B) FACTORES MANTENEDORES DEL "ENFERMAR"

Anuncio
STIRPE
ESCUELA DE FORMACION EN TERAPIA FAMILIAR
MADRID (Espala)
DOCUMENTO Nº 2
¿ENFERMOS O FAMILIAS QUE HACEN ENFERMAR?
(ARTICULO PUBLICADO EN LA “REVISTA ESPAÑOLA DE ORIENTACIÓN
PSICOPEDAGOGIA”. Vol. 10, nº 17, 1er semestre 1999, pp. 163-178)
Y
Dr. José Antonio Ríos González
Psicólogo y Terapeuta familiar y de parejas. Profesor Titular Universidad Complutense (Madrid)
Director de “Stirpe”, de “Cuadernos de Terapia Familiar y de la Escuela de Formación en Terapia
Familiar” de “Stirpe”
Primer Presidente de la FEATF (Federación Española de Asociaciones de Terapia Familiar) y
Presidente de Honor de la Asociación Española para la Investigación y Desarrollo de la Terapia
Familiar
Introducción
Si durante muchos años los terapeutas hemos hablado de “familias sanas” y “familias enfermas”
incluyendo en éstas las que con mayor o menor exactitud se han denominado “disfuncionales” y
“neuróticas”, por mi parte, y a la vista de la experiencia clínica en terapia de familias he empezado a
hablar de “familias que hacen enfermar” (1999) y sobre esa línea venimos trabajando en los últimos
años hasta poder determinar como variables de dicho “enfermar” algunas que hemos descrito en el
lugar citado.
Al margen de lo dicho en tal ocasión, queremos exponer en esta una serie de ideas que contribuyan
a perfilar como complementarios otros aspectos que creemos están presentes en el proceso que
lleva a las familias a la situación de necesidad de tratamiento terapéutico. Son vertientes en las que
confluyen los elementos psicoeducativos que se dan cita en cualquier problemática de las relaciones
familiares.
Factores desencadenantes del “enfermar”
Los elementos o factores “desencadenantes” de conflictos son, desde nuestro punto de vista, los
expuestos en el trabajo citado anteriormente.
Juntamente con ellos creemos necesario tener en cuenta los factores que actúan a modo de
“malestares mantenedores” porque no se hace lo necesario para controlarlos o eliminarlos como
negativos.
Algunos son conocidos por los terapeutas como capitales y todos somos deudores de su utilidad
para la intervención más adecuada. Entre ellos baste citar los integrantes del constructo de la
Emoción Expresada (EE), los Comentarios Críticos (CC), la Hostilidad (H), la Alta Implicacion
Emocional (AIE) como reactividad excesiva ante un conflicto, aparte de la "presión" derivada de la
interacción “cara a cara” sobre el hijo o el miembro de la familia catalogado como “paciente
designado”.
Otro grupo podría ser el constituido por los derivados de la evaluación que podemos hacer a través
del FES de Moos y Moos, especialmente en lo relativo a la falta de cohesión, la escasa autonomía,
la presión de los conflictos, la escasez de expresividad, el excesivo orden y la falta de control
equilibrado en el clima emocional de la familia.
Factores mantenedores del “enfermar”
Como factores generales aparecen la resistencia a los cambios evolutivos del hijo, la resistencia a
los cambios del ciclo vital de la familia, el mantenimiento de actitudes educativas erróneas. Pero en
esta ocasión vamos a señalar de manera especial lo que podemos denominar los malestares de la
1
familia y la pareja que influyen en el proceso de enfermar de la familia y el subsistema conyugal.
Los malestares de la familia actual
Podía hacerse un amplio listado de “malestares” familiares tal y como los vemos quienes trabajamos
como terapeutas familiares y de parejas a partir de la consulta que sus componentes nos plantean
día a día. Es necesario seleccionar para exponer algunos de los más frecuentes, dejando el camino
abierto para nuevas reflexiones a partir de cuanto necesariamente ha de ser breve en esta ocasión.
Distingo tres niveles para mayor facilidad de comprensión.
a) en familias
b) en familias y parejas, indistintamente
c) en parejas
Diez malestares
a) El malestar en las familias:
1. Por falta de habilidad educativa de los padres
Es un motivo frecuente de consulta. La complejidad de la vida actual, así como la serie de desafíos
que ha de afrontar la familia como grupo humano y los padres como educadores naturales del
mismo, sumerge a los padres en un mar de confusiones. No saben qué hacer, cómo mantener unos
criterios claros y seguros que les permitan tener conciencia de estar haciendo, aunque sea
medianamente bien, aquello que desean de todo corazón. Este “problema” tiene sus raíces más
profundas en el hecho de no haber sido “educados para ser padres”. Resulta sorprendente cómo los
responsables “oficiales” de la educación no hayan abordado de una vez por todas este aspecto. Nos
formamos para mil cosas (educación primaria, secundaria, profesional, universitaria, formación de
postgrado y superespecializaciones de mil tipos). Pero... nadie nos ha enseñado a ser padres, y
parece que en el momento actual ninguna autoridad educativa muestra ganas de querer poner
remedio a ello. Quiero expresar bien lo que intento: el objetivo prioritario no es “formar” a los padres
actuales, aunque haya que hacer algunas cosas; lo importante, con perspectivas es empezar a
enseñar a los adolescentes de hoy qué es eso de “formar una pareja” y “construir una familia”.
