SERIE DE ARTPICULOS DE CESAR VIDAL TOMADOS DE PROTESTANTEDIGITAL.COM 2015 Estudiando la Biblia (1) Guía para estudiar la Biblia Creo más que suficiente contar con tres cosas: una buena traducción de la Biblia, una concordancia y un cuaderno para notas. AUTOR César Vidal | 17 DE OCTUBRE DE 2014 | 00:05 h Tras décadas de dedicarme al estudio de las Escrituras, estoy más que convencido de algo tan sencillo como que nada funciona mejor a la hora de estudiar la Biblia que el hecho de estudiar la Biblia. En otras palabras, para poder adentrarse en ella, creo que es más que suficiente –y dará magnífico resultado– contar con tres cosas: una buena traducción de la Biblia, una concordancia y un cuaderno para tomar notas. Examinemos los tres elementos en orden inverso. 1.- EL CUADERNO Por supuesto, vale cualquiera. Bastará con que el lector se sienta cómodo con él. En Estados Unidos, es difícil de pensar que lo lleve encima dado que la gente, por regla general, conduce un automóvil para desplazarse, pero en España donde suele existir un sistema de transporte público excelente –el metro de Madrid es el mejor del mundo y las líneas de autobuses y cercanías están muy bien– hay muchas posibilidades de ir leyendo y tomando notas mientras uno se desplaza hacia o desde el trabajo. En ese cuaderno –llegarán a ser varios– se pueden ir anotando las cosas más llamativas, las que nos resultan útiles en un momento dado y las que no entendemos. Cuando se prosigue con esa ocupación tan sólo unas semanas –a veces unos días– uno descubre que cosas que no comprendía se aclaran con enorme nitidez, que ha aprendido muchísimo y que la luz que los textos arrojan para su vida cotidiana es impagable. En las no pocas mudanzas que he tenido que vivir a lo largo de mi vida he perdido multitud de libros, objetos y demás. Creo que de lo poco que lamento haber extraviado son esas anotaciones de años. Por lo tanto, ya se sabe: el cuaderno es imprescindible. 2.- UNA CONCORDANCIA Cuando hablo de concordancia no me refiero a las que suelen venir adosadas a algunas ediciones de la Biblia. Ésas tienen cierta utilidad para una consulta rápida y para textos muy conocidos que no se sabe dónde localizar en un momento determinado. Sin embargo, para entrar en profundidad en un tema es preciso una concordancia que recoja todas las palabras de la Biblia y el lugar donde se encuentran. Recomiendo en especial la Concordancia de las Sagradas Escrituras de la editorial Caribe. La concordancia permite estudiar un tema en profundidad evitando que alguien se dedique a manipular un par de textos para intentar asentar su peculiar posición teológica. ¿Quiere alguien saber lo que la Biblia enseña sobre el ayuno, el bautismo, la riqueza, el matrimonio o cualquier otro tema? Hay una manera fácil de acometer tan provechosa tarea. Que, valiéndose de una concordancia como la citada, busque la palabra en cuestión todas las veces que aparece en la Biblia. Semejante práctica es enormemente útil y recompensadora. De forma sorprendente, el lector se percatará de que ante él se ofrece un panorama de inmensa claridad y podrá discernir hasta qué punto lo que le enseñan los domingos –si es que va a alguna iglesia– tiene mucho o poco que ver con lo que Dios ha revelado en Su Palabra. Con todo, podemos dejar la adquisición de la concordancia para un poco más adelante. ¡Ah! ¡Ya sé! ¡Ya sé! Si alguien desea valerse de las concordancias que hay en internet u otro tipo de recursos está bien, pero no nos engañemos, saber utilizar una concordancia impresa es mucho más útil por las sorpresas que depara. 3.- LA BIBLIA Son muchas las personas que a lo largo de la semana –según la jornada, incluso a lo largo del día– me preguntan por una buena traducción de la Biblia. Por supuesto, ninguna sustituye del todo a la lectura de los originales en hebreo, ocasionalmente arameo y griego, pero, como todos sabemos, el conocimiento de las lenguas bíblicas no es muy común y, se quiera o no, hay que echar mano de alguna versión. Personalmente, yo me quedo con la Reina Valera de 1960, ocasionalmente con la de 1977 –nada fácil de encontrar, por otra parte– y si no hay más remedio con la revisión previa de inicios del siglo XX que es justo la que aparece al margen de mi edición del Nuevo Testamento interlineal griego-español. La denominada Biblia del Oso es una excelente traducción, pero su español es anterior a Cervantes y cuesta muchísimo leerlo en términos generales. También de interés es la denominada Versión Moderna –ya bastante antigua– que tiene una notable ventaja y es que su traductor puso en cursiva las palabras que añadía para dar sentido a las frases. Se puede ver con facilidad que no pocas veces al quitar esas palabras el texto se entiende mejor y de forma más cercana al original. Otros traductores no han tenido esa delicadeza y así circulan por el mundo las versiones que circulan. No recomiendo en absoluto la Versión Internacional cuya base textual para el Nuevo Testamento me parece más que deficiente y cuyo texto me recuerda mucho, demasiado para mi gusto a la NVI en inglés. Los editores se siguen gastando una millonada en promocionarla –con un argumentario que, en ocasiones, no sé si me provoca más risa o llanto- pero creo que prevalecerá el sentido común y que nunca podrá sustituir a la Reina Valera. No basta con los cheques –ni con el respaldo de cantantes- para lograr que una versión sea aceptada por la gente que conoce las Escrituras. Tampoco me parece buena la Versión popular, también conocida como Dios llega hoy, etc. Su versión de estudio contiene notas abiertamente modernistas y destinadas a satisfacer a un público católico y si lo que se trata es de seguir ese camino… pues mal van. Por lo que se refiere a versiones como La Palabra o la Ecuménica publicada por las Sociedades bíblicas y alguna editorial católica resultan francamente horripilantes. En un intento –imagino que bien intencionado– por acercar el texto al lector se han empeñado en simplificarlo de tal manera que ha dejado de decir lo que dice y, por el contrario, dice cosas rarísimas e inexactas. Creo que Pablo, Lucas o Juan se quedarían más que perplejos al contemplar la manera en que los han traducido. Y es que como decía un amigo mío, “en un intento por suprimir la palabra justificación –ya se sabe que la justificación por la fe es una doctrina bíblica no grata para la iglesia católica– vamos a terminar traduciendo que Dios nos ajunta”. Puede parecer exagerado, pero véase en algunas de estas versiones los términos por los que se ha sustituido “justificar” y “justificación” y luego me lo cuentan. Las traducciones católicas de la Biblia son muy desiguales y ése es su mayor defecto junto con la obligatoriedad de incluir notas de acuerdo al dogma. Lo de las notas viene del lógico temor a que la gente normal y corriente lea las Escrituras y no llegue precisamente a conclusiones semejantes a las de la jerarquía católica. Con todo, desde el Vaticano II, la libertad de los autores de las notas ha aumentado notablemente y lo mismo se puede uno encontrar una defensa cerrada del dogma católico que un comentario que lo pone en solfa como un disparate monumental o un caluroso aplauso a una lectura de izquierdas del texto. A decir verdad, nunca se sabe a ciencia cierta que puede aparecer. Personalmente, yo soy partidario de no leer con notas porque sirven para, fundamentalmente, enredar y entorpecer la lectura lo mismo si es de la Biblia que del Quijote o del Lazarillo. Conocido el texto, quizá sí merezca examinar lo que afirma el comentarista, pero más que nada para comprobar el grado de acuerdo o desacuerdo con él. Además no cabe engañarse: los autores de la Biblia no escribieron notas a su texto. Pero volviendo a la cuestión de los textos desiguales… Por ejemplo, la edición de la Biblia de Jerusalén que tengo ahora ante la vista contiene una magnífica traducción de la carta a los Romanos y una más que criticable del libro de los Hechos. Para remate, cuando la comparo con la edición original francesa nunca sé si han traducido la versión española de la lengua de Molière o, verdaderamente, del hebreo y del griego. Salvo para mirar algún pasaje concreto no se me ocurre utilizarla. Algo semejante me sucede con las ediciones debidas a Paulinas o la Nácar-Colunga. En ocasiones, alguno de los libros aparece magníficamente vertido al español mientras que unas páginas más allá damos con un texto que deja bastante que desear. La razón es esa manía de repartir la Biblia entre distintos traductores como si fuera una vaca en porciones. Al final, no todos están a la misma altura – reconozcámoslo – y el producto final se resiente. Con todo, hay dos traducciones católicas en español que son notables. Una es la Cantera-Burgos publicada por la BAC. Tiene poca repercusión en el mercado porque es una traducción casi de y para especialistas, pero merece la pena consultarla con cierta frecuencia, en especial, su versión del Antiguo Testamento. La otra es la Biblia del peregrino debida al ya difunto Schökel. La Biblia del peregrino es la antigua Nueva Biblia española reconducida a la sensatez. En su día, la Nueva Biblia española fue una especie de best-seller de las Biblias porque se anunciaba como una traducción que, por vez primera, acercaba el verdadero sentido de las Escrituras. No era cierto, pero muchos se lo creyeron. La Nueva Biblia española tenía un bellísimo Antiguo Testamento –había partes filtradas y refiltradas por gente dedicada profesionalmente a la poesía– pero junto con el primor literario incluía docenas de interpretaciones más que discutibles del texto. Para colmo, el traductor decidió quitar los nombres topónimos en hebreo y sustituirlos por su equivalente en castellano. Así, el lector se volvía loco para encontrar la localidad de Belén convertida en Casalpan si no recuerdo mal. Para colmo, el Nuevo Testamento de la Nueva Biblia española –debido a Juan Mateos– era un verdadero desastre. Como Mateos, al parecer, no creía en la divinidad de Cristo se había dedicado de manera horrenda a retraducir todos los pasajes sobre el tema de una manera que recordaba a esa calamidad que es la Versión del Nuevo Mundo, es decir, la de los Testigos de Jehová. La Biblia del peregrino ha corregido no pocos de esos dislates. Belén ha vuelto a ser Belén; el Nuevo Testamento ya no es del disparatado de Mateos y el texto en general se ha revisado. Su primera edición era una verdadera mina de erratas tipográficas intolerables en una traducción de la Biblia –yo vivía a la sazón en Zaragoza y recogí no pocas docenas cuyo detalle envié a la editorial que nunca me lo agradeció ni me acusó recibo– pero creo que se ha subsanado en ediciones ulteriores. Por último, tengo que referirme brevemente a los textos interlineales, es decir, aquellas ediciones del Nuevo Testamento o del Antiguo con el texto original y una traducción palabra por palabra en español. A diferencia de lo que sucede, por ejemplo, en inglés, en español este tipo de obras es muy escaso. Sólo existe una edición del Antiguo Testamento en hebreo-español en varios tomos y editada por CLIE. No la recomiendo fundamentalmente porque carece de aparato crítico y porque inducirá a error al lector ya que la misma palabra se vierte de maneras más que diferentes sin proporcionar explicación alguna. El que sabe hebreo se queda perplejo con la lectura – es mi caso – y el que no sabe no sacará mucho en limpio. Del Nuevo Testamento hay dos versiones interlineales, la de Francisco Lacueva publicada en los años sesenta por CLIE y la mía editada hace algo más de un año por Thomas Nelson. La de Lacueva era aceptable cuando se editó hace casi cuarenta años fundamentalmente porque no había otra. A día de hoy, no merece la pena ni comprarla para consultarla de vez en cuando. Carece de aparato crítico, no explica el significado de las palabras, no contiene referencia a las variantes, pasa por alto las construcciones gramaticales… en fin, lo dicho, cuando no había otra tenía un pase, pero ahora adquirirla es tirar el dinero. Ni que decir tiene que la versión publicada por Thomas Nelson cuenta con todos esos elementos indispensables y, por añadidura, permite la comparación con una versión al margen e incluso añade un apéndice de términos griegos neo-testamentarios de especial relevancia. Si la persona pretende profundizar en el texto original griego es una buena