrique de Trastámara unas décadas antes. Quizás
Fuenllana y Alcubillas, plazas mejor pertrechadas, sí pudieron apoyar al infante en las luchas intestinas tras
el tercer destierro del Condestable, en torno en 1441. Por tal causa, la posterior disposición de derrumbe
ya tuvo lugar siendo Álvaro de Luna ya maestre de la Orden de Santiago (1445-1453) y, por tanto, en
sus dominios. Acerca de la torre-fortaleza de Alcubillas (Ruibal, 1986). La de Fuenllana, apenas era una
mera especulación hasta las prospecciones geofísicas que hemos realizado en 2013 y 2014 junto a los
Drs. J.A. Peña y T. Teixidó, de la Universidad de Granada (Peña et al., e.p.) y las primeras constataciones
arqueológicas de un recinto murado durante 2015, campaña dirigida por J.A. Cano Elipe y el firmante.
Acerca de los protagonistas de estas guerras en la zona, vid. inter alia Torres Fontes (1978: 123-154), Pretel
(2015: 112ss).
38
Carrizosa durante la encomienda del hijo pequeño de Rodrigo Manrique, contaba con unos 90 vecinos.
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(1599-1602), perteneciente a una de las familias acaudaladas de Villanueva de los
Infantes (Gómez, e.p.). Sobre todo, teniendo en cuenta que serán la ganadería y la
trashumancia unas de las principales fuentes de ingreso de las órdenes militares de
la Submeseta Sur (Rodríguez-Picavea, 2010).
En este sentido, sospechamos que los últimos habitantes de Peñaflor y, a la
postre también, “defensores” de la plaza, podrían estar en relación con los pingües
ingresos que esta dehesa reportaba, esto es, una o varias familias de guardeses de la
dehesa. De este modo, la prolongación de las referencias de Peñaflor como hábitat
sociopolítico coincide con los testimonios de éstas en otras antiguas poblaciones
convertidas en dehesas, como en Calatrava la Vieja39 y ante una presencia de guardeses necesaria si tenemos en cuenta que la legislación de la Orden amparará el acceso restringido a sus pastos. Véase el Capítulo General de mediados del siglo XV
en el que se legisla «[…] no levar los bueyes de las defesas e campo sin liçençia de
su dueño si çierta pena […]» (Encinas, 1503: 178r §XXIX y 195v). Los guardas
también aparecen vinculados al gobierno de este tipo de tierras productivas en jurisdicciones cercanas, como por ejemplo se aprecia en las dehesas de Villahermosa
a finales del siglo XVI (Viñas y Paz, 1971: 568 § 44).
De cerciorarse esta hipótesis poblacional, el número de habitantes y la duración de esta última etapa de ocupación nos es desconocida. A grandes rasgos sólo
podemos apuntar que se halla dentro de un proceso general de desmantelamiento
de núcleos de Repoblación de la orden santiaguista –y de otras órdenes militares–
y hacia su reconversión en dehesa adscrita a los núcleos más pujantes de la zona
que son los que los absorberán también buena parte de su potencial humano.
Otro de los casos semejantes al de Peñaflor en el Campo de Montiel será el
de Cernina, que también se menciona abandonado en 1243 (González González,
1975: 357) (Fig. 6). Sin apenas estudio arqueológico del emplazamiento (Gallego,
2014: 163) debe identificarse con la Dehesa de Chaparrales de Cernina40, que aparece donada en 1422 por el maestre de la Orden de Santiago, Enrique de Aragón, a
Belmonte de la Sierra –actual Villamanrique– para pasto y cría de ganado próximo
a la villa (Madrid, 2004: 162). Así quedará reflejada en la toponimia también como
la Dehesa Vieja (Villar y Zamora, 2011: 139s).
39
La antigua y poderosa encomienda de Calatrava la Vieja quedó convertida en una dehesa con algunos
individuos a su cargo (Rodríguez-Picavea, 1999: 148; sensu Arias, 2015: 186).
40
Se ha de situar en el paraje de Vega Cernina, a 2,5 km aprox. al Norte de Villamanrique, en la vega
del río Guadalén. No en otras ubicaciones sin fundamento (contra Villar y Zamora, 2011: 89). Nótese
que frente al Vega Cernina del Catastro, en los mapas del IGN aparece como V. Cermina. D. Gallego
(2014: 163, nota 36; Id., 2015: 21) señala sus orígenes como alquería musulmana a tenor de las primeras
prospecciones arqueológicas en la zona.
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La recurrente transición despoblado-dehesa podría incluso resultar interesante
en nuestro Campo de Montiel para buscar algunos de los despoblados medievales
de ubicación desconocida. Pongamos otro ejemplo: el núcleo de Açuuer reclamado por Jiménez de Rada a mediados de 1238 (Chaves, [1750]: 17v; Pretel, 2008:
112)41. Tratándose de un topónimo vinculable al río Azuer, la existencia de una Dehesa de la Vega donde confluyen en apenas un kilómetro los cauces de la mencionada corriente con el del Cañamares y el del Tortillo (Villar Esparza, 2011: 187),
en un paraje de nombre tan sugerente como Los Palacios, en el entorno de antiguas
vías romanas y rutas principales (Espadas y Moya-Maleno, 2008; Moya-Maleno,
2011), y su posición contigua en el espacio y en la enumeración del texto medieval –El Salido–, así lo sugieren42. Algo similar podríamos decir del núcleo de El
Carrizal y la dehesa homónima que se señala entre los beneficios de la encomienda
de Carrizosa (Chaves, [1750]: 17v; Hervás, 1914: 73 y 234; Corchado, 1971: 68)
y en el catastro de Ensenada (1752). No obstante, como es evidente, cualquier
aproximación de este tipo ha de ser contrastada documental y arqueológicamente.
Desgraciadamente Carrizosa no aparece en las Relaciones Topográficas de finales del siglo XVI (Viñas y Paz, 1971) ni en otros interrogatorios posteriores,
como el del cardenal Lorenzana del siglo XVIII (Mansilla y Campos, 1989), lo
cual impide aproximarnos de una forma rápida a la realidad medieval y moderna
de Peñaflor en relación con tal población. Por tanto, queda para un futuro indagar
en el proceso de abandono y asimilación del núcleo del Salido en Carrizosa. Lo
que es notorio es la existencia de un fenómeno de despoblación y auge de otros
núcleos cercanos, ya fuera Belmonte de la Sierra en el caso de Cernina, Carrizosa
en el de El Salido y La Moraleja en el de Peñaflor.
En lo que a lo que al nuestro respecta, el origen y primeros momentos de La
Moraleja nos son también desconocidos; siquiera su ubicación exacta en algún
punto bajo o inmediato a Villanueva de los Infantes. Lo cierto es que la Orden de
Santiago en vez de asegurar la preeminencia montieleña promovió la escisión de
éste y otros núcleos de su entorno. No estuvo adscrita a encomienda alguna, sino
que fue integrada por donación o trueque a la Orden y gobernada directamente en
nombre del maestre por un miembro de la Mesa Maestral cuando menos desde
1274 (Gómez, 2011: 13). En 1421 le será concedido el título de villa (Madrid,
1980: 24s) y todo parece indicar que el crecimiento económico y el anhelo de ascenso social que facilitaba la posición en llano de este emplazamientos hará de La
41
AHN, Uclés. Caja 326. Doc. 13.
42
Es oportuno señalar que, no habiendose explicitado el lugar de «cazada usque ad Asuel» que figura
entre los hitos de Alhambra en la donación del 8 de enero de 1217 (Madrid, 1985: 138), consideramos que
no se trata de esta población de Azuer que ahora ubicamos en torno a Los Palacios.
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Moraleja –y no de otras aldeas (contra Gallego, 2014: 166, nota 53)– un polo de
atracción de primer orden para los encastillados exfronteros de El Castillón.
Sin embargo, como hemos señalado con anterioridad, a pesar de alcanzar el
villazgo Villanueva del Infante en 1421 (Chaves, [1750]: 61), no parece implicar
el dominio de la dehesa de Peñaflor. Es más, aunque a inicios del siglo XVI el
comendador de Carrizosa ya comienza a intitularse sólo como tal, “de Carrizosa”,
siendo el primero del que tenemos constancia de ello García de Villarroel (c. 1506)
(Salazar y Castro, 1697: §III, cap. XX, 497)43, en el Catastro de Ensenada de Villanueva de los Infantes (1751) se señala todavía la Dehesa de Peñaflor perteneciente
a la encomienda de Carrizosa44.
Finalizando nuestro recorrido por la vida de Peñaflor, a modo de ejemplo de
reconfiguración del territorio conquistado y repoblado en el Campo de Montiel,
más que explicar los abandonos de estas aldeas de repoblación con propuestas
heroicas como exterminios, búsqueda de nuevas conquistas, etc., creemos más razonables motivos de orden puramente natural y socioeconómico. Cuando desaparece el contexto bélico que había determinado la fundación del núcleo en cuestión,
el caso de Peñaflor ilustra la lógica tendencia de la población a reconcentrarse en
torno a otros núcleos del entorno que, bien más desarrollados bien mejor ubicados,
presentaban más ventajas para los pobladores que sus núcleos encastillados precariamente o poco saludables.
En este marco de sinecismo, los antiguos territorios adscritos a las aldeas abandonadas, al menos el inmediato, parecen integrarse en bastantes casos en dehesas.
Así lo demuestran los de Peñaflor (Fig. 9) (López, 1783; Campos, 2013: 176),
cuyos réditos serán administrados por sus legítimos titulares. Así, por ejemplo, el
comendador de Carrizosa y, en su nombre administradores como el propio párroco, serán los que reciban grandes beneficios de esta dehesa: a finales del siglo XVII
su arrendamiento al acaudalado Alonso de Ballesteros Saavedra se cifró en 2.400
ducados de oro –497.600 maravedíes– por año (Gómez, e.p.). Igualmente se refleja
todavía en el siglo XVIII, cuando en 1743 el administrador de la Encomienda de
Carrizosa nombra en la descripción de bienes para el catastro del marqués de la
Ensenada a Peñaflor como una dehesa de 6.451 pasos de perímetro45, lo que sería
Puede comprobarse la intitulación de otros comendadores posteriores de Carrizosa, sin Peñaflor en
el título (Salazar y Castro, 1795: 77; Id., 1695: §I, 717; Id., 1695: §I:159; Ruano y Ribadas, 1779: 85;
Imprenta Real, 1798: 369; Quadrado y De-Roó, 1852: 131; Cuartero y Vargas, 1959: 166; Cárdenas, 1982:
98; Ceballos-Escalera, 1985: 199; Escudero, 2011: 242; Gómez, e.p.).
43
44
Se le pagan los derechos de explotación a Bernabé Armendáriz. Archivo General de Simancas,
Dirección General de Rentas, 1ª Remesa, Catastro de la Ensenada-Respuestas Generales, Libro 473, fol.
357r. [= Archivo Histórico Provincial, Catastro de la Ensenada-Respuestas Generales, Caja 700 bis, §15].
45
AHN, Uclés. Caja 84, Doc. 12 (Corchado, 1971: 70).
155
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un terreno de unas 46 ha al menos para esa época y que correspondería, sin equivocarnos mucho, a las parcelas que hoy denominadas los Poyos y Llanos de Peñaflor,
al Este y Sur respectivamente de la aldea medieval. De hecho, la condición de dehesa del lugar nos sugiere que tal parcela quedaría cerca o junto a las vías pecuarias
conocidas como Verdera de Serranos o Cordel de Infantes46.
El antiguo poblado, la dehesa y las propias rutas ganaderas que lo confinan
quedarán a desmano de los principales itinerarios que desarrollará la monarquía
ilustrada (Instrucción de Intendentes, 1718; Rodríguez Campomanes, 1761) y el
paraje de Peñaflor pronto iniciará su total dilución dentro de un paisaje agrario asolado por la explotación y degeneración del bosque vernáculo (Campos, 1972: 121).
6. CONCLUSIONES
La sistematización y análisis de los datos arqueológicos e históricos concernientes a Peñaflor durante la última década, aunque todavía exiguos, muestran un
poblamiento de raigambre cristiana en el marco de la Reconquista que enriquece
la Historia Medieval de esta zona aportando datos sobre un modelo de repoblación
intenso pero relativamente breve.
Estos datos nos remiten a un hecho que algunas noticias medievales ya apuntaban –la irrupción alfonsí en las tierras musulmanas sobre Eznavexore, Alcaraz
y Alhambra en 1213– y a, lo por otra parte era previsible, un fenómeno de incursiones cristianas más o menos paralelo al de las que tuvieron lugar por la zona
calatrava desde mediados del siglo XII. De hecho su posición defensiva responde
a un planteamiento estratégico sólo explicable en un escenario bélico o de alerta y
permeable entre mediados del siglo XII y el XIII.
El declive posterior, pasada dicha atmósfera, concuerda también con un proceso de reordenación del poblamiento cristiano en la comarca al alimón natural e inducido: algunas plazas preexistentes reocupadas por los cristianos y otras de nueva
fundación, como es el caso de la aldea fortificada de Peñaflor y de otras –Cernina,
El Salido, etc.–, parecen despoblarse repentinamente. Bien es cierto que trece núcleos del Campo de Montiel ostentarán ya a mediados del siglo XIII la categoría de
“despoblado”, pero a tenor de su pervivencia como dehesas o plazas fortificadas,
bien podríamos estar ante un poblamiento más dilatado en el tiempo que lo que la
documentación medieval sugiere; tampoco ante una historia mecánica y maniquea
de buenos contra malos, de fronteras lineales y con clichés encasillados. Por esta
Nótese que si se cuantifica la superficie entre dichas vías pecuarias arroja una dehesa de más de 100 ha
(Moya-Maleno y Monsalve, 2015: 262, fig. 3).
46
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razón, no es descabellado pensar, más que en emigraciones colectivas, en un proceso paulatino de despoblamiento entre los siglos XIII y finales del XV donde tampoco hay que desterrar la idea de los vacíos político-documentales, no de gentes.
Sea como fuere, lo que también evidencia el caso de Peñaflor será las consecuencias para el medio y los habitantes de la fundación de nuevos emplazamientos.
Las arduas condiciones de vida en este contexto encastillado y agreste sólo son
equiparables al impacto de la acción de los pobladores de estas aldeas sobre el
medioambiente. Salvando la controvertida existencia de una población en Jamila,
su legendario abandono en 1333 redunda en el hecho de que estas colonizaciones
representarán el primer paso para la destrucción de un biotopo más o menos original –o al menos regenerado– desde época romana. El paso a un estatus de dehesa
todavía retendrá algo la destrucción del mismo pero no por mucho tiempo. La tala
y roturación progresiva desde la Edad Media de un valle arcilloso sensible a la
erosión ya había iniciado la alteración drástica los biorritmos del Alto Jabalón y,
por ende, la propia existencia de núcleos que vivieran directamente de él.
Ante este panorama, queda para el futuro contrastar las hipótesis planteadas y
afrontar empíricamente si este proceso puede considerarse general para las aldeas
de repoblación desaparecidas. Además, cuando menos en el caso de Peñaflor, conocer más en profundidad el urbanismo, las condiciones de vida de los pobladores,
su relación con otros núcleos y la naturaleza e intensidad de los cambios que infringieron en el medievo. Igualmente, a este respecto, hay cuestiones que resisten
los envites de los investigadores y habrá que esperar nuevos resultados por parte de
arqueólogos e historiadores. Con suerte, la resolución de algunas incógnitas, como
cerrar la horquilla cronológica de Peñaflor, podría realizarse con nuevas analíticas
de radiocarbono sobre inhumaciones conocidas y otras por conocer. Sin embargo,
por ejemplo, cuestión más ardua será concretar la procedencia específica de los
pobladores, no ya a nivel individual de cada familia –cuestión prácticamente imposible–, sino si tan siquiera dilucidar el instigador político de la misma. Como el
propio inicio y fin de Peñaflor, conocerlos o no dependerá del paso del tiempo y de
los condicionantes generales y particulares que le afectan.
* *
RESUMEN DE TESTºIMONIOS DE PEÑAFLOR
1232: El maestre don Pedro González Mengo cede temporalmente, para los días
de su vida, a Álvaro García Pérez, alcalde del rey, y a su mujer Doña Sancha la
mitad de Peñaflor, pobla que se halla en el término de Montiel. A cambio a su
muerte estos legarán a la Orden todos sus bienes.
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1238: Peñaflor y otras aldeas tienen una iglesia construida por la Orden de Santiago sin la anuencia del Arzobispado de Toledo. Se pleitea.
1243: Peñaflor se cita como despoblado y sin iglesia en la sentencia de Fernando
III ‘El Santo’ como resolución a tres bandas entre la Orden de Santiago, el Arzobispado de Toledo y el Concejo de Alcaraz.
1409: Primera mención a la encomienda de Carrizosa y Peñaflor. Formada también por sus territorios de El Salido, Peñaflor y otros en la actual Villanueva de
los Infantes.
1414: Peñaflor se cita como despoblado.
1478: Peñaflor es una dehesa en Infantes que renta 6.000 maravedíes a la encomienda de Carrizosa según testimona Enrique Manrique a los visitadores de Orden de Santiago.
1480: La Moralexa dice tener una fortaleza que llaman de Peñaflor, que esta la
parte del Sur de ella.
1517: Hernando Colón señala que Villanueva de los Infantes tenía el «castillo de
Peñaflor» a un cuarto de legua llano, aunque la última mitad del camino es cuesta
arriba.
1743: El comendador de Carrizosa declara que la dehesa de Peñaflor tiene 6.457
pasos de perímetro.
1751: El catastro de Ensenada de Villanueva de los Infantes señala la pertenencia
de la dehesa de Peñaflor a Carrizosa.
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Las dehesas del Campo de Montiel en la Edad Media
Beatriz Arias Sánchez
Universidad de Castilla-La Mancha
Recibido: 29-IX-2013
Aceptado: 20-IX-2014
RESUMEN
En el Campo de Montiel han sido documentadas más de cuarenta dehesas, pertenecientes a las dignidades y concejos de la Orden Santiago, quienes las explotaron casi en su totalidad, y fueron arrendadas, entre otros, a los rebaños trashumantes de la Mesta. El tránsito de estos ganados originaría
multitud de conflictos, como por ejemplo aquellos relacionados con la actividad de los alcaldes entregadores.
PALABRAS CLAVE: Dehesas, Campo de Montiel, Orden de Santiago, Mesta, Alcaldes entregadores.
ABSTRACT
In Campo de Montiel, over forty “dehesas” (pasturelands) belonging to the dignities and councils
of La Orden de Santiago have been documented. They exploited almost entirely these “dehesas”
(pasturelands), which were rented to the transhumant flocks of the “Mesta”, among others. The
transit of these cattle would cause many conflicts, such as those related to the activity of the “alcaldes
entregadores”.
KEYWORDS: Dehesas (pasturelands), Campo de Montiel, Orden de Santiago, Mesta, Alcaldes
entregadores.
1. INTRODUCCIÓN
Las características geográficas de la Península Ibérica propiciaron el desarrollo
de la trashumancia desde el norte de la Península hasta el sur de la misma. Este
tránsito de ganado de norte a sur fue favorecido además por la disposición de
las cañadas. En este marco, el Campo de Montiel se encontraba en una situación
estratégica, situado en el centro peninsular, atravesado por la Cañada Conquense y
con numerosas superficies de pastos y dehesas para el herbaje del ganado. También
hay que tener en cuenta que por estas cañadas transitaban, entre otros, los ganados
de la Mesta que iban a pastar a estos territorios, cuyos intereses eran protegidos
Beatriz Arias Sánchez
por los alcaldes entregadores. Por este motivo, analizaremos la importancia de
estas características geográficas del Campo de Montiel, y como influyeron en la
creación de dehesas en esta zona, lo que supuso no solo una fuente de ingresos para
los arrendadores, sino que también su aprovechamiento fue la razón de numerosos
enfrentamientos, lo que nos lleva a analizar la actividad desempeñada por los
alcaldes entregadores, sus funciones y la rentabilidad que extraían de ellas1.
2. SITUACIÓN ESTRATÉGICA DEL CAMPO DE MONTIEL EN LA
PENÍNSULA IBÉRICA
El surgimiento de las Órdenes Militares, y de sus posesiones, en La Mancha
estará íntimamente relacionado con el paisaje, como veremos a continuación.
Según Ch. J Bishko (1965: 201-218):
«la reconquista se nos ofrece como un movimiento de frontera, es decir,
ocupación y desarrollo de los territorios relativamente deshabitados próximos a
otros ocupados por una sociedad de tipo expansivo».
Dos de los factores que fomentaron la actividad ganadera como una de las más
importantes en estos territorios fueron los rasgos geográficos y la actividad bélica.
En primer lugar, entre las características geográficas hay que destacar los
fuertes contrastes climatológicos y la existencia del matorral como vegetación
predominante, que comprende varios tipos de arbustos leñosos, aromáticos, de
raíces profundas, hoja coriácea, siempre verde y resistentes a las sequías, como
la retama, la aliaga, el brezo, la salvia, el romero, la jara y otros. Parece probable
que, durante la Edad Media, las extensiones de hierba fueran mayores que en la
actualidad; desaparecidas después de siglos de pasto e incendios de primavera.
Esto se comprueba en los documentos medievales, donde se hace referencia a
derechos de pasto en los herbazales y no en los matorrales.
Estas hierbas se encuentran en las llanuras de Chinchilla y Albacete, en los
Campos de Montiel y Calatrava, y en los abrigados valles de Sierra Morena cerca
de Alcaraz y del Valle de Alcudia. Un dato importante sobre estas hierbas es
que no sólo abundan en primavera, sino también durante el otoño. Esto explica
la trashumancia hasta allí de ovejas y ganado vacuno procedente del norte para
su aprovechamiento. Este fenómeno jugó un papel destacado en la configuración
1
Este estudio forma parte de la tesis doctoral: Pastos y rebaños en los dominios de las Órdenes Militares
en La Mancha, siglos XIII al XV, que fue financiada por una beca de investigación para la Formación de
Profesorado Universitario (FPU) concedida por el Ministerio de Educación y Ciencia.
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Las dehesas del Campo de Montiel en la Edad Media
social y económica de las regiones manchega y extremeña durante la época en que
fueron tierras fronterizas.
Además, la actividad ganadera siempre ha estado presente en la economía de la
zona ya que se considera imprescindible para la vida. Normalmente, en casi todas
las poblaciones se reservaban unas determinadas zonas para poder alimentar al
ganado estante. Además las condiciones climáticas y topográficas de la península
posibilitaron la práctica de la ganadería y el desarrollo de la trashumancia. La
mayoría de los investigadores sostienen la existencia de movimientos trashumantes
de corto alcance desde la antigüedad, basándose en el estudio de fuentes literarias
latinas y arqueológicas. Estos movimientos pudieron ser el origen de la gran
trashumancia (Klein, 1981: 21-22).
En cuanto a la actividad bélica, hay que decir que tras la batalla de las Navas de
Tolosa en 1212, se fundaron las Órdenes Militares, entre ellas la Orden de Santiago,
que desempeñaron un papel militar y económico importante en La Mancha.
Recibieron extensos territorios por el sur de la Cordillera, donde imperaba un
clima de inseguridad, desarrollándose la ganadería como una actividad pionera en
la frontera (Gerbet, 1986; Rodríguez-Picavea, 2001; Ruiz, 2003). Paralelamente
a esta ganadería de frontera, se practicaría una ganadería más modesta, estante o
trashumante de corto radio, por los pequeños propietarios locales.
Se podría decir que las Órdenes Militares actuaron como agentes colonizadores,
por un lado constituyendo encomiendas, y por otro explotando el territorio, en este
punto destacaría el arrendamiento de dehesas a los vecinos, y si era una dehesa
de pasto podían incluso arrendarla a los serranos. No hay que olvidar que tanto la
Orden de Calatrava como la de Santiago fueron las únicas en la creación de una
encomienda privativa encargada de la explotación de sus propios ganados, como
fue el comendador de Vacas.
En este punto hay que introducir la importancia de la situación estratégica del
Campo de Montiel, que fue uno de los principales territorios en los que se asentó
la Orden de Santiago.
En primer lugar, el Campo de Montiel tiene una elevada altitud (entre
ochocientos y mil metros), y determina la divisoria de cuencas fluviales que
forman el paso natural entre la meseta, levante y el Guadalquivir. Estas condiciones
originan un clima muy extremado, que fue desfavorable para el desarrollo de la
población, pero favorable para la ganadería (Corchado, 1971: 11).
En segundo lugar, el Campo de Montiel tiene un trazado longitudinal que
coincide con el de la Cañada Conquense, la que cruza este Campo en sus últimos
tramos hasta llegar a la Sierra de Segura, uno de los invernaderos más importantes
de la Península.
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Y por último, la abundancia de zonas de pastos y dehesas a lo largo de este
trazado longitudinal ayudaron a estructurar el entramado social y económico de la
Orden de Santiago, al igual que en el resto de las Órdenes situadas en La Mancha.
También se ha interpretado la intención de potenciar la ganadería y los espacios
ganaderos como una forma de expansión de los dominios de las Órdenes.
Pero el desarrollo de la actividad ganadera en los señoríos de las Órdenes
Militares se encontraría limitada en algunos aspectos por el Concejo de la Mesta,
como se verá más adelante.
3. ORIGEN DE LAS DEHESAS EN EL CAMPO DE MONTIEL
No se puede afirmar con seguridad el momento exacto de aparición de las
dehesas2, aunque sí se sabe que las dehesas comenzaron a mencionarse en la
documentación desde el siglo XII. En concreto, en las donaciones reales realizadas
por la monarquía a las Órdenes Militares, en las que se concedía a éstas un extenso
dominio en agradecimiento por su participación en la conquista y defensa de estos
territorios. Antes de que comenzaran a surgir estas dehesas, el paisaje agropecuario
era muy diferente, como se podrá comprobar a continuación:
Iniciaremos este apartado a partir del periodo de reconquista del territorio de
La Mancha desde 1085 hasta la victoria en las Navas de Tolosa en 1212. Tras
esta batalla frente a los musulmanes, se recuperó la zona de La Mancha, en
concreto, el Campo de Calatrava, y se conquistó el Campo de Montiel y la sierra
de Alcaraz. De esta nueva ocupación se aprovecharon los grandes magnates, y las
Órdenes Militares ampliaron y completaron sus dominios. En concreto, la Orden
de Santiago fue la que más territorios ganó, pues recibió entre otras posesiones,
todo el Campo de Montiel, que pertenecía al distrito islámico de Alambra y otras
posesiones en la Sierra de Segura.
Las primeras noticias sobre donaciones reales en este territorio no se produjeron
hasta 1213. En un primer momento, y hasta que aparecieron las dehesas, los
montes, prados y pastos formaban parte del paisaje de este territorio (Ruiz, 2002 y
2003; Rodríguez-Picavea, 2001). Unos espacios que comenzaron a ser reducidos
debido a la tala abusiva de árboles; otros sufrieron una degradación debido a un
aprovechamiento comunal excesivo a lo largo de los siglos. Otros se transformaban
en dehesas, con lo que se evitaba su destrucción, y mantenían su utilidad. Las
Para definir qué es una dehesa se partirá de la definición de D. Sebastián de Covarrubias (1611 [1979]:
447-448), «la dehesa es un campo de yerva, donde se apacienta el ganado», como declara la Part. 7, XXXIII,
ley VIII: «Pascua llaman en latín a la defesa o estremo do pacen y se gobiernan los ganados, y por estar guardada y defendida hasta cierto tiempo que admitan el ganado, se llamó defesa y corrompido el vocablo dehesa».
2
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Las dehesas del Campo de Montiel en la Edad Media
primeras donaciones del siglo XIII permiten estudiar estos espacios comunales,
aunque no incluyen ninguna mención referente a las dehesas. Para comprobar esto,
se proporcionarán algunos ejemplos:
En 1213 se produce la concesión del castillo de Eznavexore, la primera
donación real a la Orden de Santiago en el Campo de Montiel. Por otra parte, se
sabe, por documentación más antigua, que este lugar había sido una fortaleza en
época musulmana, por lo que parece probable la hipótesis de otros autores que
defienden la continuidad del poblamiento musulmán tras la conquista cristiana de
estos territorios.
La documentación que se contiene en la carta de concesión de este castillo de
1213, describe la existencia de montes, bosques o nemoribus (que también puede
ser interpretado como una zona de monte alto), aguas, ríos, prados pastos y todas
sus pertenencias3. En esta zona no se registran donaciones posteriores, por lo que
no se puede observar la evolución de este término hasta el siglo XV, cuando se
le denomine Villamanrique. Por lo tanto en el siglo XIII, en Eznavexore, sólo
se tenía constancia de la existencia de espacios de aprovechamiento comunal,
como eran los montes, prados y pastos. Después Eznavexore decayó debido a
la construcción de la fortaleza de Santiago de Montizón (Corchado, 1971: 78).
Gracias a la información recogida en el Apuntamiento Legal de B. Chaves (1975
[1740]: fols. 17v, 25v, 41v y 191v.) podemos confirmar que este castillo y su
territorio constituían un despoblado en 1243 y así continuaba en 1468.
