Los montes públicos en la España contemporánea: la cara oculta

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Los montes públicos en la España
contemporánea: la cara oculta
de la propiedad
JOSE IGNACIO JIMENEZ BLANCO
Universidad Complutense
La segunda sesión del IV Seminario de Historia Agraria estuvo dedicada al análisis
de los patrimonios rústicos de titularidad pública en la España contemporánea. A comienzos del siglo XIX, la mayor parte de estos patrimonios tenían un uso preferentemente ganadero y forestal -lo que no excluye que se cultivaran en alguna porción-, y
de ahí que puedan identificarse con el término de montes.
Tres son los motivos principales que justifican la elección de este tema como objeto
de discusión, y vencer así la escasa atención prestada hasta el momento por los historiadores. El primero es la considerable extensión que ocupan y han ocupado los montes
públicos en España. A principios del siglo XX, la superficie de éstos se estimaba en
6.757.225 hectáreas, y ello sin tener en cuenta el País Vasco y Navarra; lo que equivale
aproximadamente a un 14 por cien de todo el territorio. Esto ocurría después de un siglo
en el que se había llevado a cabo un intenso proceso de privatización, por lo que, sin
duda, a comienzos del siglo XIX, esta proporción era muy superior.
De lo anterior se colige que los estudios de la estructura de la propiedad de la tierra
que sólo tienen en cuenta los predios privados son insuficientes para conocer el funcionamiento de las sociedades rurales y el reparto del excedente agrario, pues las conclusiones siempre podrán modificarse en función de la cuantía y del uso que se haga de
los patrimonio públicos rústicos existentes en el municipio. Ahora bien, este uso está
condicionado a su vez por la estructura de clases y por el reparto del poder municipal,
lo que en sociedades no industrializadas depende en gran medida de la cantidad de tierra
que se posea. Son por tanto, dos aspectos interrelacionados de una realidad; las dos
caras de una moneda.
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El segundo motivo radica en la importancia que tenía a priori conocer la magnitud
y las modalidades de este proceso privatizador ocurrido el siglo pasado. Si bien es cierto
que se trata de una etapa de un proceso más largo, que viene de atrás, pues se inició
desde el mismo momento de la constitución de estos patrimonios en la edad media tras
la conquista cristiana, no lo es menos que los cambios en la propiedad subsecuentes a
la revolución liberal tuvieron una relevancia singular.
Tal vez por ello, la desamortización ha sido uno de los temas "estrellas" de la
historiografía española de los últimos lustros. No obstante, aún estamos lejos de tener
un conocimiento preciso de cómo afectó a los montes públicos.
La tercera causa guarda relación con la anterior, pues se refiere a la reacción de las
personas que habían aprovechado tradicionalmente estas tierras, según pautas distintas
de unas zonas a otras, pero por lo general de forma no excluyente y sin pagar por ello
o pagando poco y que tras la privatización vieron cómo se les impedía el acceso a esos
terrenos. Lógicamente, dicha reacción hubo de estar condicionada por los modos concretos de aprovechamiento de estos montes antes de su privatización y por la estrucutra
de la propiedad resultante tras la misma. De cualquier modo, se trata de un fenómeno
que debe analizarse, por cuanto influyó en el ritmo y en las características de la
implantación del capitalismo en nuestro país.
Las ponencias presentadas a esta sesión fueron seis. Cuatro de ellas relativas a los
cambios habidos en la propiedad de estos predios en el siglo XIX; una referente a las
consecuencias que tuvo la revolución burguesa sobre la gestión y el aprovechamiento
de una comunidad de montes de la provincia de Alava; y, finalmente, otra relacioada
con la conflictividad social originada por la privatización del monte en Andalucía.
El grupo de ponencias relativas a la propiedad está integrado por los trabajos:
"El patrimonio público rústico y las diversas vías de su proceso privatizador en el
siglo XIX" de Antonio López Estudillo.
