Acompañamiento vocacional personal

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Acompañamiento vocacional personal
(De ÓSCAR CANTONI)
Introducción
Para cualquier cristiano la aventura más
fascinante y lo que más le interesa, pues de
ello depende la realización de la propia existencia, es llegar a descubrir la propia vocación, no como resultado de la iniciativa personal, sino como respuesta a la llamada de
Dios. El bautizado acoge siempre con estupor y gratitud el plan de Dios sobre él, que le
caracteriza en lo más íntimo y auténtico de sí.
Un vivo sentido de admiración suscita en el
corazón del creyente la alegría de poder reconocerse como hijo amado del Padre y por
esto mismo único entre todas las criaturas,
dentro del curso de la historia y en la sinfonía del mundo.
Desde una libertad interior cada vez más
profunda, cualquier vocación personal es
efectivamente una llamada a ser plenamente
consciente del designio amoroso de Dios que
manifiesta a cada uno el significado de su
existencia para llevarlo a la libre aceptación
del proyecto a que ha de dedicarse como
contribución personal a la historia de la salvación, a partir del discernimiento y de la
plena comprensión del propio ‘nombre’1.
En la experiencia bíblica el nombre -por
nada casual- de cada persona encierra el misterio de la entera existencia. El nombre es la
clave en que se funden gracia y tarea, llamada
de Dios y compromiso responsable del hombre, don de amor pero también proyecto por
construir. Para un cristiano la vocación recibida en el bautismo es la llamada a realizar el
‘propio’ nombre, o sea, su humanidad, preciosa e irrepetible, revistiéndose de Jesucristo,
el hijo predilecto del Padre en el que Él se
complace (cf. Lc 3,22).
Mediante un camino de progresiva conformación con Cristo el bautizado aprende a
renunciar a los propios deseos para acoger la
acción de Dios en él. Escrutando los signos
del Espíritu, el bautizado llegará, en una acti1
Debe entenderse nombre en sentido bíblico. Es Dios
el que “nombra” a una persona y le asigna una misión.
Nombre y misión van íntimamente unidos.
tud de humilde escucha, a reconocer en sí y
en su entorno la voluntad de Dios. Ésta se
manifiesta a través de su personalidad característica, en el camino de la fe vivido, a través
de los dones recibidos, los avatares que lo
han marcado de cualquier modo, el ambiente
y las personas significativas con que se ha
relacionado, etc. Descubrirá que su vocación
está ya presente en él, aunque sólo un día
llegue a constatarlo, después de haber discernido pacientemente.
La madre Iglesia dispone del acompañamiento vocacional para conducir progresivamente al hijo de Dios a la plena libertad del
amor, para ayudarlo a nacer a su auténtico yo,
al margen de sus heridas y resistencias, mediante la promoción de sus características
personales y la riqueza de los dones que posee. Ofrece el acompañamiento a cuantos se
encuentran en la edad privilegiada de las elecciones fundamentales de la vida y están buscando su vocación específica para llegar a ser
lo que están llamados a ser según las expectativas divinas.
1. ¿Qué es el acompañamiento vocacional?
El acompañamiento vocacional personal es
una ayuda ofrecida a quien busca su propia
vocación y comprende que ésta no es fruto de
una ocurrencia ni exclusiva iniciativa personal, sino obra de Dios. Es un servicio que se
ofrece al que se pregunta cómo descubrir en
la propia historia el plan de Dios, cuáles son
los signos para tomar una determinada orientación y con qué medios poder actuar la llamada, una vez intuida y acogida como camino para la propia felicidad. De hecho Dios
llama al hombre y desea exactamente esto: su
felicidad. El acompañamiento vocacional es
un itinerario espiritual y pedagógico: se trata
de ayudar a acoger la acción del Espíritu
Santo en la vida del discípulo del Señor dentro de la comunidad cristiana, para que el
llamado aprenda a ser dócil a su acción sin
contristarlo (cf. Ef. 4,30), y llegue no sólo a
reconocer la voluntad de Dios, sino también
Acompañamiento vocacional personal
a desearla hasta el punto de elegirla personalmente después de haberla amado.
Al mismo tiempo, a través del acompañamiento vocacional, la persona se ve sostenida
en el crecimiento en humanidad y en madurez espiritual, según su propio ritmo, de modo que pueda corresponder su respuesta a la
acción de Dios. Por mediación de uno o más
educadores la comunidad cristiana, animadora de todas las vocaciones y responsable primera de cada una de ellas, ayuda al bautizado
a progresar en la fe hasta estructurarse de
modo estable dentro de una concreta fisonomía vocacional como respuesta a la llamada de Dios.