En mayo de 1215, en Alhambra, tenemos otra noticia documental que hace
referencia a estos espacios ganaderos. En este año se realiza una donación en los
mismos términos que en el caso anterior:
«[...] donatione castelli de Alfambra quod fratres milicie Sancti Iacobi et vobis
dederunt ad populandum pro remidio animae vestre, ut illud habeatis omnibus diebus
vite vestrae, cum suis terminis, cum montibus, fontibus, pratis, pascuis, ingressibus
et egressibus; et post decessum vestrum iadictum castellum de Alfambra, predictis
ordinis Militiae Sancti Iacobi fratribus reddit [...]»4
En esta donación se conceden montes, prados, pastos, etc. pero todavía no
se hace mención a las dehesas, por lo que se puede afirmar que las primeras
donaciones del siglo XIII supusieron el primer asentamiento de la Orden en el
territorio de La Mancha. Estas donaciones tenían como objetivo atraer a nuevos
pobladores a este territorio, por lo que se ofrecían medios necesarios para poder
3
AHN, OO.MM. Uclés. Carp. 214. Vol. I, núm. 2. Y en el Bullarium de la Orden Militar de Santiago, fol.
60. Script. I, núms. 1y 2.
4
AHN, Cód. 1046B. Tumbo Menor de Castilla. Lib. I, c. 29, pp. 62-63.
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subsistir. En estas donaciones se pueden distinguir diferentes usos del espacio
comunal, y proporcionan una visión muy completa del paisaje existente en el siglo
XIII, formado principalmente por ríos, fuentes, normalmente para el uso humano y
para el ganado, montes, o tierras altas, prados y pastos. En muchos casos hubo un
aprovechamiento comunal de ellos, propiciándose la recogida de frutos, la madera,
el carbón, pastos, cultivos agrícolas... y, en ocasiones, según avanzamos hacia el
sureste, aparecen los árboles frutales y las huertas. Conforme avance la repoblación
y disminuya el peligro de la frontera, estos espacios comunales se irán protegiendo
frente a la llegada de ganados foráneos y otros moradores. Aparece entonces, el
acotamiento de pastos, sobre todo en aquellos lugares que no se despueblan y que
reciben nuevas concesiones o confirmaciones de privilegios reales, en los que se
menciona expresamente la existencia de defessis. Como se produjo en la entrega
del castillo de Alambra en enero de 1217, donde se cita la existencia de una dehesa:
«[...] Dono itaque in super eidem quod de uno quoque grege quem infra predictos
terminos invenerint, pascendo vel venendo, de grege accipiant duos carneros,
de cuniculario IIII pelles, de losario quatro cuniclos cum suis pellibus, partes in
deffesa in cautata in qua nec pascant nec venentur et istud fiat annuati [...]»5
El documento menciona los derechos que se recaudaban sobre los rebaños
que acudían a pastar, tomándose dos carneros de cada uno, cuatro pieles de cada
conejero, y el losero, cuatro conejos con sus pieles. Por último, cabe destacar
que en la dehesa acotada o “defendida” no debería pastar ningún ganado que no
fuera del lugar, en defensa del ganado local. Cabe destacar la existencia, de un
circuito de trashumancia de corto radio, a pesar de la cercanía a la frontera y de las
circunstancias bélicas.
La dehesa mencionada fue concedida al castillo de Alhambra. Al estar acotada
a ganados foráneos, se sabe que sólo podía ser utilizada por los habitantes de
dicho lugar para sus ganados. Quizá fuese una dehesa boyal y, por tanto, los que
venían de otros lugares arrendaban al concejo otras dehesas concejiles, por las
que pagaban ciertos derechos. Los ganados foráneos tampoco podían pasar a estas
dehesas boyales, por el posible daño que pudieran causar en los cultivos. Por lo
tanto, y aunque no fuesen citadas, tenían que utilizar otras dehesas o aprovechar
los espacios comunales para alimentar a los ganados no boyales. Por otra parte, la
trashumancia no estaba todavía muy desarrollada en el siglo XIII, por lo que no
había tanta necesidad de conseguir pastos.
5
AHN, Cód. 1046B. Tumbo Menor de Castilla, Lib. I, c. 30, pp. 63-66. AHN, OO. MM. Uclés. Carp.
51. Vol. I, núm. 3.
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Las dehesas del Campo de Montiel en la Edad Media
Como se ha comentado anteriormente, dos años después de la donación de
Alhambra, encontramos la primera referencia a una dehesa. Podemos preguntarnos
por qué no se mencionan en el primer documento. Quizá porque durante este primer
año la población se estuviese asentando, y quizá los aprovechamientos comunales
eran suficientes para sustentar a la población, o quizá por desconocimiento, o
porque posteriormente la Orden comienza a desarrollar un cambio en su orientación
económica fundamentado en los arrendamientos de los pastos. Es posible que no
existiesen dehesas en este lugar anteriormente, o si existían, no las consideraron
importantes por algún motivo. Como es sabido, las dehesas aparecen registradas
en la documentación desde la Alta Edad Media, por lo que no se entiende la
inexistencia de esta mención. La creación de dehesas se produjo en la mayoría
de los lugares por razones muy concretas, pero siempre como una demanda de
la población que se instalaba en ese lugar. Además, cabe suponer que la llegada
de pobladores al castillo fue progresiva. Quizá con la llegada de estos pobladores
fueron surgiendo las necesidades de reorganizar los espacios comunales, y más
cuando se produjo el desarrollo de la trashumancia. De todos modos, es muy
probable que existiera al menos una dehesa por concejo; y no solo dehesas, sino
que desde épocas muy tempranas se van a constituir comunidades de pastos entre
concejos vecinos dando lugar a espacios ganaderos comunales.
Tras esto se puede concluir que las dehesas, montes, prados, pastos y otros
espacios destinados al aprovechamiento ganadero son otorgados desde el momento
en el que se asienta la población a través de las concesiones reales. Aunque existen
diferencias entre ellos, primero que las dehesas como espacios acotados podían ser
de propiedad comunal o señorial, a diferencia de los prados y pastos que siempre eran
espacios comunes a todos los vecinos o moradores cercanos a ellos. Segundo, que
de las dehesas se podrían obtener cuantiosos beneficios económicos por medio del
arrendamiento de sus pastos o por el cultivo de ciertas zonas de ella. Los beneficios
extraídos de los montes y prados, al ser bienes comunales, eran más bajos; aunque
podían aumentar si se arrendaban a los ganados trashumantes. Tercero, las dehesas
solían estar dedicadas preferentemente al aprovechamiento ganadero, ya sea para
el ganado estante o trashumante. Sin embargo, los montes estaban dedicados a
diversos usos, como la roza de leña, la caza o el aprovechamiento de sus pastos;
también se podían labrar algunas parcelas si se pedía licencia para ello. Además,
hay que tener en cuenta que la madera era un material imprescindible para la vida
en la Edad Media. Para finalizar, de los prados se podrían extraer beneficios como
frutos silvestres o segar el heno o la hierba. Y por último, se puede mencionar una
semejanza entre ellos, pues tanto montes como dehesas tienen en común la fuerte
regulación que existe para su aprovechamiento. Por ejemplo, quien entrara en una
dehesa de forma ilegal y la dañara tendría que pagar graves penas (González, 1975;
Carlé, 1976; Clemente, 2013).
177
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También se pueden enumerar una serie de diferencias entre aquellos lugares
que se despoblaron debido a la creación de nuevas pueblas en lugares estratégicos
cercanos, y aquellos otros lugares en los que va aumentando su población
progresivamente, provocando cambios económicos y sociales dentro y fuera de sus
términos. Muchos comendadores tenían dehesas en sus encomiendas, pero también
percibían diezmos de las dehesas pertenecientes a los concejos de su señorío. Los
lugares en los que la repoblación tuvo éxito, no parece que tuvieran dehesas en
un primer momento, sino que se hicieron a partir de finales del siglo XIII, y sobre
todo, en la centuria siguiente, según iba aumentando el número de pobladores.
Esto lleva a plantearse una serie de hipótesis, la primera, quizá no se citaban por
un olvido de quién redactó los documentos, aunque no parece muy probable. Es
posible, que no se mencionaran por desconocimiento del lugar concreto donde
se situaban. Esta razón podría ser la más acertada, porque tal vez los primeros
caballeros que llegaron a estos territorios o no conocían la existencia de estos
espacios acotados o no le dieron demasiada importancia, y por lo tanto, hasta que
no se repoblara el territorio, y hubiese un reconocimiento exhaustivo del lugar, no
aparecerá la mención a las dehesas. Sin embargo, sí se menciona la existencia de
dehesas en algunos territorios de los dominios de la Orden de Santiago, en donde
se establecen una serie de cláusulas para impedir la entrada de ganado en estos
espacios. Se puede pensar que su aparición está relacionada con la evolución del
poblamiento del territorio, aunque es difícil de precisar esto en un intervalo de
tiempo tan pequeño. Quizá con las licencias de finales del siglo XIII se produjera
una considerable llegada de población, obligando con ello a la concesión de nuevas
posesiones y pertenencias, entre las que se incorporaron las dehesas. También cabe
pensar en una reorganización del ejercicio del señorío de la Orden en La Mancha.
4. EXPLOTACIÓN DE LAS DEHESAS EN LA EDAD MEDIA
Antes de hablar de la explotación de las mismas, hay que tener clara su
tipología. Se puede analizar las diversas tipologías de dehesas atendiendo a
dos aspectos, su situación jurídica y su aprovechamiento. Según su situación
jurídica, se encontrarían las dehesas concejiles, que a su vez se dividen en boyales
(destinadas a mantener los ganados de labranza), dehesas del común (gratuitas y
destinadas a mantener el ganado vecinal, que no fuera de labranza), dehesas de
propios (se incluían dentro de los bienes de Propios, propiedad del concejo; los
vecinos no podían utilizarlas libremente, sino que debían pagar un herbaje); las
dehesas de señorío de la Orden de Santiago y las dehesas particulares. En cuanto
a su aprovechamiento, las dehesas son de puro pasto o de pasto y labor. Pero ésta
no es una división estanca, sino que los diferentes tipos son compatibles entre sí.
Para comprender esto, hay que tener en cuenta la evolución de estas dehesas, ya
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Las dehesas del Campo de Montiel en la Edad Media
que, si en un principio solamente eran de pasto, posteriormente y dependiendo de
las necesidades de la población, pudieron transformarse en dehesa de pasto y labor,
para satisfacer la creciente demanda de alimentos.
Esta transformación puede observarse con más claridad desde mediados del
siglo XIV. Desde mediados de este siglo hasta finales del siglo XV hay un aumento
de referencias a dehesas en los documentos, de tal manera que se han podido
documentar unas cuarenta dehesas en el Campo de Montiel. La razón es que se trata
de un momento histórico totalmente diferente, cuando se estaban llevando a cabo
las últimas conquistas y se creaban las poblaciones tardías. A ello se une el interés
por parte de los maestres y comendadores por obtener más beneficios económicos
a través de las dehesas, de ahí su importancia durante este periodo y su abundancia
documental, sobre todo a partir del siglo XV. Además, el auge de la trashumancia
también se inicia en estos momentos. A continuación, se expondrán una serie de
etapas en las que se podrá observar mejor la evolución en la explotación de las
dehesas:
En primer lugar, desde finales del siglo XIII hasta mediados del siglo XIV,
coincidiendo con un importante desarrollo ganadero, sobre todo de la ganadería
trashumante, fomentado por Alfonso X, comenzaron a surgir una serie de conflictos
provocados por la llegada de ganados foráneos a estos lugares, en detrimento de
los intereses agrícolas y ganaderos de los vecinos del lugar. Esto conllevó que se
solicitasen licencias para acotar determinados territorios, destinados a satisfacer
las necesidades más primarias. En un principio, surgieron numerosas dehesas
destinadas al ganado boyal, como se ha indicado anteriormente.
En segundo lugar, desde mediados de este siglo hasta finales del siglo XV hay
un aumento de referencias a dehesas en los documentos. La razón es que se trata
de un momento histórico totalmente diferente, cuando se estaban llevando a cabo
las últimas conquistas y se creaban las poblaciones tardías. A ello se une el interés
por parte de los maestres y comendadores por obtener más beneficios económicos
a través de las dehesas, de ahí su importancia durante este periodo y su abundancia
documental, sobre todo a partir del siglo XV, que es cuando, por lo menos
documentalmente, se produce un aumento en el número de las dehesas señoriales.
Además, el auge de la trashumancia también se inicia en estos momentos. Esto
conllevó el surgimiento de numerosos conflictos entre agricultores y labradores
por la escasez de tierras (García de Cortázar et al., 1985: 154-155); también se
produjeron enfrentamientos como consecuencia de modificaciones en las dehesas
desde finales del siglo XV (López-Salazar, 1986), por ejemplo, se rompían las
comunidades de pastos acordadas desde finales del siglo XIII entre diferentes
poblaciones; los concejos se quejaban por los abusos cometidos por comendadores
en zonas de aprovechamiento ganadero, como fue el caso de la muda de mojones
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en las dehesas del Campillo y Valhermoso de la encomienda de Membrilla, o
enfrentamientos entre las propias dignidades de la Orden por la percepción de las
rentas proporcionadas por los arrendamientos de las dehesas6; existían conflictos
entre los concejos y el Honrado Concejo de la Mesta por la actividad que llevaban
a cabo los alcaldes entregadores y por el paso de ganado trashumante por sus
territorios, etc. (Chaves, 1975 [1740]: fols. 17v, 56r y 193r-v; Gerbet, 2003: 192s)7.
Llegados a este punto vamos a analizar más profundamente los enfrentamientos
surgidos por la actividad desempeñada por los alcaldes entregadores en el Campo
de Montiel.
5. LA ACTIVIDAD DE LOS ALCALDES ENTREGADORES EN EL
CAMPO DE MONTIEL
Antes de analizar quiénes eran y la función que tenían los alcaldes entregadores
es necesario conocer la organización interna del Honrado Concejo de la Mesta.
Parece probable que durante la primera mitad de la Edad Media surgiera dicha
organización ganadera por iniciativa de los propios ganaderos, posiblemente de
la Meseta Norte, quienes pretendían defender sus intereses frente a los grandes
propietarios del Sur, como las Órdenes Militares y algunos concejos; pero fue
durante el reinado de Alfonso X cuando recibiera un gran impulso al ir dotándola
de una normativa que delimitara su funcionamiento. Por ejemplo, y dentro de las
medidas organizativas, para que este Concejo se fortaleciera era necesario que los
asociados actuaran con el mayor acuerdo posible, esto se consiguió mediante la
celebración de reuniones, a las que se les denominaba mestas. Estas primigenias
reuniones locales pasaron a ser regionales. Además, la organización nacional de la
Mesta no podía funcionar con eficacia sin estas paradas regionales. En los primeros
tiempos, las reuniones solían ser tres al año, luego se redujeron a dos en 1500, y
finalmente a una en el siglo XVII.
Las asambleas solían tener lugar en una Iglesia, aunque también podía reunirse
a campo abierto. En ellas se debatían temas relacionados con la industria pastoril:
robos de ganados, ganado descarriado, agresiones a pastores, nombramientos de
cargos, etc.
AHN, OO. MM. Lib. 1064c, fols. 153-157. En este amojonamiento se refleja este tipo de conflictos y el
método seguido para realizar un nuevo deslinde en las dehesas: averiguaciones, “hombres buenos”, utilización de cruces, piedras, árboles como mojones, etc; AHN, OO. MM. Uclés. Carp. 216, núm. 5.
6
7
AHN, OO. MM. Lib. 1064c, fol. 219.
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180
Las dehesas del Campo de Montiel en la Edad Media
La Mesta fue administrada por un cuerpo propio de funcionarios que llevaban
la contabilidad y defendían sus intereses en los estratos judiciales. La organización
interna de la Mesta era jerárquica, en cuya cúspide se encontraba el Presidente.
Durante la Edad Media fue desempeñado por algún entregador importante o
notario real, pero los Reyes Católicos asignaron este oficio al miembro más anciano
del Consejo Real (Argente del Castillo, 1987; Fernández Albaladejo, 1994), con
amplios poderes ejecutivos y judiciales, como por ejemplo, atendía las quejas
contra los entregadores y funcionarios de la Mesta, vigilaba su gestión y cubría las
vacantes de los puestos subalternos. Este oficio se entendía como un nexo entre la
Mesta y el Gobierno central.
En este sentido, hay que decir que, los Reyes Católicos no solamente
introdujeron cambios en el cargo del Presidente, sino también proporcionaron a
esta institución una base legislativa y una organización más firmes. De este modo,
podían tener un mayor control sobre el Concejo de la Mesta (Klein, 1971: 80s y
97-107; Marín Barriguete, 1992).
Además, su administración interna se componía de diferentes miembros, entre
los que se encontraban los Alcaldes de Mesta o Alcaldes de Cuadrilla, que eran los
vigilantes de las leyes pastoriles, y los encargados de vigilar que se devolviesen
las reses mezcladas. Se elegían dos o más por cuadrillas durante cuatro años.
Su gestión podía ser apelada en el Consejo de los alcaldes de apelación (García
Martín, 1990: 126-128; Marín Barriguete, 1995).
En cuanto a los entregadores, eran funcionarios ambulantes de la Mesta. Su
número tenía relación con las cuadrillas y las cañadas, posteriormente fueron
nombrados por diócesis, asignándoles soldada fija. A pesar de que eran reducidos
en número estaban acompañados de legiones de alguaciles, escribanos, notarios,
entre otros acólitos. Su deber era amparar contra toda exacción injusta a las víctimas
indefensas. En el exterior, el entregador actuaba como protector de los intereses de
la Mesta, en virtud, de ser el representante del Soberano. De todo ello, debía dar
cuenta en las asambleas. Dos de sus principales funciones eran:
1. Conservar en buen estado las cañadas, abrevaderos, y descansaderos de los
ganados trashumantes.
2. Revisar y restringir los abusos de agricultores y campesinos en los pastos
públicos, bosques y terrenos libres.
Había otra función relacionada con las anteriores, la protección de los pastores
contra la violencia, injusticia de los funcionarios locales, campesinos, salteadores de
caminos... que estaba a cargo de los “caballeros” dependientes de los entregadores.
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De ahí, que las ciudades y villas intentaran evitar la entrada de estos alcaldes en sus
territorios. En algunos casos, se disponían restricciones contra estos entregadores,
basados en la existencia de privilegios que limitaban la jurisdicción de los jueces
de la Mesta, a los casos en los que los rebaños entraran en campos cultivados
colindantes (Klein, 1981: 97-107; Argente del Castillo, 1987; García Martín, 1990:
129s).
Estaba estipulado que el entregador iría acompañado por el alcalde ordinario,
que era la principal autoridad del pueblo. En un primer momento, esta colaboración
fue primordial, pero al fortalecerse la Mesta y su relación con la Corona, ésta pasó
a ser una mera fórmula.
El entregador más importante era el entregador mayor. Este cargo lo ejercían
sólo personajes de rancia nobleza y preferentemente los más próximos al Rey.
Era muy importante para la Mesta la designación de un miembro del Consejo
Real como entregador mayor, para que tuviera un representante suyo al lado del
Soberano para defender sus intereses (Klein, 1981: 90).
Pero la ejecución de sus funciones chocaba con los intereses de las ciudades y
sus autoridades, lo que les valió numerosos conflictos, como se verá a continuación.
Según los datos de la legislación mesteña se puede concluir que esta actividad
era una fuente de ingresos relacionada con la trashumancia. En concreto, serían
los beneficios pecuniarios de la actividad judicial de los alcaldes entregadores,
encargados de resolver litigios entre los pastores y los concejos a lo largo de cada
cañada lo que proporcionaría mayores beneficios. Estas sentencias sólo se podían
apelar ante el rey.
Los ganados del Concejo de la Mesta causaban daños en los cultivos y
dehesas de las ciudades y villas, y los alcaldes entregadores impedían que la justicia
local pudiera conseguir una reparación justa, debido a estos abusos en contra de
anteriores privilegios locales, las ciudades y villas no siempre acogieron a los
alcaldes entregadores de la Mesta pacíficamente.
Estas quejas fueron recogidas en las Actas de Cortes desde finales del siglo XIII
hasta mediados del siglo XIV (Ladero, 1993: 125-126), y de hecho continuaron
presentándose hasta el siglo XVIII, cuando se produjo la disolución de este cargo,
siendo desempeñada entonces por otros oficiales, en concreto por los corregidores
y alcaldes mayores del reino (Klein, 1981: 13, 15 y 105; López-Salazar, 1987). En
las Cortes de Segovia de 1386 se pedía que los pastores pasasen con sus ganados
por las cañadas sin cometer agravios en las heredades y dehesas de los concejos8.
8
Cortes de los Antiguos Reinos..., 1861-1903, “Cortes de Segovia, 1386”. Petición 11. Tomo Segundo,
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Las dehesas del Campo de Montiel en la Edad Media
En cuanto a los conflictos entre los alcaldes entregadores y los concejos de
la Orden de Santiago se producían por la usurpación de cañadas, pastos, terrenos
comunes, dehesas, y por gravar injustamente a los ganados trashumantes que
transitaban por los dominios de la Orden. Estos datos se conocen a través de las
sentencias libradas por los alcaldes entregadores contra los concejos del Campo de
Montiel. Todas estas sentencias datan de finales del siglo XV y, en algunos casos,
los pleitos se podían dilatar en el tiempo.
También se encuentra información sobre estos pleitos en las Cortes de Ocaña de
1469, cuando los “señores de los ganados” se quejan de las imposiciones injustas
que gravaban a sus rebaños, y del estrechamiento de las cañadas desde hacía cinco
años9. Durante el reinado de los Reyes Católicos se convocaron ocho veces las
Cortes para intentar corregir esta serie de abusos. Una de las más conocidas fueron
las leyes de las Cortes de Toledo de 1480, cuando se limitó el servicio y montazgo a
una sola jurisdicción, se prohibió la usurpación de términos y de dehesas, y se limitó
la creación de nuevas dehesas, se ordenó evitar la ruptura de las comunidades de
pasto, usurpación de cañadas, cobros abusivos, etc. (Gerbet, 2003: 181). A través
de estas leyes se protegía y potenciaba el desarrollo de la ganadería trashumante,
muy relacionada con el desarrollo del comercio de la lana y la ganadería estante
(Gerbet, 1999: 19-87). Esto no quiere decir que la relación existente entre estos
dos tipos de ganadería fuese pacífica, pues se tiene constancia que se produjeron
numerosos conflictos. En los concejos había un clima de hostilidad hacia la Mesta
y los pastores trashumantes (Ibid.: 57-87).
Por lo tanto, desde mediados del siglo XV se estaba produciendo un fenómeno
caracterizado por la modificación de las dehesas, lo que continuaría durante el
siglo XVI, y en general, produciría cambios en el paisaje rural y urbano.
5.1. SENTENCIAS CONTRA LOS CONCEJOS POR LA USURPACIÓN DE
TÉRMINOS
Las sentencias contra la ocupación indebida de cañadas y dehesas son más
frecuentes que las provocadas por las imposiciones abusivas, sobre todo desde el
siglo XVI. A continuación, enumeraremos algunos ejemplos de finales del siglo
XV:
p. 344.
9
Cortes de los Antiguos Reinos..., 1861-1903, “Cortes de Ocaña, 1469”. Petición 15. Tomo Tercero, pp.
797s.
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El primero de ellos data de 1492, cuando el alcalde entregador, el Licenciado
Guevara, ejecuta una sentencia contra el concejo de Cózar por haber acotado media
legua del contorno de dicha villa, para venderlo y obtener mayores beneficios.
Con el acotamiento se producía un estrechamiento en las cañadas y veredas,
obstaculizando el paso del ganado. El dicho licenciado ordenó al concejo que no
llevase ni consintiese pena alguna a los ganados de la Mesta que iban y venían a
los extremos pasando por las tierras y las dehesas10.
El segundo se produjo en 1496, cuando el alcalde entregador, Fernando de
Calahorra, ejecutó una sentencia contra el concejo de Villanueva por haber
impedido el paso a los ganados. Por eso, se mandaba abrir una cañada entre los
panes y viñas11.
Estas sentencias se dilataron en el tiempo e incluso hubo nuevas sentencias
contra aquellos que acotaban términos y dehesas durante los siglos XVI y XVII.
5.2. IMPOSICIONES INJUSTAS Y OTRAS EXTORSIONES A LOS GANADOS
DE LA MESTA
En este apartado se analizarán aquellas sentencias contrarias al gravamen de
ganados de la Mesta con imposiciones injustas u otros agravios, y para impedir las
extorsiones de los pastores y ganados del Concejo de la Mesta durante el siglo XV:
En 1487, tenemos noticias de una sentencia contra el concejo de la Torre de
Juan Abad por haber tomado imposiciones injustas a los ganados trashumantes. En
el siglo XVI volvería a ser condenado por la misma razón, con lo que se demuestra
que estos enfrentamientos se podían dilatar mucho en el tiempo sin encontrar una
solución definitiva12.
En 1493, se recoge otra sentencia librada por el Licenciado Vinuesa contra el
concejo de La Puebla por gravar a los ganados que pasaban por su territorio, por
la que ordenaba que permitieran que los rebaños pasaran libremente sin tomarles
derecho alguno13.
En 1499, en Chiclana de Segura, se recoge una sentencia por la que se
condenaba a dicho concejo a restituir lo que se había tomado a los ganados que iban
y venían de los extremos, y que los dejasen pasar libremente sin pena alguna por
10
AHN, Diversos. Mesta. Leg. 71, núm. 6.
11
AHN, Diversos. Mesta. Lib. 284, núm. 20, fol. 185r.
12
AHN, Diversos. Mesta. Lib. 285, núm. 2, fol. 795r. AHN, Diversos. Mesta. Leg. 206, núm. 1 al 10.
13
AHN, Diversos. Mesta. Lib. 285, núm. 27, fol. 628r.
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Las dehesas del Campo de Montiel en la Edad Media
sus términos. Ese mismo año, se ejecutó otra sentencia por el alcalde entregador,
Pedro Nuño, sobre el amojonamiento de la cañada para evitar que se produjesen
daños contra los ganados de la Mesta. Esta sentencia menciona que solamente se
labrase «[...] una de barbecho y otra de fruto y de pan, que quede libre por dos
años, y la otra se labre por otros dos años de barbecho y otro de sembrado [...]»
hasta los mojones donde empieza la cañada14.
Las sentencias provocadas por la usurpación y amojonamientos de términos y
por las imposiciones podían ser apeladas. De todos modos, los resultados solían
ser favorables al Concejo de la Mesta, quien contaba con el favor de la Corona.
En la mayoría de los casos, estos procesos se dilataban en el tiempo, lo que
evitaba cumplir con la justicia, pero gravaba las arcas locales por los costes de las
apelaciones.
6. A MODO DE CONCLUSIÓN
La concesión del Campo de Montiel a la Orden de Santiago trajo consigo
importantes cambios económicos y sociales, pues la concesión de territorios
conllevó cambios en el paisaje, al acotarse términos comunales y transformarlos
en dehesas, que posteriormente serían explotadas por los concejos o por otras
dignidades de la Orden, y que favorecieron a su vez el desarrollo de la ganadería,
tanto estante como trashumante. Con la creación de nuevas dehesas no solo se
conseguía mayor extensión territorial, sino que el poder de las encomiendas también
aumentara. Desde el punto de vista social, los conflictos derivados de la creación
de dehesas, favorecieron la transformación de la estructura de la propiedad en las
zonas rurales
Por otro lado, y dentro de los conflictos tenemos todas estas sentencias que
representan el malestar de los concejos de la Orden de Santiago por permitir pasar
a ganados de la Mesta por cañadas, veredas y dehesas situadas en sus términos.
Este malestar era provocado por los daños producidos en sus términos y por los
conflictos con la Mesta, y con los alcaldes entregadores que, en muchas ocasiones,
abusaban de su poder o hacían valer sus privilegios mesteños para obtener mayores
beneficios en detrimento de los intereses locales. Aunque en algunos casos, las
ciudades y villas eran las que intentaban inculpar a los ganados de la Mesta de
acciones que no habían cometido, o incluso ellos mismos cometían infracciones
(como la usurpación de cañadas o dehesas) que no querían que se descubrieran.
14
AHN, Diversos. Mesta. Leg. 74, núms. 10 y 11.
185
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Estas acciones también muestran que las ciudades y villas querían proteger
sus intereses agrícolas y ganaderos frente a la llegada de ganado “extranjero”,
que en ocasiones ponían en peligro sus cultivos y zonas de pasto. Y por otra parte,
el interés del Concejo de la Mesta por asegurarse pastos a precios controlados.
Además, los alcaldes entregadores mostraron un mayor interés por las multas,
debido a la rentabilidad que se obtenía de ellas, que por proteger a los ganaderos.