ayuda que es lo que busqué durante los no pocos años que me dediqué a trabajar en la obra. Espero que estas breves notas resulten de utilidad a algunos de los lectores de esta página. A partir de la semana que viene, Dios mediante, comenzaremos a explicar cuestiones elementales relacionadas con la Biblia y con sus libros y también a hacer calas en sus libros. Hasta entonces que Dios los bendiga. PRÓXIMA SEMANA: Tanaj y Antiguo Testamento http://protestantedigital.com/blogs/34208/Guia_para_estudiar_la_Biblia Tanaj y/o Antiguo Testamento Algunos –no sólo los judíos– encuentran censurable denominar Antiguo, como algo viejo, la primera parte de la Biblia. Los judíos la denominan Tanaj AUTOR César Vidal | 23 DE OCTUBRE DE 2014 | 00:40 h Lo primero que tiene que conocer el lector de la Biblia es que está se halla dividida en dos grandes bloques de libros que, convencionalmente, se denominan Antiguo Testamento y Nuevo Testamento. Subrayo lo de convencionalmente porque el nombre de Nuevo Testamento para la segunda parte – específicamente cristiana– no lo discute nadie, pero el primero es más cuestionado. Algunos –no sólo los judíos– encuentran censurable que se denomine Antiguo, como algo viejo, a la primera parte de la Biblia. Los judíos la denominan Tanaj que no son sino las iniciales de las tres partes en que dividen las Escrituras que tienen en común con los cristianos: Torah, Neviim y Ketubim o, si ustedes lo prefieren, la Ley, los Profetas y los Escritos. Los cristianos, por el contrario, dividen el Antiguo Testamento en Pentateuco –los cinco libros de Moisés, equivalentes a la Torah– libros históricos, libros poéticos, libros sapienciales y libros proféticos. La división judía del Antiguo Testamento es la siguiente: 1. TORAH. Son los cinco libros de Moisés. En las versiones impresas, se les llama también Jamisha Jumshei Torah (cinco cinco-secciones de la Torah) e, informalmente, Jumásh. Su título en hebreo viene de la primera palabra del texto hebreo. Consigno su nombre y al lado el que tiene en las Biblias cristianas: 1.- Bereshit (“En el principio”) – Génesis. 2.- Shemot (“Nombres”) - Éxodo. 3.- Vayikra (“Y El llamó”) – Levítico. 4.- B?midbar (“En el desierto [de]”) - Números. 5.- Devarim (“Palabras”) - Deuteronomio. 2. NEVI´IM. Profetas. En la Biblia hebrea se dividen en Anteriores –lo que los cristianos denominan libros históricos– y Posteriores –que se corresponden con los proféticos. Esos libros son: 1.- Josué. 2.- Jueces. 3.– Samuel. 4.– Reyes. 5.- Isaías. 6.– Jeremías. 7.– Ezequiel. 8. Los doce profetas menores -Trei Asar, “The Twelve” – que son considerados un solo libro y que contienen: 1. Oseas. 2. Joel 3. Amós. 4. Abdías. 5. Jonás. 6. Miqueas. 7. Nahum. 8. Habacuc. 9. Sofonías. 10. Ageo. 11. Zacarías 12. Malaquías 3. KETUVIM o ESCRITOS. Para los judíos, se dividen en once libros que son: 1. Los libros poéticos. Salmos, Proverbios y Job que son llamados Sifrei Emet o rollos de la verdad ya que la palabra hebrea para verdad -Emet– es un acrónimo de los nombres de estos tres libros. 2. Los cinco rollos o Hamesh Meguil.lot: Cantar de los Cantares, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés y Esther. 3. Los libros restantes: Daniel, Esdras-Nehemías, Crónicas. Es de notar que Daniel y Esdras tienen porciones importantes en arameo, algo que no sucede con otros libros de la Biblia. Como podrá verse, el canon de la Biblia judía excluye los denominados libros apócrifos a los que luego me referiré. La división cristiana del Antiguo Testamento es ligeramente diferente. 1. El Pentateuco o cinco libros que se corresponden con la Torah hebrea: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. 2. Los libros históricos: Josué, Jueces, Rut, I y II de Samuel, I y II de Reyes, I y II de Crónicas, Esdras, Nehemías y Esther. 3. Los libros poéticos: Job y Salmos. 4. Los libros sapienciales o de sabiduría: Proverbios, Eclesiastés y Cantar de los Cantares (aunque algunos preferirían considerar el Cantar de los cantares como poesía) 5. Profetas mayores: Isaías, Jeremías, Lamentaciones de Jeremías, Ezequiel y Daniel. 6. Profetas menores: Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías y Malaquías. LOS LIBROS APÓCRIFOS Este canon del Antiguo Testamento es el mismo que el judío –aunque con un orden diferente– y es el seguido por las iglesias cristianas, aunque no por la iglesia católica. De hecho, la iglesia católica ha incluido en el canon del Antiguo Testamento libros que son considerados apócrifos por otras confesiones –incluidos los judíos– y que la iglesia católica denomina deuterocanónicos. Estos libros apócrifos son Tobías, Judith, la Sabiduría, el Eclesiástico, Baruc y los dos libros de Macabeos. A ellos hay que sumar añadidos al texto hebreo de la Biblia. Así, el capítulo 10 del libro de Esther, tiene añadidos 10 versículos y además 6 capítulos completos. El capítulo 3 del profeta Daniel, tiene añadidos 66 versículos, desde el 24 al 90, y además dos capítulos completos, el 13 y el 14, que cuentan las leyendas de Susana, y Bel y el Dragón. Aunque la iglesia católica, tras diversos movimientos de zigzag, los incluyó en el canon de manera definitiva en el concilio de Trento, ya en el siglo XVI, la verdad es que los judíos nunca los reconocieron como tales y esa misma línea siguieron las confesiones reformadas. Las razones son diversas. Por ejemplo, Tobías contiene afirmaciones absolutamente supersticiosas e incluso paganas como (4: 18) la práctica de colocar alimentos sobre las tumbas o de (6: 8) utilizar el humo para ahuyentar demonios. Judith contiene errores históricos de bulto –es el caso también de Baruc- como (1: 5) convertir al babilonio Nabucodonosor en rey de los asirios convirtiendo Nínive en su capital cuando estuvo en Babilonia. No deja de ser significativo que el padre Torres Amat, traductor de la Vulgata, afirmara: “Todo lo que sigue tomado a la letra parece no dejar lugar para excusar a Judith, de ficción o mentira”. El Eclesiástico tiene un claro reconocimiento en su prólogo de que no consideraba que lo que escribía era inspirado -“Mi abuelo Jesús, después de haberse aplicado con el mayor empeño a la lectura de la ley y los profetas, y de otros libros… quiso él también escribir algo sobre estas cosas”– y añade (33: 16): “Yo ciertamente, me he levantado a escribir el último y soy como el que recoge rebuscas tras los vendimiadores”. Con todo, la confesión más clara de que los apócrifos no forman parte de la Biblia se encuentra en el segundo libro de Macabeos que concluye de la siguiente manera: “Acabaré yo también esta mi narración. Si ella ha salido bien y cual conviene a una historia, es ciertamente lo que yo deseaba; pero si por el contrario es menos digna del asunto de lo que debiera, se me debe disimular la falta”. ¿Puede alguien creer que, como afirma la iglesia católica, este libro es inspirado cuando su propio autor lo termina de esa manera? Resumiendo, pues, el canon del Tanaj o Antiguo Testamento excluye los libros apócrifos. A pesar de que ha sido así durante siglos y que a ello contribuyen el testimonio de los judíos, el de Jesús y los apóstoles –que jamás citaron de los libros apócrifos– y el de los cristianos de los tres primeros siglos, la iglesia católica decidió incluirlos en el canon. Sin duda, es material para reflexión. Pero será en otra ocasión. La semana que viene explicaremos el contenido del Nuevo Testamento y luego, en semanas sucesivas, los distintos libros de la Biblia. Estudiando la Biblia (III) Nuevo Testamento o Kainé Diazeké Su nombre “Nuevo Testamento” es equívoco. En realidad, debería llamarse Nuevo Pacto. AUTOR César Vidal | 02 DE NOVIEMBRE DE 2014 | 19:10 h La semana pasada expliqué el contenido del Antiguo Testamento o Tanaj. Sé que no es cosa fácil para los que apenas se han acercado a él, pero confío en que durante las próximas semanas iremos desgranándolo poco a poco –ya saben ustedes una semana, antiguo y otra nuevo– y que también, poco a poco, todo se hará comprensible. ¿NUEVO TESTAMENTO O NUEVO PACTO? El Nuevo Testamento tiene una extensión menor –aproximadamente la mitad– y una estructura más sencilla. Su nombre es equívoco. En realidad, debería llamarse Nuevo Pacto ya que el nombre deriva de Jeremías 31: 31, donde Dios anuncia por boca del profeta que llegará un tiempo en que hará un Nuevo Pacto con la casa de Israel. Precisamente, en el curso del séder de pésaj –o cena de Pascua judía– Jesús afirmó que ese Nuevo Pacto se sellaba esa noche y que la base era su sangre que sería derramada en breve como sacrificio expiatorio. Jesús unía así varios elementos del Antiguo Testamento: primero, la idea del Nuevo Pacto; segundo, que ese Nuevo Pacto sellado en la Pascua superaba al Antiguo Pacto, un Pacto cuyos antecedentes estuvieron en la primera Pascua en que la sangre del cordero sacrificado evitó que el ángel tocara a los hijos de Israel; tercero, que ese Nuevo Pacto era llevado a cabo por el Mesías-Siervo profetizado especialmente por el profeta Isaías (52: 13-53: 12), un mesías que moriría en expiación por los pecados de muchos. Todos eran elementos presentes en el Antiguo Testamento, pero también en la literatura judía y, en aquellos tiempos, lo verdaderamente original no era su formulación sino que Jesús se presentara como su realización. ¿Cómo el pacto pasó a testamento? Muy sencillo. Al latín fue traducido como Testamentum –una traducción no del todo exacta– y de ahí pasó al resto de lenguas occidentales. No es así, por ejemplo, en hebreo donde se ha conservado el término “berit” –el usado por Jeremías– que significa precisamente “pacto”. Por lo tanto, el Nuevo Testamento no son sino las Escrituras relacionadas con el Nuevo Pacto. PARTES DEL N.T. En términos generales, el Nuevo Testamento se divide en dos grandes bloques de libros, los Evangelios y las Epístolas. El libro de los Hechos de los Apóstoles es un puente entre los Evangelios y las Epístolas y el Apocalipsis es una especie de conclusión del Nuevo Testamento. La división queda así: I. Cartas de Pablo: aparecen consignadas por su longitud y no por orden cronológico. El orden de redacción más probable fue: Gálatas (en torno al año 49 y antes del denominado concilio de Jerusalén), I Corintios, II Corintios, Romanos, Cartas de la cautividad (Efesios, Filipenses, Colosenses y Filemón) y Cartas pastorales (I Timoteo, Tito y II Timoteo). Evangelios: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Aunque me referiré a ellos más detalladamente en el futuro quisiera adelantar que, en mi opinión, todos fueron redactados antes del año 70 d. de C., en que fue arrasada la ciudad de Jerusalén y su templo. De manera bien reveladora –y a diferencia de los apócrifos– sus autores fueron o apóstoles o personas muy estrechamente vinculadas a un apóstol. Hechos: escrito por el mismo autor del Evangelio de Lucas, su fecha de datación es previa al año 62 d. de C., en la que murió Santiago, el hermano de Jesús. Dado que Hechos es una continuación o segunda parte del Evangelio de Lucas (Hechos 1: 1 ss), el primer texto debió escribir como muy tarde a finales de la década de los cincuenta del siglo I. Puesto que Lucas señala que otros ya habían escrito evangelios antes que él (Lucas 1: 1 ss) al menos algunos de los Evangelios son de la década de los cincuenta o anteriores. De acuerdo con el papiro Thiede de Mateo, este evangelio podría haber sido escrito en la década de los cuarenta o antes. Juan –a pesar de lo que se afirma actualmente– es un texto que, muy posiblemente, pudo ser redactado también en los años treinta o cuarenta. Paradójicamente, Marcos – que se suele considerar el primero sólo porque es el más corto – puede haber sido el más tardío y ya en la década de los sesenta. Pero insisto: volveremos sobre ello. Las Cartas: mejor que epístolas sería decir cartas, pero no es un tema de especial relevancia. Se encuentran divididas en varios bloques: II cartas judeo-cristianas (otros prefieren denominarlas universales): Hebreos, Santiago, I de Juan, II de Juan, III de Juan, Judas. El Nuevo Testamento crea una extraordinaria sensación de inmediatez no sólo por la descripción de la vida y de la enseñanza de Jesús sino también por la manera en que podemos ver cómo vivían y qué creían los primeros cristianos, por cierto, bien poco cercano a lo que ahora viven y creen ciertas confesiones religiosas. El Apocalipsis: escrito por un Juan que suele identificarse con el apóstol del mismo nombre, autor del evangelio y de las cartas, aunque hay opiniones al respecto. Para ponernos en ambiente, esta semana sería bueno que leyéramos –con cuaderno al lado para anotar– las parábolas del capítulo 15 de Lucas y el himno al amor recogido en el capítulo 13 de I Corintios. LOS EVANGELIOS - MARCOS 1:1-3 Antes de profundizar más en el texto, resulta esencial extraer algunas conclusiones de los tres primeros versículos del Evangelio de Marcos. 