Formap33: © Equipo Provincial de Pastoral Escuelas Pías de España, Tercera Demarcación ACOMPAÑAMIENTO PERSONAL introducción 1.- El acompañamiento espiritual hoy Razones para el acompañamiento personal Nuestro joven hoy Del director espiritual al acompañante personal ¿Qué es el acompañamiento personal? 2.- Aportaciones de la psicología al acompañamiento espiritual La relación de ayuda La crisis La escucha activa 3.- El proceso en el acompañamiento espiritual Etapas del acompañamiento Pedagogía de la vocación Criterios y dificultades 4.- El acompañante como "maestro" cualidades del acompañante 5.- En la escuela de Calasanz La experiencia de Calasanz El acompañamiento como opción general en las EE.PP. Diferentes niveles de acompañamiento El acompañamiento personal: tres casos y un mismo lenguaje El acompañamiento personal a los niños: la figura del confesor-director espiritual Oración-Invocación al Espíritu Bibliografía de apoyo Para la reflexión y el diálogo INTRODUCCIÓN Los jóvenes a los que nosotros vamos a tener que acompañar se encuentran inmersos en una sociedad incapaz de ofrecer respuesta a los grandes interrogantes que darán sentido a sus vidas, de hecho ni siquiera les va a plantear dichos interrogantes, sino más bien va a sustituirlos con sensaciones inmediatas que presuntamente les proporcionarán la satisfacción que ansían, pero que en la mayoría de los casos lo que harán será mantenerles en un estado de adolescencia permanente, incapaces de tomar decisiones que comprometan sus vidas e incapaces de ejercer la verdadera libertad porque supuestamente ya son “libres”, lo que necesitan son testigos capaces de “vivir en el mundo sin ser del mundo”. Para que este testimonio les llegue y sea fecundo es imprescindible “abajarse a ellos” de modo que reciban nuestro mensaje como posible para ellos en su “propio mundo”, esto implica que los educadores debemos conocer a los jóvenes y su mundo relacional, debemos estar entre ellos y ser capaces de llegar hasta sus centros de interés y todo para servirles desde el Amor de modo que nuestra cercanía, nuestra entrega y nuestro testimonio cuestione sus vidas y dé las pautas para optar por la Vida. Este acercamiento, este vivir entre y para ellos supone una “pedagogía del uno a uno” en la que el gran objetivo será llegar a cada muchacho en particular y buscar los resultados en “la eterna poesía de lo pequeño y de lo cotidiano” que es donde van a fraguarse las grandes opciones de la vida. Supone, por tanto, olvidarse de predicar para las grandes masas y saber pararse a escuchar la melodía del corazón de cada muchacho y el susurro del Espíritu en su vida. Es aquí donde cobra toda su importancia el acompañamiento espiritual como “camino de Emaús” donde vamos juntos desvelando la Palabra. El objetivo de este cuaderno es esbozar qué es y en qué consiste lo que hoy llamamos “acompañamiento personal”, de modo que a lo largo de estos 5 capítulos podamos tener una síntesis básica que nos abra el apetito por formarnos en este inmenso campo del que sin duda dependen, en buena parte, el resultado de nuestros procesos pastorales y educativos. Comenzaremos haciendo una breve historia del acompañamiento personal, distinguiendo conceptos pasados y situándolos en la realidad juvenil actual. Pasaremos después a tratar algunas aportaciones que desde el campo de la psicología nos ayudarán en nuestra relación con los muchachos. En el tercer capítulo veremos el núcleo fundamental del cuaderno que trata del proceso: sus momentos, dificultades... Haremos también hincapié en el papel del acompañante como “maestro”: sus cualidades, formación... Acabaremos con un pequeño vistazo a la importancia que esta labor ha tenido desde los primeros años en la escuela de Calasanz. Como ya hemos dicho antes el cuaderno no pretende ser una obra de referencia sino más bien un primer contacto con el acompañamiento personal, por lo cual es muy aconsejable complementar su lectura con algunas de las obras de la numerosa bibliografía editada al respecto (lo cual demuestra la importancia que tiene el acompañamiento personal en cualquier proceso pastoral que pretenda dar resultado hoy en día). Un tema que surgirá a lo largo del cuaderno será el discernimiento vocacional hacia el que hay que llevar a los muchachos, dada su importancia, si es posible, se abordará este apartado en otro lugar dedicado sólo a esta etapa del proceso. 1.- EL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL HOY Razones para el acompañamiento personal «Descubrir a Dios no es fácil, la voluntad de Dios no aparece sin más de forma evidente, y las posibilidades de perderse en el camino también son altas. Por todo esto necesitamos creyentes que caminen a nuestro lado y nos orienten; ¿es posible ser catequista de jóvenes y adultos sin experiencia de acompañamiento personal? Creemos honradamente que no, y el catequista que no haya descubierto esto no tiene la preparación adecuada para animar a un grupo ni para acompañar a otros en el seguimiento de Jesús» (Sastre J., El discernimiento vocacional, p. 51) Buscando en la Palabra En la misma forma de actuar de Dios con Israel ya descubrimos algunas actitudes que aparecerán en nuestra relación de acompañamiento: Dios camina con su Pueblo (Dt 31,8 ) y le guía para que escoja el sendero de la Vida (Dt 30,15-16), suscita preguntas al hombre, le interpela desde la situación que vive y desborda sus expectativas. Dios sale permanentemente al encuentro del hombre (Sal 42, 3) y desde antes de su nacimiento cada persona disfruta ya de la cercanía cariñosa y comprometida de Dios (Jer 1,5). Dios está en medio de su pueblo (Is 7,14) y habla y comprende al hombre (Sal 35, 115, 3-7), es Padre (Dt 1,31-33), pastor (Is 40,11, Sal 80), continuamente envía mensajeros y profetas que acompañen al pueblo en su camino y revelen su voluntad (Is 6,8; Jr 1,4-10). Dios desde todos los tiempos se nos revela a cada uno en particular y nos acompaña en el camino hacia Él. Su presencia en medio de su pueblo, su confianza en cada uno de nosotros, su esperanza en la nueva humanidad, su entrega universal para todos se personalizan en Jesús de Nazaret. «Si el proyecto de Dios asume la vida del hombre en su cotidianeidad, en su historia, en sus situaciones y experiencias, si está dirigido, como propuesta, al hombre en situación, la relación entre fe y educación es muy estrecha. El don y la propuesta de Dios ha de ser “oída”, “acogida” y no sólo “aprendida”, “elaborada”. Esto está sostenido, condicionado, para bien o para mal, por mediaciones humanas... Éste es el ámbito propio de la educabilidad de la fe: colaborar con la persona para que ésta se abra a la propuesta de Dios, acompañar un proceso, no como quien dirige sino cono quien ayuda, habiendo hecho uno mismo el propio proceso y reconociendo en la propuesta de Dios el mayor BIEN de nuestra vida» (Urbieta J.R., Acompañamiento de los jóvenes, p.18). (Recomiendo vivamente en este apartado la lectura del artículo Imágenes bíblicas para el acompañamiento, de Dolores Aleixandre, citado en la bibliografía). Caminando con Jesús La misma pedagogía de Jesús nos lleva hacia el acompañamiento: Jesús reúne a los apóstoles para que estuvieran con Él (Mc 3,14); los llama uno a uno, personalmente (Mc 1,16ss) y antes de enviarlos crea con ellos su pequeña comunidad donde vivir la comunión, la amistad, la fraternidad; les explica las parábolas para que sean capaces de entenderlas (Mt 13,11); comparte con ellos su oración (Jn 17, 1-26); les regala el título de hijos para enviarlos a ser hermanos. El seguimiento de Jesús es un camino en el cual hay condiciones de entrada (Mc 1,15; Lc 13,5) el creyente ha de ir colocando en el centro de su existencia el Reino y supeditar todo lo demás (Mc 2,4; Lc 9, 57-62; Jn 1,43; 15,16) se produce así la conversión y Jesús se convierte en Señor. Este camino no se puede hacer solo sino en comunidad (1Pe 2,11), parte del Amor de Dios que nos convoca (Flp 3, 13-14) y se recorre al amparo del Espíritu que nos enseña (Jn 14,25). Jesús educa sobre todo por su manera de comportarse entre los hombres, su testimonio, sus gestos, sus palabras convierten su presencia en acontecimiento gozoso y salvador. Ejerce con ellos en todo momento una relación de acompañamiento siendo el Maestro, modelo de todos aquellos que aspiramos a ser maestros. En la historia de la Iglesia Ya en las primeras comunidades los presbíteros o "ancianos“ tenían el ministerio de sostener la fe de los hermanos y animar su caminar en las dificultades. El catecumenado en los primeros siglos de la Iglesia es un auténtico noviciado de la vida cristiana donde todo el proceso es acompañado por la comunidad que apadrina a los catecúmenos. En el cristianismo oriental surgen maestros que ayudan a los discípulos para que estos se hagan dóciles a la gracia de Dios de manera que alcancen libertad y radicalidad para vivir como los apóstoles. Posteriormente los eremitas y cenobitas se agrupan en torno a testigos con una fuerte experiencia de Dios atestiguada por su vida y su saber. «En todas las familias religiosas y en todas las corrientes espirituales que han ido surgiendo en la historia de la cristiandad, se ha dado mucha importancia a la función de orientar los caminos del Espíritu. Los ideales de vida que se proponían solían ir acompañados de modelos de identificación y cauces comunitarios que acumulaban experiencia y ayudaban en el caminar a los que se iban incorporando» (Sastre J., El acompañamiento espiritual, p. 21). San Benito, San Francisco, Sta. Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, San Ignacio de Loyola, San José de Calasanz y otros muchos son ejemplo de ello. En el Vaticano II la constitución Sacrosantum Concilium (en el nº 64) restaura el catecumenado de manera que este ayude al catecúmeno a reestructurar su persona desde una nueva mentalidad y unos nuevos valores, en este proceso hay que asumir la historia personal de cada uno de modo que aunque todos sigamos al único Maestro cada uno tiene su particular itinerario que debe ser acompañado individualmente. Juan Pablo II en la carta para el año internacional de la juventud de 1985 define el acompañamiento personal como: «escuela sistemática de vida interior». Esta tarea tiene un gran componente testimonial y experiencial para que la respuesta pueda ser con toda la vida. Esto no es posible sin la gracia de Dios y sin la presencia del catequista que camina por delante pero al paso del catecúmeno. Nuestro joven hoy «El mayor problema de la juventud está en que como colectivo se encuentra abandonada a sí misma porque no hay diálogo en profundidad con el mundo adulto al faltar maestros que les den “razones para vivir y motivos para esperar”. La misión de los padres, educadores y catequistas es acompañar a los niños, adolescentes, jóvenes y, en su caso, adultos en el proceso de hacerse persona, de madurar, de llegar a la identidad propia del cristiano.» (Sastre J., El acompañamiento espiritual, p.9). El joven de hoy ha perdido dos referencias fundamentales: por un lado la figura paterna, se choca contra cualquier tipo de autoridad y se defienden la “libertad y la independencia” como valores absolutos y como conquistas irrenunciables de una juventud que se opone frontalmente contra cualquier jerarquización o subordinación. Por otro lado, al menos eclesialmente hablando, se ha perdido la figura de la madre, nuestros muchachos creen en Jesús pero no en la Iglesia, fundamentalmente porque chocan con una visión autoritaria, paternalista y jerárquica contra la que se rebelan. Es precisamente desde esta situación donde el acompañamiento espiritual nos ofrece todas las oportunidades de acercarnos a los jóvenes y construir con ellos la Iglesia. El acompañante procura entre los muchachos una nueva visión de la figura paterna: menos autoritaria y más autorizada, menos impuesta y más propuesta, más cercana al “modelo” que a la ley, y es desde aquí donde también se recupera la figura materna ya que el acompañante siempre es enviado por la comunidad, por la madre Iglesia que cobra aquí todo su significado como hogar gozoso y acogedor de aquel que es enviado a los hermanos. La importancia del acompañamiento espiritual hoy día en cualquier proceso educativo o