"La legislación de los montes públicos en Navarra de finales del Antiguo Régimen
a las primeras décadas del siglo XX" de Iñaki Iriarte Goñi.
"La individualización de la propiedad colectiva: aproximación e interpretación del
proceso en los montes vecinales de Galicia" de Aurora Artiaga Rego y Xesús L.
Balboa López.
"El patrimonio municipal de la ciudad de Córdoba, 1808-1854. Aproximación al
estudio de la desamortización civil" de Rosa María García Pozuelo.
Sobre las modificaciones en el sistema de gestión trata:
"Comunidad de montes "de Izqui-Bajo": revolución burguesa y proindivisión
silvopastoril" de Jesús María Garayo.
En fin, a las tensiones sociales derivadas del paso a manos privadas de vastos
espacios públicos está dedicado el trabajo:
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Privatización del monte y protesta social. Una primera aproximación a los delitos
forestales en Andalucía (1836-1920)" del grupo granadino integrado por Francisco
Cabo Romero, Salvador Cruz Artacho y Manuel González de Malina.
Consideradas las ponencias desde el punto de vista del espacio al que se refieren,
una tiene por objeto el conjunto de España; dos conciernen a Andalucía; otras dos a
provincias con un régimen administrativo forestal diferente del resto del Estado, como
es el caso de Alava y Navarra, donde las respectivas diputaciones forales tenían la tutela
de los bosques; y una se ocupa de Galicia. Un panorama amplio, pero sin duda insuficiente por las enormes lagunas que subsisten: las dos Castillas, Aragón y Rioja en el
interior; el levante, la mayor parte de la cornisa cantábrica y los dos archipiélagos en
la periferia.
Un primer comentario que suscita la lectura de las ponencias es la escasa atención
prestada a la gestión de los montes públicos. El hecho está perfectamente justificado,
pues en los inicios de una línea de investigación parece lógico centrarse en delimitar el
objeto de la misma, lo que en nuestro caso se traduce en cuantificar el área forestal de
titularidad pública y sus variaciones en el tiempo, y en definir las modalidades jurídicas
de esta propiedad, porque ello, sin duda, ha de tener repercusiones importantes sobre las
formas de aprovechamiento.
Pero no conviene olvidar -y ésta sería una de las principalesconclusiones de la
discusión que siguió al resumen de las ponencias- el hecho de que la titularidad pública
de un monte no garantiza que su uso y sus frutos reviertan sobre la colectividad. Puede
haber montes públicos aprovechados de forma individualizada, y montes de titularidad
privada gestionados y beneficiados por una comunidad. Ejemplo de esto último son los
montes gallegos de varas y vecinales, si bien la legislación liberal no reconoció esta
privacidad.
Aunque sea largo todavía el camino que queda por andar, las ponencias objeto de
este comentario han hecho avanzar nuestro conocimiento de la historia reciente del
seector forestal español. Trataré de demostrar esta afirmación agrupando las aportaciones más relevantes en torno a las preguntas que intentan responder los trabajos.
Sin ninguna intencióo jerarquizante, la primera es la cantidad de tierra privatizada
durante el siglo XIX. López Estudillo se plantea el problema para el conjunto de España, concluyendo que en la segunda mitad de la pasada centuria pasaron a engrosar los
patrimonios privados unos siete millones de hectáreas. El método seguido consiste en
rectificar pueblo a pueblo la extensión de los montes andaluces que ofrece la Clasificación de 1859, siempre que se encuentre una cifra superior en algún recuento posterior
a esa fecha. El resultado es que, en Andalucía, la superficie de montes públicos en 1859
estaba infravalorada en un tercio. Después extrapola estre porcentaje a toda España y,
finalmente, compara la cifra rectificada de 1859 con alguna de finales del XIX o comienzos del XX, aunque no queda del todo claro cuál es la utilizada.
