ACOMPAÑAMIENTO PERSONAL Formap33: © Equipo Provincial de Pastoral

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© Equipo Provincial de Pastoral
Escuelas Pías de España, Tercera Demarcación
ACOMPAÑAMIENTO
PERSONAL
introducción
1.- El acompañamiento espiritual hoy
Razones para el acompañamiento personal
Nuestro joven hoy
Del director espiritual al acompañante personal
¿Qué es el acompañamiento personal?
2.- Aportaciones de la psicología al acompañamiento espiritual
La relación de ayuda
La crisis
La escucha activa
3.- El proceso en el acompañamiento espiritual
Etapas del acompañamiento
Pedagogía de la vocación
Criterios y dificultades
4.- El acompañante como "maestro"
cualidades del acompañante
5.- En la escuela de Calasanz
La experiencia de Calasanz
El acompañamiento como opción general en las EE.PP.
Diferentes niveles de acompañamiento
El acompañamiento personal: tres casos y un mismo lenguaje
El acompañamiento personal a los niños: la figura del confesor-director
espiritual
Oración-Invocación al Espíritu
Bibliografía de apoyo
Para la reflexión y el diálogo
INTRODUCCIÓN
Los jóvenes a los que nosotros vamos a tener que acompañar se encuentran inmersos
en una sociedad incapaz de ofrecer respuesta a los grandes interrogantes que darán
sentido a sus vidas, de hecho ni siquiera les va a plantear dichos interrogantes, sino más
bien va a sustituirlos con sensaciones inmediatas que presuntamente les proporcionarán la
satisfacción que ansían, pero que en la mayoría de los casos lo que harán será
mantenerles en un estado de adolescencia permanente, incapaces de tomar decisiones
que comprometan sus vidas e incapaces de ejercer la verdadera libertad porque
supuestamente ya son “libres”, lo que necesitan son testigos capaces de “vivir en el mundo
sin ser del mundo”.
Para que este testimonio les llegue y sea fecundo es imprescindible “abajarse a ellos”
de modo que reciban nuestro mensaje como posible para ellos en su “propio mundo”, esto
implica que los educadores debemos conocer a los jóvenes y su mundo relacional,
debemos estar entre ellos y ser capaces de llegar hasta sus centros de interés y todo para
servirles desde el Amor de modo que nuestra cercanía, nuestra entrega y nuestro
testimonio cuestione sus vidas y dé las pautas para optar por la Vida.
Este acercamiento, este vivir entre y para ellos supone una “pedagogía del uno a uno”
en la que el gran objetivo será llegar a cada muchacho en particular y buscar los
resultados en “la eterna poesía de lo pequeño y de lo cotidiano” que es donde van a
fraguarse las grandes opciones de la vida. Supone, por tanto, olvidarse de predicar para
las grandes masas y saber pararse a escuchar la melodía del corazón de cada muchacho
y el susurro del Espíritu en su vida. Es aquí donde cobra toda su importancia el
acompañamiento espiritual como “camino de Emaús” donde vamos juntos desvelando la
Palabra.
El objetivo de este cuaderno es esbozar qué es y en qué consiste lo que hoy llamamos
“acompañamiento personal”, de modo que a lo largo de estos 5 capítulos podamos tener
una síntesis básica que nos abra el apetito por formarnos en este inmenso campo del que
sin duda dependen, en buena parte, el resultado de nuestros procesos pastorales y
educativos.
Comenzaremos haciendo una breve historia del acompañamiento personal,
distinguiendo conceptos pasados y situándolos en la realidad juvenil actual. Pasaremos
después a tratar algunas aportaciones que desde el campo de la psicología nos
ayudarán en nuestra relación con los muchachos. En el tercer capítulo veremos el núcleo
fundamental del cuaderno que trata del proceso: sus momentos, dificultades... Haremos
también hincapié en el papel del acompañante como “maestro”: sus cualidades,
formación... Acabaremos con un pequeño vistazo a la importancia que esta labor ha tenido
desde los primeros años en la escuela de Calasanz.
Como ya hemos dicho antes el cuaderno no pretende ser una obra de referencia sino
más bien un primer contacto con el acompañamiento personal, por lo cual es muy
aconsejable complementar su lectura con algunas de las obras de la numerosa
bibliografía editada al respecto (lo cual demuestra la importancia que tiene el
acompañamiento personal en cualquier proceso pastoral que pretenda dar resultado hoy
en día). Un tema que surgirá a lo largo del cuaderno será el discernimiento vocacional
hacia el que hay que llevar a los muchachos, dada su importancia, si es posible, se
abordará este apartado en otro lugar dedicado sólo a esta etapa del proceso.
1.- EL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL HOY
Razones para el acompañamiento personal
«Descubrir a Dios no es fácil, la voluntad de Dios no aparece sin más de forma
evidente, y las posibilidades de perderse en el camino también son altas. Por todo esto
necesitamos creyentes que caminen a nuestro lado y nos orienten; ¿es posible ser
catequista de jóvenes y adultos sin experiencia de acompañamiento personal? Creemos
honradamente que no, y el catequista que no haya descubierto esto no tiene la
preparación adecuada para animar a un grupo ni para acompañar a otros en el
seguimiento de Jesús» (Sastre J., El discernimiento vocacional, p. 51)
Buscando en la Palabra
En la misma forma de actuar de Dios con Israel ya descubrimos algunas actitudes que
aparecerán en nuestra relación de acompañamiento:
Dios camina con su Pueblo (Dt 31,8 ) y le guía para que escoja el sendero de la Vida
(Dt 30,15-16), suscita preguntas al hombre, le interpela desde la situación que vive y
desborda sus expectativas.
Dios sale permanentemente al encuentro del hombre (Sal 42, 3) y desde antes de su
nacimiento cada persona disfruta ya de la cercanía cariñosa y comprometida de Dios (Jer
1,5).
Dios está en medio de su pueblo (Is 7,14) y habla y comprende al hombre (Sal 35, 115,
3-7), es Padre (Dt 1,31-33), pastor (Is 40,11, Sal 80), continuamente envía mensajeros y
profetas que acompañen al pueblo en su camino y revelen su voluntad (Is 6,8; Jr 1,4-10).
Dios desde todos los tiempos se nos revela a cada uno en particular y nos acompaña
en el camino hacia Él. Su presencia en medio de su pueblo, su confianza en cada uno de
nosotros, su esperanza en la nueva humanidad, su entrega universal para todos se
personalizan en Jesús de Nazaret.
«Si el proyecto de Dios asume la vida del hombre en su cotidianeidad, en su historia, en
sus situaciones y experiencias, si está dirigido, como propuesta, al hombre en situación, la
relación entre fe y educación es muy estrecha. El don y la propuesta de Dios ha de ser
“oída”, “acogida” y no sólo “aprendida”, “elaborada”. Esto está sostenido, condicionado,
para bien o para mal, por mediaciones humanas... Éste es el ámbito propio de la
educabilidad de la fe: colaborar con la persona para que ésta se abra a la propuesta de
Dios, acompañar un proceso, no como quien dirige sino cono quien ayuda, habiendo
hecho uno mismo el propio proceso y reconociendo en la propuesta de Dios el mayor
BIEN de nuestra vida» (Urbieta J.R., Acompañamiento de los jóvenes, p.18).
(Recomiendo vivamente en este apartado la lectura del artículo Imágenes bíblicas para
el acompañamiento, de Dolores Aleixandre, citado en la bibliografía).
Caminando con Jesús
La misma pedagogía de Jesús nos lleva hacia el acompañamiento: Jesús reúne a los
apóstoles para que estuvieran con Él (Mc 3,14); los llama uno a uno, personalmente (Mc
1,16ss) y antes de enviarlos crea con ellos su pequeña comunidad donde vivir la
comunión, la amistad, la fraternidad; les explica las parábolas para que sean capaces de
entenderlas (Mt 13,11); comparte con ellos su oración (Jn 17, 1-26); les regala el título de
hijos para enviarlos a ser hermanos.
El seguimiento de Jesús es un camino en el cual hay condiciones de entrada (Mc 1,15;
Lc 13,5) el creyente ha de ir colocando en el centro de su existencia el Reino y supeditar
todo lo demás (Mc 2,4; Lc 9, 57-62; Jn 1,43; 15,16) se produce así la conversión y Jesús
se convierte en Señor. Este camino no se puede hacer solo sino en comunidad (1Pe
2,11), parte del Amor de Dios que nos convoca (Flp 3, 13-14) y se recorre al amparo del
Espíritu que nos enseña (Jn 14,25).
Jesús educa sobre todo por su manera de comportarse entre los hombres, su
testimonio, sus gestos, sus palabras convierten su presencia en acontecimiento gozoso y
salvador. Ejerce con ellos en todo momento una relación de acompañamiento siendo el
Maestro, modelo de todos aquellos que aspiramos a ser maestros.
En la historia de la Iglesia
Ya en las primeras comunidades los presbíteros o "ancianos“ tenían el ministerio de
sostener la fe de los hermanos y animar su caminar en las dificultades. El catecumenado
en los primeros siglos de la Iglesia es un auténtico noviciado de la vida cristiana donde
todo el proceso es acompañado por la comunidad que apadrina a los catecúmenos.
En el cristianismo oriental surgen maestros que ayudan a los discípulos para que estos
se hagan dóciles a la gracia de Dios de manera que alcancen libertad y radicalidad para
vivir como los apóstoles.
Posteriormente los eremitas y cenobitas se agrupan en torno a testigos con una fuerte
experiencia de Dios atestiguada por su vida y su saber. «En todas las familias religiosas y
en todas las corrientes espirituales que han ido surgiendo en la historia de la cristiandad,
se ha dado mucha importancia a la función de orientar los caminos del Espíritu. Los
ideales de vida que se proponían solían ir acompañados de modelos de identificación y
cauces comunitarios que acumulaban experiencia y ayudaban en el caminar a los que se
iban incorporando» (Sastre J., El acompañamiento espiritual, p. 21). San Benito, San
Francisco, Sta. Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, San Ignacio de Loyola, San José
de Calasanz y otros muchos son ejemplo de ello.
En el Vaticano II la constitución Sacrosantum Concilium (en el nº 64) restaura el
catecumenado de manera que este ayude al catecúmeno a reestructurar su persona
desde una nueva mentalidad y unos nuevos valores, en este proceso hay que asumir la
historia personal de cada uno de modo que aunque todos sigamos al único Maestro cada
uno tiene su particular itinerario que debe ser acompañado individualmente. Juan Pablo II
en la carta para el año internacional de la juventud de 1985 define el acompañamiento
personal como: «escuela sistemática de vida interior». Esta tarea tiene un gran
componente testimonial y experiencial para que la respuesta pueda ser con toda la vida.
Esto no es posible sin la gracia de Dios y sin la presencia del catequista que camina por
delante pero al paso del catecúmeno.
Nuestro joven hoy
«El mayor problema de la juventud está en que como colectivo se encuentra
abandonada a sí misma porque no hay diálogo en profundidad con el mundo adulto al
faltar maestros que les den “razones para vivir y motivos para esperar”.
La misión de los padres, educadores y catequistas es acompañar a los niños,
adolescentes, jóvenes y, en su caso, adultos en el proceso de hacerse persona, de
madurar, de llegar a la identidad propia del cristiano.» (Sastre J., El acompañamiento
espiritual, p.9).
El joven de hoy ha perdido dos referencias fundamentales: por un lado la figura
paterna, se choca contra cualquier tipo de autoridad y se defienden la “libertad y la
independencia” como valores absolutos y como conquistas irrenunciables de una juventud
que se opone frontalmente contra cualquier jerarquización o subordinación.
Por otro lado, al menos eclesialmente hablando, se ha perdido la figura de la madre,
nuestros muchachos creen en Jesús pero no en la Iglesia, fundamentalmente porque
chocan con una visión autoritaria, paternalista y jerárquica contra la que se rebelan.
Es precisamente desde esta situación donde el acompañamiento espiritual nos ofrece
todas las oportunidades de acercarnos a los jóvenes y construir con ellos la Iglesia. El
acompañante procura entre los muchachos una nueva visión de la figura paterna: menos
autoritaria y más autorizada, menos impuesta y más propuesta, más cercana al “modelo”
que a la ley, y es desde aquí donde también se recupera la figura materna ya que el
acompañante siempre es enviado por la comunidad, por la madre Iglesia que cobra aquí
todo su significado como hogar gozoso y acogedor de aquel que es enviado a los
hermanos.
La importancia del acompañamiento espiritual hoy día en cualquier proceso educativo o
pastoral en el que trabajemos es abrumadora. En muchos jóvenes no existen o son
demasiado débiles la libertad y la capacidad de decisión. El mundo de los jóvenes es
extremadamente complejo y plural (ver cuaderno de formación nº 26: Nuestro joven,
nuestra sociedad) propone tantas ofertas que al final los muchachos no saben realmente
construir su propia identidad y no son capaces de unificar e integrar sus vidas. El
evangelio queda reducido a la sagrada esfera de lo privado e individual pero no se
convierte en el eje que da sentido a todo lo demás y desde el cual se toman las opciones
de Vida. El ambiente penetra en nuestro propio ser de manera constante y abrumadora y
esclaviza nuestras respuestas desde el consumismo, el erotismo, la superficialidad, la falta
de compromiso...
Para que el joven encuentre respuestas necesita encontrarse con personas adultas en
la fe que sean capaces de testimoniar los valores del Evangelio y esto sólo lo podemos
hacer desde la cercanía del uno a uno y desde la referencia de la comunidad, lo demás
hoy no funciona (tendremos momentos de gozo y sentimiento pero a largo plazo las
opciones fundamentales se tomaran al margen del Evangelio).
Del director espiritual al acompañante personal
No es sólo un cambio de términos sino una verdadera transformación en cuanto a
contenidos y métodos la que se ha producido entre la dirección espiritual y el
acompañamiento personal.
La Iglesia desde el punto de vista sociológico se encuentra en una situación de muy
poca influencia. Y en esta situación las comunidades cristianas tienen que saber
purificarse de gran numero de incrustaciones e impurezas y ser capaces de intuir hacia
qué nuevas experiencias, probablemente minoritarias, deben encaminarse para ser
verdaderamente fieles al Evangelio y capaces de transmitir la fe. Pensar que basta con el
mantenimiento de las antiguas costumbres aplicando una técnica de restauración es
ingenuo e irreal...
La Palabra de Dios va delante de nosotros, mientras que muchos aspectos de nuestras
instituciones quedan ya a nuestras espaldas. No es cuestión de destruir nada de lo
heredado que sea valioso; pero hay que deshacerse de todo lo que no sea esencial para
el futuro...
«Las comunidades cristianas cambiarán su rostro de manera sorprendente, como
purificadas por el fuego, valorarán más el don de la fe, que no es en primer lugar un deber
que haya que cumplir, sino una gracia que hay que vivir. Por estos caminos irán creciendo
nuevos maestros, deseosos de entendimiento y de santidad, compasivos y buenos. Estos
nuevos guías espirituales sabrán también educar en la fe. Serán guías con menos
pretensiones y con un amor intenso al Señor. Sabrán compartir más, tendrán menos cosas
que defender, menos pasajes obligados, menos instituciones que gestionar, estarán
dispuestos a asumir más fracasos y también a arriesgar más...
«Son muchos los educadores que hoy se sienten cansados y, después de haber
consumido durante muchos años sus energías, se preguntan por qué cuesta tanto trabajo
educar en la oración y en la fidelidad. La sensación de incapacidad acaba a veces
desanimando o deprimiendo y mueve al cristiano adulto a sentirse solo y estéril. Se tiene
la impresión de que hay algo que se escapa, de que no logran entenderse las necesidades
reales de las nuevas generaciones. Son muchos los sacerdotes, religiosos y las religiosas
que sufren porque les parece que no logran transmitir el carisma de su vocación particular,
que sin embargo animó su juventud y entusiasmó su libertad, llevándolos a amar a Jesús
con todo su ser y para toda la vida...
«A veces pierden la paz y nace de ellos inconscientemente un sentimiento de
acusación, un lamento sutil y perenne, una impresión de ausencia de autoridad, a la que
se hace responsable de esta decadencia. A veces se dejan llevar por los tópicos y caen en
la socorrida y genérica afirmación de la “debilidad de los jóvenes”.
«El acompañamiento de los jóvenes en la fe y en la vocación exige hoy, sin duda
alguna, mucho más carisma personal, una mayor capacidad y compromiso en la relación y
mucho tiempo, realmente mucho tiempo que “perder”. Para proponer y mantener una
auténtica comprensión de la fe son necesarios un lenguaje común y cierta afinidad de
sentimientos.» (Pagani S., Acompañar espiritualmente a los jóvenes, pp. 10-14).
La figura del acompañante no se formula como la del director ya que el acompañante
realiza el camino junto al muchacho y en este caminar está obligado a compartir, a
confrontar y a confesar muchas veces su propia experiencia para implicarse en la vida del
otro en vez de dirigirla.
En la dirección espiritual el ideal es la obediencia ciega al director que es el que lleva al
discípulo a la perfección y le señala el camino y las metas. Desde estos presupuestos la
sabiduría del director, en muchos casos, no respeta la autonomía del dirigido y es
susceptible de posibles transferencias inconscientes. En el acompañamiento el
acompañante no centra la importancia en señalar las metas o programar el camino sino en
el proceso de transformación que se está gestando en el muchacho (es el Espíritu quien
pone el ritmo y las metas). La sabiduría consiste, no en desvelar el camino sino en permitir
que el muchacho lo vaya descubriendo él mismo (creciendo en sus dones y en autonomía
para alcanzar la libertad de los hijos de Dios).
En la dirección espiritual la relación se apoya en la autoridad del director, mientras que
en el acompañamiento personal la primera condición es la relación interpersonal en sí
misma. La calidad de esta relación (escucha activa, empatía, respeto, honradez,
confianza...) es el principal apoyo, junto con la oración y la comunidad, para el proceso de
transformación.
En la dirección espiritual lo importante es alcanzar las metas propuestas por el director,
creándose muchas veces dependencias en el muchacho ya que se ignora su historia, su
capacidad, su ritmo. En el acompañamiento lo decisivo no es el cumplimiento, sino la
adhesión a Jesús.
Definir el perfil del acompañante espiritual hoy día es complejo ya que en seguida nos
vienen a la mente figuras de guía, director, colega, terapeuta, técnico, testigo... Es cierto
que el acompañante roza o se nutre de algunas de estas figuras pero no acaba de encajar
en ninguna de ellas dado el perfil actual de nuestra juventud y la misión que se pretende
llevar a cabo:

El acompañante no es el guía que abre caminos al muchacho, ya que es el propio
muchacho el que debe ir descubriendo la senda que el Espíritu le marca y esta no
tiene por qué ser la misma que en su día recorrió el acompañante.

El acompañante no es el director que marca el ritmo, sino más bien se mantiene fiel al
ritmo que Dios va marcando en el muchacho.

El acompañante no es un colega al mismo nivel que el muchacho, la empatía y la
cercanía son imprescindibles en la relación de acompañamiento pero la perspectiva
con que se ve el camino recorrido y sobre todo por recorrer, hace distintos los roles y
las percepciones de ambos.

El acompañante no es el psicólogo que escucha y resuelve los problemas, sino alguien
que se pone en situación de construir apoyado en Jesús y afrontar las dificultades
desde la fe.

El acompañante no es el técnico que enseña contenidos con una gran argumentación
sino alguien que testimonia con su vida que se puede vivir en “abundancia” (Jn 10,10)
y que convence por lo que hace y es, no por lo que piensa y dice.

El acompañante no es mero espectador de las cosas que pasan en el muchacho sino
que tiene que ayudar activamente a éste, de modo que además de ser luz (reflejando
con su propia vida el Amor de Dios) ha de ser sal (dando sabor y evitando que se
pudra la “interna inclinación del Espíritu” en cada muchacho) y para esto hace falta
discernir lo que va pasando en el muchacho y saber cooperar con la Verdad de la
llamada que cada uno recibe.
¿Cuál es pues la figura del acompañante?: la de ser maestro: «Hoy los jóvenes
reclaman, efectivamente, no tanto valores cuanto modelos visibles y concretos que
encarnen los valores... Necesitan un modelo de vida del que aprender y con el que
caminar. Necesita un maestro para aprender a vivir la fe y llevarla a plenitud. El maestro
conoce el camino porque él lo ha recorrido, y sabe que hay caminos que nunca ha
recorrido del todo. El maestro de acompañamiento sabe que el único Maestro es Jesús.»
(Urbieta J. R., Acompañamiento de los jóvenes, p.31). En palabras de San Gregorio
Magno “hay que mostrar lo invisible a través de lo visible”.
¿Qué es el acompañamiento personal?
Hemos empezado este capítulo buscando el porqué del acompañamiento, continuamos
explicando a quién va dirigido y posteriormente hemos descifrado quién lo realiza, nos
queda pues, un último apartado que consiste en definir qué es el acompañamiento. Quizás
sea este el esquema más lógico a la hora de plantear esta labor: preguntarnos el porqué
de lo que vamos a hacer y si concuerda o no con las forma de actuar de Dios a lo largo de
la historia; interrogarnos sobre los muchachos a los que va dirigido y ver si es el mejor
modo de acercarles la buena noticia del Amor de Dios; y cuestionarnos si encajamos en el
papel de “maestros” que pretenden recorrer un camino común de descubrimiento del
querer del Padre. Sólo después de estas tres reflexiones podremos plantear como última
pregunta ese qué es y responder concretamente según cada muchacho que el Padre nos
regala para iniciar juntos el camino.
A lo largo del cuaderno surgirán muchas definiciones, yo quisiera recoger aquí una de
Dolores Aleixandre: «Acompañar es asistir al largo proceso de gestación de la vida nueva
que el Espíritu está creando en otro y estar junto a él, atento a los signos de su proceso,
sin querer precipitarlo ni controlarlo, consciente de que es inútil sustituir un trabajo que
sólo puede hacer el otro., pero estando ahí para animar, sostener, tirar con cuidado y a
tiempo de una vida frágil que apunta y que lucha por salir a la luz» (en Imágenes bíblicas
para el acompañamiento, p.655).
En efecto de eso se trata, de ayudar a nacer de nuevo del Espíritu y del agua (Jn 3, 35). De asistir a ese parto a una nueva vida que surge y de caminar junto a cada muchacho
para que encuentre en sus entrañas el Amor de Dios que ha sido derramado en nuestros
corazones. De experimentar la libertad de aquellos que poco a poco dejan de pretender
cosas que superan su capacidad y acogen la voluntad de Dios con paz (Salmo 130). De
pasar de fiarse de uno mismo y proclamar “haré todo lo que Dios me pide” a fiarse de Dios
y decir “Hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1,38).
2.- APORTACIONES DE LA PSICOLOGÍA AL ACOMPAÑAMIENTO
ESPIRITUAL
Antes de entrar en este apartado me gustaría hacer un inciso que creo importante, toda
la labor de acompañamiento ha de tener por detrás una concepción de la persona que
esté clarificada, sólo si entendemos a la persona como “ser en relación” capaz de
realizarse en cuanto que es capaz de llegar al encuentro con su yo interior y con el tú de
cada otro (con el Tú de Dios), sólo si entendemos a la persona de manera integral (con
sus distintas “manifestaciones”: cuerpo, mente, sentimientos, espíritu) y sólo desde la fe en
cada persona como sujeto de amor, de creatividad, de capacidad de elección, de
creencias y valores, capaz crecer y de llegar a ser “sueño de Dios” podemos entender el
acompañamiento personal.
El pensamiento de la psicología humanista (Martin Buber, Carl Rogers, Abraham
Maslow): en cuanto a la relación como componente esencial de la personalidad, en cuanto
a la unidad de la persona como ser único e indiviso capaz de ser actor de su propia vida y
en cuanto a la confianza ilimitada en el ser humano; y por otro lado la concepción de la
Santísima Trinidad como modelo de relación y la concepción del hombre como “templo del
Espíritu Santo” capaz de ser reflejo del Amor de Dios, aparecen como trasfondo en todo el
enfoque posterior.
La relación de ayuda
Como en toda nuestra tarea, no podemos aislar un solo aspecto a la hora de trabajar,
en este caso la psicología nos ayudará a situarnos de cara a conocer mejor a los
muchachos, a colocar a cada muchacho dentro de su propia historia partiendo desde su
pasado y enfrentándoles a su futuro, pero siempre viendo el conjunto de todo lo que cada
muchacho es y vive, e intentando escuchar la voz del Espíritu en cada uno.
En la relación que vamos a establecer con el muchacho hay actitudes y
comportamientos que vamos a tener muy en cuenta de cara a favorecer el crecimiento y
maduración de la persona. La psicología nos proporciona, en este sentido, conocimientos
e instrumentos que nos ayudarán a acompañar a los muchachos -una vez conocido su
propio interior (dones, heridas, bloqueos, mecanismos de defensa...)- a ser más libres para
responder a Dios.
Es en la misma relación donde se va a dar el primer paso, ya que el acompañamiento
parte de la confianza que la propia relación suscita entre acompañante y muchacho,
ambos inician una misma aventura de cara a alcanzar la verdadera libertad. Es
importantísimo que el muchacho pueda soltarse, pueda confiar y se sienta siempre
apoyado por el acompañante, en lo que a escucha y confianza se refiere. Esto exige del
acompañante una actitud de apertura y entrega que en cualquier caso hay que plantearse
muy seriamente antes de iniciar una relación de acompañamiento: ¿estoy realmente
dispuesto a “perder” todo el tiempo necesario? ¿estoy realmente abierto al otro?, ¿estoy
dispuesto a estar siempre ahí cuando él me necesite? Todas son preguntas necesarias ya
que cada muchacho que vamos a acompañar se convierte para nosotros en Jesús de
Nazaret, cada uno es un sagrario ante el cual yo me arrodillo durante horas en actitud de
oración para llegar a descubrir el Amor de Dios que cada uno lleva dentro.
Pero en el acompañamiento personal, no todo es cuestión de buena voluntad o de
disponibilidad para la escucha y el encuentro, hace falta ser eficaces y eficientes. La
relación interpersonal entre acompañante y muchacho, en sí misma ya va a ser un
elemento de curación y de crecimiento. Hemos de transmitir contenidos de manera que
abramos la inteligencia para afrontar nuevos horizontes, hemos de establecer relaciones
sanas que sean capaces de desbloquear la afectividad del muchacho y le hagan sentirse
acogido y querido y hemos de lanzar al joven de manera que él sea el protagonista de su
propia vida (ojo con dar respuestas demasiado hechas o con anticipar soluciones sin que
el otro las intuya al menos o las haga suyas).
Otro aspecto a tener muy en cuenta es el nivel de participación que se alcanza en la
relación, según Guillermo Echegaray (Ayudando a crecer, pp. 25-28) hay dos aspectos a
tener claros:
La accesibilidad: se refiere a los mecanismos de defensa y a la implicación en el
proceso, ¿hasta qué punto uno está dispuesto a dejar que lo que acontece a partir de
la relación tenga efecto en él?.
La expresividad: se refiere a la autorrevelación, al esfuerzo de darse a conocer, ¿hasta
qué punto uno está dispuesto a dejarse verdaderamente conocer por el otro?.
Partiendo de aquí establece cinco niveles de presencia:
Nivel formal: la accesibilidad y la expresividad son muy limitadas, se pretende sobre
todo dar buena imagen, ser correcto, educado, cortés...la espontaneidad es mínima.
La labor del acompañante aquí es mover con tacto hacia otro nivel de presencia.
Nivel de mantenimiento de contacto: la persona parece relajada y dispuesta a hablar
de sus cuestiones o preocupaciones, pero dicha disposición es más aparente que
real, la participación es superficial y se habla sólo de hechos sin ningún contenido
interior. La labor aquí es ayudar a la persona a entrar en su propia piel, a bucear en el
interior.
Nivel standard: se está a mitad de camino entre la preocupación por la propia imagen y
el implicarse verdaderamente en la expresión de las propias experiencias. La labor
aquí es escuchar y encontrar la llave de entrada hacia el centro de la persona.
Nivel crítico: la persona se vuelve más accesible al proceso, trata de abrirse y
comunicar auténticamente su experiencia interior al acompañante, la implicación
emocional es mayor, es en este nivel donde se logran los mayores cambios.
Nivel de intimidad: las defensas caen, la accesibilidad y la expresividad son máximas,
la persona se encuentra tan cogida por la propia experiencia y la expresión de todo
ello, que no le importa perder su imagen.
La labor del acompañante supone sobre todo desarrollar una sensibilidad que
reconozca el nivel de presencia en el que se está jugando la partida del acompañamiento
e ir llevando al muchacho a niveles más profundos de modo que ayudemos a la persona a
despojarse de todo aquello que le sobra.
Normalmente el acompañamiento superará los dos primeros niveles y la partida se
jugará en pasar del nivel standard al nivel crítico. En el nivel standard la comunicación es
distante e intelectual, en el nivel crítico se hace inmediata y con contenido emocional; si
aún en el nivel standard el muchacho está preocupado por cómo le veremos, en el nivel
crítico se olvida de esa preocupación para centrarse en su propia experiencia; si en el nivel
standard nos habla de cosas ya conocidas, en el nivel crítico es como si algo nuevo se le
fuera revelando.
Pero como decíamos al principio en esta aventura caminamos juntos y entrar en el nivel
crítico supone que el acompañante esté dispuesto desde sí mismo a entrar en la relación a
ese nivel, de modo que si lo cree necesario puede despojarse de su imagen y hacerse
máximamente accesible y supone sobre todo, no tener miedo de la expresividad del
muchacho acogiendo sean cuales sean sus emociones, sentimientos, experiencias
profundas...
La relación que se establece ha de ser una experiencia donde la persona pueda revivir
de manera nueva las cuestiones y dificultades que le han bloqueado a lo largo de su vida y
de esta manera poder comprenderse e interpretar su realidad. Han de integrarse las dos
dimensiones: por un lado la experiencia que facilite las convicciones profundas y que
proporcione los estímulos necesarios y adecuados para abrir a cada muchacho a su
realidad y agrandar sus horizontes y por otro lado la interpretación de esas experiencias
de manera que se pueda integrar lo vivido en la globalidad de la persona.
