aporte del mundo del trabajo a la vida religiosa

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JOSÉ MARÍA CASTILLO
APORTE DEL MUNDO DEL TRABAJO A LA VIDA
RELIGIOSA
Aporte del mundo del trabajo a la vida religiosa, Testimonio 128 (1991) 5-13
Hace unos años la cuestión se formulaba a la inversa: ¿qué puede aportar la vida
religiosa al mundo del trabajo?. ¿Por qué esa inversión? ¿qué ha ocurrido? Pues que las
cosas han cambiado. La crisis de las instituciones religiosas, por una parte, y la
creciente maduración del laicado, por otra, hacen que hoy todos tengamos que aprender
de todos. En especial de las mujeres y hombres que pertenecen a esa porción más dura y
sacrificada del laicado, integrada en el mundo del trabajo. Me atrevo a afirmar que el
futuro de la vida religiosa depende del hecho de que las religiosas y religiosos seamos
capaces de aprender de los seglares y muy especialmente de los trabajadores. Ellos
constituyen una fuente de inspiración evangélica de la que tienen que beber todos los
que quieran optar por una vida religiosa auténticamente cristiana.
Fundamentalmente el mundo del trabajo aporta a la vida religiosa realismo y rebeldía.
Antes de explicar lo que estas dos cosas entrañan, hay que hacer una observación
previa. No se trata de eliminar la dureza de la vida religiosa. Y mucho menos de
"aseglarar" a las religiosas y religiosos. Sino justamente de todo lo contrario, o sea, de
vivir las renuncias evangélicas propias de la vida religiosa en toda su radicalidad, con
todo su profundo sentido y sin las mitigaciones que nosotros, acaso insensiblemente,
hemos introducido en ella. De esto se trata.
I. REALISMO
¿Llamamiento ascético a la propia renuncia?
Ante todo, hay un cambio de perspectiva. Cuando los antiguos monjes leían en la Biblia
aquellas palabras "Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad los peces
del mar, las aves del cielo y todos los vivientes que reptan sobre la tierra" (Gn 1,28), las
entendían como un llamamiento a dominar los propios apetitos: el hambre, el sueño, la
sexualidad, etc. Se trataba, pues, de un llamamiento a la ascética, a la propia renuncia,
como valor en sí. Y todo esto con vistas a la perfección propia, que consistía
esencialmente en liberar al espíritu de la carne.
Sentido positivo y creador del mandato de Dios
Hoy esto se entiende de otra manera. Las palabras del Génesis se leen en clave positiva:
como el llamamiento a una responsabilidad, a la tarea de dominar la naturaleza
mediante el trabajo y la acción, colaborando con Dios en el perfeccionamiento del
mundo. No se trata tanto de dominar las propias pasiones como de dominar la
naturaleza mediante el trabajo creador de bienes y de riqueza, para servicio de todos los
hombres.
JOSÉ MARÍA CASTILLO
¿Cómo vivir los votos con mayor radicalidad?
La lectura "ascética" del mandato divino ha estado en vigor en la vida religiosa hasta
hace relativamente poco tiempo. De ahí que toda la vida se enfocase ascéticamente. No
sólo la oración y la mortificación, sino el trabajo, el descanso, la convivencia, todo
estaba marcado por el sello de la ascesis. También, naturalmente, los votos religiosos.
Se comprende la falta de realismo e incluso las contradicciones en las que se incurría.
Por ejemplo, respecto al voto de pobreza que hace el religioso. El ingreso en religión
suponía para muchos un ascenso en el status social y una elevación en el nivel de vida.
Dado que el religioso necesitaba paz y silencio para darse a la vida de oración, las casas
religiosas se construían lejos del mundanal ruido, donde a veces sólo puede vivir la
gente rica. A los religiosos se les ahorraban a menudo las mil incomodidades de vivir en
un barrio popular. Todos recordamos las tensiones que hubo en los institutos religiosos
cuando a los jóvenes se les ocurrió la peregrina idea de ir a barrios populares y de vivir
como todo el mundo. A algunos se les antojó eso un peligro para la vida religiosa.