Aunque parece largo de explicar no es tan difícil. Es cuestión de ponerse a ello decididamente y
“meter” en medio de matemáticas, ciencias, humanidades, arte y música, una materia conducente a
formar para vivir y educar en familia. Algunos sabemos bien lo que hay que hacer, pero nuestra voz
no llega a “las alturas”. Permítaseme un recuerdo personal: en un momento de cambio político en
España me llamó un “alto cargo” para pedirme le contase en unas cuantas conversaciones lo que
había que hacer en la familia porque le habían encargado tal cometido. Parece que ni nombre le
había llegado por varios conductos. Fue hace “algunos quinquenios”, para no romper el anonimato.
Vi que, como muchos padres, “no sabia qué hacer”. Fui muy claro porque el milagro que me pedía
no podía hacerlo aquella semana, porque esta era su urgencia, en un ciclo de conversaciones
aceleradas. Y le dije muy claro, con desvergüenza porque intuía que no volveríamos a hablar del
asunto “diga que me nombren para el puesto que tiene usted y en menos de un mes ponemos en
marcha lo que es necesario”. Podía haberse hecho. Pero los padres, no por culpa de ellos, siguen
sin adquirir habilidades para educar.
2. Por carencia de límites.
Es un mal profundo que afecta a la mayoría de las familias actuales. Hay miedo a poner límites a los
hijos. Se fantasea con la idea de perder el afecto, el cariño o el amor de los hijos si se les dice “no”.
El “no” es uno de los organizadores del psiquismo humano según Spitz y si no se aprende a vivir con
lo que se desprende de ello, criaremos hijos caprichosos, despóticos, débiles, “sin armas ni
armaduras” para afrontar la vida. Quien de niño o adolescente no ha saboreado lo agridulce de los
límites al impulso de nuestras tendencias a lo fácil e inmediato, tendrá que sufrirlo cuando ya es
demasiado tarde. Y del hijo caprichoso llegaremos al adulto rebelde, frustrado, amargado, porque el
secreto de vivir feliz no está en tenerlo todo. Hay un cuento precioso para entender esta profunda
verdad pero sería muy largo contarlo aquí. Las familias sin límites, “sin semáforos”, hacen enfermar
en el sentido más riguroso del término. Del malestar se pasa a lo caótico y desde ahí se llega a
estructurar una personalidad totalmente indefensa e inmadura. Aprender a decir “no” es un objetivo
2
prioritario para los padres de hoy.
3. Por escasa jerarquización en la familia
Julián Marías ha dicho que los padres de hoy “han dimitido” de ser tales. Y con tal huída racionalizada por el mucho trabajo, el ritmo de vida, la escasez de tiempo...- se ha perdido el sentido
de la jerarquización como estructura en la que sea posible el florecer de la autoridad bien entendida
y la disciplina inteligente. El grupo humano familiar -entendido como sistema- tiene una estructura
para poder llevar a cabo sus tareas educativas. No es la imposición de una “autoridad limitante” sino
de una “autoridad que ayude a dar de sí lo mejor que tiene cada hijo”. La “auctoritas” de los romanos
se deriva del verbo “augere”, “crecer”. Y en ello se pone la base sólida para que aparezca un modelo
equilibrado de disciplina porque, a la larga, sin ésta no hay libertad ni responsabilidad madura. Que
cada figura parental esté en su sitio, sin delegar en el otro, sin padres periféricos o madres
intrusivas. Padre y madre tienen que integrar lo que cada cual tiene de mejor y más positivo sin
plantearse problemas y potenciando que la interferencias de género y de estilos aprendidos en las
familias de origen sirvan para enriquecer la función educadora.
4. Por confusión de papeles en la estructura familiar
De la “dimisión” de los padres surge la confusión de papeles. Hay demasiadas madres que tienen
que hacer de “padre-madre” y en ello se encierra una trampa para la presentación de modelos
complementarios que sirven de referencias para llevar a cabo el proceso de “identificaciones”
infantiles que ha de cuajar en la “identidad adolescente” que es el núcleo central de la constitución
de la personalidad adulta y madura. Por otro lado, hay muchos hijos e hijas que tienen que hacer de
figuras sustitutivas de los padres. Son “vice-padres” o “vice-madres” cuando no tienen ni la madurez
emocional ni la fortaleza física que exige tal tarea. Esos “hijos parentalizados” o “genitoriales” son
otra causa que conduce al enfermar de las familias.