Además, estas sentencias indican un problema latente a finales del siglo XV
como fue el crecimiento de población. Un aumento de población que necesitaba la
roturación de mayor número de tierras para poder alimentarse y que ello suponía
a su vez, usurpar porciones de cañadas o dehesas para ser labradas. Ello provocó
finalmente numerosos conflictos entre agricultores y ganaderos, y entre los
agricultores y ganaderos locales con los pastores y señores de ganado de la Mesta.
Para finalizar, hay que decir que el proceso de adehesamiento estuvo unido al
proceso de repoblación llevado a cabo por las Órdenes Militares en La Mancha,
como resultado se crearon más de cuarenta dehesas, que proporcionaron una
alta rentabilidad. Además, no hay que olvidar que tanto las cañadas, como las
encomiendas y las dehesas constituyeron el eje vertebrador de este territorio.
ARCHIVOS
AHN, OO.MM. Uclés. Carp. 214. Vol. I, núm. 2; Carp. 51. Vol. I, núm. 3; Cap. 216, núm.
5. AHN, Cód. 1046B. Tumbo Menor de Castilla. Lib. I, c. 29, pp. 62-63; c. 30, pp.
63-66.
AHN, Diversos. Mesta. Leg. 74, núm. 10 y 11.
AHN, OO. MM. Lib. 1064c, fols. 153-157, fol. 219.
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Territorio y comunicaciones bajomedievales en el
Alto Valle del Jabalón durante el siglo XIII:
experimentalidad y propuestas
Carlos Campayo García1
Pedro R. Moya-Maleno2
Ángel D. Bastos Zarandieta3
Proyecto Arqueológico ‘Entorno Jamila’
Recibido: 10-XII-2013
Aceptado: 5-X-2014
RESUMEN
Este artículo presenta un análisis de las comunicaciones y de las relaciones ópticas, acústicas
y pedestres entre núcleos poblados en el Alto Valle del Jabalón durante el siglo XIII. Para ello,
partiendo de la documentación histórica y de los datos arqueológicos, se han desarrollado dos líneas
paralelas y complementarias de investigación basadas en el análisis cartográfico y en la Arqueología
Experimental. A través de la metodología utilizada es posible aproximarse al funcionamiento de la
red de comunicaciones en el área estudiada y, asimismo, se pone de manifiesto la viabilidad de una
herramienta de trabajo basada en la recreación de sistemas de comunicación medievales.
PALABRAS CLAVE: Proyecto Arqueológico ‘Entorno Jamila’, Comunicaciones, Visibilidad,
Arqueología Experimental, SIG, Alto Jabalón.
ABSTRACT
This paper presents an analysis of the communication and networking optical, acoustic and
pedestrians among population centers in the Upper Valley of Jabalón during the 13th Century. For
this, starting out from the historical records and archaeological data, we has developed two parallel
and complementary research strands based on map analysis and experimental archeology. Through
this methodology we can approach to the communications network in the study area. Besides, we
evidence the usefulness of a set of tools based on the recreation of medieval communication systems.
KEYWORDS: Archaeological Project Jamila Environment,
Experimental Archaelogy, GIS, Upper Jabalón River.
Communications,
1
Licenciado en Historia: [email protected]
2
IP del PAEJ y Doctor en Historia, Universidad Complutense: [email protected]
3
Licenciado en Historia, Universidad de Cádiz: [email protected]
Visibility,
Carlos Campayo, Pedro R. Moya-Maleno y Ángel D. Bastos
1. INTRODUCCIÓN
Dentro del marco del Proyecto Arqueológico ‘Entorno Jamila’ (PAEJ)4 entre
2012 y 2013 se ha desarrollado un ejercicio de Arqueología Experimental cuya
finalidad ha sido comprobar la relación entre puntos poblados vinculados a la
conquista y repoblación del Campo de Montiel durante el siglo XIII.
El estudio, consistente en un análisis de comunicaciones y de visibilidad, se
centró en el Alto Valle del Jabalón, en concreto en la relación de los yacimientos
medievales que se vienen estudiando en el PAEJ (Espadas et al., 2000; Espadas,
2001; Espadas y Moya, 2007; Moya-Maleno, 2013; Id. y Monsalve, 2015) con
otros enclaves coetáneos y de singular importancia, como el castillo de La Estrella
en Montiel (Gallego, 2015; Gallego y Lillo, 2012).
La razón por la que llevamos a cabo este estudio se encuentra en el contexto
sociopolitíco y geoestratégico al que se circunscribe la comarca del Campo de
Montiel, y en concreto el Alto Valle del río Jabalón, entre los siglos XII y finales del
XIII. Se trata de un paisaje de tierra de frontera en la que son continuos los avances
y los retrocesos en los territorios bajo control musulmán y cristiano (Manzano,
1991; García Fitz, 2001; Martín Viso, 2005: 91), teniendo como hitos la batalla
de Alarcos (1195) y la propia caída de Montiel: a pesar del empuje conquistador
cristiano que encarnan la batalla de las Navas de Tolosa (1212) y la cabalgada
de Alfonso VIII hasta Alcaraz (1213), la caída definitiva sólo tendrá lugar algo
más de un década después (Ruibal, 1987: 154; Gallego y Lillo, 2012: 442). Por
tanto, se hacen necesarios dentro de este contexto unos sistemas que permitan
una comunicación rápida, dinámica y efectiva entre los núcleos que articulaban el
poblamiento del Alto Valle del Jabalón por la Orden de Santiago (Ruibal, 1993:
655; Matellanes, 1996: 401; Ayala, 2007: 42).
2. ÁREA DE ESTUDIO Y CONTEXTO HISTÓRICO
El área de estudio se circunscribe a un rectángulo aproximado de 15 x 7 km
de este-oeste y norte-sur, respectivamente, lo que en superficie supone un espacio
de 105 km2. Geográficamente discurre entre las fuentes del río Jabalón, al saliente
de Montiel, hasta el límite occidental del término municipal de Villanueva de los
Infantes, final práctico, a su vez, del área de estudio del Entorno Jamila (MoyaMaleno, 2015) (Fig. 1).
Proyecto viable fundamentalmente gracias al Ayuntamiento de Villanueva de los Infantes (Ciudad
Real); también con la concurrencia de otras entidades públicas y privadas según la actividad y la campaña
(Moya-Maleno, 2013).
4
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Fig. 1: Área de estudio: El Alto Jabalón durante el siglo XIII.
Desde un punto de vista topográfico nos encontramos ante un valle de c. 2
km de ancho articulado por el río Jabalón, situado a, aproximadamente, 830-900
metros de altitud, en el que la formación del terreno presenta dos niveles de terraza
paralelos a éste. El primero, localizado a 700 metros-1 kilómetro del cauce, se
levanta unos 10-20 metros sobre el mismo. El segundo nivel de terraza, el cual
muestra una altura más elevada, 860-950 metros de altitud, presenta mayores
posibilidades de enclaves para el control visual del valle, donde se encuentran la
mayoría de puntos de nuestro estudio. La única excepción es el edificio columnado
de Jamila, que se sitúa en el primer nivel de terraza (Fig. 2).
Los enclaves que se han tenido en cuenta para llevar a cabo el estudio son
aquellos que afectan de forma inmediata al PAEJ, esto es, Peñaflor y Jamila, por
un lado, como yacimientos en los que intervenimos arqueológicamente; y, junto
a ello, en segundo lugar, otros cercanos situados más al este en dicho valle del
Jabalón: Torres, San Polo y el castillo de La Estrella (Tabla 1). En todos ellos existe
un poblamiento coetáneo y acreditado documentalmente cuando menos en 1238.
Estos topónimos se mencionan en ese año en el contexto de las reclamaciones
Distancias (en km)
Peñaflor
Peñaflor
La Estrella
12
San Polo
Calar de
Torres
Jamila
11
8
2
5
13
3
12
La Estrella
12
San Polo
11
2
Calar de Torres
8
5
3
Jamila
3
13
12
3
8
8
Tabla 1: Distancias en kilómetros entre los enclaves de estudio.
191
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Fig. 2: Terrazas del alto valle del Jabalón.
del arzobispo de Toledo, Ximénez de Rada, contra la orden de Santiago por
supuestamente haber fundado iglesias sin su consentimiento y, según los
demandantes, en territorio de la Iglesia toledana: «[...] El Cobiellas, La Moraleia,
la Fuentplana, la Fuent de la Sarza, Pennaflor, Uillar de Iamba, Torres, Odes, El
Almedina, [...] Montiel, [...] Sant Polo, [...]» (Matellanes, 1996: 410; Pretel, 2008:
112) (Fig. 3). Entre ellos no figura explícitamente Jamila, pero la enumeración
de Villar de Iamba entre las aldeas de Peñaflor y Torres y la similitud lingüística
apuntan a que se trata de ella.
Para febrero de 1243 vemos que este poblamiento subsiste en la sentencia
arbitral de Fernando III en el pleito entre Alcaraz y la orden de Santiago sobre
las poblaciones del Campo de Montiel (Matellanes, 1996: 410; Pretel, 2008:
245). En este privilegio real se deniega la reclamación de Alcaraz y se confirman
las posesiones de la Orden en estas tierras, entre ellas: Xamila, Pennaflor y
Torres (Chaves, [1975]: 17v), y por extensión Montiel, cabecera del territorio, y
su posición avanzada de San Polo. Aunque para 1243 aparece una relación de
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Fig. 3: Poblamiento del alto valle del Jabalón en 1238.
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castillos, aldeas y despoblados pertenecientes a la Orden de Santiago en la que ya
se menciona Jamila y Peñaflor como despoblados y Torres como lugar con iglesia
(Chaves, [1975]: 41v), arqueológica y documentalmente podemos hablar de una
subsistencia del poblamiento en estos enclaves (Moya-Maleno, 2015: fig. 6) o, lo
que es lo mismo, de la continuación de una dinámica estratégica en el Valle del
Jabalón.
3. METODOLOGÍA: LOS SISTEMAS DE COMUNICACIÓN EN LA
EDAD MEDIA EXPERIMENTADOS DESDE EL PRESENTE
Basándonos en la documentación histórica y los datos arqueológicos, que
dan claves acerca de la situación socio-política del Valle del Jabalón durante el
siglo XIII, en esta investigación desarrollamos dos líneas de estudio paralelas y
complementarias:
• Análisis cartográfico e implementación de modelos digitales
• Arqueología experimental con trabajo de campo
3.1. ANÁLISIS CARTOGRÁFICO
Se ha realizado un exhaustivo trabajo basado en el análisis de cartografía,
tanto en edición en papel como digital, del Instituto Geográfico Nacional (I.G.N.)
y del Servicio Cartográfico del Ejército, ambas en escalas 1: 50.000 y 1: 25.000
y realizados en distintos años. De igual forma fue de gran valor el análisis a
través de visores cartográficos digitales, como Sigpac, Iberpix o Google Earth.
Estos visores añaden además la ventaja de poder analizar el terreno a través de
ortofotos y complementar a su vez el desarrollo de nuestra cartografía a través de
un Sistema de Información Geográfica (ArcGis 9.1. y GVSig 1.12.0). A través de
estos programas propios de los SIG, pudimos contar además con la información
diversa proporcionada por los WMS (Web Map Services) que ofrecen los distintos
ministerios, entre otros, la red de vías pecuarias con la que contrastar los caminos
tradicionales de comunicación5.
En esta línea se elaboraron una serie de modelos digitales de la cuenca de
visibilidad de cada uno de los enclaves tomados para la investigación. Además
se realizaron cortes topográficos entre los diferentes puntos que permiten, por
un lado, relacionarlos entre sí y, por otro, establecer previamente si es posible la
conexión óptica directa entre ellos (Fig. 4).
5
URL: http://wms.magrama.es/sig/Biodiversidad/ViasPecuarias/wms.aspx? (acceso 1-II-2013).
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3.2. EXPERIMENTACIÓN EN CAMPO
La metodología del ejercicio experimental se basó en la ejecución de distintos
formas de comunicación entre los enclaves objeto de nuestro estudio:
•
Señales ópticas y acústicas
•
Comunicación pedestre
3.2.1. Señales ópticas y acústicas
En primer lugar se realizaron señales ópticas y acústicas a cargo de cinco equipos
compuestos por dos miembros cada uno. Los equipos se situaron respectivamente
en cada uno de los cinco puntos de análisis para el estudio (Peñaflor, castillo
de La Estrella, San Polo, Torres, Jamila). Una vez situados en sus puestos cada
equipo realizó señales ópticas y acústicas, uno por uno, a los otros puntos tratando
de comprobar y de contrastar los datos obtenidos con los modelos digitales. El
desarrollo de la propuesta experimental se llevó a cabo durante varias jornadas
de trabajo divididas entre los meses de agosto de 2012 y abril de 2013. Con este
arco temporal se buscó realizar la experimentación en días con diferente situación
atmosférica y estación. De este modo, se llevaron a cabo pruebas en jornadas que
presentaban desde cielos claros y despejados hasta fuertes calimas veraniegas o
días ventosos. Asimismo, la experimentación se realizó a diferentes horas del día,
que comprendían mañanas, tardes y noches. Se trató, en definitiva, de abarcar el
mayor espectro posible de situaciones de luz, visibilidad y condiciones acústicas.
3.2.1.1. Señales ópticas
La documentación y la toponimia para época medieval, según muestran
diversos estudios, nos hablan, como hemos visto, de ahumadas o de humosas
como principal sistema de comunicación a través de señales ópticas: el cartógrafo
hispanomusulmán al-Idirisi hace referencia al uso de señales con fuego entre
atalayas en el siglo XII (Lirola, 1993: 348); posteriormente, para los siglos XIVXV, se describen estos sistemas en época de Enrique III (1379-1406) (Romero
y Romeo, 1988: 260) como ahumadas, es decir, señales de humo. Fuera de la
cronología medieval y ya en época de Felipe II existen unas ordenanzas que
regulan el funcionamiento de las atalayas de costa en las que se describe y confirma
este sistema de señales de humo (Gamir, 1988: 47). No podemos obviar tampoco
determinados topónimos que remiten a estos sistemas de señales, tal es el caso
de Los Santos de La Humosa, Humanes o Humera en el valle del río Henares en
la región de Madrid, y que han sido relacionados con un sistema de señales de
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Fig. 4: Cortes topográficos representativos. Nótese que tanto a través de esta herramienta como en el
propio campo se constata la conexión visual directa.
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humo entre atalayas durante la época islámica de la zona (siglos IX-XI) (Zozaya,
2004: 58; Campayo, 2011). A este respecto, también se han de rastrear los más de
cincuenta lugares de España vinculados a los topónimos hacho –y a sus posibles
variantes6–, puesto que hace alusión a un sitio elevado en el cual solían hacerse
señales con fuego (RAE, 2013). También los faro o meda (Sánchez-Pardo, 2014).
Tal fenómeno se está intentando corroborar en toda la Península Ibérica
(Lecanda et al., 2008; Martí, 2008; Id. et al, 2007).
En lo que a nuestro territorio concierne, una primera revisión de la toponimia
no parece mostrar estos indicios, aunque otros parajes sí merecen más atención,
como el de La Atalaya, puesto que, por otro lado, además de las ahumadas también
está documentada la utilización de otro tipo de elementos para llevar a cabo estas
señales entre torres, como por ejemplo banderas (Sáenz-López, 2009).
Aunque lo ideal hubiese sido reproducir dicho sistema de señales de hogueras
y humaredas de forma directa, los medios disponibles y la legislación vigente en
materia de prevención de incendios nos hizo plantear un sistema alternativo basado
en señales artificiales prudente con el Medio y con los nuestros recursos. Queda
pues pendiente para un futuro la realización de esta experimentación.
Por esta razón, siguiendo otros sistemas de comunicación y alerta del mundo
antiguo (Balil, 1977: 836; Dies, 1991: 175) y el propio sentido común, planteamos
y desarrollamos la interconexión visual de nuestros enclaves mediante señales
reflectantes producidas por superficies más o menos pulidas. Estos experimentos
se desarrollaron en horas diurnas gracias a destellos de luz producidos por una
amplia gama de espejos de diversos tamaños y hasta por variopintas superficies
pulidas como chapas metálicas o tapas de cocina fabricadas en aluminio (Fig. 5).
Por su parte, durante la noche se recreó de forma artificial el sistema de fogatas
utilizando diferentes tipos de linternas de luz blanca (Fig. 6), de calidad mediabaja, adquiridas en su mayoría en grandes superficies comerciales, y con una
potencia que oscilaba entre los 70 y los 500 lumens.
La toma de datos de la experimentación con señales visuales se realizó mediante
la visión directa de los resultados y quedó también registrada en fotografías y
videos obtenidos con cámaras fotográficas réflex digitales. Para ello se utilizaron
diferentes tipos de objetivos teniendo cada uno de ellos un propósito distinto. Para
6
El Nomenclátor Geográfico Básico de España (NGBEv2013) del Centro Nacional de Información
Geográfica permite escudriñar la presencia de estos topónimos en la cartografía 1:25.000. En el caso de
hacho, por ejemplo, hachuelo, hachillo, hachón, hachuelo, hacha, fachos e incluso derivados homofónicos
como muchacho. URL: centrodedescargas.cnig.es/CentroDescargas/equipamiento/NGBEv2013.zip
(acceso 1-II-2013).
197
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Carlos Campayo, Pedro R. Moya-Maleno y Ángel D. Bastos
Fig. 5: Señales ópticas: experimentación diurna. Ejemplo de espejo (A) y de chapa metálica pulida
(B) utilizados.
Fig. 6: Señales ópticas: experimentación nocturna. Ejemplo de linternas utilizadas.
documentar que efectivamente existe una comunicación visual verificable a simple
vista se emplearon objetivos variables de 17-85 mm y 18-55 mm (debe tenerse
en cuenta que la distancia focal 50 mm reproduce aproximadamente lo que ve el
ojo humano). Una vez confirmada y documentada la comunicación óptica se pasó a
obtener un mayor grado de detalle utilizando teleobjetivos de 70-300 y 30-750 mm.
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Para obtener la documentación gráfica nos enfrentamos a una serie de
problemas. El primero de ellos fue conseguir captar el reflejo emitido por los objetos
empleados a tal efecto. Los destellos aislados duraban apenas unas milésimas
de segundo mientras que las andanadas más continuadas no superaban los 2-3
segundos de duración. Captar el momento de mayor intensidad del destello sólo se
consiguió mediante ráfagas de fotografías prolongadas que oscilaron entre 10 y 30
segundos. El segundo de los problemas consistió en la dificultad para enfocar los
objetivos en situaciones atmosféricas como la calima o durante las horas de noche.
3.2.1.2. Señales acústicas
Otro de los sistema viables y lógicos de comunicación a larga distancia, y
que está constatado de forma universal desde tiempos remotos –en contextos
prerromanos (Jimeno, 2005: §313)7 y, por supuesto, en la épica medieval (Chanson
de Roland, LXXXIII-LXXXV; CXXXIII-CXXXV)–, son las señales acústicas.
Planteamos, por tanto, la viabilidad de ampliar el espectro de muestra investigación
con ellas. Para ello se utilizaron bocinas que alcanzaron una potencia de sonido
que osciló entre los 90 y los 127 decibelios. Nuestra misión fue comprobar si estas
señales eran audibles en nuestra zona de estudio.
3.2.2. COMUNICACIÓN PEDESTRE
Recuperando de nuevo las ordenanzas de época de Felipe II nos encontramos
con las figuras de guardas, montaraces y caballeros atajadores (Gamir, 1988: 51).
Los guardas y montaraces tenían encomendada la inspección de determinados
caminos o vías de posible penetración del enemigo, mientras que la función de los
caballeros atajadores sería la de recorrer a caballo la distancia entre las diferentes
atalayas, principalmente en las más alejadas, para llevar noticias o novedades.
Extrapolando esto, propusimos la posibilidad de una comunicación alternativa y
relativamente rápida a través de personas que, a modo de mensajeros, transmitieran
noticias y alertas en el valle. En todo caso, este ejercicio siempre servirá para
conocer mejor las comunicaciones medievales. Nuestro trabajo de campo consistió
en este caso en unir a pie los enclaves de Jamila y del castillo de La Estrella, en
tanto que se trata de los más alejados entre sí dentro de nuestra área de estudio, así
como por tratarse ambos yacimientos de lugares singulares en el mapa geopolítico
del valle durante el siglo XIII: Jamila por ser un referente atípico en el espacio y el
Paradójicamente, omitimos por simplista y atemporal la única propuesta hecha en el Campo de Montiel para comunicar yacimientos prehistóricos con un sistema acústico. En este caso eran asentamientos
en altura y motillas de la Edad del Bronce del entorno de las lagunas de Ruidera (Jiménez, 2000: 110).
7
199
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Carlos Campayo, Pedro R. Moya-Maleno y Ángel D. Bastos
Figs. 7: Recorrido y perfil de altura entre Jamila y el Castillo de la Estrella.
castillo de La Estrella de Montiel por ser cabecera de la zona y principal enclave
fortificado tanto en sus fases musulmanas como cristianas.
El trazado propuesto parte de Jamila y recorre 16 km, primero en dirección sur
hasta atravesar el río Jabalón por el histórico paso del puente de Triviño (Espadas,
2001; Id. y Moya-Maleno, 2008; Moya-Maleno y Espadas, 2006) y después, en la
mayoría del recorrido, en dirección oeste-noroeste, hasta el castillo de La Estrella,
por el también histórico camino de Cózar a Montiel. Se trata de un camino cómodo,
en su mayor parte caracterizado por pistas de tierra, que discurre encajonado entre
la margen sur del río Jabalón y la primera línea de terrazas bajo las lomas del
Calar de Torres al Toconar. El recorrido es prácticamente llano con un desnivel de
subida de apenas 134 metros. Sólo en los últimos metros del recorrido, en el tramo
de ascenso al castillo de La Estrella, encontramos pronunciadas rampas de subida
(Fig. 7).
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Este experimento se desarrolló en agosto de 2012 durante una mañana con
una climatología marcada por altas temperaturas, que alcanzaron los 35º C, y por
la calima. Éste fue llevado a cabo por ocho miembros del PAEJ a cada uno de los
cuales se le asignó un ritmo determinado de marcha así como un peso específico
para cargar a lo largo del trayecto. Se buscaba de esta manera obtener resultados de
un grupo heterogéneo en sexo, edad, características físicas y cometido (Tabla 2).
EDAD SEXO
SUJETO
1
SUJETO
2
SUJETO
3
SUJETO
4
SUJETO
5
SUJETO
6
SUJETO
7
SUJETO
8
ALTURA
PESO
COMPLEXIÓN
FÍSICA
HABITUADO/A
AL EJERCICIO
FÍSICO
COMETIDO
Avanzar sin cargar
peso a un ritmo rápido
31
♂
179 cm
82 kg
Mediana
Si
25
♂
176 cm
84 kg
Mediana
No
20
♀
171 cm
64 kg
Mediana
No
21
♂
174 cm
70 kg
Pequeña
No
22
♀
159 cm
55 kg
Pequeña
No
24
♀
165 cm
64 kg
Mediana
No
Avanzar sin cargar
peso a un ritmo rápido
23
♂
195 cm
91 kg
Grande
Si
Avanzar cargando un
peso de 8 kg. a un
ritmo tranquilo
24
♂
185 cm
90 kg
Grande
Si
Avanzar cargando un
peso de 8 kg. a un
ritmo tranquilo
Avanzar sin cargar
peso a un ritmo
tranquilo
Avanzar sin cargar
peso a un ritmo
pausado y haciendo
paradas a lo largo del
camino
Avanzar sin cargar
peso a un ritmo
pausado y haciendo
paradas a lo largo del
camino
Avanzar sin cargar
peso a un ritmo rápido
Tabla 2: Características de los participantes en la experimentación.
4. ANÁLISIS Y PROPUESTAS DE COMUNICACIONES EN EL ALTO
JABALÓN
Una vez expuesta la metodología de trabajo es posible analizar desde una
perspectiva histórica y arqueológica las posibilidades comunicativas de cada uno
de los enclaves así como su propia dinámica de interacción con el resto. Además
201
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Carlos Campayo, Pedro R. Moya-Maleno y Ángel D. Bastos
permite generar modelos que puedan ser contrastables o aplicables para territorios
circundantes u otras áreas con procesos similares (Bastos et al., 2015).
Gracias al análisis cartográfico, a los modelos digitales y al contraste in
situ de las distintas variables es posible aproximarnos a las particularidades de
comunicación de cada uno de los enclaves del estudio. Por ejemplo, estas variables
pueden ser estudiadas a través de las herramientas que ofrecen los programas
propios de los SIG, en este caso, la función “Shortest path” de ArcGIS. Aunque está
pendiente de realización a la espera de la obtención de un modelo de elevaciones
digital de la zona, la utilización de dicha herramienta ha demostrado su utilidad y
fiabilidad en otros trabajos, aplicada a la obtención del trazado de otro elemento
que se desarrolla linealmente sobre el territorio como son los acueductos romanos
(Zuleta y Bastos, 2010; Lagóstena et al., 2001).
4.1. PEÑAFLOR
La aldea fortificada de Peñaflor (Ruibal, 1987: 672-674; Espadas y MoyaMaleno, 2004 y 2007; Moya-Maleno y Monsalve, 2015; Moya-Maleno, 2015) se
localiza aproximadamente a 3 km al sureste de Villanueva de los Infantes, entre
las actuales carreteras que llevan a las localidades de Montiel y Almedina, en el
espolón de una elevación amesetada que se alza 883 metros sobre el nivel del mar.
Morfológicamente destaca por ser una enorme plataforma de arenisca rojiza que
presenta fuertes pendientes en sus laderas Sur y Oeste; su flanco Este es el más
accesible por encontrarse el istmo que lo une a la meseta.
Durante el siglo XIII Peñaflor es una aldea fortificada cristiana (Espadas y
Moya-Maleno, 2004; Moya-Maleno, 2015; Id. y Monsalve, 2015) desde la que se
divisan el resto de enclaves del estudio (Figs. 8, 11 y 12), con la particularidad de
que la visibilidad del castillo de La Estrella, como veremos más adelante, es más
dificultosa. La mayor parte de la cuenca de visibilidad se encuentra delimitada por
las terrazas que definen geográficamente el entorno (Fig. 10), si bien hacia el este
tiene mayor profundidad que al oeste, donde la línea que marcan Cabeza Rubia y
Jamila la hacen imposible.
Su posición le permite controlar las comunicaciones en el centro del Alto Valle
del Jabalón en especial el eje norte-sur que discurre por la antigua vía romana entre
Laminium-Alhambra y Cástulo-Linares (Espadas y Moya-Maleno, 2004; MoyaMaleno y Espadas, 2006) (Fig. 11). Dicho control se materializa en el dominio
visual directo y efectivo sobre el puente de Triviño, punto en el que se cruzan
la vía romana con el eje este-oeste que dibuja el propio río Jabalón. Asimismo,
en dirección sur salva de forma tímida el obstáculo la terraza sur del valle hasta
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Territorio y comunicaciones bajomedievales en el Alto Valle del Jabalón...
poderse ver el enclave de Almedina, situado a 12 km. El modelo digital no muestra
lo que la observación directa si permite ver en noches claras y despejadas.
El contacto tanto con Montiel como con Almedina, las ciudades
hispanomusulmanas más importantes del entorno, hacen de Peñaflor un enclave
estratégico de primer orden tanto en vanguardia como en retaguardia.
Fig. 8: Cuenca de visibilidad desde el enclave de Peñaflor.
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Carlos Campayo, Pedro R. Moya-Maleno y Ángel D. Bastos
Fig. 9: Delimitación de la visibilidad desde Peñaflor por las terrazas del valle.
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Fig. 10: Control visual desde Peñaflor del eje norte-sur.
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Carlos Campayo, Pedro R. Moya-Maleno y Ángel D. Bastos
Fig. 11: Experimentación diurna. Ejemplo de visibilidades desde Peñaflor: San Polo (A) y reborde
norte del Calar de Torres (B).
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Territorio y comunicaciones bajomedievales en el Alto Valle del Jabalón...
Fig. 12: Experimentación nocturna: Ejemplo de visibilidades desde Peñaflor: San Polo (A) y reborde
norte del Calar de Torres (B).
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Carlos Campayo, Pedro R. Moya-Maleno y Ángel D. Bastos
4.2. LA ESTRELLA
El castillo de La Estrella (Dotor, 1957; Ruibal, 1984a y 1993; Gallego y Lillo,
2012) se levanta sobre la totalidad de la cima de un empinado cerro de 961 metros
de altura a cuyo pie se extiende, al suroeste, el pueblo de Montiel.
Pese a la entidad del enclave, así como su ubicación elevada sobre un cerro,
la cuenca de visibilidad de La Estrella se proyecta casi únicamente hacia el Este
entre las terrazas superiores del valle, quedando limitada en esta dirección (Fig.
13). Sólo gracias a la altura que proporcionarían los muros del castillo es posible
rebasar visualmente las lomas que se hallan al frente de Torres y que apenas dejan
intuir Peñaflor. Por su parte, y como veremos más adelante, la comunicación
con las estructuras arqueológicas que se atribuyen a Torres8 es imposible. Dadas
estas circunstancias, y de forma lógica, es necesario pensar en estructuras
complementarias que actuasen como satélites de la fortaleza, como puede ser el
caso de San Polo.