Como si ésta tuviera que parecerse más a la vida de los ricos que a la de los pobres.
Luego está la seguridad económica. Normalmente los religiosos poseen bienes, a veces
cuantiosos. Esto entrañaba la curiosa paradoja de que un individuo que hacía voto de
pobreza, por eso mismo, adquiría una seguridad económica que muy pocas personas
pueden permitirse en esta vida. En este punto, la situación no ha cambiado gran cosa.
Otro ejemplo todavía. Lo más frecuente es que los religiosos trabajen en obras propias.
Esto tenía y tiene, a menudo, consecuencias respecto a horarios y a rendimiento en el
trabajo. Se daba el caso de que, mientras la gente normal, sobre todo en las grandes
ciudades, tenía que hacer molestísimos desplazamientos para ir al trabajo, muchos
religiosos y religiosas no tenían casi ni que salir de la habitación para encontrarse en su
puesto de trabajo.
Se comprende hasta qué punto el mundo del trabajo puede aportar a la vida religiosa
aquella dosis de realismo que le haría vivir su voto de pobreza con más autenticidad y
mayor exigencia. Y lo propio habría que decir de la obediencia y de la castidad.
Respecto a la obediencia, es evidente que muchas veces los trabajadores tienen que
soportar el autoritarismo y la arbitrariedad de jefes y patrones, que nada tienen que ver
con los superiores religiosos más exigentes. Sé muy bien que el jefe y el patrón están
situados en la órbita del trabajo y no invaden otros ámbitos de la vida. Pero no es menos
cierto que las situaciones que tienen que soportar, a menudo, los trabajadores superan,
con mucho, la dureza que puede conllevar la vida religiosa. Y desde luego, muchas
empresas no le aguantarían a un individuo lo que, a veces, se aguanta en los conventos a
determinados sujetos. También en esto, el mundo del trabajo nos enseña un realismo
que, no raras veces, nos falta.
Es evidente que el voto de castidad impone a las religiosas y religiosos unas renuncias
muy fuertes. Pero quiero fijarme ahora en otro aspecto de la cuestión. La vida de familia
constituye ciertamente para el trabajador una fuente de enormes satisfacciones. Pero
también es el origen de renuncias y sacrificios, que muchas veces no advertimos. La
vida de pareja no consiste en el disfrute de algo que al religioso y al sacerdote le está
vedado. Esa manera de concebir la sexualidad es falsa. Porque la vida de pareja exige
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una apertura al otro, una fidelidad y un equilibrio emocional que, a veces, no se dan en
los célibes. No es infrecuente la crítica de que los religiosos llevamos, a veces, una vida
de solterón, con todo lo que entraña de egoísmo y seguramente también de soledad.
Muchos se han acostumbrado a esa vida y así les va. Pero no se han preguntado por las
renuncias que impone la vida de pareja y la vida en familia. También aquí el realismo
del mundo del trabajo tiene mucho que aportar.
No, a las escapatorias ascéticas; sí, al realismo de la vida
La interpretación "ascética" de la vida religiosa está, pues, expuesta a contradicciones
manifiestas. Sobre todo por lo que respecta al voto de pobreza, en sus implicaciones en
la vida de trabajo y, en general, en lo que podríamos llamar la profesionalidad. En esto,
el religioso tiene mucho que aprender del trabajador, especialmente del asalariado: la
dureza de su vida y de su trabajo, la escasa recompensa que por él recibe, la inseguridad
del que puede quedar cesante cualquier día, su condición social y tantas otras cosas por
el estilo constituyen una lección constante para la casi totalidad de los religiosos. Y esto
sin contar con que la inmensa mayoría de los trabajadores viven en países del tercer
mundo donde sus condiciones de vida y de trabajo son todavía muy inferiores.