pastoral en el que trabajemos es abrumadora. En muchos jóvenes no existen o son demasiado débiles la libertad y la capacidad de decisión. El mundo de los jóvenes es extremadamente complejo y plural (ver cuaderno de formación nº 26: Nuestro joven, nuestra sociedad) propone tantas ofertas que al final los muchachos no saben realmente construir su propia identidad y no son capaces de unificar e integrar sus vidas. El evangelio queda reducido a la sagrada esfera de lo privado e individual pero no se convierte en el eje que da sentido a todo lo demás y desde el cual se toman las opciones de Vida. El ambiente penetra en nuestro propio ser de manera constante y abrumadora y esclaviza nuestras respuestas desde el consumismo, el erotismo, la superficialidad, la falta de compromiso... Para que el joven encuentre respuestas necesita encontrarse con personas adultas en la fe que sean capaces de testimoniar los valores del Evangelio y esto sólo lo podemos hacer desde la cercanía del uno a uno y desde la referencia de la comunidad, lo demás hoy no funciona (tendremos momentos de gozo y sentimiento pero a largo plazo las opciones fundamentales se tomaran al margen del Evangelio). Del director espiritual al acompañante personal No es sólo un cambio de términos sino una verdadera transformación en cuanto a contenidos y métodos la que se ha producido entre la dirección espiritual y el acompañamiento personal. La Iglesia desde el punto de vista sociológico se encuentra en una situación de muy poca influencia. Y en esta situación las comunidades cristianas tienen que saber purificarse de gran numero de incrustaciones e impurezas y ser capaces de intuir hacia qué nuevas experiencias, probablemente minoritarias, deben encaminarse para ser verdaderamente fieles al Evangelio y capaces de transmitir la fe. Pensar que basta con el mantenimiento de las antiguas costumbres aplicando una técnica de restauración es ingenuo e irreal... La Palabra de Dios va delante de nosotros, mientras que muchos aspectos de nuestras instituciones quedan ya a nuestras espaldas. No es cuestión de destruir nada de lo heredado que sea valioso; pero hay que deshacerse de todo lo que no sea esencial para el futuro... «Las comunidades cristianas cambiarán su rostro de manera sorprendente, como purificadas por el fuego, valorarán más el don de la fe, que no es en primer lugar un deber que haya que cumplir, sino una gracia que hay que vivir. Por estos caminos irán creciendo nuevos maestros, deseosos de entendimiento y de santidad, compasivos y buenos. Estos nuevos guías espirituales sabrán también educar en la fe. Serán guías con menos pretensiones y con un amor intenso al Señor. Sabrán compartir más, tendrán menos cosas que defender, menos pasajes obligados, menos instituciones que gestionar, estarán dispuestos a asumir más fracasos y también a arriesgar más... «Son muchos los educadores que hoy se sienten cansados y, después de haber consumido durante muchos años sus energías, se preguntan por qué cuesta tanto trabajo educar en la oración y en la fidelidad. La sensación de incapacidad acaba a veces desanimando o deprimiendo y mueve al cristiano adulto a sentirse solo y estéril. Se tiene la impresión de que hay algo que se escapa, de que no logran entenderse las necesidades reales de las nuevas generaciones. Son muchos los sacerdotes, religiosos y las religiosas que sufren porque les parece que no logran transmitir el carisma de su vocación particular, que sin embargo animó su juventud y entusiasmó su libertad, llevándolos a amar a Jesús con todo su ser y para toda la vida... «A veces pierden la paz y nace de ellos inconscientemente un sentimiento de acusación, un lamento sutil y perenne, una impresión de ausencia de autoridad, a la que se hace responsable de esta decadencia. A veces se dejan llevar por los tópicos y caen en la socorrida y genérica afirmación de la “debilidad de los jóvenes”. «El acompañamiento de los jóvenes en la fe y en la vocación exige hoy, sin duda alguna, mucho más carisma personal, una mayor capacidad y compromiso en la relación y mucho tiempo, realmente mucho tiempo que “perder”. Para proponer y mantener una auténtica comprensión de la fe son necesarios un lenguaje común y cierta afinidad de sentimientos.» (Pagani S., Acompañar espiritualmente a los jóvenes, pp. 10-14). La figura del acompañante no se formula como la del director ya que el acompañante realiza el camino junto al muchacho y en este caminar está obligado a compartir, a confrontar y a confesar muchas veces su propia experiencia para implicarse en la vida del otro en vez de dirigirla. En la dirección espiritual el ideal es la obediencia ciega al director que es el que lleva al discípulo a la perfección y le señala el camino y las metas. Desde estos presupuestos la sabiduría del director, en muchos casos, no respeta la autonomía del dirigido y es susceptible de posibles transferencias inconscientes. En el acompañamiento el acompañante no centra la importancia en señalar las metas o programar el camino sino en el proceso de transformación que se está gestando en el muchacho (es el Espíritu quien pone el ritmo y las metas). La sabiduría consiste, no en desvelar el camino sino en permitir que el muchacho lo vaya descubriendo él mismo (creciendo en sus dones y en autonomía para alcanzar la libertad de los hijos de Dios). En la dirección espiritual la relación se apoya en la autoridad del director, mientras que en el acompañamiento personal la primera condición es la relación interpersonal en sí misma. La calidad de esta relación (escucha activa, empatía, respeto, honradez, confianza...) es el principal apoyo, junto con la oración y la comunidad, para el proceso de transformación. En la dirección espiritual lo importante es alcanzar las metas propuestas por el director, creándose muchas veces dependencias en el muchacho ya que se ignora su historia, su capacidad, su ritmo. En el acompañamiento lo decisivo no es el cumplimiento, sino la adhesión a Jesús. Definir el perfil del acompañante espiritual hoy día es complejo ya que en seguida nos vienen a la mente figuras de guía, director, colega, terapeuta, técnico, testigo... Es cierto que el acompañante roza o se nutre de algunas de estas figuras pero no acaba de encajar en ninguna de ellas dado el perfil actual de nuestra juventud y la misión que se pretende llevar a cabo: El acompañante no es el guía que abre caminos al muchacho, ya que es el propio muchacho el que debe ir descubriendo la senda que el Espíritu le marca y esta no tiene por qué ser la misma que en su día recorrió el acompañante. El acompañante no es el director que marca el ritmo, sino más bien se mantiene fiel al ritmo que Dios va marcando en el muchacho. El acompañante no es un colega al mismo nivel que el muchacho, la empatía y la cercanía son imprescindibles en la relación de acompañamiento pero la perspectiva con que se ve el camino recorrido y sobre todo por recorrer, hace distintos los roles y las percepciones de ambos. El acompañante no es el psicólogo que escucha y resuelve los problemas, sino alguien que se pone en situación de construir apoyado en Jesús y afrontar las dificultades desde la fe. El acompañante no es el técnico que enseña contenidos con una gran argumentación sino alguien que testimonia con su vida que se puede vivir en “abundancia” (Jn 10,10) y que convence por lo que hace y es, no por lo que piensa y dice. El acompañante no es mero espectador de las cosas que pasan en el muchacho sino que tiene que ayudar activamente a éste, de modo que además de ser luz (reflejando con su propia vida el Amor de Dios) ha de ser sal (dando sabor y evitando que se pudra la “interna inclinación del Espíritu” en cada muchacho) y para esto hace falta discernir lo que va pasando en el muchacho y saber cooperar con la Verdad de la llamada que cada uno recibe. ¿Cuál es pues la figura del acompañante?: la de ser maestro: «Hoy los jóvenes reclaman, efectivamente, no tanto valores cuanto modelos visibles y concretos que encarnen los valores... Necesitan un modelo de vida del que aprender y con el que caminar. Necesita un maestro para aprender a vivir la fe y llevarla a plenitud. El maestro conoce el camino porque él lo ha recorrido, y sabe que hay caminos que nunca ha recorrido del todo. El maestro de acompañamiento sabe que el único Maestro es Jesús.» (Urbieta J. R., Acompañamiento de los jóvenes, p.31). En palabras de San Gregorio Magno “hay que mostrar lo invisible a través de lo visible”. ¿Qué es el acompañamiento personal? Hemos empezado este capítulo buscando el porqué del acompañamiento, continuamos explicando a quién va dirigido y posteriormente hemos descifrado quién lo realiza, nos queda pues, un último apartado que consiste en definir qué es el acompañamiento. Quizás sea este el esquema más lógico a la hora de plantear esta labor: preguntarnos el porqué de lo que vamos a hacer y si concuerda o no con las forma de actuar de Dios a lo largo de la historia; interrogarnos sobre los muchachos a los que va dirigido y ver si es el mejor modo de acercarles la buena noticia del Amor de Dios; y cuestionarnos si encajamos en el papel de “maestros” que pretenden recorrer un camino común de descubrimiento del querer del Padre. Sólo después de estas tres reflexiones podremos plantear como última pregunta ese qué es y responder concretamente según cada muchacho que el Padre nos regala para iniciar juntos el camino. A lo largo del cuaderno surgirán muchas definiciones, yo quisiera recoger aquí una de Dolores Aleixandre: «Acompañar es asistir al largo proceso de gestación de la vida nueva que el Espíritu está creando en otro y estar junto a él, atento a los signos de su proceso, sin querer precipitarlo ni controlarlo, consciente de que es inútil sustituir un trabajo que sólo puede hacer el otro., pero estando ahí para animar, sostener, tirar con cuidado y a tiempo de una vida frágil que apunta y que lucha por salir a la luz» (en Imágenes bíblicas para el acompañamiento, p.655). En efecto de eso se trata, de ayudar a nacer de nuevo del Espíritu y del agua (Jn 3, 35). De asistir a ese parto a una nueva vida que surge y de caminar junto a cada muchacho para que encuentre en sus entrañas el Amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones. De experimentar la libertad de aquellos que poco a poco dejan de pretender cosas que superan su capacidad y acogen la voluntad de Dios con paz (Salmo 130). De pasar de fiarse de uno mismo y proclamar “haré todo lo que Dios me pide” a fiarse de Dios y decir “Hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1,38). 2.- APORTACIONES DE LA PSICOLOGÍA AL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL Antes de entrar en este apartado me gustaría hacer un inciso que creo importante, toda la labor de acompañamiento ha de tener por detrás una concepción de la persona que esté clarificada, sólo si entendemos a la persona como “ser en relación” capaz de realizarse en cuanto que es capaz de llegar al encuentro con su yo interior y con el tú de cada otro (con el Tú de Dios), sólo si entendemos a la persona de manera integral (con sus distintas “manifestaciones”: cuerpo, mente, sentimientos, espíritu) y sólo desde la fe en cada persona como sujeto de amor, de creatividad, de capacidad de elección, de creencias y valores, capaz crecer y de llegar a ser “sueño de Dios” podemos entender el acompañamiento personal. El pensamiento de la psicología humanista (Martin Buber, Carl Rogers, Abraham Maslow): en cuanto a la relación como componente esencial de la personalidad, en cuanto a la unidad de la persona como ser único e indiviso capaz de ser actor de su propia vida y en cuanto a la confianza ilimitada en el ser humano; y por otro lado la concepción de la Santísima Trinidad como modelo de relación y la concepción del hombre como “templo del Espíritu Santo” capaz de ser reflejo del Amor de Dios, aparecen como trasfondo en todo el enfoque posterior. La relación de ayuda Como en toda nuestra tarea, no podemos aislar un solo aspecto a la hora de trabajar, en este caso la psicología nos ayudará a situarnos de cara a conocer mejor a los muchachos, a colocar a cada muchacho dentro de su propia historia partiendo desde su pasado y enfrentándoles a su futuro, pero siempre viendo el conjunto de todo lo que cada muchacho es y vive, e intentando escuchar la voz del Espíritu en cada uno. En la relación que vamos a establecer con el muchacho hay actitudes y comportamientos que vamos a tener muy en cuenta de cara a favorecer el crecimiento y maduración de la persona. La psicología nos proporciona, en este sentido, conocimientos e instrumentos que nos ayudarán a acompañar a los muchachos -una vez conocido su propio interior (dones, heridas, bloqueos, mecanismos de defensa...)