Arrigo Boito y la reinvención del genio verdiano Víctor Sánchez Sánchez arte en el altar ahora mancillado por el hedor de un lupanar, tanto mejor para él y para el público. Si se ha extraviado, como otros pretenden, dejémosle que regrese al buen camino, si así lo cree y así le parece a él”. Arrigo Boito representaba muy bien el ansia de renovación artística de la nueva Italia unificada. Culto y cosmopolita, había estudiado composición en el Conservatorio de Milán. Sus extravagantes tendencias compositivas llevaron a que un profesor señalase que “tiende siempre a lo ultramontano [es decir, alemán] y abstruso, pero es probable que se remedie”. Además de la música, su otra gran vocación era la literatura, participando en el desordenado impulso de los scapigliati. Publicó grandilocuentes poemas y largos artículos de reflexión estética, aunque pronto se dedicó también a escribir libretos para óperas como su Amleto en 1865, de Faccio, una interesante adaptación operística del Hamlet shakespeariano. Una juventud “desmelenada” Este elevado gusto literario lo explotaría en su propia ópera Pero su relación no había tenido un comienzo fácil. Con veinte Mefistofele, para la que compuso el texto y la música. El años, Boito había sido uno de los miembros más activos de la estreno en la Scala en 1868 produjo un gran escándalo no denominada scapigliatura (literalmente los “desmelenados”, sólo por lo deslavazado de su extenso libreto —cuyos versos en referencia a su carácter bohemio), un movimiento artístico seguían de cerca el original de Goethe— sino que defendía con juvenil pasión la necesidad Boito había sido uno de los miemtambién por la originalidad sonora y el estilo de renovación de la cultura italiana. En una bros más activos de la denominada declamatorio de las partes vocales; incluso celebración tras el estreno de la primera scapigliatura, un movimiento artístise atrevió a no incluir un papel para tenor, ópera de Franco Faccio en 1863, Boito co que defendía con juvenil pasión la en clara negación de la tradición italiana. La levantó su copa leyendo una larga oda a la necesidad de renovación de la culedición del libreto incluía además un largo salud del arte italiano, bruttato come un muro tura italiana prólogo hablado con un extenso debate entre di lupanare (“mancillado como una pared de el autor y un crítico musical. prostíbulo”), que debía liberarse “de lo viejo y estúpido”. La Poco a poco el ímpetu juvenil fue pasando y el grupo de los ingenua agresividad de la joven generación llegó a oídos de scapigliati se quedó en un grito pasajero. Faccio se convirtió Verdi que, lógicamente, se sintió aludido como uno de los en uno de los directores más apreciados por Verdi, que le máximos representantes de esa criticada vieja tradición. En encargó la presentación italiana de Aida en 1872 o de la una carta a su amiga la condesa Maffei comentaba con su nueva versión de Macbeth en 1874. El propio Boito reformaría habitual sinceridad: “En fin, si Faccio, como dicen sus amigos, ampliamente en 1875 su Mefistofele cambiando el rol de ha encontrado nuevos caminos y está destinado a elevar el Tres meses antes de su fallecimiento, un debilitado Verdi escribía con mano temblorosa a Boito una de sus últimas cartas. Dejando traslucir su aprecio, le invitaba a visitarle: “Seré breve, porque hasta escribir me fatiga; y, lo digo de una vez, en caso de que os plazca y vuestras obligaciones os permitan venir a Sant’Agata, será siempre un regalo para mí y para todos”. Como había hecho otras muchas veces durante los últimos veinte años en lo que llegó a ser una relación fundamental para reimpulsar la longeva actividad del compositor hasta Falstaff, Boito le visitó. Poco después, ambos se encontrarían de nuevo en el Grand Hotel de Milán, donde el maestro falleció en enero de 1901: Boito, como no podía ser de otra manera, figuraba entre los que le rodeaban en aquel último momento. 