1. Los Evangelios son históricamente fiables: a diferencia de los textos de otras grandes religiones como el budismo, el hinduismo o el islam, los Evangelios se escribieron en la cercanía de los hechos y sobre el testimonio de testigos oculares. En Marcos, se trató del testimonio de Pedro, pero Lucas recogió en los años cincuenta – cuando ya se habían escrito otros Evangelios - los de personas que habían conocido directamente a Jesús. 2. El mensaje del Evangelio es para todos: Marcos escribió para gentiles lo que implicaba una gran novedad. Su anuncio iba dirigido no sólo a los judíos que llevaban siglos esperando al mesías sino a todos sin distinción de cultura, raza, posición social o sexo. 3. El Evangelio es el cumplimiento de profecías: desarrollaremos más este aspecto en las siguientes entregas, pero lo cierto es que el anuncio tiene sentido porque es el cumplimiento de una larga espera y en su tiempo. “La voz grita” porque así fue anunciado por Isaías ocho siglos antes. 4. El Evangelio no es una confirmación del orden establecido. Desgraciadamente, así fue a partir del siglo IV, cuando se produjo el maridaje con el imperio y más que enormes raciones de paganismo entraron en el cristianismo, pero no fue así originalmente. El Evangelio desafía y confronta la realidad, muestra sus carencias y sus puntos ocultos y llama al ser humano a vivir la vida del Reino. 5. Esa visión contracultural es muy clara en el mesías-siervo. En contra de no pocas concepciones, el mesías encarnado en Jesús es el siervo profetizado por Isaías. Eso implica que su manera de actuar es muy diferente de la ejercida por los poderes del mundo, incluidos los eclesiásticos. En pocos lugares, se expresa con más claridad que en un antiguo himno judeo-cristiano que Pablo cita en su carta a los filipenses: «El mesías Jesús, siendo en forma de Dios, no se aferró a ser igual a Dios, sino que se anonadó tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres, y siendo hombre se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Filipenses 2, 5-8). Jesús no se amoldó a la cosmovisión de su tiempo – o del nuestro – siendo hombre, todavía descendió más adoptando la forma de siervo e incluso como siervo estuvo dispuesto a morir en la cruz. Se mire como se mire, esto es ser contracultural y no las películas de Almodóvar. 6. El Evangelio es el único camino de salvación: lo es en todos los sentidos del término, pero lo iremos viendo a lo largo de las semanas y 7. El Evangelio es también la única manera de vivir: al menos si lo que se desea es no formar parte de la cultura dominante que tiene muchas veces disidentes consentidos e incluso alentados. JUAN EL BAUTISTA - MARCOS 1:2-6 Los primeros versículos de Marcos están relacionados con la figura de Juan el Bautista. De él nos hablan las fuentes judías, especialmente Josefo, y existe un consenso en el sentido de que era un profeta, es decir, no un vaticinador de eventos como vulgarmente cree la gente sino alguien que contemplaba la sociedad que lo rodeaba y que anunciaba cómo la veía Dios y no los hombres. Marcos lo presenta de una manera muy concreta. Pero ¿por qué Juan sumergía a la gente en agua como signo de la conversión? La respuesta es muy sencilla si se conoce el trasfondo judío. Cuando una mujer pagana se convertía al judaísmo a su testimonio de fe sumaba la inmersión total en agua; en el caso de los hombres, eran circuncidados y eran también inmersos en agua totalmente. Juan estaba lanzando un mensaje verdaderamente tremendo: “no tiene la menor importancia que seáis judíos de pura cepa, que descendáis de Abraham, que estéis circuncidados. Si no os convertís a Dios, no sois distintos de los paganos pecadores”. En otras palabras, los que acudían a él del país necesitaban convertirse tanto como cualquier gentil. Como diría haciendo un juego de palabras, Dios podía levantar hijos (benim) de Abraham de entre las piedras (ebenim) (Mateo 3: 9). Si alguien pensaba que por ser racialmente judío era más importante estaba profundamente equivocado. También él necesitaba volverse a Dios. Juan era el cumplimiento de la profecía (v. 2-3). Isaías (40: 1-3) había anunciado que alguien aparecería en el desierto precediendo la llegada del mismo Dios. Esa voz proclamaría un mensaje peculiar, el de que había que bajar las montañas y rellenar los valles. ¿Por qué? La imagen resulta enormemente sugestiva. La existencia de valles y montañas limita nuestra visión del paisaje. En realidad, para que pudiéramos ver todo con facilidad tendría que extenderse ante nuestra vista un terreno llano. La voz haría precisamente eso. Apartaría lo que obstaculizara la vista para que la gente pudiera contemplar al Señor que vendría a salvar. Juan predicaba un mensaje muy claro (v. 4). La predicación de Juan era la de la teshuvahjudía o, como escribe Marcos en griego, la metanoia. En otras palabras, había que volverse a Dios y cambiar de mentalidad, había que convertirse. Esa conversión quedaría simbolizada por la inmersión en agua. Porque el verbo baptizo en griego significa sumergir y no lanzar unas gotitas de agua por encima. En otras palabras, calificar de bautismo a algo que no es inmersión es como calificar de descenso a la ausencia de movimiento hacia abajo. Ni que decir tiene que el mensaje de Juan resultaba muy radical porque relativizaba totalmente la práctica religiosa para subrayar la conversión –algo que contaba con precedentes en los profetas– y no sorprende que acabara como acabó, pero no adelantemos acontecimientos. Juan se presentaba como el Elías escatológico (v. 6). Era creencia común entre los judíos la de que el mesías vendría precedido por el profeta Elías. La discusión se centraba en si ese Elías sería literal o simbólico, es decir, una persona semejante a él. Juan, de entrada, se vestía y se alimentaba como Elías tal y como puede verse en I Reyes 1: 8. No era una mera pose. Era una clave. Juan anunciaba al mesías (v. 7). A pesar de que Juan era consciente de su relevancia, sabía que el importante no era él – el profeta sabe siempre que él no es el importante – sino el mesías siervo al que anunciaba. La distancia entre ambos era tan abismal que no era digno ni de desatarle el calzado y Juan anunciaba a un mesías ante el que nadie podría ser indiferente (v. 8). Durante aquellos tiempos, Juan estaba en el desierto sumergiendo a la gente en agua en señal de su conversión. Lo que haría el mesías sería mucho más relevante. En sus manos, estaría la posibilidad de sumergir a la gente en Espíritu Santo, una promesa de enorme trascendencia ya señalada por los profetas (Joel 2: 28 ss). Y entonces apareció Jesús… pero de eso hablaremos ya la semana que viene. Continuará http://protestantedigital.com/blogs/34349/Nuevo_Testamento_o_Kaine_Diazeke Estudiando la Biblia (III) Nuevo Testamento o Kainé Diazeké Su nombre “Nuevo Testamento” es equívoco. En realidad, debería llamarse Nuevo Pacto. AUTOR César Vidal | 02 DE NOVIEMBRE DE 2014 | 19:10 h La semana pasada expliqué el contenido del Antiguo Testamento o Tanaj. Sé que no es cosa fácil para los que apenas se han acercado a él, pero confío en que durante las próximas semanas iremos desgranándolo poco a poco –ya saben ustedes una semana, antiguo y otra nuevo– y que también, poco a poco, todo se hará comprensible. ¿NUEVO TESTAMENTO O NUEVO PACTO? El Nuevo Testamento tiene una extensión menor –aproximadamente la mitad– y una estructura más sencilla. Su nombre es equívoco. En realidad, debería llamarse Nuevo Pacto ya que el nombre deriva de Jeremías 31: 31, donde Dios anuncia por boca del profeta que llegará un tiempo en que hará un Nuevo Pacto con la casa de Israel. Precisamente, en el curso del séder de pésaj –o cena de Pascua judía– Jesús afirmó que ese Nuevo Pacto se sellaba esa noche y que la base era su sangre que sería derramada en breve como sacrificio expiatorio. Jesús unía así varios elementos del Antiguo Testamento: primero, la idea del Nuevo Pacto; segundo, que ese Nuevo Pacto sellado en la Pascua superaba al Antiguo Pacto, un Pacto cuyos antecedentes estuvieron en la primera Pascua en que la sangre del cordero sacrificado evitó que el ángel tocara a los hijos de Israel; tercero, que ese Nuevo Pacto era llevado a cabo por el Mesías-Siervo profetizado especialmente por el profeta Isaías (52: 13-53: 12), un mesías que moriría en expiación por los pecados de muchos. Todos eran elementos presentes en el Antiguo Testamento, pero también en la literatura judía y, en aquellos tiempos, lo verdaderamente original no era su formulación sino que Jesús se presentara como su realización. ¿Cómo el pacto pasó a testamento? Muy sencillo. Al latín fue traducido como Testamentum –una traducción no del todo exacta– y de ahí pasó al resto de lenguas occidentales. No es así, por ejemplo, en hebreo donde se ha conservado el término “berit” –el usado por Jeremías– que significa precisamente “pacto”. Por lo tanto, el Nuevo Testamento no son sino las Escrituras relacionadas con el Nuevo Pacto. PARTES DEL N.T. En términos generales, el Nuevo Testamento se divide en dos grandes bloques de libros, los Evangelios y las Epístolas. El libro de los Hechos de los Apóstoles es un puente entre los Evangelios y las Epístolas y el Apocalipsis es una especie de conclusión del Nuevo Testamento. La división queda así: I. Cartas de Pablo: aparecen consignadas por su longitud y no por orden cronológico. El orden de redacción más probable fue: Gálatas (en torno al año 49 y antes del denominado concilio de Jerusalén), I Corintios, II Corintios, Romanos, Cartas de la cautividad (Efesios, Filipenses, Colosenses y Filemón) y Cartas pastorales (I Timoteo, Tito y II Timoteo). Evangelios: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Aunque me referiré a ellos más detalladamente en el futuro quisiera adelantar que, en mi opinión, todos fueron redactados antes del año 70 d. de C., en que fue arrasada la ciudad de Jerusalén y su templo. De manera bien reveladora –y a diferencia de los apócrifos– sus autores fueron o apóstoles o personas muy estrechamente vinculadas a un apóstol. Hechos: escrito por el mismo autor del Evangelio de Lucas, su fecha de datación es previa al año 62 d. de C., en la que murió Santiago, el hermano de Jesús. Dado que Hechos es una continuación o segunda parte del Evangelio de Lucas (Hechos 1: 1 ss), el primer texto debió escribir como muy tarde a finales de la década de los cincuenta del siglo I. Puesto que Lucas señala que otros ya habían escrito evangelios antes que él (Lucas 1: 1 ss) al menos algunos de los Evangelios son de la década de los cincuenta o anteriores. De acuerdo con el papiro Thiede de Mateo, este evangelio podría haber sido escrito en la década de los cuarenta o antes. Juan –a pesar de lo que se afirma actualmente– es un texto que, muy posiblemente, pudo ser redactado también en los años treinta o cuarenta. Paradójicamente, Marcos – que se suele considerar el primero sólo porque es el más corto – puede haber sido el más tardío y ya en la década de los sesenta. Pero insisto: volveremos sobre ello. Las Cartas: mejor que epístolas sería decir cartas, pero no es un tema de especial relevancia. Se encuentran divididas en varios bloques: II cartas judeo-cristianas (otros prefieren denominarlas universales): Hebreos, Santiago, I de Juan, II de Juan, III de Juan, Judas. El Nuevo Testamento crea una extraordinaria sensación de inmediatez no sólo por la descripción de la vida y de la enseñanza de Jesús sino también por la manera en que podemos ver cómo vivían y qué creían los primeros cristianos, por cierto, bien poco cercano a lo que ahora viven y creen ciertas confesiones religiosas. El Apocalipsis: escrito por un Juan que suele identificarse con el apóstol del mismo nombre, autor del evangelio y de las cartas, aunque hay opiniones al respecto. Para ponernos en ambiente, esta semana sería bueno que leyéramos –con cuaderno al lado para anotar– las parábolas del capítulo 15 de Lucas y el himno al amor recogido en el capítulo 13 de I Corintios. LOS EVANGELIOS - MARCOS 1:1-3 Antes de profundizar más en el texto, resulta esencial extraer algunas conclusiones de los tres primeros versículos del Evangelio de Marcos. 