Fig. 13: Cuenca de visibilidad desde el castillo de La Estrella.
Estas estructuras aparecen documentadas en la Carta Arqueológica del término municipal de Montiel
que hemos podido consultar con fecha de 21 de agosto de 2013 previo permiso de la Junta de Comunidades
de Castilla-La Mancha (Exp. Nº: 13.0750). Agradecemos a la Dirección General de Cultura el haber podido
consultar las respectivas cartas arqueológicas de los términos municipales afectados en nuestro estudio y la
autorización de la publicación de este artículo.
8
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208
Fig. 14: Experimentación diurna. Ejemplo de visibilidades desde el castillo de La Estrella: San Polo (A), reborde norte del Calar de Torres
(B), Jamila (C) y Peñaflor (D).
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Fig. 15: Experimentación nocturna. Ejemplo de visibilidades desde el castillo de La Estrella: San
Polo (A) y del reborde norte del Calar deTorres (B).
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4.3. SAN POLO
El enclave de San Polo (Ruibal, 1984a y 1987: 674-676; Matellanes, 1996: 401402) se sitúa en un cerro de 945 metros de altura de forma elíptica que dista apenas
un kilómetro del castillo de La Estrella. Se trata de una elevación caracterizada por
unas laderas de fuerte inclinación y desprovistas de vegetación. La cima, formada
por un bloque calizo, se diferencia claramente de sus laderas terrosas.
La ubicación de San Polo convierte este enclave en el mejor referente visual
para la cabecera del valle. Aunque su cuenca de visibilidad (Fig. 16) se centra en
esa cabecera, teniendo un mayor área de control de los accesos y terrazas en torno
a La Estrella, debe tenerse en cuenta también su profundidad hacia el Este. De
esta manera, San Polo se erige como hito visual fundamental para los enclaves
de Jamila y Peñaflor, que tienen en él su referente y no, como podría parecer, en
el castillo de La Estrella. Es más, este referente se mantiene si se sigue la margen
sur del Jabalón en dirección Montiel, ya que, mientras La Estrella aparece y
desaparece en varias ocasiones durante el camino, San Polo es el faro que guía el
itinerario del caminante y el principal centinela de la fortaleza aneja (Fig. 19). Es
especialmente significativo que la cuenca de visibilidad se expande más allá de las
terrazas meridionales del valle del Jabalón, al sur del Calar de Torres, si bien los
propios restos arqueológicos de Torres de nuevo no son visibles (Fig. 20).
Fig. 16: Cuenca de visibilidad desde San Polo.
211
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Carlos Campayo, Pedro R. Moya-Maleno y Ángel D. Bastos
Fig. 17: Experimentación diurna. Ejemplo de visibilidades desde San Polo: Torres (A), Jamila (B), Peñaflor (C) y castillo de la Estrella (D).
212
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Fig. 18: Experimentación nocturna. Ejemplo de visibilidades San Polo: Torres (ocaso: A; noche cerrada: B) y castillo de la Estrella
(ocaso: C; noche cerrada: D).
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Carlos Campayo, Pedro R. Moya-Maleno y Ángel D. Bastos
Fig. 19: San Polo, referente visual fundamental en al alto valle del Jabalón. Vista desde el camino de
Cózar a Montiel y donde el castillo de Montiel no es visible.
Fig. 20: Expansión de la cuenca de visibilidad de San Polo más allá de las terrazas meridionales del
valle del Jabalón.
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4.4. TORRES
El enclave de Torres (Ruibal, 1984a), que dista aproximadamente 7 km del
castillo de La Estrella, se encuentra ubicado en una vaguada encajonada en el
terreno por lomas y cerros y marcada por una escasa defensa natural.
A pesar de que la actual aldea de Torres se halla aneja a la conocida iglesia
medieval (arruinada), se ha señalado como emplazamiento de las posibles torres
o fortines unos restos arqueológicos que se ubican en una primera terraza sobre
la vaguada misma. De ser cierta esta identificación, basada únicamente en
cimentaciones poco definitorias, nos encontraríamos con un enclave de escasa
trascendencia estratégica de cara al control del valle. Sólo en el caso de la existencia
de alguna posición o estructura de vigilancia por encima de esa cota, en el reborde
norte del mismo Calar de Torres, permitiría ejercer a este punto una función de
bisagra entre la cabecera del Valle –con el castillo de la Estrella y San Polo como
elementos dominantes– y las posiciones más orientales –Jamila y Peñaflor– (Figs.
21 y 22). La viabilidad estratégica de esta posición fue contrastada durante la
experimentación de campo (Fig. 23) y plantea la existencia de atalayas construidas
en materiales perecederos, como la madera, o disgregables, como el tapial, tal
como han planteado algunos autores para otras zonas (Ramírez, 2011: 112).
Fig. 21: Cuenca de visibilidad desde el reborde norte del Calar de Torres.
215
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Carlos Campayo, Pedro R. Moya-Maleno y Ángel D. Bastos
Fig. 22: Proyección de la cuenca de visibilidad desde el reborde norte del Calar de Torres en
direcciones Norte y Sur.
Fig. 23: Experimentación diurna. Ejemplo de visibilidades desde el reborde norte del Calar de Torres:
Peñaflor (A) y San Polo (B).
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4.5. JAMILA
El enclave de Jamila (Espadas et al., 2000; Espadas, 2001; García Bueno,
2003; Moya-Maleno, 2001; Rubio, 2005) se encuentra ubicado dentro del
término municipal de Villanueva de los Infantes, a unos 5 km del casco urbano.
El yacimiento se sitúa sobre una elevación orográfica de unos 15 metros sobre el
nivel del valle del río Jabalón, denominado Cerrillos de Barrabás.
El edificio columnado de Jamila es el único enclave de este estudio que se
ubica en la primera de las terrazas dentro del valle, esto es, en una posición en
altura pero ostensiblemente inferior a los otros enclaves. El hecho de que su cuenca
de visibilidad (Fig. 24) se concentre en al área meridional de la zona y que, al igual
que La Estrella, se halle más cercana al Jabalón, le otorga un control directo sobre
el eje este-oeste, tanto de cara a la cabecera de Montiel como a la entrada al alto
valle desde el oeste. Por esta misma razón, y dada su singularidad, Jamila pudo
estar operando como un referente visual y sonoro de primer orden de cara a las
comunicaciones en el interior del valle. Desde su posición el resto de yacimientos
del estudio son visibles (Fig. 25), especialmente el más cercano, Peñaflor (Fig. 26).
*
Fig. 24: Cuenca
de visibilidad desde Jamila.
217
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Fig. 25: Experimentación diurna. Ejemplo de visibilidades desde Jamila: reborde norte del Calar de
Torres.
Fig. 26: Experimentación diurna. Ejemplo de visibilidades desde Jamila: Peñaflor.
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Territorio y comunicaciones bajomedievales en el Alto Valle del Jabalón...
Una vez realizado un primer análisis de resultados a partir de cada uno de
los puntos es posible desarrollar propuestas y modelos de cara a los sistemas de
comunicación entre los enclaves del alto Jabalón, así como se pone de manifiesto
la viabilidad y necesidad de este tipo de estudios en los contextos arqueológicos.
En el caso de esta comarca y territorio, donde la investigación histórica se está
empezando a desarrollar tardíamente (Moya-Maleno, 2006), la potencialidad de
la Arqueología del Paisaje y de las propuestas experimentales es, si cabe, más
sugerente. Tal es así, que nuestra investigación de gabinete y de experimentación
nos permite plantear, sin ningún género de dudas, una aproximación a la realidad
de las comunicaciones en esta zona.
En este sentido, se ha de señalar que en condiciones meteorológicas óptimas
se trata de un sistema rápido y eficaz. La visibilidad entre yacimientos distantes
es nítida, llegándose a ver incluso las personas entre si entre puntos cercanos
como Peñaflor-Jamila (Fig. 27) o La Estrella-San Polo (Fig. 28) –con 3 y menos
kilómetros de separación respectivamente– (Tabla 1).
Las principales dificultades en relación a las señales ópticas con la que nos
encontramos fueron, por un lado, la propia realización de ahumadas y, por otro, las
condiciones meteorológicas adversas.
Fig. 27: Visibilidad nítida de Peñaflor desde Jamila en un día de fuerte calima.
219
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Carlos Campayo, Pedro R. Moya-Maleno y Ángel D. Bastos
Fig. 28: Detalle de visibilidad desde San Polo hacia el castillo de La Estrella.
Como hemos señalado, la imposibilidad obvia y lógica de llevar a cabo un
experimento que incluyese hogueras, y a expensas de próximos estudios de óptica
teórica9, nos decantamos por señales diurnas y nocturnas con linternas, sin lugar
a dudas una herramienta eficaz para la comunicación. Aun así, la realización del
experimento durante la época de poda y quema del olivo nos permitió documentar
y constatar la visibilidad de columnas de humo en todo el valle, desde Jamila hasta
Montiel, desde Torres hasta las terrazas de Fuenllana (Figs. 29 y 30).
Las situaciones meteorológicas adversas durante nuestro estudio se
caracterizaron por ser días con poca visibilidad debido, principalmente, a cielos
cubiertos y/o calima. La lectura que obtuvimos de estas condiciones atmosféricas
cambiantes no impidió el ejercicio de la experimentación, sino que supuso una
constatación de que no nos encontramos ante sistemas de señales infalibles. Es
decir, ya sea utilizando ahumadas o recreando el sistema mediante destellos
luminosos y linternas, se demuestra que este tipo de comunicaciones entre puntos
Agradecemos al Dr. Daniel Vázquez Moliní, del Departamento de Óptica de la Universidad Complutense,
el interés y apoyo mostrado para desarrollar una metodología viable en este tipo de estudios. Durante 2014
hemos realizado ensayos con hogueras cuyas conclusiones iluminarán algo más este campo.
9
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Territorio y comunicaciones bajomedievales en el Alto Valle del Jabalón...
Fig. 29: Columna de humo cerca de Montiel visible desde San Polo en un día despejado.
en el territorio no era efectivo en condiciones de escasa o nula visibilidad10.
Por tanto, se plantea necesaria la existencia de protocolos de comunicación
alternativa. Uno de ellos podrían ser las señales acústicas, como las desarrolladas
por instrumentos de viento o, directamente, mediante campanas u otras formas de
percusión. En lo que a cuernos, bocinas o cimbalillos se refiere, nuestro trabajo
de campo, aun entre yacimientos tan próximos como Jamila y Peñaflor, dio un
resultado negativo. Con mucha probabilidad se debió, sobre todo, a las condiciones
climáticas del valle, en el que imperan fuertes rachas de viento, y, en menor
medida, a la contaminación sonora que se vive en el presente y que se materializa
en sonidos cotidianos como vehículos a motor u obras urbanas. Evidentemente, las
amplias distancias ente los puntos más alejados también deben considerarse como
un factor definitivo.
Ahora bien, la existencia acreditada de iglesias en algunos de estos núcleos
durante el siglo XIII, como en Peñaflor, Torres y La Estrellla (Chaves, [1975]:
41v) y el testimonio arqueológico de fragmentos de una campana aparecidos en
Otra cuestión que excede el propósito de este artículo sería determinar la correlación entre las
deficiencias en la efectividad de los sistemas de comunicación en contextos de defensa y las propias
opciones reales de triunfo de unos hipotéticos atacantes en tales condiciones adversas.
10
221
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Fig. 30: Columna de humo cerca de Montiel visible desde el reborde norte del Calar de Torres en un
día despejado.
las últimas intervenciones en Jamila (2010), nos dibujan un panorama sonoro bien
distinto al actual en al Alto Valle del Jabalón. El sólo repiqueteo de las campanas
de la iglesia de Torres o de la posible ermita de Jamila transforma totalmente la
capacidad geoestratégica de dichos puntos dentro de una red de comunicaciones
acústicas medievales. De este modo, el supuesto aislamiento de Torres respecto a
la cabecera de Montiel quedaría si no desmontado, sí mitigado. Por tanto, con unas
atalayas en la zona superior del aterrazamiento y con el efecto sonoro de altavoz
de su vaguada, Torres ejercería plenamente la función de bisagra anteriormente
planteada. En definitiva, se trataría de un sistema conjunto o complementario de
señales ópticas y acústicas, con sus pro y contras.
Ante la más que factible posibilidad de que los sistemas de señales visuales y
sonoras fallasen, como podría ser el hecho mismo de un ataque o un accidente que
inhabilitara las campanas o por las propias condiciones meteorológicas, se plantea
inevitablemente la existencia de avisos directos entre las poblaciones a través de
mensajeros más o menos especializados.
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222
Territorio y comunicaciones bajomedievales en el Alto Valle del Jabalón...
En esta línea, nuestro ejercicio de comunicación pedestre dio como
resultado, en primer lugar, la posibilidad de recorrer la distancia entre Jamila y
el castillo de La Estrella en un tiempo aproximado de 2 horas y 30 minutos, a
una media de 6,4 km por hora. A un ritmo más pausado esta distancia implicaría,
aproximadamente, 60 minutos más, 3 horas y 30 minutos (Gráfico 1). El resultado
de esta experimentación permite no descartar la hipótesis de la comunicación
mediante mensajeros que cubriesen un espacio relativamente corto de tiempo
la distancia entre los diferentes enclaves poblacionales del valle del Jabalón. Si
avanzamos en el tiempo encontramos que en España en el siglo XVIII los correos
a pie del servicio de postas llegaban a cubrir distancias de 127 kilómetros en 24
horas (Rodríguez Campomanes, 1771: XXIII). De igual modo, en la actualidad,
nos encontramos con pruebas deportivas abiertas a participantes no profesionales
en las que se recorre una distancia similar en igual tiempo, 120 kilómetros en un
día (Acuña, 2001). De extrapolar estas dos últimas estadísticas a nuestro contexto
y experimentación, estaríamos ante tiempos prácticamente idénticos al mejor de
los nuestros, 2 horas y 27 minutos.
300
270
240
210
180
150
120
90
60
30
0
Sujeto 1
Sujeto 2
Sujeto 3
Sujeto 4
Sujeto 5
Sujeto 6
Sujeto 7
Sujeto 8
Tiempo (en minutos)
Gráfico 1: Tiempo empleado en recorrer la distancia Jamila y el castillo de La Estrella, 16 km.
Ahora bien, con todo no se deben olvidar algunos factores intrínsecos y
extrínsecos cuya fluctuación se ha de valorar y controlar. Estamos hablando de la
modificación que han sufrido el clima, el paisaje y la topografía del terreno, puesto
que un mayor arbolado y el conocido cauce caótico del Jabalón (Espadas y MoyaMaleno, 2008) implicaría indefectiblemente un tránsito más complicado para el
223
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Carlos Campayo, Pedro R. Moya-Maleno y Ángel D. Bastos
caminante. Entre los posibles agentes que pueden también estar alterando nuestra
percepción de la comunicación en el entorno se hallan procesos climáticos como
la denominada Pequeña Edad del Hielo11 (Fagan, 2008), ocurrida precisamente en
el periodo que nos incumbe y con algún posible testimonio de ella (Rubio, 2005:
44; Moya-Maleno, 2015: 139-142).
Otro factor a tener en cuenta sería relativo a los participantes, más allá de su
condición más o menos urbanita, es que todos progresaron a pie, quedando para
un futuro el desarrollo de una experimentación semejante sobre équidos y entre
distintos yacimientos. Sirva de referencia que para esta zona y la época preindustrial
el promedio de distancia recorrida por una mula se estima en 50 km/jornada –entre
28 y 88 km/jornada–, teniendo en cuenta que la velocidad podía variar por las horas
de luz, el tipo de cabalgadura (Pollos, 1977), el calor de las horas centrales o el
cansancio de las caballerías incluso hasta ir a paso de buey (1-2 km/h) (Parra et al.,
2005: 27-31, con refs.; Equipo UCM, 2009: 226). Según ese promedio, una mula
tardaría 153 minutos en la distancia recorrida a pie por nosotros en el experimento,
lo cual nos pone de nuevo prácticamente en el mismo tiempo que el mejor de los
miembros del PAEJ (Sujeto 1). Este resultado, aunque muy significativo, se debe
matizar con el hecho de que en una situación de emergencia el tiempo invertido se
reduciría ostensiblemente en galopadas a tumba abierta.
Por último, la elección de un itinerario basada en la caminería históricotradicional, así como la parcelación actual obliga a restringir el itinerario a zonas
libres de vallado y, por tanto, sería necesario experimentar y plantear otras rutas
posibles y alternativas que pudieron estar comunicando el valle del río Jabalón.
5. CONCLUSIONES
A la hora de investigar el poblamiento y territorialidad en el Alto Valle del
Jabalón en el tránsito del mundo islámico al cristiano, todo estudio se plantea
la disyuntiva de dar una nueva vuelta de tuerca a las fuentes documentales
medievales o, por el contrario, la de afrontar interpretaciones arqueológicas
partiendo de una información escasa, mal estudiada o difícil de obtener a partir
de excavaciones limitadas temporal y económicamente. Además de ello, desde el
PAEJ consideramos oportuno y necesario abrir nuevas vías a la investigación y
presentar alternativas de trabajo como la metodología que hemos desarrollado para
el presente estudio.
Aun teniendo en cuenta que un descenso térmico conllevaría en este caso la menos proliferación de
calimas, también es cierto que se produciría un aumento de la humedad, que traería parejo un incremento
de las nieblas. Esto es, no afectaría a la realidad constatada por este estudio.
11
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Territorio y comunicaciones bajomedievales en el Alto Valle del Jabalón...
De este modo, y siguiendo la conocida existencia de sistemas de comunicación
entre diferentes enclaves del territorio medieval basados en señales visuales y
acústicas, así como la siempre posibilidad de comunicación caminera, creemos
haber podido ir un poco más allá en el conocimiento de las relaciones entre núcleos
y en desentrañar la red por la que estos se articulaban al menos durante buena parte
del siglo XIII mediante la combinación de Arqueología Experimental, Arqueología
del Paisaje, SIG y trabajo documental.
La existencia de estos sistemas de comunicación en la Península Ibérica está
acreditada al menos desde época andalusí hasta, por lo menos, el reinado de Felipe
II a través de ahumadas, hogueras y señales acústicas como los conocidos toques
de campana. En nuestro caso también podemos constatar que no se trataría de
sistemas excluyentes, sino que deberían complementarse o suplirse según las
condiciones lo impusieran. De igual modo, podemos concluir que, aunque haya
impedimentos definitivos para reproducir de forma mimética estos sistemas en
nuestra experimentación actual (normativas ambientales, medioambiente actual,
etc.), es posible controlar las distintas variables que están operando y recrear dichos
sistemas de comunicación en pro del conocimiento arqueológico, bien aplicado a
este caso de estudio, bien como herramienta metodológica.
Aunque este estudio se basa en enclaves cuya existencia medieval es conocida
documental y arqueológicamente, no podemos obviar que existieron otros
puntos intermedios en el valle que, necesariamente, debieron participar en estos
sistemas de comunicación, bien directamente como atalayas, bien como emisores/
receptores de alertas. En nuestro listado de cinco enclaves están todos los que son
pero, salvando el tópico, no son todos los que están.
Aparte de que la carta arqueológica suministra datos acerca de otros yacimientos
que bien pudieron ser coetáneos, nuestro estudio pone de relevancia la existencia
de unos vacíos tremendamente llamativos en el espacio. Nos referimos, no sólo a
la inexistencia de puntos de vigilancia en algunos tramos de los rebordes del valle,
como en la zona de Fuenllana (al norte) y del Toconar (al sur), sino también a
amplias áreas con una aparente total ausencia de control territorial. Este es el caso
de la franja situada al sur de nuestro valle y en la que apenas contamos con los
núcleos de Almedina y Santa Cruz de los Cáñamos. Tal fenómeno es todavía más
flagrante en la medida en que parece no existir o ser muy débil una conexión óptica
y sonora viable con el Alto Valle del Jabalón o con la gran línea fortificada del
sur del Campo de Montiel: Torre de Juan Abad, Eznavexore, Puebla del Príncipe,
Terrinches y Albaladejo (Ruibal, 1984b, 1989 y 1993; Gallego et al., 2005; Gallego
y Álvarez, 2007; Álvarez et al., 2015) (Fig. 31).
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Fig. 31: Cuenca de visibilidades superpuestas de los enclaves estudiados.
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El vacío que hemos constatado con nuestra metodología nos hace plantear
cuanto menos dos posibilidades. La primera de ellas apuntaría hacia un patrón de
poblamiento que, en efecto, dejaría sin ocupación esta zona. Aunque las causas
nos son totalmente desconocidas podríamos hipotetizar con la manida idea de
los desiertos poblacionales en tierra de frontera (Sánchez-Albornoz, 1966). En
segundo lugar, podría tratarse, una vez más, de una consecuencia de las carencias
investigadoras en esta parte de la meseta sur. El tiempo y la investigación nos
acercarán a la solución.
BIBLIOGRAFÍA
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El Castillo de Terrinches. Avance de resultados
de la investigación arqueológica
Honorio Javier Álvarez García*
Luis Benítez de Lugo Enrich**
Jaime Moraleda Sierra*
Enrique Mata Trujillo*
*Anthropos, s.l. www.estudio-arqueologia.es
**Dpto. de Prehistoria y Arqueología - UNED Ciudad Real.
[email protected]
Recibido: 7-X-2013
Aceptado: 20-II-2014
RESUMEN
Este trabajo recoge los resultados de una intervención arqueológica realizada con motivo de la rehabilitación y puesta en valor del Castillo de Terrinches (Ciudad Real). La presentación de los resultados del estudio referido a los aspectos cronológicos-formales del castillo es algo necesario, dadas las
informaciones poco contrastadas difundidas acerca del tema.
La fundación del castillo ha venido planteando toda una serie de dudas, centrándose el debate científico en si se trata de una fundación “ex novo” del siglo XIII o bien se trata de una construcción militar
existente ya en época islámica. Esta intervención ha permitido confirmar su erección por parte de la
Orden Militar de Santiago y su indudable función feudal para con su entorno más inmediato.
PALABRAS CLAVE: Arqueología, Terrinches, Castillo, Edad Media, Orden de Santiago.
ABSTRACT
This paper presents the results of an archaeological survey carried out on the occasion of the restoration and enhancement of Terrinches Castle (Ciudad Real). It is necessary to reveal the results of the
study concerning to chronological and formal aspects of the castle, due to the low contrasted information disseminated about it. The establishment of the castle has raised some questions, focusing the
scientific discussion on whether it is an “ex novo” foundation of the thirteenth century or a military
construction already existing in the Islamic period. This intervention has allowed to confirm its erection by the Military Order of Santiago and its undoubted feudal function to its closest environment.
KEYWORDS: Archaeology, Terrinches, Castle, Middle Ages, Military Order of Santiago.
Honorio J. Álvarez, Luis Benítez de Lugo, Jaime Moraleda y Enrique Mata
Este trabajo es el resultado de la intervención arqueológica llevada a cabo en
el castillo de Terrinches en 2009 que ha permitido conocer pormenorizadamente
la dilatada y azarosa trayectoria de un edificio castral devenido, al igual que otros
muchos, en vivienda “de fortuna”, bodega y almacén hasta su resurgimiento en un
centro cultural de referencia (Fig. 1).
Esta intervención ha sido un paso esencial de una actuación más vasta de gestión de un sitio histórico –iniciada en 2003 con la compra del inmueble por parte
del Ayuntamiento de la localidad por 120.000 euros-, en la que se incluyen la
investigación arqueológica, la consolidación, restauración y, finalmente, su puesta
en valor, albergando actualmente un centro de interpretación sobre la Orden de
Santiago (Benítez de Lugo y López-Menchero, 2011: 74). Este estudio ha consistido en investigación documental, excavación arqueológica y lectura de paramentos
(Vela, 2007).
Con anterioridad habían sido presentados avances en reuniones científicas
(Gallego et al., 2005; Gallego y Álvarez, 2007; Benítez de Lugo et al., 2013)
que complementan y amplían el conocimiento que se tenía hasta ese momento del
edificio (Ruibal, 1989; Molina, 1997; Espinosa de los Monteros y Martín-Artajo,
Fig. 1: Principales fortalezas medievales del entorno del Castillo de Terrinches (no todas coetáneas).
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1974 y VVAA, 1993). A ello sumar referencias en Corchado Soriano, Madoz, Hervás y Buendía y Planchuelo, entre otros (Gallego et al., 2005).
Sin embargo, las fuentes históricas más relevantes para el estudio del Castillo
de Terrinches son los Libros de Visita de la Orden de Santiago desde 1480 hasta
1549 que se custodian en el Archivo Histórico Nacional. Con ellos pueden construirse la historia funcional y el mantenimiento del edificio, especialmente durante
los siglos XV y XVI. Este material, que permanece inédito hasta el momento,
aporta datos de interés sobre la estructura y dependencias de la fortaleza, si bien
su análisis presenta dificultades derivadas de la terminología subjetiva usada por
los visitadores, así como por la mayor o menor importancia que éstos concedían a
los espacios constructivos. Las Relaciones Topográficas de Felipe II (Viñas y Paz,
1971) constituyen otra fuente de gran importancia ya que permiten conocer su
estado de conservación casi treinta años después.
Las Fuentes Orales han proporcionado datos sobre la evolución del Castillo
durante el siglo XX. En base a ellas conocemos que la edificación fue usada como
bodega, por lo que se llevaron a cabo numerosas intervenciones que perjudicaron
al inmueble. En los años sesenta fue abandonado definitivamente y sirvió de almacén para aperos de labranza.
El lugar sobre el cual se levanta el Castillo se halla en la parte occidental del
casco urbano, en la ladera de un cerro de unos 950 m de altura, con una pendiente
pronunciada hacia el sur. Este otero se encuentra rodeado por otros de mayor altura, por ello sólo cuenta con amplio control visual hacia el sur, lo cual evidencia
su marcada carácter de castillo feudal, toda vez que, al ser parcialmente “ciego”,
no posee el más adecuado emplazamiento militar. Por el contrario sí representa un
hito apabullante sobre la población que se extiende a sus pies.
El crecimiento de la población ha invadido a lo largo de las últimas cuatro centurias el solar donde se levantaba la fortaleza, lo que ha provocado la práctica desaparición del castillo. De él sólo se conservan la desmochada Torre del Homenaje y
parte de sus arruinadas antemurallas compuestas de lienzos y torreones esquineros,
por ello en ocasiones ha sido interpretado erróneamente por la historiografía como
una torre o atalaya (Matellanes, 1999: 130). Ello debió suceder ya en remotas fechas, toda vez que en la memoria colectiva de la localidad se identifica el todo (el
Castillo) con la parte (la Torre del Homenaje).
Su estado actual dista mucho del que tuvo en su momento de mayor apogeo.
Conocemos, como ya se ha comentado supra, su estructura y distribución originales gracias a los Libros de Visita de la Orden de Santiago en un periodo que va
de 1480 a 1549. Atendiendo a esta preciosa documentación el castillo estuvo compuesto por dos recintos, uno exterior –que se componía de una cerca que rodeaba
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y candaba todo el conjunto y en el que se situaban intramuros gran número de estancias– y otro interno, con una cortina de muro con torreones, que rodeaba la torre
del Homenaje, residencia del alcaide, donde se situaba la intendencia bélica y se
almacenaban gran parte de los recursos alimenticios (Gallego et al., 2005) (Fig. 2).
Fig. 2: Recreación virtual del Castillo de Terrinches. Dibujo: F. Pozo.
Tras la intervención científica de carácter multidisciplinar desarrollada estamos en condiciones de presentar una vívida descripción de la fortaleza aunando
información arqueológica y documental.
El Recinto Exterior nos es conocido gracias a los Libros de Visita de la Orden
de Santiago, ya que, como se ha comentado supra, está totalmente perdido e invadido por el entramado urbano actual. Una muralla exterior que alternaba la fábrica
de mampostería y tapial rodeaba toda la fortaleza. En tiempos de Felipe II este
recinto se había venido abajo (Viñas y Paz, 1971: 495) (Fig. 3).
La entrada al recinto se disponía por medio de una puerta abaluartada con
pretil y almenas. En la visita de 1524 se informa de que el baluarte se encuentra en
mal estado de conservación y se ordena su reparación. En las siguientes visitas ya
no se vuelve a hacer referencia a él.
En este espacio se ubicaban una serie de estancias necesarias para la organización y mantenimiento de la fortaleza. Unas infraestructuras que los legajos reflejan
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Fig. 3: Recreación virtual del Castillo de Terrinches y su cerca. Dibujo: F. Pozo.
con el discurrir del tiempo un paulatino estado de dejadez, desidia y abandono,
cuando no de ruina y colapso. Los edificios que se mencionan reiteradamente en
cada uno de los Libros de Visita son por los que hay que discurrir para acceder a
la Torre del Homenaje: la salita recibidor, el patio, la caballeriza, la escalera de
subida y la cocina con chimenea, desde la cual en su planta primera se accedía a la
Torre a través de un puente levadizo. Trazas de esta construcción, actualmente perdida, han sido exhumadas gracias a la excavación extramuros del antemural Este.