190 - OTELLO Los triunfos y los honores de Verdi le habían convertido en un italiano laureado, ajeno a los deseos de renovación de las nuevas generaciones. Sin embargo, fue capaz de sobreponerse a la distancia generacional y regresar a la escena con la rompedora creación de Otello. este autor, que compartían otros músicos como Liszt o Wagner. También en la ópera italiana hubo algunas versiones interesantes, la mayoría tratando con mucha libertad los originales ingleses, como el famoso Otello de Rossini en 1816 o I Capuleti e i Montecchi de Bellini, de 1830. La primera experiencia verdiana con la obra de Shakespeare fue Macbeth en 1847, una de sus apuestas más arriesgadas de los El anzuelo de Shakespeare denominados “años de galeras”. Era una tragedia intensa, llena En 1865, cuando estrenó en París la versión revisada de de elementos sobrenaturales, cuya adaptación lírica resultaba Macbeth, Verdi expresó su enfado por algunos comentarios complicada. Posteriormente consideró la opción de convertir aparecidos en la prensa en los que se le acusaba de no haber Hamlet en ópera, y durante años intentó componer El Rey Lear, comprendido el sentido del dramaturgo inglés: “Unos encuentran aunque nunca encontró la ocasión para concretar el proyecto. La que el tema es sublime y otros que no es adecuado para ser adaptación no era fácil, como reconocía al libretista Cammarano puesto en música, mientras que otros dicen que no conozco a enviándole en 1850 un amplio boceto argumental: “Rey Lear, Shacpeare [sic] cuando he escrito Macbeth. En esto último están a primera vista se presenta como un drama bastante equivocados. Es uno de mis poetas Arrigo Boito representaba muy bien tan vasto, tan intrincado que parece imposible favoritos; le he tenido en mis manos desde mi el ansia de renovación artística de la extraer un melodrama… pero hay que tratarlo más temprana juventud, y lo he leído y releído nueva Italia unificada de una manera totalmente nueva, amplia, sin continuamente”. tener en cuenta las convenciones de ningún tipo”. La novedad Giuseppe Verdi siempre fue un ávido lector. Llegó a reunir una y el interés dramático prevalecían sobre las convenciones amplia biblioteca que le servía como base para los temas de sus operísticas, lo que justificaba la elección de un tema complejo óperas. A veces se cruzaba por fortuna con algunos textos no muy aparentemente poco lírico. Años después llegó a componer difundidos en su época (como El trovador de García Gutiérrez), algunos fragmentos musicales, comentando que prefería “a aunque siempre tenía en mente las grandes referencias del Shakespeare sobre todos los dramaturgos” por la rica variedad Romanticismo europeo como Victor Hugo, Lord Byron, Schiller de caracterización y la intensidad de la acción. Pero Re Lear, una o Dumas. Dentro de sus lecturas ocupaba un lugar especial ópera sin duda nada fácil, se quedaría en un cajón como el gran Shakespeare por su fuerza teatral, libertad formal y profundidad proyecto frustrado de Verdi. humana. La obra del dramaturgo inglés sintonizaba bien con el Tras los éxitos de Aida en 1871 y el Requiem de 1874, Verdi sentimiento romántico. Conocida es la obsesión de Berlioz por Fausto para tenor, y la ópera se consolidó en el repertorio. Su labor literaria produjo algunos otros libretos destacables como el de La Gioconda de Ponchielli, que firmó con el anagrama Tobia Gorrio. Todo esto le insertó en la industria operística, obteniendo el apoyo de la poderosa Casa Ricordi. ABAO-OLBE 191 cerró una etapa de gran intensidad creativa llena de éxitos y viajes. Pero corrían vientos de renovación con la irrupción de la polémica wagneriana y las propuestas de la nueva ópera francesa, con músicos como Massenet o Bizet. Se rompía el predominio internacional de la ópera italiana e incluso el editor Ricordi asistía con creciente preocupación a la amenaza de nuevos rivales como Lucca o Sonzogno. Toda esta situación causó cierta desorientación en Verdi, que se sintió fuera del ambiente operístico, y se desinteresó por nuevos proyectos. Se extendió el rumor de su abandono de la composición, y la prensa de todo el mundo se hizo eco de este parón creativo que parecía definitivo, similar al de Rossini décadas antes. Así, en 1878 confesaba a su amiga la Condesa Maffei: “¡Vos misma me aconsejáis que escriba! Pero hablemos en serio, ¿porqué motivo escribiría? ¿qué conseguiría? ¿y qué ganaría yo? El resultado sería bien despreciable. Escucharía desde el comienzo que no he sabido escribir, y que me he convertido en un seguidor de Wagner. ¡Bonita gloria! ¡Después de casi cuarenta años de carrera terminar siendo un imitador!”