La Iglesia, en el ejercicio de su maternidad,
por el acompañamiento vocacional promueve
en cada cristiano las condiciones para un
progresivo desarrollo de la fe, que permita
manifestar en la historia de hoy las incalculables riquezas de Cristo (Ef 3,8), en una elección de vida bien determinada, germinada
por la gracia del bautismo y enriquecida por
los otros sacramentos de la iniciación cristiana. El acompañamiento vocacional es una
propuesta educativa de la comunidad cristiana para que el bautizado esté en disposición
de testimoniar ante el mundo incrédulo actual, a través de su específica vocación, los
signos de la radicalidad evangélica, vividos de
forma estable, en la vida ordinaria de una
persona.
El mundo actualmente necesita experimentar con particular elocuencia la perfección del
amor, o sea, cómo es posible mantener la
fidelidad hasta el fin, cómo se puede expresar
la fecundidad espiritual más allá de los lazos
de la carne, o, simplemente, cómo la pobreza
es vivida para lograr una efectiva solidaridad
con los hermanos.
Estos valores evangélicos, que manifiestan
inmediatamente la presencia del reino de
Dios entre nosotros, son vividos por aquellos
que quieren seguir a Jesús, y cada cual los
proclama en su camino, bien sea en el del
matrimonio o en el de la virginidad por el
reino.
El bautizado (adolescente o joven) que vive
dentro de la comunidad cristiana experiencias
comunitarias de fe (como las celebraciones
litúrgicas, los encuentros catequéticos o mo-
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mentos de educación en la caridad) encontrará en la orientación vocacional personalizada
la modalidad específica para llegar progresivamente a conformarse a Cristo, hasta llegar
a la estatura de un hombre maduro en la
medida que conviene a la plena madurez de
Cristo (Ef 4,13), y será capaz de expresar de
forma permanente, siendo dócil al Espíritu
Santo, los frutos que manifiestan la plena
fidelidad a Cristo Señor (cf. Gal 5,22).
En el seguimiento de Cristo descubrirá
cómo su vida adquiere plenitud de significado y se sentirá testigo de su presencia en el
mundo, justo a partir de los dones que él
habrá dejado resaltar, orientándolos no a su
favor, sino en beneficio de todos.
2. ¿Por qué es necesario el acompañamiento vocacional personalizado?
Todo bautizado, que ha llegado por la gracia a ser hijo de Dios y discípulo del Señor
Jesús, normalmente no llega de por sí a percibirse como hijo confiado al Padre, ni puede
comprender por sí mismo que el auténtico
fundamento de su existencia es el llevar una
vida filial en las relaciones con el Padre y una
vida fraterna en sus relaciones con las personas; por esto mismo necesita un guía. Aprender a ver en toda realidad y en todo acontecimiento el misterio de Dios así como leer en
esta visión todas las expresiones más humanas y racionales de la persona, confiar que
Dios no permitirá nada que no sea lo verdaderamente bueno, todo ello es fruto de una
educación, lenta y progresiva, en la fe, que
exige una constante purificación del corazón
y de los sentidos.
El Señor hace crecer en el bautizado el espíritu filial. Por este don el bautizado se confía cada vez más al Padre y se deja guiar por
el Espíritu Santo, por cuyo medio va a buscar
‘no lo que es mejor o más virtuoso en sí, sino
aquello a lo que el Espíritu lo empuja concretamente; aquello que el Espíritu le pide en
aquel preciso momento: nada más, pero también nada menos. El bautizado sabe escuchar
al Espíritu, vive libremente inserto en esta
longitud de honda y es capaz de comprender
los signos del Espíritu, dócil a su gracia’
(Louf, 1990).
Acompañamiento vocacional personal
El acompañamiento vocacional se ofrece
entonces a cada creyente como una ocasión
para buscar no el propio proyecto de vida,
sino la voluntad de Dios sobre él. Este se
descubre no inmediatamente, sino en un
camino de docilidad interior, de confianza en
el Señor y de purificación de cuando impide
ser lo más semejante a Él. Por consiguiente,
exige un empeño para llegar a ser interiormente libres desasiéndose de los condicionamientos mundanos que impiden ser auténticos hijos del Padre.
El acompañamiento vocacional intenta llevar al sujeto a que tome conciencia de que
todas las coordenadas vitales (historia familiar, educación recibida, personas significativas encontradas, experiencias de sufrimiento,
etc.) son medios dispuestos por Dios para
ayudarlo a ser hijo. Tomará así conciencia,
dentro de una vocación precisa, de poder
actuar la llamada a ser conforme a las esperanzas del Padre, según el designio de amor
que Él ha pensado para él y a través de las
cuales él podrá llegar a ser él mismo. Al mismo tiempo, el acompañamiento vocacional
dejará emerger todas las resistencias que se
oponen al proyecto del Padre, toda la desconfianza e incuria que el sujeto pone en
aceptar y actuar el proyecto de Dios para la
propia vida, y promover, por tanto, aquellas
características que lo ayudan a expresar de
forma plena la alegría de ser hijo, amado por
siempre, portador de un ‘nombre’, cuya realización manifestará la gloria del Padre.