Dejar de lado la interpretación y centrarse sólo en la experiencia sin hacer una reflexión,
provocará experiencias adolescentes que nos llevarán a vivir sin integrar lo vivido, y la
interpretación que no se basa en la experiencia será siempre errónea y se quedará a un
nivel intelectual (el acompañante le dice todo sin tener en cuenta al muchacho: su
momento vital, su situación su historia, su proceso...) provocando en el muchacho
indiferencia cuando no perjuicio.
El papel del acompañante será conseguir que el estímulo que supone la nueva
experiencia haga surgir nuevas preguntas que ensanchen los horizontes del muchacho.
Las experiencias a provocar deben ser tales que pongan a prueba al muchacho y que le
permitan ejercer su capacidad de decisión e iniciativa, deberán ser personalizadas para
cada caso concreto y progresivas de modo que vayan haciendo crecer al muchacho en
sus decisiones, opciones y autonomía. Para que todo esto se consiga integrar en la
persona y en la vida de cada muchacho han de ser experiencias acompañadas y
discernidas.
Dentro de la relación interpersonal que da lugar el acompañamiento se produce una
«identificación proyectiva que es ese proceso a través del cual el mundo subjetivo de un
individuo (sentimiento, proyectos, imagen de sí, dificultades, etc.) es transmitidoproyectado sobre otra persona que lo reelabora a la luz de criterios precisos y después lo
devuelve al sujeto de forma modificada para que se reapropie del mismo... es ese proceso
mediante el cual el joven se libera de algunos aspectos del propio yo “depositándolos”
(proyectándolos) en otra persona para reapropiarse después de aquello que se había
liberado en versión modificada, es decir, corregida y evangelizada, descubriendo en ello su
nueva identidad» (Cencini A., Vida consagrada, pp. 59-60).
Se pueden dar dos efectos, por un lado lo que en psicología se conoce con el nombre
de “pantalla en blanco” donde el acompañante con su presencia silenciosa, neutra, no
directiva, ayuda a que aflore el inconsciente del muchacho que poco a poco se va
proyectando en la figura del acompañante; y por otro lado la "transferencia" que es el
proceso por el que el muchacho se comporta, percibe y experimenta hacia el
acompañante sentimientos similares a los experimentados con personas muy significativas
de su historia pasada.
Las transferencias pueden ser positivas (manifestando signos de agradecimiento,
afecto, dependencia, sumisión...) o negativas (manifestando oposición, agresividad,
rencor...) en cualquiera de los dos casos dificultan el proceso. Las transferencias se
pueden producir tanto en el muchacho como en el acompañante (en este caso se suele
hablar de "contratransferencia"). Cuando se dan en el muchacho lo primero que hay que
hacer es reconocer dicha transferencia y analizar en qué consiste, de dónde viene
(ayudará en este sentido el asemejarla a situaciones vividas por el muchacho
especialmente en la adolescencia y en la infancia). Una vez que se ha reconocido hay que
“frustrarla” de forma delicada pero inequívoca, no entrar en el juego y mantener la
distancia y la neutralidad, normalmente no habrá que comentarlo con el muchacho hasta
que él mismo lo comente con nosotros. Si la transferencia se produce en el acompañante
hay que examinar la relación sobre todo en lo relacionado con los sentimientos que la
persona acompañada suscita en mí (afecto, simpatía, agresividad, cansancio,
aburrimiento...). Nunca hay que manifestar los sentimientos que nos surgen a la persona
acompañada y habrá que hacer un trabajo de cara a conocer las propias necesidades,
hablándolas con alguien que nos pueda orientar y orándolas ante el Señor. Mediante la
experiencia y el análisis sistemático de las transferencias se pretende gradualmente optar
por expresiones adultas y maduras de comportamiento.
Las crisis
El proceso de hacerse persona avanza siempre mediante crisis que cuestionan la
situación anterior y propician un nuevo avance, se produce un momento decisivo cuando
el "yo ideal" choca con el "yo real", produciéndose de este modo una ruptura a nivel
existencial. A pesar del sufrimiento que esta crisis de realidad pueda traer es un paso
necesario y ayudará a resituar todo y a madurar como persona desde lo que se es y no
desde lo que se cree ser (será también un paso muy importante para poner a Dios en el
centro de la vida como fundamento). Éste será el momento de llamar a las cosas por su
nombre, de descubrir los autoengaños y de cuestionar los esquemas anteriores, se pasa
mal pero se empieza a descubrir una nueva libertad interior y nuevas posibilidades. En
este momento los jóvenes reaccionan de manera muy diversa y hay que estar muy atentos
para clarificar las reacciones que van teniendo (ignorar lo que pasa, aferrarse a un
idealismo narcisista, dejar que las soluciones vengan siempre desde el exterior, renunciar
a la tarea porque se plantea dura y difícil o alegrarse por lo que se está viviendo y
descubriendo como real).
La tarea de personalizar la vida va a suponer la síntesis de contrarios: autoestima /
autocrítica; pulsiones (agresividad, libido) / relaciones interpersonales;
autonomía
/cooperación; ansiedad (satisfacción inmediata) / integrar la frustración; emotividad
(subjetivismo) / objetivismo; falsa seguridad (no anfrontar los problemas) / responsabilidad;
autenticidad / mentira; dejarse manejar / buscar el sentido de la vida; persona / comunidad.
La personalización se producirá si se es capaz de armonizar los elementos anteriores,
descubrir afectivamente al tú y entregar la vida a una causa.
Esta tarea de armonizar el propio yo es muy difícil de realizar sin alguien cercano que
nos ayude a tener una percepción positiva de nosotros mismos y que nos lance desde
nuestro propio interior buscando las causas de lo que sucede, aportando luz y mirando un
futuro nuevo.
Según Carkhuft la relación se articula en cuatro momentos:
1. Acogida y escucha atenta. Importa el local, la disposición en la conversación y el
lenguaje no verbal.
2. Facilitar la comunicación con nuevas intervenciones que posibiliten la autoexplicación.
3. Ayudar a la persona a comprender y asumir la situación, tanto en la génesis de la
misma como en sus posibles soluciones.
4. Búsqueda de tareas graduales para ir superando las dificultades y solucionando los
problemas.
Las respuestas se encontrarán siempre dentro del muchacho y será la autoexploración,
los nuevos significados y la motivación lo que más ayudará al cambio. Las respuestas
“receta”, tanto morales como afectivas son inoperantes e inapropiadas.
La escucha activa
En este proceso es imprescindible una actitud empática, de escucha y de espera atenta
a la comunicación del muchacho, pero esto no es suficiente ya que hay que saber
comportarse de manera diferente según la necesidad y la situación del muchacho (no
basta sólo con saber escuchar), hay que entender y acoger la experiencia del otro, pero al
mismo tiempo tomar perspectiva de modo que el muchacho pueda responder con
suficiente seguridad pero sin bloquear su desarrollo (sin crear dependencias).
Lo que garantiza el éxito en la relación no es la presencia atenta y la actitud de escucha
del acompañante sino más bien aquello que sucede en la relación que es capaz de evocar
las posibilidades humanas y cristianas del muchacho.
Por otro lado lo fundamental no son las técnicas que utilice el acompañante sino sus
actitudes personales; como dice Rogers, el problema en esta labor es que no es un modo
de actuar sino un modo de ser. Carl Rogers señala tres actitudes básicas en toda relación
de ayuda: la congruencia, la aceptación incondicional y la empatía. Estas actitudes no son
técnicas o acciones esporádicas que utilizo, sino tendencias constantes de la propia
personalidad, ejes que estructuran la personalidad del acompañante a la hora de situarse
frente a sí mismo y frente a los demás.
La congruencia se refiere a la coherencia interna de cada persona a la buena
comunicación consigo mismo y con los demás. En el ámbito de la personalidad
distinguimos tres planos de actividad psicológica: en un primer plano estaría la
manifestación exterior (la congruencia se daría en el acuerdo entre nuestra expresión
verbal y la no-verbal: mirada, gestos, tono de voz, postura corporal...); si no existe ese
acuerdo transmitiremos un doble mensaje que provocará ambigüedad y desconcierto en la
persona que nos escucha. En segundo plano estaría la conciencia, el darse cuenta del
mundo exterior que nos rodea y de nuestro mundo interior. En el tercer plano se situaría la
vivencia, lo más profundo de nuestro ser, todo lo que sucede en nosotros y que es
susceptible de ser aprehendido por la conciencia.
De estos tres planos surgen dos niveles de congruencia: por un lado la concordancia
entre nuestra manifestación exterior y nuestra conciencia, de modo que mostremos
siempre nuestra verdadera cara y no una máscara; y por otro lado el acuerdo entre la
conciencia y la vivencia, el acuerdo interno de la persona de modo que la conciencia esté
abierta a percibir todos los sentimientos y vivencias importantes que me afecten en la
relación, es decir, que no haya desacuerdo entre lo que estoy viviendo a nivel profundo y
lo que conscientemente estoy captando. Es necesario que el acompañante sea una
persona psicológicamente sana a este nivel ya que cualquier ambigüedad o
incomunicación interior se mezclará en la relación con el muchacho (en este sentido
aparecen peligros: las contratransferencias, la posibilidad de lanzar al muchacho mensajes
dobles, la exageración de las normas o requisitos a cumplir... todo ello motivado por la no
resolución de conflictos subconscientes del acompañante).
La aceptación incondicional se refiere a la neutralidad e imparcialidad en relación con
el otro, de modo que a la hora de situarme frente al muchacho tengo que prescindir de
cualquier juicio de valor respecto a su persona o a sus actitudes, constatando y
haciéndome cargo de su realidad sin tomar postura. No se trata de situarse ante el
muchacho y aceptar su realidad de manera fría e impersonal, sino de manera cálida y
cordial de modo que el muchacho se sienta libre de elegir lo que él quiera, sin sentir la
amenaza de un juicio o una evaluación por nuestra parte (esto podría provocar que el
muchacho respondiese según las expectativas que él cree que nosotros tenemos sobre
él).
La aceptación incondicional no significa estar de acuerdo con el muchacho o tener los
mismos valores y referencias que él, sino permanecer en una disposición tranquila y
comprensiva sin condicionar lo que el otro está diciendo, valorar al otro porque es persona
y no analizarlo como si fuera un objeto, no discriminar ninguna experiencia y acogerlas
todas por igual (buenas o malas, de nuestro agrado o no). Esta actitud crea un espacio y
un ambiente propicios para que se dé la auténtica libertad y para que el otro descubra
desde sí mismo cómo es y desde ahí decida cómo quiere ser. A la hora de hacer
propuestas vocacionales, nuestra misión es sólo ofrecer lo que creemos que da la Vida,
pero siempre habrá que respetar profundamente la libertad y la responsabilidad de cada
persona y creer en sus posibilidades a pesar del error que pueda cometer según nuestro
parecer (su vida es suya y nadie tiene derecho a decidir por él). En cualquier caso la
propuesta, el consejo, la sugerencia vendrán siempre después de que en la relación se
haya creado ese clima de respeto y libertad.
La empatía se refiere a la capacidad de captar el mundo del otro desde el otro, desde
su marco de referencia, desde su perspectiva, ser capaz de salir de mí mismo para
situarme en el otro en actitud de escucha a su mundo interior. El muchacho debe ser el
principal artífice del cambio y por tanto todas sus opiniones y sentimientos deben ser
tomados en cuenta, el acompañante tiene que situarse en la misma longitud de onda que