1. Los Evangelios son históricamente fiables: a diferencia de los textos de otras grandes religiones como el budismo, el hinduismo o el islam, los Evangelios se escribieron en la cercanía de los hechos y sobre el testimonio de testigos oculares. En Marcos, se trató del testimonio de Pedro, pero Lucas recogió en los años cincuenta – cuando ya se habían escrito otros Evangelios - los de personas que habían conocido directamente a Jesús. 2. El mensaje del Evangelio es para todos: Marcos escribió para gentiles lo que implicaba una gran novedad. Su anuncio iba dirigido no sólo a los judíos que llevaban siglos esperando al mesías sino a todos sin distinción de cultura, raza, posición social o sexo. 3. El Evangelio es el cumplimiento de profecías: desarrollaremos más este aspecto en las siguientes entregas, pero lo cierto es que el anuncio tiene sentido porque es el cumplimiento de una larga espera y en su tiempo. “La voz grita” porque así fue anunciado por Isaías ocho siglos antes. 4. El Evangelio no es una confirmación del orden establecido. Desgraciadamente, así fue a partir del siglo IV, cuando se produjo el maridaje con el imperio y más que enormes raciones de paganismo entraron en el cristianismo, pero no fue así originalmente. El Evangelio desafía y confronta la realidad, muestra sus carencias y sus puntos ocultos y llama al ser humano a vivir la vida del Reino. 5. Esa visión contracultural es muy clara en el mesías-siervo. En contra de no pocas concepciones, el mesías encarnado en Jesús es el siervo profetizado por Isaías. Eso implica que su manera de actuar es muy diferente de la ejercida por los poderes del mundo, incluidos los eclesiásticos. En pocos lugares, se expresa con más claridad que en un antiguo himno judeo-cristiano que Pablo cita en su carta a los filipenses: «El mesías Jesús, siendo en forma de Dios, no se aferró a ser igual a Dios, sino que se anonadó tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres, y siendo hombre se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Filipenses 2, 5-8). Jesús no se amoldó a la cosmovisión de su tiempo – o del nuestro – siendo hombre, todavía descendió más adoptando la forma de siervo e incluso como siervo estuvo dispuesto a morir en la cruz. Se mire como se mire, esto es ser contracultural y no las películas de Almodóvar. 6. El Evangelio es el único camino de salvación: lo es en todos los sentidos del término, pero lo iremos viendo a lo largo de las semanas y 7. El Evangelio es también la única manera de vivir: al menos si lo que se desea es no formar parte de la cultura dominante que tiene muchas veces disidentes consentidos e incluso alentados. JUAN EL BAUTISTA - MARCOS 1:2-6 Los primeros versículos de Marcos están relacionados con la figura de Juan el Bautista. De él nos hablan las fuentes judías, especialmente Josefo, y existe un consenso en el sentido de que era un profeta, es decir, no un vaticinador de eventos como vulgarmente cree la gente sino alguien que contemplaba la sociedad que lo rodeaba y que anunciaba cómo la veía Dios y no los hombres. Marcos lo presenta de una manera muy concreta. Pero ¿por qué Juan sumergía a la gente en agua como signo de la conversión? La respuesta es muy sencilla si se conoce el trasfondo judío. Cuando una mujer pagana se convertía al judaísmo a su testimonio de fe sumaba la inmersión total en agua; en el caso de los hombres, eran circuncidados y eran también inmersos en agua totalmente. Juan estaba lanzando un mensaje verdaderamente tremendo: “no tiene la menor importancia que seáis judíos de pura cepa, que descendáis de Abraham, que estéis circuncidados. Si no os convertís a Dios, no sois distintos de los paganos pecadores”. En otras palabras, los que acudían a él del país necesitaban convertirse tanto como cualquier gentil. Como diría haciendo un juego de palabras, Dios podía levantar hijos (benim) de Abraham de entre las piedras (ebenim) (Mateo 3: 9). Si alguien pensaba que por ser racialmente judío era más importante estaba profundamente equivocado. También él necesitaba volverse a Dios. Juan era el cumplimiento de la profecía (v. 2-3). Isaías (40: 1-3) había anunciado que alguien aparecería en el desierto precediendo la llegada del mismo Dios. Esa voz proclamaría un mensaje peculiar, el de que había que bajar las montañas y rellenar los valles. ¿Por qué? La imagen resulta enormemente sugestiva. La existencia de valles y montañas limita nuestra visión del paisaje. En realidad, para que pudiéramos ver todo con facilidad tendría que extenderse ante nuestra vista un terreno llano. La voz haría precisamente eso. Apartaría lo que obstaculizara la vista para que la gente pudiera contemplar al Señor que vendría a salvar. Juan predicaba un mensaje muy claro (v. 4). La predicación de Juan era la de la teshuvahjudía o, como escribe Marcos en griego, la metanoia. En otras palabras, había que volverse a Dios y cambiar de mentalidad, había que convertirse. Esa conversión quedaría simbolizada por la inmersión en agua. Porque el verbo baptizo en griego significa sumergir y no lanzar unas gotitas de agua por encima. En otras palabras, calificar de bautismo a algo que no es inmersión es como calificar de descenso a la ausencia de movimiento hacia abajo. Ni que decir tiene que el mensaje de Juan resultaba muy radical porque relativizaba totalmente la práctica religiosa para subrayar la conversión –algo que contaba con precedentes en los profetas– y no sorprende que acabara como acabó, pero no adelantemos acontecimientos. Juan se presentaba como el Elías escatológico (v. 6). Era creencia común entre los judíos la de que el mesías vendría precedido por el profeta Elías. La discusión se centraba en si ese Elías sería literal o simbólico, es decir, una persona semejante a él. Juan, de entrada, se vestía y se alimentaba como Elías tal y como puede verse en I Reyes 1: 8. No era una mera pose. Era una clave. Juan anunciaba al mesías (v. 7). A pesar de que Juan era consciente de su relevancia, sabía que el importante no era él – el profeta sabe siempre que él no es el importante – sino el mesías siervo al que anunciaba. La distancia entre ambos era tan abismal que no era digno ni de desatarle el calzado y Juan anunciaba a un mesías ante el que nadie podría ser indiferente (v. 8). Durante aquellos tiempos, Juan estaba en el desierto sumergiendo a la gente en agua en señal de su conversión. Lo que haría el mesías sería mucho más relevante. En sus manos, estaría la posibilidad de sumergir a la gente en Espíritu Santo, una promesa de enorme trascendencia ya señalada por los profetas (Joel 2: 28 ss). Y entonces apareció Jesús… pero de eso hablaremos ya la semana que viene. Continuará http://protestantedigital.com/blogs/34349/Nuevo_Testamento_o_Kaine_Diazeke Estudiando la Bíblia (V) El Mesías tentado (Evangelio de Marcos) Las tentaciones a las que se vio sometido Jesús, todas fueron intentos de que se adaptara a las masas para que éstas lo siguieran. AUTOR César Vidal | 12 DE NOVIEMBRE DE 2014 | 19:50 h Marcos –que, en ocasiones, da la sensación de tener mucha prisa en llegar a donde desea en su narración– manifiesta una urgencia enorme por señalar cuál era el mensaje de Jesús. Lo veremos, Dios mediante, en estas entregas, pero antes tenemos que detenernos en unos versículos previos en los que el autor del Evangelio comprime enormemente la aparición del mesías, un mesías que no era el dirigente militar y político que muchos esperaban sino el siervo profetizado por Isaías. EL MESÍAS-SIERVO IDENTIFICADO Y TENTADO (Marcos 1:9–13) Si alguien tiene la curiosidad de ver en Lucas 4: 1 ss, las tentaciones a las que se vio sometido Jesús, podrá comprobar que todas fueron intentos de que se adaptara a las masas para que éstas lo siguieran. Se trata, en cualquiera de sus formas, en una tentación difícil de vencer. No faltan los que dicen aquello de “le seguiría más gente si no dijera eso” o “tendría mucho más apoyo si se callara esto otro”. Y –hay que reconocerlo– la mayoría cede a esa tentación. ¿Por qué decir la verdad y ganarse enemigos? ¿Por qué poner el dedo en la llaga y perder aficionados? ¿Por qué no ser más “flexibles” y allegar voluntades? Jesús pasó por esa misma situación en distintas ocasiones y, ciertamente, no hubiera encajado en una campaña electoral. También es verdad que la cosmovisión de Dios no se amolda a esa visión. Jesús se solidarizó con los pecadores (v. 9): Jesús descendió desde Nazaret y fue bautizado por Juan. Su lugar no estaba con las autoridades del Templo, con los romanos, con los que se consideraban justos por sus propios méritos. El mesías-siervo venía a los que se reconocían pecadores que eran los que acudían a ser bautizados por Juan como símbolo de conversión. Por supuesto, pecadores lo eran todos entonces igual que ahora, pero Jesús sólo estaría cerca de aquellos que estuvieran dispuestos a reconocerlo. ¿Piensa alguien que pertenece a una entidad religiosa, que sigue unos ritos, que continua una tradición que lo conecta con Dios? Si es así, va a ser difícil que se cruce con el mesías-siervo porque éste buscaba a los que eran conscientes de que sus méritos no los acercarían a Dios, pero sus pecados sí los separaban de El. DIOS RECONOCE A JESÚS COMO MESÍAS-SIERVO (v. 10-11) La manera de ese reconocimiento no deja de ser bien llamativa. El Espíritu Santo no se manifestó como un león poderoso o un terremoto. Tampoco apareció en medio de una muchedumbre vestida con atavíos de lujo ni en un vehículo especial. Su símbolo fue una paloma -el animal manso, sencillo y pacífico por definición– y las palabras constituyeron una referencia expresa a Isaías 42: 1, uno de los cantos del mesías-siervo. En Jesús, había puesto Su complacencia Dios porque era como era y no como otros habrían deseado. La razón era su obediencia total a los designios de Dios y, de manera especial, a su metodología, una metodología de siervo. Eso era lo que justificaba esa afirmación. EL MESÍAS-SIERVO LLEVADO AL DESIERTO (v. 12) Sin duda, muchos habrían esperado que el mesías, reconocido como tal por el mismo Dios, se hubiera apresurado a caer sobre los romanos y acabar con su yugo. No hubiera sido el primero en la Historia de Israel que se hubiera comportado de esa manera. Sin embargo, no fue lo que sucedió con Jesús. Fue enviado al desierto. Marcos no da detalles, pero sí señala algo importante. Para cumplir con el propósito que Dios tiene lo menos conveniente es el baño de masas. La multitud –no siempre con mala intención– distrae. Lejos de permitir que escuchemos a Dios, no pocas veces sustituye Su voz por la propia. Es en la soledad y el silencio como deben contrastar los seguidores del mesías-siervo su relación con Dios. EL MESÍAS-SIERVO TENTADO POR EL DIABLO (v. 13) Ciertamente, la integridad –una integridad como la del mesías-siervo- se aprecia no poco en esta conducta. Es íntegro el que se ciñe a lo que ve como la verdad sin importarle el costo. No lo es el que busca un rebaño en medio del cual refugiarse antes de decir nada a sabiendas de que puede enfadar a unos, pero disfrutará del respaldo de otros. Jesús no era de unos ni de otros, pero sí tenía un mensaje que apuntaba directamente al corazón del ser humano como tendremos ocasión de ver. Con estas líneas sencillas, con tan pocas frases, Marcos ha resumido lo que lleva capítulos enteros a otros evangelistas. Sin embargo, su conducta es lógica porque su interés es, por encima de todo, llegar a señalar el contenido de la predicación de Jesús, pero eso, Dios mediante, lo veremos la semana que viene. EL MESÍAS–SIERVO ENTRE FIERAS Y ÁNGELES (v. 13) No deja de ser significativa la manera en que Marcos, muy brevemente, indica la experiencia del mesías. Aparte de la tentación, la experiencia de Jesús fue la cercanía de las fieras y, a la vez, de los ángeles. No puede esperarse otra cosa de alguien que era el Siervo de Dios. Seguir el camino de Dios – el que simboliza el Espíritu Santo con una paloma– significa que las fieras no dejarán de merodear en nuestra vida, sobre todo, en ciertas situaciones en las que no podemos detenernos