Director, vicedirectora, jefa de estudios, profesorado, alumnado, familia, compañeros, amigos. Me gustaría, para comenzar, y como siempre en cada graduación, evocar algunos recuerdos. ¿Os acordáis de la primera vez que pisamos este recinto? Éramos unos críos, ilusos, crédulos, que se conformaban con una lata chafada y se ponían a jugar a futbol. Esos recuerdos no parecen tan lejanos, verdad? Cuesta creer que la mayoría de nosotros hayamos pasado un tercio de nuestra vida en este instituto. 2009, primero de la ESO. Lo primero que me viene a la cabeza son las clases numerosas, revoltosas y, sobre todo, poco fructíferas. Todas las cosas que dábamos parecían no tener sentido. Salvo algunas asignaturas que se te daban bien, lo demás se basaba únicamente en estudiar y escribir, estudiar y escribir, estudiar y escribir... En ese entonces, los compañeros tenían varios sistemas para poder compararse: las notas, el número de amonestaciones e incluso el número de estancias en suport. El sistema del tamagochi, tan común en la época, despareció en los años siguientes sin dejar rastro. Recuerdo también la tensión generada al ver al Sr. Director por los pasillos. Asustaba. Ahora es uno de nuestros profesores de filosofía, y tranquilamente le llamamos Pepe. Acaba el primer curso, y tan rápido como el fin de semana antes de exámenes, acaba el verano y, con él, los cuatro siguientes años. Es hora de la decisión crucial: bachillerato, o no bachillerato? Por inercia, la gran mayoría escogimos realizarlo. Y es en esta etapa en la que todo aquello que se dio en la enseñanza obligatoria cobra sentido. Hasta 2º de bachillerato, hemos vivido asustados. Lo pintaban muy difícil. Hablaban de la selectividad como algo imposible, aunque al alcance de todos. Sin embargo, aquí estamos. Hoy nos graduamos, y en dos semanas y media nos enfrentamos al enemigo común en el campo de batalla. Tanto tiempo para esto. Y es ahora cuando recuerdo vivamente aquello que decían en varios actos formales. Somos la generación del futuro. Somos los que pondremos a flote este país. Ya no somos unos críos. Si algo hemos aprendido a lo largo de estos 6 años, ha sido la madurez, y la cultura del esfuerzo. Nos hemos visto en la necesidad de tomar decisiones cada vez más importantes en nuestra vida: hará poco más de una semana tuve que hacer ya la preinscripción a la universidad. Con solo tres clicks, decidí el resto de mi vida. También recuerdo, en una fase nacional, el gusto que me dio poder hablar con todos y cada uno de los olímpicos. Eran excelentes alumnos, pero mejores personas. Se veía en sus ojos la satisfacción de haber conseguido pasar a la siguiente fase. Y fue eso lo que me enseñó una valiosa lección. Esfuérzate. Lo que quieres no se consigue por sí sólo. Si vas a una olimpiada a por una medalla, cúrratelo. Si vas a una subida de nota a por el 10, cúrratelo. Si vas a una recuperación a por el 5, cúrratelo. En vista de ello, llegué a la conclusión que si de verdad te gusta lo que haces, no te importará pasarte horas estudiando, no te importará rellenar trece folios de resúmes o problemas resueltos. Incluso no te importará pasar la noche en vela. Porque si de verdad te gusta algo, si despierta esa llama en ti, irás a por ello. En conclusión, quiero acabar este discurso con una reflexión. Dad a vuestros futuros compañeros el mismo gusto que me han dado mis amigos. Sed buenas personas. Sed personas buenas. Sed los mejores en vuestro ámbito. Esforzáos, que ya no os queda nada. Para despedirme, citaré a Gabriel García Márquez que célebremente dijo “no lloréis porque haya terminado, sonreíd porque ha sucedido”. Muchas gracias.