GABRIELA MISTRAL. 50 PROSAS EN EL MERCURIO, 1921

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GABRIELA MISTRAL.
50 PROSAS EN EL MERCURIO, 1921-1956.
SELECCIÓN, PRÓLOGO Y NOTAS DE FLORIDOR PÉREZ.
Santiago de Chile: El Mercurio Aguilar, 2005. 249 pp.
La reciente aparición de 50 prosas en El Mercurio, antologada por
Floridor Pérez, se debe, en gran medida, a la costumbre de ampliar las publicaciones en los años de efemérides. El rito de publicar es una forma de
volver a poner a los autores sobre el tapete. En el caso del libro de que
hablamos, fueron veinte los años que Pérez hubo de esperar para ver materializado el proyecto inicial. En 1985, ya había propuesto realizar esta selección de las colaboraciones de Mistral a El Mercurio, idea que hace realidad
ahora con la celebración de los 60 años de recepción del Premio Nobel.
Gabriela Mistral escribió, entre 1921 y 1956, más de 300 textos en prosa
en las páginas de El Mercurio. Desde el momento de su partida de Chile —rumbo
a México, en 1921— la presencia de sus recados en los diarios nacionales
instauró una comunicación permanente entre ella y la patria que dejaba. Mistral
no volvió más que esporádicamente al país, pero mantuvo el nexo epistolar
con Chile hasta poco antes de su muerte. Esta correspondencia masiva a través
de los diarios pertenece a una necesidad de comunicación con objetivos muy
específicos por parte de la autora. Es ella misma quien solicita el espacio para
dejar su palabra con los suyos:
Pido pues, que se me consienta esta especie de “carta
para muchos” aunque no sea para todos, según las
exigencias periodísticas […] pido que se me acepte
esta posta barroca, donde van comentarios de sucesos grandes y chicos, de algunas lecturas que se
quiere comentar, de eso que llamamos acá “ecos
escolares”, de tarde en tarde encargos duro-tiernos
para mis gentes: duros por ímpetu de hacerse oír, y
tiernos por el amor de ellas. (Arrigoitía 285)
Con la publicación de esta antología, Floridor Pérez continúa con el
deseo de Mistral de llegar a públicos amplios por medio de la prensa. Ella
escribía para los diarios regionales ya desde los 15 años y lo había hecho
también en su desplazamiento por Chile como directora; por lo tanto su
comienzo en El Mercurio no hace más que prolongar esa inquietud por comunicarse con muchos, voluntad de ser leída, de llegar al lector de periódicos,
de hablar sobre temas concretos.
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La mayoría de las antologías de la prosa mistraliana hacen hincapié en
el valor intelectual de sus escritos y en tomar una perspectiva distinta de la
“Santa Gabriela” que existe en el imaginario nacional. Esta figura, marcada
por el sufrimiento y redimida en su amor a los niños, ha opacado a la mujer
fuerte y llena de preocupación política que completa al personaje. 50 prosas
en El Mercurio cumple, desde esta óptica, la misión de volver a desempolvar
este lado de Mistral y de mostrar no solo sus aspectos sensibles sino también
su fuerza, claridad y convicción para hacer ver las necesidades del país y el
continente con ojos tanto de local como de extranjera.
A pesar de incluir textos clásicos de la prosa mistraliana, publicados
previamente en otras antologías temáticas de la poeta, es destacable observar
cómo el criterio de selección de Pérez y la forma en que estructura el libro
priorizan dar una imagen global de los intereses y formas de expresión de
Mistral más que centrarse en un tema específico. Así, el antologador define
la presentación de estas 50 prosas de acuerdo a tres ejes, cada uno de ellos
en tensión consigo mismo. De este modo, propone
a)
Mostrar textos representativos de la variedad temática que abarca Mistral,
a la vez que dar cuenta de aquellas preocupaciones recurrentes a través
de toda su obra.
b)
Exhibir la búsqueda estilística de Mistral al tratar los temas desde
distintas perspectivas —ensayo, periodismo y poesía—, manteniendo a
la vez la unidad propia del vocabulario y las expresiones que hacen tan
propia su escritura.
c)
Mostrar textos que al mismo tiempo sean espejo de la historia, como
referentes actuales de necesidades aún no satisfechas.
Si bien en principio el criterio de selección parece contradictorio, existe
finalmente una marca perceptible para la totalidad, que es la deformación
profesional de Gabriela Mistral: su vocación pedagógica. Esta inclinación, que
se halla explícitamente expuesta en la definición de sus “durotiernos” recados,
mantiene dos vertientes: la crítica y el ejemplo. El cariz educativo de su prosa,
se expresa por un lado en la denuncia constante que hace Mistral de las
realidades de Chile y América — junto a la propuesta de soluciones concretas
para establecer cómo “debiesen ser” las cosas—, y por otro, en su tenaz deseo
de mostrar a los chilenos y americanos el valor de su propio suelo.