B) El malestar en familias y parejas
5. Por mala o inadecuada comunicación
Es una de las primeras “quejas” que escuchamos de las familias y parejas que nos consultan. “No
sabemos comunicarnos”, “no nos comunicamos”. Y no se dan cuenta que ese diagnóstico no es
cierto. Casi siempre se refieren a que “no hablamos”. Y eso es otra cuestión muy distinta. Hay quien
habla y no dice nada y hay quien no habla y dice (comunica) muchísimo. Todos, absolutamente
todos, nos estamos comunicando de manera circular e inevitable. Si yo les tuviese delante mientras
desgrano estas ideas, estaríamos “jugando” a la comunicación: yo con la comunicación verbal;
ustedes -estoy seguro después de hablar a tantas familias- lo estarán haciendo conmigo porque me
dirían si están interesados en lo que expongo, si lo comparten o lo rechazan, si se cansan de mi
“perorata” o están entretenidos y desean que siga. Estarían utilizando la “comunicación no verbal”
construida con miradas, posturas, gestos, sonrisas, bostezos, búsqueda de postura más cómoda... Y
en función del mensaje que me envíen, yo sigo hablando o doy por terminado mi discurso. La “mala”
o “inadecuada” comunicación es la que hay que descifrar (no-verbal, codificada, confusa) y la que al
transmitir no intenta “ayudar a crecer” sino que pretende “manipular” al otro para que llegue a las
conclusiones que me interesan a mí. La “buena” y “adecuada” comunicación es la “verbal” (no puede
no entenderse, es directa, no necesita traducción) y que se sitúa en el nivel “profundo” o “emocional”
en que al tiempo que doy ideas, expongo “cómo estoy”, “qué siento”, “qué emociones o afectos laten
en mi interior”. La “buena y adecuada” se evita en la vida familiar y de pareja porque conduce a un
verdadero y profundo compromiso para seguir poniéndome en el lugar del otro y, desde esa
comprensión, acompañarnos y ayudarnos a madurar.
6. Por “juegos sucios” en la interacción
De lo anterior se deduce que cabe la posibilidad de “manejar” a los otros según nuestros intereses.
Un juego sucio muy frecuente en la familia y la pareja es el de comunicarse con el otro haciendo
coincidir simultáneamente un mensaje “verbal” que dice “A” y un mensaje “no verbal” que dice “noA”. El uno descalifica y anula, al mismo tiempo, al otro. Quien recibe ese mensaje (hijo, hija, marido,
mujer...) no sabe a cuál de los dos mensajes hacer caso porque no puede cumplir o estructurar un
comportamiento teniendo en cuenta a los dos. Tiene que decidir por uno. Y si en el transmisor hay
una carga de vínculos afectivos que obligar a responder, el receptor opta por no responder a ninguno
3
de ellos. En tal caso queda atrapado en la “incomunicación”, no responde, no “entra en el juego”. Se
hace, dicho sea con todas las distancias, un “autista” y vive en su mundo interno porque el tejido
con mensajes de “doble vínculo” es un caos y un “torbellino infernal” que desestabiliza e impide ser
coherente consigo mismo y con los demás. Este es otro malestar que “hace enfermar”. Algunas
parejas, ante tal juego, optan por huir. Y así se generan muchas verdaderas “separaciones” aunque
aparentemente sigan unidos porque continúan “juntos”. Los “juegos sucios” en la pareja llevan al
verdadero “divorcio emocional” que, en el fondo es otro mensaje doblevinculante que se envían a sí
mismos y al entorno.
7. Por falta de adecuación a los “ciclos vitales” de cada una de ellas
Si de alguna de las causas anteriores se desencadena lo que solemos llamar “crisis”, hay que estar
atentos. Las crisis no son una hecatombe ni una enfermedad. Toda crisis implica tener que dar
respuestas sanas y adecuadas a una demanda del momento. Por eso hay crisis en la adolescencia,
al terminar los estudios, al quedar en paro, al casarse, al enviudar, al romper una relación amorosa.
Estas “crisis” corresponden a acontecimientos vitales estresantes que son inevitables en su mayoría.
En la vida de la familia y la pareja -sistema vivos en crecimiento- hay “ciclos vitales” equivalentes a
los “ciclos evolutivos” de la persona (infancia, adolescencia, juventud, adultez, vejez... En una y otra
situación, el “ciclo vital” exige una respuesta concreta que garantice, al menos, la cohesión del
“sistema” y el “individuo”, la estabilidad de uno y otro y la posibilidad de progreso, avance,
crecimiento en ambos. Aunque parezca paradójico -y lo es- suelo decir a las familias y parejas en
esta coyuntura que “bendita crisis” porque gracias a ella van a poder ver qué cosas necesitan
madurar, ser reestructuradas, ver desde otra perspectiva, manejarlas adultamente y así poder seguir
avanzando. Enseñar a adecuarse a cada ciclo vital es necesario para no enfermar. Es cierto que hay
“ciclos normativos” y “ciclos no normativos” de parejas y familias. Los primeros los atraviesan
necesariamente todas. Los segundos, por excepcionales en función de cambios sociales, no los
viven todos (divorcio -que a su vez tiene sus ciclos o etapas, viudedad, familia monoparental...).