Este proceder tiene algunas virtualidades pero debe ser perfeccionado antes de elevar a definitivas las conclusiones. Entre los aciertos está, sin duda, el esfuerzo por
rectificar al alza las cifras de la Clasificación de 1859, pues de todos es sabido que, en
conjunto, se trata de un mínimo. Ahora bien, el método debe pulirse -y soy consciente
que la envergadura de la tarea supera las posibilidades de un solo investigador-, pues
no es cierto que cualquier extensión posterior a 1859 por el hecho de ser mayor sea
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mejor; como tampoco lo es que siempre el dato de 1859 sea un mínimo. Ejemplo de
lo primero puede ser un pueblo que en 1859 tenía tres montes de 1.000 hectáreas, con
nombres distintos, yen 1901 figuraba con un monte de 3.000 hectáreas, que coincide
con una de las denominaciones de 1859. Según el método empleado por López Estudillo,
en este caso habría habido una privatización de 2.000 hectáreas, cuando en realidad lo
que ha ocurrido es que los tres montes han pasado a estar bajo una misma linde; sin que
haya habido cambios en la extensión total. Ejemplo de lo segundo sería computar en
1859 erróneamente por hectáreas la unidad superficial del lugar cuando ésta tenía una
cabida inferior a la hectárea. Tampoco sería correcto acudir a las cifras de superficie de
las Estadísticas de Producción de los Montes Públicos de 1860 y 1880 para corregir las
de 1859, pues dichas cifras incurren en dobles, triples ... contabilizaciones, pues un
mismo espacio lo computan tantas veces como aprovechamientos se registran en el
mismo.
Otro aspecto discutible de la cuantificación de López Estudillo es la extrapolación
del cálculo realizado en Andalucía al conjunto de España, sin ningún tipo de justificación. En este caso, sin embargo, hay indicios que juegan a favor de su hipótesis. Como
es el hecho de que los montes andaluces sean relativamente pocos en el contexto
español, y que, por lo que sabemos para otras regiones donde se ha estudiado este
asunto, como es el caso de Galicia, gracias a los trabajos de Balboa, el grado de
ocultación en 1859 fue presumiblemente mayor. Aunque Galicia bien pudiera ser un
caso extremo.
Finalmente, llama la atención en el trabajo de López Estudillo el contraste existente
entre la minuciosidad, a veces prolija, con que trata de reconstruir la superficie de los
montes públicos en 1859, el minuendo de la sustracción que le va a permitir llegar al
resultado buscado, y el descuido hacia el sustraendo, cuando ambos tienen la misma
importancia. Hasta el punto de que el lector tiene dificultades para identificar este
último: ¿Los montes de utilidad pública recogidos en el Catálogo de 1901? ¿Estos más
los exceptuados por otros motivos y los enajenables aún no vendidos? Y, en cualquier
caso, ¿se han rectificado estas cifras con el mismo procedimiento empleado con las de
1859, para evitar sesgos al alza?
La ponencia de Iriarte Goñi también se ocupa de estimar la superficie de montes
públicos navarros privatizados entre 1859 y 1912 (fecha de realización del Catálogo de
Montes de Utilidad Pública en Navarra), llegando a la conclusión de que hubo una
reducción del 31 por cien (157.000 hectáreas). No obstante, esta cifra no puede considerarse definitiva pues, como el propio autor señala en la Clasificación de 1859 quedaron fuera importantes montes del Estado, y porque si el Catálogo de 1912 recoge sólo
los montes exceptuados por razones de utilidad pública, habría que añadirle los exceptuados por otros motivos y los enajenables no vendidos aún.
La marginación de la propiedad colectiva en Galicia durante el siglo XIX fue tan
relevante que es precisamente lo que da título a la ponencia de Balboa y Arteaga. Los
autores se abstienen de ofrecer cifras, porque consideran que la Administración desconocía el patrimonio forestal gallego, o dicho de otro modo, porque conceden escasa
fiabilidad a las estadísticas y catálogos oficiales. Ello no les impide llegar a la conclusión de que "los tres decenios del siglo XX contemplarán así la desaparición de la
mayor parte de las tierras que secularmente habían conservado su carácter colectivo"
(pág. 13).