La antemuralla rodeaba de forma rectangular la torre de la fortaleza. Se conservaba sólo una parte del lienzo del frente oeste. Los ángulos se rematan con cuatro
torreones de sección circular, de los que únicamente se conservaban sobre el nivel
de rasante, y parcialmente, los situados al sudoeste y al noroeste: parte de la impronta del ubicado al nordeste y casi nada del emplazado al sudeste.
A la Torre del Homenaje se accedía por un puente levadizo que partía desde el
segundo piso de la cocina antes mencionada. Estaba construido de madera, por lo
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que los visitadores en numerosas ocasiones ordenaron que se construyera de cal y
canto, porque era muy peligroso para los moradores del castillo.
La torre presenta una gran similitud con las construcciones militares realizadas
por la Orden de Santiago a lo largo de toda Castilla en los años finales del siglo
XIII y la primera mitad del XIV, con grandes torreones habitables y defensas consistentes. Es una construcción realmente formidable, ya que sus muros cuentan con
una anchura de casi cuatro metros en todos sus flancos. Está construido con mampostería de gran tamaño en su parte inferior que se va dando paso a un sillarejo con
mampuestos de menor tamaño conforme gana altura. En los ángulos se disponen
sillares esquineros de arenisca. En algunos de ellos se han localizado marcas de
cantería de un gran valor documental, similares a otras existentes en otros castillos
de Campo de Montiel1. Todos los flancos están salpicados por saeteras de palo,
mucho más abundantes en el lado Sur. Se abren tres grandes ventanales a la altura
del primer piso con un marcado carácter palatino. El exterior se remataba mediante
almenas y tres matacanes, de los que sólo se conservan los pies de arenisca que
sujetaban la estructura de madera.
Al interior se accedía por un portón de madera reforzado con placas de hierro,
enmarcado dentro de un arco apuntado de sillares de arenisca. Esta puerta en el
momento de nuestra intervención estaba desvirtuada, con las dovelas desmontadas
reconvertida en un vano adintelado enfoscado de cemento.
La planta baja, objeto de la presente intervención con la apertura de varios
sondeos, está dividida en dos espacios separados por dos grandes arcos apuntados
de esplendida estereotomía que soportan dos bóvedas apuntadas de cañón (Fig. 4).
Al primer piso se sube por medio de una escalera empotrada en el muro, cerrada con puerta. Este espacio tiene un marcado carácter áulico, ya que era la residencia del alcaide. Estructuralmente es simétrico a la planta baja, pero destacan
los tres grandes ventanales enmarcados en arcos apuntados, que lo dotan de gran
luminosidad. En esta estancia se guardaba todo el arsenal bélico en unos armeros
que se empotraban en los muros. En los libros de visita no se hace mención a su
ornamentación ni disposición, refiriéndose únicamente a ella como “palacio” y
describiendo el armamento que en ella se guardaba.
Es el caso de las marcas de cantería visibles en los sillares del castillo de Alhambra, que –al igual
que su arco apuntado, como los de Terrinches– denotan que la construcción visible no es una fortificación
islámica sino cristiana. Las marcas de cantería de ambos castillos son del mismo tipo. Estas similitudes
denotan la presencia de alarifes al servicio del poder cristiano para la erección de estas fortalezas en el siglo
XIII. La construcción de un castillo cristiano frente a la población de Alhambra puede tener su explicación
en un intento coercitivo y de control cristiano de esta histórica e importante población islámica del Campo
de Montiel.
1
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Fig. 4: Alzado planta baja.
Fig. 5: Terraza del castillo de Terrinches una vez terminada la restauración e instalado un mirador.
Cerbatanas de fuego y pasabolantes fueron armas habituales en este tipo de fortalezas.
A la parte superior de la torre se accedía por una caja de escaleras empotradas
en el muro que desembocaba en la terraza (Fig. 5).
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Por lo tanto, estamos ante un castillo, no una torre o atalaya, como hemos
podido constatar por medio del estudio conjunto de su estratigrafía y las fuentes
documentales conocidas.
La intervención arqueológica ha perseguido varios objetivos, entre los que se
encuentran: lectura e interpretación de paramentos, excavación con metodología
arqueológica en dos zonas muy concretas de la fortaleza: en el interior de la Torre
del Homenaje y en la zona de las antemurallas; restaurar el entorno ambiental del
Castillo y; finalmente adecuar el inmueble y sus alrededores para la visita pública.
Para la consecución de los objetivos mencionados se ha realizado un método
de trabajo por el que se han documentado arqueológicamente en detalle aquellas
áreas que han sido objeto de específica intervención: el interior de la Torre y las
antemurallas. Por eso se ha dividido la excavación en dos zonas: Planta Baja de
la Torre del Homenaje y Zona Exterior de la Torre. En el interior se han efectuado
tres sondeos o catas denominados respectivamente: Sondeos I, II y III (Fig. 6).
En la zona exterior se ha excavado en área, sin testigos, variando los niveles de
profundidad en función de las estructuras exhumadas y en aras de un mayor conocimiento de la secuencia cronocultural de la fortaleza.
Posteriormente a este trabajo de campo se ha documentado fotográficamente
la intervención, y se han levantado planimetrías de las estructuras exhumadas. A
ello sumar la consulta de bibliografía específica y la investigación documental
sobre archivos y fuentes. En este último punto ha sido fundamental la consulta de
los Libros de Visita de la Orden de Santiago, realizada por la doctora Pilar Molina.
En la Zona Exterior la excavación se ha centrado en el antemural que rodea
la Torre del Homenaje, abarcando unos 600 m2. Parte de esta estructura era visible sobre el nivel de rasante, y que tras esta intervención ha podido ser caracterizada en todo su perímetro. Toda la construcción es coetánea y sin añadidos. Se
conservan de manera diferencial partes y tramos de los distintos lienzos que la
constituyeron. La fábrica, muy homogénea, es de mampostería careada de caliza
de calibres diversos trabada con argamasa. Por la información desprendida tras la
exhumación de los tramos soterrados es posible establecer que todo el conjunto
murario estuvo revocado con un enlucido a base de cal, arena y cascajo de reducidas dimensiones, en tonos claros. Se conserva parte de ese enlucido en el muro
oeste. No se ha podido constatar la existencia del adarve almenado, tal y como
reflejan los Libros de Visita.
Los ángulos se rematan con cuatro torreones de sección circular, los situados al
sudoeste y al noroeste ya visibles antes de iniciar las labores de excavación, a los
que hay que sumar los exhumados ahora: la impronta del ubicado al sudeste y la cimentación completa del emplazado al nordeste (Fig. 7). Dada la homogeneidad del
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Fig. 6: Planimetría general.
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Fig. 7: Alzado de los torreones noroeste y suroeste.
conjunto todos los torreones presentan unas características idénticas: torreones angulares de sección circular que sobresalen casi por completo del paramento de la
muralla. Al interior son macizos, salvo en la parte superior. En ella se colocaba una
estructura de madera coronada por un tejadillo.
Actualmente el antemural está parcialmente perdido y desvirtuado por añadidos y reformas posteriores, apertura de puertas en la mayoría de los casos. Unos
vanos, que tras la pérdida de su valor defensivo y la ruina de edificios y estructuras
anejos (puente levadizo entre otras) facilitan el tránsito en estas zonas.
Adosado al Antemural Este, extramuros, se ha documentado parcialmente uno
de los muros que constituían la Casa Cocina ubicada frente a la puerta, y desde
la cual se accedía, en su planta primera, al interior de la Torre mediante un puente
levadizo (vid. supra). Muro que corre en dirección oeste a Este, de fábrica muy similar a la del conjunto de la antemuralla. Al limitarse la intervención arqueológica
a la zona más cercana a la Torre del Homenaje no ha sido posible determinarlo en
toda su longitud.
Extramuros de la zona sudeste se han exhumado un horno de tejas y ladrillos
y un aljibe (Aljibe II) (Fig. 8b). En los Libros de Visita conservados no se hace
mención alguna a estos elementos, a pesar que las descripciones son muy prolijas,
por lo que es posible establecer una cronología para estas estructuras ya avanzada
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Fig. 8: Perfiles estratigráficos de Estancia IV y liza Este (a) y Aljibe II (b).
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la Edad Moderna e incluso la contemporaneidad. No obstante, este dato hay que
tomarlo con todas las debidas precauciones. Lo que sí es evidente es que para llevar a cabo la construcción del Aljibe II hubo que desmantelar el Torreón Sudeste de
la Antemuralla, por lo que necesariamente ha de ser de cronología más moderna.
En el espacio comprendido entre la antemuralla y la Torre (liza) se ha documentado un nivel superficial de escombrado consistente en una matriz de materiales, mayoritariamente constructivos, de diverso origen y cronología: cal, cemento,
ladrillos, tejas, etc y gran cantidad de residuos sólidos urbanos contemporáneos.
Fig. 8a No ha sido posible determinar distinción estratigráfica alguna dentro de
esta unidad, ya que en amplias zonas (especialmente la liza norte y la mitad oeste
de la liza sur) estos materiales se asientan directamente sobre la roca madre y el
solado de diversas estancias observables parcialmente en superficie.
Bajo ella, la denominada por nosotros UE 2, un nivel de escombros cuyo origen está en las diversas estructuras que conformaban el recinto exterior del castillo. Tras la ruina y demolición de estas estancias: casas, cobertizos, caballerizas,
etc, más los paramentos superiores de los antemurales, se aprovecharon los áridos
resultantes para colmatar las zonas de la liza que hacían las veces de foso seco, con
el objeto de crear un potente basamento sobre el que instalar la zona de explanada
que existía antes de la intervención frente a la Torre para facilitar el tránsito de
personas y aperos a su interior (en este punto conviene recordar que funcionaba
entre otras cosas como bodega) y en la liza norte asentar la construcción de dependencias auxiliares de esta bodega: piletas, Estancias I, II y III, etc.
Esta matriz presenta una textura relativamente compacta, de color pardo muy
claro, con abundantes mampuestos de tamaño medio y grande, restos de teja curva,
ladrillo, concreciones de cal, restos de mortero, etc. En definitiva, los elementos
característicos de un escombrado de tapiales y techumbres. En ello incide la escasa presencia de material arqueológico. Éste se ciñe fundamentalmente a escasos
restos de fauna (ovicápridos principalmente) y galbos cerámicos, en número escasamente representativo, en su mayoría vidriados, con vedrío en tonos marrón
claro, verde y loza blanca. No obstante, la muestra es escasa y dispersa, y por tanto
dificulta enormemente su datación.
En la liza norte se han documentado varias dependencias (Estancias I, II y III)
adosadas al frontal de la Torre del Homenaje. La función de estas estancias hay que
relacionarla con dos piletas o trojes por lo que bien podría formar parte de un lagar
o almazara. En principio hay que asociarla a las actividades de prensado de uva
como así parece indicar uno de los últimos usos del complejo militar.
Estas piletas ocupan una superficie total de 6,15 m2. Un conjunto de planta
rectangular, con rincones matados o curvos para lo cual se dispone una teja, posCampo de Montiel 1213
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teriormente revocada. Con muros de mampostería de caliza revocados al interior
con mortero hidráulico y solado de baldosas de barro cocido. Su estado de conservación es bastante bueno salvo buena parte de su solado que está desaparecido, sin
pérdidas reseñables en sus muros de cierre perimetrales. Al conjunto se accedería a
través de un escalón. Se han inventariado tres canales de desagüe y un rebosadero
que conducen a una poceta consistente es un sencillo agujero en el suelo empedrado que alberga en su interior un recipiente cerámico desportillado, de forma
hemiesférica. Este conjunto de piletas conformarían el complejo de decantación y
refino del mosto. Aunque su uso, tras una exhaustiva limpieza, podría combinarse
con las funciones de almazara, variando su función con la estacionalidad propia de
la agricultura preindustrial (Fig. 9).
Junto a ellas un horno, de planta cuadrangular en su exterior y semicircular en
su interior, ocupando un área de 3,85 m2. Por sus modestas dimensiones este horno
tendría un carácter doméstico asociado a las actividades de la Estancia II, e incluso
a las necesidades de las actividades de transformación de uva y/o aceituna.
En este punto resulta conveniente detenerse en el solado de esta estancia. Un
empedrado a partir de seis líneas maestras con una línea de nivel descendente de
Fig. 9: Piletas de decantación del lagar.
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sur a norte, con un desnivel medio de 10 cm. Con este desnivel se facilitaría el
desplazamiento de los fluidos hacia la poceta o hacia el exterior de la habitación.
En el extremo Este se localiza la Estancia III. En ella no se han inventariado
agujeros a modo de mechinales que denoten la imbricación de vigas de madera,
como sí ocurre en las zonas coincidentes con las Estancias I y II. Es por ello por lo
que este espacio podría estar abierto a modo de patio de la anexa Estancia II (con
la que se comunica a través de una puerta), o explanada asociada a la torre cuando
ésta perdió ya su función militar. Ya que tras la demolición de las antemurallas se
crearon nuevos espacios abiertos que favorecieran el tránsito de personas, animales y enseres al interior de la torre.
En la liza sur se ubican las Estancias IV, V y VI adosadas al frontal sur de la
Torre. La Estancia IV, está comunicada con el exterior de la antemuralla a través
de una puerta en su lado Este. De su cubierta se tienen evidencias ya que ha podido
inventariarse un nivel estratigráfico de derrumbe de techumbre de teja curva. Inmediatamente al oeste encontramos la Estancia V. Ambiente de planta rectangular
con un horno anexado en su lado norte (Horno II), adosado al frontal sur de la
torre, es de planta circular de 40 cm de altura y 160 cm de diámetro (Fig. 10). Está
construido con un cuerpo principal de mampostería irregular de 35 cm de altura,
sin desbastar, pero careada, trabada con mortero de cal. A partir de las hiladas del
cuerpo principal se alzaría la cúpula de ladrillo de la que sólo se conserva la primera hilada completa y parte de la segunda. Por sus modestas dimensiones tendría un
carácter doméstico asociado a las actividades de las Estancias V y VI.
Es poco probable que este horno corresponda con el referido en los libros de
visita, aunque por su cercanía a la torre podría ser ése o ocupar un solar cercano a
aquel que en 1535 fue seriamente dañado por la caída de una garita de las que se
encontraban en la azotea de la Torre del Homenaje:
«[...] una garita que está cayda hazia el horno, en lo alto del dicho castillo, y las otras
tienen necesidad de se reparar, lo qual taso en diez ducados [...]» (29 Noviembre de 1535)2
Esta zona culmina en su extremo oeste con la Estancia VI. Su funcionalidad
como cocina parece apuntarse por la presencia de un agujero practicado en la roca
madre que en su fondo presenta dos pequeñas lajas de caliza que podrían servir
para el acomodo de recipientes cerámicos a modo de cantareras. Más pistas nos
facilita el inventariado de un hogar de planta semicircular de 65 cm de radio, excavado en la roca madre
2
(A)rchivo (H)istórico (N)acional, Ordenes Militares, Santiago, 1081-C: Visita de los Partidos de la
Mancha y Ribera de Tajo. Uclés, 1535.
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Fig. 10: Horno Estancia V.
En el tramo Este de liza, que hacía las funciones de foso seco, salvado por el
puente levadizo se ha exhumado el Aljibe I, excavado en la roca madre caliza y
ligeramente desplazado al norte con respecto a la puerta de acceso a la torre. Su
construcción se desarrolló de forma irregular (bien en periodos diferentes, bien con
cuadrillas distintas) toda vez que ello se denota en lo irregular de las paredes, con
perfiles en dientes de sierra. Es de dimensiones más que considerables (por ello
no ha podido excavarse por completo debido a la falta de garantías de seguridad
para la integridad de los trabajadores, cancelándose su excavación a una cota de -4
metros con respecto al nivel de rasante de la roca madre) (Fig. 11).
Su planta es rectangular, casi cuadrada, con esquinas matadas, y con unas dimensiones de 2,75 m por 2,50 m. Como se ha comentado con anterioridad, su
profundidad total no ha podido determinarse. Tomando como certeza absoluta esa
profundidad de -4 metros de excavación, se propone una capacidad mínima de 27,
5 m3 ó 27500 litros. Bien es cierto que su profundidad, y por tanto su cubicaje, es
estimablemente mayor, toda vez que sondeos efectuados con barrena manual no
han permitido detectar su solado.
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Fig. 11: Aljibe en proceso de excavación.
En cada una de sus paredes Este y Oeste, a unos -50 cm de su cota más elevada
se observan respectivos agujeros de sección cuadrada, que servirían para empotrar
en su interior algún tipo de viga o maderamen, que facilitarían las labores de excavación, extracción del agua, mantenimiento y limpieza de la estructura.
El cerramiento no se ha conservado, pero éste era en bóveda de sillería de
arenisca roja, posiblemente apuntada, en consonancia con la estética de la Torre.
Ello es posible determinarlo porque en su parte superior, en el lateral Este se conserva una hilada de sillares de arenisca (cinco piezas) acomodadas sobre un rebaje
practicado en la roca madre, y que son fácilmente identificables como las ubicadas
en la primera línea de imposta; a lo que hay que sumar la entalladura y rebaje de
la roca apreciable en el lateral oeste, con unas dimensiones en las que se pueden
insertar piezas gemelas a las conservadas en el lateral Este. Incidiendo más en esta
hipótesis, en el proceso de excavación de las distintas UEs que lo colmataban, se
han recuperado piezas de cantería en arenisca roja y gris, buena parte de ella correspondientes a dovelas de bóveda.
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Es el aljibe original del castillo, aquel del que nos informan los Libros de Visita, más con requerimientos para su reparación y limpieza, que con descripciones
pormenorizadas. Valgan como ejemplo estas dos:
«En la fortaleza de Terrinches [...] Primeramente mandamos vos que hagays
modar el aljibe de la fortaleza de Terrinches e quitar e desfaser todo el maderamiento
questa en la bóveda del, e derribar la puertezilla e fasta en medio de la pared que
sale sobre la bóveda del un arco de cantería donde este su carrillo, [...]» (1511)3
y
«..rosy que se limpiase el aljibe que está suçio, e se enmaderase de otra madera
que está podrida la que tiene e piligrosa para los que entran a sacar el agua; fue
tasado de costa [en]mill e trisyentos e veynte maravedis [...]» (1507)4
1. PLANTA BAJA DE LA TORRE DEL HOMENAJE
La otra zona de intervención se ha centrado en el interior de la planta baja de
la Torre del Homenaje con la apertura de tres sondeos.
Para ello se ha procedido al levantamiento parcial de un solado de baldosas de
barro que no es el original, que sería empedrado, similar al que es posible observar
en la Planta Primera. Este suelo se instaló cuando esta sala de la torre comenzó a
funcionar como bodega. Sería, por tanto, de cronología similar a parte de las estructuras asociadas a actividades propias de un lagar inventariadas en la liza norte.
Ambas dependencias estarían comunicadas mediante la rotura de una de las saeteras convertida en ventanuco. Su línea de nivel es acusadamente inclinada hacia
el Este (más de 40 cm), con el objeto de favorecer el desplazamiento de líquidos
hacia un pozo de orujos ubicado en este sector.
Al contrario de lo que sucede en múltiples ocasiones, este solado no se encuentra ubicado sobre otros anteriores, si no a cota muy inferior con los que le precedieron. El original empedrado fue desmantelado y se procedió a excavar bajo ese
nivel de rasante. Se desconoce el porqué este embaldosado está a cota inferior con
respecto al original. A este interrogante planteado, acuden respuestas poco firmes
y convincentes: es posible que para facilitar la confección de su inclinación hacia
3
AHN, Ordenes Militares, Santiago, 1077-C: Visitas a los Partidos del Campo de Montiel y Murcia.
Uclés, 1511.
4
AHN, Ordenes Militares, Santiago, 1071-C: Visita de los Partidos de la Mancha y Campo de Montiel.
Uclés, 1507.
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el pozo de orujo; o que el original dificultaba las labores de acceso de las tinajas al
interior (la puerta fue agrandada de manera “ergonómica” –valga la expresión-, royendo parte de los sillares de sus jambas, para facilitar el acceso de estos contenedores) y por ello se ubicó a una cota inferior; o que al conservarse el artesonado de
madera, a modo de cámara, que escondía las bóvedas, no hubiese altura suficiente
entre éste y las tinajas, por lo que no podrían efectuarse, por el angosto espacio
restante, labores propias de una bodega, como es el trasiego del mosto y del vino.
Como se observa, coinciden una serie de situaciones, junto a muchas otras no enumeradas aquí, casi inverosímiles. Es innegable que la excavación arqueológica no
ha podido dar respuesta a estos extremos.
Bajo las baldosas se ha documentado un potente y homogéneo paquete estratigráfico (UE 47) que llega hasta el nivel de roca madre. Esta unidad colmata única
y exclusivamente el espacio físico delimitado por la roca madre, el solado de baldosas y el “Muro de Cimentación Central” al que nos referiremos más adelante. Se
ha procedido a su excavación hasta su cota final en el Sondeo II. En los Sondeos
I y III no se ha excavado hasta el nivel de roca madre. No excavándose en toda su
área por no desmontar en su totalidad el solado de la Torre. Esta unidad es un basamento de escombros, cuyo origen, posiblemente, está en los diversos paramentos
y estructuras que conformaban una edificación anterior que ocupaba este solar, y
cuyo testigo podría ser el “muro de cimentación central de la Torre”. Tras la ruina
y demolición de estas estructuras, se aprovecharon los áridos resultantes para colmatar y nivelar la pendiente de la ladera sobre al que se asienta el castillo, con el
objeto de crear un potente basamento sobre el que construir la Torre del Homenaje
ya en fechas avanzadas del siglo XIII.
Esta matriz presenta una textura relativamente compacta, de color pardo muy
claro, con abundantes mampuestos de tamaño medio y grande, restos de teja curva,
ladrillo, concreciones de cal, restos de mortero, etc. En definitiva, los elementos
característicos de un escombrado de tapiales y techumbres. En ello incide la nula
presencia de material arqueológico ni trazas antrópicas.
Este estrato colmata un sólido paramento murario denominado por nosotros
“muro de cimentación central de la Torre”. Ubicado en el centro de la planta baja
y en cuya cota superior se apoyan cuatro pilares de cantería de arenisca roja que
sustentan las bóvedas apuntadas de este recinto. Se trata de un lienzo que corre en
dirección norte a sur y que se encuentra en relativo buen estado a pesar de estar
parcialmente perdidas las hiladas superiores en algunos de sus tramos, especialmente en su tramo medial, donde ha sido parcialmente desmochado para permitir
el tránsito. En esta zona (Sondeo III) se ubicó una puerta de la que se conserva un
quicial circular. Igualmente en sus hiladas superiores se practicaron rebajes a modo
de poyos o bancos corridos sobre los que asentar las tinajas de la bodega. Presenta,
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al igual que el resto de los lienzos, una sólida fábrica de mampostería irregular de
caliza, sin desbastar pero careada, de tamaño medio y grande (y algunos sillarejos
de arenisca amortizados de otras construcciones o bien desechados de ésta) trabada
formidablemente con mortero de cal y arena, con la ayuda del ripio de caliza para
rellenar los intersticios entre los mampuestos. Este tipo de fábrica es el que está
presente en todo el conjunto de la fortaleza, sin apenas variaciones sustanciales. Su
cara externa presentan una estética y línea de plomada excelentes. Se ha excavado
(Sondeo II) hasta su línea de cimentación que se asienta directamente sobre la roca
madre, y consistente en un basamento de mampostería irregular de caliza, ripiada,
de tamaño medio y pequeño, sólidamente trabada con calicanto. Este basamento
es de factura más imperfecta que el resto del paramento, toda vez que, al estar soterrada, no estaba a la vista.
Esto es lo que sorprende de esta “enigmática” estructura. Si sólo fuese un muro
de cimentación, no tendría a su vez cimientos, y por supuesto el paramento no
tendría esa cierta perfección estética que está ausente en las construcciones soterradas. Por ello se apunta a la posibilidad de que, o bien esta estructura sea el
resultado de un replanteo inicial en la construcción de la torre, o bien formara parte
de una fortaleza preexistente, de cronología imprecisa, que tras la demolición de
sus paramentos superiores ejerció de excelente base sobre la que levantar la Torre
del Homenaje que ha llegado hasta nosotros. En ello incide la UE asociada a él, un
escombrado de restos de tapial y mampostería, sin material arqueológico ni trazas
antrópicas como carbones, ceniza o restos de fauna. Como ya se ha comentado
supra, se encuentra en relativo buen estado por lo que es posible observar con
precisión sus dimensiones originales: una anchura oscilante entre los 150 a 170 cm
(muy similar a la de los antemurales), y una longitud inventariada de más de 10 m.
En cuanto a la altura, ésta supera los 190 cm en algunos de sus puntos (50 cm el
cimiento y 140 cm el alzado del resto del paramento).
2. A MODO DE CONCLUSIÓN
La intervención arqueológica llevada a cabo en el castillo de Terrinches se
puede calificar de muy positiva, con la consecución de los objetivos propuestos
inicialmente.
Por una parte, el estudio de los aspectos cronológicos-formales del castillo era
no sólo obligado sino necesario, puesto que las dudas que planteaban las cuestiones tratadas se podrían calificar de serias. Toda vez que la fundación del castillo
planteaba toda una serie de graves problemas, centrándose el debate científico en si
se trataba de una fundación “ex novo” del siglo XIII –cuando la Orden de Santiago
articula y repuebla los territorios de la frontera del Campo de Montiel con respec251
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to a Al-Andalus (Ruibal, 1989, 2012; Matellanes, 1999) o bien se trataba de una
construcción militar existente ya en época islámica (Gallego, 2005). Esta cuestión
ha quedado definitivamente zanjada, toda vez que la erección de la Torre del Homenaje y el antemural que hoy vemos son de indudable raíz santiaguista, como así
lo atestiguan las fuentes escritas, la estratigrafía y la ergología del edificio.
Con esta intervención –que ha supuesto el primer estudio arqueológico de un
castillo en Campo de Montiel-, así como con el posterior proceso de restauración y
puesta en valor del inmueble, se ha conseguido tener una imagen concreta de esta
edificación en sus fases iniciales, de apogeo como baluarte militar, su progresiva
degradación y su posterior amortización como bodega y definitivo abandono.
A grandes rasgos, y ya a modo de sucinto resumen, el desarrollo de los acontecimientos no distaría mucho del expuesto a continuación y que se concreta en
varias fases:
• Al menos la parte del castillo que se conoce, y que ha llegado en pie hasta
nuestros días (Torre del Homenaje y parte del Antemural) tiene su origen
tras la organización de este territorio por parte de la Orden de Santiago.
Bien es cierto, que se apoya sobre una construcción preexistente (bien islámica, bien un primer intento cristiano) que se sustancia en el potente paño
mural de mampostería exhumado en la Planta Baja de la Torre.
• En su momento de apogeo –siglos XIII, XIV y parte del XV- fue un notable
castillo, con dos sólidos recintos defensivos, con suficientes dependencias
auxiliares y armas, que es capaz de resistir ante un ataque bélico, de los
que hoy se denominarían como de “baja intensidad”, como el acontecido
a cargo del Sultán de Marruecos en 1282 en el contexto de las discordias
civiles que enfrentaron a Alfonso X con su hijo o el posterior de 1434
cuando tropas de Huéscar sitiaron el castillo, que resistió el envite (Ruibal,
1989).
• Posteriormente, cuando paulatinamente va perdiendo su función militar –a
finales del XV y a lo largo de la I Edad Moderna– el castillo va sufriendo un paulatino proceso de abandono, desorganización, falta de dotación
económica y ruina parcial de buena parte de sus estructuras. Imagen ésta
que se refleja con todo lujo de detalles en los libros de visita de la Orden
«..sitose la fortaleza de la dicha villa (de Terrinches) en la qual no hallaron alcaide, questava avierta y mal parada, sucia [...]» (29 de noviembre
de 1549).5
5
AHN, Ordenes Militares, Santiago, 1085-C: Visitas a los Partidos del Campo de Montiel y Murcia.
Uclés, 1549.
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Es al final de este periodo cuando el puente levadizo ya está obsoleto
y se procede a la apertura de una puerta en el extremo sudeste de la antemuralla, la demolición del torreón de este sector y a la construcción de un
nuevo aljibe.
• En ese momento existe ya un inmueble, arruinado e inhabitable, en la época borbónica, con depredación de parte de sus elementos constructivos. Y
con habitáculos “de fortuna”, casi chabolas, amortizando las estructuras y
dependencias conservadas. En las guerras carlistas tuvo un tímido resurgir
como fortaleza (sólo la Torre del Homenaje), bajo cuyos muros se acuarteló un reducidísimo contingente militar.