Pero a todos hay que ofrecer ayuda y apoyo para no sucumbir más allá de lo necesario o inevitable
(Ríos González, 2005 y 2006)
C) El malestar en las parejas:
8. Por escasez de vínculos profundos
“¿Qué les hizo decidir a casarse?”. Es una pregunta que muchos no esperan. Y sudan la gota gorda
para encontrar una respuesta airosa. La rotura de “vínculos” lleva a la separación o al divorcio. Se
conocieron, se enamoraron eufórica y maníacamente, se dejaron llevar por el impulso... y se
casaron. “¿Y ahora qué les mantiene unidos?”. Al escuchar la pregunta se miran mutuamente como
diciendo “¿qué nos mantiene unidos?”. Porque una cosa es “estar juntos” y otra muy distinta “estar
unidos”. Siguen “juntos” -con malestar, dolor y sufrimientos infinitos- por “los hijos”, “el miedo”,
“temer la culpa”, “la pena”, “el qué dirán”, “nuestras familias de origen”, “la sociedad”, “nuestros
valores religiosos”, “el dinero” (sí, el dinero)... Y siguen juntos, sorprendentemente para quienes
trabajamos en estas situaciones, con tanto malestar. Ninguna de esas “razones” son vínculos
profundos. Son “vínculos neuróticos” en cuanto se asientan en la ansiedad y la angustia de un futuro
que se ve muy incierto. Pero son vínculos superficiales en cuanto que casi todos van a ir
desapareciendo con el devenir de la vida y el avance del tiempo. Los hijos se marcharán dejando “el
nido vacío” y los padres quedarán o “como supervivientes del amor” (J. Guión) o como “los restos
del naufragio”. Los miedos se disipan, las culpas pueden aliviarse, las penas pueden compensarse
de nuevo, las familias lo aceptan más de cuanto se imaginan, el “qué dirán” se desdibuja y la
sociedad es cada vez más permisiva. Los mismos valores religiosos pueden imperar incólumes
cuando la violencia, la crudeza, la humillación intentan aplastar lo más profundamente humano. El
dinero es importante, pero la lucha demuestra que es una batalla que suele ganarse aunque no sea
con la abundancia. Todo ello conduce a una conclusión: la forja de la pareja (más allá de la
formación de la pareja) implica “sentirse casado”, “querer por afectos profundos”, “hacer crecer los
vínculos”, “haber decidido maduramente” gracias la integración equilibrada de las “razones” y los
“sentimientos”. La “pareja” es el resultado del juego de los afectos y los sentimientos más profundos.
El “matrimonio” es el resultado de un contrato, ritualizado o no, en el que algunas veces no hay
profundidad de sentimientos. Conozco “matrimonios” que se han separado porque nunca fueron
“parejas”. La “imposibilidad de amar” va más allá de la mera “imposibilidad de consumar el
4
matrimonio”. Hay matrimonios que se separan por no haber sido consumados. Pero existen
bastantes consumados que nunca han amado. Eso no es simple malestar; eso es vivir como
presencia viva de personas muertas.
9. Por rutina en la convivencia
En un caldo de cultivo como el que puede deducirse de cuanto produce “malestar”, sólo es posible la
rutina, el tedio, al aburrimiento. Y desde cualquiera de ellos nace el distanciamiento y se instala la
separación. La rutina lleva al “cierre” del subsistema conyugal y desde el cierre se llega al deterioro
por no cuidar ni hacer crecer a la pareja. La rutina -otra de las quejas más frecuentes en las parejas
en crisis- es el principal motivo de la rotura y la separación.
10. Por pobreza psicoafectiva y psicosexual
Muchas veces se piensa que éste área es una de las que ocasionan mayor número de consultas. No
es cierto. Lo afectivo y lo sexual suelen ser “índices de superficie” que indican la existencia de
“conflictos” más profundos que se manifiestan sintomáticamente en cualquiera de los cuadros
clínicos con que solemos describir cuanto sucede en estos temas. Lo más importante es ver de
dónde procede cuanto nos describen las parejas. Lo que ellos llegan a percibir es lo
“fenomenológico”, lo que ven, lo que ya saben después de tanto pensar en ello, lo que pueden
expresar verbalmente... pero a nosotros lo que nos interesa es lo que se oculta detrás de esa
hojarasca. Lo “mítico” es lo importante porque es lo que está en el fondo de los síntomas, lo que no
se ve, lo que no se atreve a describir con palabras, lo oculto. Mito significa “boca cerrada” y eso es
lo que hay que abordar. Si lo afectivo procede de lo carencial vivido en otras etapas de la vida, es
inútil intentar desvelarlo a través de lo que sucede ahora. Lo que ocurre ahora es la consecuencia de
aquello y allí es donde hay que sanear. Si lo sexual se deriva de experiencias pasadas, temores
vividos, mitos reforzados, es ahí donde debemos poner nuestro centro de observación. Lo
psicoafectivo mal integrado puede conducir a lo psicosexual perturbador. Pero ni lo uno y otro que
vemos, explica todo. Si hay disfunciones en lo sexual (inapetencia, incapacidad, rechazo...) habrá
que entrar en otros niveles. Pero en cualquier caso hay que indagar con cuidado en lo que ha hecho
posible el síntoma. Muchos malestares de las parejas que se enredan en estos niveles, pueden ser
disipados.
Los malestares de la familia según las distintas escuelas de terapia familiar
Cada Escuela de Terapia Familiar pone el acento en un punto focal que es la raíz de los malestares
de la familia. Para Minuchin se centra en la falta de límites, la insuficiente estructura y la escasa
estructuración del sistema como tal. Para Haley está en la incapacidad para resolver problemas y la
carencia de estrategias que permitan llevar a cabo esta función. Para Satir residen en la
incomunicación o la “mala comunicación”, mientras que la Mara Selvini el foco conflictivo que
genera malestares está en la puesta en marcha de juegos sucios que originan juegos de poder que
resultan destructivos.