- a ser más libres para responder a Dios. Es en la misma relación donde se va a dar el primer paso, ya que el acompañamiento parte de la confianza que la propia relación suscita entre acompañante y muchacho, ambos inician una misma aventura de cara a alcanzar la verdadera libertad. Es importantísimo que el muchacho pueda soltarse, pueda confiar y se sienta siempre apoyado por el acompañante, en lo que a escucha y confianza se refiere. Esto exige del acompañante una actitud de apertura y entrega que en cualquier caso hay que plantearse muy seriamente antes de iniciar una relación de acompañamiento: ¿estoy realmente dispuesto a “perder” todo el tiempo necesario? ¿estoy realmente abierto al otro?, ¿estoy dispuesto a estar siempre ahí cuando él me necesite? Todas son preguntas necesarias ya que cada muchacho que vamos a acompañar se convierte para nosotros en Jesús de Nazaret, cada uno es un sagrario ante el cual yo me arrodillo durante horas en actitud de oración para llegar a descubrir el Amor de Dios que cada uno lleva dentro. Pero en el acompañamiento personal, no todo es cuestión de buena voluntad o de disponibilidad para la escucha y el encuentro, hace falta ser eficaces y eficientes. La relación interpersonal entre acompañante y muchacho, en sí misma ya va a ser un elemento de curación y de crecimiento. Hemos de transmitir contenidos de manera que abramos la inteligencia para afrontar nuevos horizontes, hemos de establecer relaciones sanas que sean capaces de desbloquear la afectividad del muchacho y le hagan sentirse acogido y querido y hemos de lanzar al joven de manera que él sea el protagonista de su propia vida (ojo con dar respuestas demasiado hechas o con anticipar soluciones sin que el otro las intuya al menos o las haga suyas). Otro aspecto a tener muy en cuenta es el nivel de participación que se alcanza en la relación, según Guillermo Echegaray (Ayudando a crecer, pp. 25-28) hay dos aspectos a tener claros: La accesibilidad: se refiere a los mecanismos de defensa y a la implicación en el proceso, ¿hasta qué punto uno está dispuesto a dejar que lo que acontece a partir de la relación tenga efecto en él?. La expresividad: se refiere a la autorrevelación, al esfuerzo de darse a conocer, ¿hasta qué punto uno está dispuesto a dejarse verdaderamente conocer por el otro?. Partiendo de aquí establece cinco niveles de presencia: Nivel formal: la accesibilidad y la expresividad son muy limitadas, se pretende sobre todo dar buena imagen, ser correcto, educado, cortés...la espontaneidad es mínima. La labor del acompañante aquí es mover con tacto hacia otro nivel de presencia. Nivel de mantenimiento de contacto: la persona parece relajada y dispuesta a hablar de sus cuestiones o preocupaciones, pero dicha disposición es más aparente que real, la participación es superficial y se habla sólo de hechos sin ningún contenido interior. La labor aquí es ayudar a la persona a entrar en su propia piel, a bucear en el interior. Nivel standard: se está a mitad de camino entre la preocupación por la propia imagen y el implicarse verdaderamente en la expresión de las propias experiencias. La labor aquí es escuchar y encontrar la llave de entrada hacia el centro de la persona. Nivel crítico: la persona se vuelve más accesible al proceso, trata de abrirse y comunicar auténticamente su experiencia interior al acompañante, la implicación emocional es mayor, es en este nivel donde se logran los mayores cambios. Nivel de intimidad: las defensas caen, la accesibilidad y la expresividad son máximas, la persona se encuentra tan cogida por la propia experiencia y la expresión de todo ello, que no le importa perder su imagen. La labor del acompañante supone sobre todo desarrollar una sensibilidad que reconozca el nivel de presencia en el que se está jugando la partida del acompañamiento e ir llevando al muchacho a niveles más profundos de modo que ayudemos a la persona a despojarse de todo aquello que le sobra. Normalmente el acompañamiento superará los dos primeros niveles y la partida se jugará en pasar del nivel standard al nivel crítico. En el nivel standard la comunicación es distante e intelectual, en el nivel crítico se hace inmediata y con contenido emocional; si aún en el nivel standard el muchacho está preocupado por cómo le veremos, en el nivel crítico se olvida de esa preocupación para centrarse en su propia experiencia; si en el nivel standard nos habla de cosas ya conocidas, en el nivel crítico es como si algo nuevo se le fuera revelando. Pero como decíamos al principio en esta aventura caminamos juntos y entrar en el nivel crítico supone que el acompañante esté dispuesto desde sí mismo a entrar en la relación a ese nivel, de modo que si lo cree necesario puede despojarse de su imagen y hacerse máximamente accesible y supone sobre todo, no tener miedo de la expresividad del muchacho acogiendo sean cuales sean sus emociones, sentimientos, experiencias profundas... La relación que se establece ha de ser una experiencia donde la persona pueda revivir de manera nueva las cuestiones y dificultades que le han bloqueado a lo largo de su vida y de esta manera poder comprenderse e interpretar su realidad. Han de integrarse las dos dimensiones: por un lado la experiencia que facilite las convicciones profundas y que proporcione los estímulos necesarios y adecuados para abrir a cada muchacho a su realidad y agrandar sus horizontes y por otro lado la interpretación de esas experiencias de manera que se pueda integrar lo vivido en la globalidad de la persona. Dejar de lado la interpretación y centrarse sólo en la experiencia sin hacer una reflexión, provocará experiencias adolescentes que nos llevarán a vivir sin integrar lo vivido, y la interpretación que no se basa en la experiencia será siempre errónea y se quedará a un nivel intelectual (el acompañante le dice todo sin tener en cuenta al muchacho: su momento vital, su situación su historia, su proceso...) provocando en el muchacho indiferencia cuando no perjuicio. El papel del acompañante será conseguir que el estímulo que supone la nueva experiencia haga surgir nuevas preguntas que ensanchen los horizontes del muchacho. Las experiencias a provocar deben ser tales que pongan a prueba al muchacho y que le permitan ejercer su capacidad de decisión e iniciativa, deberán ser personalizadas para cada caso concreto y progresivas de modo que vayan haciendo crecer al muchacho en sus decisiones, opciones y autonomía. Para que todo esto se consiga integrar en la persona y en la vida de cada muchacho han de ser experiencias acompañadas y discernidas. Dentro de la relación interpersonal que da lugar el acompañamiento se produce una «identificación proyectiva que es ese proceso a través del cual el mundo subjetivo de un individuo (sentimiento, proyectos, imagen de sí, dificultades, etc.) es transmitidoproyectado sobre otra persona que lo reelabora a la luz de criterios precisos y después lo devuelve al sujeto de forma modificada para que se reapropie del mismo... es ese proceso mediante el cual el joven se libera de algunos aspectos del propio yo “depositándolos” (proyectándolos) en otra persona para reapropiarse después de aquello que se había liberado en versión modificada, es decir, corregida y evangelizada, descubriendo en ello su nueva identidad» (Cencini A., Vida consagrada, pp. 59-60). Se pueden dar dos efectos, por un lado lo que en psicología se conoce con el nombre de “pantalla en blanco” donde el acompañante con su presencia silenciosa, neutra, no directiva, ayuda a que aflore el inconsciente del muchacho que poco a poco se va proyectando en la figura del acompañante; y por otro lado la "transferencia" que es el proceso por el que el muchacho se comporta, percibe y experimenta hacia el acompañante sentimientos similares a los experimentados con personas muy significativas de su historia pasada. Las transferencias pueden ser positivas (manifestando signos de agradecimiento, afecto, dependencia, sumisión...) o negativas (manifestando oposición, agresividad, rencor...) en cualquiera de los dos casos dificultan el proceso. Las transferencias se pueden producir tanto en el muchacho como en el acompañante (en este caso se suele hablar de "contratransferencia"). Cuando se dan en el muchacho lo primero que hay que hacer es reconocer dicha transferencia y analizar en qué consiste, de dónde viene (ayudará en este sentido el asemejarla a situaciones vividas por el muchacho especialmente en la adolescencia y en la infancia). Una vez que se ha reconocido hay que “frustrarla” de forma delicada pero inequívoca, no entrar en el juego y mantener la distancia y la neutralidad, normalmente no habrá que comentarlo con el muchacho hasta que él mismo lo comente con nosotros. Si la transferencia se produce en el acompañante hay que examinar la relación sobre todo en lo relacionado con los sentimientos que la persona acompañada suscita en mí (afecto, simpatía, agresividad, cansancio, aburrimiento...). Nunca hay que manifestar los sentimientos que nos surgen a la persona acompañada y habrá que hacer un trabajo de cara a conocer las propias necesidades, hablándolas con alguien que nos pueda orientar y orándolas ante el Señor. Mediante la experiencia y el análisis sistemático de las transferencias se pretende gradualmente optar por expresiones adultas y maduras de comportamiento. Las crisis El proceso de hacerse persona avanza siempre mediante crisis que cuestionan la situación anterior y propician un nuevo avance, se produce un momento decisivo cuando el "yo ideal" choca con el "yo real", produciéndose de este modo una ruptura a nivel existencial. A pesar del sufrimiento que esta crisis de realidad pueda traer es un paso necesario y ayudará a resituar todo y a madurar como persona desde lo que se es y no desde lo que se cree ser (será también un paso muy importante para poner a Dios en el centro de la vida como fundamento). Éste será el momento de llamar a las cosas por su nombre, de descubrir los autoengaños y de cuestionar los esquemas anteriores, se pasa mal pero se empieza a descubrir una nueva libertad interior y nuevas posibilidades. En este momento los jóvenes reaccionan de manera muy diversa y hay que estar muy atentos para clarificar las reacciones que van teniendo (ignorar lo que pasa, aferrarse a un idealismo narcisista, dejar que las soluciones vengan siempre desde el exterior, renunciar a la tarea porque se plantea dura y difícil o alegrarse por lo que se está viviendo y descubriendo como real). La tarea de personalizar la vida va a suponer la síntesis de contrarios: autoestima / autocrítica; pulsiones (agresividad, libido) / relaciones interpersonales; autonomía /cooperación; ansiedad (satisfacción inmediata) / integrar la frustración; emotividad (subjetivismo) / objetivismo; falsa seguridad (no anfrontar los problemas) / responsabilidad; autenticidad / mentira; dejarse manejar / buscar el sentido de la vida; persona / comunidad. La personalización se producirá si se es capaz de armonizar los elementos anteriores, descubrir afectivamente al tú y entregar la vida a una causa. Esta tarea de armonizar el propio yo es muy difícil de realizar sin alguien cercano que nos ayude a tener una percepción positiva de nosotros mismos y que nos lance desde nuestro propio interior buscando las causas de lo que sucede, aportando luz y mirando un futuro nuevo. Según Carkhuft la relación se articula en cuatro momentos: 1. Acogida y escucha atenta. Importa el local, la disposición en la conversación y el lenguaje no verbal. 2. Facilitar la comunicación con nuevas intervenciones que posibiliten la autoexplicación. 3. Ayudar a la persona a comprender y asumir la situación, tanto en la génesis de la misma como en sus posibles soluciones. 