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Una segunda cuestión de la que se ocupan las cuatro ponencias que tratan de la
propiedad es la de las vías seguidas hacia la privatización. En este sentido, hay una
coincidencia en casi todas ellas en restar protagonismo -que no quitárselo del todo- a
la desamortización, para subrayar el de otras modalidades como el reparto de tierras a
censo, las roturaciones arbitrarias, las usurpaciones, desamortizaciones anteriores a la de
Madoz, etc.
Mucho más convincente resulta el trabajo de López Estudillo en el apartado dedicado a analizar los procedimientos de privatización del patrimonio rústico público,
donde hace una documentada síntesis de dichos procedimientos para el conjunto de
España, llegando a la conclusión de que la desamortización sólo afectó a una parte de
lo privatizado. Varios factores influyeron en ello. En primer lugar están los repartos a
censo enfitéutico a finales del siglo XVIII y a las cesiones a censo reservativo después
de 1808. Ambos tipos de censo se redimieron después de 1855, convirtiendo a los
censatarios en propietarios. Un segundo factor que coadyuvó a tal fin fue el incumplimiento de las excepciones de venta establecidas en el Catálogo de 1862, ya fuera
mediante ventas ilegales; roturaciones arbitrarias, legitimadas posteriormente, abundantes
donde se permitía sembrar libremente tierras del común; o usurpaciones propiciadas por
la legislación hipotecaria y del registro de la propiedad. El autor concluye relacionando
este expolio del patrimonio rústico público con el sistema caciquil de la Restauración,
a través de la participación directa o indirecta en el mismo de conspicuos representantes
de la vida política nacional y local (alcaldes, secretarios municipales, jueces).
La relativa importancia de la desamortización en el proceso de privatización de los
patrimonios públicos la constatan Iriarte y Balboa y Artiaga para Navarra y Galicia
respectivamente. En el primer caso, dentro de la provisionalidad de las cifras, las ventas
en pública subasta representaron aproximadamente el 22 por ciento de las privatizaciones;
en Galicia, este porcentaje es nimio, pues no alcanzó ni el uno por cien de la superficie
enajenable. Ello plantea la necesidad de definir las vías seguidas, que coinciden en
ambas regiones por lo que respecta a los apresamientos, completándose en Galicia con
los repartos habidos en los últimos años del siglo XIX y en las tres primeras décadas
del XX.
El estudio del patrimonio municipal cordobés realizado por García Pozuelo pone de
manifiesto, en primer lugar, la importancia que debieron tener los desgajamientos habidos antes del siglo XIX, deducible de la dispersión de sus aproximadamente 12.000
hectáreas. Una segunda conclusión de interés es la nula incidencia en este caso de la
legislación desamortizadora de las Cortes gaditanas y del trienio liberal, tan influyente
en otros municipios. Finalmente, destaca el hecho de que parte de este patrimonio -no
especifica la extensión exacta- fuera enajenada en aplicación de la Real Orden de 24
de agosto de 1834, por la que se autorizaba a los ayuntamientos que lo deseasen a
vender sus bienes de propios. Impelido por los apuros financieros, el municipio cordobés hizo uso de la citada norma, vendiendo tres de las once dehesas de que disponía,
y cinco de los seis cortijos.