Cada terapeuta ha de optar por un enfoque. De cualquier modo la alternancia de algunos o todos
ellos hace posible encontrar caminos de solución que alivien tanto sufrimiento y dolor. Y esto exige
un aprendizaje y un uso sistemático de las técnicas más adecuadas para conseguir fines eficaces.
Qué hacer en estas situaciones.
Primero, no perder la calma. Lo que no tiene arreglo es lo que no se aborda con decisión.
Educativamente podemos hacer muchas más cosas que las que nos imaginamos. Correctivamente
tenemos herramientas suficientes para afrontar situaciones que van más allá de lo que normalmente
constituye el mundo de lo educativo que se complica. Terapéuticamente contamos con un bagaje
bien equipado para reestructurar lo que está más amenazado. Es verdad que no podemos resolver
todo porque ni tenemos posibilidad de abarcar la variedad de situaciones de sufrimiento familiar o
conyugal, ni podemos poner en marcha iniciativas legales que podrían abrir nuevos cauces de
prevención y alivio. Pero no es menos cierto que hay “cosas” que si nos resolvemos nosotros no las
va a resolver nadie. Empecemos por ahí. Abramos la menta para intentar entender todo,
profundicemos en nuestra formación para hacernos más capaces, impulsemos iniciativas que llenen
vacíos inexplicables. Seamos educadores en el ámbito familiar, orientemos en el ámbito escolar,
5
abramos posibilidades de intervenciones terapéuticas cuando el malestar es más destructivo. Si
educamos bien habrá menos necesidad de orientar en tantos momentos. Y si orientamos bien
haremos menos necesaria la terapia. Ya nos dedicaremos a otras cosas.
No dejarse enfermar: cómo resistir al intento de hacernos enfermar
A) Desde el punto de vista personal, saber adaptarse, saber comunicarse, saber encontrarse consigo
mismo y con los demás, saber progresar, saber crecer porque crecer es doloroso, saber elegir, ser
coherente para construirse un punto de referencia y ser coherente para ser "sí mismo".
B) Desde el punto de vista familiar: dar a los hijos “armas y armaduras”, entendiendo por “armas” las
herramientas para crear la propia personalidad y los medios para crecer permanentemente, y por
“armaduras” el llegar a poseer un armazón capaz de rechazar influencias negativas, adquirir un
fondo de necesidades bien integrado porque aunque el "ello" puede llegar a ser caótico, despótico,
anárquico, también puede ser una fuente de energías, un caudal de potencialidades y un arcón de
recursos que impulsen a crecer. Dar a los hijos un código de valores (el "super-ego") que ennoblezca
y refuerce y del pueda nacer un “yo" estable, coherente y armónico, preparado para avanzar...
Los medios y modos de lograrlo se centran en "dar alas para volar y raíces para volver", dar
confianza en sí mismo y ofrecer modelos no contradictorios para imitar
Afrontar la lenta tarea de educar bien
En un sugestivo artículo periodístico, el escritor Muñoz Molina en el que cita a Valentí Puig quien, a
su vez cita palabras de Paul Valerí, según las cuales se pone de relieve "la horrible facilidad de
destruir" y de las que se deduce la facilidad que existe para el mal ya que éste "resulta siempre ser
más fácil, más rápido, incluso más brillante". El bien, por el contrario, como "casi todas las cosas
mejores, ocurren con lentitud y al cabo de una larga dificultad, de un empeño asiduo y paciente, que
muchas veces cobra al principio un aire de pura imposibilidad, de sueño absurdo", poniendo de
relieve cómo "el incendio de una ciudad o de un bosque es un gran espectáculo: el crecimiento de
un árbol, de una sola mata de hierba, es tan invisible como el avance de la aguja de las horas en el
reloj".
Termina diciendo que "los libros, las vidas, los árboles, las ciudades, los paisajes, todo lo que nos
mejora y nos civiliza lleva a existir con un ritmo de lentitud que es en el fondo la fuerza de una
determinación segura y tranquila".
Esas palabras - lentitud, larga dificultad, empeño asiduo y paciente y ritmo de lentitud, otra vez- son
el verdadero itinerario de la tarea auténticamente educativa.
Rof Carballo afirmaba que la educación es tarea de cadencia y sosiego, indicando con ello la
necesidad del sosiego, la cadencia que exige la labor de sembrar que ha de realizar el verdadero
educador.
Es una tarea lenta para la que ya apenas se sienten capaces los mismos educadores. De tanto
hablar de "cursos acelerados", "seminarios intensivos", hemos matado la esencia de la educación
que supone cuanto acabamos de citar más arriba. Quien tenga prisas por educar que se dedique a
otros menesteres. Los padres que deseen que sus hijos lleguen "pronto" a ciertas metas, que
abandonen la tarea. Es una idea que repito a todas las familias que veo en mi consulta. Para ello me
sirvo de una planta que hay en la mesa central de la sala de terapia. No es una maravilla, pero me
ha resultado ser otro de mis coterapeutas que está "ahí" hace más de 40 años, como testigo
silencioso de centenares de sesiones de terapia, no siempre serenas.
