diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento

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G E O R G E S T E I N E R: D I E Z (P O S I B L E S) R A Z O N E S P A R A L A T R I S T E Z A D E L P E N S A M I E N T O
George Steiner: diez (posibles) razones
para la tristeza del pensamiento*
José Antonio Maya González**
En el prólogo al libro Saturno y la melancolía (1989), Raymond
Klibansky aseguraba que más allá del valor histórico que ha suscitado
el tema de la melancolía para la filosofía y las artes, muy probablemente esboza problemas a los que el hombre moderno es particularmente
sensible. El ascenso de la modernidad, percibida como puntos de
separación entre las experiencias y emociones escindidas, y los modos
en que las utopías van arrastrando promesas incumplidas en la vida
colectiva, ha dejado huellas que atestiguan procesos de separación y
duelo que caracterizan a las sociedades depresivas.1 En este sentido, el
estudio de la melancolía no se ciñe a la historia del arte, a las relaciones
entre genialidad y la locura, o a las representaciones del mundo del
artista y el proceso creativo, sino que surge como una preocupación
cada vez más visible en el terreno de las ciencias sociales.
Desde que Aristóteles, en el problema XXX, 1 se preguntaba por
qué razón todos aquellos hombres de excepción, bien en lo que respecta
a la filosofía, o bien a la ciencia del Estado, la poesía o las artes, resultan
ser claramente melancólicos, no han dejado de subrayarse las relaciones
subyacentes entre el pensamiento y la melancolía, la llamada enfermedad
de la bilis negra. No deja de ser seductor pensar que la literatura del
barroco haya asociado el pensar y el penar en alguno de sus personajes
más representativos.
* George Steiner, Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento, FCE, Centzontle,
Ediciones Siruela, México, 2007.
** Egresado de la licenciatura en Psicología de la UAM-Xochimilco.
1
Adolfo Vásques Rocca, “Peter Sloterdijk: espacio tanatológico, duelo esférico y
disposición melancólica”, revista Nomadas. Revista de Ciencias Sociales y Jurídicas, núm. 17,
Universidad Complutense, España, 2008.
TRAMAS 30 • UAM-X • MÉXICO • 2008 • PP. 283-287
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Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento de George
Steiner, es de alguna manera continuación de ese largo sendero abocado
en elucidar “las razones de la tristeza” del pensamiento humano, no
como una característica endeble del quehacer humano, sino como un
estado de cruce entre multiplicidades. El libro de Steiner bien podría
considerarse como un “disparo a lo abierto” –tal y como Peter Sloterdijk
describe la relación de la palabra con la vida humana–, al buscar
desempolvar las entrañas que se dibujan en el subsuelo cerebral.
En el libro de Steiner, la arquitectura del pensamiento es percibido
por múltiples mosaicos, de gradaciones diversas y tonalidades variables.
La unión del pensamiento con el sujeto no sólo se ve atravesada o
mediada por el lenguaje tal y como lo han trabajado en la lingüística y
el psicoanálisis, sino que el autor aventura la hipótesis de que el
pensamiento puede ser un fenómeno pre-lingüístico enlazado a los
enclaves neuronales de la geofísica del habla humana, así como con las
coordenadas espacio-temporales que atribuyen sentido y significación
al acto de pensar.
Por un lado, el libro ofrece un agudo arraigo a la tradición filosófica,
al intentar comprender, en diez proposiciones (no necesariamente lógicas
para el lector) las implicaciones que el lenguaje, el pensamiento y la
melancolía guardan con la vida humana, atribuyéndoles una “tristeza
fundamental” a la experiencia de estar en el mundo a partir del pensamiento. Bajo la lupa que han impreso los sistemas de pensamiento, el
discurso cartesiano se abre a caminos novedosos. ¿Hasta dónde puede
ser pensado el pensamiento humano?, ¿cómo se articula el pensamiento,
esa región de interioridades, con el mundo?, ¿qué relaciones guarda
todo acto de pensamiento con la vida, la imaginación, el tiempo, la
muerte, la creación?, ¿por qué ese velo de tristeza emerge en los procesos
inteligibles? Estas son algunas de las preguntas que el autor intenta
abordar, alertando al lector que se interese en saber sobre el pensamiento,
–enunciado poco elegante tal y como lo describe el autor– que toda
tentativa de “pensar en el pensamiento” se encuentra arraigado en el
pensamiento mismo, en su “autorreferencia”. Pensar el pensamiento es
una tautología.
Para el autor, la tristeza es la base sobre la cual se forjan los pensamientos del hombre, y es desde ese lugar –de melancolía– donde se
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apoyan la conciencia y el conocimiento, es decir, toda percepción y
proceso mental. La capacidad intelectiva es, en este sentido, una
experiencia de esa melancolía, una huella indestructible e irreducible al
dolor consciente o inconsciente que tengamos de ella, y sin embargo,
es creativa al proporcionar la “capacidad vital” para sobreponerse de
ella. De ahí que la fuerza de empuje, la energía que corroe el pensamiento
muestre en sus entrañas un “velo de tristeza” pero que al mismo tiempo,
intenta sublevarse de esa oscura región de tristitia.