ahora. Pero, al mismo tiempo, los seguidores del mesías-siervo, igual que éste, deben confiar en que Dios los ayudará en esas situaciones. El coste puede ser alto. No se trata sólo de las mentiras, de los infundios, de los ataques, de las presiones. Puede implicar sacrificar cosas muchos más queridas e importantes. Sin embargo, como señala Marcos, en las peores situaciones, a los que siguen al mesías-siervo no les faltará una ayuda que podríamos calificar de angelical. Continuará http://protestantedigital.com/blogs/34463/El_Mesias_tentado_Evangelio_de_Marcos Estudiando la Biblia (V) El Éxodo (Torah II) Un episodio trastornó la vida de Moisés (y de Israel). Mientras se encontraba guardando las ovejas de su suegro, contempló una zarza que ardía, pero que no se consumía. AUTOR César Vidal | 01 DE DICIEMBRE DE 2014 | 20:35 h El segundo libro de la Torah -Éxodo- comienza donde terminó Génesis. Sin embargo, el punto de arranque no puede ser más tétrico. Tras la desaparición de José se produjo también un cambio dinástico que implicó la caída en desgracia de los israelitas. Como consecuencia directa, un nuevo faraón decidió controlar el crecimiento demográfico de los israelitas mediante el exterminio de los niños varones a la vez que sometía al resto de la población a servidumbre (Ex 1). Sin embargo, uno de estos niños -al que sus padres depositan cobijado en una cestilla en el Nilo- no sólo se salvó sino que además fue recogido por una hermana del faraón que lo prohijó (Ex 2). MOISÉS Cuando el muchacho, que se llama Moisés, creció, no se identificó con su pueblo de adopción sino que se sintió solidario con el sufrimiento de sus verdaderos correligionarios. Incluso llegó a matar a un egipcio al contemplar como éste maltrataba a dos israelitas. Pero la solución violenta de Moisés no funcionó lo que constituye una lección no poco relevante. De hecho, los propios israelitas se lo censuraron –no parece tampoco que fuera gente muy dispuesta dejarse liberar- y Moisés se vio obligado a huir del país para escapar del faraón (Éx 2). En el exilio, Moisés encontró la ocupación de pastor, contrajo matrimonio con una joven llamada Séfora e incluso tuvo descendencia. Por cierto, ese hijo no habría sido miembro de Israel según la interpretación talmúdica que sigue una línea matrilineal, pero, tal y como aparece en la Biblia, por supuesto que lo era. El hecho de que su hijo se llamara Gerson recordando que era un forastero hace pensar que Moisés añoraba en aquellos años a los suyos aunque no parece que tuviera ninguna esperanza de volver a verlos. Entonces aconteció un episodio que trastornó su vida y la de Israel. Mientras Moisés se encontraba guardando las ovejas de su suegro, contempló una zarza que ardía, pero que no se consumía. El fenómeno no era sino una manifestación de el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, el Dios que no puede ser representado, que había escuchado el clamor de los israelitas y había decidido liberarlos. Para esa misión había elegido a Moisés, un Moisés cuya reticencia tuvo que vencer y al que reveló que su nombre era Yo soy el que soy por lo que debía anunciar a los israelitas que Yo soy le había enviado a liberarlos (Éx 3). En el cumplimiento de esa misión Moisés contaría con la ayuda de su hermano Aarón que durante ese tiempo había permanecido en Egipto. EL LARGO INICIO DEL ÉXODO Si inicialmente los israelitas se alegraron de aquella noticia, cuando el faraón se negó a dejarlos marchar y además empeoró sus condiciones de vida, su entusiasmo desapareció. El texto señala que “no escucharon a Moisés por su consternación de espíritu y la dura servidumbre” (Éx 6, 9). Sin embargo, la resistencia del faraón tuvo como consecuencia directa el que Egipto se viera azotado por una sucesión ininterrumpida de plagas. Al agua convertida en sangre (Éx 7) sucedieron las ranas; a éstas, los piojos ; a los piojos, las moscas (Éx 8) ; a las moscas, la mortandad del ganado ; al colapso de la ganadería egipcia, unas úlceras que afectaron a la población y, finalmente, aniquilando las últimas reservas del país y sus postreros deseos de resistir el granizo, la langosta y la oscuridad (Éx 10). El enfrentamiento no sólo había ocasionado terribles costes a Egipto sino que además implicó una ridiculización evidente de su politeísmo en la medida en que cada una de las plagas mostró la impotencia de una o más divinidades egipcias a la hora de cumplir con su misión. Posiblemente, el faraón seguía resistiéndose a aquellas alturas más por razones de prestigio que de verdadera utilidad. Sin embargo, cuando la población egipcia se vio asolada por una nueva plaga que afectó a los primogénitos - pero que no dañó a los israelitas que colocaron la sangre de un cordero sacrificado en el dintel de sus puertas - consintió en dejar salir a Israel (Éx 11-12). No obstante, una vez que los israelitas se vieron libres el faraón se arrepintió de su decisión. Quizá pensaba que había capitulado cuando estaba a punto de cansar a su adversario o simplemente la idea de la derrota se le hacía insoportable. Fuera como fuese, el caso es que movilizó a sus fuerzas militares y salió en persecución de los israelitas con la intención seguramente de reducirlos o exterminarlos. El faraón logró alcanzarlos a la altura del mar de las Cañas, pero el resultado de la expedición de castigo no pudo resultar más nefasto. Los israelitas comenzaron a cruzar a pie enjuto una extensión que había quedado seca poco antes, pero cuando los egipcios se lanzaron en su persecución se vieron anegados por las aguas (Éx 14). EN EL DESIERTO En los capítulos 16-19, el Éxodo narra el camino de Israel hasta el Sinaí donde Dios iba a entregar a Moisés la ley –la Torah- en virtud de la cual vivirían. Este conjunto de normas aparece recogido en los capítulos del 21 al 23 y contiene los denominados diez mandamientos (Éx 20) consistentes en 1. Tener un solo Dios rindiéndole sólo culto a él, 2. No hacer imágenes ni rendirles culto; 3. No tomar el nombre de Dios en vano; 4. Acordarse del día de descanso semanal que debía favorecer incluso a siervos, emigrantes y animales; 5. Honrar al padre y a la madre; 6. No matar; 7. No cometer adulterio; 8. No hurtar; 9. No levantar falso testimonio y 10. No codiciar ningún bien del prójimo. Asimismo en las disposiciones entregadas por Dios a Moisés se limitó la duración de la esclavitud a un máximo de siete años que debían ser seguidos por una indemnización del antiguo dueño (Éx 21), se incluyeron normas que castigaban los atentados contra la libertad, la vida y la integridad de las personas (Éx 21), se estableció la obligación de restituir en daños y hurtos, se incluyeron una serie de leyes humanitarias que iban desde la prohibición de oprimir a extranjeros o de prestar con interés a la proscripción de brujas o normas de carácter ecológico (Éx 22). Por último, los capítulos del 24-31 señalan las tres fiestas religiosas anuales que deben celebrar los israelitas y la manera en que tenían que fabricarse diversos objetos de culto como el arca del testimonio, la mesa de los panes de la proposición, el candelabro, el tabernáculo, el altar de bronce, etc. Precisamente mientras Moisés estaba recogiendo la ley de Dios los israelitas decidieron fabricarse un becerro de oro (¿una referencia al buey Apis egipcio o a un animal sobre el que se posaba Dios supuestamente para ser adorado?) al que rindieron culto (Éx 32). Aquel episodio significó la primera fractura de importancia entre Israel y el Dios que deseaba suscribir un pacto con ellos y fue asimismo ocasión del primer enfrentamiento entre israelitas en el que corrió la sangre. Los capítulos 33-34 narran como el pacto entre Dios e Israel fue, no obstante, renovado y los 35-40 describen la construcción del tabernáculo con todos sus aditamentos. Al acabar el libro, Israel cuenta con una identidad espiritual, una normativa por la que regirse y sólo espera poseer el suelo en el que se asentara como pueblo. Como lecturas recomendadas para comenzar a familiarizarse con el libro del Éxodo, podemos ver: - Éxodo 1. La esclavitud de Israel. - Éxodo 2. El fracaso y la huida de Moisés. - Éxodo 3 y 4. El llamamiento de Moisés. - Éxodo 11 y 12. La última plaga y la liberación de la Pascua - Éxodo 20: 1-17. Los diez mandamientos - Éxodo 40: 34-38. La nube guiando a Israel Continuará http://protestantedigital.com/blogs/34619/El_Exodo_La_Torah_II_ Estudiando la Biblia (V) La predicación del mesías-siervo El Evangelio de Marcos 1: 14. Si hoy sacáramos un micrófono a la calle es dudoso que hubiera mucha gente que dijera correctamente lo que Jesús enseñaba. AUTOR César Vidal | 09 DE DICIEMBRE DE 2014 | 14:10 h Como ya señalamos, Marcos parece especialmente apresurado en el relato –más que Lucas o Marcos– y se comporta así porque desea llegar cuanto antes a la predicación de Jesús. ¿Cuál fue el mensaje de Jesús? A pesar de lo relevante de la cuestión si hoy sacáramos un micrófono a la calle es dudoso que hubiera mucha gente que dijera correctamente lo que Jesús enseñaba. Algunos dirían que fuéramos buenos; otros señalarían que hay que obedecer al papa; otros que siguiéramos a sus supuestos representantes; otros insistirían en que frecuentáramos los sacramentos e incluso no faltaría alguno que hablara sobre la revolución. Pero Jesús no predicó nada de eso. A decir verdad el núcleo esencial de su predicación dista bastante de todas y cada una de estas respuestas. Como el tema es de enorme relevante -¿qué puede serlo más que la enseñanza del mesíassiervo?– dedicaremos a ello varios artículos. Adelantemos que Jesús predicaba tres cosas: 1. Que el tiempo se había cumplido; 2. Que el Reino de Dios se ha acercado; y 3. Que había que convertirse creyendo en la Buena noticia. La primera afirmación resulta muy relevante porque Jesús estaba afirmando que no había que esperar más al mesías. Ya había llegado. No le faltaban razones para realizar esa afirmación. El patriarca Jacob había anunciado que cuando llegara el Shilo o mesías el cetro no estaría en manos de Judá, la tribu de la que salían los reyes de Israel (Génesis 48: 10). Semejante idea cuenta con paralelos en el judaísmo del Segundo templo. Por ejemplo, la gente de Qumrán abandonó su monasterio a orillas del mar Muerto y regresó a Jerusalén cuando accedió al trono Herodes el Grande. La razón muy posiblemente fue que pensaron que puesto que el cetro regio ya no lo tenía un miembro de la tribu de Judá sino un idumeo el mesías debía andar cerca. Al cabo de unos años regresaron a Qumrán, pero la idea flotaba en el ambiente. Y era lógico que así fuera porque no sólo Jacob sino también Daniel había dejado claro en su profecía de las setentas semanas que el mesías debía aparecer en una fecha situada a inicios del siglo I d. de C. Jesús salió anunciando eso mismo. El tiempo se ha cumplido. No tiene sentido que el pueblo de Israel espere más porque, tal y como fue profetizado por el patriarca y por el profeta, éste es el tiempo. La afirmación era tremenda y encerraba en si verdades de no escasa relevancia. La primera es que Dios actúa de acuerdo con Sus tiempos. Es cierto que los seres humanos desearíamos que interviniera cuando lo deseamos –y lo hace no pocas veces– pero El es el Señor del tiempo y El interviene cuando así lo estima conveniente. La segunda es que, históricamente, incluso los que han afirmado seguir a Jesús han perdido la noción del tiempo de acuerdo con Dios. Han olvidado lo que significa la llegada del mesías y lo que implica que haya de regresar como señala no sólo la Biblia sino también algunos testimonios rabínicos recogidos en el Talmud. A decir verdad, es común que la gente haya perdido la verdadera noción del tiempo, el tiempo según Dios podríamos decir, y que por ello pierda también la perspectiva adecuada de las cosas. Proyectan su visión hacia las próximas elecciones, el final de curso o las siguientes vacaciones, pero esa visión del tiempo por lógica que pueda ser resulta pobre e inadecuada. Precisamente por ello, Jesús comenzó su predicación con ese anuncio. Cuando se es consciente de que el tiempo ha llegado se comienza a ver todo de manera diferente. Pero hay algo en ese tiempo mucho más importante todavía. De ello hablaremos Dios mediante en el siguiente artículo. Continuará http://protestantedigital.com/blogs/34679/La_predicacion_del_mesiassiervo Estudiando la Biblia (VI) Levítico (Torah III) Levítico contiene un elemento de extraordinaria trascendencia: que no existe posibilidad de expiación de los pecados sin derramamiento de sangre inocente y sin mancha. AUTOR César Vidal | 16 DE DICIEMBRE DE 2014 | 23:15 h Si el primer libro de la Torah resulta de lectura relativamente fácil y lo mismo sucede con, al menos, la primera parte de Éxodo, el tercer libro del Pentateuco constituye una obra de acercamiento especialmente arduo. Como su nombre indica está referido en su mayor parte a disposiciones relacionadas con la tribu de Leví de la que procedían los sacerdotes de Israel. Tras referirse a los holocaustos (Lev 1), el libro describe las ofrendas que pueden ser de paz (Lev 3), por el pecado (Lev 4) y expiatorias (Lev 5). Asimismo indica las disposiciones relativas a los sacrificios (Lev 6-7). Los capítulos 11-15 contienen diversas normativas de carácter médico que abarcan desde el terreno de la dietética (la división entre animales puros e impuros) al de la ginecología y las enfermedades contagiosas. El capítulo 16 cuenta con una especial importancia ya que en él se establece la existencia de un Día anual de expiación durante el cual todos los pecados del pueblo deben ser cargados sobre un animal sin defecto al que se ofrece en sacrificio. Los capítulos 18-20 contienen normas que van desde lo social a la prohibición de conductas sexuales reprobables como el incesto, el adulterio, la homosexualidad o la zoofilia (Lev 18). Los capítulos 21-24 contienen por su parte diversos preceptos en relación con el servicio religioso y el sacerdocio. El capítulo 25 es, al igual que el 16, uno de los más relevantes de este libro. En él se establece el hecho de que la propiedad de la tierra sólo puede atribuirse a Dios y que por tanto los hombres no pueden nunca pasar de ser sus administradores. Además se estipula que la tierra debe descansar cada siete años y -lo que es más importante- que deben perdonarse las deudas económicas cada cincuenta años y devolverse a sus primeros poseedores la tierra que se hubieran visto obligados a vender en ese plazo de tiempo. Las distintas medidas recogidas en esta legislación del jubileo -el año cincuenta en el que se realiza el perdón y la devolución- resultaban de una enorme importancia en la medida en que no sólo pretendían evitar el agotamiento de la tierra sino, sobre todo, impedir la acumulación perpetua de riqueza y la depauperación de cualquier sector de la sociedad. Finalmente, los capítulos 26 y 27 están dedicados a advertir acerca de las bendiciones y de las maldiciones derivadas de servir a Dios y a dar algunas disposiciones sobre cosas que le hayan sido consagradas. Aunque el libro puede parecer, como hemos advertido, de acercamiento difícil contiene, sin embargo, elementos que lo convierten en enormemente interesante. Por ejemplo, nos permite comprender el por qué de la no escasa distancia que media entre la religión de Israel en la Biblia y el judaísmo posterior. Lo que eran normas reservadas a los sacerdotes inicialmente fueron aplicadas por los fariseos, primero, y el Talmud después, al conjunto de Israel lo que explica la extensión y ampliación de distintas conductas y prohibiciones. También Levítico contiene un elemento de extraordinaria trascendencia como es el de que no existe posibilidad de expiación de los pecados sin derramamiento de sangre inocente y sin mancha. Este principio, aceptado sin discusión por el judaísmo hasta el siglo I, entró en terrible crisis al ser destruido el Templo de Jerusalén en el año 70 d. de C., ya que no podían seguir realizándose sacrificios expiatorios. Para los seguidores de Jesús no significó un drama en la medida en que creían que Jesús, el mesíassiervo, había sido el sacrificio expiatorio definitivo, pero al judaísmo lo obligó a buscar una salida teológica a un problema de no escasa envergadura. Por ejemplo, la celebración de Yom Kippur o el día de la Expiación desde hace siglos dista mucho de parecerse a la contenida en la Torah. Finalmente, Levítico contiene normas de carácter social que deberían llevarnos a reflexionar actualmente. Es cierto que algunas de ellas fueron violadas una y otra vez por los gobernantes de Israel y no es menos cierto que algunos de los sabios como Hil.lel idearon medidas no pocas veces alambicadas para quitarles su fuerza, pero el texto de la Torah es claramente explícito. Para acercarnos a Levítico, vamos a leer: 1. Levítico 16. El Día de la Expiación 2. Levítico 18, 19 y 20. Algunas normas de moral. 3. Levítico 25. Las normas sobre la tierra http://protestantedigital.com/blogs/34753/Levitico_Torah_III Estudiando la Biblia (VII) ¡El Reino ha llegado! (Evangelio de Marcos) El Evangelio de Marcos y la predicación del mesías-siervo (Marcos 1: 14) ¡¡¡¡El Reino se ha acercado!!!! AUTOR César Vidal | 24 DE DICIEMBRE DE 2014 | 15:00 h En el anterior artículo sobre el Evangelio de Marcos comenzamos a ver los elementos en los que se basaba esencialmente la predicación de Jesús. El primero era que el tiempo esperado a lo largo de los siglos por el pueblo de Israel había llegado. El segundo no resulta menos relevante: el Reino de los cielos ansiado de manera especial tras los desastres sufridos por Israel después de Salomón había llegado. Jesús iba a chocar con no pocos problemas a la hora de predicar el Reino porque la idea que tenían sus contemporáneos al respecto –discípulos incluidos– no era igual a la suya. Para ellos, el Reino de Dios implicaría la aparición de un mesías que aplastara a los enemigos de Israel como David había hecho antaño y que fundara un estado judío independiente, seguro y situado por encima de los otros pueblos. Los paralelos a lo largo de la Historia no se le escapan a nadie siquiera porque desde la Edad Media se identificó ese reino con la iglesia y se entendió que ésta tenía derechos temporales ejercidos por su cabeza que no era tanto Cristo como un monarca electivo con sede, por regla general, en Roma. En uno y otro caso, el uso de la fuerza y la legitimación de conductas sobrecogedoras eran aceptados por esa visión peculiar del Reino. Ni que decir tiene que Jesús tenía una visión totalmente distinta del Reino de Dios. Aunque volveremos sobre este tema más veces en el curso de este estudio, ya ahora podemos adelantar que Jesús señaló varias notas del Reino. 1. No es un Reino como los de este mundo y una de las pruebas de ello es que sus discípulos verdaderos no utilizarían la violencia ni siquiera para defender causas supuestamente espirituales (Juan 18: 36). Para los judíos de la época y no digamos los de la revuelta del 66-73 d. de C., las palabras de Jesús eran una locura, pero no cabe engañarse: aquellos que han emprendido cruzadas de cualquier signo creyendo que el derramamiento de sangre implicaba cumplir la voluntad de Dios no tenían la menor idea de la enseñanza de Jesús sobre el Reino. No sólo eso. Cada vez que alguien identifica el Reino con cualquier forma política está traicionando la enseñanza de Jesús. 2. Sí es un Reino por el que hay que orar a diario (Mateo 6: 10). No deja de ser significativo que una de las peticiones –dudo que bien comprendida– del Padrenuestro sea que el Reino (la soberanía de Dios) no sólo sea patente en los cielos sino también en la tierra. Ojo, Jesús no habla de una confesión religiosa, de una organización, de una ideología sino de la soberanía de Dios que nadie discute en las alturas y que, un día, felizmente, nadie discutirá en la tierra. 3. Es un Reino que, junto con su justicia, debe convertirse en el primer objetivo de nuestras vidas (Mateo 6: 33). Es revelador que Jesús señala que es comprensible que los paganos se dejen angustiar por lo material y lo busquen de manera preeminente, pero sus discípulos deben poner en primer lugar, no su prosperidad material, no el cambio político, no la extensión de una iglesia sino la búsqueda del Reino y de su justicia, justicia, por cierto, bien diferente de las justicias humanas. 4. Es un Reino que ya ha llegado (Mateo 12: 28; Lucas 17: 21). A diferencia de la idea del reino de Dios mantenida por judíos y gentiles, el Reino anunciado por Jesús llegó con él. No mediante la fuerza, no mediante la victoria sobre Roma o el islam, sino de manera humilde y compasiva. 5. Es un Reino que es explicado en parábolas. Buena parte de las parábolas de Jesús tienen que ver con el Reino y son bien reveladoras. Por ejemplo, si leemos el capítulo 13 del evangelio de Mateo podemos ver que ese Reino es tan valioso como encontrarse una perla de gran precio, un tesoro en un campo o –diríamos nosotros– un billete de lotería premiado o un maletín con un millón de dólares. Precisamente porque es tan valioso exige de nosotros que nos movamos con la misma rapidez y resolución con que lo haría de tener la fortuna al alcance de la mano. Ese reino tuvo un inicio muy humilde y pequeño, como un grano de mostaza, pero irá creciendo a lo largo de la Historia porque cada vez más personas aceptarán no la sumisión a una religión o a una confesión religiosa sino a la soberanía de Dios predicada por el mesías-siervo. De hecho, sólo al final de la Historia se manifestará en toda su grandeza cuando tenga lugar el Juicio final y su triunfo total. 6. Es un Reino que será predicado a todos antes del final de la Historia (Mateo 24: 14). De hecho, cuando todos hayan podido escuchar las Buenas noticias del Reino es cuando tendrá lugar la consumación de los tiempos. 7. Es un Reino propio de los que se asemejan a niños (Mateo 19: 14). En ese Reino entran ya, ahora, en estos momentos, no los que son simples e ignorantes como niños –que es la interpretación interesada que se ha dado– sino aquellos que, como en la sociedad de Jesús, están dispuestos a servir a todos sin distinción como hacían los niños con el resto de los miembros de la familia y 8. Es un Reino en el que se puede entrar sólo cuando uno piensa que la entrada no se gana, se paga o se consigue por méritos propios sino sólo por regalo de Dios. Por eso, las prostitutas y los publicanos tienen más posibilidad de entrar en el Reino que los escribas y fariseos (Mateo 21: 3) o que los ricos (Lucas 18: 25), porque el auto-suficiente que cree que sus méritos lo llevarán al cielo se cierra la puerta para entrar en un lugar donde el primer requisito es reconocer que se es pecador y que, por méritos propios, nunca se llegará al lado de Dios. El Reino de los cielos anunciado por Jesús no era –no es- imponer una mentalidad confesional en la sociedad ni tampoco lanzar ejércitos a la recuperación de los denominados Santos Lugares ni permitir a una confesión religiosa regir un país. A decir verdad, todas y cada una de esas conductas son frontalmente opuestas al Reino predicado por Jesús. En realidad, el Reino era –es– una nueva forma de vida que él anunciaba con entusiasmo y que comparaba a unas bodas, a un banquete, a una fiesta. No exageraba. Lo es ciertamente para el que llega a descubrirlo porque se percata de que es un tesoro sin comparación. Pero la predicación de Jesús incluía otros elementos que tendremos ocasión de ver en las próximas semanas. Continuará http://protestantedigital.com/blogs/34819/El_Reino_ha_llegado_Evangelio_de_Marcos Estudiando Bíblico (VIII) Ideas claves de la Torah (Torah IV) La Torah afirma que el ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios y que, por ello, está llamado a ejercer su destino transformando la creación que le rodea. AUTOR César Vidal | 05 DE ENERO DE 2015 | 16:55 h Una obra que, en realidad, es un conjunto de cinco libros redactados en períodos distintos de tiempo, cuya extensión es más que media y, sobre todo, que contiene material de una antigüedad muy considerable debería resultarnos casi por definición considerablemente lejana. Ciertamente, ésa es la sensación que nos invade cuando leemos las fuentes mesopotámicas o egipcias e incluso cuando repasamos las obras de la mayor parte de los clásicos griegos o latinos muy posteriores a la Torah. En esos casos, ni siquiera la sensación de percibir algo sublime opaca el sentimiento de distancia que nos embarga. De hecho, hasta cuando los puntos de contacto parecen mayores, resulta obvio que aquellos hombres y aquellas mujeres se planteaban problemas y soluciones que, en la inmensa mayoría de los casos, para nosotros ni resultan interesantes ni nos parecen válidas. Lo que uno descubre a medida que va avanzando en la