La vida consagrada ha de ser más coherente y más exigente. Para esto, urge eliminar las
escapatorias ascéticas, a las que los religiosos solemos ser bastante proclives: en
nuestras viviendas, en nuestro trabajo, en nuestra economía, en el mundo con el que nos
relacionamos y con el que nos dejamos de relacionar, en casi todo lo que constituye
nuestra vida diaria y concreta.
II. REBELDÍA
Rebeldía contra toda clase de injusticias
Por fuerte que parezca, es la palabra que hay que utilizar. La rebeldía de que aquí se
trata no tiene que ver con el voto de obediencia. Se trata de la rebeldía contra toda clase
de injusticia, concretamente contra la injusticia social. En esto, los religiosos hemos de
ser intransigentes y, en este sentido, verdaderos rebeldes. Y esta es la segunda gran
lección que nos da el mundo del trabajo. Porque la historia del movimiento obrero es la
historia de la rebeldía contra la injusticia.
La vida religiosa ha sido, por lo general, conformista y ha vivido en paz con el sistema
establecido. Normalmente los religiosos han sido personas "de orden". Sí han
protestado. Pero cuando alguien se ha metido en sus colegios, con sus instituciones, con
sus privilegios. Pero no han gritado igual cuando alguien se ha metido con los
trabajadores o los ha explotado. Cierto que, desde hace algunos años, se nota una
sensibilidad distinta en muchos religiosos, sobre todo en América Latina. Pero pienso
que queda todavía mucho por andar.
La utopía: crítica y búsqueda
JOSÉ MARÍA CASTILLO
En el fondo es un problema de utopía. El movimiento obrero ha sido utópico. Y de ahí
sus logros. El pensamiento conservador se ha empeñado en demostrar que la utopía es
lo imposible: pura ensoñación. Pero ha y que afirmar que esto es pura ideología y
además falsa. Según M. Horkheimer, la utopía tiene dos componentes: por una parte,
representa la crítica de lo existente; por otra, la propuesta de lo que debería existir. La
utopía comporta, pues, la crítica del sistema vigente y la búsqueda de algo nuevo, de un
espacio en el que puedan coexistir libertad e igualdad. Entre los sistemas actuales, unos
fomentan la libertad de tal modo que surgen tremendas desigualdades, otros se empeñan
(o se han empeñado) en imponer la igualdad a costa de la libertad. Partiendo de esta
constatación, se comprende fácilmente el sentido y el alcance de la utopía. Ella es crítica
respecto a los sistemas existentes y afanosa en la búsqueda de un orden nuevo en el que
se dé un equilibrio entre libertad e igualdad. Según esto, utopía es la aspiración hacia
una forma dé convivencia en la que se implante, efectivamente, un orden de vida
verdaderamente razonable y justo. Esto implica el deseo y la búsqueda de una sociedad
digna del hombre. No se trata sólo del deseo que todos tenemos de que las cosas vayan
mejor. Sino de una actitud decidida, que ha de traducirse en planes y proyectos
concretos que critiquen la realidad presente y ofrezcan modelos alternativos.
¿Para qué sirven las utopías?
La respuesta es, en principio, sencilla: la utopía es un agente de cambio que anticipa el
futuro y que, por esto, mantiene viva la esperanza. La utopía cumple, pues, tres
funciones:
1. Como protesta contra la situación presente, la utopía se niega a adaptarse al sistema.
Esta función la realizan generalmente los grupos sociales económicamente explotados o
los marginados de todo tipo (lengua, raza, cultura).
2. La utopía es también prospección de las posibilidades no realizadas en la sociedad. Es
tarea suya proyectar el desplazamiento del presente hacia el futuro.
3. La utopía es exigencia impaciente de realizar ya esa sociedad libre de toda
constricción en la que definitivamente reine la justicia y la convivencia.
La relación entre utopía y sistema no es fácil y, a veces, resulta extremadamente
problemática. Porque el sistema es lo que existe y la utopía lo que debería existir.
