EL CORNETA Y LA BANDERA Por Belisario Betancur Augusto

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EL CORNETA Y LA BANDERA
Por Belisario Betancur
Augusto Ramírez Moreno o la generosidad, podría ser el título
emblemático de una biografía que, al estilo André Maurois, estamos en deuda
de escribir: su espíritu fecundo fue generoso con sus amigos y con los
enemigos, que fueron pocos porque su palabra deslumbrante castigaba al
circunstancial antagonista sin herirlo; al contrario, lo elevaba y lo magnificaba
para colocarlo a su imperial altura.
GESTO Y GESTA
Su verbo encendido quemó las impurezas de su patria, a la que amaba
enamoradamente y quería libre de mancha; y levantó el fervor de su partido,
en horas de vacilación y desfallecimiento, dándole ímpetus inéditos y aún
ínfulas de reconquista.
Su pluma legó a la posteridad páginas que son quintaesencia de una
retórica esbelta, arriscada y pujante, que desborda los cauces de la gramática
convencional y se constituye en norma de lo inédito, abriendo siempre
caminos de paradoja y asombro.
Más allá de sus obras y sus expresiones, su generosidad se volcó en su
vida. Perteneció a aquella estirpe de varones en que cada ademán es una
obra de arte, cada gesto preámbulo de una gesta y cada actuación una
creación inolvidable. Al igual que el poeta irlandés pudo decir: he puesto mi
genio en mi vida; en mi obra solamente mi talento.
Al conocer la obra que hoy presenta al país la Cámara de
Representantes, dentro de la tarea iniciada en buena hora por Jorge Mario
Eastman para difundir el mensaje de los más destacados políticos
colombianos, estos y otros pensamientos se agolparon en mi mente.
LA INVISIBLE MUCHEDUMBRE
Me unió a Ramírez Moreno una honrosa hermandad ("hermano". me
llamaba) hecha de admiración y maravilla y éxtasis ante sus calidades y
dones, ante su inigualable gallardía, ante su nobleza, heredada de una
estirpe sin parangón en nuestra tierra fecunda.
Cuando aún era estudiante de derecho en la Pontificia Universidad
Bolivariana de Medellín, tuve la suerte y privilegio de acompañarlo como su
segundo en un debate electoral en el que se decidían puntos importantes
para el futuro del país. Veinte años después disfruté de su compañía, de su
labia paradojal, arrobadora y sapiente, cuando semanalmente concurríamos a
Barranquilla a la Junta del Banco de la Costa de la cual éramos miembros. Y
ya en el final de sus días, aquella generosidad siempre presente en mi
memoria, lo llevó a proclamar al comienzo de los años setentas mi
candidatura presidencial, en su oficina profesional, ante la asombrada
presencia de unos cuantos amigos que él tomaba por una invisible
muchedumbre de enfervorizados seguidores.
TUERCELE EL CUELLO AL CISNE
Anécdotas aparte, -¡y sí que las dejó!-, la vida pública y privada del
Leopardo fue lección para quienes en la mitad del siglo nos asomábamos a la
actuación política y social. Desde hacía veinticinco años su magisterio en la
tribuna, en el foro, en la diplomacia era indisputable magnificado por la
circunstancia de haber fundado y bautizado una generación.
Porque "los leopardos" - Eliseo Arango, Silvio Villegas, Joaquín Fidalgo
Hermida, José Camacho Carreño y el mismo Ramírez Moreno irrumpieron en
la historia del país, no como un grupo sino como una legión: tales eran su
ímpetu, su garbo y su estilo. Dejaron la impronta de su guerra en la piel de la
política; y ese estilo y esa retórica y ese gesto y esa rebeldía, contagiaron a
por lo menos dos generaciones que se vieron en dificultades para torcerle el
cuello al cisne de engañoso plumaje, según nos recomendara entonces el
mexicano Enrique González Martínez.
LA FUERZA MAGNETICA
Esa retórica estuvo siempre en Ramírez Moreno al servicio de las
causas nobles, en no pocos casos de las causas perdidas. Siempre colocó "la
concordia pública por encima de todos los valores sectarios", como dijo en su
defensa de la prorroga del Frente Nacional; y defendió siempre la rectitud y
la justicia, por encima de ideologías y compromisos de bandería.
Cuando, como Ministro de Gobierno, fue a dar tierra a los despojos de
Gilberto Alzate Avendaño, dijo de este hombre descomunal palabras que bien
pueden aplicársele: "Vivía en un estado de exaltación sobrehumana, en un
clima irradiante de fuerza magnética increíble" "Los dos nos entendíamos por
nuestra ceguera ante el odio, por nuestra falta completa de envidia y
rencores", añadió.
En pagina que apenas ahora ve la luz pública y que se guardaba en los
archivos de la familia Ramírez Ocampo, traza un paralelo asombroso por
ajustado y perspicaz, del expresidente Alberto Lleras con el César Augusto,
en que parece transparentarse la silueta de un modesto justiprecio:
"Moralmente estoicos ambos, ponen freno mortificante a su ambición,
mordaza a su amargura y templanza a sus horas de gloria".
Tal fue el talento de este varón, que nunca aspiro al poder por la
vanagloria del poder; y que cuando lo ejercitó, lo hizo solamente para
acrecentar la libertad y la dignidad de sus conciudadanos.
LA BONDAD DEL ALMA
Su parábola vital y muchos de sus desarrollos políticos, tienen analogía
con los de Guillermo León Valencia, a quien lo unió una amistad entrañable,
basada en la comunidad de ideales, en la gallardía del espíritu, en la inmensa
humanidad de sus almas. El país los recuerda con afecto, porque a pesar de
descollar sobre sus próximos con desmesura, ambos tenían la bondad del
alma que acerca las distancias y desvanece las diferencias.
La obra antológica que hoy se entrega al examen de los colombianos,
tiene dos facetas especialmente atrayentes: por una parte da idea vivaz y
fresca sobre el registro de la voz de Ramírez Moreno; y por otra, a través de
reportajes y semblanzas, presenta una imagen de la persona, del hombre de
carne y hueso que desconcertaba tanto en París como en Manizales, tanto en
el Parlamento como la tertulia bohemia de desfachatados mosqueteros. Y que
con su dulce esposa acunaba a sus hijos en la intimidad de un hogar de
virtud, honor y transparencia.
LUCHAR POR LA PATRIA
El prólogo, cuidadoso y certero, de Alfonso Patiño Rosselli, en alarde
de síntesis, ofrece un repaso, ajustado a la cronología, de su actividad
pública, salpimentado con anécdotas, como aquella de su memorable
matrimonio, que el mismo Ramírez Moreno califica como "de película",
llevado por su espíritu romancesco y disparatado.
En los tiempos que corren, libros como éste son un tónico para el
espíritu: recuerdan épocas heroicas y generosas en que se luchaba por la
patria y nunca contra ella; y en que los sentimientos plebeyos estaban
proscritos del antagonismo partidista. Tiempos que es preciso andar de
nuevo para recuperar con ellos el decoro y la dignidad de colombianos.
En ocasión memorable, Augusto Ramírez Moreno pudo decir con el
corneta Cristóbal Rilke: "Estad sin cuidado, llevo la bandera". Nosotros
debemos ser, sin reatos, los abanderados de su espíritu ejemplar, generoso y
altivo.
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