4. Búsqueda de tareas graduales para ir superando las dificultades y solucionando los problemas. Las respuestas se encontrarán siempre dentro del muchacho y será la autoexploración, los nuevos significados y la motivación lo que más ayudará al cambio. Las respuestas “receta”, tanto morales como afectivas son inoperantes e inapropiadas. La escucha activa En este proceso es imprescindible una actitud empática, de escucha y de espera atenta a la comunicación del muchacho, pero esto no es suficiente ya que hay que saber comportarse de manera diferente según la necesidad y la situación del muchacho (no basta sólo con saber escuchar), hay que entender y acoger la experiencia del otro, pero al mismo tiempo tomar perspectiva de modo que el muchacho pueda responder con suficiente seguridad pero sin bloquear su desarrollo (sin crear dependencias). Lo que garantiza el éxito en la relación no es la presencia atenta y la actitud de escucha del acompañante sino más bien aquello que sucede en la relación que es capaz de evocar las posibilidades humanas y cristianas del muchacho. Por otro lado lo fundamental no son las técnicas que utilice el acompañante sino sus actitudes personales; como dice Rogers, el problema en esta labor es que no es un modo de actuar sino un modo de ser. Carl Rogers señala tres actitudes básicas en toda relación de ayuda: la congruencia, la aceptación incondicional y la empatía. Estas actitudes no son técnicas o acciones esporádicas que utilizo, sino tendencias constantes de la propia personalidad, ejes que estructuran la personalidad del acompañante a la hora de situarse frente a sí mismo y frente a los demás. La congruencia se refiere a la coherencia interna de cada persona a la buena comunicación consigo mismo y con los demás. En el ámbito de la personalidad distinguimos tres planos de actividad psicológica: en un primer plano estaría la manifestación exterior (la congruencia se daría en el acuerdo entre nuestra expresión verbal y la no-verbal: mirada, gestos, tono de voz, postura corporal...); si no existe ese acuerdo transmitiremos un doble mensaje que provocará ambigüedad y desconcierto en la persona que nos escucha. En segundo plano estaría la conciencia, el darse cuenta del mundo exterior que nos rodea y de nuestro mundo interior. En el tercer plano se situaría la vivencia, lo más profundo de nuestro ser, todo lo que sucede en nosotros y que es susceptible de ser aprehendido por la conciencia. De estos tres planos surgen dos niveles de congruencia: por un lado la concordancia entre nuestra manifestación exterior y nuestra conciencia, de modo que mostremos siempre nuestra verdadera cara y no una máscara; y por otro lado el acuerdo entre la conciencia y la vivencia, el acuerdo interno de la persona de modo que la conciencia esté abierta a percibir todos los sentimientos y vivencias importantes que me afecten en la relación, es decir, que no haya desacuerdo entre lo que estoy viviendo a nivel profundo y lo que conscientemente estoy captando. Es necesario que el acompañante sea una persona psicológicamente sana a este nivel ya que cualquier ambigüedad o incomunicación interior se mezclará en la relación con el muchacho (en este sentido aparecen peligros: las contratransferencias, la posibilidad de lanzar al muchacho mensajes dobles, la exageración de las normas o requisitos a cumplir... todo ello motivado por la no resolución de conflictos subconscientes del acompañante). La aceptación incondicional se refiere a la neutralidad e imparcialidad en relación con el otro, de modo que a la hora de situarme frente al muchacho tengo que prescindir de cualquier juicio de valor respecto a su persona o a sus actitudes, constatando y haciéndome cargo de su realidad sin tomar postura. No se trata de situarse ante el muchacho y aceptar su realidad de manera fría e impersonal, sino de manera cálida y cordial de modo que el muchacho se sienta libre de elegir lo que él quiera, sin sentir la amenaza de un juicio o una evaluación por nuestra parte (esto podría provocar que el muchacho respondiese según las expectativas que él cree que nosotros tenemos sobre él). La aceptación incondicional no significa estar de acuerdo con el muchacho o tener los mismos valores y referencias que él, sino permanecer en una disposición tranquila y comprensiva sin condicionar lo que el otro está diciendo, valorar al otro porque es persona y no analizarlo como si fuera un objeto, no discriminar ninguna experiencia y acogerlas todas por igual (buenas o malas, de nuestro agrado o no). Esta actitud crea un espacio y un ambiente propicios para que se dé la auténtica libertad y para que el otro descubra desde sí mismo cómo es y desde ahí decida cómo quiere ser. A la hora de hacer propuestas vocacionales, nuestra misión es sólo ofrecer lo que creemos que da la Vida, pero siempre habrá que respetar profundamente la libertad y la responsabilidad de cada persona y creer en sus posibilidades a pesar del error que pueda cometer según nuestro parecer (su vida es suya y nadie tiene derecho a decidir por él). En cualquier caso la propuesta, el consejo, la sugerencia vendrán siempre después de que en la relación se haya creado ese clima de respeto y libertad. La empatía se refiere a la capacidad de captar el mundo del otro desde el otro, desde su marco de referencia, desde su perspectiva, ser capaz de salir de mí mismo para situarme en el otro en actitud de escucha a su mundo interior. El muchacho debe ser el principal artífice del cambio y por tanto todas sus opiniones y sentimientos deben ser tomados en cuenta, el acompañante tiene que situarse en la misma longitud de onda que el chico y ser capaz de seguir su línea de pensamiento. No se trata de imponer o demostrar nuestra línea de pensamiento sino de situarse en la perspectiva del muchacho y desde ahí facilitarle el cambio desde lo que cada muchacho es, sin tratar de acomodar al muchacho al pensamiento del acompañante. 3.- EL PROCESO EN EL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL Etapas del acompañamiento: En la relación interpersonal que se va a establecer entre el acompañante y el muchacho no podemos hablar de etapas propiamente dichas sino más bien de momentos o caminos a recorrer en los que cabe el retroceso de una etapa a otra anterior, o incluso vivir en cierto modo elementos de etapas diferentes al mismo tiempo... no podemos concebirlas como un proceso rígido y depende en muchos casos del nivel de maduración humana y el proceso de fe que viva la persona, no siempre a la par; lo importante será saber situarnos en el momento que estamos viviendo y orientar a partir de ahí el acompañamiento. Primera etapa: Acogida. El objetivo principal es suscitar la confianza entre el acompañante y el muchacho, de manera que podamos ir pasando los distintos niveles de participación hasta situarnos en el nivel crítico. Hemos de favorecer que el joven hable de sí mismo de la manera más concreta posible, con ejemplos y situaciones vividas en las que él esté involucrado, en la medida en que el joven pueda ir hablando por sí mismo de su vida iremos eliminando las preguntas y disminuiremos las intervenciones. Al principio el joven tendrá miedos e inquietud al enfrentarse a su mundo interior, hasta que se suscita la confianza en el acompañante y éste le ayuda a superarlos. A nivel de fe ha de darse aquí un enamoramiento de Jesús que ilusione al muchacho, que le atraiga con fuerza e incluso le lleve a tomar opciones radicales a su nivel (desprendimiento material, criterios evangélicos en la vida...). La labor en este plano es consolidar esa experiencia de Dios e iniciar una pedagogía de los valores donde se reformulen la verdad, la justicia, la libertad... siempre con referencia explícita a Jesús como modelo. Hay que trabajar también una pedagogía de la oración que haga cercano a Jesús y que propicie el encuentro personal y afectivo con su persona. En cuanto al compromiso ha de centrarse en el grupo (comunidad) y si es posible iniciar en el servicio a los pobres. Esta primera etapa en la fe no tiene por qué darse en el momento de iniciar el acompañamiento (puede haberse producido con anterioridad) pero es imprescindible haberse encontrado con el Amor gozoso de Jesús para caminar en la fe. Segunda etapa: Saber quién soy. La confianza generada ayudará a que el joven se lance a buscar y conocer por sí mismo, irá bajando a las profundidades de su ser donde ha de encontrarse experiencialmente con el Amor de Dios. Los hechos concretos de su vida se reinterpretan no sólo desde el mundo exterior hasta ahora conocido, sino enriquecidos con la nueva percepción interior que aflorará los sentimientos, reacciones, motivaciones... Aparece aquí con fuerza la realidad del pecado que produce estados emotivos internos (tristeza, culpa, desconfianza, enemistad...), falsos ideales, mecanismos de defensa, resistencia a quedar desenmascarado y en muchos casos la historia pasada no asumida. Habrá que ayudarle a integrar esta nueva percepción y a manejar esos sentimientos con madurez. El peligro en este momento es la huida, la evasión, no querer seguir profundizando, no pensar y refugiarse en actitudes o comportamientos inmaduros. En un segundo momento habrá que pasar de la manifestación del pecado a la raíz del mismo para descubrir las motivaciones latentes que nos permitan explicar la inconsistencia y las necesidades disonantes con el Evangelio (evitar el peligro, evitar el conflicto, evitar las críticas, exhibicionismo -que se me note, que se me vea-, llevarme bien con la gente a toda costa, gratificación sexual, agresividad, inferioridad –no puedo, no valgo-, dependencia afectiva, necesidad de ser querido, valorado...) de cara a buscar el porqué de las cosas que hace, mediante un discernimiento que distinga el bien del mal y los efectos de ambos en la propia historia y en la sociedad. El acompañante tiene que favorecer la comunicación y confrontar de manera obvia el Evangelio y la vida del muchacho de modo que pueda darse el surgimiento de una profunda humildad nacida de la experiencia de encontrarse pobre, pecador e incoherente delante de un Dios que nos ama a pesar de nuestro pecado, descubrir la experiencia de S. Pedro que pasa de vivir desde sus propias fuerzas (Mt 26, 35) a vivir humilde, desconfiado de sí mismo y confiando más en Dios (Jn 21,17). Esta experiencia de la propia debilidad será la base que nos prepara para que el Señor haga grandes cosas en nosotros (Lc 1, 48-49) y para que se dé un encuentro mucho más profundo y verdadero con su Amor. Tercera etapa: Conversión. Aquí el muchacho acrecentará su deseo de cercanía a Dios ya que la experiencia de la propia debilidad le hará consciente de que por sus propias fuerzas no puede alcanzar el bien que pretende (Rm 7, 19-24). Se empezará a producir una verdadera metanoia donde el muchacho pasa de centrarse en sí mismo a buscar la voluntad de Dios como centro de su vida. El acompañante desde su cercanía y su escucha propondrá los valores del Evangelio en toda su radicalidad, de modo que el muchacho empiece a poner su vida en manos del Padre y entre en un proceso de crecimiento y conversión que se prolongará durante toda su vida. Las dificultades surgirán aquí porque la perseverancia y la fidelidad son difíciles ya que nuestra debilidad no desaparece. La labor del acompañante será colocar al muchacho ante Jesús, mostrando cómo el crecimiento implica transformación, lucha y dolor. En esta etapa se producirán paradas, pasos hacia delante y hacia atrás y sentimientos de angustia y tristeza que deberán ir dejando paso progresivamente al deseo de crecer, esforzarse y luchar por adecuar con consistencia la vida y el evangelio. Cuarta etapa: crecer desde el Amor. El acompañado no basará su comportamiento en el castigo o la recompensa recibida, ni en el “sentirse bien” que produzca el propio obrar sino que buscará el querer de Dios y desde ahí irá tomando opciones (los valores están interiorizados y desde dentro motivan la propia acción). La persona va encontrando la paz y la serenidad en su crecimiento, vive en contacto con su yo interior y desde ahí elabora sus valores y actitudes de modo real y consistente, formándose un ideal de sí mismo