La planta ha ido creciendo lentamente, asidua y pacientemente, casi sin hacerse notar. Y está
relativamente espléndida. Cuando oigo a padres y madres hablar de cuanto esperan de sus hijos,
recurro a él: "Señora, ¿le gustan las plantas?". Todas me dicen que sí, no sé si porque es verdad o
porque ser amante da las flores da buena imagen social y queda bien. Lo mismo me da. Sigo
preguntando: "¿Y las cuida usted. bien?". Todas, otra vez, responden que sí. "¿Y crecen con
6
rapidez?...”. Aquí hacen un largo silencio. Y continúo: “Si yo le doy un esqueje o ramita de ésta y la
planta usted en un tiesto, podrá traerme dentro de un mes una tan grande y espléndida como la que
ya tengo aquí?"... Ahora ya no dicen que "si". Todas responden que "no", que "es imposible". Y sigo
mi interrogatorio como si usase la mayéutica socrática: "¿Por qué?". Y las respuestas surgen fluidas.
"Porque es poco tiempo...."... "porque necesita..." ¿Qué...?", vuelvo a insistir. "Pues... tiempo, luz,
agua.., aire.., sol". "!Ah!..." suelo contestar, para añadir, sin darle tregua: "¿Y a su hijo...? ¿le da
usted tiempo, luz, agua, aire, sol..., que es lo mismo que cadencia, sosiego, calma, espera, siembra,
confianza en sus posibilidades...?".
Todos los padres suelen entender el mensaje.
No se puede "empujar" para hacer crecer a un hijo o la relación de pareja. Ni puede "tirarse de las
hojas de la planta para que crezca". Si tiramos de ellas, la arrancamos.
Esa otra una de las razones por las que las familias “hacen enfermar” porque fuerzan el crecimiento
sin “saber esperar”. Al acumular sus tensiones, al disimular sus conflictos, van sobrecargándose
hasta poner en tensión especial al miembro que aparece como "enfermo oficial" de la familia. Es ese
miembro al que en el enfoque sistémico denominamos "paciente designado". Ese es el que enferma
por obra y gracia de las tensiones ocultas de la familia.
Pero hay más: "ese" enfermo es el que aparentemente se muestra como "único enfermo" de la
familia. Los demás -también aparentemente- están bien. no tiene nada, están "sanos". Pero eso no
es absolutamente verdad porque llevan dentro de sí mismos un lastre oculto que sólo queda
compensado porque el "enfermo oficial" es el que soporta el juego enfermizo de dejarse atrapar para
aparecer como el único enfermo.
¿Por qué "ese" miembro y no otro?. Ese es uno de los más maravillosos enigmas que se encierran
en el juego dinámico de las familias disfuncionales. Lo que sí es cierto es que el "enfermo" enferma
porque la familia lo hace enfermar. Y lo que también es cierto es que queda atrapado en esa trampa
porque es el más vulnerable, el más débil, el que no sabe escaparse del juego "sucio" que pone en
marcha el sistema familiar para liberarse de tensiones más fuertes. Los clásicos llamaban a éste
miembro el "chivo expiatorio". Es el que enferma para dejar a la familia otras áreas en las que
puedan sentirse -vana ilusión- sanos y salvos.
En estos casos no se trata, evidentemente, de una familia sana porque al tener un miembro
"enfermo", no mantiene sus niveles de estructura, función y desarrollo en coordenadas funcionales
que no le impiden mantener las líneas esenciales de un adecuado estilo educativo. Estas familias
aparentemente mantienen claros sus límites y conservan una suficiente capacidad de elaboración de
las experiencias adversas, encontrando los circuitos convenientes para adaptarse a sus nuevas
necesidades, pero no podemos quedarnos ahí para dar por finalizado el análisis de las mismas.
Cuando nos preguntamos si hay familias enfermas llegamos a la conclusión de poder afirmar que lo
que está "enfermo" es el tejido de las relaciones que vinculan a unos miembros con otros. El efecto
inmediato de esta realidad es que debemos hablar más bien de familias que hacen enfermar en
cuanto que ponen en juego elementos dinámicos que lejos de contribuir a cuanto se ha señalado
como positivo, se convierten en elementos desencadenantes de nuevos conflictos y deterioros
posteriores.
Es aquí donde hay que intervenir. Primero en un plano puramente preventivo, entendiendo como tal
la puesta en marcha de los resortes que conduzcan a la potenciación de los factores positivos que
posee la familia, ya sea de manera manifiesta y patente o de modo latente y no activado. El
orientador tendrá que actuar en ese núcleo básico mediante las técnicas que faciliten que la familia
recupere sus capacidades educativas.
Es frecuente que algunas familias precisen únicamente la actualización de los medios conducentes
al uso de los resortes educativos mínimos (nivel educativo y preventivo de la orientación familiar),
aunque hay otras que exigen el empleo de recursos más finos porque la educación empieza a
7
hacerse difícil para ellos (nivel de asesoramiento o de orientación propiamente dicha). Cuando
las situaciones se hacen más complejas y es preciso poner en juego técnicas de reestructuración
más sofisticadas, llegamos al nivel de terapia que se sitúa en el plano correctivo o curativo.