el chico y ser capaz de seguir su línea de pensamiento. No se trata de imponer o
demostrar nuestra línea de pensamiento sino de situarse en la perspectiva del muchacho y
desde ahí facilitarle el cambio desde lo que cada muchacho es, sin tratar de acomodar al
muchacho al pensamiento del acompañante.
3.- EL PROCESO EN EL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL
Etapas del acompañamiento:
En la relación interpersonal que se va a establecer entre el acompañante y el muchacho
no podemos hablar de etapas propiamente dichas sino más bien de momentos o caminos
a recorrer en los que cabe el retroceso de una etapa a otra anterior, o incluso vivir en
cierto modo elementos de etapas diferentes al mismo tiempo... no podemos concebirlas
como un proceso rígido y depende en muchos casos del nivel de maduración humana y el
proceso de fe que viva la persona, no siempre a la par; lo importante será saber situarnos
en el momento que estamos viviendo y orientar a partir de ahí el acompañamiento.
Primera etapa: Acogida. El objetivo principal es suscitar la confianza entre el
acompañante y el muchacho, de manera que podamos ir pasando los distintos niveles
de participación hasta situarnos en el nivel crítico. Hemos de favorecer que el joven
hable de sí mismo de la manera más concreta posible, con ejemplos y situaciones
vividas en las que él esté involucrado, en la medida en que el joven pueda ir hablando
por sí mismo de su vida iremos eliminando las preguntas y disminuiremos las
intervenciones. Al principio el joven tendrá miedos e inquietud al enfrentarse a su
mundo interior, hasta que se suscita la confianza en el acompañante y éste le ayuda a
superarlos.
A nivel de fe ha de darse aquí un enamoramiento de Jesús que ilusione al muchacho,
que le atraiga con fuerza e incluso le lleve a tomar opciones radicales a su nivel
(desprendimiento material, criterios evangélicos en la vida...). La labor en este plano es
consolidar esa experiencia de Dios e iniciar una pedagogía de los valores donde se
reformulen la verdad, la justicia, la libertad... siempre con referencia explícita a Jesús
como modelo. Hay que trabajar también una pedagogía de la oración que haga cercano
a Jesús y que propicie el encuentro personal y afectivo con su persona. En cuanto al
compromiso ha de centrarse en el grupo (comunidad) y si es posible iniciar en el
servicio a los pobres. Esta primera etapa en la fe no tiene por qué darse en el momento
de iniciar el acompañamiento (puede haberse producido con anterioridad) pero es
imprescindible haberse encontrado con el Amor gozoso de Jesús para caminar en la fe.
Segunda etapa: Saber quién soy. La confianza generada ayudará a que el joven se
lance a buscar y conocer por sí mismo, irá bajando a las profundidades de su ser donde
ha de encontrarse experiencialmente con el Amor de Dios. Los hechos concretos de su
vida se reinterpretan no sólo desde el mundo exterior hasta ahora conocido, sino
enriquecidos con la nueva percepción interior que aflorará los sentimientos, reacciones,
motivaciones...
Aparece aquí con fuerza la realidad del pecado que produce estados emotivos internos
(tristeza, culpa, desconfianza, enemistad...), falsos ideales, mecanismos de defensa,
resistencia a quedar desenmascarado y en muchos casos la historia pasada no
asumida. Habrá que ayudarle a integrar esta nueva percepción y a manejar esos
sentimientos con madurez.
El peligro en este momento es la huida, la evasión, no querer seguir profundizando, no
pensar y refugiarse en actitudes o comportamientos inmaduros.
En un segundo momento habrá que pasar de la manifestación del pecado a la raíz del
mismo para descubrir las motivaciones latentes que nos permitan explicar la
inconsistencia y las necesidades disonantes con el Evangelio (evitar el peligro, evitar el
conflicto, evitar las críticas, exhibicionismo -que se me note, que se me vea-, llevarme
bien con la gente a toda costa, gratificación sexual, agresividad, inferioridad –no puedo,
no valgo-, dependencia afectiva, necesidad de ser querido, valorado...) de cara a
buscar el porqué de las cosas que hace, mediante un discernimiento que distinga el
bien del mal y los efectos de ambos en la propia historia y en la sociedad.
El acompañante tiene que favorecer la comunicación y confrontar de manera obvia el
Evangelio y la vida del muchacho de modo que pueda darse el surgimiento de una
profunda humildad nacida de la experiencia de encontrarse pobre, pecador e
incoherente delante de un Dios que nos ama a pesar de nuestro pecado, descubrir la
experiencia de S. Pedro que pasa de vivir desde sus propias fuerzas (Mt 26, 35) a vivir
humilde, desconfiado de sí mismo y confiando más en Dios (Jn 21,17). Esta experiencia
de la propia debilidad será la base que nos prepara para que el Señor haga grandes
cosas en nosotros (Lc 1, 48-49) y para que se dé un encuentro mucho más profundo y
verdadero con su Amor.
Tercera etapa: Conversión. Aquí el muchacho acrecentará su deseo de cercanía a
Dios ya que la experiencia de la propia debilidad le hará consciente de que por sus
propias fuerzas no puede alcanzar el bien que pretende (Rm 7, 19-24). Se empezará a
producir una verdadera metanoia donde el muchacho pasa de centrarse en sí mismo a
buscar la voluntad de Dios como centro de su vida. El acompañante desde su cercanía
y su escucha propondrá los valores del Evangelio en toda su radicalidad, de modo que
el muchacho empiece a poner su vida en manos del Padre y entre en un proceso de
crecimiento y conversión que se prolongará durante toda su vida. Las dificultades
surgirán aquí porque la perseverancia y la fidelidad son difíciles ya que nuestra
debilidad no desaparece. La labor del acompañante será colocar al muchacho ante
Jesús, mostrando cómo el crecimiento implica transformación, lucha y dolor. En esta
etapa se producirán paradas, pasos hacia delante y hacia atrás y sentimientos de
angustia y tristeza que deberán ir dejando paso progresivamente al deseo de crecer,
esforzarse y luchar por adecuar con consistencia la vida y el evangelio.
Cuarta etapa: crecer desde el Amor. El acompañado no basará su comportamiento
en el castigo o la recompensa recibida, ni en el “sentirse bien” que produzca el propio
obrar sino que buscará el querer de Dios y desde ahí irá tomando opciones (los valores
están interiorizados y desde dentro motivan la propia acción). La persona va
encontrando la paz y la serenidad en su crecimiento, vive en contacto con su yo interior
y desde ahí elabora sus valores y actitudes de modo real y consistente, formándose un
ideal de sí mismo y convirtiendo su vida en misión. Se sabe en manos de Dios y desde
ahí se confía a su Amor y a su providencia, encontrando a Dios en todas las cosas (Rm
8, 28). La labor en este momento es ir concretando en la vida cotidiana esos valores,
poner en contacto con Jesús crucificado en los pobres (de manera que palpe la realidad
del seguimiento, la dificultad e incluso los pequeños fracasos), corregir la tendencia a
echar balones fuera culpando a la sociedad o los demás y disculpándose uno mismo y
favorecer un discernimiento espiritual de la propia vida como vocación. A partir de aquí
él mismo toma la iniciativa en su propio crecimiento y el acompañante va pasando a
segundo plano de manera que sea el mismo Jesús el que interpele, confronte y le
ayude a crecer (Jn 3,30).
Como indicadores para ver si estas etapas se van superando sería muy útil consultar el
libro de Jesús Sastre El acompañamiento espiritual en sus pp.87, 179-193, donde se
muestran aspectos para evaluar el nivel de interiorización de los valores y actitudes y su
influencia en los comportamientos cotidianos.
Pedagogía de la vocación
Para que estas etapas se sucedan tendremos que empezar a funcionar según la
pedagogía del Evangelio que nos llevará en las manos del Padre, siguiendo a Jesús y
acompañados por el Espíritu Santo a convertirnos en “maestros”. Basándonos en Cencini
(Vocaciones. De la nostalgia a la profecía) y en el documento Nuevas vocaciones para una
nueva Europa haremos una breve síntesis de lo que llamamos pedagogía de la vocación.
Si nos situamos desde el Evangelio como punto de partida, descubrimos algunas
actitudes a tener muy en cuenta en nuestra tarea de acompañar a los niños y jóvenes
hacia Dios:
1. Sembrar: (Mt 13, 3-8)
Es Dios quien siembra, quien ya ha puesto una semilla de salvación en las entrañas
de cada persona, y esta siembra no tiene porqués, no hay motivos de elección,
siembra donde quiere y como quiere (2 Tim 1, 9), no selecciona jóvenes ni objetivos
sino que llama a todos a vivir plenamente y a vivir en abundancia (Jn 10,10).
Dios respeta absolutamente la libertad del hombre y de hecho nuestra labor no puede
consistir en poner en marcha los recursos para que el muchacho decida lo que
nosotros deseamos o pretendemos, sino más bien, ensanchar los deseos y
pretensiones del muchacho para que se descubra en plenitud y poner los medios para
que en cada muchacho se haga posible un diálogo vivo y creciente entre la Palabra
de Vida que ya lleva escrita en su interior como proyecto de Dios y su propio proyecto
existencial.
Dios siembra por doquier, sin ninguna preferencia o excepción. Si todo ser humano
es criatura de Dios, también es portador de un don, de una vocación particular que
espera ser reconocida. Hay que aprender a mirar a cada muchacho como Dios nos
mira y ver en su interior toda la fuerza que Dios ha puesto en cada uno, esa es la
semilla que hay que acompañar y amar para que llegue hasta donde Dios la ha
llamado. Es el grano de mostaza (Mt 13, 31ss) que cuando se propone es la más
pequeña de todas las semillas; muy a menudo no suscita consenso inmediato sino
que es negada y desmentida, es sofocada por otras expectativas y proyectos y no es
tomada en serio; o más bien se la mira con recelo y desconfianza, el joven la rechaza,
dice no interesarle, pues ha hipotecado su futuro, quizá le agrada y le interesa, pero
no está seguro y además es muy difícil y le da miedo. Necesita muchos cuidados para
crecer y el descubrimiento es sólo el primer paso en el nuevo diálogo de libertades
que acaba de establecerse entre la elección libre y gratuita de Dios y la libertad de
respuesta del hombre.
Dios siembra en el tiempo propicio. Cada etapa existencial tiene un significado
vocacional y cada persona tiene sus ritmos y sus tiempos de maduración, la
propuesta o el descubrimiento de la semilla no significa en ningún modo adelantar los
tiempos de la opción o pretender que el adolescente tenga la misma capacidad de
decisión que el joven. No hay pastoral con jóvenes que no sea vocacional, y ninguna
opción vocacional que no sea el fruto de un proceso de maduración personal.
2. Acompañar: (Lc 24, 13-16).
Jesús en persona se pone a caminar con ellos. El primer reto pastoral en estos
momentos supone precisamente captar con humildad y discernimiento la situación en
la que viven los jóvenes, y en tomar la iniciativa del encuentro, ponerse a su lado
como Jesús y escuchar y compartir sus inquietudes, antes de pretender ser maestro
lo primero que hay que aprender es a situarse y caminar entre los muchachos,
aprender a acogerlos y recibirlos tal y como son y en la situación en que se
encuentran antes de querer darles nada. Se trata de acompañar el proceso interior de
otra persona no de suplantarla, la iniciativa siempre la tiene el muchacho.
Caminar desde el Espíritu. Es el propio Espíritu el que ejerce el ministerio del
acompañamiento y la tarea del acompañante es indicar la presencia de Otro de modo
que aunque el muchacho “no le reconozca “(Lc 24, 16) podamos ser mediación de tal
presencia y signo de la insistencia y delicadeza de la voz de Dios que llama. Hay que
ayudarle a reconocer la procedencia de esa voz y desde la humildad hacer que
resuene con mayor claridad y fuerza.
Esperarles en sus pozos (Jn 4, 4-42). Identificar los “pozos” de hoy: todos los lugares
y momentos, desafíos y expectativas, por donde tarde o temprano todos los jóvenes
