“¿Con quién puedo comparar a los hombres de esta generación?” Lc 7, 31-35 Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant LECTIO DIVINA Mirar al mundo con los ojos de Dios y amar lo que vemos con el corazón de Dios, alejarnos paulatinamente de nuestros propios esquemas y abrirnos a lo que Dios nos quiere decir. ¿Con quién puedo comparar a los hombres de esta generación? ¿A quién se parecen? Los Fariseos a Juan no lo aceptan, a Jesús tampoco. Tienen la inconstancia, aquí malévola, de los muchachos en sus juegos. Jesús hace una comparación o pequeña parábola sin elementos diferenciales alegóricos. Vino Juan en la austeridad de la penitencia, y en la soledad, y lo consideraban “endemoniado.” Viene Jesús asistiendo por su apostolado salvador a tomar contacto con “publícanos y pecadores,” y se le califica de glotón y bebedor y amigo de esas gentes despreciables. No era, en el fondo, otra razón que el orgullo farisaico, que no aceptaba imposiciones por considerarse ellos los maestros de la luz. Jesús, para censurar a los que no aceptan su Buena Noticia, utiliza una comparación que deja entrever su dura reflexión. La pregunta de Jesús va específicamente a aquellos que no han escuchado al precursor y ahora no quieren prestar oído a su predicación. Para esta comparación presenta a algunos niños obstinados en su negativa a participar tanto en la alegría de las fiestas de bodas como en la tristeza de los funerales. Semejante obstinación hace pensar en aquella otra con la que algunos judíos rechazaron la Palabra de Dios, personificada en Jesús. No es la diferente actitud de Juan y de Jesús lo que justifica su reacción, sino únicamente su corazón, que se ha vuelto impermeable a toda invitación al arrepentimiento, a la penitencia y a la conversión. Juan el Bautista, que no come pan ni bebe vino, y ustedes dicen: “Tiene un demonio!”. Llegó el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “¡Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores!”. Son dos modos un tanto atropelladores, aunque claramente reveladores de una mentalidad cerrada en sí misma y únicamente capaz de condenar sin piedad. La expresión final, relativa a la sabiduría. “Pero la Sabiduría ha sido reconocida como justa por todos sus hijos”, nos hace pensar en otra categoría, indiscutiblemente encontrada, de personas. Se trata de esas que andan a la búsqueda de la verdad, se dejan interpelar por toda predicación auténtica y se abren al Espíritu de Dios, que obra a través de las palabras y las obras de Jesús. Mateo pone esta aprobación de la sabiduría por sus “obras.” En el fondo es lo mismo, ya que estas “obras” son las de sus “hijos,” de los hijos de la sabiduría. Esta es la sabia providencia de Dios, que cantan los libros “sapienciales,” y que dan al ser humano la rectitud y la justicia. Es la que conduce a los humanos al Reino y los hace ingresar en él, que aquí es ese “pueblo” y esos “publícanos” de los que acaba de hablar, y que por ella ingresaron en el reino. De Corazón