Un tercer aspecto sobre el que han arrojado luz las ponencias comentadas es el de
las vicisitudes de los montes que mantuvieron su condición de públicos en el País Vasco
y Navarra. El trabajo de Iriarte Goñi, además de los aspectos ya comentados, se ocupa
de la gestión administrativa, aspecto en el cual deben distinguirse dos situaciones distintas. Por una parte están los montes propiedad del Estado, sujetos a la doble tutela de
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la Diputación y de la Administración central, a través del Ministerio de Fomento; y, por
otra, están los montes propiedad de los pueblos, cuya gestión quedó en manos de la
Diputación Foral, quien dispuso de plena autonomía. Es éste el caso que tiene mayor
interés, pues su estudio puede ayudar a valorar las posibles virtualidades de una política
descentralizadora. lriarte Goñi no es muy optimista al respecto. Pese a que la Diputación convirtió a los montes en la principal bandera del foralismo, su gestión estuvo
caracterizada por el mimetismo en cuanto a criterios e instrumentos respecto de la
política estatal. Con la particularidad de que la escasez de medios le impidió crear la
burocracia necesaria para la administración de estos montes. Las consecuencias fueron
la proliferación de los aprovechamientos fraudulentos y la importancia alcanzada por las
usurpaciones como vía de privatización. Con todo, estas conclusiones deben considerarse provisionales, en tanto se estudia el acervo documental guardado en el Archivo de
la Diputación, todavía no catalogado. El trabajo de Jesús Garayo se dedica a analizar
los efectos de la revolución burguesa en el caso concreto de la comunidad de montes
de "Izqui-Bajo", situada en el sur de la provincia de Alava. Dicha comunidad estaba
integrada por siete pueblos, comprendía unas 1.400 hectáreas, y en 1833 tenía al menos
tres siglos de vida. No obstante esto, la implantación de las relaciones de producción
capitalistas implicaron la disolución de la misma, aunque de forma lenta, pues este
proceso duró algo más de un siglo. La ruptura de esta forma de organización tradicional
no implicó la privatización de los montes resultantes, pues éstos siguieron perteneciendo
a los pueblos. Los pasos dados para la disolución fueron los siguientes.
Primero, en 1860, después de unos años en los que predominaron los aprovechamientos devastadores, se partió el principal esquilmo: el arbolado. La división de las
masas arboladas se hizo sin establecer unas normas para regular el crecimiento futuro
en los calveros, por lo que la repoblación de éstos provocó enfrentamientos entre campesinos partidarios de la ganadería y los partidarios de la silvicultura. La salida de
este conflicto se saldó con la partición del suelo en 1898, segundo paso hacia la disolución.
Esta medida se explica también por el deseo de los pueblos de salvar los montes de
la desamortización. El afán de los liberales por acabar con los aprovechamientos colectivos hizo que se aboliera la Comunidad en 1840. Los pueblos hicieron caso omiso de
la orden y en nombre de la Comunidad solicitaron la exención de la desamortización,
petición que fue denegada porque no se reconocía la existencia jurídica de la Comunidad. Ello llevó a los pueblos comuneros a solicitar la partición del suelo y, después, la
excepción de venta por cada uno de los siete municipios, en este caso con éxito.
La división del suelo no fue óbice para que se mantuviera la comunidad de pastos,
por lo que, en la práctica, como señala Garayo, subsistió la proindivisión de los aprovechamientos del suelo. Ello evidencia que la partición del suelo fue una estrategia de
resistencia de los pueblos, para salvar unas formas de uso que tenían profundas raíces
en la historia y estaban adaptadas a la reproducción de las economías campesinas que
las sustentaban.
Demuestra esta afirmación el hecho de que la comunidad de pastos perviviera hasta
los años sesenta de este siglo, momento en que ocurrieron importantes transformaciones
en este medio rural. La despoblación y la intensa mecanización de las faenas agrícolas
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hicieron que perdiera sentido el uso ganadero de estas tierras y que se roturasen muchas
de ellas. Es en este contexto en el que se aplica en su integridad la partición de suelo
de 1889, se acaba con la comunidad de pastos y se procede al cierre de los montes,
poniendo fin a cuatro siglos de aprovechamiento comunal.