han de pasar con sus cántaros vacíos, con sus interrogantes no expresados, con su
suficiencia arrogante pero a menudo sólo aparente, con su deseo profundo de agua
viva. Salirles ahí al encuentro, en su necesidad de vida, de respuestas, de sentido,
para recorrer un itinerario de descubrimiento interior y de descubrimiento de Jesús.
Hay que ser inteligente y no imponer nuestras preguntas sino plantearlas desde las
que parten del propio joven y suscitar a partir de aquí la propia vocación como
respuesta a la voz de Dios.
Compartir y convocar desde la vida. Compartir el mismo camino implica testimoniar la
propia opción, el propio camino vocacional, dejando traslucir el esfuerzo, la novedad,
el riesgo, la sorpresa, la belleza, el gozo; no para imponer la propia vocación sino par
atestiguar la grandeza de una vida que se realiza según el proyecto de Dios, la alegría
de colaborar gozosamente en lo que Dios quiere de mí. El camino al corazón de los
jóvenes pasa por el contagio de la experiencia de la propia fe, sólo podremos
cautivarlos y hacer que se enamoren de Jesús si nosotros estamos ya enamorados
de Él, y de Él en ellos.
3. Educar: (Lc 24,17-29).
Ayudar a conocer el interior. Jesús se aproxima a los dos y les pregunta de qué
hablan. Él lo sabe, pero quiere que ambos se manifiesten a sí mismos, y señalando
su tristeza y sus esperanzas perdidas, les ayuda a adquirir conciencia de su problema
y del motivo real de su turbación. Jesús, en algún modo, estimula a los dos a admitir
la diferencia entre sus esperanzas y el plan de Dios como se realizó en Jesús, es
importante y decisivo ayudar a los jóvenes a que echen fuera el equívoco de fondo:
una interpretación de la vida demasiado terrena y centrada en torno al yo, que hace
difícil o francamente imposible la opción vocacional, o hace sentir excesivas las
exigencias de la llamada, como si el plan de Dios fuera enemigo de la necesidad de
felicidad del hombre. Educar en el sentido etimológico del verbo, es como un sacar
fuera (e-ducere) de él su verdad, la que tiene en su corazón, incluso lo que no sabe,
no conoce de sí mismo: debilidades y aspiraciones, para favorecer la libertad de la
respuesta vocacional.
Revelar el misterio. Cuando el muchacho es conducido a las fuentes de sí mismo, y
puede ver cara a cara también sus debilidades y temores, tiene la impresión de
comprender mejor ciertas actitudes y reacciones suyas y, al mismo tiempo, capta
cada vez mejor la realidad del misterio como clave de lectura de la vida y de su
persona. La vida no está enteramente en sus manos, porque la vida es misterio y ha
de partir una y otra vez del misterio de Dios para llegar al misterio del hombre. Lo
importante es que el muchacho vaya descubriendo progresivamente el fundamento de
su existencia en Dios.
Saber leer la vida. Ayudar a buscar y encontrar en la propia historia la huella de Dios,
su voz y su llamada, su Amor concreto por cada uno y su envío a la misión que ha de
convertirse en vocación, en opción de vida. La referencia continua a la Palabra, a la
historia de Israel, a la figura de Jesús se hace imprescindible para que el muchacho
descubra que su vida y su proyecto es el mismo que el de todos aquellos que han
dicho que Sí a Dios.
Descubrir la voz del Padre. Educar en la escucha y en el diálogo con Dios, proponer
una oración más de confianza que de petición, una oración de admiración y gratitud
ante lo que Dios nos va descubriendo de nosotros mismos y ante su palabra que se
hace Vida en nuestra historia, una oración de “vaciado” de las propias intenciones y
proyectos que nos permita acoger las esperanzas, peticiones y deseos de Dios, una
oración de búsqueda de la voluntad del único que sabe donde esta nuestro camino,
nuestra verdad y nuestra vida.
4. Formar: (Lc 24, 30-32).
Reconocer a Jesús. Toda esta pedagogía va encaminada a reconocer a Jesús como
el verdadero modelo de Hombre, el hombre en plenitud, el hombre tal y como Dios lo
sueña. A cada muchacho hay que mostrarle el modelo en toda su radicalidad, hay que
hacer la gran propuesta: ser como Jesús y tender a proyectos radicales de
seguimiento sin rebajar las expectativas ni las exigencias del Reino. El joven necesita
ser estimulado por ideales grandes, por algo que le supera y que está por encima de
sus posibilidades, por algo por lo que vale la pena dar la propia vida. Hay que
proponerle el máximo de lo que puede dar para que llegue a ser y sea él mismo.
Encontrar el sentido de la vida. Si Jesús es el modelo y Él nos muestra el sentido de
las vida en la eucaristía (lo reconocieron al partir el pan) la vida de cada cristiano tiene
que configurarse y tender a dicho modelo. Si Jesús es cuerpo roto y sangre
derramada, pan que se parte por todos y se hace pequeño para ponerse en nuestras
manos, nuestra vida también debe tener el mismo significado: pan que se parte como
signo de Amor a todos y sangre que se derrama como signo de perdón a cada uno. Si
hay un don al comienzo de la vida del hombre, que lo constituye persona, entonces
cada uno será plenamente él mismo sólo si se realiza en la perspectiva del darse,
será feliz a condición de respetar esta naturaleza suya. Podrá hacer la opción que
quiera, pero siempre en la lógica del don; de lo contrario se convertirá en un ser en
contraste consigo mismo.
Vivir en la gratuidad. La vocación es respuesta y no iniciativa personal de cada uno,
es Dios quien llama (1S 3,4), es Dios quien Ama primero, es Dios quien elige. Desde
este descubrimiento nace una lectura agradecida de toda la historia personal como
camino recorrido en compañía de Aquél que siempre estuvo a nuestro lado para
amarnos. Este descubrimiento de haber recibido de modo inmerecido y con
abundancia tanto Amor debería impulsar al muchacho a concebir el ofrecimiento de
sí, en la opción vocacional, como única respuesta posible a tanto derroche por parte
de Dios. Desde esta óptica la propuesta de Dios por difícil y rara que pueda parecer,
se convierte también en una promoción imprevista de las auténticas aspiraciones
humanas y garantiza el máximo de la felicidad.
Descubrirme en el Otro. En el corazón que arde (Lc 24, 32) está el descubrimiento de
la vocación y la historia de cada vocación. Unida siempre a una experiencia de Dios,
en quien la persona se descubre también a sí misma y su propia identidad. Formar
para la opción vocacional quiere decir mostrar cada vez más el nexo entre experiencia
de Dios y descubrimiento del yo.
5. Discernir:
La respuesta a la llamada. La opción por el Evangelio supone ruptura con lo que se
es o se hace, e indica cambio de vida. Ante esta premisa nos encontramos con la
indecisión de muchos jóvenes ante los compromisos definitivos. Habrá que ir
preparándolos gradualmente para asumir responsabilidades personales, confiarles
tareas adecuadas a sus posibilidades y a su edad, favorecer una educación
progresiva para las pequeñas opciones de cada día ante los valores (gratuidad,
constancia, sobriedad, honradez...). Con mucha frecuencia al llegar a ese momento
surgirán los miedos y las indecisiones que nacen no sólo de la debilidad psicológica
del muchacho sino también de la debilidad de su experiencia de Dios y en particular
de la debilidad en la experiencia de sentirse elegido por Dios. Cuando no hay certezas
en este campo el muchacho sólo confía en sí mismo y en sus propios recursos y al
constatar su limitación surge el miedo a la opción definitiva o a la apuesta radical que
el Evangelio plantea. Hay que descubrir la opción vocacional como vuelta a casa, a
las raíces del yo, a la recuperación de la propia identidad. Ese es el verdadero cambio
de vida, redescubrirnos de modo que nos sintamos mirados por Dios y capaces con Él
de dar respuestas que hagan posible la construcción del Reino. Este es el único
proyecto que nos hará felices, desde aquí descubriremos nuestra vocación como
llamada y nuestro nombre como misión. Sólo desde aquí daremos un testimonio de
unidad y de Amor que necesariamente ha de manifestarse en la comunidad (Iglesia)
de modo que el testimonio personal ayude y haga crecer la fe de la Iglesia y la fe y el
testimonio de la Iglesia estimule y anime la opción vocacional de cada uno.
Criterios de discernimiento:
- Apertura al misterio. La propia decisión aunque firme, deberá permanecer abierta en
todo momento a la escucha de la Palabra, de modo que permanezcamos en un
continuo discernir cuál es el querer de Dios en cada situación (el problema no se
presenta sólo en forma de incapacidad para decidir, sino también como el pretender
tener total seguridad de haber comprendido todo y de haber conocido íntegramente
la voluntad de Dios. Dios es mucho más grande que nosotros y nuestra mente no
abarca todo su ser ni todo su proyecto. Él siempre nos sorprende). La prudencia de
cara a poner nuestra esperanza en Dios y no en nuestra propia capacidad será
también un indicador de esta apertura. La capacidad de acoger e integrar las
polaridades que hay en el propio ser (inclinaciones positivas y negativas, ideales y
contradicciones, lo puro e impuro del propio proyecto...). La capacidad de percibir la
presencia y la llamada de Dios no sólo en lo extraordinario sino en la propia vida, en
la historia. Y por último la gratitud que nace del conocimiento del “primer Amor” y que
se manifiesta con generosidad y radicalidad como respuesta vocacional a dicho
Amor recibido.
- Identidad en la vocación. El descubrimiento de lo mejor de cada uno como don
recibido de Dios, como origen de una visión positiva y estable del propio yo. La
disponibilidad para responder a una llamada que surge de Dios y que no responde al
modelo diseñado por nosotros sino al camino trazado por Dios que es el que sabe
donde está nuestra felicidad. La totalidad en la respuesta de modo que se implique
todo nuestro ser (cuerpo, mente, corazón, espíritu) (Dt 6,5). La respuesta solidaria
que nos lleve a construir el Reino de modo que la llamada se concrete siempre en
vivir para los otros (compromiso) y con los otros (comunidad).
- Memoria creyente. Un proyecto capaz de reconciliar al muchacho con su pasado con
lo negativo y lo positivo que él es. Una memoria en clave de gracia recibida y no de
queja, donde el muchacho se sienta llamado a la donación y no a la espera de
recibir. Una actitud activa y creativa para aprovechar de modo inteligente la propia
experiencia negativa, de modo que ayude a crecer en vez de bloquear o limitar las
opciones.
- Docilidad. Libertad para dejarse acompañar, para aprender y saber caminar,
especialmente a la hora de reconciliar el propio pasado. Una forma de mirar la vida
como don y como posibilidad de cara a la voluntad de dar el máximo de sí, a ser
capaz de socializar y apreciar la belleza de la vida, a ser consciente de las propias
limitaciones y de las propias aptitudes y consciente del don de haber sido elegido.
Madurez afectivo-sexual, donde se tenga la experiencia de haber sido amado y la
experiencia de saber amar, donde se sea verdaderamente libre para dar y recibir,
consciente de la raíz de los posibles problemas que se presenten y capaz de
controlar su propia debilidad y de luchar contra ella porque la siente como algo que
choca con su ideal. Y, finalmente, auténtica manifestación de la adhesión a Jesús
como piedra que da unidad a la propia vida, unificando polaridades como: certeza
de la llamada / conciencia de la propia ineptitud, aspiraciones / límites, gracia /
naturaleza, llamada / respuesta.
Será siguiendo esta pedagogía de la vocación como nuestro caminar conjunto dará los
frutos necesarios para que el muchacho descubra el querer de Dios y sea libre para optar
por el Reino.
Criterios y dificultades
Son muchas las actitudes que han de trabajarse en el acompañamiento pero me
gustaría recalcar algunas que el muchacho ha de cultivar en todo momento y que nos
servirán, en muchos casos, de criterios para evaluar el proceso que está realizando:

Vida interior: hacer consciente en el muchacho la presencia cotidiana y laboriosa de
Dios en su propia vida y dar medios para que esa vida interior crezca y se disciernan
las opciones de modo que repercuta en la vida “exterior”. La referencia continua a la
comunidad y a la oración se hacen imprescindibles para crecer.

Coherencia: hay que cuestionar e interpelar la vida cotidiana, el ritmo y el estilo de vida
de cada día, las opciones concretas y cotidianas del día a día serán nuestro mejor test
para ver si los valores del Reino están asumidos o sólo proclamados. Desde aquí
podemos trabajar los autoengaños, las ambigüedades y las tentaciones que surgirán en
el proceso.

Personalización e integración: que el muchacho asuma, libremente las opciones que
toma y que sean auténticamente suyas partiendo de lo que es, no de lo que quisiera
ser, de lo que cree ser o de lo que los demás quieren que sea. Y hacer todo esto de
forma unitaria de modo que aprenda a leer su vida y a tomar opciones comprometiendo
su persona entera.

Fidelidad: ayudar a perseverar en el Amor en el tiempo de desierto y tentación,
asumiendo la realidad como es y no como nos gustaría que fuese, asumiendo que los
ritmos de Dios normalmente no son nuestros ritmos y que muchas veces “sus caminos
no son nuestros caminos”, creer que a pesar de nuestras limitaciones Dios nos sigue
eligiendo, no depender del sentimiento, de la adulación, de los resultados y caminar
desconfiando de uno mismo y confiando más en Dios.
En cuanto a las dificultades muchas ya han aparecido pero reflejamos aquí algunas de
las más comunes:

La fe no ocupa el centro de la vida sino que es un aspecto más de la existencia.

La opción radical en el seguimiento de Jesús se plantea como algo optativo.

La razón se impone en la toma de cualquier decisión y bloquea todas aquellas que no
sean “lógicas” o que no ofrezcan seguridad.

Se dejan fuera de la fe los aspectos más importantes de la vida, tomándose, por tanto,
sólo decisiones que no comprometen en lo esencial.

Se fía más de las propias fuerzas que de Dios.

Se justifica la falta de decisiones o de radicalidad en éstas por la presión de las
dificultades exteriores.
 Se hace un proyecto de vida en el que no se tiene en cuenta la opción preferencial por
los pobres.
4.- EL ACOMPAÑANTE COMO “MAESTRO”
Al llegar a este punto, muchas veces, se plantea un debate en cuanto a si el
acompañante personal debe ser un técnico o un hombre carismático, un terapeuta o un
hombre de Dios, como si una cosa fuera más importante que la otra o en muchos casos se
anularan entre sí.
Más que entrar en el debate sobre lo que es más importante en el ser del acompañante
el problema está en cómo planteamos el acompañamiento. Si logramos entender nuestra
labor como camino compartido con otro hermano, donde juntos nos lanzamos a la
búsqueda del querer del Padre, compartiendo la sabiduría que cada uno tiene (ya escrita
por Dios en la propia vida); si el maestro sólo es tal cuando el muchacho sea capaz de
otorgarle dicho título (siendo muchas veces el mismo muchacho maestro para nosotros, ya
que nos descubre el rostro de Dios); si somos capaces de descubrir en el simple hecho de
caminar
la presencia de Aquél que siempre está a nuestro lado, entonces el
enfrentamiento entre técnica y Espíritu desaparecerá ya que será el mismo Espíritu el que
nos suscitará la necesidad de formarnos, de ser lo más diligentes posibles en nuestra
labor de modo que sepamos poner los medios necesarios para dar respuestas y curar (en
este sentido las ciencias humanas nos serán de gran ayuda), descubriremos, quizás, que
no basta sólo con ser santo, hay que ser además sabio y experto en humanidad.
La formación necesaria para el acompañamiento personal abarca muchos campos
(psicología, pedagogía, sociología, conocimiento de la Palabra...) que nos ayudarán en el
ejercicio de este ministerio, La formación permanente es aquí obligada ya que la cultura
actual es dinámica y compleja y la cercanía necesaria en la relación nos obligara a “estar
al día” de las inquietudes y problemas de los muchachos con los que vamos a caminar.
Por otro lado y como ya se ha señalado a lo largo del cuaderno, la propia experiencia
de ser acompañado, de haber recorrido camino con un “maestro” que nos ha ayudado a
descubrirnos ante Dios y a optar por su Reino será una magnífico punto de apoyo y paso
previo que nos capacitará, en gran medida, para ejercer nosotros el acompañamiento de
alguien. Nadie puede acompañar a otro más allá de su propio camino y aunque el camino
del otro no sea igual que el mío, ni tengamos el mismo ritmo, ni la misma forma de andar,
lo importante será dejar que sea el Espíritu quien haga de guía y quien mueva en la
dirección y sentido que Él quiera.
A lo largo de los anteriores capítulos ya hemos ido definiendo poco a poco la figura del
acompañante personal, se trata ahora de recopilar las actitudes que son deseables para
ejercer este ministerio dentro de la comunidad, sabiendo que no se trata de aprender o
forzar estilos sino de una manera de entender la propia vida y la vida de cada muchacho.
(Entrarían también las tres actitudes ya citadas en el capítulo segundo: congruencia,
aceptación incondicional y empatía).
cualidades del acompañante

La primera condición que ha de cumplir el acompañante es la disponibilidad al
querer de Dios, el acompañante ha de ser, ante todo, una persona dócil al Espíritu,
que es en última instancia quien va a realizar el camino con nosotros, como María
debe estar dispuesto a la acción de Dios en su propio ser y dejarse hacer por ese
Dios que nace en cada uno de nosotros desde nuestro “hágase”.

El acompañante debe ser una persona capaz de descubrir en su propia historia la
huella de Dios y su acción salvadora en la propia vida, pues es fundamentalmente
desde su propia experiencia desde donde va a transmitir la buena nueva y desde
donde va a interpretar la vida del muchacho. En este sentido ha de ser también una
persona de oración que comparta con Dios antes de compartir con los muchachos,
que sepa poner delante de Dios los rostros y las vidas de aquellos a los que
acompaña.

Es imprescindible, por esto último, un profundo respeto a lo que Dios va
construyendo en los muchachos, al modo y al ritmo en que se va manifestando en
cada uno de ellos, de modo que podamos iluminar sin quemar y guiar sin esclavizar
(la acción del Espíritu es mucho más grande que nuestra propia experiencia).

El acompañante ha de tener una actitud profunda de acogida, puesto que va a recibir
la vida de otra persona, ha de tratarla con suma delicadeza y ternura, saber llegar
más allá de las palabras para llegar al corazón del otro y desde allí acompañar la
melodía que el Espíritu susurra en cada uno, estar dispuesto a recibir todo lo que el
otro es, no con paternalismos sino con misericordia y disponibilidad absoluta,
mirando al otro como Dios me mira a mí.

Saber escuchar: una escucha activa que sea capaz de acoger, capaz de profundizar
lo más posible en lo que el otro dice y es, sin detenerse en el significado inmediato de
las palabras y de los hechos, sin juzgar, de modo que podamos entender qué es lo
que el otro esconde tras lo que dice, el motivo por el que se cuentan aquellos hechos
de aquel modo, subrayando unas aspectos y omitiendo otros. Una escucha capaz de
oír los mensajes no verbales (tono de voz, postura, mirada, los sentimientos
expresados...), capaz de no intervenir mientras el otro desee comunicar aún alguna
cosa, capaz de escuchar el silencio propio y ajeno, capaz de conservar aquello que se
escucha y de ponerlo en relación con el pasado.

Humildad: tener conciencia de que no se es protagonista de nada ya que es Dios el
que nos elige como instrumento a pesar de nosotros mismos y es Él en última
instancia el que ha de resonar en cada muchacho y no nosotros. No ir a dar lecciones
sino dispuestos al encuentro con el Jesús que se nos revela en el otro. Aceptar la
impotencia de que es el muchacho en libertad, a quien le corresponde tomar las
opciones a pesar de que creamos que se equivoca.