Porque el sistema es lo práctico y concreto y la utopía el deseo y acaso el sueño. Y
sobre todo, porque el sistema es orden y orden que tiende a perpetuarse. Y de ahí la
resistencia al cambio, representado por la utopía.
Si en la historia ha habido cambios es porque ha habido utopías
Estas reflexiones sobre la utopía ayudan a comprender por qué, con tanta frecuencia, los
institutos de vida consagrada no se han distinguido por su rebeldía contra las injusticias
del sistema. En realidad, la vida religiosa ha sido poco utópica y, en algunos casos, ha
llegado a ser profundamente anti-utópica. Esto resulta sorprendente, si se tiene en
cuenta que la vida religiosa se basa en el mensaje de Jesús, que es precisamente utópico.
Pero, al primar la línea ascético- individualista, se ha desatendido lo utópico.
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Y no obstante, la utopía es el motor de la historia. ¡Desgraciada la sociedad en la que no
florecen las utopías! Porque ellas son las que hacen posible la esperanza. Y gracias a
ellas se promueven los cambios. Así lo constatamos en los logros del movimiento
obrero. Pero hay que insistir en que, si la utopía se ha hecho realidad en muy distintos
contextos, ha sido por la enorme dosis de rebeldía que ha existido en el mundo del
trabajo. En este sentido, cabe afirmar que el aliado natural de las situaciones de
injusticia es la resignación. Los pueblos y los grupos que se resignan a su situación
están condenados a vivir en la miseria. Ha sido un gran economista, J. K. Galbraith, el
que ha afirmado que la causa principal de la miseria en la India es la resignación
religiosa. Entendámonos. Hay males ante los que no cabe sino la aceptación. Son males
enteramente inevitables. Pero la inmensa mayoría de los males, en todo o en parte,
dependen de nosotros. Y por esto la rebeldía ha de ser la actitud fundamental del que
quiere ser hombre de Dios, colaborador en su obra creadora.
Es justo, con todo, reconocer que en la historia de la vida religiosa ha habido muchas
mujeres y hombres que han vivido profundamente la utopía y se han rebelado contra
toda clase de injusticias. Baste recordar a las religiosas y religiosos que, en la historia
reciente de América Latina, han dado su vida o la han expuesto a riesgos gravísimos,
porque no han transigido ni transigen con la injusticia. Ellos han aprendido
humildemente la gran lección que sobre el sentido utópico de la vida nos da el mundo
del trabajo. Y así nos pueden enseñar el camino.
Conclusión
Nos quejamos de falta de vocaciones. No es justo achacarla a falta de generosidad de los
jóvenes, de los que no pocos hoy día prestan servicios de todo tipo en el Tercer Mundo
y en países en conflicto. A mi juicio, la vida religiosa, en su globalidad, ha perdido el
atractivo que ejercía sobre las generaciones jóvenes precisamente porque le falta
realismo y rebeldía. Y hoy los jóvenes son particularmente sensibles a estos dos valores.
Si los viesen claramente reflejados en la vida religiosa, no pocos de ellos volverían a
abrazarla.
Lo que, en definitiva, nos falta es una mística más radical y más coherente. Una mística
que nos impulse a vivir como los más pobres y con los más pobres. Una mística que sea
un grito de rebeldía frente a tanta injusticia como sufren hoy los pobres. El día que los
religiosos nos distingamos por esta mística, este día nuestra forma de vivir volverá a ser
atractiva para las generaciones jóvenes. Ese día la vida religiosa habrá reencontrado su
identidad.
Todo esto no es oportunismo. Es fidelidad al Evangelio. Porque el Evangelio es
cercanía realista a los más pobres. Y es rebeldía frente a las injusticias. Ese fue el
destino de Jesús. Y ese debe ser también el nuestro, si es que estamos sinceramente
dispuestos a seguir al Señor.
Extractó: ENRIQUE ROSELL
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