3. ¿Por qué se propone el acompañamiento
vocacional?
Para que la comunidad cristiana pueda
acompañar a un creyente en la búsqueda de
su vocación, es necesario contar con un guía
(sacerdote, religioso/a, laico/a) dispuesto a
sostener, al menos durante un determinado
periodo y diligentemente (no de forma esporádica y ocasional) a un adolescente o a un
joven. Es tarea del acompañante ayudarle a
que tome conciencia de su camino y a entrever los signos de la llamada de Dios en su
propia historia, las situaciones objetivas que
ralentizan su crecimiento, el crecimiento
positivo en el periodo de la vida por que
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atraviesa, como también las posibles resistencias.
El guía será un discípulo del Señor, prudente y al mismo tiempo con capacidad de
enternecerse, con suficiente firmeza y que
conozca no sólo teóricamente, sino por experiencia directa, por una parte no sólo los
ritmos de la gracia y las mociones del Espíritu (el actuar de Dios cuando visita al hombre,
las condiciones y modalidades con que Él
sale al encuentro de sus criaturas...), sino
también por otra los dinamismos de la persona que llevan al sujeto a dar el propio consentimiento a la acción de Dios y a colaborar
dócilmente con su voluntad.
El guía además debe ser una persona de
confianza, elegida libremente por el sujeto,
quien reconoce en ella una persona prudente
y madura, capaz de ayudarlo a crecer fielmente en el plan de Dios, dispuesta también a
desalojar del llamado los ídolos o expectativas mundanas que manifiestan que uno se
busca a sí mismo reafirmándose en un proyecto de vida autónomo desligado de la lógica evangélica del don.
El guía, aún más, debe ser una persona interiormente libre de sí misma y de los propios puntos de vista, que no cultive, en vez
del sujeto, proyectos vocacionales que satisfagan su propio interés más que el verdadero
bien del que es llamado.
Correría el riesgo de conducir al discípulo
por los propios caminos en vez de por los de
Dios. Al contrario, es necesario que el guía
sea dócil a las llamadas del Espíritu, sepa
interpretar los signos en plena gratitud, sin
ser obstáculo con los propios puntos de vista,
a la acción de Dios en el sujeto y a su respuesta responsable y profundamente personal.
4. La edad del acompañamiento
Un guía, de ordinario, acompaña en su vocación a una llamado desde los años de la
adolescencia hasta la juventud. Normalmente
es éste el tiempo en que un bautizado, descubriéndose amado del Padre, se pregunta sobre
el modo de manifestar establemente su dignidad filial, recorriendo las huellas del Señor
en su seguimiento.
Acompañamiento vocacional personal
El muchacho y el joven, antes de disponerse a emprender un camino vocacional específico, debería poder experimentar desde el
mismo principio las bases comunes de la vida
cristiana en el camino ordinario de la propia
comunidad cristiana. Es, sin embargo, la
juventud el momento en que la persona llega
a comprender que la vida se hace bella sólo si
se vive para donarla; que el seguimiento de
Cristo consiste en encarnar en la propia existencia su misma lógica de solidaridad, de
servicio, de acogida gratuita del otro y de
confianza incondicional en el Padre. En el
origen de toda elección cristiana de vida, a
imitación de Cristo, ejemplo permanente de
obediencia amorosa a la voluntad del Padre y
de donación total, está la libre y responsable
decisión de donarse a sí mismo, mientras al
mismo tiempo se nos educa para eliminar las
fuerzas contrarias como el afán de poseer, el
dominio del otro, la afirmación del propio
yo.
La juventud es la cumbre de un camino
educativo en que el bautizado, habiendo
aprendido a leer su propia historia como un
diseño de amor, en que Dios ha tenido la
iniciativa, decide con plena libertad responder personalmente al amor de Dios. Mediante el sacramento de la Confirmación, don de
Dios que perfecciona al cristiano y al apóstol,
acaece la apropiación de las elecciones evangélicas, consideradas como las columnas sustentadoras de la existencia. De aquí la consiguiente elección personal del seguimiento de
Jesús a través del don de sí para la realización
del reino de Dios.
Sobre la longitud de honda de esta tensión
que hace de la vida y de las propias facultades
humanas y espirituales el instrumento para
seguir a Jesús, se accede al matrimonio, sobre
el que se funda la familia cristiana y constituye el modelo y signo del amor fecundo y fiel
de Dios por su pueblo y testimonio del amor
de Cristo a la Iglesia, su esposa. Esta misma
tensión mueve la respuesta de aquellos jóvenes a los que Cristo lanza la invitación a disponer su juventud a una colaboración directa
con él en el sacerdocio ministerial y en la vida
consagrada.