. Sin embargo, Ricordi y su industria operística siguieron atentos a un posible despertar verdiano. En el verano de 1879, Giulio Ricordi aprovechó una animada conversación en la sobremesa para plantear con habilidad las cuestiones que más interesaban al maestro. Entre ellas, el tema de Shakespeare, con un comentario sobre cómo el libreto del Otello de Rossini había destrozado el espíritu del original. El editor comentó que no existía en Italia un literato que conociese tan bien la obra de Shakespeare como Boito, recordando la interesante adaptación de Hamlet puesta en música por Franco Faccio, quien también estaba entre los comensales. Gracias al apoyo de Faccio, el joven “desmelenado” se había insertado plenamente en los círculos musicales milaneses, reconciliándose además con Verdi. Al día siguiente, Faccio se presentó con Boito, y en tres días tuvo un esbozo de una nueva ópera: Otello. A pesar de las resistencias iniciales (Verdi no quería firmar ningún compromiso con la editorial), la llama verdiana había prendido al tocar una de sus fibras más sensibles. En los meses siguientes, ambos trabajaron en secreto en el libreto, que llamaron en clave cioccolatte (“chocolate”), un nuevo juego de palabras que escondía las letras del original [Verdi] consideró la opción de convertir Hamlet en ópera, y durante años intentó componer El Rey Lear El Verdi septuagenario de Otello era considerado una gloria nacional de Italia, pero de una vigencia creativa dudosa. Sin embargo, la colaboración que supo establecer con el joven Boito vivificó la inventiva musical y dramatúrgica del maestro. 192 - OTELLO además de hacer referencia al color de piel del famoso moro de Venecia. Durante tres navidades Ricordi le mandó a Verdi un pastel con la figura de un moro de chocolate, y en algunas cartas comentaban que seguía trabajando “en el chocolate”. El apoyo de Boito en la reinvención verdiana Verdi siempre fue consciente de que el libreto era la base de la construcción de una ópera. Por ello, trabajaba con cuidado todos los detalles del texto, huyendo de los formalismos del género y buscando la efectividad escénica. Su obsesión por no incluir cabalettas es buena muestra de su lucha contra estas tradiciones que forzaban la lógica dramática. Esta visión le había llevado a mantener una posición de superioridad con sus libretistas, eligiendo él los temas, esbozando el desarrollo dramático e incluso rectificando los versos. El caso de Piave es bastante claro en este sentido: un escritor sin experiencia teatral que se plegaba con facilidad a las exigencias del compositor, convirtiéndose en un eficaz ayudante y colaborador. En el proceso de creación de La forza del destino, Verdi rechazó sus primeros versos protestándole con su habitual contundencia: “Por el amor de Dios, mi querido Piave, pensemos bien. Así no se avanza, y resulta imposible apañarse con este drama. El estilo lo quiero más abreviado. La poesía puede y debe decir todo lo que dice la prosa con la mitad de las palabras: hasta ahora no lo has hecho”. Durante el trabajo con Aida, le reprochó al libretista Ghislanzoni, de una manera más didáctica, la convencionalidad de su escritura, explicándole la necesidad de buscar una parola scenica, un texto más conciso que produjese mayor efecto teatral sin tener en cuenta las reglas de la poesía. Como expresó en una carta, “tanto el poeta como el maestro deben tener el talento y el valor de no hacer ni poesía ni música”. Con Boito la situación fue muy diferente. Su moderno concepto del drama lírico sintonizaba muy bien con las inquietudes del maestro y, por primera vez en su trayectoria, Verdi encontraba un escritor que le ayudaba y al que no tenía que estar explicándole constantemente sus puntos de vista, pues a sus dotes poéticas unía sus conocimientos musicales. De hecho, Boito aplazó el proyecto de su ópera Nerone, convencido de que su misión en la historia de la ópera sería reactivar el genio verdiano por nuevos caminos creativos. En una carta al comienzo del trabajo en Otello, era el propio Boito el que expresaba estas ideas: “Una ópera no es una obra de teatro; nuestro arte vive de