lectura de la Torah es realmente muy distinto. Es cierto que sus normas relativas a los sacrificios o a las disposiciones alimenticias nos resultan distantes y en buena medida así eso mismo les sucede incluso a los judíos practicantes. Sin embargo, pese a esas matizaciones indispensables, lo cierto es que las líneas maestras de la Torah tienen una vigencia que nos golpea con la contundencia de un trallazo. En primer lugar, llama extraordinariamente la atención el alto concepto que la Torah tiene del ser humano. Mientras que en el s. XXi sigue siendo objeto de controversia si existen o no razas superiores o si determinadas legislaciones respetuosas de los Derechos Humanos pueden y deben aplicarse a todas las culturas; mientras que no pocas acciones políticas o sociales se fundamentan en la afirmación, a veces apenas encubierta, de la inferioridad de ciertos grupos humanos, la Torah afirma que el ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios y que, precisamente por ello, está llamado a ejercer su destino transformando la creación que le rodea. Lejos de ser un número o una estadística, cada hombre, cada mujer, prescindiendo de su cultura, de su raza o de su época, lleva impresa en si la imagen y la semejanza del Ser Supremo. Cuando alguien engloba a todos los componentes de un colectivo – por muy detestable que pueda ser el colectivo - en una masa informe a la que condena, desprecia o ridiculiza está escupiendo sobre el mismo rostro de Dios. En segundo lugar, la Torah es poderosa y provocadoramente desmitologizadora en sus relatos. Para cualquiera que conozca mínimamente el carácter de los textos cosmogónicos y mitológicos de la Antigüedad (uno se atrevería incluso a decir que también de la época actual) no deja de ser refrescante la lectura de libros como Génesis o Éxodo. En el primero, las fuerzas de la Naturaleza, los astros o los animales no son dioses como en Mesopotamia y Egipto, como en Grecia y Roma, como en China o la India. Se reducen simplemente a ser elementos naturales creados por el único Dios y con los que el ser humano ha de enfrentarse quizá día a día, pero nunca en régimen de veneración. Los filósofos griegos condenados por afirmar que el sol no era sino una bola de fuego y no un dios, jamás hubieran sufrido ese destino en Israel. En el segundo de los libros de la Torah, el Éxodo, esa desacralización alcanza también al poder político. El faraón podía ser considerado un dios por sus contemporáneos - de hecho, así era efectivamente - pero, en realidad, no pasaba de ser un mortal reconcomido en ocasiones por los peores defectos humanos y dispuesto para mantener su poder a hacer uso de la opresión y del genocidio. En su poder no había, por lo tanto, nada de sagrado sino más bien de diabólico. A partir de ese punto de partida, todo culto estatal - sea cual sea el carácter de éste - no puede ser calificado sino de perversidad e idolatría. Cuando además esa acción de gobierno pretende legitimarse para su opresión en lecturas de textos sagrados o supuestas promesas divinas, lejos de afirmar su derecho deja aún más de manifiesto su carácter verdaderamente satánico porque Dios no puede jamás legitimar ni respaldar el mal por mucho que se vista con ropajes religiosos. No resulta en absoluto exagerado afirmar que la Torah está impregnada de un impulso tan colosal de desmitologización que llega a extremos de contraculturalidad y no sólo por lo que se refiere a las culturas donde transcurren sus relatos sino también en relación con las de cualquier época. El texto donde se narra la historia de Abraham nada más haber hecho referencia a la de la torre de Babel es, en si mismo, uno de los más vigorosos alegatos contra los afanes provocados por la soberbia del hombre y sus desastrosos resultados. Mientras los babelitas sueñan con llegar hasta el cielo y así hacerse un nombre, Abraham desprecia esa visión. Por el contrario, pone su vida en las manos de Dios y confía en que Éste actuará. Si en el primer caso asistimos a la brega que nunca puede satisfacer de los que se esfuerzan por dejar su huella en la Historia ; en el segundo, nos encontramos con aquel que ha decidido dejar la historia en manos de Su autor y esperar de Él el cumplimiento de las promesas. En un caso, el hombre se ve deshecho por su propia impotencia para alcanzar sus ambiciones ; en el otro, es consumido por un ideal que le llena de esperanza, que impulsa su existir y que da sentido a su vida. En tercer lugar, la Torah, a diferencia de distintas corriente ideológicas y religiosas, presenta una visión buena del mundo material. Es consciente y así lo indica en Gen 3-4 de que el pecado del ser humano ha provocado una alienación de éste en relación con Dios, sus semejantes y el cosmos pero, a la vez, considera que, incluso dañado, este mundo conserva buenas cosas que ofrecer al hombre. No deja de ser significativo al respecto que el trabajo no sea considerado en el relato del Génesis como una consecuencia de la Caída -como algunos desconocedores del texto se empeñan en afirmar- sino como una actividad que el hombre llevaba a cabo incluso en su estado de felicidad prístina. Al fin y a la postre, el ser humano no ha sido llamado a la inactividad sino, por el contrario, a la realización de un trabajo en esta vida. En cuarto lugar, la Torah lleva implícita una visión de la Historia y de la existencia particular de cada ser humano que dota a ambas de sentido. En ningún momento oculta sus aspectos negativos y, de hecho, en sus relatos nos encontramos con episodios que van desde el fratricidio a la violación pasando por el engaño, la opresión o la idolatría. Sin embargo, persiste la idea de que incluso en sus momentos más aparentemente absurdos, la existencia humana posee un significado que le proporciona su sentido. Abraham que abandona a su familia y su pais; Jacob que tiene que exiliarse; José que es vendido por sus hermanos y convertido en un esclavo constituyen todos ellos tipos de personajes aparentemente fracasados, pero a través de los cuales existe un hilo conductor que no es el del fracaso sino precisamente el de la consumación de un propósito que trasciende a los seres humanos. Finalmente, la Torah es inmensamente importante por dos repercusiones religiosas -aparte del monoteísmo- realmente radicales. La primera de ella es que su legislación religiosa introduce unos elementos éticos que no solamente son sustanciales sino que además rebasan el área de las relaciones interpersonales para entrar en el terreno más complejo de lo social. Como en otros códigos religiosos, la Torah prohíbe el adulterio y el hurto, el falso testimonio y el homicidio, la práctica de la homosexualidad y las lesiones. En eso quizá poco tiene de original. Sin embargo, junto con la insistencia en vedar la fabricación y el uso de imágenes para el culto, se caracteriza por un profundo sentido social que prácticamente resulta desconocido en las legislaciones hasta el s. XX. Llegaría a ser demasiado prolijo detenerse en esa cuestión, pero no deja de resultar impresionante como en los preceptos de la Torah, por ejemplo, se atiende de manera especial a los más desfavorecidos (huérfanos, viudas y emigrantes), se limita cronológicamente la duración de la esclavitud, se establecen leyes de cuidado del campo y de las bestias, se defiende la prohibición del préstamo usurario, se niega el carácter de propiedad privada de la tierra e incluso en un deseo de evitar el enriquecimiento escandaloso de unos a expensas del depauperamiento de otros se ordena el perdón total de las deudas y la devolución de la tierra inicialmente poseída a sus primitivos propietarios. La segunda repercusión, tremendamente fecunda en términos de la Historia de las religiones, consiste en el hecho de que la Torah afirma que los pecados sólo pueden ser expiados mediante el sacrificio de un ser perfecto y sin mancha que encuentra la muerte en favor del pecador. Como señala el libro de Levítico: “la sangre hará la expiación” (Lev 17, 11). Realmente ningún ser humano puede pretender alcanzar la salvación por sus propios medios ya que todo depende de la benevolencia de Dios. Continuará… http://protestantedigital.com/blogs/34900/Ideas_claves_de_la_Torah_Torah_IV Estudiando la Bíblia (IX) La nueva vida en el Evangelio de Marcos El significado del Reino: vidas nuevas (Marcos 1: 16-20) AUTOR César Vidal | 17 DE ENERO DE 2015 | 10:10 h Tras señalar el contenido de la predicación inicial de Jesús, Marcos nos conduce inmediatamente al significado del Reino en lo que resta del capítulo 1. Por encima de todo, el Reino significa nuevas vidas porque se produce, por así decirlo, un cambio de lealtades que implica reconocer a Dios como soberano rey y seguir a su mesías-siervo. No deja de ser significativo que Marcos coloque este primer episodio en un contexto que Pedro y los primeros discípulos conocieron muy bien, el de los pescadores. En aquella época, en el mar o lago de Galilea faenaban unos trescientos cincuenta barcos de tamaño más o menos semejante. Era lógico porque la dieta de los galileos de la zona era, fundamentalmente, pescado. La carne era prohibitiva salvo para algunas fiestas y otros exquisiteces ni siquiera podían plantearse. La presencia del pescado en la vida cotidiana era tan grande que incluso se reflejaba en los topónimos de la zona. Betsaida significa, por ejemplo, casa del pescado y Tariquea no es otra cosa que el lugar del pescado seco. La gente se ganaba la vida valiéndose de dos clases de redes, la conocida como saguene que era una especie de red que se lanzaba y arrastraba y el amfibléston que era una red más pequeña, como un paraguas, que se lanzaba al agua y se recogía. Ambas formas de pesca pueden observarse todavía en el mar de Galilea. Las personas a las que se acercó Jesús eran gente común y corriente. No suele ser habitual esa conducta. Las autoridades religiosas gustan de alternar con políticos y reyes; existen movimientos religiosos que desde sus inicios se han dedicado a la captación de gente de relevancia y es más que sabido cómo la caza de fortunas o simplemente de herencias ha sido siempre un objetivo privilegiado de los dirigentes religiosos. No hay nada de eso en Jesús y queda claro en este primer relato. A decir verdad, da la sensación de que nadie ha querido tanto a la gente común y corriente, aunque fueran enfermos o pecadores, como Jesús. Como era de esperar, Jesús se encontró a aquellas gentes trabajando -no es lo que uno espera de las castas privilegiadas, pero parece lo más razonable en los que han de mantenerse a si y a sus familias– y les ofreció una nueva vida diferente a la que habían tenido hasta entonces. Esa nueva vida giraría en torno a dos circunstancias: 1. Una relación personal: Jesús no invitó a la gente a formar parte de un club religioso, a afiliarse a una confesión religiosa o a constituir una asociación espiritual. Jesús invitó a la gente a mantener una relación personal con él, a seguirlo. No se trataba de entrar en un colectivo donde alguien que pretendiera representarlo marcara las pautas. Se trataba más bien de vivir en una relación íntima con él, la que sólo se puede tener cuando se le sigue. Donde no existe esa relación personal puede haber ritos, ceremonias y dogmas, pero no hay cristianismo. 