La acogida de estas vocaciones especiales
subrayan en el que es llamado la elección de
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su entrega exclusiva al Señor, amado por sí
mismo, convirtiéndose así en signo del Reino
y del mundo nuevo, “en el que todos establecerán relaciones totalmente universales y
profundamente personales al mismo tiempo”.
Decidirse por una vocación específica supone haber llegado a una cierta madurez
humana, afectiva, psicológica y espiritual, por
lo que la decisión de una compromiso personal en una determinada vocación es el fruto
maduro de un proyecto cristiano elaborado
progresivamente. En el trascurso de los años,
ya desde la niñez, en las etapas en las que el
niño, y sucesivamente el preadolescente y
después el adolescente, aprende los valores
evangélicos dentro del ambiente familiar y de
la comunidad cristiana a la que pertenece;
experimenta, representadas en torno a sí, las
diversas fisonomías vocacionales encarnadas
por hombres y mujeres, testimonios felices de
su elección que se han convertido progresivamente en modelos significativos de referencia.
La persona (adolescente o joven) que requiere acompañamiento vocacional no debería ser una excepción en la comunidad cristiana, un privilegiado que además de la formación cristiana recibe una ayuda complementaria con miras a sus decisiones futuras.
Si fuese así, se confirmaría la imagen, superada por completo, de una pastoral vocacional
que camina paralela a la pastoral ordinaria,
catequética, litúrgica y caritativa. Por el contrario, todos los adolescentes y jóvenes que
participan en las propuestas de la comunidad
cristiana, desde el momento que celebran los
sacramentos, viven la experiencia catequética
en un grupo constituido por razón de la
edad, y constatan de alguna manera el compromiso activo de caridad de todo el pueblo
de Dios; son llamados a desarrollar su maduración vocacional sobre todo a través de la
dirección espiritual.
La Dirección espiritual, propuesta a todos,
es el lugar más idóneo para una orientación
vocacional, un momento de particular sinceridad en el que el sujeto, liberado de la influencia exterior, incluso de su propio grupo,
se pregunta personalmente y se coloca responsablemente frente a sus elecciones futuras.
Los pasajes arriba descritos, que ayudan a los
Acompañamiento vocacional personal
adolescentes y jóvenes a experimentar en la
vida cristiana ordinaria vivida en comunidad
las diversas formas de seguir al Señor, requieren una continuidad educativa que no tiene
nada de extraordinario, sino que permite
examinar las diversas expresiones de la vida
cristiana en la aceptación de los dones diversos y en el mutuo cambio entre las llamadas.
Es una tarea del que orienta vocacionalmente a un joven ayudarle a que haga síntesis
después de que él haya experimentado dentro
de sí la riqueza de la vida cristiana y esté
dispuesto a compartir sus valores. La vida
cristiana se actúa de hecho en una historia
bien concreta, en la propia, a partir de aquellos subrayes que una persona deja más fácilmente aparecer, fruto de una especial atracción de la gracia, pero también del libre consentimiento del sujeto. Hasta esta meta debe
saber llegar un guía en las relaciones con el
orientado vocacionalmente, para que éste,
finalmente, encuentre en su específica vocación su modo original de ser hijo.
5. Etapas evolutivas de la maduración vocacional
Siendo el acompañamiento vocacional una
camino espiritual, es necesario que el guía
sostenga al llamado y lo ayude a reconocer a
través de él la acción misteriosa, pero eficaz,
del Espíritu Santo que precede, acompaña y
sostiene siempre el empeño de la persona
para que tome conciencia de su vocación,
colabore dócilmente con los requerimientos
de la gracia y acepte siempre un mayor riesgo
en la vida fiándose de la Palabra, que llega al
llamado como si fuese el único destinatario y
como si fuera pronunciada por primera vez.
La vocación se expresa en la copresencia de
dos protagonistas. Al principio está Dios,
que precede siempre al hombre; luego, la
misma persona que, interpelada, acepta responsablemente acoger en la Iglesia y a través
de ésta la invitación de Dios, después de
haber tratado de discernir, en la trama de su
historia personal y en los diversos signos del
ambiente circundante, sobre todo de las personas junto a las que vive, las huellas del paso
de Dios y de su voluntad.
En primer lugar, pues, Dios llama, en su libertad soberana, llegando a cada persona de
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forma única, irrumpiendo en la singularidad
de su historia personal que es siempre historia de salvación. Sólo en segundo término
responde la persona, que decide entrar en el
mundo sin fronteras de la libertad amorosa
de Dios, no sin antes haber superado el
asombro ante la imprevisible llamada de
Dios.
La vocación, por tanto, no es ante todo un
‘fenómeno humano’ (se trataría en este supuesto de una autocandidatura), sino una
llamada divina tan misteriosa que parece
inasible hasta el punto de resultar inviable
todo intento de clasificación.