elementos desconocidos en la tragedia hablada. Una atmósfera que ha sido destruida puede ser creada de nuevo. Ocho compases son suficientes para restaurar un sentimiento de vida; un ritmo puede reestablecer un carácter; la música es la más poderosa de las artes; tiene lógica por sí misma —más libre y más rápida que la lógica del pensamiento hablado, y mucho más elocuente. Tú, Maestro, podrías con un simple golpe de tu pluma reducir los más convincentes argumentos de tus críticos al silencio”. De esta manera, el trabajo en Otello fue muy estrecho, no limitándose el libretista a ofrecer un texto cerrado para poner en música. Continuó durante todo el proceso de composición de la partitura, con constantes diálogos y sugerencias mutuas. Verdi compuso con el gran entusiasmo que se refleja en muchas de sus cartas, como esta de 1884, escrita tras recibir el texto del famoso Credo de Jago: “Querido Boito: ya que no quieres, no te diré gracias, sino que diré bravo. Bellísimo este Credo; potentísimo y shakespeariano por todas partes. Naturalmente deberéis unirlo con algún verso a la escena precedente entre Cassio y Jago; pero en esto pensaremos más tarde. Mientras tanto, sería bueno dejar un poco tranquilo a este Otelo, que es también nervioso, como nosotros mismos: vos quizás más que yo. Si más adelante vinieseis a Sant’Agata como me habéis prometido, podríamos hablar de estas cosas de nuevo, con la calma necesaria. Dejemos por tanto estas inquietudes, y con los saludos de Peppina [Giuseppina Strepponi] os digo siempre Vuestro afectuoso La ayuda de Boito permitió Giuseppe Verdi”. por fin al compositor enEl epistolario entre ambos nos muestra un contrar el modo de llevar la fino trabajo en todos los detalles de la ópera, fuerza y complejidad shabuscando un producto redondo y eficaz, tanto kespeariana a la ópera musical como dramáticamente. Una buena muestra es la sugerencia que hace Verdi para la escena inicial sólo pocos meses antes del estreno: “Sabed que la tempestad (musicalmente hablando) continúa durante la entrada de Otelo y hasta el coro de versos senarios. Hay demasiados versos en el solo de Otelo, y la tempestad se interrumpe. Me parece que la escena no perdería nada reduciéndola a cuatro versos, y se podría hacer entonces una frase para [el tenor] Tamagno de mayor efecto”. El resultado es una de las más famosas entradas para tenor de toda la historia de la ópera con el poderoso ‘Esultate’, que —a pesar de su brevedad— muestra el valeroso carácter inicial del personaje (lo que establecerá un punto de referencia para su progresiva caída a lo largo del resto de la obra). La ayuda de Boito permitió por fin al compositor encontrar el modo de llevar la fuerza y complejidad shakespeariana a la ópera, y el resultado fue un libreto que reúne por igual una sugerente carga poética y la necesaria efectividad teatral, con una moderna concepción de la dramaturgia operística que Verdi llevaba buscando toda su carrera: un auténtico drama lírico a la italiana, que tendrían ocasión de desarrollar con mayor originalidad aún en Falstaff. Boito sacrificó hasta cierto punto su propia carrera compositiva por Verdi. Su proyectada ópera Nerone le perseguiría hasta el final de sus días en 1918 sin llegar a concluirla. La partitura sería completada póstumamente para su estreno en 1924, con la dirección de Toscanini y protagonizada por el gran tenor Aureliano Pertile. El propio Verdi le había animado sin éxito en numerosas ocasiones a que la terminase, lamentando que su colaboración distrajese a Boito de su gran proyecto operístico. En realidad, Boito se sentía preso del confuso eclecticismo de fin de siglo que su limitada capacidad creativa no le permitió superar. Pero con Verdi encontró la oportunidad de desarrollar sus inquietudes creativas, reactivando a su vez el genio verdiano con la fuerza del drama shakesperiano. Un camino que sorprendentemente convirtió al más anciano de los compositores en el modelo de la nueva ópera italiana. Víctor Sánchez Sánchez Especialista en música escénica. Es profesor del Departamento de Musicología de la Universidad Complutense y colaborador del ICCMU. En la actualidad prepara la próxima publicación de su libro sobre Verdi y España. ABAO-OLBE 193