• Ya a fines del XIX el edificio fue desamortizado, pasando a manos privadas para ser convertido en bodega. En este momento sufrió importantes
transformaciones que pueden resumirse en que fueron demolidas aquellas
partes de la antemuralla que dificultaban el acceso al interior de la torre. El
escombrado de esta demolición sirvió para cegar la parte de la liza (Este)
que hacía las funciones de foso seco, la nivelación de la pendiente de la
ladera y la posterior creación de una explanada frente a la puerta de la torre
que permitía el acceso hasta sus inmediaciones de personas, animales y
enseres. Este escombrado permitió en la liza norte ser una excelente base
sobre la que asentar nuevas estructuras auxiliares de la bodega/almacén:
prensa, piletas, horno, cuadras, etc, demoliendo hasta los cimientos los paños antemurales. El interior de la torre también sufrió reformas: se ensanchó la puerta, se rebajó el nivel de solado, se readaptaron algunas saeteras
como ventanas y alacenas, se limaron algunos pilares de la planta baja para
que cupieran más tinajas, etc.
• Esta bodega también quedó obsoleta, avanzado mediados del siglo XX,
quedando un almacén casi olvidado. Aquí es donde interviene el Ayuntamiento de Terrinches, comprando el inmueble y la parcela aledaña; y
generando un Plan Director de restauración y puesta en valor.
Un aspecto a tener en cuenta es que no se ha localizado ninguna zona cultual ni
cementerial. Ello posiblemente venga dado por la importancia en época medieval
de la cercana Ermita de Luciana. Un inmueble éste objeto también de intervención
arqueológica en 2001 (Álvarez y Molina, 2007; Álvarez y Benítez de Lugo, 2009),
en donde se pusieron en evidencia enterramientos, cultura material y estructuras
datadas con certeza ya en fecha tan temprana como es el umbral del siglo XIII
con proyecciones hasta la contemporaneidad. El prestigio de este lugar de culto es
razón más que suficiente para que en el castillo no se estableciese oratorio alguno.
253
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La presencia del Castillo informa del proceso de reorganización demográfica,
política y espacial del entorno de Terrinches en fechas iniciales a la decimotercera
centuria. Un edificio castral de carácter feudal inmerso en un ambicioso programa
constructivo desplegado en esta zona por la Orden de Santiago (Molero y Gallego,
2013; Gallego y Lillo, 2013).
Un siglo XIII marcado en este espacio geográfico por los intentos repobladores tras la batalla de Las Navas de Tolosa en 1212. Unas acciones desarrolladas y
dinamizadas en primera instancia en fechas muy tempranas a las de la mencionada
batalla focalizadas en torno a la vecina ciudad de Alcaraz conquistada a los musulmanes con ayuda de las Órdenes y del Arzobispo de Toledo Rodrigo Ximénez de
Rada, junto con algunos contingentes ultrapirenáicos, los concejos y señores como
Diego López de Haro en 1213 (Pretel, 1974, 2008).
Tras la concesión del Fuero de Cuenca a Alcaraz, el concejo de la villa participa ampliamente en las acciones guerreras de estos años que conducen en la primera década de su existencia a la anexión y poblamiento de cuarenta y un lugares
del Campo de Montiel (Peset, 1984: 35), entre los cuales con mucha probabilidad
se encontraría Terrinches, aunque conviene reseñar que el territorio no estaría plenamente consolidado y que las penurias de los repobladores serían mayúsculas.
Fecha clave en todo este proceso será 1235, cuando una serie de donaciones
del monarca a la Orden de Santiago en las inmediaciones de Alcaraz provoquen
que la situación comience a cambiar sustancialmente, con un cada vez mayor incremento del poder de la Orden y un nuevo equilibrio de fuerzas en la comarca
(Pretel, 2008).
Se plantea un proceso repoblador de Terrinches y su entorno muy diferente al
desarrollado previamente por Alcaraz (Matellanes, 1996: 401ss). Montiel con sus
dos castillos: el de La Estrella y el de San Polo, formarían junto con otros de la
zona una sólida red defensiva a su alrededor, destacando entre éstos los de Torres,
Santa Cruz de los Cáñamos, Torreón de la Higuera, Puebla del Príncipe, Albaladejo y Terrinches.
En este punto es donde se define el Castillo de Terrinches como un “castillo
de frontera”. La definición de frontera en la concepción medieval dista de la que
actualmente se tiene como tal (Palacios, 2008: 185ss). Las fronteras medievales,
lejos de manifestarse en líneas definidas con capacidad para separar diferentes
formaciones políticas o entidades territoriales, eran vagas referencias a espacios de
fricción, aún no consolidados (“territorios de fortuna”), cuyo principal rasgo estaría marcado por el carácter desestructurado de su población, de su economía y de
sus marcos de encuadramiento jurisdiccional, una suerte de terra nullius poblada
por gentes sin historia.
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El punto en el que convergen los conceptos de fortaleza y límite fronterizo es
que se trata de tierras castigadas, si no por las guerras, sí por su inestabilidad e
inseguridad ante eventuales expediciones estacionales, siempre desestabilizadoras, que los distintos contingentes enfrentados solían lanzar contra las posiciones
más expuestas del enemigo. En ese marco es en el que hay que ubicar la razzia
del Sultán de Marruecos, Ibn Yucef, en 1282 contra Terrinches «haciendo mucha
guerra, quemando y destrozando cuanto encontraba» (Blázquez, 1898), uno de los
posibles detonantes para la erección de la fortaleza que conocemos actualmente
(Ruibal, 1989).
Este proceso de inseguridad conllevó una patente militarización de esta zona
de contacto que hizo imprescindible la presencia de fortificaciones. A la vez defensivas y ofensivas. Por tanto, las fortificaciones fronterizas constituyeron los
cimientos en los que los distintos poderes fundaron, tanto las necesidades de autoprotección convenientes para crear condiciones estables en el interior de sus territorios, y que todo ello se tradujera en prosperidad para los mismos, como sus
expectativas de expansión para con los poderes vecinos.
Este proceso se situaría en una cronología que arrancaría desde 1227 para la
ocupación militar del castillo de Montiel y una organización económica y social
de su entorno geográfico más inmediato en un acelerado proceso que se produjo
en los apenas nueve años posteriores con la construcción y poblamiento de más
de sesenta iglesias, quedando perfectamente delimitado el esquema productivo y
organizativo en apenas veinte años, sustituyendo el antiguo sistema económico de
pequeñas propiedades por los grandes latifundios.
Es más que probable que en esta rápida reestructuración del espacio físico
por parte de la Orden contribuyeran y se utilizaran los marcos heredados tanto de
época islámica como los primeros intentos repobladores patrocinados por Alcaraz
pero que no llegaron a buen puerto, como se ha reseñado con anterioridad.
Rastrear la situación del entorno más inmediato a Terrinches en el momento
anterior y posterior a la conquista cristiana no es una cuestión menor. La historiografía ha apostado por un panorama, tras la trascendental victoria en Las Navas,
de confusión, con los almohades manteniendo a duras penas su capacidad de resistencia en el enclave de Montiel, en una tierra devastada tras siglo y medio de
frontera (Pretel, 2000). Un espacio, en el momento previo a la conquista que estaba
articulada en torno a destacadas fortalezas como Montiel (Gallego y Lillo, 2012),
Villanueva o Alcaraz, y que pudieron beneficiarse de un rápido abandono de las alquerías y los castillos de mediano tamaño cercanos ante la presión cristiana (Pretel,
2008). En opinión de algunos, Terrinches debía ser un despoblado, o un núcleo de
escasa importancia ausente de las fuentes (Ruibal, 1989).
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Para época musulmana no son muy prolijos los estudios e investigaciones alusivos a aspectos concretos relacionados con este espacio geográfico en tanto en
cuanto relativos a esa estructuración territorial de dominio y explotación del territorio. Tomando como base la toponimia, la tradición tiende a asignar una localización de los contingentes musulmanes coincidente con las actuales poblaciones de
la zona. La práctica ausencia de investigaciones históricas en los actuales núcleos
urbanos no permiten, en el estado actual del conocimiento, definir un horizonte
islámico solapado por las actuales poblaciones de Terrinches, Albaladejo, Almedina, Puebla del Príncipe, Santa Cruz de los Cáñamos o Almedina, por citar algunos
casos significativos.
Las prospecciones arqueológicas desarrolladas en el marco de las vigentes
Cartas Arqueológicas tampoco han ayudado a despejar este oscuro panorama ya
que son escasísimas y algo dudosas las localizaciones rurales adscribibles a época
islámica. Por el contrario, son numerosísimos los yacimientos de época anterior y
posterior: romanos, tardoantiguos, bajomedievales y modernos. Algunos enclaves
tan señeros, por su presencia en las fuentes del siglo XIII (Pretel, 2000), como
Turra, Gorgojí o El Hinojo/Cortijo de la Cerrada no han sido objeto de investigaciones de campo rigurosas y aún no han aportado pruebas materiales suficientes
que permitan, ni tan siquiera vislumbrar, no ya su trascendencia en época islámica,
si no su mera existencia.
Un desconocimiento acentuado por las diversas excavaciones desarrolladas en
estaciones rurales donde la Arqueología ha desvelado potentes momentos de ocupación tardoantigua y un abandono previo o coetáneo a la conquista musulmana,
casos de La Ventica (Villanueva de la Fuente), Puente de la Olmilla (Albaladejo),
La Ontavia (Terrinches); e incluso el resurgimiento de algunos tras la conquista
cristiana en el siglo XIII, caso de El Calvario/Ermita de Ntra Sra de Luciana (Terrinches) y Jamila (Villanueva de los Infantes), sin haber podido localizar estratos
con materiales asociados a época islámica (Benítez de Lugo et al., 2011; Espadas,
1997, 2004; García, 1997).
Sin duda no es sensato defender un espacio “no islamizado”. Este desconocimiento de las estructuras y marcos previos al siglo XIII ha de achacarse a la escasez de investigaciones desarrolladas. A buen seguro, con nuevas investigaciones
en curso (Molero y Gallego, 2013; Gallego y Lillo, 2013), la ciencia irá aportando
luz a esta incógnita, con datos que ayudarán a desarrollar y resolver esta cuestión.
Es por ello que urge una vigilancia y control arqueológico dentro de los actuales
cascos urbanos, que han sufrido y sufren una severa pérdida patrimonial con la
destrucción y alteración de su estratigrafía histórica. El panorama no es mucho mejor en el espacio rural, donde severas obras de infraestructuras sin control arqueológico alguno han dañado irremediablemente el acervo cultural de esta comarca,
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como ha sido entre otros casos el de la necrópolis medieval de Almedina (Benítez
de Lugo, 2011).
Para conocer la dinámica de la comarca en época islámica resulta obligado
recurrir a Mentesa Oretana, la actual Villanueva de la Fuente, único núcleo urbano
objeto de investigación arqueológica (Benítez de Lugo, 2003). Aquí la presencia
islámica está atestiguada arqueológicamente a partir de inicios del siglo VIII (Benítez de Lugo y Álvarez, 2003, 2004; Benítez de Lugo et al., 2013). Esta temprana
presencia ha de explicarse a socaire de un entramado urbano heredado de los romanos, excelentemente comunicado por un tramo de la Vía Augusta (Benítez de
Lugo et al., 2012) y la recurrente apelación a la importancia de la irrigación.
La llegada del Islam sí supondrá una ruptura importante con respecto a la dinámica de la vieja ciudad romana y visigoda. El espacio urbano se contrae y vuelve
a articularse en torno al punto más elevado de la meseta donde se construye una
fortaleza (Álvarez y Benítez de Lugo, 2006; Benítez de Lugo y Álvarez, 2004). El
hábitat abandona los suburbios y arrabales de época romana y visigoda y vuelve a
circunscribirse, grosso modo, al perímetro del viejo oppidum ibérico. Los edificios
romanos son parcialmente remozados y demolidos, y aprovechados residualmente sus elementos constructivos. Igualmente alterado resulta el entramado viario,
observándose un crecimiento orgánico del núcleo habitado. Centrándose en las
inmediaciones del río Villanueva las actividades artesanales y de almacenaje como
así lo atestiguan les numerosas estructuras siliformes y la presencia de vajilla de
cocina con series de producción local (Álvarez et al., 2006). No en vano, junto al
nacimiento del río se ubicaban los alfares, allí donde arcilla y agua no faltaban.
Los antiguos arrabales romanos son ahora colonizados, tras su ruina y colapso,
por una necrópolis, ubicada junto a otra de época tardorromana. Hay, pues, una
continuación del solar como espacio funerario, en una maqbara fechada mediante
radiocarbono en momentos califales y de primeras taifas (finales del siglo IX a
mediados del XI) (Benítez de Lugo et al., 2011).
Esa continuidad en la ubicación de las áreas cementeriales parece incidir en
un aspecto clave de la dinámica histórica de Mentesa Oretana: podríamos encontrarnos ante la misma población hispanorromana convertida ahora al Islam. Es por
ello que se ubican junto a sus antepasados, sin rupturas, en definitiva, sin insidia ni
saña hacia lo anterior, en un gesto de marcada continuidad cultural e identitaria. El
estudio de los individuos enterrados en este cementerio islámico indica que buena
parte de éstos presentan lesiones y enfermedades asociadas a trabajos de agricultura intensiva, así como una dieta basada en el consumo de productos agrícolas casi
de manera exclusiva en algunos casos. Este dato es coherente con el hecho de que
este tipo de comunidades islámicas o islamizadas (conviene no olvidar este matiz)
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se caracterizan por su marcado acento agrícola, y especialmente hortofrutícola, aspecto éste que conduce al establecimiento temprano de una comunidad de relativa
importancia centrada en el aprovechamiento de la feraz vega del río Villanueva,
cuya primigenia red de acequiado, cuyos testigos perviven en tramos excavados en
la roca, aún se aprecia en las inmediaciones del yacimiento.
El origen de los regadíos de buena parte de la Península hay que buscarlos en
las obras de época romana ampliadas y perfeccionadas por los árabes (Sánchez y
Gozálvez, 2012). Con estos se crea una agricultura, en realidad un “agroecosistema”
de alta productividad que convive durante un tiempo y acaba superando al sistema
agrícola anterior romano (Malpica, 2012). La introducción por parte de los árabes
de nuevos cultivos y sistemas hidráulicos de forma generalizada supuso una
transformación que se puede calificar tanto de cultural como de social y económica.
Actualmente se considera que el control del uso del agua seguía en manos del
poder, no de los campesinos de las comunidades. La creación de nuevas tierras
irrigadas responde a iniciativas de grupos de poder aristocráticos de carácter tribal. En el siglo X la irrigación en torno a los núcleos urbanos es una realidad que
se recoge con toda claridad en las fuentes escritas que al describir las principales
ciudades Omeyas, insisten en la abundancia de huertas y árboles frutales en su
entorno (Malpica 2012).
Es un tipo de agricultura caracterizada por el policultivo, que en sus inicios
busca el autoconsumo, pero que debido a su alta rentabilidad formará un pilar
básico del comercio andalusí. Un comercio gestionado desde un lugar central, que
en este caso es la ciudad, mediante un mercado central o zoco. Es en este momento
cuando surge el concepto de feria que aglutina a individuos de otras poblaciones
que se acercan a ella a surtirse de aquello de lo que carecen, en este caso frutas
y hortalizas. Así como productos artesanales e industriales, ya que conviene no
olvidar la importancia que tuvieron en la localidad en esta época, entre otros productos, las cerámicas, el curtido de pieles y el tintado de tejidos; tal y como se
refleja en el registro arqueológico que en la última década se ha ido poco a poco
conociendo, y que sólo son explicables por una abundante presencia de agua (Benítez de Lugo et al., 2011).
Con la llegada de los cristianos en el siglo XIII la importancia y pujanza de
la huerta no decae, a pesar de ser un tópico bastante recurrente que está siendo
desmontado a la luz de nuevas aportaciones para otros ámbitos peninsulares (Ortuño, 2006). En el caso concreto de Villanueva los documentos cristianos reflejan
una presencia abundante de huertas y una producción basada principalmente en
especies que precisan ser irrigadas. Sobre éstos destaca la alta producción de fibras
vegetales, en concreto el cáñamo (Pretel y Rodríguez, 1981).
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En el siglo XIII tras el final de la fase islámica y la recuperación cristiana de
la ciudad, ésta sufre un periodo de remoción con la construcción de una iglesia
(Benítez de Lugo y Álvarez, 2003) y el traslado de su cementerio a ese entorno,
con apertura de nuevas calles y construcciones de nueva planta, tanto domésticas
como industriales, hasta que en fechas ya avanzadas Bajomedievales y Modernas,
poco a poco, la ciudad se va desplazando hacia el norte, ocupando las tierras de
labor el otrora espacio urbano.
Obviamente no puede extrapolarse la información conocida de este enclave,
pero no es menos cierto que aporta luz en el conocimiento de la dinámica histórica
de la comarca hasta el momento en que tanto Alcaraz como Montiel se conviertan
en los ejes sobre los que pivotará un “tiempo nuevo” ya avanzada la decimotercera
centuria.
La práctica ausencia de documentos explícitos al respecto de Terrinches en el
siglo XIII obliga a dejar esta cuestión abierta, pero sin duda a un mayor conocimiento del problema contribuyen, entre otros, la presente intervención arqueológica y la información documental posterior.
Desde el punto de vista documental se fechan los primeros datos a fines del
siglo XV. Gracias a los libros de visitas de la Orden de Santiago podemos reconstruir, el proceso de construcción, renovación y ampliación acaecido en el castillo
entre los años 1480 y 1549.
Ya para finalizar, en esta intervención puntual ha sido posible establecer una
secuencia estratigráfica “datada históricamente” en relación con las fases constructivas del castillo, y una secuencia estratigráfica “relativa” que permite confirmar la
presencia de elementos constructivos, algunos ya desaparecidos, de la concepción
original de este edificio militar; y la remodelación, amortización y readaptación de
buena parte de sus estructuras.
Lo cual permite establecer con certeza una secuencia vívida del devenir en el
tiempo de esta destacada fortaleza. Centrada, bien es cierto, en su zona central: la
Torre del Homenaje y su Antemural (torreones, antemurallas y liza), allí donde se
ha desarrollado esta intervención arqueológica. En este punto es posible afirmar
con rotundidad, en base a la arqueología vertical y horizontal, la evidente fundación santiaguista, de al menos esta parte del castillo. Quedando abierto el debate
sobre una más que probable fortaleza anterior datada, bien en época musulmana,
bien un primer encastillamiento cristiano.
El hecho de la ausencia, en zonas puntuales, de estratos históricos y elementos constructivos hay que ponerla directamente en relación con la entidad de las
obras de remodelación llevadas a cabo en fechas diversas, algunas relativamente
recientes (hace unas décadas) que arrasaron buena parte de la estratigrafía original
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y depredaron materiales constructivos “edilicios” (sillería de arenisca roja y gris, y
ortostatos escuadrados de caliza) y “comunes” (tejas, ladrillos y baldosas) dignos
de ser reutilizados. Buena parte de ellos, aún siguen presentes en el actual entramado urbano de la localidad.
Esta intervención supone el primer, pero fundamental paso, del “renacer” del
Castillo de Terrinches: su restauración y puesta en valor como un destacado centro
de interpretación de la Orden de Santiago en el Campo de Montiel. Todo un referente en la comarca, la provincia y la región (Fig. 12).
Su pasado destacado deja paso a un futuro que podría calificarse como más que
prometedor; esplendoroso.
Fig. 12: Museografía y recreación escénica en la primera planta del castillo de Terrinches.
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Campo de Montiel
Miguel Torres Mas
Arqueólogo, Motilla del Azuer
[email protected]
Luis Benítez de Lugo Enrich
Dpto. de Prehistoria y Arqueología - UNED Ciudad Real.
[email protected]
Recibido: 4-X-2013
Aceptado: 15-XII-2014
RESUMEN
La fortaleza de los Baños del Cristo corresponde con una atalaya situada entre las localidades de
Villanueva de la Fuente y Albaladejo, en el interior de la comarca del Campo de Montiel y próxima al
término municipal de Alcaraz y la provincia de Albacete. Esta construcción presenta una significativa
trascendencia estratégica sobre un territorio con alto valor productivo, zonas potencialmente aptas
para la agricultura y la ganadería, rutas pecuarias y comerciales, así como accesibilidad a recursos
hídricos con heterogéneas posibilidades de explotación. Diferentes investigaciones arqueológicas
desarrolladas en su interior han permitido documentar y conocer esta construcción, así como revelar
su importancia dentro del contexto territorial del Campo de Montiel. De igual forma estos estudios
han proporcionado una serie de datos significativos para entender la Baja Edad Media, en un período
convulso y de profundas transformaciones en el escenario comarcal.
PALABRAS CLAVE: Atalaya, Medieval, Baja Edad Media, Campo de Montiel.
ABSTRACT
The fort of Baños del Cristo is a watchtower located between the towns of Villanueva de la Fuente
and Albaladejo, inside the Campo de Montiel and close to the town of Alcaraz and the province of
Albacete. This construction has a significant transcendence over a territory with high production
value, potentially suitable areas for agriculture and animal husbandry, livestock routes and different
water resources explotation. Different studies have documented archaelogical devoloped inside and
release this construction and its significance within the territorial context of Campo de Montiel.
Likewise, these investigations have provided information to understand in the regional scene Middle
Age, a period of profound changes.
KEYWORDS: Watchtower, Medieval, Late Middle Ages, Campo de Montiel.
Miguel Torres Mas y Luis Benítez de Lugo
1. CAMPO DE MONTIEL: UN CONVULSO ESCENARIO EN EL MUNDO
BAJOMEDIEVAL FRONTERIZO
La conocida como “Torre o Castillo de los Baños de Cristo” o “del Santo Cristo” se encuentra situada en plena comarca del Campo de Montiel. Este territorio
se localiza en el ángulo suroriental de la provincia de Ciudad Real y presenta la
particularidad de encontrarse abierta hacia las Sierras de Alcaraz y Segura. Por esta
situación geoestratégica constituyó una zona de contacto entre el Sudeste peninsular, la Meseta Central y el Levante, desde tiempos pretéritos.
Durante época medieval el territorio se encontraba significativamente militarizado debido al desarrollo de prolongadas tensiones entre el poder cordobés y las
regiones septentrionales fronterizas. Mucho más cuando tras la conquista de Toledo por los castellanos en 1085 la zona quedó definida en un espacio relativamente
conflictivo, el cual constituía una base logística para los actores litigantes.
El definitivo control castellano de la zona, tras la campaña de las Navas de
Tolosa de 1212, y el desarrollo del posterior proceso de repoblación, no significaría
el final de este clima de tensiones, si no que a la par se desarrollaron una serie de
pugnas por el control y articulación de esta comarca (Torres y Benítez de Lugo,
2012: 2005). Este contexto tendría gran influencia en su configuración interna durante gran parte del período bajomedieval.
Estas disputas estuvieron capitalizadas fundamentalmente por la Orden de
Santiago y el Concejo de Alcaraz, como poderes preeminentes que se asentaron en
esta comarca. La Orden de Santiago presentaba la fuerza de constituir un elemento
activo dentro del proceso repoblador castellano; mientras que Alcaraz se encontraba respaldado por la órbita del Arzobispado de Toledo.
En esta situación, las dos instituciones, favorecidas por prácticas políticas de la
Corona, trataron de constituirse como exclusivos núcleos organizadores del espacio, extendiendo su ámbito de influencia y poder sobre el resto de entidades.
Estos desencuentros también abarcaron otras realidades territoriales del Campo de Montiel, como las pugnas por el control de las nuevas iglesias, y que enfrentó a la propia Orden de Santiago con la Mitra toledana; o la exención de impuestos
que tenían los habitantes alcaraceños, con exención en el pago del montazgo y portazgo al sur del Tajo, que generaba cierta animadversión en el resto del territorio;
o la reproducción a nivel comarcal de las confrontaciones generadas entre nobleza
y monarquía (Igual, 2002: 184) y que se habían extendido por diferentes puntos de
la Península. Por último no hay que olvidar el desarrollo de razzias en este ámbito espacial, incursiones violentas de carácter sorpresivo de origen andalusí, hasta
fechas tan avanzadas del siglo XV, como los casos documentados de Alcaraz entre
1445 y 1457, y de Terrinches en 1422.
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El desarrollo de todos estos conflictos y circunstancias conflictivas implicaron
una lógica necesidad de adaptar, consolidar y organizar el sistema de fortificaciones a la realidad vigente. En este sentido, la conquista castellana trataría de
aprovechar en primera instancia la antigua estructura territorial andalusí, para posteriormente modificar este sistema defensivo mediante el derribo o abandono de
algunas fortalezas preexistentes, la reforma de otras o la construcción de algunas
ex novo (Gallego, 2004: 116).
En todo este escenario descrito del mundo bajomedieval montieleño hemos de
situar la génesis de la torre o atalaya de los Baños de Cristo, dentro de una serie
de construcciones de nuevo cuño que aparecieron tras el proceso de conquista
castellana (Fig. 1).
Fig. 1: Torre de los Baños de Cristo o del Santo Cristo.
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2. LA TORRE O CASTILLO DE LOS BAÑOS DE CRISTO: UNA
FORTIFICACIÓN SINGULAR
El conocido como “Castillo o Torre de los Baños de Cristo”, se encuentra emplazado al sureste de la provincia de Ciudad Real, muy próximo al límite con la
provincia de Albacete, formando un vértice entre las localidades de Villanueva de
la Fuente, en cuyo término municipal se encuentra, y los términos de Albaladejo
y Alcaraz.
La fortaleza ocupaba dentro del escenario comarcal bajomedieval un emplazamiento que se puede definir como “nuclear”, al situarse en una zona límite entre
el Campo de Montiel y las Sierras de Alcaraz y de Segura; así como en un área
intermedia entre las poblaciones de Alcaraz, Montiel, Meintixa-Villanueva de la
Fuente y Albaladejo y Terrinches (Fig. 2).
Aunque localmente es conocido bajo el topónimo de “Castillo de los Baños del
Cristo”, o “del Santo Cristo”, hemos de señalar que sería más correcta su definición como torre o atalaya, puesto que compositivamente, como se verá a lo largo
del texto, responde más a la tipología de esas construcciones.
Fig. 2: Fortificaciones del entorno de los Baños de Cristo. Mapa elaborado por D. Jaime Moraleda
Sierra.
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En este sentido recibe su nombre de unas instalaciones no termales de época moderna que se situaban a sus pies, y que fueron ampliamente referenciadas
durante los siglos XVIII y XIX. Así aparecen recogidas en las descripciones del
Cardenal Lorenzana (Grupo Al Balathita, 1985):
«En el sitio que llaman de la Torrecilla ay una fuente cuias aguas las dolencias
que curan las publican medicinales. En el manantial y por el cauce que corre a unas
balsas o baños que se han fabricado en que se bañan multitud de enfermos dexan
las piedras y tierras nigricantes..r cuias razones y experiencias vienen de bastantes
distancia muchas gentes a recibir por medio de ellas y por las misericordias del
Santísimo Christo del Consuelo que en su oratorio y ermita construido junto a los
baños con una casa rural para hospedarse, el alivio de sus aflicciones ofreciendo
unos sus misas limosnas y dexando otros en cera o pintura los exemplares de su
salud adquirida».
O por Pascual Madoz (1845: 92) en la primera mitad del siglo XIX, bajo la
denominación de Baños de Albaladejo o Aguadulce:
«a la falda de la Sierra del Algive, a ¾ leg. de la v. de Albaladejo, de la que
toman su nombre: son también conocidos como Baños del Santísimo Cristo del
Consuelo por una ermita de esta advocación que existió a 30 pasos y servía de
abrigo a los bañantes por hallarse al descubierto: en el día se está edificando una
casa que será bastante regular; estos baños no están reconocidos por el Gobierno,
y por consiguiente carecen del servicio necesario en tales establecimientos; pero
la concurrencia de los naturales y la virtud de sus aguas, para las enfermedades
de reuma, uterinas y cardialgias, les ha dado a conocer: consisten en dos albercas
cercadas de pared, de 3 y ½ varas en cuadro cada una, embaldosadas y con una
escalerita cómoda para bajar; pueden contener 4 cuartas y media de agua, y
aunque el manantial es escaso, se llenan y limpian cada tercer día; desde el borde
de las albercas a las paredes, hay sitio de 5/4 de ancho para poner cama después
del baño: algunos facultativos de los pueblos inmediatos han hecho análisis de
estas aguas, y contienen magnesia, cal, sosa, hierro y poca cantidad de azufre; en
frente de ellos, y en una pequeña altura, hay la alberca de un castillejo edificado
por los moros, como si fuera telégrafo, para el cast. que tenía la v. de Terrinches
a dist. de 1 ½ leg, y por bajo de los mismos una huerta de verduras, que se riegan
con sus aguas».
Mientras que Inocente Hervás (1889: 617) ya casi en el siglo XX, realiza una
pequeña reseña sobre los mismos
«Baños del Santo Cristo, Baños de Albaladejo o de Aguadulce. Junto a ellos
percíbanse las ruinas de un antiguo castillo y de una ermita con la advocación del
Santísimo Cristo del Consuelo, de la cual tomaron su nombre. Situados al pie de la
Sierra del Aljibe y a una legua de Albaladejo los constituyen hoy dos casas».