5.1 La llamada de Dios.- Desde el punto
de vista de Dios, que llama a la persona a
insertarse en su alianza por el bautismo y a
configurarse con Cristo el Señor, el Hijo
amado que entrega la vida por sus hermanos,
mediante los sacramentos de la confirmación
y de la eucaristía, queda dicho que Él hace
percibir a cada uno su llamada de la manera y
en el momento más dispares, a través de situaciones históricas y mediaciones humanas
que él considera oportunas para el sujeto.
Como acaece ordinariamente en la experiencia bíblica a los profetas, Dios hace llegar su
voz amorosa al hombre aun cuando no se le
atienda o no se esté dispuesto a recibirla o se
sienta uno totalmente incapacitado para responder. La llamada, inesperada y no preparada, en cualquier caso gratuita y al mismo
tiempo trastornante, la llamada produce un
vuelco de la vida anterior con un giro de
ciento ochenta grados. Para Dios nada es
imposible: las dificultades del sujeto y la
oposición del ambiente de procedencia no
son nunca tan fuertes que no se puedan convertirse en vehículo por el que Dios puede
revelar su gloria.
5.2 La respuesta de la persona.- El bautizado realiza en su vida la dignidad filial en
uno de los múltiples roles salvíficos, por
medio de la confirmación, que es el sacramento de los carismas y de las vocaciones
cristianas. Bajo la guía del Espíritu, el llamado llega así a la percepción de la propia vocación, a través de la cual Dios Padre lo destina
a ser en el mundo imagen de Jesús, testigo de
su amor hacia los hermanos en el ámbito de
la experiencia de fe (...). Esta percepción
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dinámica de la llamada de Dios y de la sucesiva respuesta del llamado se verifica claramente sobre todo en la historia de los llamados a la vida consagrada o al ministerio ordenado. La llamada de Dios se desvela generalmente así.
- Ante todo se desarrolla un gran estupor
en la persona que advierte ser llamado únicamente porque el Señor inmerecidamente le
ama. Es un tiempo de alegría incontenible,
unida a un temor. El Señor se inclina sobre el
llamado con gestos de gratuita benevolencia
para que advierta su predilección en su propia historia personal, para que palpe que ha
sido elegido por puro amor, no precisamente
por sus méritos ni competencia. El llamado
se dispone así a descubrir su verdadero ‘nombre’, que encierra el significado de su existencia y la misión específica para la cual el Señor
no dejará que le falte su gracia.
- No mucho más tarde, aparece en el corazón del discípulo de Jesús un sentimiento de
desproporción profunda. La conciencia de las
propias limitaciones y culpas, la conciencia
de las propias miserias espirituales, quizá en
un camino de fe sin arrojo privado de compromisos particulares, le lleva a preguntarse
cómo el Señor puede fiarse de él, cómo puede necesitar de su colaboración en el servicio
del Reino.
Cuando persiste la gracia-consolación de
ser, a pesar de todo, amado por Dios Padre
más allá de los propios méritos, el llamado
toma conciencia de, a partir de ahora, tener
que comprometerse ulteriormente en la respuesta personal al amor de Dios, siente el
deber de aumentar los espacios de su libertad,
aprendiendo siempre más a amar según el
corazón del Hijo.
- El sujeto comienza entonces a plantearse
serios interrogantes. ¿Cómo puedo responder
a Quien me ama con un amor tan fuerte y me
lo confirma con gestos de gratuita benevolencia? ¿Qué dones personales podré válidamente ejercitar o hacer fructificar más? ¿Con qué
tipo de servicio podré insertarme en la comunidad cristiana? El llamado se da cuenta
de que seguir a Jesús, más en una vida de
consagración, comporta ya desde ahora hacer
elecciones bien concretas en la propia vida. El
Señor exige desapegos (materiales, afectivos,
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ambientales, etc.) o un nuevo modo de valorar la vida, las personas, los bienes; elecciones
que suenan no más como renuncias sino que
aparecen como consecuencia de haber encontrado en el Señor y en su familia, la Iglesia,
un bien más grande.
- Este tiempo, todavía de indecisión, es una
ocasión que el llamado emplea para imaginar
el propio futuro abierto a las nuevas perspectivas, derivadas de haber experimentado en el
Señor Jesús el propio tesoro más grande, y en
los intereses por el Reino una pasión que
antes era sencillamente inimaginable. Se
abren en este caso nuevos horizontes que
llevan a un nuevo salto en el don de uno
mismo. Será ahora más fácil hacer emerger de
la propia conciencia, con la ayuda del guía
espiritual, los propios carismas, entrever las
disposiciones para darse a sí mismo, que
orientan a un ambiente u otro, o más propiamente a una vida activa o contemplativa,
en un servicio pastoral, o en una inmersión
en el mundo para orientarlo según Dios, en
un testimonio de vida misionera o en un
compromiso de caridad. Son signos que el
Señor no deja que falten nunca por la voz de
sus amigos, principalmente del que guía la
orientación vocacional (...)