y convirtiendo su vida en misión. Se sabe en manos de Dios y desde ahí se confía a su Amor y a su providencia, encontrando a Dios en todas las cosas (Rm 8, 28). La labor en este momento es ir concretando en la vida cotidiana esos valores, poner en contacto con Jesús crucificado en los pobres (de manera que palpe la realidad del seguimiento, la dificultad e incluso los pequeños fracasos), corregir la tendencia a echar balones fuera culpando a la sociedad o los demás y disculpándose uno mismo y favorecer un discernimiento espiritual de la propia vida como vocación. A partir de aquí él mismo toma la iniciativa en su propio crecimiento y el acompañante va pasando a segundo plano de manera que sea el mismo Jesús el que interpele, confronte y le ayude a crecer (Jn 3,30). Como indicadores para ver si estas etapas se van superando sería muy útil consultar el libro de Jesús Sastre El acompañamiento espiritual en sus pp.87, 179-193, donde se muestran aspectos para evaluar el nivel de interiorización de los valores y actitudes y su influencia en los comportamientos cotidianos. Pedagogía de la vocación Para que estas etapas se sucedan tendremos que empezar a funcionar según la pedagogía del Evangelio que nos llevará en las manos del Padre, siguiendo a Jesús y acompañados por el Espíritu Santo a convertirnos en “maestros”. Basándonos en Cencini (Vocaciones. De la nostalgia a la profecía) y en el documento Nuevas vocaciones para una nueva Europa haremos una breve síntesis de lo que llamamos pedagogía de la vocación. Si nos situamos desde el Evangelio como punto de partida, descubrimos algunas actitudes a tener muy en cuenta en nuestra tarea de acompañar a los niños y jóvenes hacia Dios: 1. Sembrar: (Mt 13, 3-8) Es Dios quien siembra, quien ya ha puesto una semilla de salvación en las entrañas de cada persona, y esta siembra no tiene porqués, no hay motivos de elección, siembra donde quiere y como quiere (2 Tim 1, 9), no selecciona jóvenes ni objetivos sino que llama a todos a vivir plenamente y a vivir en abundancia (Jn 10,10). Dios respeta absolutamente la libertad del hombre y de hecho nuestra labor no puede consistir en poner en marcha los recursos para que el muchacho decida lo que nosotros deseamos o pretendemos, sino más bien, ensanchar los deseos y pretensiones del muchacho para que se descubra en plenitud y poner los medios para que en cada muchacho se haga posible un diálogo vivo y creciente entre la Palabra de Vida que ya lleva escrita en su interior como proyecto de Dios y su propio proyecto existencial. Dios siembra por doquier, sin ninguna preferencia o excepción. Si todo ser humano es criatura de Dios, también es portador de un don, de una vocación particular que espera ser reconocida. Hay que aprender a mirar a cada muchacho como Dios nos mira y ver en su interior toda la fuerza que Dios ha puesto en cada uno, esa es la semilla que hay que acompañar y amar para que llegue hasta donde Dios la ha llamado. Es el grano de mostaza (Mt 13, 31ss) que cuando se propone es la más pequeña de todas las semillas; muy a menudo no suscita consenso inmediato sino que es negada y desmentida, es sofocada por otras expectativas y proyectos y no es tomada en serio; o más bien se la mira con recelo y desconfianza, el joven la rechaza, dice no interesarle, pues ha hipotecado su futuro, quizá le agrada y le interesa, pero no está seguro y además es muy difícil y le da miedo. Necesita muchos cuidados para crecer y el descubrimiento es sólo el primer paso en el nuevo diálogo de libertades que acaba de establecerse entre la elección libre y gratuita de Dios y la libertad de respuesta del hombre. Dios siembra en el tiempo propicio. Cada etapa existencial tiene un significado vocacional y cada persona tiene sus ritmos y sus tiempos de maduración, la propuesta o el descubrimiento de la semilla no significa en ningún modo adelantar los tiempos de la opción o pretender que el adolescente tenga la misma capacidad de decisión que el joven. No hay pastoral con jóvenes que no sea vocacional, y ninguna opción vocacional que no sea el fruto de un proceso de maduración personal. 2. Acompañar: (Lc 24, 13-16). Jesús en persona se pone a caminar con ellos. El primer reto pastoral en estos momentos supone precisamente captar con humildad y discernimiento la situación en la que viven los jóvenes, y en tomar la iniciativa del encuentro, ponerse a su lado como Jesús y escuchar y compartir sus inquietudes, antes de pretender ser maestro lo primero que hay que aprender es a situarse y caminar entre los muchachos, aprender a acogerlos y recibirlos tal y como son y en la situación en que se encuentran antes de querer darles nada. Se trata de acompañar el proceso interior de otra persona no de suplantarla, la iniciativa siempre la tiene el muchacho. Caminar desde el Espíritu. Es el propio Espíritu el que ejerce el ministerio del acompañamiento y la tarea del acompañante es indicar la presencia de Otro de modo que aunque el muchacho “no le reconozca “(Lc 24, 16) podamos ser mediación de tal presencia y signo de la insistencia y delicadeza de la voz de Dios que llama. Hay que ayudarle a reconocer la procedencia de esa voz y desde la humildad hacer que resuene con mayor claridad y fuerza. Esperarles en sus pozos (Jn 4, 4-42). Identificar los “pozos” de hoy: todos los lugares y momentos, desafíos y expectativas, por donde tarde o temprano todos los jóvenes han de pasar con sus cántaros vacíos, con sus interrogantes no expresados, con su suficiencia arrogante pero a menudo sólo aparente, con su deseo profundo de agua viva. Salirles ahí al encuentro, en su necesidad de vida, de respuestas, de sentido, para recorrer un itinerario de descubrimiento interior y de descubrimiento de Jesús. Hay que ser inteligente y no imponer nuestras preguntas sino plantearlas desde las que parten del propio joven y suscitar a partir de aquí la propia vocación como respuesta a la voz de Dios. Compartir y convocar desde la vida. Compartir el mismo camino implica testimoniar la propia opción, el propio camino vocacional, dejando traslucir el esfuerzo, la novedad, el riesgo, la sorpresa, la belleza, el gozo; no para imponer la propia vocación sino par atestiguar la grandeza de una vida que se realiza según el proyecto de Dios, la alegría de colaborar gozosamente en lo que Dios quiere de mí. El camino al corazón de los jóvenes pasa por el contagio de la experiencia de la propia fe, sólo podremos cautivarlos y hacer que se enamoren de Jesús si nosotros estamos ya enamorados de Él, y de Él en ellos. 3. Educar: (Lc 24,17-29). Ayudar a conocer el interior. Jesús se aproxima a los dos y les pregunta de qué hablan. Él lo sabe, pero quiere que ambos se manifiesten a sí mismos, y señalando su tristeza y sus esperanzas perdidas, les ayuda a adquirir conciencia de su problema y del motivo real de su turbación. Jesús, en algún modo, estimula a los dos a admitir la diferencia entre sus esperanzas y el plan de Dios como se realizó en Jesús, es importante y decisivo ayudar a los jóvenes a que echen fuera el equívoco de fondo: una interpretación de la vida demasiado terrena y centrada en torno al yo, que hace difícil o francamente imposible la opción vocacional, o hace sentir excesivas las exigencias de la llamada, como si el plan de Dios fuera enemigo de la necesidad de felicidad del hombre. Educar en el sentido etimológico del verbo, es como un sacar fuera (e-ducere) de él su verdad, la que tiene en su corazón, incluso lo que no sabe, no conoce de sí mismo: debilidades y aspiraciones, para favorecer la libertad de la respuesta vocacional. Revelar el misterio. Cuando el muchacho es conducido a las fuentes de sí mismo, y puede ver cara a cara también sus debilidades y temores, tiene la impresión de comprender mejor ciertas actitudes y reacciones suyas y, al mismo tiempo, capta cada vez mejor la realidad del misterio como clave de lectura de la vida y de su persona. La vida no está enteramente en sus manos, porque la vida es misterio y ha de partir una y otra vez del misterio de Dios para llegar al misterio del hombre. Lo importante es que el muchacho vaya descubriendo progresivamente el fundamento de su existencia en Dios. Saber leer la vida. Ayudar a buscar y encontrar en la propia historia la huella de Dios, su voz y su llamada, su Amor concreto por cada uno y su envío a la misión que ha de convertirse en vocación, en opción de vida. La referencia continua a la Palabra, a la historia de Israel, a la figura de Jesús se hace imprescindible para que el muchacho descubra que su vida y su proyecto es el mismo que el de todos aquellos que han dicho que Sí a Dios. Descubrir la voz del Padre. Educar en la escucha y en el diálogo con Dios, proponer una oración más de confianza que de petición, una oración de admiración y gratitud ante lo que Dios nos va descubriendo de nosotros mismos y ante su palabra que se hace Vida en nuestra historia, una oración de “vaciado” de las propias intenciones y proyectos que nos permita acoger las esperanzas, peticiones y deseos de Dios, una oración de búsqueda de la voluntad del único que sabe donde esta nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida. 4. Formar: (Lc 24, 30-32). Reconocer a Jesús. Toda esta pedagogía va encaminada a reconocer a Jesús como el verdadero modelo de Hombre, el hombre en plenitud, el hombre tal y como Dios lo sueña. A cada muchacho hay que mostrarle el modelo en toda su radicalidad, hay que hacer la gran propuesta: ser como Jesús y tender a proyectos radicales de seguimiento sin rebajar las expectativas ni las exigencias del Reino. El joven necesita ser estimulado por ideales grandes, por algo que le supera y que está por encima de sus posibilidades, por algo por lo que vale la pena dar la propia vida. Hay que proponerle el máximo de lo que puede dar para que llegue a ser y sea él mismo. Encontrar el sentido de la vida. Si Jesús es el modelo y Él nos muestra el sentido de las vida en la eucaristía (lo reconocieron al partir el pan) la vida de cada cristiano tiene que configurarse y tender a dicho modelo. Si Jesús es cuerpo roto y sangre derramada, pan que se parte por todos y se hace pequeño para ponerse en nuestras manos, nuestra vida también debe tener el mismo significado: pan que se parte como signo de Amor a todos y sangre que se derrama como signo de perdón a cada uno. Si hay un don al comienzo de la vida del hombre, que lo constituye persona, entonces cada uno será plenamente él mismo sólo si se realiza en la perspectiva del darse, será feliz a condición de respetar esta naturaleza suya. Podrá hacer la opción que quiera, pero siempre en la lógica del don; de lo contrario se convertirá en un ser en contraste consigo mismo. Vivir en la gratuidad. La vocación es respuesta y no iniciativa personal de cada uno, es Dios quien llama (1S 3,4), es Dios quien Ama primero, es Dios quien elige. Desde este descubrimiento nace una lectura agradecida de toda la historia personal como camino recorrido en compañía de Aquél que siempre estuvo a nuestro lado para amarnos. Este descubrimiento de haber recibido de modo inmerecido y con abundancia tanto Amor debería impulsar al muchacho a concebir el ofrecimiento de sí, en la opción vocacional, como única respuesta posible a tanto derroche por parte de Dios. Desde esta óptica la propuesta de Dios por difícil y rara que pueda parecer, se convierte también en una promoción imprevista de las auténticas aspiraciones humanas y garantiza el máximo de la felicidad. Descubrirme en el Otro. En el corazón que arde (Lc 24, 32) está el descubrimiento de la vocación y la historia de cada vocación. Unida siempre a una experiencia de Dios, en quien la persona se descubre también a sí misma y su propia identidad. Formar para la opción vocacional quiere decir mostrar cada vez más el nexo entre experiencia de Dios y descubrimiento del yo. 5. Discernir: La respuesta a la llamada. La opción por el Evangelio supone ruptura con lo que se es o se hace, e indica cambio de vida. Ante esta premisa nos encontramos con la indecisión de muchos jóvenes ante los compromisos definitivos. Habrá que ir preparándolos gradualmente para asumir responsabilidades personales, confiarles tareas adecuadas a sus posibilidades y a su edad, favorecer