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Tomando este último documento como referencia, podemos señalar que en
este complejo se construyó un oratorio o capilla consagrada al Cristo del Consuelo,
en el que además se encontraba dibujada al fresco, sobre un fondo azul celeste, la
imagen de un Cristo crucificado (Benítez de Lugo, Torres y Moraleda, 2012). Esta
consagración acabó por dar nombre a la casa de baños, y ésta, por proximidad, a la
atalaya medieval presente (Fig. 3).
Fig. 3: Oratorio cortijo de los Baños de Cristo, a los pies de la fortificación.
No es casual la presencia de esta advocación al Cristo del Consuelo, ya que fue
una devoción muy recurrente en el territorio manchego durante los siglos XVII y
XVIII, cuando el espíritu de la Contrarreforma propagó la formación de cofradías
de carácter penitencial, entre las que se encontraban las dedicadas a la veneración de la figura del “Consuelo” (VV.AA., 2011: 36). De facto, esta advocación
sigue vigente en el imaginario colectivo del entorno más próximo, puesto que la
Hermandad titular de la patrona de Villanueva de la Fuente sigue denominándose
“del Santísimo Cristo del Consuelo y Nuestra Señora de los Desamparados”, a
pesar de no conservar la imagen devocional del Cristo. Por esta razón su presencia puede constituir una reminiscencia del culto consagrado en los baños, y que a
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consecuencia de las refundaciones de cofradías penitenciales y sacramentales que
se produjeron a finales del siglo XVIII (Ibid.: 37), o de los diferentes procesos de
desamortizaciones de gran parte del siglo XIX (Valle, 2010), acabó por agruparse
con la hermandad patronal existente. Curiosamente el santuario de la patrona se
sitúa a unos 4 km al Este de la fortaleza.
3. LA TORRE DE LOS BAÑOS DE CRISTO: DEFINICIÓN Y TIPOLOGÍA
La fortificación se asienta sobre un escarpe de cuarcita que a la vez forma
parte de su propia cimentación y de su estructura muraria, tratando de reforzar las
posibilidades defensiva que esta situación permite. Por esta razón su construcción
se adapta a esta realidad orográfica, presentando una planta irregular de matriz
triangular, en las que sus paramentos verticales meridional y occidental forman
entre sí un ángulo de 90º (Fig. 4).
Se encuentra a una altura de 900 metros sobre el nivel del mar, y a unos 200
metros sobre la vega del río Villanueva. Este emplazamiento estratégico le permite
controlar visualmente un amplio valle que forma el río Villanueva junto con otros
arroyos menores como Fuente de la Bola o Cañada de la Vieja.
Fig. 4: Detalle del interior de la fortificación y muros meridional y occidental
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Se trata de un espacio de una significativa capacidad productiva agropecuaria,
sobre todo si lo situamos dentro de un contexto comarcal. Paralelamente a la misma vega, transcurre una vía pecuaria-camino histórico conocido como “Camino
Real de Andalucía” o “Camino de Albaladejo”. Además como hemos señalado
anteriormente a sus pies se encontraba un manantial de agua, en el que existía un
complejo de baños formados por dos albercas destinadas al baño, otra al regadío
y un alojamiento de carácter rural constituido por dos edificaciones y una ermita.
Por tanto, podemos decir que controla un territorio de alto valor productivo
desde el punto de vista de la gestión de recursos claves en el tejido económico
bajomedieval, con zonas potencialmente aptas para la agricultura, paso de rutas
ganaderas y la presencia de recursos hídricos con diferentes perspectivas de explotación (Fig. 5).
De todos modos, a pesar de estas ventajas referidas, desde el punto de vista
estratégico la atalaya presenta una serie de limitaciones que le confieren una singularidad particular.
Fig. 5: Vista del valle del río Villanueva desde la torre.
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Por un lado, diferentes barreras orográficas le impiden un control visual de
carácter integral, ya que al Este y al sur se encuentra la Sierra del Relumbrar, mientras que el Cerro Montilviejo impide su perspectiva directa con el casco urbano de
Villanueva de la Fuente. Estos elementos orográficos suponen un claro obstáculo
en su control territorial, orientando su visualidad hacia el oeste y el norte de la
fortaleza, concretamente de forma directa sobre las poblaciones de Terrinches y
Albaladejo y más alejadamente Puebla del Príncipe.
Por otro lado el interior es de reducidas dimensiones, con apenas sólo 30 m² de
superficie útil disponible. Esta evidencia lleva a plantear que la construcción albergaría un pequeño contingente militar, predominando su función estratégica sobre
otra posible referencia poliorcética (Benítez de Lugo, Torres y Moraleda, 2012).
Además en el año 2010 se realizó una investigación con metodología arqueológica, que entre otras
actuaciones efectuó una completa
excavación integral del interior del
recinto (Benítez de Lugo, 2010). Los
elementos materiales documentados
se correspondieron con un número
reducido de fragmentos de adobe y
cerámica, significativamente más
escasos todavía, perteneciente a la
tipología definida como “común”.
Otra intervención de carácter arqueológico permitió registrar documentalmente plantas y alzados, acción esta
última realizada mediante escaneado
tridimensional.
Fig. 6: Detalle de mechinal con madera.
Estas investigaciones, además, permitieron datar mediante tecnología AMS,
uno de los mechinales de la serie inferior de la edificación situado sobre la pared
oriental, y que conservaba un fragmento de madera original. La recogida de muestras permitió fechar la construcción entre los años 1290 y 1430. Este estudio fue
realizado por los Laboratorios Beta Analytic (Florida-EE.UU.), con un resultado
de analítica de 520-660 Cal.BP (Beta 286.227) (Fig. 6).
Esta cronología nos permite vincular la funcionalidad de esta construcción con
los definidos avatares convulsos del escenario bajomedieval montieleño.
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4. LA TORRE EN EL ESCENARIO ESTRATÉGICO DEL CAMPO DE
MONTIEL: FUNCIONALIDAD
Como se ha señalado anteriormente, la fortaleza presenta una situación significativamente clave dentro la comarca del Campo de Montiel, especialmente durante el período conocido como Baja Edad Media.
A pesar de que las investigaciones de carácter arqueológico han permitido situarla en un arco cronológico concreto, las fuentes documentales contemporáneas
apenas realizan menciones específicas sobre ellas, no proporcionando trascendentales datos significativos al respecto.
De hecho, por ejemplo, no se encuentra mencionada dentro del conjunto de
castillos y aldeas recogidos en la Sentencia de Fernando III de Castilla en 1243,
correspondiente al pleito mantenido entre el Concejo de Alcaraz y la Orden de
Santiago. En esta relación sí que aparecen citadas otras torres como es el caso de
Gorgojí, por lo que la ausencia de algún tipo de referencia a esta atalaya podría
entenderse por la construcción posterior de la misma (lo que concuerda con los
datos del análisis AMS), o bien debido a un abandono no documentado en esta
época, ya que estratégicamente dejaría de cumplir las funciones para las que fue
concebida, o a algún tipo de proceso geopolítico comarcal desconocido y que llevó
a alcaraceños y santiaguistas a no reivindicar su posesión. No obstante, aunque no sea muy explícita, sí podemos encontrar una vaga
referencia a esta torre en una carta que el propio rey Alfonso X escribe al Concejo
de Alcaraz fijando los límites del término. No se conserva el documento original
de la carta de Alfonso X, sino que se trata de un traslado de la misma realizado en
la ciudad de Alcaraz en 1461. A través de esta declaración quedaba delimitada la
extensión del Concejo de aquellos límites que habían sido sancionado por su padre
el monarca Fernando III “El Santo”. En esta carta se va describiendo de forma
continuada y relativamente exhaustiva aquellos lugares en los que se situaban los
mojones que definían las tierras pertenecientes a Alcaraz. En este sentido, en la
descripción del área sur y oeste de la villa, se realiza la siguiente cita:
«[…] e por la cumbre e por las vertientes fasta el arroyon que salle de Alvaldejo,
e en este derecho al mojó que está cerca del camino que va de Villa Nueva a Alvaldejo e sube al atalaya aguda […]».
Realizando un análisis topográfico de esta afirmación, encontramos que efectivamente existen varios cauces, en la actualidad de curso estacional, que parten
del casco urbano de Albaladejo o en sus inmediaciones, con dirección sur-sureste,
hasta las estribaciones de la Sierra del Relumbrar y el río Villanueva, entre los que
se encuentra el arroyo Fuente de la Bola o Cañada de la Vieja; hacia una zona en la
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que además se sitúa el “camino Real de Andalucía” o “camino de Albaladejo”, que
unía esta población con Villanueva de la Fuente. En esta área delimitada podemos
situar la Torre de los Baños. Además la denominación de “atalaya aguda”, puede
que haga referencia a la morfología de la construcción de la propia torre, ya que al
asentarse sobre un escarpe de cuarcita en una elevación natural, da la sensación de
estar ante una construcción de aspecto agudo. Estos datos nos permiten interpretar
este texto como una más que posible mención a esta construcción. No obstante,
en este documento no se hace ningún otro tipo de mención sobre esta atalaya, ni
referencia si estaba vigente durante esta época o con anterioridad o posterioridad.
Además es posible establecer una analogía constructiva y funcional con otras
fortalezas tipo torre, que sus investigadores (Valor, 2004: 689) han señalado que
cumplían las funciones como mojón de término, como son los casos de Alhonoz y
Gallape, establecidas así en el Repartimiento de Écija.
La validación de este dato documental nos señalaría la existencia de esta fortificación en un momento cercanamente anterior al proporcionado por la muestra
analítica. Tampoco sería descartable esta opción puesto que la comparación se
realizó sobre un fragmento de madera de fresno presente en uno de los mechinales
de su paño oriental, por lo que esta madera podría no estar presente en el momento
inicial de la construcción y ser añadido posteriormente.
Algunos autores establecen todavía una génesis todavía anterior para la fortificación. Aurelio Petrel (2008: 40) afirma que podría encontrarse dentro de un
conjunto de atalayas y torres que formarían parte del distrito fronterizo que en
época almohade serviría para el control de vías y caminos. No obstante, una lectura
muraria del recinto, nos presenta una obra de fábrica con mampostería careada con
significativa presencia de cal en el mortero, es similar a la de otras construcciones
del entorno, y que es señalada por algunos especialistas como típicamente cristiano
(Molero y Gallego, 2013: 131).
Una lectura amplia del contexto geopolítico de ese período nos podría señalar
su relación directa con el proceso de conquista castellano iniciado con la campaña
de Las Navas de Tolosa en 1212. En este sentido, la torre podría cumplir una función estratégica en un intento por aislar Montiel que permanecía en manos almohades. Molero y Gallego (2013: 116) señalan que el castillo de Montiel entre 1213
y 1227 se correspondería con una fortaleza musulmana rodeada en buena medida
de castillos cristianos.
Como hemos señalado anteriormente, la fortaleza de los Baños del Cristo se
encuentra situada entre Montiel y Alcaraz, al sureste de la primera y protegiendo
el paso hacia las primeras estribaciones de la Sierra de Alcaraz, por lo que podría
cumplir el propósito de bloquear a la población de Montiel.
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Por otro lado, se tiene conocimiento que tras la campaña de Las Navas de
Tolosa, los diferentes proyectos de control territorial no pudieron consolidarse, en
gran parte por la acción de enfermedades y la escasez de hombre y medios para
acometer tal empresa (Ibid.: 113). Ha resultado significativa la ausencia de elementos materiales localizados en el interior de la fortificación durante los trabajos
de excavación, lo que nos ha llevado a pensar en su escasa amortización, debido
a una corta ocupación de su interior. En este sentido, no es descartable pensar que
la fortificación pudo incluirse dentro de una línea programática de construcciones
que tenían por objeto aislar la plaza de Montiel, pero que debido a la ausencia
de una estructura logística adecuada pudo ser abandonada en relativamente poco
tiempo, quedando esta edificación en una situación de indefinición, al menos desde
su punto de vista estratégico.
Tampoco es descartable que no cumpliera una función estrictamente militar o
estratégica del territorio, si no que representara una misión de carácter más simbólico, constituyendo un elemento referencial de base y fundamento al nuevo modelo
de sociedad feudal que se fue instaurando después de la conquista castellana, proceso documentado en fortalezas de la comarca (Ibid.: 140).
CONCLUSIONES
En conclusión, a pesar de las diferentes cronologías de las hipótesis planteadas, podemos decir que esencialmente la Torre o Castillo de los Baños del Santo
Cristo presentó un carácter multifuncional, con un importante valor estratégico
como control del territorio, emplazado en un espacio de fricción entre diferentes
elementos de poder en el proceso repoblador castellano. También presentaba la
ventaja de encontrarse de un espacio que contaba con importantes recursos naturales, claves en el contexto económico de la época, y que permitía el control de vías
de comunicación relativamente importante en el entorno comarcal.
No hay que olvidar tampoco que se produjeron numerosos pleitos y conflictos
por el control de Villanueva, ya que por su peso poblacional, y el acceso a recursos
hídricos y agropecuarios que disponía, como el nacimiento de la vega del propio
río Villanueva, garantizaba el éxito de cualquier proyecto sobre su repoblación
(Pretel, 2008: 83).
También podríamos situarlo en la órbita de otras construcciones que en fechas
avanzadas del siglo XIII (lo que podría concordar con los datos obtenidos por
analítica radiocarbónica), como Alhambra, Alcubillas, Montiel, Terrinches o Albaladejo, se caracterizan por presentar obras de reducido tamaño, en relación directa
con una explotación económica y social de la región, dentro de la consolidación de
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carácter feudal realizada por la orden de Santiago en esta época (Molero y Gallego,
2013: 142). En este sentido podría presentar una dependencia directa con los castillos de Terrinches y/o Albaladejo, fortalezas con las cuales presenta una conexión
visual directa, por lo que puede entreverse una relación de contacto entre ellas.
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pp. 279-287
El Campo de Montiel como demarcación
territorial en la Edad Media.
En torno a la formación del Campo de Montiel
Carlos Javier Rubio Martínez
Profesor de Historia
I.E.S.O. Briocense (Brihuega, Guadalajara)
Recibido: 30-IX-2013
Aceptado: 8-X-2014
RESUMEN
El Campo de Montiel es una de las comarcas históricas de La Mancha. Aunque algunos historiadores
lo han vinculado con el Ager Laminitanus y han sugerido una vigencia de dicho distrito en época
altomedieval, la definición de este territorio parece que fue más bien fruto de las nuevas redes de
comunicación de época islámica, de la influencia de la próxima Alcaraz y, de manera decisiva, de las
políticas de repoblación del siglo XIII.
PALABRAS CLAVE: Campo de Montiel, Concejo de Alcaraz, Orden Militar de Santiago,
Repoblación, Ager Laminitanus, Laminium, Caminería.
ABSTRACT
Campo de Montiel is one of the historical areas of La Mancha. Although some historians have linked
it with the Ager Laminitanus and they have suggested the validity of this district in the High Middle
Ages, the definition of this territory seems to have been the result of the following aspects: the new
road networks of the Islamic period, the influence of the nearby town of Alcaraz and, essentially, the
repopulation policy in the 13th century.
KEYWORDS: Campo de Montiel, La Mancha, Council of Alcaraz, The Military Order of Santiago,
Repopulation, Ager Laminitanus, Laminium, Road networks.
INTRODUCCIÓN
El Campo de Montiel aparece plenamente definido en la Baja Edad Media.
En esos momentos lo vemos formando parte del territorio señorial de la Orden
de Santiago en Castilla; una orden que lo estructura como partido y como vicaría
Carlos Javier Rubio Martínez
eclesiástica1. También lo vemos dotado internamente de una institución comunal
para la gestión de pastos y baldíos (Corchado, 1971: 12). A pesar de existir documentación suficiente para conocer los resortes jurídicos que llevaron a la formación de este señorío, queda por resolver si existió algún sustrato territorial islámico
que apoyase su formación y si existieron elementos que ayudaron a individualizar
esta comarca de las limítrofes. Con la presente comunicación pretendo realizar un
primer acercamiento a esta problemática haciendo una nueva lectura interpretativa
de los datos históricos conservados.
Historiográficamente, el Campo de Montiel ha gozado de un discurso que ha
alejado su origen en vinculación con la Orden de Santiago. Así, en el siglo XVI, el
concepto de Campo de Montiel gozó de popularidad al haber sido relacionado por
el mundo humanista con el Ager Laminitanus, del cual hablaba Plinio el Viejo en
su Historia Naturalis. Así lo identificaron el gramático Sebastián de Covarrubias
o el cosmógrafo Abraham Ortelio. No en vano el propio Miguel de Cervantes,
conocedor de esta relación, calificó a esta comarca en El Quijote como “antigua y
conocida” y no dudó en considerarla como una de las más famosas de todas las de
esta parte de la Meseta. Esta tradición ha llegado hasta hoy. Así, Vicente Matellanes o Aurelio Pretel, dos de los medievalistas que más han estudiado el periodo de
conquista y repoblación del Campo de Montiel, siguen citando esta historiográfica
vinculación (Matellanes, 1996: 389; Pretel, 2008: 25). Es más, el propio Vicente Matellanes apuesta por que existió una unidad territorial islámica intermedia
que podía conectar históricamente ambos topónimos. Una unidad llamada “balad
Munt-Yil”, en virtud a la referencia que hizo a ella el sirio Yacut en su Libro de los
Países (Matellanes, 1996: 393).
ANTES DE LAS NAVAS
Lo que sí parece evidente es que el territorio que hoy comprende el Campo
de Montiel quedó relegado a un segundo plano en la actividad política y militar
de al-Andalus, a juzgar por la notable ausencia de referencias toponímicas que
hay a sus lugares en las crónicas. Esta situación de marginalidad debe hallarse en
la decadencia que debieron sufrir las vías de comunicación que atraviesan la comarca y cuya vigencia desde la Antigüedad ha sido estudiada por Pedro R. MoyaMaleno (2011); éstas quedaron relegadas a una red norte-sur que conectaba las dos
ciudades más importantes de aquellos tiempos, como son Toledo y Córdoba. En
este sentido, el principal nudo de comunicación medieval de la Meseta Sur será
1 Sobre otros estudios recientes sobre la delimitación territorial del Campo de Montiel pueden
consultarse los trabajos de J. Jiménez (1999), F.J. Campos (2013) y M.A. Serrano (2013).
Campo de Montiel 1213
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El Campo de Montiel como demarcación territorial en la Edad Media
la fortaleza de Calatrava, en cuya ciudad vendrán a confluir los dos caminos más
importantes con dirección a Toledo: el que atraviesa Sierra Morena por el Valle de
Alcudia, con dirección a Córdoba; y el camino del puerto del Muradal, con dirección a Baeza, Jaén y Granada. En este sentido, el camino del puerto de Barranco
Hondo con dirección a Granada por la Sierra de Segura quedó en un segundo plano
y alejado de la actividad de Calatrava.
Este fenómeno explica claramente por qué el territorio que hoy es el Campo
de Montiel quedó desvinculado de la parte occidental de la actual provincia de
Ciudad Real. Hay dos datos que refuerzan esta hipótesis. Por un lado sabemos que
en 1173 los derechos de portazgo provenientes de la Sierra de Segura se tributaban
en Consuegra, mientras que los provenientes de Úbeda y Córdoba se tributaban en
Calatrava. Igualmente, uno de los primeros hechos históricos medievales que se
cree que ocurrieron en el Campo de Montiel, el de la batalla de la Mata de Montello (1 de marzo de 1143) también se vinculan con el camino de Consuegra, ya
que Muño Alonso, quien dio muerte al rey de Córdoba Azuel en el río Adoro, huía
desde Andalucía en dirección hacia su castillo de Mora (Ruiz, 2003: 82).
Esta separación territorial entre el ámbito de Calatrava y el de la Sierra de Segura llevó a que a la caída del Imperio Almorávide se separasen ambas zonas de
influencia, quedando todo lo que hoy es el Campo de Montiel dentro de la órbita
de Ibn Mardanis, el rey Lobo de Murcia. Al ser el rey Lobo un caudillo vasallo de
Castilla, la zona actual del Campo de Montiel tuvo que quedar libre de la actividad
militar de conquista, la cual quedó concentrada en la parte occidental del reino,
donde precisamente surgieron en esos momentos las órdenes militares hispánicas
de Calatrava y Santiago. La Orden de los Hospitalarios se situó en un principio
en los caminos que conducían a los territorios del rey Lobo, así los vemos instalarse en un distrito castral formado por Quero, Villajos, Criptana y Tirez en 1162,
y al año siguiente en el castillo de Uclés, una fortaleza que anteriormente había
entregado Ibn Mardanis a la corona castellana. Por tanto, esta orden se instaló en
posiciones de retaguardia.
Sin embargo, la caída del régimen del rey Lobo, en 1172, marcó una nueva coyuntura, ya que a partir de este momento toda esta zona de frontera quedó abierta
a la amenaza almohade. Precisamente en estos momentos se produjo una reestructuración del dominio castral en toda esta franja. Así los hospitalarios pasaron
a concentrarse en torno al castillo de Consuegra y abandonaron el de Uclés, que
fue donado a la Orden de Santiago en 1174. Además, la propia Orden de Santiago
recibirá el derecho de conquista de los territorios comprendidos al sur de Uclés,
lo que hoy es el Campo de Montiel, en 1185. Igualmente, la Orden de Calatrava
parece que también recibió derechos de conquista en el Campo de Montiel. En el
documento de delimitación del señorío calatravo en La Mancha, fechado en 1189,
281
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Fig. 1: Principales redes de comunicación y dominios señoriales en el entorno del Campo de Montiel
con anterioridad a 1195.
quedó sin amojonar todo el flanco oriental, desde el Puerto de Orgaz a Navas de la
Condesa (Ruiz, 2003: 137), lo que indica que o bien la Orden tenía licencia para
conquistar esos territorios, o bien que esos territorios debían ser amojonados a
partir de acuerdos con las Órdenes Militares vecinas, en este caso con las de San
Juan y Santiago.
DESPUÉS DE LAS NAVAS
En 1195 la victoria almohade en Alarcos supuso un gran retroceso en el proceso de conquista y repoblación cristianas, y la frontera quedó en la línea del Tajo.
Esta situación no se rompería hasta la batalla de las Navas de Tolosa, en 1212. Para
esta batalla el camino seguido por el ejército cristiano fue el de Toledo a Úbeda
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El Campo de Montiel como demarcación territorial en la Edad Media
por los puertos del Muradal y del Rey, por lo que el Campo de Montiel quedó una
vez más en un segundo plano de las líneas estratégicas de conquista. No fue hasta
el año 1213 cuando se inició la ofensiva hacia todo el Campo de Montiel, teniendo
por meta la fortaleza y puebla de Alcaraz (de Ayala, 2007: 420; González, 1975a:
15; Madrid, 2004: 1461). La campaña era paralela a la que realizaron los leoneses
hacia Alcántara y a pesar de que tenía por objetivo la toma de dicha Alcaraz, en
su camino se tomaron además los castillos de Dueñas y Eznavejor, con los cuales
el rey Alfonso VIII pudo compensar a las órdenes de Calatrava y Santiago por su
participación en la empresa. Sin embargo, resulta llamativo que la donación de
Eznavejor no fuera entregada a los santiaguistas hasta la primavera de 1214, en
un contexto donde la Orden está también recibiendo Alhambra. Este fenómeno ha
hecho creer a investigadores como Aurelio Pretel que la entrega de Eznavejor se
debía a los derechos que tenía la Orden sobre el lugar antes de la conquista y que se
retrasó esta entrega a la espera de confirmar dichos derechos (Pretel, 2008: 53). Sin
embargo, hay que tener en cuenta que la presencia de los musulmanes en Montiel
y la desconexión que presentaban estos lugares con Alcaraz reforzarían la donación tanto de Eznavejor como de Alhambra a los santiaguistas. Es muy probable,
como señala Francisco Ruiz, que estas donaciones fueran realizadas gracias a la
mediación del conde don Alvaro Nuñez de Lara, quien también presionó para que
la Orden de Santiago consiguiese la fortaleza de la Algecira del Guadiana, en 1216.
Como es bien conocido, don Álvaro fue recompensado por la Orden con la entrega
de Alhambra en prestimonio, el 1 de mayo de 1215 (Ruiz, 2003: 276).
En este primer momento, nos queda por determinar si el Campo de Montiel
había constituido una unidad territorial propia antes de su conquista o si bien estaba incluida dentro de la órbita de Alcaraz. A favor tenemos la idea de que el
castillo de Eznavejor fuera un Hisn, es decir que fuese una entidad administrativa
territorial delegada del poder emiral (Chavarría, 2011; 63-64). Lo mismo ocurriría
con Montiel. Sin embargo, la referencia de Yacut a Balad Munt-Yil es demasiado
reciente, ya que su obra fue escrita en 1228, en un momento en el que Montiel
era, efectivamente, una demarcación territorial concreta e individualizada, ya que
constituía una verdadera isla almohade rodeada de tierras castellanas (Matellanes,
1996: 393). El concepto de Balad Munt-Yil puede entenderse literalmente como
“Campo de Montiel” y es posible que de ahí, de esa isla islámica que quedó durante más de quince años, sea de donde proceda el corónimo que hoy utilizamos para
hablar de esta comarca.
Como sabemos, en 1215 se iniciaron unas treguas en Castilla que impidieron
el avance de la conquista hasta que éstas expiraron, en 1224. En este periodo se
habían producido revueltas y rebeliones en Andalucía que provocaron que el gobernador de Sevilla se nombrara emir independiente en Baeza. Todo esto favoreció
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para que Fernando III decidiera someter bajo vasallaje a dicho emir. El acto de
subordinación del baezano provocó la rebelión de las zonas distantes de su territorio, tales como Salvatierra o Capilla. No sabemos si a Montiel le ocurrió lo mismo,
aunque parece que fue así, pues a pesar de que Baeza terminó en manos cristianas
en diciembre de 1226, el castillo de Montiel no fue tomado hasta el 1 de noviembre
de 1228, la fecha más coherente a la que apuntan las fuentes.
Sin embargo, la donación real de Montiel y San Polo fue anterior a la fecha
de la conquista del primero. Concretamente fue realizada el 15 de marzo de 1227
(González, 1975b: 355). Esta donación fue efectiva en San Polo, que comenzó a
actuar como castillo padrastro con el que asediar Montiel, pero no lo fue, por tanto,
en el Castillo de la Estrella. En estos momentos se menciona la existencia de otros
castillos, como el de Santiago de Montizón y el de Alcubillas. La formación del
castillo de Montizón es muy controvertida, ya que no poseemos datos de su donación. Hasta hace poco se había creído que Montizón fue un castillo que sustituyó al
antiguo de Eznavejor; sin embargo Pretel señala que esto no fue exactamente así.
Montizón fue una fortaleza que se construyó en un término independiente al de Eznavejor pero que, con posterioridad, este antiguo castillo fue absorbido por la nueva fortaleza (Pretel, 2008: 77). Es una política de reconstrucción de los espacios
almohades que igualmente vemos en los casos de Calatrava la Vieja, Calatrava la
Nueva o en el Castillo de Montiel, que, a pesar de no verse cambiado su emplazamiento, se edificó la nueva fortaleza cristiana sobre la anterior musulmana.
Aurelio Pretel cree que la donación del Castillo de Eznavejor incluyó muy
poco término ya que en las reclamaciones del concejo de Alcaraz, de 1242, se citan
una gran cantidad de lugares que llegan hasta la misma frontera santiaguista con
los calatravos (Pretel, 2008: 65-87). Así, en ella se nombran lugares como Navas
de la Condesa o Membrilla. Para reforzar esta teoría, cita un amojonamiento de
1214 mencionado en tiempos de Alfonso X que contiene una serie de topónimos de
difícil localización con los que intenta reconstruir el primitivo alfoz de Alcaraz. El
resultado es una extraordinaria demarcación territorial que encaja con ese espacio
de influencia de la vía de Toledo a la Sierra de Segura, del que ya hemos hablado
con anterioridad. Por tanto, si Pretel está en lo cierto, a la altura de la fecha de la
conquista, los castillos de Eznavejor y Montiel formaban parte no de una demarcación propia, como es el Campo de Montiel, sino de una mayor cuyo centro estaba en Alcaraz. A pesar de que esta demarcación fuese la inicial, fue rápidamente
disuelta a partir de las reparticiones posteriores y demás donaciones a las Ordenes
Militares.
De este modo, cuando en 1242 el concejo de Alcaraz reclamó ante Fernando III
que la Orden de Santiago había poblado una serie de lugares en sus territorios, Pretel considera legítima dicha reclamación y, en cierta medida, parcial la sentencia
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El Campo de Montiel como demarcación territorial en la Edad Media
dada por el rey al año siguiente. Sin embargo, parece ser que esta sentencia tiene
un trasfondo en el que están los acuerdos de límites y el aprovechamiento comunal
de los pastos montieleños. Una vez que fue conquistado Montiel, en 1228, se inició
un rápido proceso de repoblación en todo este territorio que llevó a una activación
efectiva de las rentas señoriales. Una activación que empujó al arzobispo Jiménez
de Rada a iniciar un proceso de reclamación sobre los derechos eclesiásticos de las
iglesias (Lomax, 1959: 345; Pretel y Rodríguez, 1981: 97); que no era otra cosa
sino la culminación de un proyecto veladamente reivindicado en 1214, tras la toma
de Alcaraz, al conseguir hacer firmar al rey y a la curia papal unas cartas de donación que contradecían una bula dada en 1175 a las Ordenes Militares para que ésas
pudieran disponer como iglesias propias aquellas que edificasen en tierra desierta.