- Llega finalmente el momento de la síntesis: es un tiempo preciso, que requiere mucha
atención, que no se deberá demorar demasiado y que, sin embargo, debe dejarse a la plena
libertad del sujeto. De hecho, será él y sólo él
quien podrá al fin manifestar a la Iglesia su
disponibilidad para una formación y un
compromiso en una determinada vocación.
Aun quedando el llamado en una cierta inseguridad de fondo después de cribar las diversas confirmaciones recibidas, debe encontrar
la libertad suficiente para una respuesta personal tan implicante y comprometedora que,
a partir de este momento, toda vacilación,
replanteamiento o replegamiento se convierta
en un volver atrás.
- Generalmente, cuando el llamado acepta
entregar la propia vida en una vocación, expresión de la voluntad de Dios sobre él, aunque ésta quede rubricada oficialmente por la
autoridad de la Iglesia sólo en un segundo
momento, sin embargo desde el primer momento de la decisión una gran paz, un gozo y
Acompañamiento vocacional personal
una serenidad profunda son la confirmación
más inmediata del acierto en la elección a
pesar de los riesgos que pueden entreverse y
el futuro sea todavía incierto.
¿Cómo no reconocer en estos pasajes apenas bosquejados, en los estados de ánimo
descritos, la historia de los “grandes” llamados de que está llena la Escritura? También el
acompañante vocacional casi seguro que ha
pasado por estos momentos para poder llegar
a un decidido sí que, una vez pronunciado,
ha inaugurado una vida nueva. Es necesario
no olvidar este nuestro crecimiento vocacional lento, y a veces doloroso, cuando debemos, como educadores, autenticar el camino
de nuestros hermanos.
6. Criterios objetivos de referencia
Un llamado consigue determinar su propia
vocación (que es la manera como él realiza,
con todo lo que es y hace, la imagen de Cristo), a través de fases sucesivas apenas descritas, como normalmente se perciben a lo largo
del camino de maduración del discípulo del
Señor.
Desde que un joven toma conciencia de
que su existencia es expresión del amor de
Dios sin mérito alguno por su parte, comprende que su vida no puede ser como antes
de caer en la cuenta, sino que se le pide una
respuesta adecuada junto con algunas renuncias. Efectivamente, la vocación exige siempre
una ruptura sin condiciones ni límites prefijados por el llamado: una elección excluye
siempre otras.
El acompañante vocacional se pone, con
discreción y respeto, al lado del llamado para
ayudarle a interpretar los signos que van
acaeciendo, y que Dios no permite que falten,
para conducirlo también, si fuera necesario, a
un sano realismo, de modo que no tome
demasiado en serio sus pensamientos o sus
imaginaciones confundiéndolos con revelaciones divinas. Debe examinarse con cuidado
la sucesión de los pensamientos y la de los
acontecimientos... y no concluir demasiado
apresuradamente que hay una intervención
sobrenatural allí donde quizá no hay más que
una idea que surge del propio inconsciente.
Para poder confirmar la fecundidad del
empeño en buscar la voluntad de Dios para
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poder encontrar la forma vocacional que
mejor se ajusta al llamado, el guía se apoya en
algunas referencias básicas indispensables
para cualquier vocación.
Antes de la vocación específica está la elección bautismal que queda reafirmada con el
sacramento de la confirmación. Las formas
de vocación son diversas, pues dependen de
la distribución de los dones por el Espíritu
Santo, pero las exigencias evangélicas son las
mismas. Cualquier llamado, para no proceder
en vano o para no construirse arbitrariamente
su camino vocacional, debe necesariamente
analizarse con la ayuda de su guía sobre los
siguientes puntos.
6.1 Elementos comunes a todas las vocaciones
a) Una fe ardiente en Cristo.
Ante todo, siendo la vocación una llamada
divina, fruto de una amor personal, es necesario que el bautizado crezca en una fe ardiente
a la persona divina de Cristo y en una confianza absoluta en su amor, para conformarse
más íntimamente con Él y ser cada vez más
dócil a la voz del Espíritu. A través de una
relación amorosa creciente y profundamente
personal, el llamado aprenderá a reconocer en
la plegaria asidua y perseverante y en la escucha prolongada y confiada de la Palabra, a
Jesucristo como el Señor de la propia vida,
presente hoy en la Iglesia, con aquella exigencia de absolutidad que deriva del haber aceptado y acogido su señorío. Sin reconocer el
señorío de Cristo es imposible seguirle, caminando con la mirada fija en Él. El seguimiento consiste exactamente en dejarse atraer
por el Señor Jesús sin encerrarse en los propios proyectos, para abrirse a horizontes más
amplios: a la llamada de Otro y de los otros.
b) Lucha contra los ídolos que surgen
siempre.