El trabajo de Garayo, aunque reducido a un ámbito muy concreto, y precisamente
por eso, viene a demostrar una idea de gran importancia, también señalada en el de
Arteaga y Balboa, como es que el cambio legislativo originado por la revolución liberal
no fue suficiente para transformar el modo en que tradicionalmente se habían aprovechado los montes. Fue preciso que, además, se modificara la función del monte dentro
de la organización del espacio agrario, consecuencia a su vez de la penetración del
capitalismo en el mundo rural, para que dicha transformación tuviera lugar. Ello explica
que el ritmo del cambio, la intensidad y las modalidades de resistencia al mismo difirieran de unas zonas a otras.
La ponencia de Cobo, Cruz y González Molina está dedicada precisamente a estudiar la protesta social originada por la privatización del monte en Andalucía. Las fuentes
empleadas son las multas de la Guardia Civil, durante el período que tuvieron a su cargo
la custodia de los montes (1876-1911) Y los pleitos fallados en la Audiencia granadina.
Esta elección deja fuera las denuncias de la guardería forestal de los municipios que
disponían de ella y las causas vistas en instancias inferiores referentes a pequeños
delitos; aspectos ambos relevantes dentro del contexto teórico de "conflictividad cotidiana" elegido por los autores; contexto que no niega la resistencia organizada, concretada en manifestaciones aparatosas, sino que implica la necesidad de completarla con
la transgresión sistemática, no organizada, de las nuevas normas de aprovechamiento de
estos recursos.
A juicio de los autores la conflictividad forestal se explica por la acción simultánea
de tres variables: aumento de la población, modernización agrícola y reparto desigual
de la propiedad de la tierra. La presión sobre los recursos se dirigió en un primer
momento hacia la roturación de baldíos y, una vez agotados éstos a mediados del XIX,
hacia el monte público, cada vez más escaso por las enajenaciones y por la privatización
del uso del que quedó, concretada en el desplazamiento de los aprovechamientos vecinales (gratuitos y no excluyentes) por los ordinarios (onerosos e individuales), consecuencia de la gestión centralizada implantada tras la Ley de Montes de 1863.
El resultado fue un aumento de las transgresiones hasta 1914, protagonizadas principalmente por los jornaleros y por los pequeños arrendatarios. Los delitos forestales
relacionados con la subsistencia, tales como los robos de leña y de esparto, fueron los
que más crecieron. Después de 1914 se constata un descenso de la conflictividad, que
se intenta explicar como fruto de la "opulencia". A mi juicio se trata de una aplicación
apresurada del modelo inglés, que no acaba de encajar con hechos como el descenso de
los salarios reales ocurrido en la segunda década de este siglo y con el auge alcanzado
por la conflictividad rural organizada durante el trienio bolchevique.
En resumen, el balance de la sesión cabe calificarlo de muy fructífero, tanto por el
avance de nuestros conocimientos acerca de la historia reciente del subsector forestal,
como por las prometedoras perspectivas que abre para futuras investigaciones. La calidad de las ponencias y el intenso debate que suscitaron justifican sobradamente el
optimismo.
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PONENCIAS:
ARTIAGA REGO, A. y BALBOA LOPEZ, X.: La individualización de la propiedad
colectiva: aproximación e interpretación del proceso en los montes vecinales de
Galicia.
COBO ROMERO, F.; CRUZ ARTACHO, J. y GONZALEZ DE MOLINA, M.:
Privatización del monte y protesta social. Una primera aproximación a los delitos
forestales en Andalucía, 1836-1920.
GARAYO, Jesús María: Comunidad de montes de Izqui-Bajo: Revolución burguesa y
proindivisión silvopastoril.
GARCIA POZUELO, Rosa María: El patrimonio municipal de la ciudad de Córdoba,
1808-1854 (Aproximación al estudio de la desamortización civil).
IRIARTE GOÑI, Iñaqui: La legislación de los montes públicos en Navarra de finales
del Antiguo Régimen a las primeras décadas del siglo xx.
LOPEZ ESTUDILLO, Antonio: El patrimonio público rústico y las diversas vías de su
proceso privatizador en el s. XIX.
Arado Howard.
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