El pleito con Alcaraz se encuentra en un contexto donde el territorio ha dejado de
ser línea de frontera, en el cual se está activando la economía señorial y se están
formalizando los acuerdos de límites con los señoríos vecinos. Los acuerdos con
Alcaraz fracasaron y esto llevó a que este concejo de realengo reclamase todos los
lugares santiaguistas. Curiosamente, si nos fijamos detenidamente, veremos que en
la reclamación de Alcaraz aparecen prácticamente casi todos los lugares con iglesia que el arzobispo Jiménez de Rada había reivindicado en 1238. Sin embargo,
entre ellos vemos cómo faltan los lugares que sí tenían carta de donación real a la
Orden de Santiago, es decir, Alhambra, Montiel, San Polo y Eznavejor. Por tanto,
la reclamación de Alcaraz fue una exigencia de máximos con los que presionar a la
Orden de Santiago en un momento donde los acuerdos de límites habían fracasado
y además en un contexto de debilidad política para la propia Orden Militar, pues
ésta también estaba manteniendo pleitos con el arzobispo de Toledo y, precisamente a consecuencia de ellos su maestre y varios comendadores habían sido excomulgados. Los alcaraceños aprovecharon esta coyuntura para circunscribir el dominio
de los santiaguistas al mero espacio castral de los lugares donados, una exigencia
disconforme con las cartas regias que poseía la Orden. En la sentencia, dada el 18
de febrero de 1243, el rey concedió todos los lugares a la Orden de Santiago a excepción de Villanueva y Gorgojí, también dispuso una comunidad de pastos entre
ambas demarcaciones. Posiblemente fue la solución más salomónica. Las necesidades militares para llevar la guerra a Murcia y Sevilla fueron las causantes de que
los reyes decidiesen seguir reforzando la presencia de la Orden de Santiago a costa
del concejo de Alcaraz. Esta sentencia cerró la primera delimitación del Campo de
Montiel y abrió el proceso para la consolidación de las estructuras señoriales internas. En este sentido, el 2 de abril de ese mismo año recibieron el fuero de Cuenca
los concejos de Montiel y Alhambra (Lomax, 1965: 124; López, 2007: 356).
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CONCLUSIÓN
En resumen, resulta controvertido creer que el Campo de Montiel se constituyó sobre una demarcación territorial islámica que englobase sus castillos y que
existiese en el momento de la conquista. Como señala Pretel, los datos invitan
a creer que lo que después sería el Campo de Montiel estuvo fuera del control
de Calatrava y dentro de la órbita de Alcaraz. La desmembración del Campo de
Montiel con respecto a Alcaraz fue debido a las donaciones realizadas por el rey
a la Orden de Santiago a partir de 1213, las cuales fueron empujadas por la toma
de Eznavejor, la presencia del entrante musulmán de Montiel y las influencias del
conde don Álvaro. Es posible que fruto de esta antigua zona de influencia hubiera
motivos por los cuales Alcaraz reivindicase después el territorio y pleitease con los
santiaguistas, pero estas reivindicaciones no son suficientes para creer que Alcaraz
había dirigido una primera repoblación en el Campo de Montiel, ya que dichas
reivindicaciones estaban condicionadas por una coyuntura de debilidad política en
la Orden de Santiago.
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Arqueología del Castillo de Salvatierra o Cinco
Esquinas (Cazorla, Jaén) y las comunicaciones
medievales con el Campo de Montiel
Ángel D. Bastos Zarandieta1
Pedro R. Moya-Maleno2
Carlos Campayo García3
Proyecto Arqueológico ‘Entorno Jamila’
Recibido: 30-IX-2013
Aceptado: 8-X-2014
RESUMEN
Este artículo pretende dar a conocer una fortaleza que durante largo tiempo ha sido mayormente
ignorada por la historiografía a pesar de su enorme importancia estratégica y su innegable
protagonismo durante las tensiones entre los reinos musulmanes y cristianos, e incluso entre los
conflictos internos de los poderes castellanos. Abordando temas como el territorio, la topografía, la
descripción arqueológica, la caminería y el estudio de los documentos medievales, ofrecemos una
visión nunca antes dada por los investigadores sobre esta fortaleza dentro del marco geográfico de la
frontera cristiano-musulmana, poniéndola en relación con los territorios septentrionales del Campo
de Montiel.
PALABRAS CLAVE: Castillo, Cazorla, Dinámica de conquista, Frontera, SIG.
ABSTRACT
This paper seeks to unveil a fortress that has been largely ignored by historiography despite its
enormous strategic importance and its undeniable role in disputes between Muslim and Christian
kingdoms and even internal conflicts between Castilian authorities. Approaching issues such as
territory, topography, archaeological description, ancient roads and the study of medieval documents,
we offer a vision never before given by researchers about this stronghold within the geographic
frame of the Christian-Muslim boundary, putting the fortress in relation to the northern territories
of Campo de Montiel.
KEYWORDS: Castle, Cazorla, Conquest Dynamics, Frontier, GIS.
1
Licenciado en Historia, Universidad de Cádiz: [email protected]
2
IP del PAEJ y Doctor en Historia, Universidad Complutense: [email protected]
3
Licenciado en Historia: [email protected]
Ángel D. Bastos, Pedro R. Moya-Maleno y Carlos Campayo
1. INTRODUCCIÓN
El Campo de Montiel es una demarcación que engloba todo el gran altiplano
repleto de villas y fortalezas que linda en su meridiano con una de las puertas
a Andalucía. Este territorio tuvo su propia dinámica de conquista abundante en
peculiaridades y muy relacionada con la que se desarrolló más al Sur. Con este
trabajo intentaremos poner en común estas coincidencias y similitudes en dos
áreas tan próximas geográficamente.
Para ello miraremos al Norte y al Sur desde una fortaleza que ha sido dejada
de lado por la historiografía a la sombra de otras cercanas y, aparentemente, más
decisivas en el devenir de los acontecimientos. Una apariencia dudosa pues el
carácter estratégico del castillo de las Cinco Esquinas resulta evidente y su
importancia debía haber sido capital durante estas épocas de conflicto (Bastos,
2013).
El marco geográfico (Fig. 1) en el que nos centraremos tomará la mayor parte
de la frontera septentrional de la provincia de Jaén, y pequeñas partes de las de
Ciudad Real, Albacete y Granada. Ésta fue la zona de conquista inmediatamente
posterior al Campo de Montiel. Incluso, en algunos puntos, podemos asegurar que
fueron lugares coetáneos de conflicto, como veremos más adelante.
2. COMARCAS SEPARADAS. COMARCAS COMUNICADAS
La existencia de una entidad orográfica del orden de Sierra Morena y las
sierras de Alcaraz, Segura y Cazorla implica la presencia de unos condicionantes
naturales inequívocos para el desarrollo de biotopos específicos y, por ende,
consecuencias culturales derivadas de los pasos que superan estos paisajes y los
contactos humanos que aquí se han generado a lo largo de la Humanidad.
Sin embargo, aunque este relieve se ciertamente una fractura escarpada –Sierra
Morena (Bañuelas, 1.324 m.s.n.m.; sierra de Alcaraz (Almenara, 1.796 m.s.n.m.);
sierra de Segura (Las Banderillas, 1.993 m.s.n.m.); sierra de Cazorla (Gilillo,
1.848 m.s.n.m.)– con la planicie de la Submeseta Sur (Valdepeñas, 705 m.s.n.m.),
la hoya de Baza (844 m.s.n.m.) o el Noroeste murciano (1.160 m.s.n.m.), no se ha
de pensar en territorios enclaustrados o excluidos de toda relación entre sí. Más
aún si observamos que Sierra Morena pasa de un grosor de unos 40 quebrados
kilómetros en el puerto de Despeñaperros –del siglo XVIII (Corchado, 1963: 19s)–
a cerca de 10-20 km de suaves lomas bajo el Campo de Montiel. Igualmente, tal y
como se puede observar por la caminería histórica y tradicional las cuerdas y valles
serranos permiten mucho más tránsito que el que comúnmente se puede pensar
sólo con un mapa enfrente (Molero López-Barajas, 2013).
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290
Arqueología del Castillo de Salvatierra o Cinco Esquinas...
Fig. 1: Marco geográfico del estudio.
La mayoría, si no todos, de estos caminos corresponden ya no solo a las
comunicaciones que en la Antigüedad pudieran abrir civilizaciones como la
romana, sino también a pasos naturales muy anteriores que sin duda han sido
utilizados desde tiempos inmemoriales hasta nuestros días con todo tipo de fines
(Corchado, 1963; Moya-Maleno, 2011). La mera existencia de santuarios de
agregación oretanos como el Collado de Los Jardines (Rísquez y Rueda, 2013), en
las zonas serranas más profundas (Santa Elena, Jaén), muestran las posibilidades
de movimiento a través de estos territorios (Sánchez Sánchez, 2001) y las ventajas
de aquellos en mejores condiciones de paso desde la Prehistoria Reciente.
En primer lugar, existió toda una red de vías principales y caminos que
conectan el Campo de Montiel –y por extensión La Meseta y el área levantina–
con el Alto valle del Guadalquivir. La existencia en esta parte del centro-sur la
Península Ibérica de un accidente geográfico transversal como Sierra Morena que,
además, es cerrado de forma oblicua por las sierras de Alcaraz, Segura y Cazorla,
condiciona a concentrar los itinerarios por aquellos pasos más transitables de las
comarcas de ambas vertientes a modo de embudos.
291
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Ángel D. Bastos, Pedro R. Moya-Maleno y Carlos Campayo
Rutas como el denominado camino de Aníbal/vía Augusta o la conocida como
vía 29 del Itinerario de Antonino (Roldán y Caballero, 2014: 161-173) constatan
su existencia en el Campo de Montiel desde la Antigüedad en testimonios como los
vasos de Vicarello (Sánchez Sánchez, 2008) y en los propios estudios arqueológicos
realizados en algunos de sus tramos (Espadas y Moya-Maleno, 2008; Benítez de
Lugo et al., 2012). Grosso modo, este paso de Barraco Hondo y los ubicados bajo
Castellar de Santiago y Albaladejo han destacado por cruzar Sierra Morena por
los lugares más accesibles y por dirigirse en dirección NE-SW hacía el eje BailénÚbeda. Desde la parte giennense la importancia de puertos como el de San Esteban
(Santiesteban del Puerto) o la posición de la ciudad iberorromana de Cástulo
(Linares) es bien conocida.
La utilidad e importancia de alguna de estas vías romanas fue tal que La Mesta
permitió fosilizarlas en vías pecuarias (Moya-Maleno, 2011; Benítez de Lugo et
al., 2012). También en tramos de caminos reales, como el de Granada a Cuenca
(Plaza Simón, 2010). Pero, en lo que a nuestro estudio respecta nos resultan tanto
más interesantes todos aquellos cordeles, veredas, sendas y vías pecuarias más o
menos de referencia que han articulado el paso en otras direcciones y que podrían
explicar otras dinámicas de contactos (pre)históricos (Moya-Maleno y Hernández,
2015) y de conquista medieval (González Jiménez, 2000).
Se trata pues de caminos naturales (Rubio et al., 1993; Rubio y Pastor,
1995) que permiten tal encuentro de rutas en esta zona que le hacen merecedora
de una atención detenida a por posibles consecuencias. Se trata de tres tipos de
movimientos fundamentalmente:
- Interconectar horizontalmente los principales puertos o “embudos” en ambas
vertientes antes de constreñirse los pasos principales. A media distancia hacían
habitual ponen en comunicación alcaraceños y segureños con las comarcas del
Condado y Sierra Morena.
- Un tránsito Norte-Sur –y viceversa– entre los pasos bajo el Campo de Montiel y
las sierras de Segura y Cazorla. Permitían adentrarse en distintos ejes paralelos
a zonas clave como Segura de la Sierra o Jódar-Quesada, puertas de Granada.
- La importancia de traer las rutas estas sierras es mayor en tanto que no sólo
se dirigirían hacia el Sur, sino que éstas acababan por adentrarse en la sierra
–Pontones > Santiago de la Espada– para alcanzar desde el interior el área
murciana (Molero López-Barajas, 2013)4.
4 El movimiento principal para alcanzar el área murciana era salvar en lo posible las sierras por su
vertiente septentrional a través de las zonas más orientales del Campo de Montiel (Plaza Simón, 2011).
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Fig. 2: Ejemplo de sistema de torres de vigilancia y comunicación en Segura de la Sierra. Foto:
Moya-Maleno, 2004.
Paralelamente, también hemos de contar con todo un sistema de comunicaciones
a larga distancia que permitiera trasmitir noticias de forma rápida y eficaz a través
de señales auditivas y, especialmente, visuales. A este respecto, el sistema de
fortalezas existente al Sur del Campo de Montiel forma una línea ejemplar en
de frontera en el reborde de Sierra Morena. Si a ello sumamos los cada vez más
testimonios de torres a un lado y otro de estos paisajes serranos (Gallego, 2015: fig.
14) (Fig. 2) y los trabajos novedosos al respecto de este tipo de comunicaciones
(Campayo et al., 2015), es posible comprender que se trata de comarcas tan
separadas como unidas.
3. METODOLOGÍA
Para realizar este estudio hemos empleado algunas de las herramientas
y metodologías propias de los Sistemas de Información Geográfica (SIG).
Concretamente, y por un lado, hemos recurrido a la recopilación, observación y
comparación de la caminería histórica y tradicional mencionada a fin de perfilar las
principales rutas existentes para comunicar las comarcas adyacentes a esta parte de
Sierra Morena y sierras de Alcaraz, Segura y Cazorla.
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Fig. 3: Modelo geográfico SIG del área estudiada con los principales castillos de los siglos XII-XIII
y las principales vías ganaderas tradicionales. La mayor densidad de éstas en el área andaluza responden a la mayor cantidad de metadatos de acceso públicos generados por la Junta de Andalucía que por
la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha.
A continuación, hemos georreferenciado diferentes puntos de interés, como
torres, plazas fuertes y fortalezas (Eslava, 1989, 1990 y 1994; Alfaro, 1997;
Ballesteros, 2010; Gallego, 2014), dotándolas de metadatos que nos permitieran
visualizar los tiempos de conquistas, la forma en que fueron develadas o capitularon,
etc. Estos datos son vitales a la hora de analizar los movimientos de tropas, los
aparentes intereses de los poderes fácticos y sacar las conclusiones oportunas.
Por último, hemos tenido en cuenta la orografía del terreno, atendiendo sobre
todo a cursos de agua, elevaciones importantes y sistemas montañosos que nos
ayudasen a delimitar fronteras naturales, las más fáciles de identificar en todas
las épocas. Así se nos hace posible proponer hipótesis de trabajo con los avances
territoriales, pudiendo representarlos gráficamente sobre el plano.
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Unificando todas las capas y representándolas conjuntamente podemos
observar: los caminos y vías pecuarias, los enclaves de importancia y el relieve
(Fig. 3). En la mayoría de los casos, los enclaves están conectados mediante vías,
y éstas guardan relación con los pasos naturales ofrecidos por el relieve. Esto nos
puede servir para confirmar la validez de los datos y, por tanto, de las conclusiones
que obtengamos de ellos, pues es evidente pensar que la orografía y las vías de
comunicación condicionarían en cierta medida las decisiones tomadas durante las
campañas de conquista.
4. EL CASTILLO DE SALVATIERRA O “DE LAS CINCO ESQUINAS”
Es en este ámbito en el que se nos muestra el castillo de Salvatierra o “de las
Cinco Esquinas” como ejemplo de este contexto y, al fin y al cabo, del proceso
conquistador cristiano al Sur del Campo de Montiel5. A pesar de tratarse en primera
instancia de una atalaya, el castillo de Salvatierra o “de las Cinco Esquinas”,
estuvo en primera línea de frontera tanto bajo el dominio musulmán, como bajo el
dominio cristiano, al menos hasta el siglo XIV.
La fortaleza está enclavada en un promontorio llamado “Cerro de Salvatierra”
de 1176 m.s.n.m., en la vertiente occidental de la Sierra de Cazorla. Por su
ubicación, rodeada de picos de entre 300 a 500 mentros más altos que el propio
cerro, se entiende la voluntad de sus primeros constructores, presumiblemente
musulmanes, de controlar la visibilidad hacia el Norte, precisamente a tierras de
Montiel (Fig. 4).
Identificamos dos zonas diferenciadas cronológicamente por su obra y
disposición:
De una parte observamos los elementos propios de la atalaya musulmana que
fechamos a finales del siglo XII y que correspondería al modelo de fortaleza tipo
sajrat (Zozaya, 1998: 27). Estos elementos corresponderían a un lienzo de muralla
en la zona oriental que cerraría el recinto antiguo de la fortaleza. Estos restos
poseen cimientos de grandes sillares sobre los que se levanta la estructura con
sillarejos más pequeños e irregulares. En una fractura del lienzo de muralla queda
a la vista el mortero de cal que se utilizaría para la obra, sensiblemente distinto
al que se observa en las estructuras más tardías de la fortaleza correspondientes
a época cristiana. Esto, sin duda, ayudaría a fechar los restos y diferenciar las
distintas fases constructivas.
Para más información sobre la fortaleza en cuestión vid. A. Bastos (2013).
5
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Fig. 4: Vista del castillo del castillo de Salvatierra o “de las Cinco Esquinas”. Foto: Bastos, 2010.
En la zona septentrional de la fortaleza encontramos los restos que
corresponderían con la atalaya rectangular musulmana. Se adivina un montículo en
forma de “tel” que nos indicaría el derrumbe de una estructura que contuviera dos
o más plantas de altura. Quizá sería en esta zona donde resultaría más interesante
realizar intervenciones arqueológicas que pudieran desvelar más información
sobre esta parte de la fortaleza y confirmar, o desmentir, su datación.
Por otro lado, encontramos en el complejo los elementos que corresponden a
un período más tardío de ampliación de la fortaleza. Esta ampliación consistiría,
principalmente, en la torre del homenaje pentagonal fechada por algunos autores
en el siglo XIV (Eslava, 1999). En su fachada Norte se distinguen dos socavones
en las cadenas de ángulo oriental y occidental. El material seguramente se haya
perdido ladera abajo, dejando al descubierto el relleno de mortero de la torre
pentagonal. Asimismo, destaca la vegetación que ha crecido en su azotea que es
viva imagen del estado de abandono de los restos.
El vano de acceso, de dos metros de altura con un arco apuntado rematándola,
a la torre se conserva perfectamente. Asimismo se distinguen a la perfección las
quicialeras de las puertas que seguramente serían de doble hoja y varios elementos
más como el balcón amatacanado en la fachada septentrional.
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Fig. 5: Dinámica de conquista cristiana al Sur del Campo de Montiel.
Por ende, se trata de un emplazamiento militar islámico ocupado en el momento
álgido de la conquista cristiana del territorio giennense.
5. DINÁMICA DE CONQUISTA
¿Cómo se inserta este punto estratégico en el contexto bélico entre los siglos
XII y XIII al Sur de Sierra Morena y el Campo de Montiel? De forma breve y
esquemática, se pueden señalar los principales movimientos realizados por las
fuerzas cristianas en las primeras décadas del siglo XIII basándonos, como dijimos,
en los testimonios históricos (Ruiz, 2000), la caminería y las vías pecuarias.
Dicho avance conquistador puede ser observado geográficamente con polígonos
utilizando como principal elemento delimitador la orografía (Fig. 5).
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En 1213 tuvo lugar la conocida cabalgada que llevó a Alfonso VIII a conquistar
las eminentes fortalezas de Eznavexore y Alcaraz (Pretel, 2008). Una maniobra
que dejó embolsadas a plazas como Montiel por esta línea y por la trazada al
Norte con la conquista en esas fechas del castillo de Alhambra (Gallego, 2015), lo
cual implicaría aparentemente un corte de las comunicaciones Norte-Sur entre las
plazas musulmanas del Campo de Montiel y las de Andalucía. Acto seguido, ya sea
la fecha de caída de Montiel 1227 o antes, en 1218 (López Fernández, 2004: 63 y
68s), lo que aconteció entre tales años fue una conquista y colonización cristiana
progresiva de la altiplanicie (Moya-Maleno, 2015; Id. y Monsalve, 2015).
Tras este episodio domina un periodo de baja intensidad fruto de la tregua de
10 años pactada con los almohades a la muerte de Alfonso VIII en 1214. Por esta
razón –y por las propias guerras castellanas– no será hasta 1224 cuando se reactive
la conquista, ahora con Fernando III al frente y con unas órdenes militares mucho
más asentadas y pertrechadas.
Para la década de los ‘20 del siglo XIII se ha considerado como objetivo
principal de Fernando III cercar la importante ciudad de Jaén. Ante la imposibilidad
de tomar Jaén, que resistiría varios asedios hasta 1246, Fernando III siguió al Oeste
tomando diversas ciudades dirección Córdoba y Sevilla.
Pero lo que llama la atención es, tal y como muestran los polígonos, la cierta
similitud de la cabalgada del Rey Santo para tomar en 1224, por primera vez, la
plaza de Quesada, con la que ya hiciera su abuelo en 1213.
Aunque la cabalgada de Quesada en 1224 no fue definitiva, puesto que sería
objeto de sucesivas reconquistas musulmanas y cristianas hasta 1309, influirá
en futuras conquistas. Entre las razones que podría llevar a esta cabalgada se
encuentra, además de la rapiña y sembrar el desconcierto en tierras del interior,
desarrollar una maniobra de conquista que ya había sido efectiva una década antes
en la alfonsí de 1213. Quesada, además de tener algún recurso interesante –véase
salinas (Molero, 2013: 68)–, parece ser un objetivo ideal pues, como Alcaraz, se
trataba de un enclave estratégico que cierra los pasos al Sur y al Este y que se
encuentra guarnecida por una gran sierra. Al Norte de Quesada quedaría una gran
franja de tierra aún bajo influencia musulmana y con castillos como el de Cinco
Esquinas en primera línea de frontera.
Este tipo de movimientos serán repetidos por el monarca a partir de 1225
(Eslava, 1987), dejando al Este tierras sin conquistar y dirigiéndose directamente
a tomar entre 1227 y 1229 Baeza, Jódar y Bedmar entre otras a fin de realizar
el primer cerco de Jaén (González Jiménez, 2000). Por tanto, en 1227 parece
caer definitivamente Montiel (Gallego, 2015), asegurándose la retaguardia de los
territorios recién tomados en Andalucía y, casi simultáneamente, se tomarían entre
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plazas que cerrarían en gran medida las posibilidades de apoyo militar a Jaén,
conformándose en esa zona la frontera que perduraría prácticamente ya hasta el
siglo XV (Porras, 1994).
La década de los ‘30 del siglo XIII fue la que más avances cristianos contempló,
tratando en todo momento de asegurar los territorios conquistados en la cabalgada
a Quesada. En 1230, y como consecuencia inevitable de los continuos intentos
de Fernando III de tomar Jaén, se anexiona plazas fuertes cercanas, como las de
Villagordo y Torrequebradilla. Es en esta década cuando cae Cazorla –y de nuevo
Quesada (1231)– en manos cristianas (Polaino, 1959), tras lo cual se otorgaron al
Arzobispo de Toledo. Presumiblemente se toma también ahora el castillo de “las
Cinco Esquinas”.
Comienza entonces la última conquista de la cabecera del Guadalquivir de
los reinos serranos. Como en el Campo de Montiel, se trataba de un avance para
reducir las bolsadas islámicas generadas una década antes a la par que estaba
nutrido por los intereses de los santiaguistas y del arzobispo Ximénez de Rada,
prestos a continuar su expansión natural al Sur del Campo de Montiel (García
Guzmán, 1998; Rodríguez de Gracia, 2000).
Así, en 1234 la corona tomó la importante plaza de Úbeda, desde la que
partieron, al año siguiente, las fuerzas que tomaron Iznatoraf, Beas de Segura,
Chiclana de Segura y Santiesteban y, con ello, la cabecera del Guadalquivir que
comunicaba con el Campo de Montiel. Mientras Iznatoraf y Santiesteban serían
incluidas en el recién creado Adelantamiento de Cazorla, Beas y Chiclana fueron
entregadas al Obispo de Osma, quien en 1239 las intercambiaría con la Orden de
Santiago por posesiones en la Meseta Norte. Y es que, paralelamente, la orden
de Uclés estaba resarciéndose del asalto fallido de Segura de la Sierra en 1214
tomando Génave, Villarrodrigo y Albánchez (1235) y, finalmente, en dicho año 39
la fortaleza de Hornos, la puerta de la sierra de Segura (Ballesteros, 2010).
La década de los ‘40 del siglo XIII traería el fin del proceso conquistador
de esta zona. Mientras que capitales occidentales como Sevilla y Córdoba ya se
habían tomado, las fortalezas de Segura (Fig. 6), Santiago de la Espada y Huéscar
caerían durante los seis primeros años de la década (Alfaro, 1997). Justo entonces,
en 1246, Fernando III consiguió tomar, al fin, Jaén (Eslava, 1982) y se cerró la
tenaza sobre Murcia (1243-1246) (González Jiménez, 2000: 614). Así se fijó la
frontera que, al margen de casos excepcionales como el de Quesada, se mantendría
inalterada hasta la fase final de “reconquista” por parte de Isabel I y Fernando II
en el siglo XV.
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6. CONCLUSIONES
Una de las conclusiones inmediatas que parece haber quedado patente son las
similitudes entre la dinámica de conquista en torno al Campo de Montiel y la
del sector septentrional de la provincia de Jaén. En ambos casos se observa un
desarrollo en profundidad al Este que parece tener como objetivo aislar territorios
que, aun quedando en manos del enemigo, están prácticamente rodeados. Es el
caso de la cabalgada de conquista hacia Alcaraz, en 1213 que dejó “aislado” el
Campo de Montiel, y el de la conquista de Quesada en 1224 que dejó “aislados”
los territorios que ocupan desde Cazorla hasta Beas de Segura.
Es inevitable y necesario precisar que otra conclusión a señalar debe ser
que estos limes que se conformaron no eran para nada estáticos. Hablamos de
fronteras dinámicas, en profundidad e inestables que no aseguraban el control total
y absoluto sobre el territorio. Es evidente que sí debían significar una importante
presión bélica, agotamiento de recursos y cierto aislamiento para el componente
musulmán que quedaba en esas “zonas aisladas” (Campo de Montiel y Cazorla).
Ejemplos de la permeabilidad de estas fronteras y la profundidad de los
ataques fueron los sucesivos cambios de manos de Quesada, no siendo conquistada
de forma definitiva para los cristianos hasta 1309; otro ejemplo es la cabalgada
musulmana que, según recogen las crónicas, atravesó de Sur a Norte los territorios
Fig. 6: Segura de la Sierra.
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del Adelantamiento de Cazorla para lanzar un ataque en los territorios cercanos a
Beas y Chiclana de Segura y hasta Terrinches, ya en el Campo de Montiel. Hasta
esta plaza del Campo de Montiel llego el Sultán de Marruecos en 1282 y las tropas
de Huéscar (Granada) en 1434 (Ruibal, 1989; Álvarez et al., 2015: 253). Acto
seguido fue el santiaguista Rodrigo Manrique quien comandó una expedición
contra Huéscar con gente de Montiel.
Otra conclusión que se desprende de de las observaciones realizadas en Este
estudio es el aparente interés de la Corona castellana por expandirse hacia el Oeste
siguiendo el curso del río Guadalquivir. La tendencia, sobre todo de Fernando
III –aunque a decir verdad también de su sucesor, Alfonso X– fue la de tomar las
ciudades más significativas del curso del gran río de Andalucía. Fueron prioritarias
Jaén, Córdoba, Sevilla, etc., dejando la conquista de la zona oriental –Segura,
Murcia...– en manos de las Órdenes Militares (Rodríguez Llopis, 1986; Rodríguez
Espinosa, 2001: 261, mapa 11; Martínez y Beltrán, 2013).
Por último, y haciendo referencia a la fortaleza que ha servido de eje para
Este estudio, señalar que la coincidencia en la fecha de construcción musulmana
–sigo XII–, así como de ampliación cristiana –siglo XIV–, parecen ser más que
meras coincidencias, consecuencias de hitos históricos. De una parte, la primera
fecha de construcción, bien podría responder a la famosa cabalgada de Alfonso VII
que llegó, en 1147, hasta la propia Almería. Podría deducirse que esta atalaya se
construyó con la función de controlar las posibles futuras avenidas de contingentes
cristianos desde el Norte, lo que explica su ubicación geoestratégica. De otra parte,
la segunda fecha, parece coincidir también convenientemente con la conquista de
Quesada por parte de los musulmanes, que la mantendrían bajo su poder hasta
1309. Con la ampliación de la torre pentagonal, los adelantados se aseguraban la
visión de la campiña de Quesada y de posibles futuras incursiones hostiles.
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Campo de Montiel 1213
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