De aquí se sigue que el llamado aprenderá a
luchar y a contrastar los ídolos que lo seducen y alejan de la centralidad de Cristo Señor,
de modo que se libre de los condicionamientos mundanos que el ambiente entorno está
proponiendo continuamente; y considerarlos
como propuestas seductoras del ‘hombre
viejo’, que se resiste a morir y que todavía
trata de pervivir en el discípulo del Señor.
Acompañamiento vocacional personal
Los ídolos se manifiestan en la sed de tener
siempre más; en el deseo de aparecer y de
hacerse valer que se esconde en los sentimientos de envidia o de celos de aquellos que
poseen; en la sed del poder que se revela en la
voluntad de dominar a los otros, de imponerse, etc.
c) Una fe que modela la vida, dando sentido a la propia historia.
El guía que acompaña el crecimiento vocacional de un joven tendrá cuidado de verificar
si el conocimiento de Dios (a través de los
momentos litúrgico-sacramentales, catequéticos y caritativos) son de carácter teórico o
sapiencial, por el cual, a través de la escucha
asidua de la Palabra viva, él puede descubrir
la vocación que el Dios viviente le ha puesto
en lo profundo de su ser; el guía tendrá que
verificar si el camino de fe recorrido se manifiesta mayormente como un hecho intelectual, o en cambio está encaminado hacia una
firme personalidad cristiana. Constatará
además el guía si el evangelio es vivido más
como una ‘superposición’ sin que determine
las elecciones subsiguientes, o si más bien el
sujeto se ha dejado modelar por la lógica
evangélica, definiendo así una precisa concepción de la vida, abierta a la elección de
gratuidad y de servicio.
Toda vocación cristiana no es más que la
forma externa de la elección del sujeto de
vivir y de obrar en el mundo con una libertad
siempre creciente como respuesta al amor del
Señor, respuesta que está, sin embargo, condicionada por el grado de asimilación existencial del proyecto evangélico de Jesús: es
exactamente lo que un guía debe saber discernir.
d) Confrontar las elecciones personales con
las de Jesús (La ‘lectio divina’).
A través de la lectura asidua y amorosa de
las Escrituras el llamado madura las disposiciones para adherirse siempre más al Señor
Jesús, para tener los mismos deseos divinos y
para vivir como Él en una donación incondicional de sí mismo.
El sujeto durante el acompañamiento vocacional debe poder experimentar qué incidencia tiene en su vida la elección de Jesús de
vivir en plena fidelidad al Padre y en el servicio a los hermanos, para que la propia elec-
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ción vocacional específica sea el reflejo de la
vida de Jesús, de sus sentimientos de compasión, de generosidad, de abnegación, de la
lógica de servicio, y muestre su participación
en el misterio pascual de Cristo.
Mirándose en la palabra de Dios, sobre todo en la celebración del sacramento de la
reconciliación, el llamado debe ser ayudado
en su vida cotidiana, a tomar conciencia, con
toda humildad, de la distancia y deformidad
de sus elecciones personales respecto a las
exigencias de la Palabra. Esta lejanía, más que
ser un motivo de descorazonamiento, debe
convertirse en una ocasión para un ulterior
lance de disponibilidad, de modo que, con la
gracia de Dios, pueda no sólo captar el bien
como lo propone la Palabra, sino también
elegir con decisión su realización como expresión de su libertad como persona e hijo de
Dios.
e) Sentirse parte activa en la Iglesia.
Porque es en la Iglesia como el cristiano
promueve los dones recibidos poniéndolos al
servicio de los otros en el pleno respeto y en
sintonía con los dones de otros, el guía verificará si el sujeto sabe emplear su capacidad de
amor y de servicio en la vida ordinaria de la
propia parroquia o en otras instancias eclesiales. En las vicisitudes ordinarias y en contacto
con personas que pronto o tarde dejan traslucir su pobreza, aparece si un joven es capaz
de gastarse a sí mismo con plena humildad y
total entrega. Sólo así dará pruebas de que
ama a la Iglesia aun en sus formas “débiles”,
debidas a la fragilidad de las personas que la
componen.
6.2 Elementos característicos para las vocaciones a la vida consagrada y al ministerio
ordenado.
Una vez que se ha verificado que el sujeto
tiene un serio compromiso de vida cristiana
desde el momento en que la elección de ser
discípulo del Señor ha llegado a ser al presente una realidad constitutiva de su personalidad, es tarea del acompañante vocacional
ayudarle a ‘hacerlo verdad’ en sí mismo, antes
de nada analizando a fondo las características
de las diversas vocaciones a la vida consagrada de modo que perciba cuál puede asumir
en su vida porque se siente atraído a ella (por
Acompañamiento vocacional personal
la gracia de Dios) y porque advierte que posee, aunque sea en germen, los rasgos destacados de una de ellas. La confirmación de
esta orientación, que se esclarecerá y se profundizará en un determinado tiempo, la harán en la Iglesia los responsables de la formación. Ciertamente, sólo la Iglesia puede autenticar una vocación después de haber considerado la certeza de la vocación del candidato.