una educación progresiva para las pequeñas opciones de cada día ante los valores (gratuidad, constancia, sobriedad, honradez...). Con mucha frecuencia al llegar a ese momento surgirán los miedos y las indecisiones que nacen no sólo de la debilidad psicológica del muchacho sino también de la debilidad de su experiencia de Dios y en particular de la debilidad en la experiencia de sentirse elegido por Dios. Cuando no hay certezas en este campo el muchacho sólo confía en sí mismo y en sus propios recursos y al constatar su limitación surge el miedo a la opción definitiva o a la apuesta radical que el Evangelio plantea. Hay que descubrir la opción vocacional como vuelta a casa, a las raíces del yo, a la recuperación de la propia identidad. Ese es el verdadero cambio de vida, redescubrirnos de modo que nos sintamos mirados por Dios y capaces con Él de dar respuestas que hagan posible la construcción del Reino. Este es el único proyecto que nos hará felices, desde aquí descubriremos nuestra vocación como llamada y nuestro nombre como misión. Sólo desde aquí daremos un testimonio de unidad y de Amor que necesariamente ha de manifestarse en la comunidad (Iglesia) de modo que el testimonio personal ayude y haga crecer la fe de la Iglesia y la fe y el testimonio de la Iglesia estimule y anime la opción vocacional de cada uno. Criterios de discernimiento: - Apertura al misterio. La propia decisión aunque firme, deberá permanecer abierta en todo momento a la escucha de la Palabra, de modo que permanezcamos en un continuo discernir cuál es el querer de Dios en cada situación (el problema no se presenta sólo en forma de incapacidad para decidir, sino también como el pretender tener total seguridad de haber comprendido todo y de haber conocido íntegramente la voluntad de Dios. Dios es mucho más grande que nosotros y nuestra mente no abarca todo su ser ni todo su proyecto. Él siempre nos sorprende). La prudencia de cara a poner nuestra esperanza en Dios y no en nuestra propia capacidad será también un indicador de esta apertura. La capacidad de acoger e integrar las polaridades que hay en el propio ser (inclinaciones positivas y negativas, ideales y contradicciones, lo puro e impuro del propio proyecto...). La capacidad de percibir la presencia y la llamada de Dios no sólo en lo extraordinario sino en la propia vida, en la historia. Y por último la gratitud que nace del conocimiento del “primer Amor” y que se manifiesta con generosidad y radicalidad como respuesta vocacional a dicho Amor recibido. - Identidad en la vocación. El descubrimiento de lo mejor de cada uno como don recibido de Dios, como origen de una visión positiva y estable del propio yo. La disponibilidad para responder a una llamada que surge de Dios y que no responde al modelo diseñado por nosotros sino al camino trazado por Dios que es el que sabe donde está nuestra felicidad. La totalidad en la respuesta de modo que se implique todo nuestro ser (cuerpo, mente, corazón, espíritu) (Dt 6,5). La respuesta solidaria que nos lleve a construir el Reino de modo que la llamada se concrete siempre en vivir para los otros (compromiso) y con los otros (comunidad). - Memoria creyente. Un proyecto capaz de reconciliar al muchacho con su pasado con lo negativo y lo positivo que él es. Una memoria en clave de gracia recibida y no de queja, donde el muchacho se sienta llamado a la donación y no a la espera de recibir. Una actitud activa y creativa para aprovechar de modo inteligente la propia experiencia negativa, de modo que ayude a crecer en vez de bloquear o limitar las opciones. - Docilidad. Libertad para dejarse acompañar, para aprender y saber caminar, especialmente a la hora de reconciliar el propio pasado. Una forma de mirar la vida como don y como posibilidad de cara a la voluntad de dar el máximo de sí, a ser capaz de socializar y apreciar la belleza de la vida, a ser consciente de las propias limitaciones y de las propias aptitudes y consciente del don de haber sido elegido. Madurez afectivo-sexual, donde se tenga la experiencia de haber sido amado y la experiencia de saber amar, donde se sea verdaderamente libre para dar y recibir, consciente de la raíz de los posibles problemas que se presenten y capaz de controlar su propia debilidad y de luchar contra ella porque la siente como algo que choca con su ideal. Y, finalmente, auténtica manifestación de la adhesión a Jesús como piedra que da unidad a la propia vida, unificando polaridades como: certeza de la llamada / conciencia de la propia ineptitud, aspiraciones / límites, gracia / naturaleza, llamada / respuesta. Será siguiendo esta pedagogía de la vocación como nuestro caminar conjunto dará los frutos necesarios para que el muchacho descubra el querer de Dios y sea libre para optar por el Reino. Criterios y dificultades Son muchas las actitudes que han de trabajarse en el acompañamiento pero me gustaría recalcar algunas que el muchacho ha de cultivar en todo momento y que nos servirán, en muchos casos, de criterios para evaluar el proceso que está realizando: Vida interior: hacer consciente en el muchacho la presencia cotidiana y laboriosa de Dios en su propia vida y dar medios para que esa vida interior crezca y se disciernan las opciones de modo que repercuta en la vida “exterior”. La referencia continua a la comunidad y a la oración se hacen imprescindibles para crecer. Coherencia: hay que cuestionar e interpelar la vida cotidiana, el ritmo y el estilo de vida de cada día, las opciones concretas y cotidianas del día a día serán nuestro mejor test para ver si los valores del Reino están asumidos o sólo proclamados. Desde aquí podemos trabajar los autoengaños, las ambigüedades y las tentaciones que surgirán en el proceso. Personalización e integración: que el muchacho asuma, libremente las opciones que toma y que sean auténticamente suyas partiendo de lo que es, no de lo que quisiera ser, de lo que cree ser o de lo que los demás quieren que sea. Y hacer todo esto de forma unitaria de modo que aprenda a leer su vida y a tomar opciones comprometiendo su persona entera. Fidelidad: ayudar a perseverar en el Amor en el tiempo de desierto y tentación, asumiendo la realidad como es y no como nos gustaría que fuese, asumiendo que los ritmos de Dios normalmente no son nuestros ritmos y que muchas veces “sus caminos no son nuestros caminos”, creer que a pesar de nuestras limitaciones Dios nos sigue eligiendo, no depender del sentimiento, de la adulación, de los resultados y caminar desconfiando de uno mismo y confiando más en Dios. En cuanto a las dificultades muchas ya han aparecido pero reflejamos aquí algunas de las más comunes: La fe no ocupa el centro de la vida sino que es un aspecto más de la existencia. La opción radical en el seguimiento de Jesús se plantea como algo optativo. La razón se impone en la toma de cualquier decisión y bloquea todas aquellas que no sean “lógicas” o que no ofrezcan seguridad. Se dejan fuera de la fe los aspectos más importantes de la vida, tomándose, por tanto, sólo decisiones que no comprometen en lo esencial. Se fía más de las propias fuerzas que de Dios. Se justifica la falta de decisiones o de radicalidad en éstas por la presión de las dificultades exteriores. Se hace un proyecto de vida en el que no se tiene en cuenta la opción preferencial por los pobres. 4.- EL ACOMPAÑANTE COMO “MAESTRO” Al llegar a este punto, muchas veces, se plantea un debate en cuanto a si el acompañante personal debe ser un técnico o un hombre carismático, un terapeuta o un hombre de Dios, como si una cosa fuera más importante que la otra o en muchos casos se anularan entre sí. Más que entrar en el debate sobre lo que es más importante en el ser del acompañante el problema está en cómo planteamos el acompañamiento. Si logramos entender nuestra labor como camino compartido con otro hermano, donde juntos nos lanzamos a la búsqueda del querer del Padre, compartiendo la sabiduría que cada uno tiene (ya escrita por Dios en la propia vida); si el maestro sólo es tal cuando el muchacho sea capaz de otorgarle dicho título (siendo muchas veces el mismo muchacho maestro para nosotros, ya que nos descubre el rostro de Dios); si somos capaces de descubrir en el simple hecho de caminar la presencia de Aquél que siempre está a nuestro lado, entonces el enfrentamiento entre técnica y Espíritu desaparecerá ya que será el mismo Espíritu el que nos suscitará la necesidad de formarnos, de ser lo más diligentes posibles en nuestra labor de modo que sepamos poner los medios necesarios para dar respuestas y curar (en este sentido las ciencias humanas nos serán de gran ayuda), descubriremos, quizás, que no basta sólo con ser santo, hay que ser además sabio y experto en humanidad. La formación necesaria para el acompañamiento personal abarca muchos campos (psicología, pedagogía, sociología, conocimiento de la Palabra...) que nos ayudarán en el ejercicio de este ministerio, La formación permanente es aquí obligada ya que la cultura actual es dinámica y compleja y la cercanía necesaria en la relación nos obligara a “estar al día” de las inquietudes y problemas de los muchachos con los que vamos a caminar. Por otro lado y como ya se ha señalado a lo largo del cuaderno, la propia experiencia de ser acompañado, de haber recorrido camino con un “maestro” que nos ha ayudado a descubrirnos ante Dios y a optar por su Reino será una magnífico punto de apoyo y paso previo que nos capacitará, en gran medida, para ejercer nosotros el acompañamiento de alguien. Nadie puede acompañar a otro más allá de su propio camino y aunque el camino del otro no sea igual que el mío, ni tengamos el mismo ritmo, ni la misma forma de andar, lo importante será dejar que sea el Espíritu quien haga de guía y quien mueva en la dirección y sentido que Él quiera. A lo largo de los anteriores capítulos ya hemos ido definiendo poco a poco la figura del acompañante personal, se trata ahora de recopilar las actitudes que son deseables para ejercer este ministerio dentro de la comunidad, sabiendo que no se trata de aprender o forzar estilos sino de una manera de entender la propia vida y la vida de cada muchacho. (Entrarían también las tres actitudes ya citadas en el capítulo segundo: congruencia, aceptación incondicional y empatía). cualidades del acompañante La primera condición que ha de cumplir el acompañante es la disponibilidad al querer de Dios, el acompañante ha de ser, ante todo, una persona dócil al Espíritu, que es en última instancia quien va a realizar el camino con nosotros, como María debe estar dispuesto a la acción de Dios en su propio ser y dejarse hacer por ese Dios que nace en cada uno de nosotros desde nuestro “hágase”. El acompañante debe ser una persona capaz de descubrir en su propia historia la huella de Dios y su acción salvadora en la propia vida, pues es fundamentalmente desde su propia experiencia desde donde va a transmitir la buena nueva y desde donde va a interpretar la vida del muchacho. En este sentido ha de ser también una persona de oración que comparta con Dios antes de compartir con los muchachos, que sepa poner delante de Dios los rostros y las vidas de aquellos a los que acompaña. Es imprescindible, por esto último, un profundo respeto a lo que Dios va construyendo en los muchachos, al modo y al ritmo en que se va manifestando en cada uno de ellos, de modo que podamos iluminar sin quemar y guiar sin esclavizar (la acción del Espíritu es mucho más grande que nuestra propia experiencia). El acompañante ha de tener una actitud profunda de acogida, puesto que va a recibir la vida de otra persona, ha de tratarla con suma delicadeza y ternura, saber llegar más allá de las palabras para llegar al corazón del otro y desde allí acompañar la melodía que el Espíritu susurra en cada uno, estar dispuesto a recibir todo lo que el otro es, no con paternalismos sino con misericordia y disponibilidad absoluta, mirando al otro como Dios me mira a mí. Saber escuchar: una escucha activa que sea capaz de acoger, capaz de profundizar lo más posible en lo que el otro dice y es, sin detenerse en el significado inmediato de las palabras y de los hechos, sin juzgar, de modo que podamos entender qué es lo que el otro esconde tras lo que dice, el motivo por