Paciencia: saber adecuarse al ritmo de Dios sin quemar etapas, sin prisas y sin
frenos, sin chantajear al otro. Escuchar y callar mucho, antes de hablar. Corregir sólo
desde el Amor y sólo con la certeza de que esta corrección fraterna no brota del
cansancio, la impotencia o el desánimo sino del Amor.

Servicio: el Acompañamiento es un servicio en el que el acompañante se abaja a
lavar los pies del muchacho, es a ese Jesús al que yo voy a servir, el otro es un
sagrario ante el cual yo me arrodillo. Estar muy atentos a no crear dependencias, a
proclamar a Jesús y no a mí mismo, a no depender del afecto, los resultados, el
agradecimiento. No imponer cargas al otro que no puede llevar y respetar el ritmo de
Dios en cada uno. Ser consciente de que por mucho que se sepa o se trabaje es de
Dios y de la libertad del otro de quien dependen los resultados y nuestro papel es
únicamente el de “siervos inútiles”.

Discernimiento: de modo que sea capaz de conocer cuál es la situación en la que se
encuentra el muchacho y ver los pasos siguientes. Capaz de intuir cada tiempo (Qoh
3) para proporcionar las mediaciones adecuadas que faciliten el proceso. Capaz de
detectar los autoengaños, los mecanismos de defensa, las heridas... para poder ir
trabajándolos en la relación. Capaz de intuir el querer de Dios y caminar en esa
dirección (respetando siempre el ritmo y la libertad del muchacho). Experto, como
diría S. Ignacio de Loyola, en distinguir las mociones del Espíritu y saber afrontar las
«consolaciones y desolaciones» que se presentaran en el proceso (más que como
teoría, como experiencia propia).

Madurez humana y cristiana: debe ser una persona con experiencia y con una
síntesis vital ya elaborada, capaz de transmitir no soluciones sino vivencias, valores,
sentido, posibilidades...de modo que el muchacho pueda encontrar su camino y
resolver sus problemas. Alguien que ya haya entrado en su interior encontrándose a
sí mismo, capaz de reconocer sus límites y de aceptar y responsabilizarse de su
historia, de modo que haya realizado en sí mismo un proceso de integración. Una
persona que haya descubierto el verdadero sentido de la vida en la entrega y que
camine ya en esa donación de sí para encontrarse y construir el Reino. Capaz de
amar sin esperar recibir nada a cambio ya que es en el mismo acto de amar donde se
realiza su proyecto y su misión.
5.- EN LA ESCUELA DE CALASANZ
La escuela concebida por S. Jose de Calasanz pretendía la educación integral del niño
en piedad y letras y es desde esta perspectiva donde nos situamos al tratar el
acompañamiento espiritual. Hoy en día la prioridad absoluta y a veces única la ejercen las
letras (incluso en nuestras catequesis muchas veces priman o importan más los
contenidos que el encuentro experiencial con Jesucristo, y así resultan).Sin abandonar la
dimensión intelectual y cultural de nuestros procesos, para el cristiano sigue siendo
prioritaria la dimensión espiritual: hay que llevar a los muchachos a la experiencia de Dios
y a asumir ésta en su propia vida de forma que “hagan suyos los mismos sentimientos de
Cristo Jesús” (Flp 2,5); hay que acompañar al hombre viejo para que se “revista de una
nueva humanidad” (Ef 4, 12-24) y en todo este camino de conocer y acoger la piedad
hacen falta compañeros y “maestros” que nos acompañen en este descubrimiento.
La experiencia de Calasanz
Calasanz tuvo experiencia del acompañamiento personal en primer lugar por quienes le
ayudaron a lo largo de su camino formativo en España, pero de un modo especial durante
la larga etapa de discernimiento de la voluntad de Dios sobre su vida que se desarrolló
entre 1597 y 1617, a través del encuentro personal profundo con directores espirituales como les llamaban entonces- y al mismo tiempo confesores, como fueron los carmelitas
del convento della Scala en el Trastévere romano y cuyo acompañamiento fue decisivo.
Terminada esta etapa no cesó en el acompañamiento personal y continuó la relación con
estos importantes religiosos, en algunos momentos a diario.
Por otra parte, Calasanz también practicó el acompañamiento personal bajo la figura
de Director Espiritual y/o confesor o como Fundador a lo largo de buena parte de su vida,
tanto en España, como en Roma: a los religiosos en formación, con los compañeros de
comunidad, con los demás religiosos a través de las cartas o personalmente... lo mismo
que con algunos laicos.
Ésta es su experiencia y por ello su valoración del acompañamiento personal, sobre
todo bajo la figura de la época del confesor-director espiritual, no se apoya sólo en una
esmerada formación, o en una ideología, sino en el contacto con la realidad y la
verificación que ofrece haberlo vivido y ofrecido, comprobando sus frutos.
El acompañamiento como opción general en las Escuelas Pías
Es importante señalar que la expresión «acompañar» se empleaba desde muy pronto
en las Escuelas Pías, si bien se refería sobre todo a la presencia física. Ésta, sin embargo,
no es desdeñable ni para nuestro ministerio educativo ni para lo que nos ocupa aquí.
El acompañamiento para Calasanz era en primer lugar un método preventivo: una
presencia vigilante que ayudara a los muchachos a comportarse bien en cada momento y
que les evitara situaciones de daño moral, sea por su causa o por amenazas de extraños,
tristemente frecuentes en la época. También era una manera de favorecer un correcto y
positivo comportamiento, respetuoso y noble en las relaciones, cortés, humilde y sencillo.
Así, pedía la presencia de los religiosos en las aulas cuando entraban los alumnos,
enseñándoles a hacerlo de modo que valoraran el lugar al que iban, a los compañeros y al
maestro; también en los patios de recreo, y en las famosas filas acompañando a los
muchachos hasta sus barrios mientras rezaban (y vigilando no sólo el buen nombre de las
Escuelas Pías, sino la integridad física y moral de los muchachos); y lo mismo durante
otros momentos (en la misa, en las actividades de los domingos y festivos...). En todo
caso, los alumnos no debían nunca estar solos.
Pero el acompañamiento no se reducía únicamente a la presencia física atenta, amable
y vigilante, sino que se ofrecía durante el tiempo escolar de diversos modos, contando
tanto el colectivo como cada una de las personas.
Diferentes niveles de acompañamiento
Aparte de la presencia física que venimos de indicar, el primer nivel de
acompañamiento se realiza en el aula por parte del profesor, que debía estar atento al
buen aprendizaje de cada alumno, de modo que diariamente les hacía leer, o dar la
lección, etc. Para poder trabajar adecuadamente pedía que no hubiese más de cincuenta
alumnos por clase.
Otro nivel de acompañamiento es el grupal. La actividad «grupal» más importante, de la
que participaban entonces todos los alumnos, era la llamada «Oración Continua», en la
que un sacerdote experimentado llevaba grupos de diez o doce alumnos al oratorio o a la
iglesia para enseñarles a orar, hacer oración de intercesión y catequizarles: el número
favorecía un mejor resultado de esta importante labor.
Finalmente, el acompañamiento personal. El grupo grande es necesario, pero no facilita
ciertos aprendizajes que requieren una mayor intimidad en la relación. El grupo pequeño
hace posible esa catequesis de la oración, de los sacramentos y otros temas. Pero cada
persona tiene su camino que recorrer y el grupo no suple nunca la asimilación personal, no
sólo de los contenidos intelectuales, sino, lo que es más importante, de la maduración
espiritual y moral que Calasanz pretende como fin principal de nuestras escuelas.
Por eso pide para todas las escuelas que haya un escolapio sacerdote disponible para
ejercer este nivel de acompañamiento. Era entonces una condición necesaria para el
ejercicio de nuestro ministerio y es a esto a lo que vamos a referirnos en los siguientes
apartados.
El acompañamiento personal: tres casos diferentes y un mismo lenguaje
Una de las características de Calasanz es la claridad y firmeza de sus ideas. Las más
importantes, que deben responder a un esquema interno fruto de su estudio, de su
experiencia (y, por tanto, también en buena medida fruto de su época) se repiten de
diversas maneras, para ocasiones semejantes y en diferentes momentos de su vida.
En este tema sucede lo mismo. Cuando habla del acompañamiento personal (expresión
de nuestro tiempo, que no de su época) utiliza términos semejantes que apuntan a un
esquema básico común tanto al referirse al acompañamiento que realiza el superior con
sus hermanos de comunidad, como al acompañamiento que se debe realizar durante las
primeras etapas de la formación de los escolapios (el maestro de novicios y el maestro
«del Espíritu»), como, finalmente, al referirse al «confesor de los alumnos».
He aquí algunas muestras:
«Establecerá, además, en cada casa un Maestro de Espíritu, que
coopere con el Superior en encaminar a los religiosos hacia la
perfección y que tenga por peculiar encomienda a los más jóvenes,
como sí fuera su Maestro de Novicios» (CC 299)
«Sobre este punto queremos prevenir encarecidamente al Maestro
(de Novicios): que interprete con fino discernimiento en cada
novicio su tendencia profunda a la orientación del Espíritu Santo,
que enseña a los sencillos a pedir con gemidos sin palabras; por
este camino se esforzará en llevar a cada uno hasta la cumbre de la
perfección» (CC 23)
«En cuanto a... procure (se dirige al Superior) comprenderle bien el
interior con amor de padre, pues tiene extrema necesidad de ayuda»
(EP 1415)
«Entre estos religiosos ha de haber un confesor de alumnos. Con
su mucho cariño y benevolencia logre que los muchachos se sientan
seducidos por Dios y lo respeten y amen como a su verdadero Padre»
(CC 193)
En todos los casos se trata de personas que han de llevar una vida «según el Espíritu»
y ayudar a que cada uno de los encomendados haga lo propio. Esto supone un talante de
disponibilidad, reconocimiento y escucha a la voz del Espíritu, tanto en la vida personal,
como en el respeto a esta misteriosa presencia en cada una de las personas a las que
acompañan, como sucede en la comparación de nuestro ministerio con el de los ángeles
de los que somos «colaboradores» (Memorial al Card. Tonti n. 8).
El acompañamiento personal a los niños: la figura del confesor-director
espiritual
a) Importancia
La importancia que da Calasanz a esta figura en la escuela se pone de manifiesto en lo
siguiente:
En el capítulo IX de la segunda parte de sus constituciones, dedicado a la
organización de los colegios o Escuelas Pías, Calasanz insiste en la homogeneidad de
los centros, a lo que volverá a dedicar todo un capítulo XI, y presenta en él los cargos
personales más importantes. Tras hablar del Superior y antes del sacerdote de la
Oración Continua indica (CC 193) que «ha de haber un confesor de
alumnos», con las características que más adelante describiremos
En la tercera parte de las constituciones dedica todo un capítulo (el VI) a los
confesores. Y dice textualmente en el nº 318 (CC) que «paren mientes en que
el fiel ejercicio de este ministerio con los niños (aquí la confesión, a
la que une la dirección espiritual) constituye obra muy grata a Dios»
De hecho manifiesta su importancia en varias cartas: habla de los sacramentos casi
siempre que menciona temas pedagógicos «porque los sacramentos suelen
iluminar mucho el entendimiento y, frecuentándolos con devoción,
suelen inflamar la voluntad para aborrecer el pecado y amar las
obras virtuosas. Insista mucho en esto que es todo nuestro
apostolado» (EP 471) (interesante también EP 2602). Más en concreto pide a un
presbítero que ayude en la confesión «que es el remedio más útil y
necesario para el servicio de Dios en los jovencitos» (EP 1441)
Finalmente, en las Declaraciones a las constituciones, de Calasanz, dedica una parte
a este oficio concreto, bajo el epígrafe: «Delli confessori delli scolari con
offº».
b) Quién es el «confesor-director espiritual»
Se trata de «sacerdotes que no sólo hayan obtenido las licencias del
Obispo, sino que sean de edad avanzada y cuyo cariño y ejemplo
conlleve a los niños a manifestar con naturalidad sus faltas» (CC
316)
Quería una dedicación exclusiva: «teniendo un confesor continuo, sin
hacer escuela, que ambas cosas no se pueden hacer» (EP 829) posiblemente
no sólo por el trabajo que suponía (disponibilidad continua, según veremos), sino también
porque prefería que no fuera maestro de los alumnos que se confesaban: «no me
parece conveniente que el Maestro escuche la confesión de los
escolares, no sea que por vergüenza dejen algún pecado de confesar»
(EP 1571).
También pide una estabilidad de los alumnos con un confesor concreto (para poder
orientarles espiritualmente): «todos los escolares que vengan a nuestras
escuelas, se han de confesar al menos una vez cada mes con su
confesor, o a los asignados a su servicio» (Declaraciones a las
constituciones...)
Y que no interviniera en el control disciplinar y castigos, pues es una opción diferente:
«... y para esto haga que el P. Carlo no se meta a castigar a los
escolares, sino únicamente a confesarles y enseñarles en las cosas
del espíritu, que hará mucho más que si hiciese escuela» (EP 1421)
c) Cualidades y condiciones
Ha de ser experto en casos de conciencia: «Asimismo, sepan de las caídas en
que suelen incurrir la mayoría de los muchachos...» (CC 317) «Ponga
gran diligencia en aprender casos de conciencia, principalmente los
que se refieren a la confesión, y en especial de los muchachos» (EP
106); de hecho era una formación que se tenía frecuentemente en las comunidades a
petición del santo.
Y eso suponía también una solidez mental y un examen al que se sometían antes de
confesar: «... y la confesión y para el estudio que requiere, y para la
asiduidad del escuchar y hablar bastante, y la atención al que se
oye para juzgarlo precisan gran solidez de cabeza» (EP 2427); «Antes
de ser presentados... sufrirán un riguroso examen por parte de los
Padres señalados.» (CC 320) «tengo gran consuelo en que sea examinado
y aprobado para la confesión y me será precioso que atienda a
estudiar los casos en los que suelen incurrir los jovencitos que
este es nuestro principal instituto y si pudiera tener el trabajo
de... en uno de sus tomos hace un tratado particular muy a
propósito...» (EP 557)
Sobre todo, había de ser alguien ejemplar y lleno de caridad: «cuyo cariño y
ejemplo conlleve a los niños a manifestar con naturalidad sus
faltas» (CC 316), afable y atrayente para que «con su mucho cariño y
benevolencia logre que los muchachos se sientan seducidos por Dios
y lo respeten y amen como a su verdadero Padre» (CC 193) «...los
recibirá con todo amor, portándose en manera que los escolares le
quieran como a Padre y eso les haga más fáciles y reales en la
confesión» (Declaraciones a las Constituciones...).
Finalmente, una condición personal fundamental es que sea un hombre «de espíritu»,
con una intensa vivencia del Espíritu Santo: «Se debería hacer confesar a los
alumnos con frecuencia, para que con la gracia del sacramento
entrasen en el camino del santo temor de Dios, esperando que los
confesores sean verdaderos padres espirituales. En esto se debe
emplear toda diligencia, porque es el fin de nuestro Instituto» (EP
388X, 18-I-1.642) «Dios sabe con cuánto amor le deseo la continua
asistencia del Espíritu Santo, para que, tratando con Él a puertas
cerradas, al menos una o dos veces al día, sepa guiar la navecilla
de su alma. Es este negocio primero y principal...» (EP 3858)
d) Frecuencia
Al estar ligado este "acompañamiento personal" al sacramento de la confesión, citamos
aquí lo que al respecto decía Calasanz, pero en las mismas citas se percibe que se trata
de un verdadero acompañamiento, según la necesidad de cada uno:
Todos los alumnos se confesaban una vez al mes, así lo indica ya en la Breve
Relación de 1602-1605: «una vez al mes confiesan y el día antes de
la confesión se les enseña el modo...» «todo alumno debe
confesarse al menos una vez al mes...» y en las declaraciones a las
constituciones, al margen de su insistencia en muchas cartas.
Pero según la necesidad, pedía que se pudieran confesar semanalmente o incluso
varias veces por semana: «sobre todo sí observa a los que tienen
mayor necesidad y les hace confesar cada semana junto con los
más piadosos, para que también ellos lleguen a serlo» (EP 1449)
«que un confesor que tuviese gran caridad lo confesase dos veces
a la semana y lo visitase frecuentemente induciéndolo a
descubrir
todos
los
pensamientos
y
discursos
que
oye
interiormente y dándole el remedio necesario y en este remedio
caritativo durase por dos o tres meses continuos...» (EP 3055,
aunque se refiere a un hermano de la Orden).
Es preferible la confesión a los castigos: «y siempre que pueda procure
encontrarse presente cuando el Prefecto castigue algún escolar
para que por su intercesión le perdone y lo lleve consigo a
confesarse que entonces más fácilmente le dirá con verdad todos
los pecados tras el beneficio recibido» (Declaraciones a las
Constituciones) «...y en cuanto al castigo de los alumnos, haga que
siempre que el confesor pida que uno sea perdonado para hacerlo
confesar, entonces se le perdone, que hace mayor efecto el
sacramento que el azote» (EP 1441)
Los alumnos que ingresaban nuevos al Instituto debían realizar una confesión general
como condición necesaria, y para así saber guiarlos mejor en el Espíritu: «hacer la
confesión general para que así pueda en el futuro guiarlo en el
espíritu
confesándole
siempre
en
el
confesionario...»
(Declaraciones a las Constituciones)
e) Método
En primer lugar habría que unir este aspecto con la formación de la conciencia y el
examen diario de la misma que pedía Calasanz. Es también una educación para la verdad.
Pide al confesor un método para acceder al interior de la persona «tengan un
método sencillo de preguntarles» (CC 317) «en los pecados de impureza
sea el confesor muy cauto, procurando a la larga descubrir la
pequeña falta y luego con artificio descubrir las grandes, las
cuales descubiertas procure con toda afabilidad demostrarle la
gravedad del pecado» (Declaraciones a las Constituciones)
No se trata únicamente de un análisis, diagnóstico y curación, sino que es propositivo:
«y conozcan algunas anécdotas de santos que afiancen a los niños en
la virtud y que sean en alabanza de la pureza, de la sinceridad de
vida, de la fidelidad a Dios y demás virtudes, y en menosprecio de
algunos vicios» (CC 317) «ese lugar del confesionario es un tribunal
que bien administrado debe remediar no sólo las cosas pasadas, sino
incluso preservar de las futuras sin respeto humano; ...si tuviera
el oficio de confesar, hacerlo sólo para dirigir las almas al
servicio de Dios» (EP 1759)
Finalmente, como hemos visto en varias citas anteriores, se trataba de que fuesen
auténticos «padres espirituales» para guiar las almas. El método, según lo indicado
también para otros casos:
la atención personal según su necesidad