Es decir, por una parte, la constante de la selección presentada es sacar
la vida de lo inerte, hacer saltar la fecundidad del país y de la gente aun en
medio de la sequedad física o espiritual del terreno. Como lo manifiesta en
Ruralidad Chilena, el espíritu de su tierra natal es el que le ha forjado la fe
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en la posibilidad del crecimiento: “donde el elquino halla tres dedos de greda
aunque sea mala, y posibilidad de agua, allí pone lo costoso o lo fácil: durazno,
o vides o higueras” (106).
En este sentido, Mistral marca su aspiración a la vida y vincula la cultura
con su étimo: el cultivo. Es por esto que señala la vida del agro como origen
de toda sociedad civilizada:
Donde la tierra es bárbara de matorral ciego y de
peñascos; está bárbaro el hombre […] El campesino
es el hombre primero, en cualquier país agrícola;
primero por su número, por su salud moral, por la
noble calidad de su faena civil, sustentadora de
poblaciones y el primero, principalmente porque ha
domado el suelo, como el curtidor de pieles y lo
maneja después de cien años con una como dulzura
dichosa. (11)
Esta búsqueda de la vida en medio de la sequía o la falta de vitalidad
se expresa aun en exhortaciones que no se relacionan con el agro. Como por
ejemplo, su exaltación a las personas que remueven y vivifican al ambiente
cultural nacional y americano. Es por esto que su alabanza a Neruda se hace
tan expresiva, pues nos hace salir de “la chilenidad [que] aparece en las
antologías seca, lerda y pesada. Neruda —señala— hace estallar en Residencia
unas tremendas levaduras chilenas que nos aseguran porvenir poético muy
ancho y feraz”. En la semblanza que hace de Camilo Henríquez, por ejemplo,
descubrimos nuevamente ese llamado a la pasión por comunicar ideas que va
contra el blanderío del periodismo americano de su tiempo. En la definición
de su estampa podríamos reconocer a la propia autora mostrando admiración
por características que posee en forma propia: “sencillo, generoso y testarudo,
como los campesinos lo son, cuando cabalgan letras”. Entre otras cosas,
destaca a Henríquez por “una avidez de leer, pero por sobre todo, de hacer
leer a su pobrecita gente” que es precisamente la misma tarea a la que ella
se aboca: escribir “para que escriban otros”, como señala en La raza triste.
Plantea su escritura como un primer abono del terreno en que labrarán las
generaciones venideras.
Por otra parte, la selección permite captar mejor la prosa poética de
Gabriela Mistral, con descripciones de elementos concretos que colocan nombre y descripción —cual nominación adánica— a los objetos a los que no se
presta atención en la vida cotidiana. De esta forma, el pan, el agua y el cántaro
de greda tienen su lugar en la literatura chilena y pueden constituirse como
referentes posibles. Existe en este tipo de escritura una voluntad de dar voz,
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de prestar imágenes a nuestra extranjerizada realidad chilena y americana. Por
medio del trabajo de Mistral es posible que para describir una araucaria no
sea ya necesario compararla con el referente del pino europeo.
Y esta intención constructora de arraigos de Mistral está señalada en
forma explícita en la introducción a Lecturas para mujeres, que también se
incluye en esta antología. Pues si bien ella se da cuenta de que “la indigencia
que nos hace vestirnos con telas extranjeras, nos hace también nutrirnos
espiritualmente con el sentimiento de las obras de arte extrañas” (55), también
realiza un trabajo constante para desarrollar aquella “otra forma de patriotismo
que nos falta cultivar [que] es esta de ir pintando con filial ternura, sierra a
sierra y río a río, la tierra de milagro sobre la cual caminamos” (58). Y así,
aun comparando la cordillera de los Andes con los pétreos monasterios
medievales, Mistral genera una descripción para la realidad americana que
amplía los referentes clásicos y nos permite conocer y dimensionar mejor el
valor de nuestra tierra.
De esta forma, Mistral va sugiriendo aquellas cosas que los lectores
debiesen hacer, como si desde la lejanía estuviese mandando tarea a sus
alumnos chilenos. Ella misma acepta también el desafío de proponer alternativas para mejorar desde su escritura el mundo. En este sentido, ella trabaja
para los que vendrán después, desde la generosidad de dar “a los que vendrán
lo que no recibimos” (88).
50 prosas en El Mercurio constituye una nueva labor de difusión de
la producción en prosa de Gabriela Mistral, la mayoría de las veces ignota para
“el gran público” chileno, que no conoce a la autora más que por los “Piececitos de niño” y las rondas infantiles. Si bien se echa de menos que las notas
fuesen más explícitas al poner en contexto la producción y el ambiente político
para cada uno de los textos, la ventaja de esta antología está en que al pasearse
por todos los temas y estilos de Mistral, es posible establecer una visión
acertada de las que fueron sus convicciones y su vida.
Como bien dice Grínor Rojo, es necesario “abrir de par en par las puertas
del rancio aposento en el que todavía se guarda su palabra poética”. En prosa
la voz de Mistral toma un tono distinto, que permite reconocer su figura como
mujer adelantada a su tiempo.
Magdalena Infante
Licenciada en Letras U.C.
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