el que se cuentan aquellos hechos de aquel modo, subrayando unas aspectos y omitiendo otros. Una escucha capaz de oír los mensajes no verbales (tono de voz, postura, mirada, los sentimientos expresados...), capaz de no intervenir mientras el otro desee comunicar aún alguna cosa, capaz de escuchar el silencio propio y ajeno, capaz de conservar aquello que se escucha y de ponerlo en relación con el pasado. Humildad: tener conciencia de que no se es protagonista de nada ya que es Dios el que nos elige como instrumento a pesar de nosotros mismos y es Él en última instancia el que ha de resonar en cada muchacho y no nosotros. No ir a dar lecciones sino dispuestos al encuentro con el Jesús que se nos revela en el otro. Aceptar la impotencia de que es el muchacho en libertad, a quien le corresponde tomar las opciones a pesar de que creamos que se equivoca. Paciencia: saber adecuarse al ritmo de Dios sin quemar etapas, sin prisas y sin frenos, sin chantajear al otro. Escuchar y callar mucho, antes de hablar. Corregir sólo desde el Amor y sólo con la certeza de que esta corrección fraterna no brota del cansancio, la impotencia o el desánimo sino del Amor. Servicio: el Acompañamiento es un servicio en el que el acompañante se abaja a lavar los pies del muchacho, es a ese Jesús al que yo voy a servir, el otro es un sagrario ante el cual yo me arrodillo. Estar muy atentos a no crear dependencias, a proclamar a Jesús y no a mí mismo, a no depender del afecto, los resultados, el agradecimiento. No imponer cargas al otro que no puede llevar y respetar el ritmo de Dios en cada uno. Ser consciente de que por mucho que se sepa o se trabaje es de Dios y de la libertad del otro de quien dependen los resultados y nuestro papel es únicamente el de “siervos inútiles”. Discernimiento: de modo que sea capaz de conocer cuál es la situación en la que se encuentra el muchacho y ver los pasos siguientes. Capaz de intuir cada tiempo (Qoh 3) para proporcionar las mediaciones adecuadas que faciliten el proceso. Capaz de detectar los autoengaños, los mecanismos de defensa, las heridas... para poder ir trabajándolos en la relación. Capaz de intuir el querer de Dios y caminar en esa dirección (respetando siempre el ritmo y la libertad del muchacho). Experto, como diría S. Ignacio de Loyola, en distinguir las mociones del Espíritu y saber afrontar las «consolaciones y desolaciones» que se presentaran en el proceso (más que como teoría, como experiencia propia). Madurez humana y cristiana: debe ser una persona con experiencia y con una síntesis vital ya elaborada, capaz de transmitir no soluciones sino vivencias, valores, sentido, posibilidades...de modo que el muchacho pueda encontrar su camino y resolver sus problemas. Alguien que ya haya entrado en su interior encontrándose a sí mismo, capaz de reconocer sus límites y de aceptar y responsabilizarse de su historia, de modo que haya realizado en sí mismo un proceso de integración. Una persona que haya descubierto el verdadero sentido de la vida en la entrega y que camine ya en esa donación de sí para encontrarse y construir el Reino. Capaz de amar sin esperar recibir nada a cambio ya que es en el mismo acto de amar donde se realiza su proyecto y su misión. 5.- EN LA ESCUELA DE CALASANZ La escuela concebida por S. Jose de Calasanz pretendía la educación integral del niño en piedad y letras y es desde esta perspectiva donde nos situamos al tratar el acompañamiento espiritual. Hoy en día la prioridad absoluta y a veces única la ejercen las letras (incluso en nuestras catequesis muchas veces priman o importan más los contenidos que el encuentro experiencial con Jesucristo, y así resultan).Sin abandonar la dimensión intelectual y cultural de nuestros procesos, para el cristiano sigue siendo prioritaria la dimensión espiritual: hay que llevar a los muchachos a la experiencia de Dios y a asumir ésta en su propia vida de forma que “hagan suyos los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp 2,5); hay que acompañar al hombre viejo para que se “revista de una nueva humanidad” (Ef 4, 12-24) y en todo este camino de conocer y acoger la piedad hacen falta compañeros y “maestros” que nos acompañen en este descubrimiento. La experiencia de Calasanz Calasanz tuvo experiencia del acompañamiento personal en primer lugar por quienes le ayudaron a lo largo de su camino formativo en España, pero de un modo especial durante la larga etapa de discernimiento de la voluntad de Dios sobre su vida que se desarrolló entre 1597 y 1617, a través del encuentro personal profundo con directores espirituales como les llamaban entonces- y al mismo tiempo confesores, como fueron los carmelitas del convento della Scala en el Trastévere romano y cuyo acompañamiento fue decisivo. Terminada esta etapa no cesó en el acompañamiento personal y continuó la relación con estos importantes religiosos, en algunos momentos a diario. Por otra parte, Calasanz también practicó el acompañamiento personal bajo la figura de Director Espiritual y/o confesor o como Fundador a lo largo de buena parte de su vida, tanto en España, como en Roma: a los religiosos en formación, con los compañeros de comunidad, con los demás religiosos a través de las cartas o personalmente... lo mismo que con algunos laicos. Ésta es su experiencia y por ello su valoración del acompañamiento personal, sobre todo bajo la figura de la época del confesor-director espiritual, no se apoya sólo en una esmerada formación, o en una ideología, sino en el contacto con la realidad y la verificación que ofrece haberlo vivido y ofrecido, comprobando sus frutos. El acompañamiento como opción general en las Escuelas Pías Es importante señalar que la expresión «acompañar» se empleaba desde muy pronto en las Escuelas Pías, si bien se refería sobre todo a la presencia física. Ésta, sin embargo, no es desdeñable ni para nuestro ministerio educativo ni para lo que nos ocupa aquí. El acompañamiento para Calasanz era en primer lugar un método preventivo: una presencia vigilante que ayudara a los muchachos a comportarse bien en cada momento y que les evitara situaciones de daño moral, sea por su causa o por amenazas de extraños, tristemente frecuentes en la época. También era una manera de favorecer un correcto y positivo comportamiento, respetuoso y noble en las relaciones, cortés, humilde y sencillo. Así, pedía la presencia de los religiosos en las aulas cuando entraban los alumnos, enseñándoles a hacerlo de modo que valoraran el lugar al que iban, a los compañeros y al maestro; también en los patios de recreo, y en las famosas filas acompañando a los muchachos hasta sus barrios mientras rezaban (y vigilando no sólo el buen nombre de las Escuelas Pías, sino la integridad física y moral de los muchachos); y lo mismo durante otros momentos (en la misa, en las actividades de los domingos y festivos...). En todo caso, los alumnos no debían nunca estar solos. Pero el acompañamiento no se reducía únicamente a la presencia física atenta, amable y vigilante, sino que se ofrecía durante el tiempo escolar de diversos modos, contando tanto el colectivo como cada una de las personas. Diferentes niveles de acompañamiento Aparte de la presencia física que venimos de indicar, el primer nivel de acompañamiento se realiza en el aula por parte del profesor, que debía estar atento al buen aprendizaje de cada alumno, de modo que diariamente les hacía leer, o dar la lección, etc. Para poder trabajar adecuadamente pedía que no hubiese más de cincuenta alumnos por clase. Otro nivel de acompañamiento es el grupal. La actividad «grupal» más importante, de la que participaban entonces todos los alumnos, era la llamada «Oración Continua», en la que un sacerdote experimentado llevaba grupos de diez o doce alumnos al oratorio o a la iglesia para enseñarles a orar, hacer oración de intercesión y catequizarles: el número favorecía un mejor resultado de esta importante labor. Finalmente, el acompañamiento personal. El grupo grande es necesario, pero no facilita ciertos aprendizajes que requieren una mayor intimidad en la relación. El grupo pequeño hace posible esa catequesis de la oración, de los sacramentos y otros temas. Pero cada persona tiene su camino que recorrer y el grupo no suple nunca la asimilación personal, no sólo de los contenidos intelectuales, sino, lo que es más importante, de la maduración espiritual y moral que Calasanz pretende como fin principal de nuestras escuelas. Por eso pide para todas las escuelas que haya un escolapio sacerdote disponible para ejercer este nivel de acompañamiento. Era entonces una condición necesaria para el ejercicio de nuestro ministerio y es a esto a lo que vamos a referirnos en los siguientes apartados. El acompañamiento personal: tres casos diferentes y un mismo lenguaje Una de las características de Calasanz es la claridad y firmeza de sus ideas. Las más importantes, que deben responder a un esquema interno fruto de su estudio, de su experiencia (y, por tanto, también en buena medida fruto de su época) se repiten de diversas maneras, para ocasiones semejantes y en diferentes momentos de su vida. En este tema sucede lo mismo. Cuando habla del acompañamiento personal (expresión de nuestro tiempo, que no de su época) utiliza términos semejantes que apuntan a un esquema básico común tanto al referirse al acompañamiento que realiza el superior con sus hermanos de comunidad, como al acompañamiento que se debe realizar durante las primeras etapas de la formación de los escolapios (el maestro de novicios y el maestro «del Espíritu»), como, finalmente, al referirse al «confesor de los alumnos». He aquí algunas muestras: «Establecerá, además, en cada casa un Maestro de Espíritu, que coopere con el Superior en encaminar a los religiosos hacia la perfección y que tenga por peculiar encomienda a los más jóvenes, como sí fuera su Maestro de Novicios» (CC 299) «Sobre este punto queremos prevenir encarecidamente al Maestro (de Novicios): que interprete con fino discernimiento en cada novicio su tendencia profunda a la orientación del Espíritu Santo, que enseña a los sencillos a pedir con gemidos sin palabras; por este camino se esforzará en llevar a cada uno hasta la cumbre de la perfección» (CC 23) «En cuanto a... procure (se dirige al Superior) comprenderle bien el interior con amor de padre, pues tiene extrema necesidad de ayuda» (EP 1415) «Entre estos religiosos ha de haber un confesor de alumnos. Con su mucho cariño y benevolencia logre que los muchachos se sientan seducidos por Dios y lo respeten y amen como a su verdadero Padre» (CC 193) En todos los casos se trata de personas que han de llevar una vida «según el Espíritu» y ayudar a que cada uno de los encomendados haga lo propio. Esto supone un talante de disponibilidad, reconocimiento y escucha a la voz del Espíritu, tanto en la vida personal, como en el respeto a esta misteriosa presencia en cada una de las personas a las que acompañan, como sucede en la comparación de nuestro ministerio con el de los ángeles de los que somos «colaboradores» (Memorial al Card. Tonti n. 8). El acompañamiento personal a los niños: la figura del confesor-director espiritual a) Importancia La importancia que da Calasanz a esta figura en la escuela se pone de manifiesto en lo siguiente: En el capítulo IX de la segunda parte de sus constituciones, dedicado a la organización de los colegios o Escuelas Pías, Calasanz insiste en la homogeneidad de los centros, a lo que volverá a dedicar todo un capítulo XI, y presenta en él los cargos personales más importantes. Tras hablar del Superior y antes del sacerdote de la Oración Continua indica (CC 193) que «ha de haber un confesor de alumnos», con las características que más adelante describiremos En la tercera parte de las constituciones dedica todo un capítulo (el VI) a los confesores. Y dice textualmente en el nº 318 (CC) que «paren mientes en que el fiel ejercicio de este ministerio con los niños (aquí la confesión, a la que une la dirección espiritual) constituye obra muy grata a Dios» De hecho manifiesta su importancia en varias cartas: habla de los sacramentos casi siempre que menciona temas pedagógicos «porque los sacramentos suelen iluminar mucho el entendimiento y, frecuentándolos con devoción, suelen