El guía no olvidará nunca que para un llamado lo que cuenta no es vivir indistintamente una u otra vocación; ni pensará en
llevar rápidamente al joven al propio estado
de vida o al que parece responder a las necesidades de la Iglesia o del tiempo, sino ayudará realmente al joven a llegar a ser aquello a
lo que el Señor lo llama, a partir de la propia
realidad personal, de su estructura psicológica, de su historia, de los dones intelectuales
recibidos, etc.
En el discernimiento de las vocaciones de
especial consagración, también en el caso de
la llamada al sacerdocio ministerial, queda
todavía por ver el elemento diferenciante,
primero y fundamental: si en el sujeto está
presente el carisma del celibato, don del Espíritu, al que está llamada a responder la persona, sin creer por ello que la vida cristiana sea
más radical en el celibato por el Reino: el
radicalismo evangélico es, de hecho, único y
exigido a todos.
Si, pues, el discernimiento vocacional lleva
a asumir el carisma del celibato, entonces es
preciso entrar en ulteriores análisis. La vida
consagrada, efectivamente, se desarrolla en
formas variadas que han de presentarse al
candidato, al menos en términos generales,
tanto de la vida religiosa como de los institutos seculares y de otras formas nuevas de
consagración.
Quien se siente atraído por la vida contemplativa debe ser ayudado con mucho cuidado; hay que verificar durante un tiempo
prolongado su intención, discernir si verdaderamente él busca a Dios y si su temperamento y capacidad de relación le permiten
mantenerse en las dificultades de una vida
comunitaria bien detallada y circunscrita, con
total gratuidad y espíritu oblativo.
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Durante el tiempo de discernimiento aflora
claramente si en un joven es la dimensión
misionera la fuerza que subyace en todo su
empeño. En este caso será útil asegurarse que
no se trata de una huida del propio mundo
(familiar o eclesial) en busca de aventura,
sino más bien de un ardiente deseo de anunciar a todos y por toda la vida su experiencia
de fe -y la de la comunidad- en el Señor resucitado.
Puede ocurrir que el empeño de animación
pastoral en la iglesia local envuelva de manera
prioritaria a un llamado, por lo que vale la
pena asegurarse que su disponibilidad para
servir al crecimiento de la vida cristiana de la
gente y a promover la comunión del pueblo
de Dios es fruto de una verdadera maduración en el don de sí.
También puede un joven sentirse atraído
por el servicio a los pobres, a los últimos, de
modo que muchas de sus fuerzas psíquicas y
afectivas se concentran a partir de ahora en
un servicio bien definido, ejercido no sólo
como una vaga filantropía sino con fe, reconociendo en toda persona, sobre todo en el
que sufre, la imagen viviente de Cristo.
A cuantos se sienten atraídos a ponerse a
disposición del pueblo de Dios mediante el
ministerio ordenado, habrá que presentarles
el proyecto de formación sacerdotal de la
Iglesia junto con una clara imagen del sacerdote. La exhortación apostólica Pastores
dabo vobis es la magna carta de referencia.
Cada uno deberá analizarse, en una confrontación serena, para no construirse una imagen
de sacerdote que no corresponde a lo que la
Iglesia pide hoy a sus presbíteros.
Para determinar cómo una de estas vocaciones conviene de forma particular a un
sujeto es necesario verificar cómo esta particular vía preferencial se actualiza ya de hecho
en la vida del llamado; si el deseo de comprometerse se mantiene constante con el paso
del tiempo, a pesar de posibles desilusiones;
si no se trata de huir de las responsabilidades
del propio entorno, y si el ideal de vida que
el sujeto se propone es efectivamente realizable, una vez que se ha constatado la capacidad y los límites reales del mismo sujeto.
Es obvio que una cierta madurez (psicológica, afectiva, relacional) y una buena dosis
Acompañamiento vocacional personal
de realismo son la base para que el llamado
pueda llegar a realizar una elección verdaderamente libre, sin alimentar utopías que reflejan más que la voluntad de servir al Señor, el
deseo de dar pábulo a la propia imaginación.
Sin un conocimiento real de la propia condición creatural (que él mismo es un ser particular con unos dones y unos límites al que el
Señor dirige una llamada) un sujeto no podrá
llegar a definir la verdad de su propia vocación.
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Con un corazón educado y evangelizado,
purificado y liberado, con todo el sufrimiento que ello comporta, el sujeto llegará a concebir su existencia, en la vida consagrada o en
el ministerio ordenado, como un don ofrecido sin condiciones, hasta escoger, sin lamentos, la vida célibe como la mejor expresión de
su proyecto de amor y como la forma más
plena de felicidad.
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