Marchemos todos juntos, y yo el primero, por la senda constitucional

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Domingo, 4 de junio de 2006
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«Marchemos todos juntos, y yo el primero,
por la senda constitucional»
ALEJANDRO PIZARROSO QUINTERO/CATEDRÁTICO DE LA U. COMPLUTENSE
¿Qué sería de los historiadores sin los
centenarios? Algo que también se podría decir
en general de la vida cultural de los países. Por
no remontarnos más que a los más recientes,
pensemos en el Tratado de Tordesillas y las
exposiciones que le acompañaron, en el V
centenario del descubrimiento de América o en
el IV centenario del Quijote. Puestos a ello,
todos los años celebramos no uno ni dos sino
muchos centenarios, bicentenarios,
aniversarios de cifras menos redondas. Nunca
es una mala ocasión para recordar a éste o
aquel autor (Baroja y Ortega), para recobrar
las imágenes de este o aquel artista, la música
o el teatro de talentos (Mozart) que merecerían
ser seguidos cada día y que, al parecer, su
recuerdo sólo llega al gran público en esas
fechas señaladas.
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El poder político también está muy atento a
estas fechas de aniversario, recientes o remotas, y procura explotarlas siempre a
su favor. Conmemorar, ahora, nada menos que la Guerra de Independencia con el
gigantesco hito de la primera Constitución Española y otros, no menores, como la
primera Ley de libertad de expresión (decreto de noviembre de 1910), puede ser,
para los españoles, un buen momento de reflexión.
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Los académicos tendrán ocasión de ocuparse del pasado y celebrar congresos
subvencionados por los poderes públicos que, sin la ocasión de un señalado
aniversario, no podrían ni siquiera concebirse. Entre otras cosas, ya se ha
celebrado en Cádiz el pasado mes de marzo un Primer Congreso Internacional con
el título Las Lecturas de 1812: un estado de la cuestión. Las ponencias e
investigaciones allí presentadas -y los futuros congresos o coloquios que se
sucederán- difícilmente llegarán a las masas. Sin embargo, estoy seguro de que
todos esos trabajos terminarán siendo fecundos.
La ciudad de Cádiz, con toda la razón del mundo, querrá y quiere asociar su
nombre al origen de la historia constitucional española. Y desde el pasado abril una
comisión local se encarga de proponer y organizar en 2012 los actos del
Bicentenario de la Constitución de 1812, bajo la presidencia del Ayuntamiento de
Cádiz, con la participación de la Junta de Andalucía y de una serie de colectivos
profesionales y asociaciones ciudadanas, culturales y sociales. La fuerte
personalidad de la alcaldesa de Cádiz, que preside esta comisión, y su adscripción
política, marca, qué duda cabe, el arranque de los trabajos que preparan la
conmemoración. La Comisión del Bicentenario comienza éstos sin contar con
representación del Gobierno de la nación. Y aún podríamos enumerar otras
ausencias, aunque suponemos que podrán incorporarse a la misma, poco a poco,
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como los sindicatos, empresarios y otros ayuntamientos además del de Cádiz.
Posiblemente el año del Bicentenario coincidirá con las elecciones generales y allí
veremos como tirios y troyanos querrán ponerse todos la medalla. No sabemos si,
para entonces, nuestro mapa territorial habrá variado o, incluso, lo que queda de
este país, que por primera vez se constituyó como nación en 1812, no será más
que un mosaico de naciones, nacionalidades, realidades nacionales y otras gaitas
disuelto en la Unión Europea, con o sin su Tratado Constitucional.
No podemos olvidar tampoco que la primera vez que España se constituye como
una nación de ciudadanos lo hace a caballo entre dos hemisferios y que, muy pocos
años después, la España americana se independizaba definitivamente para dar
lugar a las veinte repúblicas hispanoamericanas de nuestros días. Cierto es que
sólo dos años más tarde de ser promulgada La Pepa, fue derogada y los ciudadanos
volvieron a ser súbditos. No podemos estar demasiado orgullosos de nuestra
historia constitucional: a veces textos hermosos, como el de 1869 o el de 1931,
duraron muy poco en vigor. Otras, textos mucho menos hermosos, como el de
1876 y -¿por qué no?- el de 1978, fueron o son más eficaces y duraderos. Y los
paréntesis, los terribles paréntesis.
El hombre es hombre y no gran simio (con derechos o sin ellos) por la capacidad de
lenguaje complejo, el pensamiento abstracto y la memoria. La memoria no sólo es
individual (ésa podría ser compartida hasta cierto punto con otros animales) sino,
sobre todo, colectiva y transmitida por el grupo de generación en generación,
desde la horda paleolítica a nuestros días. Al fin y al cabo no ha pasado tanto
tiempo.
En esta sociedad vulgar en la que casi todo se reduce a fachadas, como la absurda
manía del -os, -as, los derechos de los grandes simios, el triunfo de lo ligero (light)
frente a lo sustancial, de los tomates, corazones y demás soeces espectáculos que
cuentan con el favor de las mayorías en los medios de comunicación, etc., etc.,
cosas como la obligación de «ser justos y benéficos» del artículo 6 de la
Constitución de Cádiz nos suenan a chino.
Pero ya veremos cómo incluso la secta católica será capaz también de subirse al
carro por aquello de que los constitucionales gaditanos promulgaron la Constitución
«en el nombre de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, autor y supremo
legislador de la sociedad» (además del artículo 12) y olvidar dos siglos o, al menos
casi dos siglos, de desprecio y combate «ai ferri corti» contra el espíritu del Cádiz
de 1812 y lo que todavía hoy pervive del mismo. Cosas veredes.
En todo caso, bienvenidos sean los fastos y las reflexiones que pueden suscitar, si
es que en España queda cacumen suficiente para la reflexión. No olvidemos que la
Constitución también la promulgaba don Fernándo VII («en su ausencia y
cautividad»), aquel Borbón de «lejos de mí la funesta manía de pensar». Pero
bueno, «marchemos todos juntos, y yo el primero, por la senda constitucional».
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