2. Una tarea: la segunda circunstancia es que esa nueva vida iniciada mediante una relación personal con Jesús contaría con una tarea, la de pescar hombres para el Reino. Hasta entonces, aquellos pescadores habían llevado una vida normal: levantarse, trabajar, ganar algo de dinero, llevarlo a casa, comer… Muchas cosas no iban a cambiar, de hecho, seguirían siendo pescadores, pero el énfasis de su existencia sería otro porque su meta sería otra. La vida del Reino no era un llamamiento a una existencia cómoda –no tardarían en comprobarlo– sino a invertir toda la vida en el Reino siguiendo al mesías-siervo y, como él, pescando a otras personas para ese Reino. Si alguien ha pasado por esa experiencia, como aquellos pescadores, seguramente será consciente de que ha dado los primeros pasos en el Reino, pero si no ha sido así… si no ha sido así, todavía está a tiempo de reorientar su existencia basándola en una relación personal con Jesús porque el tiempo se ha cumplido, el Reino se ha acercado, la conversión es posible y el ofrecimiento de creer en las Buenas Nuevas sigue vigente. Continuará http://protestantedigital.com/blogs/35015/La_nueva_vida_en_el_Evangelio_de_Marcos Estudiando la Biblia (X) Deuteronomio (Torah V) Aquí aparece la famosa Shemá, la primera palabra en hebreo de la fórmula que afirma “Escucha, Israel: YHVH nuestro Dios, YHVH es uno”, resumen de la fe de Israel. AUTOR César Vidal | 23 DE ENERO DE 2015 | 19:20 h El último libro de la Torah, Deuteronomio, constituye una repetición de las leyes mosaicas al pueblo de Israel que, una generación después de su salida de Egipto, se encuentra a punto de entrar en la Tierra prometida. ?Los capítulos 1-4 constituyen una recapitulación de la historia de Israel en los años de peregrinación por el desierto. Los capítulos 5-6 repiten los Diez Mandamientos y contienen una clara exhortación en favor de cumplir las leyes y los estatutos divinos. En esta sección se incluye la famosa Shemá, que no es sino la primera palabra en hebreo de la fórmula que afirma: “Escucha, Israel: YHVH nuestro Dios, YHVH uno es” y que constituye un auténtico epítome de la fe de Israel. (image) Texto en hebreo de la Shemá Los capítulos 7 al 26 recogen a continuación un código de leyes que incluye desde leyes dietéticas (Deu 14) a normas sociales (Deu 15) o disposiciones sobre las fiestas (Deu 16) o la castidad (Deu 22). Resulta interesante ver cómo esas normas difieren bastante de interpretaciones posteriores. Por ejemplo, el diezmo (Deuteronomio 14: 22 ss) no era sobre dinero sino sólo sobre productos de la tierra y se distribuía en ciclos de tres años. El primer año, el diezmo se convertía en dinero y era gastado en el disfrute familiar ante Dios (14: 22-26); sólo el tercero, el diezmo se entregaba para mantenimiento de los levitas y para atención a los menesterosos (14: 28-29). Los capítulos 27 y 28 están redactados siguiendo el modelo de los pactos existentes en la época de Moisés -lo que constituye un argumento en favor de la historicidad del libro- en los que se anuncia la recompensa del que guarde lealtad al Pacto y el castigo del que lo desobedezca. La última sección de Deuteronomio (capítulos 29-34) está formada por los últimos discursos de Moisés, la designación de Josué como su sucesor, el Cántico de Moisés, la bendición pronunciada por éste sobre Israel y el relato sobre su muerte y sepultura. Para leer: Deuteronomio 6. El gran mandamiento de la Torah Deuteronomio 10: 12-22. Las exigencias de Dios para con Israel Deuteronomio 14: 22-29. El diezmo Deuteronomio 28. Las consecuencias de la obediencia y de la desobediencia Continuará http://protestantedigital.com/blogs/35075/Deuteronomio_Torah_V Estudiando la Biblia (X) ¿Escribió Moisés la Torah? Si algo nos muestran la Historia y la arqueología es que la Torah pudo ser perfectamente obra de Moisés –que, previsiblemente, utilizó fuentes anteriores- pero que muy difícilmente podría pertenecer a un período posterior. AUTOR César Vidal | 29 DE ENERO DE 2015 | 20:00 h La Torah, tal y como nos ha llegado, constituye un conjunto de cinco libros - Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio - atribuidos en bloque a Moisés. A efectos de su análisis como escrito que cambió la Historia semejante circunstancia es suficiente en la medida en que ésa es la forma final en que la conocemos. No obstante, no resulta del todo ocioso dedicar unas líneas a la denominada hipótesis documentaria siquiera porque es común encontrar a tan trasnochada teoría en la práctica totalidad de las ediciones católicas de la Biblia y en algunas protestantes. La creencia en que los cinco libros de la Torah se debieron a la redacción de Moisés se mantuvo inalterable hasta finales del s. XIX. Las razones fundamentales para sustentar este punto de vista eran que así lo indica el propio texto, que así se había transmitido por generaciones y que ninguno de los manuscritos de la Torah con que se contaba indicaba ni siquiera de manera indirecta que en su redacción hubieran participado más autores o que el texto final fuera un ensamblado de distintas obras. Obviamente, algunos versículos como los últimos de Deuteronomio donde se hace referencia a la muerte de Moisés se atribuían a un redactor posterior, pero en conjunto la Torah seguía considerándose mosaica. Como además tanto Jesús, como los apóstoles o los rabinos del Talmud sostuvieron sin sombra de duda esa misma idea tanto cristianos como judíos no vieron razones para discutirla. LA HIPÓTESIS DOCUMENTARIA Este punto de vista comenzó a verse seriamente cuestionado cuando en la última década del s. XIX Julius Wellhausen sostuvo que, en realidad, la Torah había experimentado una redacción muy dilatada en el tiempo y que se debía a varios autores que, por supuesto, no se podían identificar con Moisés. De acuerdo con la teoría de Wellhausen, el texto de la Torah no era sino la fusión de varias tradiciones cuya existencia independiente quedaba demostrada fundamentalmente por tres razones. La primera era que la escritura no existía en la época de Moisés y, por lo tanto, él no podía haber redactado el texto de la Torah; la segunda que el texto contenía repeticiones o dobletes de episodios que hacían pensar en textos procedentes de tradiciones distintas, pero reunidas en la redacción última de la Torah y la tercera, que Dios era llamado con diversos nombres en el texto lo que indicaría diferentes obras. Partiendo de esta última base Wellhausen estableció la existencia de una serie de documentos a los que denominó J, E, D y P según que el nombre utilizado fuera Yahveh (J), Elohim (E), perteneciendo las iniciales D y P a unos supuestos documentos deuteronomista y sacerdotal. Por lo que se refiere a la datación, los documentos se extenderían desde el año 1000 a. de C., en la época de David al s. V a. de C., ya al regreso del Exilio en Babilonia. La hipótesis documentaria encajaba a la perfección con una visión de la Historia de las religiones que partía de una concepción evolutiva en virtud de la cual el ser humano habría ido pasando por diversos estadios de su desarrollo espiritual y, por lo tanto, resultaba inaceptable una formulación tan primitiva de la fe monoteísta. Asimismo resultaba atrayente por su insistencia en determinar la datación de una obra partiendo no de criterios históricos y arqueológicos sino filológicos. Ambos aspectos pesaron mucho en su aceptación inicial y posterior. DIFÍCILMENTE ACEPTABLE Debe decirse, sin embargo, que actualmente, desde el punto de vista de la investigación histórica, la hipótesis documentaria es muy difícilmente aceptable precisamente por sus prejuicios metodológicos y su carencia de base historiográfica. Para empezar, ni siquiera los partidarios de la hipótesis coinciden a la hora de delimitar el contenido de cada uno de los supuestos documentos de los que no tenemos la menor prueba textual. Aunque existe un acuerdo sobre la existencia de los supuestos documentos, lo cierto es que su contenido concreto es objeto de una controversia no pocas veces encarnizada. C. A. Simpson, por ejemplo, habla de J1 y J2 en lugar de sólo J ; R. H. Pfeiffer añade a los documentos de Wellhausen otro al que denomina S y atribuye relación con Edom ; O. Eissfeldt incluye una fuente L o laíca, etc. Sin embargo, lo más importante no es la inconsistencia de la propia exposición de la hipótesis documentaria sino las sólidas evidencias en su contra. Así, para empezar, la evidencia arqueológica e histórica es rotundamente contraria a las conclusiones de Wellhausen y sus seguidores expresadas en una época en que la arqueología estaba en mantillas. Los ejemplos al respecto son numerosos. El interés por el monoteísmo en el Oriente próximo en una época cercana a la fecha tradicional de redacción de la Torah, la estructura de pacto contenida en Deuteronomio o la evidencia arqueológica del período -que, por ejemplo, desmiente rotundamente la afirmación de Wellhausen de la inexistencia de escritura en la época de Moisés aportando testimonios como los de Ugarit, las inscripciones del monte Sinaí o el calendario de Gezer- apuntan claramente a un contexto histórico y cronológico mosaico, pero resultarían absurdos en una época situada casi un milenio después como pretende la hipótesis documentaria. Por otra parte, incluso las características de los relatos previos al período de Moisés como son los asignados a la época de los patriarcas aparecen muy bien atestiguados en fuentes como las tablillas de Mari (c. 1700 a. de C.) o las leyes de Nuzi (c. 1500 a. de C.). Si algo nos muestran por lo tanto la Historia y la arqueología es que la Torah pudo ser perfectamente obra de Moisés –que, previsiblemente, utilizó fuentes anteriores- pero que muy difícilmente podría pertenecer a un período posterior. En segundo lugar, los supuestos dobletes de la Torah no pasan, por regla general, de ser episodios distintos referidos a personajes diferentes y no repeticiones del mismo relato. A nadie en su sano juicio se le ocurriría pensar que si un español que viviera en 1936 dijera que su padre y su abuelo habían vivido una guerra civil se trataba de un doblete. Lamentablemente, así habría sido en relación con las guerras carlistas. Tampoco nadie podría decir que si ahora un español afirma haber vivido una crisis económica es sólo un doblete de la que pudo vivir su padre en los años cuarenta-cincuenta. Ambas crisis –por no hablar de las intermedias– son reales y no dobletes. De la misma manera, el empleo de los diversos nombres divinos en la Torah se debe no a una pluralidad de autores sino a un contenido específico de cada uno de esos nombres es algo que aparece expresamente contemplado en los comentarios judíos. De hecho, ya en el s. XII Yehudáh ha-Leví escribió un libro titulado Cosri en el que explicaba la etimología de los distintos nombres divinos. En el s. XX, ha sido Umberto Cassuto el que ha vuelto a retomar magistralmente esta cuestión dejando de manifiesto que la pluralidad de nombres divinos puede indicar muchas cosas pero no, desde luego, una diversidad de autores. En ese sentido, no deja de ser significativo que, por ejemplo, en los últimos años se hayan multiplicado los libros de historiadores que sostienen la imposibilidad de la hipótesis documentaria especialmente en relación con el primer libro de la Torah, el Génesis. Rolf Rendtorff, por ejemplo, ha indicado que la asignación de palabras y expresiones hebreas a documentos concretos se colapsa cuando se realiza una investigación seria y, a la vez, señala que la noción de teología específica de estos documentos es “ilusoria”. Thomas L. Thompson, por su parte, ha repudiado igualmente la hipótesis documentaria señalando que la redacción de la Torah es prácticamente contemporánea con los episodios que relata. Incluso John Van Seters –a pesar de que mantiene la creencia en algunos documentos- ha afirmado que la hipótesis documentaria deber ser “contemplada ampliamente como obsoleta”. Finalmente, Duane Garrett en uno de los estudios más inteligentes sobre la redacción del Génesis escritos en la última década del s. XX niega la hipótesis documentaria y sitúa la redacción del libro en los días de Moisés. Fue Cassuto el que señaló que la hipótesis documentaria no se apoyaba en pilares caracterizados por la debilidad por la sencilla razón de que ni siquiera tenía esos pilares. En buena medida, puede afirmarse que la defensa actual de la hipótesis documentaria descansa fundamentalmente en la pereza que caracteriza a ciertos segmentos del mundo académico para actualizar lo que aprendieron décadas antes. Cyrus Gordon, al final de un artículo dedicado al estudio de la hipótesis documentaria, ha relatado una anécdota bien iluminadora al respecto: “Un profesor de la Biblia en una universidad de vanguardia me pidió en cierta ocasión que le diera los hechos reales acerca de JEPD. Esencialmente le dije lo mismo que he escrito aquí. Me contestó entonces: lo que me ha dicho me ha convencido, pero seguiré enseñando el antiguo sistema. Cuando le pregunté el por qué me respondió: porque lo que usted me ha contado implica que tendría que desaprender y además volver a estudiar y reflexionar. Me resulta más fácil continuar con el sistema aceptado de la Alta Crítica para el que contamos con libros de texto”. Lamentablemente, el caso del interlocutor de Gordon es bastante más común en los claustros universitarios y en los seminarios de lo que sería deseable. http://protestantedigital.com/blogs/35139/Escribio_Moises_la_Torah