ayudar en el examen de conciencia, con un talante de cariño paternal, favoreciendo
que el alumno le abriera su interior y comunicara todos sus sentimientos,
escuchándole a fondo
animar poniendo ejemplos de virtud

que descubriera en el alumno la guía del Espíritu o «interna inclinación» para por ahí
llevarle a la perfección

esto supone un enorme respeto y cariño hacia el alumno y a la presencia de Dios en
él
_________
EP = epistolario calasancio recogido y editado por el P. Picanyol
CC = Constituciones elaboradas por S. José de Calasanz en 1622
Hemos dicho que es el Espíritu quien realmente ejerce el acompañamiento, por eso
terminamos con una oración que une Espíritu, persona y comunidad y así nos ayuda a
situarnos antes de entrar en la interioridad de cada joven.
¡Oh Dios misericordioso,
escúchame benigno!
Te pido por estos hijos tuyos.
A esta oración
me mueve la misión paterna que me has confiado,
me inclina el afecto,
me anima la consideración de tu bondad.
Tú, dulce Señor, sabes
cuánto los amas
y el lugar que ocupan en mi corazón.
Tú, Señor mío, sabes
que no, les mando con dureza ni con violencia,
que prefiero servirlos en la caridad a dominarlos,
que quisiera someterme humildemente a ellos.
Escúchame pues, oh Señor y Dios mío, escúchame:
mantén tu mirada atenta sobre ellos día y noche.
Abre, oh clementísimo, tus alas y protégelos,
extiende tu diestra y bendícelos,
infunde en sus corazones tu Espíritu Santo,
que los mantenga unidos en el vínculo de la paz,
en la castidad del cuerpo y en la humildad del alma.
Que tu Espíritu asista a los que rezan,
que la abundancia de tu Amor los colme íntimamente,
que la suavidad de la contrición recree sus mentes,
que la luz de tu gracia ilumine sus corazones.
Que la esperanza los sostenga,
el temor los haga humildes
y la caridad los haga ardientes.
Que el Espíritu sugiera las oraciones
que Tú, propicio, quisieras escuchar.
Que tu dulce Espíritu esté en los que meditan
para que, iluminados por Ti, te conozcan,
y quede en ellos impreso el recuerdo de Aquél
al que invocarán en sus adversidades
y consultarán en las dudas.
Que este suave Consolador vaya a su encuentro,
sostenga a los que se ven probados por la tentación
y los asista en la debilidad, en las angustias
y en las tribulaciones de la vida.
Dulce Señor,
haz que con la ayuda de tu Espíritu
estén en paz,
sean modestos y benévolos consigo mismos,
con sus hermanos y conmigo;
que se obedezcan,
y se sirvan
y se sobrelleven unos a otros.
Que sean fervientes en el Espíritu
y alegres en la esperanza.
Que tengan en la pobreza y en la abstinencia,
en los trabajos y en las vigilias,
en el silencio y en le sosiego,
una constancia inquebrantable.
Permanece en medio de ellos
siendo fiel a tu promesa;
y, puesto que sabes de que tienen necesidad,
te suplico que consideres su debilidad
y no los rechaces en su flaqueza.
Sana al que está enfermo,
alegra sus tristezas,
infunde ánimo a los tibios,
consolida lo que es inestable,
de modo que todos sientan la ayuda de tu gracia
en medio de las necesidades y las tentaciones.
En tus santas manos los pongo,
a tu tierna providencia los confío.
Que nadie los arrebate de tu mano,
sino que perseveren gozosamente en su santo propósito
y perseverando obtengan la vida eterna;
con tu ayuda,
oh, dulcísimo Señor nuestro,
que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
(Elredio de Rievaulx, abad del siglo X)
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ORTIGOSA J., La entrevistas pastoral, Sal Terrae, Santander 1985.
PAGANI S., Acompañar espiritualmente a los jóvenes, San Pablo, Milán 1997.
SASTRE J., El acompañamiento espiritual, San Pablo, Madrid 1993.
SASTRE J., El discernimiento vocacional, San Pablo, Madrid 1996.
URBIETA J. R., Acompañamiento de los jóvenes, PPC, Madrid 1996.
VANIER J., La comunidad. Lugar del perdón y de la fiesta, PPC, M.1995.
Para la reflexión y el diálogo
1.- Partiendo de nuestra propia experiencia ¿cómo definiríamos el acompañamiento
personal?. Y a partir de las respuestas dadas en el grupo ¿qué características
comunes surgen?.
2.- ¿Qué modelo de persona hay detrás de nuestra labor educativa/pastoral?.
Definirlo y comentarlo en grupo.
3.- ¿Cómo podemos superar las dificultades de comunicación para ir superando los
distintos niveles de participación en la relación?.
4.- Hacer un esquema de los aspectos positivos y negativos que vivimos en las tres
actitudes fundamentales que dan lugar a la escucha activa: congruencia,
aceptación incondicional y empatía, y ver como influyen en la relación.
5.- En pequeños grupos comentar cada uno de los cinco aspectos de la pedagogía
de la vocación (sembrar, acompañar, educar, formar y discernir) desde la propia
experiencia en el acompañamiento.
6.- Evaluar nuestro papel como acompañantes en base a las distintas cualidades
que recoge el cuaderno. Elegir las tres cualidades que nos parezcan mas
importantes y comentarlas en grupo.
7.- ¿Tiene hoy sentido en la escuela cristiana la figura del acompañante personal?
¿por qué?
8.- ¿Qué intuiciones de Calasanz son hoy válidas en nuestra Escuela Pía en lo
referente al acompañamiento personal?, ¿cómo las podemos realizar en nuestros
centros?
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