En el libro de Steiner, el pensamiento en sí mismo no tiene límites,
es decir, más que constituirse en una condición limítrofe con respecto a
su propia finitud, el pensamiento como extensión, es ilimitado. Sin
embargo, cuando el hombre intenta pensar en el pensamiento, surge una
interrogante que se disemina en la aproximación; pensar el pensamiento
es hacer que el objeto se fragmente en el proceso. Las ciencias modernas
serían testigos mudos de esa fragmentación. Por ello, Steiner asegura
que todo acto pensamiento es despilfarrador, es un gasto de energía
desbordada; en el sueño e incluso en la creación, no estamos concentrados en el pensamiento que vamos pensando. Es algo que permanentemente se escurre entre palabras.
Nadie puede quedarse, de manera estricta, fuera del pensamiento,
por lo que nadie escapa a la tristeza que es su fundamento. Tal fundamento se apoya en el duelo que subyace en todo acto de pensar; pensar
sería algo así como intentar restituir lo perdido. La pérdida es la
condición para que el pensamiento emerja de su oscura habitación.
Steiner imagina que todo proceso de pensamiento es como una gran
casa-prisión de la cual es impensable poder salir, incluso en la locura,
dado que la referencia está incluida en el pensamiento, en el lenguaje y
el habla. Por otro lado, es ilimitado porque el autor considera que
puede llegar a imaginarse todo aquello que está fuera del alcance de los
hombres, y sin embargo, lo que está afuera o más allá del pensamiento
es, estrictamente, impensable. Pensar es un juego sutil entre los límites
de lo posible y lo ilimitado que puede producir lo impensable. Tal
contradicción es una razón para la tristeza: el pensamiento al ser infinito
es al mismo tiempo incompleto. Esa “infinitud incompleta” como la
llama Steiner, sugiere que el pensamiento llega a extensiones inimaginables pero finalmente inabarcables.
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El libro también sugiere que el pensamiento no es algo que se tenga
“bajo control”, incluso en los estados más profundos del alma humana,
en lo inconsciente o en el sueño, los actos de pensamiento fluyen cual
“corriente enturbiada, represada y desviada”. El músico al interpretar
una pieza, el pintor al plasmar un sombreado o el circense al realizar
acrobacias, responden, más que a un dominio de la acción sobre el
pensamiento, a un “fluir involuntario y polimorfo” del pensar en
el acto, de ahí que la concentración “absoluta” requerida para ejecutar
determinada acción derive, en algunas ocasiones, en riesgos cerebrales y
mentales. Una causa más para la “melancolía indestructible”.
Pensar es un acto de presentificación, al hacernos presentes, nos
arroja a una soledad ineludible, una experiencia “única” porque nada
ni nadie puede “penetrar en mis pensamientos” de la misma forma que
nadie puede vivir la vida del otro, es, por decirlo así, un encierro
inherente, ya que otorga formas de identidad singulares y plurales; pero
insalvable ya que al mismo tiempo establece una distancia con el otro.
Aunque el pensamiento se constituya como la aparente distancia que se
crea con el otro, es nuestra única “posesión segura”. Por lo tanto, acercarse
a los pensamientos del otro sólo llega a ser pensado en términos de
proximidad e incertidumbre. El pensamiento es entonces esa región
“íntima” que gobierna las singularidades de la vida humana, pero tal
singularidad es al mismo tiempo un “espacio común” al ser pensados
(o porque serán pensados) por miles de personas en el mundo.
En la era de la información, de la comunicación de masas y de la
internet, los “lugares comunes” reproducen formas de pensamiento
para todos, clichés sentimentales o lenguajes más o menos homogéneos
que hacen, como dice Steiner, “democrática la intimidad”. Pensar es
estar en el mundo. La originalidad de nuestros pensamientos puede ser
relativa en tanto que responde a una “variante o innovación” en la forma
o en la técnica de ejecución, en las formas en que es producida la verdad
en los sistemas de pensamiento.
Para el autor, lo que el pensamiento postula como “objetivo” o
“subjetivo” es el resultado de un proceso tautológico. La “verdad” en
las disciplinas filosóficas, históricas o sociales está sujeta a procesos
mixtos y múltiples en relación con los objetos supuestos que pueden o
no ser falseados o verificados de acuerdo a los sistemas de pensamiento
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que los enuncien. Sin embargo, la búsqueda de la “verdad” de cualquier
proceso reflexivo y epistemológico, deja entrever un “bajo continuo
de nostalgia” en la medida en que tal idea supone un paraíso inmaculado
de certezas perdidas que el hombre desea afanosamente aprehender.
Razón para una tristeza más del pensamiento.
El libro de George Steiner es una invitación –al tiempo que una
provocación– a reflexionar sobre el pensamiento con una perspectiva
clara pero no por ello menos compleja, que enlaza perspectivas de las
llamadas ciencias “duras” con modelos teóricos de las investigaciones
filosóficas y sociales en los campos del lenguaje, las representaciones e
imaginarios. El lector se verá atrapado en esa red rizomática de
pensamientos, al tiempo que podrá descubrir(se) el mundo entre sus
pliegues.
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