Cualquiera de ellos debe ser determinado por los equipos especializados, ya que sin una evaluación
previa de la situación que atraviesa la familia no podrá intervenirse adecuadamente. En esta
evaluación se precisa la colaboración de la institución educativa y sus profesionales. Aunque aquí se
plantea el tema de la escasa colaboración de estos cuando tienen que implicarse en algo que
también les afecta. Todos, padres y educadores, deben comprometerse con los profesionales de la
orientación y la terapia familiar, aunque los datos de que disponemos en nuestra experiencia nos
indican que queda mucho camino por recorrer. El orientador no es sólo orientador del hijo o el
alumno (según el nivel educativo en que actúe), sino que es orientador de todo el sistema
educativo, familiar o escolar. Y aquí hay que evaluar la interacción de cuantos elementos
personales intervienen en el hecho educativo.
Baste presentar algunos datos para reflexión de unos y otros. Cuando preguntamos a los padres y
educadores dónde creen que está la causa de los conflictos que afectan a sus hijos o alumnos, se
reparten de manera muy curiosa:
. a la pregunta de si "creen que la causa del problema está dentro del sujeto y que sólo
hay que actuar sobre él", responden afirmativamente el 44% de los padres y el 46% de los
profesores.
. cuando preguntamos si "creen que hay algo de tipo familiar y hay que intervenir en ese
plano", responden que sí el 10% de los padres y el 13% de los maestros.
. al indagar si creen "que hay algo de la escuela y hay que intervenir en ese nivel",
contestan afirmativamente el 25% de los padres y sólo un 6% de los maestros y profesores.
. La cuestión resulta más palpable cuando se les pregunta si creen que todo es de la
familia o de la escuela para que, en tales casos, se intervenga preferentemente sobre una y otra.
Dicen que todo es de la familia el 5% de los padres y el 29% de los maestros, mientras que afirman
que todo es de la escuela el 4% de los maestros y el 15% de los padres. He aquí un maravilloso
ejemplo de una manera suave de arrojarse mutuamente la patata caliente.
Queden ahí estas cifras como un punto de reflexión para padres y educadores. Porque, tal
vez, de sus consecuencias puedan derivarse conclusiones tendentes a abrir un camino más
constructivo de la cara a la co-gestión familia y escuela para evitar la aparición de nuevas
disfunciones que llevan al desajuste de los sujetos.
BIBLIOGRAFIA
ACKERMAN. N.W. (1961) Diagnóstico y tratamiento de las relaciones familiares. Hormé. B. Aires.
ACKERMAN, H.W. (1969) Psicoterapia de la familia neurótica. Hormé. B. Aires.
ACKERMAN, N. (1970) Teoría de la práctica de la Psicoterapia Familiar. Proteo. B. Aires.
ALDECOA, J. (1998) Entrevista de Elena Pita en "El Mundo", 8 de agosto 1998, p. 5
BERNE, E. (1974) Juegos en que participamos. Diana, México.
BERNE, E. (1974) ¿Qué dice Vd. después de decir hola?. Grijalvo. Barcelona.
8
BERTALANNFY, L. von (1973) Teoría General de Sistemas. F.C.E. México.
BEYEBACH, M. (1995) El Ciclo evolutivo familiar: crisis evolutivas. En A. Espina y otros (1995)
Problemáticas familiares actuales y terapia familiar. Promolibro. Valencia, pp.
57-99.
CARTER, B. y McGOLDRICK, M. (1989) The family life cycle: a framework for family therapy. New
York: Allyn and Bacon.
ESPINA, A. (1995) Familias monoparanteles y reconstituidas. En A. Espina y otros (1995)
"Problemáticas familiares actuales y terapia familiar. Promolibro. Valencia, pp. 299-318.
LEAL MALDONADO, J. y CORTES ALCALA, L. (1995) La dimensión de la ciudad. CIS. Madrid.
FISHMAN, H.Ch. (1990) Tratamiento de adolescentes con problemas. Paidós. Barcelona.
GARRIDO, M. y MARTINEZ, A. (1995) Relaciones familiares y problemas infantiles. En A. Espina y
otros (1995): "Problemáticas familiares actuales y terapia familiar". Promolibro. Valencia, pp.101156.
GARRIDO, M. y FERNANDEZ-SANTOS, I. (1995) Adolescencia y familia. En A. Espina y otros
(idem), pp. 157-224.
GONZALEZ JIMENEZ, B. (1987) "Dependencia y autonomía en el sistema familiar: tres etapas
claves en el ciclo vital de la familia". Rev. Cuadernos de Terapia Familiar, 1, 23-30.
GUITTON, J. (1973) Cuando el amor no es romance. (Prólogo de J.A. Ríos) Atenas. Madrid.
HALEY, J. (1974) Tratamiento de la familia. Toray. Barcelona.
HALEY, J.(1976) Técnicas de Terapia Familiar. Amorrortu. B. Aires
MADANES, C.: Terapia estratégica. Amorrortu. Buenos Aires.
MAGAZ, C. (1990) La familia: derechos y responsabilidades compartidas. En "La familia: respuesta
individual y social". Instituto de Ciencias del Hombre. Madrid, pp. 69-81.
MARTORELL, J.L. (1983) Qué nos pasa una y otra vez (Prólogo de J.A. Ríos) Marsiega. Madrid.