inflamar la voluntad para aborrecer el pecado y amar las obras virtuosas. Insista mucho en esto que es todo nuestro apostolado» (EP 471) (interesante también EP 2602). Más en concreto pide a un presbítero que ayude en la confesión «que es el remedio más útil y necesario para el servicio de Dios en los jovencitos» (EP 1441) Finalmente, en las Declaraciones a las constituciones, de Calasanz, dedica una parte a este oficio concreto, bajo el epígrafe: «Delli confessori delli scolari con offº». b) Quién es el «confesor-director espiritual» Se trata de «sacerdotes que no sólo hayan obtenido las licencias del Obispo, sino que sean de edad avanzada y cuyo cariño y ejemplo conlleve a los niños a manifestar con naturalidad sus faltas» (CC 316) Quería una dedicación exclusiva: «teniendo un confesor continuo, sin hacer escuela, que ambas cosas no se pueden hacer» (EP 829) posiblemente no sólo por el trabajo que suponía (disponibilidad continua, según veremos), sino también porque prefería que no fuera maestro de los alumnos que se confesaban: «no me parece conveniente que el Maestro escuche la confesión de los escolares, no sea que por vergüenza dejen algún pecado de confesar» (EP 1571). También pide una estabilidad de los alumnos con un confesor concreto (para poder orientarles espiritualmente): «todos los escolares que vengan a nuestras escuelas, se han de confesar al menos una vez cada mes con su confesor, o a los asignados a su servicio» (Declaraciones a las constituciones...) Y que no interviniera en el control disciplinar y castigos, pues es una opción diferente: «... y para esto haga que el P. Carlo no se meta a castigar a los escolares, sino únicamente a confesarles y enseñarles en las cosas del espíritu, que hará mucho más que si hiciese escuela» (EP 1421) c) Cualidades y condiciones Ha de ser experto en casos de conciencia: «Asimismo, sepan de las caídas en que suelen incurrir la mayoría de los muchachos...» (CC 317) «Ponga gran diligencia en aprender casos de conciencia, principalmente los que se refieren a la confesión, y en especial de los muchachos» (EP 106); de hecho era una formación que se tenía frecuentemente en las comunidades a petición del santo. Y eso suponía también una solidez mental y un examen al que se sometían antes de confesar: «... y la confesión y para el estudio que requiere, y para la asiduidad del escuchar y hablar bastante, y la atención al que se oye para juzgarlo precisan gran solidez de cabeza» (EP 2427); «Antes de ser presentados... sufrirán un riguroso examen por parte de los Padres señalados.» (CC 320) «tengo gran consuelo en que sea examinado y aprobado para la confesión y me será precioso que atienda a estudiar los casos en los que suelen incurrir los jovencitos que este es nuestro principal instituto y si pudiera tener el trabajo de... en uno de sus tomos hace un tratado particular muy a propósito...» (EP 557) Sobre todo, había de ser alguien ejemplar y lleno de caridad: «cuyo cariño y ejemplo conlleve a los niños a manifestar con naturalidad sus faltas» (CC 316), afable y atrayente para que «con su mucho cariño y benevolencia logre que los muchachos se sientan seducidos por Dios y lo respeten y amen como a su verdadero Padre» (CC 193) «...los recibirá con todo amor, portándose en manera que los escolares le quieran como a Padre y eso les haga más fáciles y reales en la confesión» (Declaraciones a las Constituciones...). Finalmente, una condición personal fundamental es que sea un hombre «de espíritu», con una intensa vivencia del Espíritu Santo: «Se debería hacer confesar a los alumnos con frecuencia, para que con la gracia del sacramento entrasen en el camino del santo temor de Dios, esperando que los confesores sean verdaderos padres espirituales. En esto se debe emplear toda diligencia, porque es el fin de nuestro Instituto» (EP 388X, 18-I-1.642) «Dios sabe con cuánto amor le deseo la continua asistencia del Espíritu Santo, para que, tratando con Él a puertas cerradas, al menos una o dos veces al día, sepa guiar la navecilla de su alma. Es este negocio primero y principal...» (EP 3858) d) Frecuencia Al estar ligado este "acompañamiento personal" al sacramento de la confesión, citamos aquí lo que al respecto decía Calasanz, pero en las mismas citas se percibe que se trata de un verdadero acompañamiento, según la necesidad de cada uno: Todos los alumnos se confesaban una vez al mes, así lo indica ya en la Breve Relación de 1602-1605: «una vez al mes confiesan y el día antes de la confesión se les enseña el modo...» «todo alumno debe confesarse al menos una vez al mes...» y en las declaraciones a las constituciones, al margen de su insistencia en muchas cartas. Pero según la necesidad, pedía que se pudieran confesar semanalmente o incluso varias veces por semana: «sobre todo sí observa a los que tienen mayor necesidad y les hace confesar cada semana junto con los más piadosos, para que también ellos lleguen a serlo» (EP 1449) «que un confesor que tuviese gran caridad lo confesase dos veces a la semana y lo visitase frecuentemente induciéndolo a descubrir todos los pensamientos y discursos que oye interiormente y dándole el remedio necesario y en este remedio caritativo durase por dos o tres meses continuos...» (EP 3055, aunque se refiere a un hermano de la Orden). Es preferible la confesión a los castigos: «y siempre que pueda procure encontrarse presente cuando el Prefecto castigue algún escolar para que por su intercesión le perdone y lo lleve consigo a confesarse que entonces más fácilmente le dirá con verdad todos los pecados tras el beneficio recibido» (Declaraciones a las Constituciones) «...y en cuanto al castigo de los alumnos, haga que siempre que el confesor pida que uno sea perdonado para hacerlo confesar, entonces se le perdone, que hace mayor efecto el sacramento que el azote» (EP 1441) Los alumnos que ingresaban nuevos al Instituto debían realizar una confesión general como condición necesaria, y para así saber guiarlos mejor en el Espíritu: «hacer la confesión general para que así pueda en el futuro guiarlo en el espíritu confesándole siempre en el confesionario...» (Declaraciones a las Constituciones) e) Método En primer lugar habría que unir este aspecto con la formación de la conciencia y el examen diario de la misma que pedía Calasanz. Es también una educación para la verdad. Pide al confesor un método para acceder al interior de la persona «tengan un método sencillo de preguntarles» (CC 317) «en los pecados de impureza sea el confesor muy cauto, procurando a la larga descubrir la pequeña falta y luego con artificio descubrir las grandes, las cuales descubiertas procure con toda afabilidad demostrarle la gravedad del pecado» (Declaraciones a las Constituciones) No se trata únicamente de un análisis, diagnóstico y curación, sino que es propositivo: «y conozcan algunas anécdotas de santos que afiancen a los niños en la virtud y que sean en alabanza de la pureza, de la sinceridad de vida, de la fidelidad a Dios y demás virtudes, y en menosprecio de algunos vicios» (CC 317) «ese lugar del confesionario es un tribunal que bien administrado debe remediar no sólo las cosas pasadas, sino incluso preservar de las futuras sin respeto humano; ...si tuviera el oficio de confesar, hacerlo sólo para dirigir las almas al servicio de Dios» (EP 1759) Finalmente, como hemos visto en varias citas anteriores, se trataba de que fuesen auténticos «padres espirituales» para guiar las almas. El método, según lo indicado también para otros casos: la atención personal según su necesidad ayudar en el examen de conciencia, con un talante de cariño paternal, favoreciendo que el alumno le abriera su interior y comunicara todos sus sentimientos, escuchándole a fondo animar poniendo ejemplos de virtud que descubriera en el alumno la guía del Espíritu o «interna inclinación» para por ahí llevarle a la perfección esto supone un enorme respeto y cariño hacia el alumno y a la presencia de Dios en él _________ EP = epistolario calasancio recogido y editado por el P. Picanyol CC = Constituciones elaboradas por S. José de Calasanz en 1622 Hemos dicho que es el Espíritu quien realmente ejerce el acompañamiento, por eso terminamos con una oración que une Espíritu, persona y comunidad y así nos ayuda a situarnos antes de entrar en la interioridad de cada joven. ¡Oh Dios misericordioso, escúchame benigno! Te pido por estos hijos tuyos. A esta oración me mueve la misión paterna que me has confiado, me inclina el afecto, me anima la consideración de tu bondad. Tú, dulce Señor, sabes cuánto los amas y el lugar que ocupan en mi corazón. Tú, Señor mío, sabes que no, les mando con dureza ni con violencia, que prefiero servirlos en la caridad a dominarlos, que quisiera someterme humildemente a ellos. Escúchame pues, oh Señor y Dios mío, escúchame: mantén tu mirada atenta sobre ellos día y noche. Abre, oh clementísimo, tus alas y protégelos, extiende tu diestra y bendícelos, infunde en sus corazones tu Espíritu Santo, que los mantenga unidos en el vínculo de la paz, en la castidad del cuerpo y en la humildad del alma. Que tu Espíritu asista a los que rezan, que la abundancia de tu Amor los colme íntimamente, que la suavidad de la contrición recree sus mentes, que la luz de tu gracia ilumine sus corazones. Que la esperanza los sostenga, el temor los haga humildes y la caridad los haga ardientes. Que el Espíritu sugiera las oraciones que Tú, propicio, quisieras escuchar. Que tu dulce Espíritu esté en los que meditan para que, iluminados por Ti, te conozcan, y quede en ellos impreso el recuerdo de Aquél al que invocarán en sus adversidades y consultarán en las dudas. Que este suave Consolador vaya a su encuentro, sostenga a los que se ven probados por la tentación y los asista en la debilidad, en las angustias y en las tribulaciones de la vida. Dulce Señor, haz que con la ayuda de tu Espíritu estén en paz, sean modestos y benévolos consigo mismos, con sus hermanos y conmigo; que se obedezcan, y se sirvan y se sobrelleven unos a otros. Que sean fervientes en el Espíritu y alegres en la esperanza. Que tengan en la pobreza y en la abstinencia, en los trabajos y en las vigilias, en el silencio y en le sosiego, una constancia inquebrantable. Permanece en medio de ellos siendo fiel a tu promesa; y, puesto que sabes de que tienen necesidad, te suplico que consideres su debilidad y no los rechaces en su flaqueza. Sana al que está enfermo, alegra sus tristezas, infunde ánimo a los tibios, consolida lo que es inestable, de modo que todos sientan la ayuda de tu gracia en medio de las necesidades y las tentaciones. En tus santas manos los pongo, a tu tierna providencia los confío. Que nadie los arrebate de tu mano, sino que perseveren gozosamente en su santo propósito y perseverando obtengan la vida eterna; con tu ayuda, oh, dulcísimo Señor nuestro, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. (Elredio de Rievaulx, abad del siglo X) BIBLIOGRAFÍA ALBURQUERQUE E., Perfil del acompañante espiritual, Misión Joven nº 204-205, 1994. ALEIXANDRE D., Imágenes bíblicas para el acompañamiento, Revista de teología pastoral nº 1004, Sal Terrae, Santander 1997. 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Definirlo y comentarlo en grupo. 3.- ¿Cómo podemos superar las dificultades de comunicación para ir superando los distintos niveles de participación en la relación?. 4.- Hacer un esquema de los aspectos positivos y negativos que vivimos en las tres actitudes fundamentales que dan lugar a la escucha activa: congruencia, aceptación incondicional y empatía, y ver como influyen en la relación. 5.- En pequeños grupos comentar cada uno de los cinco aspectos de la pedagogía de la vocación (sembrar, acompañar, educar, formar y discernir) desde la propia experiencia en el acompañamiento. 6.- Evaluar nuestro papel como acompañantes en base a las distintas cualidades que recoge el cuaderno. Elegir las tres cualidades que nos parezcan mas importantes y comentarlas en grupo. 7.- ¿Tiene hoy sentido en la escuela cristiana la figura del acompañante personal? ¿por qué? 8.- ¿Qué intuiciones de Calasanz son hoy válidas en nuestra Escuela Pía en lo referente al acompañamiento personal?, ¿cómo las podemos realizar en nuestros centros?