MAZORRA, J. (1998) "Los Martínez se desnudan". Crónica en UVE, Suplemento de verano de "El
Mundo", nº 34 del 22 de agosto de 1998, pp. 1-2
MINUCHIN, S. (1977) Familias y Terapia Familiar. Granica. Barcelona.
MOOS y MOOS (1974) Manual del FES. TEA. Madrid.
NARCISO, I. (1996) El ciclo vital de la pareja. En M. Millán y otros (1996) Psicología de la familia: un
enfoque evolutivo y sistémico. Vol. I. Promolibro. Valencia, pp. 67-77.
PARADA NAVAS, J.L. (1995) Los ciclos evolutivos en la vida de la pareja: retos y problemas. En
Varios (1995) "La vida de la pareja: evolución y problemática actual". Ed. San Esteban, Salamanca,
pp. 79-98.
PITTMAN, F.S. (1987) Momentos decisivos. Paidós. Barcelona.
RIBEIRO, M.T. (1996) De la pareja a la familia nuclear. En M.Millán y otros (1996) Idem. pp. 81-101.
9
RIOS GONZALEZ, J.A. (1980) "El padre en la dinámica personal del hijo". Ed. Científico-Médica.
Barcelona.
RIOS GONZALEZ, J.A. (1983) "Trastornos escolares y ambiente emocional del aula". BORDON,
248, 316-336
RIOS GONZALEZ, J. A. (1984 y 1994. 2ª ed.)) Manual de Orientación y Terapia Familiar. (Prólogo
de M. Yela). Instituto de Ciencias del Hombre. Madrid.
RIOS GONZALEZ, J.A. (1986) "Familia y Centro Educativo". (2º ed.) P.P.C. Madrid.
RIOS GONZALEZ, J.A. (1987) "Los niños en las prescripciones indirectas en Terapia Familiar". Rev.
Cuadernos de Terapia Familiar, 1, 31-37.
RIOS GONZALEZ, J.A. (1993) La Orientación Familiar: niveles, contenidos y técnicas. En
QUINTANA, J.M. (1993) Pedagogia Familiar. Narcea. Madrid (Pp.151-157)
RIOS GONZALEZ, J.A. (1994) "Intervenciones sistémicas con adolescentes". Rev. Psicopatología,
14, 18-22.
RIOS GONZALEZ, J.A. (1994) "Intervenciones sistémicas con niños". Rev. Cuadernos de Terapia
Familiar, 26, 31-42.
RIOS GONZALEZ, J.A. (1995) Intervenciones sistémicas en terapia de pareja. En A. Espina y otros:
"Problemáticas familiares actuales y terapia familiar". Promolibro. Valencia, pp. 265-275.
RIOS GONZALEZ, J.A. (1995) Conflicto y terapia de pareja según el enfoque sistémico. En Varios
(1995) "La Vida de la pareja. evolución y problemática actual". Ed. San Esteban, Salamanca,
pp.113-130.
RIOS GONZALEZ, J.A.. ESPINA, A. y BARATAS, M.D. (1997) La prevención de las
drogodependencias en la familia. Plan Nacional sobre Drogas. Ministerio del Interior.
Madrid.
RIOS GONZALEZ, J.A. (1998) (Coord)) La familia: realidad y mito. Edit. Centro de Estudios Ramón
Areces. Madrid.
RIOS GONZALEZ, J.A. (1998) (Coord) El malestar en la familia. Edit. Centro de Estudios Ramón
Areces. Madrid
1999
RIOS GONZALEZ, J. A. (2004) Vocabulario básico de Orientación y Terapia Familiar. Prólogo de A.
Espina Eizaguirre, Editorial CCS. Madrid.
RIOS GONZALEZ, J. A. (2005) Los Ciclos vitales de la familia y la pareja (¿Crisis u oportunidades?”
Editorial CCS. Madrid
RIOS GONZALEZ, J. A. (2006) La pareja: modelos de interacción y estilos de terapia (Un enfqque
sistémico). Prólogo de Carles Pérez Testor. Editorial CCS. Madrid
ROF CARBALLO, J. (1970) "El camino de la vida" en "Signos enel horizonte". Ed. Prensa Española,
Madrid, pp.203-207)
SELVINI-PALAZZOLI, M. (1985) El mago sin magia. Paidós. B.Aires
SELVINI-PALAZZOLI, M. (1990) Los juegos psicóticos en la familia. Paidós. Buenos Aires
10
SENLLE, A (1985) ¿Quiere sentirse bien?. CEAC. Barcelona
SHUBICK, J.E. (1985) Game Theory in the Social Sciences. Concepts and Solutions. MIT Press.
Cambridge
STIERLIN, H. (1975) Dalla psicanalisi alla terapia della famiglia. Boringhieri. Torino.
STIERLIN, H. (1980) Terapia de Familia: la primera entrevista. Gedisa. Barcelona
WATZLAWICK, P. y otros (1981) Teoría de la Comunicación humana. Herder. Barcelona.
ZAGARE, F.C. (1988) Game Theory. Concepts and Applications. Sage Publications. Beverly Hills.
London.
Quien desee ampliar estas ideas con bibliografía puede dirigirse al autor:
e-mail: [email protected]
11
Descargar